Audiencias 1984 68

Miércoles 14 de noviembre de 1984

La castidad conyugal

1. A la luz de la Encíclica Humanae vitae, el elemento fundamental de la espiritualidad conyugal es el amor derramado en los corazones de los esposos como don del Espíritu Santo (cf. Rm 5,5). Los esposos reciben en el sacramento este don juntamente con una particular "consagración". El amor está unido a la castidad conyugal que, manifestándose como continencia, realiza el orden interior de la convivencia conyugal.

La castidad es vivir en el orden del corazón. Este orden permite el desarrollo de las "manifestaciones afectivas" en la proporción y en el significado propios de ellas. De este modo, queda confirmada también la castidad conyugal como "vida del Espíritu" (cf. Gál Ga 5,25), según la expresión de San Pablo. El Apóstol tenía en la mente no sólo las energías inmanentes del espíritu humano, sino, sobre todo, el influjo santificante del Espíritu Santo y sus dones particulares.

2. En el centro de la espiritualidad conyugal está, pues, la castidad, no sólo como virtud moral (formada por el amor), sino, a la vez, como virtud vinculada con los dones del Espíritu Santo —ante todo con el don del respeto de lo que viene de Dios ("don pietatis")—. Este don está en la mente del autor de la Carta a los Efesios, cuando exhorta a los cónyuges a estar "sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ep 5,21). Así, pues, el orden interior de la convivencia conyugal, que permite a las "manifestaciones afectivas" desarrollarse según su justa proporción y significado, es fruto no sólo de la virtud en la que se ejercitan los esposos, sino también de los dones del Espíritu Santo con los que colaboran.

La Encíclica Humanae vitae en algunos pasajes del texto (especialmente 21, 26), al tratar de la específica ascesis conyugal, o sea, del esfuerzo para conseguir la virtud del amor, de la castidad y de la continencia, habla indirectamente de los dones del Espíritu Santo, a los cuales se hacen sensibles los esposos en la medida de su maduración en la virtud.

69 3. Esto corresponde a la vocación del hombre al matrimonio. Esos "dos", que —según la expresión más antigua de la Biblia— "serán una sola carne" (Gn 2,24), no pueden realizar tal unión al nivel propio de las personas (communio personarum), si no mediante las fuerzas provenientes del espíritu, y precisamente, del Espíritu Santo que purifica, vivifica, corrobora y perfecciona las fuerzas del espíritu humano. "El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada" (Jn 6,63).

De aquí se deduce que las líneas esenciales de la espiritualidad conyugal están grabadas "desde el principio" en la verdad bíblica sobre el matrimonio. Esta espiritualidad está también "desde el principio» abierta a los dones del Espíritu Santo. Si la Encíclica "Humanae vitae" exhorta a los esposos a una "oración perseverante" y a la vida sacramental (diciendo: "acudan sobre todo a la fuente de gracia y de caridad en la Eucaristía; recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el sacramento de la penitencia", Humanae vitae HV 25), lo hace recordando al Espíritu Santo que "da vida" (2Co 3,6).

4. Los dones del Espíritu Santo, y en particular el don del respeto de lo que es sagrado, parecen tener aquí un significado fundamental. Efectivamente, tal don sostiene y desarrolla en los cónyuges una singular sensibilidad por todo lo que en su vocación y convivencia lleva el signo del misterio de la creación y redención: por todo lo que es un reflejo creado de la sabiduría y del amor de Dios. Así, pues, ese don parece iniciar al hombre y a la mujer, de modo particularmente profundo, en el respeto de los dos significados inseparables del acto conyugal, de los que habla la Encíclica (Humanae vitae HV 12) con relación al sacramento del matrimonio. El respeto a los dos significados del acto conyugal sólo puede desarrollarse plenamente a base de una profunda referencia a la dignidad personal de lo que en la persona humana es intrínseco a la masculinidad y feminidad, e inseparablemente con referencia a la dignidad personal de la nueva vida, que puede surgir de la unión conyugal del hombre y de la mujer. El don del respeto de lo que es creado por Dios se expresa precisamente en tal referencia.

5. El respeto al doble significado del acto conyugal en el matrimonio, que nace del don del respeto por la creación de Dios, se manifiesta también como temor salvífico: temor a romper o degradar lo que lleva en sí el signo del misterio divino de la creación y redención. De este temor habla precisamente el autor de la Carta a los Efesios: "Estad sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo" (Ep 5,21).

Si este temor salvífico se asocia inmediatamente a la función "negativa" de la continencia (o sea, a la resistencia con relación a la concupiscencia de la carne), se manifiesta también —y de manera creciente, a medida que esta virtud madura— como sensibilidad plena de veneración por los valores esenciales de la unión conyugal: por los "dos significados del acto conyugal" (o bien hablando en el lenguaje de los análisis precedentes, por la verdad interior del mutuo "lenguaje del cuerpo").

A base de una profunda referencia a estos dos valores esenciales, lo que significa unión de los cónyuges se armoniza en el sujeto con lo que significa paternidad y maternidad responsables. El don del respeto de lo que Dios ha creado hace ciertamente que la aparente "contradicción" en esta esfera desaparezca y que la dificultad que proviene de la concupiscencia se supere gradualmente, gracias a la madurez de la virtud y a la fuerza del don del Espíritu Santo.

6. Si se trata de la problemática de la llamada continencia periódica (o sea, del recurso a los "métodos naturales"), el don del respeto por la obra de Dios ayuda, de suyo, a conciliar la dignidad humana con los "ritmos naturales de fecundidad", es decir, con la dimensión biológica de la feminidad y masculinidad de los cónyuges; dimensión que tiene también un significado propio para la verdad del mutuo "lenguaje del cuerpo" en la convivencia conyugal.

De este modo, también lo que —no tanto en el sentido bíblico, sino sobre todo en el "biológico"— se refiere a la "unión conyugal en el cuerpo", encuentra su forma humanamente madura gracias a la vida "según el Espíritu".

Toda la práctica de la honesta regulación de la fertilidad, tan íntimamente unida a la paternidad y maternidad responsables, forma parte de la espiritualidad cristiana conyugal y familiar; y sólo viviendo "según el Espíritu" se hace interiormente verdadera y auténtica.

Saludos

Y ahora deseo presentar mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española. Particularmente al grupo de Religiosas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús que asisten en Roma a un cursillo de formación. Ruego al Señor que haga cada vez más generosa vuestra entrega a la vida religiosa y fecundo vuestro servicio a los hermanos.

70 Saludo igualmente al grupo de Directivos de la Compañía Aérea de Venezuela y a los jóvenes latino-americanos que participan en un seminario internacional sobre «Cooperación cristiana». Vaya a todos los peregrinos aquí presentes procedente de los diversos países de América Latina y de España, junto con mis plegarias, mi afectuosa bendición apostólica.



Miércoles 21 de noviembre de 1984

Los dones del Espíritu Santo en la vida de los esposos

1. Teniendo como fondo la doctrina contenida en la Encíclica Humanae vitae, tratamos de trazar un bosquejo de la espiritualidad conyugal. En la vida espiritual de los esposos actúan también los dones del Espíritu Santo y, en particular, el "donum pietatis", es decir, el don del respeto a lo que es obra de Dios.

2. Este don, unido al amor y a la castidad, ayuda a identificar, en el conjunto de la convivencia conyugal, ese acto, en el que, al menos potencialmente, el significado nupcial del cuerpo se une con el significado procreador. Orienta a comprender, entre las posibles "manifestaciones de afecto", el significado singular, más aún, excepcional, de ese acto: su dignidad y la consiguiente grave responsabilidad vinculada con él. Por tanto, la antítesis de la espiritualidad conyugal está constituida, en cierto sentido, por la falta subjetiva de esta comprensión, ligada a la práctica y a la mentalidad anticonceptivas. Por lo demás, éste es un enorme daño desde el punto de vista de la cultura interior del hombre. La virtud de la castidad conyugal, y todavía más, el don del respeto a lo que viene de Dios, modelan la espiritualidad de los esposos a fin de proteger la dignidad particular de este acto, de esta "manifestación de afecto", donde la verdad del "lenguaje del cuerpo" sólo puede expresarse salvaguardando la potencialidad procreadora.

La paternidad y maternidad responsables significan la valoración espiritual —conforme a la verdad— del acto conyugal en la conciencia y en la voluntad de ambos cónyuges, que en esta "manifestación de afecto", después de haber considerado las circunstancias internas y externas, sobre todo las biológicas, expresan su madura disponibilidad a la paternidad y maternidad.

3. El respeto a la obra de Dios contribuye ciertamente a hacer que el acto conyugal no quede disminuido ni privado de interioridad en el conjunto de la convivencia conyugal —que no se convierta en "costumbre" — y que se exprese en él una adecuada plenitud de contenidos personales y éticos, e incluso de contenidos religiosos, esto es, la veneración a la majestad del Creador, único y último depositario de la fuente de la vida, y al amor nupcial del Redentor. Todo esto crea y amplía, por decirlo así, el espacio interior de la mutua libertad del don, donde se manifiesta plenamente el significado nupcial de la masculinidad y feminidad.

El obstáculo a esta libertad viene de la interior coacción de la concupiscencia, dirigida hacia el otro "yo" como objeto de placer. El respeto a lo que Dios ha creado libera de esta coacción, libera de todo lo que reduce al otro "yo" a simple objeto: corrobora la libertad interior del don.

4. Esto sólo puede realizarse por medio de una profunda comprensión de la dignidad personal, tanto del "yo" femenino como del masculino, en la convivencia recíproca. Esta comprensión espiritual es el fruto fundamental del don del Espíritu que impulsa a la persona a respetar la obra de Dios. De esta comprensión y, por lo mismo, indirectamente de ese don, sacan el verdadero significado nupcial todas las "manifestaciones afectivas", que constituyen la trama del perdurar de la unión conyugal. Esta unión se manifiesta a través del acto conyugal sólo en determinadas circunstancias, pero puede y debe manifestarse continuamente, cada día, a través de varias "manifestaciones afectivas", que están determinadas por la capacidad de una "desinteresada" emoción del "yo" en relación a la feminidad y —recíprocamente— en relación a la masculinidad.

La actitud de respeto a la obra de Dios, que el Espíritu Santo suscita en los esposos, tiene un significado enorme para esas "manifestaciones afectivas", ya que simultáneamente con ella va la capacidad de la complacencia profunda, de la admiración, de la desinteresada atención a la "visible" y al mismo tiempo "invisible" belleza de la feminidad y masculinidad y, finalmente, un profundo aprecio del don desinteresado del "otro".

5. Todo esto decide sobre la identificación espiritual de lo que es masculino o femenino, de lo que es "corpóreo" y a la vez personal. De esta identificación espiritual surge la conciencia de la unión "a través del cuerpo", con la tutela de la libertad interior del don. Mediante las "manifestaciones afectivas" los cónyuges se ayudan mutuamente a permanecer en la unión, y al mismo tiempo, estas "manifestaciones" protegen en cada uno esa "paz de lo profundo" que, en cierto sentido, es la resonancia interior de la castidad guiada por el don del respeto a lo que Dios ha creado.

71 Este don comporta una profunda y universal atención a la persona en su masculinidad y feminidad, creando así el clima interior idóneo para la comunión personal. Sólo en este clima de comunión personal de los esposos madura correctamente la procreación que calificamos como "responsable".

6. La Encíclica "Humanae vitae" nos permite trazar un bosquejo de la espiritualidad conyugal. Se trata del clima humano y sobrenatural, donde —teniendo en cuenta el orden "biológico" y, a la vez, basándose en la castidad sostenida por el "donum pietatis"— se plasma la armonía interior del matrimonio, en el respeto a lo que la Encíclica llama "doble significado del acto conyugal" (Humanae vitae
HV 12). Esta armonía significa que los cónyuges conviven juntos en la verdad interior del "lenguaje del cuerpo". La Encíclica Humanae vitae proclama inseparable la conexión entre esta "verdad" y el amor.

Saludos

Y ahora deseo presentar mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española. En particular a las Religiosas Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor que hacen un curso de espiritualidad con motivo del 25 aniversario de profesión religiosa. Os invito, queridas hermanas , a mantener siempre vuestra fidelidad y entrega generosa al Señor y a vuestra vocación misionera.

Saludo igualmente y aliento en sui vida cristiana los componentes de la peregrinación de Canet de Mar (Barcelona).

A todos los peregrinos procedentes de España y de los diversos países de América Latina, vaya mi afectuosa bendición apostólica.



Miércoles 28 de noviembre de 1984

La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio

1. El conjunto de las catequesis que comencé hace más de cuatro años y concluyo hoy, puede figurar bajo el título "El amor humano en el plan divino" o, con mayor precisión, "La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio". Todas ellas se dividen en dos partes.

La primera parte está dedicada al análisis de las palabras de Cristo que resultan apropiadas para abrir el tema presente. Dichas palabras se han analizado ampliamente en la globalidad del texto evangélico; y, después de la reflexión de varios años, se ha convenido en poner de relieve los tres textos que se estudian en dicha primera parte de la catequesis.

Ocupa el primer lugar el texto en que Cristo se refiere "al principio" en la conversación con los fariseos sobre la unidad e indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19,8 Mc 10,6-9). Luego, están las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña sobre la "concupiscencia" en cuanto "adulterio cometido en el corazón" (cf. Mt 5,28). Y, en fin, vienen las palabras transmitidas por todos los sinópticos en las que Cristo hace referencia a la resurrección de los cuerpos en el "otro mundo" (cf. Mt 22,30 Mc 12,25 Lc 20,35).

72 La segunda parte de la catequesis está dedicada al análisis del sacramento, a partir de la Carta a los Efesios (Ep 22-23) que nos lleva al "principio" bíblico del matrimonio expresado en estas palabras del libro del Génesis: "...dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gn 2,24).

Las catequesis de la primera y segunda parte emplean repetidamente el término "teología del cuerpo". En cierto sentido éste es un término "de trabajo". La introducción del término y concepto de "teología del cuerpo" era necesaria para fundamentar el tema de "La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio" sobre una base más amplia. En efecto, es menester hacer notar enseguida que el término "teología del cuerpo" rebasa ampliamente el contenido de las reflexiones que se han hecho. Estas reflexiones no abarcan muchos aspectos que por su objeto pertenecen a la teología del cuerpo (como, por ejemplo, el problema del sufrimiento y la muerte, tan acusado en el mensaje bíblico). Hay que decirlo claramente. Asimismo es necesario reconocer, de modo explícito, que las reflexiones sobre el tema de "La redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio" pueden hacerse correctamente partiendo del momento en que la luz de la Revelación afecta a la realidad del cuerpo humano (o sea, sobre la base de la "teología del cuerpo"). Esto se ve confirmado, por lo demás, en las palabras del libro del Génesis "vendrán a ser los dos una sola carne", palabras que originaria y semánticamente están en la base de nuestro tema.

2. Las reflexiones sobre el sacramento del matrimonio se han desarrollado teniendo en cuenta las dos dimensiones esenciales en este sacramento (al igual que en todos los demás), es decir, la dimensión de la alianza y de la gracia, y la dimensión del signo.

A través de estas dos dimensiones nos hemos fijado continuamente en las reflexiones sobre la teología del cuerpo, unidas a las palabras-clave de Cristo. A estas reflexiones hemos llegado también emprendiendo, al final de este ciclo de catequesis, el estudio de la Encíclica Humanae vitae.

La doctrina contenida en este documento de la enseñanza contemporánea de la Iglesia, está en relación orgánica con la sacramentalidad del matrimonio y asimismo con toda la problemática bíblica de la teología del cuerpo, centrada en las "palabras-clave" de Cristo. En cierto sentido puede decirse que todas las reflexiones sobre la "redención del cuerpo y de la sacramentalidad del matrimonio" constituyen un amplio comentario a la doctrina contenida en la misma Encíclica Humanae vitae.

Tal comentario parece bastante necesario. Efectivamente, al dar respuesta a algunos interrogantes de hoy, en el ámbito de la moral conyugal y familiar, la Encíclica ha suscitado, al mismo tiempo, otros interrogantes, como sabemos, de naturaleza bio-médica. Pero también (o mejor, sobre todo) son interrogantes de naturaleza teológica, pertenecen al ámbito de la antropología y teología que hemos denominado "teología del cuerpo".

Se han hecho las reflexiones afrontando los interrogantes surgidos en relación con la Encíclica Humanae vitae. La reacción que ha producido la Encíclica confirma la importancia y dificultad de tales interrogantes. Los han puesto de relieve también aclaraciones posteriores del mismo Pablo VI, donde indicaba la posibilidad de profundizar en la exposición de la verdad cristiana en este sector.

Lo reafirmó también la exhortación Familiaris consortio, fruto del Sínodo de los Obispos de 1980, "De muneribus familiae christianae". Este documento contiene un llamamiento dirigido en especial a los teólogos, a elaborar de modo más completo los aspectos bíblicos y personalistas de la doctrina contenida en la Humanae vitae.

Asumir los interrogantes planteados por la Encíclica quiere decir formularlos y buscarles respuesta al mismo tiempo. La doctrina contenida en la Familiaris consortio pide que tanto la formulación de los interrogantes como la búsqueda de una respuesta adecuada, se concentren sobre los aspectos bíblicos y personalistas. Dicha doctrina indica asimismo la dirección del desarrollo de la teología del cuerpo, la dirección del desarrollo y, por tanto, también la dirección de su completamiento y profundización progresivos.

3. El análisis de los aspectos bíblicos habla del modo de enraizar en la revelación la doctrina proclamada por la Iglesia contemporánea. Esto es importante para el desarrollo de la teología. El desarrollo, o sea, el progreso de la teología, se realiza de hecho acudiendo continuamente al estudio del depósito revelado.

El enraizamiento de la doctrina proclamada por la Iglesia en toda la Tradición y en la misma Revelación divina está abierto siempre a los interrogantes planteados por el hombre y se sirve incluso de los instrumentos más conformes con la ciencia moderna y la cultura de hoy. Parece que en este sector el acentuado desarrollo de la antropología filosófica (especialmente de la antropología que se halla en la base de la ética) se encuentra muy de cerca con los interrogantes suscitados por la Encíclica Humanae vitae respecto de la teología, y sobre todo de la ética teológica.

73 El análisis de los aspectos personalistas de la doctrina contenida en este documento tiene un significado existencial para establecer en qué consiste el progreso verdadero, es decir, el desarrollo del hombre. Efectivamente, en toda la civilización contemporánea —especialmente en la civilización occidental— hay una tendencia oculta, pero al mismo tiempo bastante explícita, a medir este progreso con el baremo de las "cosas", es decir, de los bienes materiales.

El análisis de los aspectos personalistas de la doctrina de la Iglesia, contenida en la Encíclica de Pablo VI, pone en evidencia una llamada decidida a medir el progreso del hombre con el baremo de la "persona", o sea, de lo que es un bien del hombre en cuanto hombre y que corresponde a su dignidad esencial.

El examen de los aspectos personalistas lleva a la convicción de que la Encíclica presenta como problema fundamental el punto de vista del desarrollo auténtico del hombre; en efecto, en términos generales, dicho desarrollo se mide con el baremo de la ética y no sólo de la "técnica".

4. Las catequesis dedicadas a la Encíclica Humanae vitae constituyen sólo una parte, la final, de las que han tratado de la redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio.

Si llamo más la atención concretamente sobre estas últimas catequesis, lo hago no sólo porque el tema tratado en ellas está unido más íntimamente a nuestra contemporaneidad, sino sobre todo porque de él nacen los interrogantes que impregnan en cierto sentido el conjunto de nuestras reflexiones. Por consiguiente, esta parte final no ha sido añadida artificialmente al conjunto, sino que le está unida orgánica y homogéneamente. En cierto sentido, la parte colocada al final en la disposición global, se encuentra a la vez en el comienzo de este conjunto. Esto es importante desde el punto de vista de la estructura y del método.

Igualmente el momento histórico parece tener su significación; de hecho, estas catequesis se iniciaron en el tiempo de los preparativos del Sínodo de los Obispos de 1980 sobre el tema del matrimonio y la familia ("De muneribus familiae christianae"), y se concluyen después de la publicación de la Exhortación "Familiaris consortio", que es fruto del trabajo de este Sínodo. De todos es sabido que el Sínodo de 1980 hizo referencia también a la Encíclica "Humanae vitae" y reafirmó plenamente su doctrina.

De todos modos, el momento más importante parece ser el esencial que, en el conjunto de las reflexiones realizadas, puede precisarse de la manera siguiente: para afrontar los interrogantes que suscita la Encíclica "Humanae vitae" sobre todo en teología, para formular dichos interrogantes y buscarles respuesta, es necesario encontrar el ámbito bíblico-teológico a que nos referimos cuando hablamos de "redención del cuerpo y sacramentalidad del matrimonio". En este ámbito se encuentran las respuestas a los interrogantes perennes de la conciencia de hombres y mujeres, y también a los difíciles interrogantes de nuestro mundo contemporáneo respecto del matrimonio y la procreación.

Saludos

Saludo ahora cordialmente a todas las personas y grupos de lengua española aquí presentes. En especial a los peregrinos de la diócesis de San Francisco (Argentina) acompañados por su Obispo Monseñor Agustín Herrera.

Un palabra de aliento para vosotras Religiosas de la Compañía de Santa teresa que termináis el curso de Tercera probación. Vivid con gozo y generosidad vuestra vocación.

A todos los peregrinos venidos de España, Argentina y otras naciones latinoamericanas vaya mi bendición apostólica.



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Diciembre de 1984

Miércoles 5 de diciembre de 1984

El anuncio del Evangelio

"El que crea y se bautice se salvará" (Mc 16,16)

"...¿Cómo van a creer si no oyen hablar de Él?" (Rm 10,14)

1. Nos encontramos en Jerusalén el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo, "se llenaron del Espíritu Santo" (Ac 2,4). En aquella circunstancia "vino de repente un ruido del cielo, como de un viento recio" y "vieron aparecer unas lenguas como llamaradas" (ib, 2. 3) que se posaron sobre cada uno de ellos. El Cenáculo, hasta entonces cerrado, se abrió de par en par y los apóstoles salieron al encuentro de los peregrinos judíos, presentes aquel día de diversos países y de diversas naciones. Todos estaban llenos de asombro, al oír a los Apóstoles —sabían que eran galileos— hablar en diversas lenguas; "cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería"(Ac 2,4).

Entonces, Pedro habla a la multitud reunida en torno al Cenáculo. Evoca al Profeta Joel, que había anunciado "la efusión del Espíritu de Dios sobre toda persona" (cf. Ac 2,17), y luego plantea a los que se habían reunido para escucharlo, la cuestión de Jesús de Nazaret. Recuerda cómo Dios había confirmado la misión mesiánica de Jesús "con milagros, prodigios y señales" (Ac 2,22), y después que Jesús fue "entregado, clavado en la cruz y matado" (cf. Ib. 23), como Dios había confirmado definitivamente su misión por medio de la resurrección: "lo resucitó después de soltar las ataduras de la muerte" (ib., 24). Pedro se refiere al Salmo 15 (16), en el cual se contiene el anuncio de la resurrección. Pero, sobre todo, se remite al testimonio propio y al de los otros Apóstoles: "todos nosotros somos testigos" (Ac 2,32). "Tenga, pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Ib. 36).

2. Con el acontecimiento de Pentecostés comenzó el tiempo de la Iglesia.

Este tiempo de la Iglesia marca también el comienzo de la evangelización apostólica. El discurso de Simón Pedro es el primer acto de esta evangelización. Los Apóstoles habían recibido de Cristo el mandato de "ir a todo el mundo, enseñando a todas las naciones" (Cfr. Mt 28,19 Mc 16,15).He aquí que comienzan a realizarlo en Jerusalén, respecto a la propia nación, pero simultáneamente también respecto a los representantes de las diversas naciones y lenguas que estaban allí presentes. El anuncio del Evangelio, según el mandato del Redentor que retornaba al Padre (Cfr. p.e. Jn 15,28 Jn 16,10), está unido a la llamada al Bautismo, en nombre de la Santísima Trinidad. Así, pues, el día de Pentecostés, a la pregunta de quienes lo escuchaban: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" (Ac 2,37), Pedro responde: "Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo" (Ib. 38).

"Ellos recibieron la gracia y se bautizaron, siendo incorporados a la Iglesia aquel día unas tres mil almas" (Ib. 41). De este modo nació la Iglesia como sociedad de los bautizados, que "perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la unión fraterna y en la fracción del pan y en la oración" (Ib. 42). El nacimiento de la Iglesia coincide con el comienzo de la evangelización. Puede decirse que éste es simultáneamente el comienzo de la catequesis. De ahora en adelante, cada uno de los discursos de Pedro es no sólo anuncio de la Buena Nueva sobre Jesucristo, y por tanto un acto de evangelización, sino también cumplimiento de una función instructiva, que prepara a recibir el Bautismo; es la catequesis bautismal. A su vez, ese "perseverar en oír la enseñanza de los Apóstoles" por parte de la primera comunidad de los bautizados constituye la expresión de la catequesis sistemática de la Iglesia en sus mismos comienzos.

3. Nos remitimos constantemente a estos comienzos. Si "Jesucristo es el mismo ayer y hoy..." (He 13,8), entonces a esa identidad corresponde, en todos los siglos y en todas las generaciones, la evangelización y la catequesis de la Iglesia.

75 También en nuestra época, después del Concilio Vaticano II, dos sesiones sucesivas del Sínodo de los Obispos han trabajado sobre el problema de la evangelización y de la "catequesis en la misión de la Iglesia en el mundo actual. Fruto de este "trabajo son los documentos pontificios, que llevan como título Evangelii nuntiandi y Catechesi tradendae. Estos documentos explican en qué consiste la íntima relación de la catequesis con la evangelización, e indican cuál es la función propia de una y otra.

4. Si la Iglesia también debe en nuestra época "perseverar en oír la enseñanza de los Apóstoles", es indispensable para ello el incansable anuncio del Evangelio "a toda criatura" (
Mc 16,15), y, a la vez, la catequesis sistemática según las indicaciones del documento Catechesi tradendae.

El día de Pentecostés Simón Pedro comenzó en Jerusalén la catequesis de la Iglesia. Su actual Sucesor en la sede episcopal romana y en la misión de Vicario de Cristo considera deber suyo particular continuar este servicio de Pedro. Con la audiencia general de hoy desea, pues, comenzar una serie de instrucciones sobre las verdades de la fe y de la moral cristiana en el ámbito de una catequesis global sistemática; es decir, quiere proponeros de nuevo a vosotros y a todo el pueblo cristiano las grandes cosas que Dios, en su amor, ha revelado y realizado por nosotros, como también la reflexión doctrinal que sobre ellas se ha hecho en la Iglesia a lo largo de los siglos hasta el tiempo presente. Desde este momento, el Sucesor de Pedro se dirige al Espíritu Santo, —que el día de Pentecostés dirigía la primera catequesis de Simón Pedro— pidiéndole humildemente la luz y la gracia de la palabra apostólica.

Saludos

Y ahora deseo presentar mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española. En particular al grupo de religiosas de maría Inmaculada que concluyen n curso de renovación espiritual aquí en Roma. os aliento en vuestro camino de generosa entrega a Dios y de servicio a la Iglesia. Saludo igualmente a las peregrinaciones procedentes de Colombia y de Guatemala. A los participantes latinoamericanos en el «Curso de desarrollo» que llevan a cano en Turín y a los profesores y alumnos del liceo italiano de Barcelona.

A todos los peregrinos procedentes de Argentina y de los diversos países de América Latina y de España doy con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 12 de diciembre de 1984

La escucha de la palabra de Dios

"El que crea y se bautice se salvará" (Mc 16,16).

"...¿cómo van a creer si no oyen hablar de Él?" (Rm 10,14).

1. También hoy nos referimos a estas dos frases del Nuevo Testamento, para continuar —en conexión con la audiencia anterior— las consideraciones introductorias sobre el tema de la catequesis. El día de Pentecostés, Simón Pedro, al proclamar la verdad sobre Jesús, crucificado y resucitado en virtud del Espíritu Santo, suscitó la fe y preparó para el bautismo a 3.000 personas. Este "kerygma" de Pedro puede considerarse también como una primera catequesis —es decir, instrucción—, en particular como la catequesis de preparación para el bautismo. De este modo, quedaron confirmadas las palabras de Cristo referentes a los que "crean y sean bautizados" (cf. Mc 16,16). Pero simultáneamente se demostró que es condición imprescindible para la fe el anuncio y la escucha de la Palabra de Dios: "... ¿cómo van a creer si no oyen hablar de El?", advierte San Pablo.

76 2. Desde su nacimiento en Jerusalén, el día de Pentecostés, la Iglesia "persevera en oír la enseñanza de los Apóstoles", y esto significa el encuentro recíproco. en la fe, de los que enseñan y de los que son instruidos. Precisamente esto es la catequesis según la palabra griega (Kátekheo). Esta palabra originariamente significaba "llamar desde arriba" (ex alto) o también "producir eco (Kata = arriba, ekheo = sonar, expresar). De ahí se deriva luego el significado de instruir (cuando la vez del que enseña encuentra eco en la voz del alumno, de manera que la respuesta del alumno es como el eco consciente del maestro). Esta última explicación es importante porque indica que una instrucción, como es la catequesis, no tiene lugar de modo solamente unilateral, como lección, sino también como coloquio, mediante preguntas y respuestas.

En este sentido la palabra "catequesis" aparece en muchos puntos del Nuevo Testamento, y luego en las obras de los Padres de la Iglesia. Juntamente con ella aparece también la palabra "catecúmeno", que literalmente quiere decir "el que es instruido" (Katekhoúmenos). En nuestro contexto se trata obviamente del hombre "que es instruido" en las verdades de la fe y en las leyes de una conducta conforme con ella. Ante todo, la palabra "catecúmeno" se refiere a los que se preparan al bautismo de acuerdo con la orientación que Cristo expresó con las palabras: "Creerá y será bautizado". En este espíritu San Agustín describe al catecúmeno católico como aquel que "debe recibir el bautismo" (cf. Contra litteras Petiliani , III, 17,20; PL 43, 357); aquel que "debe ser iniciado" en la fe y en la conducta cristiana con miras al bautismo (cf. De catechizandis rudibus, I, 1: PL 40, 310).

3. Esta precisión (y a la vez también restricción) del concepto de "catecúmeno" —e indirectamente también del concepto de "catequesis"— está vinculada a la praxis de los primeros cristianos. Lo mismo que el día de Pentecostés en Jerusalén, así también en todo el período más antiguo de la historia de la Iglesia, recibían la fe y el bautismo ante todo las personas adultas. Al bautismo precedía una preparación adecuada, que se prolongaba por un período de tiempo bastante largo: normalmente de dos a tres años. Por lo demás, algo parecido ocurre también hoy, especialmente en las tierras de misión, donde la institución del catecumenado sirve para preparar para el bautismo a las personas adultas. Esta preparación consistía, desde el principio, no sólo en la exposición de las verdades de la fe y de los principios de la conducta cristiana, sino también en una introducción gradual de los catecúmenos a la vida de la comunidad eclesial. La catequesis se convertía en la "iniciación", es decir, en la introducción al "mysterium" del bautismo, y luego al conjunto de la vida sacramental, de la que es cumbre y centro la Eucaristía.

Basta leer atentamente el rito del sacramento del bautismo (tanto del bautismo de los adultos como del de los niños), para convencerse de qué profunda y fundamental conversión es signo eficaz este sacramento. El que recibe el bautismo no sólo hace la profesión de fe (según el Símbolo Apostólico), sino que del mismo modo "renuncia a Satanás, y a todas sus obras, y a todas sus seducciones", y por esto mismo se entrega al Dios vivo: el bautismo es la primera y fundamental consagración de la persona humana, mediante la cual se entrega al Padre en Jesucristo, con la fuerza del Espíritu Santo que actúa en este sacramento ("el nacimiento del agua y del Espíritu": cf.
Jn 3,5). San Pablo ve en la inmersión en el agua del bautismo, el signo de la inmersión en la muerte redentora de Cristo, para tener parte en la nueva vida sobrenatural, que se manifestó en la resurrección de Cristo (cf. Rm 6,3-5).

4. Todo esto testimonia la intensidad y profundidad de la catequesis, que desde los primeros siglos de la Iglesia iba unida, por medio de la institución del catecumenado, a la administración del bautismo y a la admisión a la Eucaristía y a toda la vida sacramental. Esa intensidad y profundidad debían reflejarse de modo claro en el conjunto del servicio catequístico. Efectivamente, la Iglesia constantemente "perseveraba en oír la enseñanza de los Apóstoles", y la catequesis como expresión fundamental de ese "perseverar en oír", se prolongaba naturalmente también más allá de la institución del catecumenado, con el propósito de ofrecer a los fieles un conocimiento cada vez más profundo y sabroso del misterio de Cristo.

Saludos

Deseo presentar un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española. En particular al grupo de Carmelitanas Misioneras que hacen su año de renovación espiritual. Sed siempre fieles a vuestra vocación. Saludo igualmente a la Comisión de Oficiales del Ejército de Venezuela.

A todos los peregrinos procedentes de España y de los diversos países de América Latina doy con afecto mi bendición apostólica.






Audiencias 1984 68