Discursos 1984 6

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DE LAS COMISIONES INTERNACIONALES


SOBRE EL DESARROLLO Y EL DESARME


Sábado 21 de enero de 1984



Queridos amigos:

1. Es un placer para mí dar hoy la bienvenida a los miembros de la Comisión Independiente sobre el Desarrollo Internacional, bajo la presidencia del señor Willy Brandt y de la Comisión Independiente sobre el Desarme y Seguridad, presidida por el señor Olof Palme. Ambas Comisiones han reunido expertos y dirigentes de todo el mundo, con una experiencia impresionante en diversos campos, con el fin de estudiar algunos de los mayores problemas de la civilización contemporánea.

Vuestras dos Comisiones han examinado cuestiones que se relacionan con muchos de los importantes desafíos que debe afrontar la humanidad al final de este milenio. El hecho de que os hayáis reunido aquí en Roma me brinda una oportunidad para subrayar de nuevo la unión intrínseca que existe entre las dos series de problemas que cada Comisión ha afrontado y entre las soluciones de las cuestiones Norte-Sur y de los problemas existentes en el contexto Este-Oeste.

En diversas ocasiones, especialmente en mi Mensaje con ocasión de la Jornada mundial de la Paz de este año, y en mi alocución al Cuerpo Diplomático, he llamado la atención de los dirigentes mundiales y de los hombres de toda condición sobre la interrelación de estas dos grandes cuestiones.

2. Cualquier esfuerzo por establecer un orden internacional más justo y fraterno debe tener en cuenta la realidad del mundo actual. Hoy los desafíos y los problemas que afectan a los hombres en todas partes trascienden las fronteras nacionales, e incluso regionales. Los dirigentes de las naciones ya no pueden confeccionar su programa político aisladamente, con la mirada únicamente puesta en sus propios intereses nacionales. Las decisiones tomadas para el bien de el país o región en la esfera económica, social y política, afectan necesariamente a otros pueblos, naciones y regiones. Si hoy “la cuestión social ha tomado una dimensión mundial” (Populorum progressio, 3), quiere decir que los programas de naciones y regiones deben nacer de una atención consciente a ese hecho y procurar calcular, desde el principio, el impacto que tales proyectos tendrán en los pueblos y naciones directa e indirectamente afectados. Está fuera de toda duda que los medios y el talento están al alcance de la mano; es hay tarea de los dirigentes utilizarlos y mostrar a sus pueblos cómo esta visión de conjunto proyectada al exterior es, en última instancia, la mejor garantía para ellos mismos y para los otros pueblos del mundo.

Hay factores muy complejos de tipo técnico, científico, social y político que deben ser afrontados, cada uno con su importancia específica, si queremos que la situación del mundo actual mejore. Podríamos engañarnos pensando que la aplicación de una simple fórmula universal remediaría la situación y restauraría un orden mundial de justicia, fraternidad y paz. Las respuestas a los problemas deben ser elaboradas cuidadosamente y puestas en práctica con paciencia. Deben ser examinadas y contrastadas para asegurarse que responden a las necesidades y son de verdad soluciones adecuadas. Una tarea así exige lo mejor de un amplio equipo de expertos que trabajan unidos por el bien común. Esto significaría corregir, donde sea necesario los sistemas o incluso crear nuevas estructuras allí donde se vea su necesidad.

3. De todos modos, existe todavía un aspecto más profundo que no puede ser ignorado. Hay exigencias íntimas en cada una de estas iniciativas a las que se debe atender, y sobre las que quisiera llamar vuestra atención hoy. Esto es lo que quise decir cuando afirmé en el Mensaje para la Jornada mundial de la Paz de este año: “La importancia que tiene la humanidad para resolver las tensiones, revela que los obstáculos o por el contrario, las esperanzas, provienen de algo más profundo que los mismos sistemas” (Nb 1). Ningún sistema es capaz de satisfacer todos los anhelos del corazón humano. Todo sistema está sometido a crecer y menguar, porque está sujeto a las aspiraciones de los seres humanos que los controlan. Por esta razón, es importantísimo se conozcan por parte de todos que las estructuras que se intenta corregir o crear deben ser capaces de acrecentar la libertad y dignidad de los individuos y pueblos a los que atañen.

Esto significa que un hombre nunca puede ser reducido a un objeto o a una realidad unidimensional, como “homo economicus” u “homo faber”. Igualmente significa que el hombre debe mantenerse en el centro de cualquier proyecto, a fin de que las estructuras que construyamos o reformemos permitan una mayor libertad y dignidad a toda persona afectada por la institución. En ello está implícita la visión del hombre como transcendente y transcendiendo, desarrollándose a sí mismo mediante un crecimiento que le saca de sí mismo, realizando su propio potencial a través de la participación en la comunidad con sus hermanos y hermanas, y, en último término mediante la profundización de su relación con Dios, que es el Padre de todos nosotros y fuente última de la vida y dignidad de toda persona.

Si los dirigentes y legisladores de nuestras sociedades al final de este milenio tienen presente esta imagen de todo hombre en su plena potencialidad, entonces grupos como los vuestros tendrán una mayor posibilidad de contribuir a una distribución justa de los recursos de la tierra, en una comunidad de naciones que habrá aprendido a vivir en armonía y paz. Con este noble fin encomiendo vuestros esfuerzos, y ofrezco la seguridad de mis oraciones por su éxito.








A LOS OBISPOS DE COSTA RICA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


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Jueves, 26 de enero de 1984



Queridos Hermanos en el episcopado,

1. A sólo meses de mi viaje apostólico a América Central y de mi inolvidable permanencia en Costa Rica, siento profunda alegría al acogeros hoy fraternalmente en esta Roma de Pedro y Pablo, a la que habéis venido para realizar vuestra visita “ad Limina”.

¿Cómo no recordar en este instante mi gratísimo encuentro con aquellas entusiastas multitudes costarricenses en el Parque Metropolitano de La Sabana, y con la infancia que sufre, en el Hospital Nacional de Niños? Inolvidable también mi encuentro con las almas consagradas en la Catedral Metropolitana, con los miles de jóvenes que me acogieron en el Estadio Nacional, así como con los Jueces de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y con las Autoridades Supremas de vuestra nación. No olvido estos y otros momentos, cuyo recuerdo sigue muy vivo.

Por eso os pido desde ahora que llevéis a todos vuestros compatriotas mi cordial saludo; sed portadores también de mi bendición y decidles que el Papa no los olvida y eleva a Dios sus plegarias, para que la fe ilumine cada paso de su peregrinación terrena, para que el amor los haga ser y sentirse siempre hermanos, y para que la paz prevalezca siempre de uno a otro confín de vuestra Patria.

Reunidos en torno al Sucesor de Pedro, sobre quien Cristo edificó su Iglesia y a quien encomendó la misión de confirmar a sus hermanos, sé que esperáis una palabra mía sobre la vida eclesial en vuestras diócesis, que en fraterna comunión conmigo apacentáis en nombre de Cristo, con la preciosa colaboración de vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos en el apostolado.

2. El primer tema sobre el que deseo reflexionar con vosotros es el de las vocaciones. Compartiendo la preocupación de los Episcopados de América Latina ante la crónica escasez de vocaciones, he insistido con frecuencia en que hay que esforzarse para que toda comunidad eclesial suscite sus propias vocaciones, incluso como señal de su vitalidad y madurez.

Con vosotros, amados Obispos de Costa Rica, doy gracias a Dios por las numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas con las que está bendiciendo la plegaria que por ellas elevan tantas almas escogidas, y debidas también a la generosa labor de quienes se dedican a la pastoral vocacional. Sé con gran alegría que el Seminario Central de San José ha estado totalmente lleno durante los últimos años y que para el nuevo curso más de 100 jóvenes, debidamente seleccionados, han mostrado voluntad de ingresar en el Seminario Mayor.

Pero me duele mucho que por falta absoluta de espacio, casi la mitad de ellos no puedan ser admitidos. Os insto pues en nombre de la Iglesia a buscar soluciones apropiadas, para que no se malogren esas valiosas vocaciones. No hay que ahorrar esfuerzos, de modo que esos jóvenes, una vez preparados convenientemente al sacerdocio, puedan servir en otras diócesis del País, de Centroamérica, o del continente americano donde escaseen los obreros evangélicos. Una adecuada distribución del clero es un verdadero deber eclesial al que no podéis sustraeros, incluso dentro de vuestras fronteras.

Velad asimismo con diligencia, para que la formación sacerdotal que se imparta, tanto en el Seminario Central como en el Instituto Teológico de América Central Intercongregacional, donde se forma el clero religioso, se ajuste en todo al Magisterio de la Iglesia y a las normas emanadas de la Santa Sede y de vuestra Conferencia Episcopal. Buscad, a tal fin, la colaboración sincera de las Familias religiosas.

Quiero en este sentido expresaros mi profunda complacencia por la esmerada formación que desde hace algunos años vais dando, tanto aquí en Roma como en otros lugares, a los sacerdotes a quienes tenéis confiada la grave responsabilidad de preparar las nuevas generaciones sacerdotales. Pido a Dios que os ayude para ir siempre adelante con esta valiosa iniciativa.

8 Y por vuestro medio deseo hacer llegar mi aliento y gratitud a los queridos formadores del Seminario Central, a las religiosas y a cuantos generosamente consagran su vida a garantizar la buena marcha de tan importante institución eclesial. Dios bendiga igualmente a cuantos, con encomiable espíritu, trabajan por la promoción de las vocaciones diocesanas y religiosas, a los organismos internacionales de ayuda y a cuantos sostienen la labor de formación de los futuros ministros de la Iglesia.

3. Mi atención se dirige también al importantísimo campo de la familia. En efecto, en su designio providencial Dios quiso hacer de la familia el primer “mundo” del hombre, el ambiente más propicio para que él nazca, crezca y busque su pleno desarrollo. Tanto vale la familia que cuando el Hijo, Verbo del Padre, asume nuestra naturaleza humana, lo hace en el seno de la Sagrada Familia. El más reciente Concilio llama al núcleo familiar “Iglesia doméstica” (Lumen Gentium
LG 11), mientras Medellín resume el papel de la familia en ser “formadora de personas, educadora de la fe y promotora del desarrollo” (Cf. Documento sobre la Familia y Demografía, Medellín). Puebla, por su parte, afirma que la familia es fruto de “una alianza de personas a la que se llega por vocación amorosa del Padre” (Puebla, 582). Por ello yo mismo dije que “Dios, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia” (Ioannis Pauli PP. II, Homilia ad Missam in urbe «Puebla» habita, 2, die 28 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II (1979) 182).

Sé que hasta ahora el pueblo costarricense ha tenido siempre profunda estima por la familia cimentada en el sacramento del matrimonio. Pero sé también de los graves peligros que la vienen amenazando en tiempos más recientes, como el aumento de las uniones libres o familias incompletas, el creciente número de divorcios, las sistemáticas campañas antinatalistas, los tímidos pero bien calculados intentos de adormecer las conciencias, para que acepten el aborto o proyectos de ley encaminados a justificar la esterilización en condiciones que resultan inadmisibles para la Iglesia y para la conciencia cristiana.

Corresponde a vosotros, como Pastores, hacer comprender a todos el valor inmenso que para la Iglesia y la sociedad representa la familia, y defenderla con valentía - como sé estáis haciendo - frente a cuanto debilite o amenace sus valores fundamentales.

Velad diligentemente para que por medio de la catequesis, la enseñanza religiosa, los cursos prematrimoniales, la literatura apropiada y la acción desplegada a través de los medios de comunicación social, se mantenga o recobre la estima y aprecio por la familia cristiana.

Mucho ha de contribuir también a este importante objetivo la pastoral familiar llevada a cabo por vuestros sacerdotes y por los movimientos de apostolado familiar, a los que gustosamente expreso mi apoyo y gratitud, alentándolos a continuar sin desmayo en tan fecunda tarea.

4. La juventud, porción mayoritaria del continente latinoamericano, y que adquiere cada vez mayor importancia en la vida y misión de la Iglesia, es otro campo de opción prioritaria en la tarea apostólica.

El llamado de Puebla a la evangelización presente y futura de América Latina, continente de la esperanza del cual formáis parte, requiere la acción evangelizadora de los jóvenes, sobre todo entre los de su misma edad y condición.

Procurad, pues, que a ellos se imparta una sólida formación cristiana en las instituciones educativas —desde la escuela hasta la universidad— a donde concurren. Que sean tomados muy en cuenta a la hora de elaborar y ejecutar los planes pastorales de conjunto y en cada diócesis, y que los movimientos apostólicos juveniles cuenten con suficientes y bien cualificados asesores, imbuidos de pleno espíritu eclesial.

El compromiso por la justicia adquiere una dramática urgencia dentro de la actual coyuntura de Centroamérica y se convierte para aquellos sufridos pueblos en signo de credibilidad de la Iglesia. Por ello es de vital importancia que a su defensa y promoción se incorporen también los jóvenes cristianos, con criterios inequívocamente evangélicos, tal como son recogidos en la Doctrina social de la Iglesia. Podrán así defenderse de la fascinación de las ideologías, a las cuales, como ya manifesté en Puebla, el cristiano no tiene necesidad de recurrir para “amar, defender y colaborar en la liberación del hombre” (Ioannis Pauli PP. II, Allocutio in aperiendum IIIum Coetum Generalem Episcoporum Ameriace Latinae , III, III 2,0, die 28 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 203).

Preocupados también con toda la Iglesia por el grave deterioro personal y social que para la juventud representa la pérdida de los valores morales, llamados insistentemente a la integridad de vida, a la moralidad en sus costumbres y a hacer de Cristo, el eternamente joven, su más perfecto modelo. El será quien les dará fuerzas y entusiasmo para “renovar las culturas que, de otra manera, envejecerían” (Puebla, 1169).

9 5. Otro punto de no poco interés en vuestro servicio eclesial es el que se refiere a la opción por los pobres. En efecto, desde el principio la Iglesia se ha preocupado por los pobres desde una doble perspectiva: la del amor y la de la justicia.

Por amor a los pobres, los apóstoles ordenaron ya a los diáconos (Cf. Act
Ac 6,1-7), para que atendieran solícitamente las necesidades de aquellos. Desde entonces, y siguiendo su ejemplo, millones de hijos e hijas de la Iglesia han consagrado su vida a cuidar de los huérfanos y las viudas, de los enfermos y ancianos, de los abandonados, de los encarcelados, refugiados, de los que necesitaban instrucción humana y religiosa, de cuantos son en el mundo imagen de Cristo que sufre.

Por sentido de justicia, la Iglesia ha denunciado y denuncia la explotación o atropello del hombre, imagen de Dios; y mediante su llamado universal a la conversión y la reconciliación trata de forjar, en cuanto puede, un mundo más justo, fraterno y humano para todos. Ella es consciente de que la preocupación por los pobres es un aspecto esencial de la misión de la Iglesia, por lo que nadie puede eximirse de tal responsabilidad sin faltar a su deber.

¿Por qué, pues, la solicitud por los pobres provoca a veces tensiones entre cristianos, lesionando hasta gravemente la unidad y comunión eclesial? Motivaciones diversas para actuar en favor del pobre son las que explican ese lamentable y peligroso fenómeno. Porque mientras unos quieren hacerlo movidos a veces por razones de equívoca implicación política y hasta ideológica, otros lo hacen partiendo del ejemplo y la enseñanza de Jesús, iluminados por la Doctrina social de la Iglesia, para dar soluciones concretas a los problemas y necesidades de las personas, grupos y sectores menos favorecidos.

Por parte vuestra, instad a vuestros sacerdotes, religiosos y laicos a comprometerse de esta manera evangélica y eclesial con los pobres. Será así como el amor de Cristo se hará vivo y operante entre ellos; y la común solicitud por los desprotegidos, lejos de debilitar la unidad eclesial, la fortalecerá cada vez más.

No es superfluo insistir nuevamente en que la opción por los pobres es una opción preferencial, no exclusiva ni excluyente, ya que la Iglesia, consciente de que Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tm 2,4), no puede excluir de su solicitud a ninguno de sus hijos ni a ninguno de los hombres.

6. En esa perspectiva queda abierto un amplio campo a la acción de vuestros mejores laicos. Os aliento, por ello, a incorporarlos cada vez más a la estimulante tarea de la evangelización integral. A ellos principalmente corresponde transformar las estructuras temporales según el plan de Dios, imbuir de espíritu evangélico la conducción política global de la sociedad e inyectar en las venas del mundo la savia vital del Evangelio.

Vuestros sacerdotes han de suscitar esa colaboración de los fieles, formando esmeradamente sus conciencias, alentando sus esfuerzos y nutriéndolos con el Pan de Vida, la Eucaristía. La vitalidad nueva que ello comunicará a sus parroquias, irradiándose a toda la diócesis, será la mejor recompensa a sus esfuerzos.

Que todos los movimientos apostólicos laicales de vuestras diócesis, —en particular los delegados de la palabra y catequistas en algunas de ellas—, cuya entrega conozco y bendigo, encuentren siempre en los ministros sagrados aliento y orientación. Será la mejor manera de agradecer al Señor los diversos carismas que, por la acción de su Espíritu y para edificación del Pueblo de Dios, concede hoy y siempre a su Iglesia.

7. Queridos Hermanos: Antes de concluir, deseo poner de relieve, con verdadera satisfacción, el amor a la paz tan arraigado en vuestro pueblo, y que lo ha llevado a privarse constitucionalmente de la existencia del ejército como institución permanente en el País. Muy significativa es también la decisión de Costa Rica de mantenerse neutral frente a los graves conflictos existentes en el área centroamericana.

Quiera Dios que el hermoso ejemplo de vuestra pacífica nación contribuya a que la paz, supremo anhelo de los queridos pueblos centroamericanos, venga a hacer realidad las profundas aspiraciones de tantos que hoy sufren, como víctimas inocentes, los horrores de la guerra, del odio y de la violencia.

10 A la Virgen María, Reina de los Ángeles, Patrona de vuestra Patria, encomiendo esta intención junto con todos vuestros desvelos y esperanzas pastorales, mientras a vosotros, a las Autoridades y a todos vuestros diocesanos imparto con afecto mi Bendición Apostólica.










CON MOTIVO DEL JUBILEO


DE LOS CENTROS CATÓLICOS DE ENSEÑANZA DE ITALIA


Sábado 28 de enero de 1984



Queridos hermanos y hermanas:

1. Antes de nada quiero daros una bienvenida cordial y expresaros mi viva complacencia por este encuentro con vosotros que representáis a una parte muy significativa del mundo de la escuela católica.

Entre vosotros se da gran variedad de personas y condiciones de vida: chicos, jóvenes y adultos; padres y profesores, laicos y religiosos, y sin embargo todos unidos para formar una gran familia que se propone un mismo objetivo: la educación del hombre a la luz de Cristo Maestro.

Reunidos aquí todos juntos, sois un ejemplo concreto de la riqueza humana propia de la realidad educativa eclesial que queréis desarrollar y perfeccionar continuamente: con vuestras personas representáis la "identidad" de la escuela católica.

Mi saludo afectuoso y agradecido quiere llegar a todos y cada uno.

2. Sabéis bien que siempre ha existido relación íntima entre la Iglesia y el mundo de la enseñanza. Ya desde los primeros siglos del cristianismo vemos lo mucho que se interesan los obispos y las grandes instituciones religiosas y monásticas por la difusión de la cultura y por fomentar la fundación de escuelas de distintos tipos. Siguen siendo famosas, por ejemplo, las escuelas de teología del Medioevo, que han contribuido poderosamente a construir la cultura de la Europa cristiana.

Y, ¿por qué este gran interés de la Iglesia por la escuela? ¿Por qué ha vinculado la Iglesia siempre su misma supervivencia de Iglesia a la realidad de la escuela?

Es claro el motivo: para ser fiel al ejemplo de Cristo Señor y cumplir su mandato de "enseñar" a todas las naciones (cf. Mt Mt 28,19). Expuse ya este tema en mi Exhortación Apostólica "Catechesi tradendae".

La escuela es un instrumento esencial para difundir y enraizar la fe, extender el cristianismo y el Reino de Dios. Por ello, la escuela es cuestión vital para la Iglesia. La Iglesia no puede vivir sin enseñar, sin utilizar el método de la escuela.

11 Ciertamente, como tal la escuela no tiene una finalidad sobrenatural sino natural: educar al hombre a las virtudes intelectuales y morales, guiar al hombre a su perfección de hombre.

Por otra parte, la "enseñanza" que propone Cristo tiene objetivos mucho más altos que construir un mero humanismo; ciertamente se trata de guiar al hombre a su plenitud, pero también y sobre todo a hacer de él un "hijo de Dios", "movido por el Espíritu", "partícipe de la naturaleza divina" y heredero de la vida eterna.

En consecuencia, la enseñanza cristiana es esencialmente "evangelización" y "catequesis". Pero al mismo tiempo la Iglesia quiere y debe hacerse siempre promotora de cultura y educación del hombre. También esto entra en el mandato que ha recibido de Cristo. La Iglesia no puede desunir el anuncio del Evangelio de una obra generosa de elevar y educar al hombre. Por ello la escuela es uno de los indispensables "caminos de la Iglesia" incluso en cuanto realidad meramente humana y cultural. De esta verdad la comunidad eclesial ha tomado aún mayor conciencia los años siguientes al Concilio Vaticano II y, por lo mismo pide a las familias religiosas, nuevo interés por este campo privilegiado de apostolado y, al laicado, una participación más activa y responsable.

La escuela católica no es otra cosa sino la institución eclesial en la que y por la que la Iglesia educando al hombre lo lleva a Cristo, porque lo educa inspirándose en los principios del Evangelio.

3. La escuela católica es al mismo tiempo una realidad eclesial y un elemento de la sociedad civil. Jamás debe perder de vista esta doble dimensión suya. En cuanto realidad eclesial da testimonio de Cristo al mundo. En cuanto parte con pleno derecho de la sociedad civil, debe emplearse ejemplarmente en el servicio del hombre, de la cultura y del bien común, sin privilegios pero consciente también de sus plenos derechos.

Esta doble dimensión —espiritual y temporal a la vez— de la escuela católica la constituye en un campo privilegiado para una profunda colaboración entre laicos católicos e instituciones religiosas, como ya sucede realmente. Pero la conciencia de estar así compuesta debe ser siempre fuerte, no para crear oposición o competencia, sino por el contrario para una mayor complementariedad recíproca sobre la base de los carismas y deberes propios de cada uno.

Dicha realidad de la escuela católica tiene también otro significado y es que todo el Pueblo de Dios, no sólo los obispos y Pastores de almas. sino todos sus elementos, religiosos y laicos, según las fuerzas propias de cada uno, deben sentirse copartícipes y corresponsables de la promoción y —si fuera necesario— de la defensa de la escuela católica. En este campo es menester una fuerte comprensión y solidaridad recíprocas tanto a nivel moral como material. Ni dificultades (que no pueden faltar) ni tentaciones de encontrar formas de testimonio nuevas y más modernas, deben inducir a abandonar un instrumento de evangelización y promoción humana tan experimentado. Por el contrario, se deben intensificar los esfuerzos para que a la obra educativa se destinen a las personas más idóneas y preparadas. Es éste uno de los modos principales con los que la escuela podrá gozar de todo el prestigio que merece en una sociedad democrática y desempeñar su tarea eclesial con plena libertad y credibilidad.

4. Amados hermanos y hermanas: Hoy es la fiesta de Santo Tomás de Aquino, Patrono de la Escuela Católica.

Este gran doctor cuyas enseñanzas han alabado y recomendado muchas veces mis predecesores, también hoy intercede por la escuela católica y es ejemplo para todos sus miembros.

En la vida y doctrina de Tomás, encontraréis muchas pautas para hacer realidad la doble dimensión de que he hablado: servicio al hombre y a la sociedad y, también, promoción de la fe y del Reino de Dios. Encontraréis el modelo de discípulo y de profesor católico: un cristiano que hace del cumplimiento concienzudo, de los deberes de su estado un "camino" de la Iglesia, es decir, un camino de la misericordia divina hacia el mundo. Siempre acertó Tomás a hacer de la escuela un medio del encuentro de Cristo con el hombre que busca la verdad y la salvación. Con San Agustín pensaba Santo Tomás que la mayor obra de misericordia consiste en guiar al hermano desde las tinieblas de la ignorancia a la luz de la verdad en la que reside el fundamento de la dignidad y libertad del hombre.

5. Pero, ¿dónde encontraba Santo Tomás la fuente de esta síntesis entre fe y cultura, entre tarea eclesial y servicio a la sociedad? La encontraba en la profunda unidad que supo crear en su espíritu entre la actividad del estudio y la búsqueda de la santidad. Si es verdad que la vida del hombre se revela en su actitud al aproximarse la muerte, entonces debemos decir que toda el alma y la elevada enseñanza de Tomás se concentran en las palabras sencillas y fervorosas que dijo en tal circunstancia cuando le llevaron el viático: "Te recibo, precio de la redención de mi alma, te recibo, viático de mi peregrinación, por tu amor he estudiado, velado y trabajado. Te he predicado y enseñado; nunca he dicho nada contra ti. Y si por casualidad lo hubiera dicho, lo hice con buena intención, no estoy apegado a mi juicio. Si acaso he dicho algo menos recto sobre éste y los otros sacramentos, me someto completamente a la corrección de la Santa Iglesia Romana, dentro de cuya obediencia salgo ahora de esta vida".

12 6. Queridos hermanos y hermanas: Deseo que también vosotros sigáis las huellas de estos ejemplos.

Vosotros, alumnos, abriéndoos a la verdad y dejándoos conducir a donde ésta os lleve: es decir, a Cristo, verdad y salvación;

vosotros, profesores laicos, dedicando vuestro afán educador a formar personas abiertas al uso de la razón y al don de la Revelación;

vosotros, profesores religiosos, haciendo que vuestra enseñanza sea sobre todo transmisión de un testimonio de unión con Cristo, reconciliación con Dios y con los hermanos, y búsqueda de la santidad;

vosotros, padres, sintiendo profundamente la belleza y responsabilidad de vuestra paternidad y maternidad respecto de vuestros hijos, y con conciencia de los derechos y deberes que ello implica dentro de la comunidad educativa.

El Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad y sabiduría, y la Virgen Santísima, sede de la Sabiduría, sean luz y fuerza en vuestro camino al encuentro de Cristo y de los hermanos.

Con mi afectuosa y paterna bendición.







                                                                                       Febrero de 1984


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA SELECCIÓN NACIONAL DE MÉXICO

DE FÚTBOL SOCCER


Viernes 3 de febrero de 1984



Amadísimos futbolistas mexicanos:

Me es grato recibir a la Selección Nacional de México de Fútbol Soccer, venida a Roma para tener una competición amistosa con la Selección Italiana. Os saludo cordialmente, queridos jóvenes, así como a vuestros acompañantes, enviando también mi saludo a todos los atletas mexicanos.

13 Este encuentro con vosotros me ofrece la ocasión de manifestaros mi aprecio por los aspectos sociales y morales, que las competiciones deportivas significan para las relaciones interpersonales y los encuentros internacionales, destinados a promover lazos de amistad y de convivencia pacífica entre pueblos de distinto origen, lengua, cultura y religión. Como bien nos enseña el Concilio Vaticano II: “Los ejercicios y manifestaciones deportivas . . . ayudan a conservar el equilibrio espiritual, incluso de la comunidad, y a establecer relaciones fraternas entre hombres de todas las clases, naciones y razas”( Gaudium et Spes GS 61).

Vuestro empeño, tan noble y ennoblecedor, no debe limitarse únicamente al éxito deportivo, sino que debe ser ocasión ineludible para practicar las virtudes humanas y cristianas de solidaridad, lealtad, buen comportamiento y respeto a los demás, a los que hay que ver como competidores y no como meros adversarios o rivales.

Antes de despedirme de vosotros, quiero recordaros la consigna que San Pablo daba a los fieles de Corinto, en Grecia, la patria del deporte: “Glorificad a Dios en vuestro cuerpo” (1Co 6,20). Que de este modo, junto a vuestros éxitos deportivos, pueda manifestarse también vuestra madurez de hombres y de creyentes.

Con estos vivos sentimientos, os renuevo mi estima y afecto, impartiéndoos mi Bendición Apostólica, que hago extensiva a vuestras familias y a la querida y recordada Nación mexicana.






A LOS OBISPOS DE EL SALVADOR


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 24 de febrero de 1984



Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Al recibiros conjuntamente al final de vuestra visita “ad limina Apostolorum” quiero acogeros con afecto del todo particular, porque sois los Pastores de una grey que desde hace años está sufriendo de manera tan intensa y dramática. ¡Cómo quisiera, por ello, que fueran una realidad inmediata las palabras de saludo que tomo de San Pablo, con las que os deseo “la gracia, la misericordia y la paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Salvador” (2Tm 1,2)!

Vuestra presencia me trae el gratísimo recuerdo de mi visita pastoral a vuestra patria —hace poco menos de un año—, de la calurosa acogida del pueblo salvadoreño y del fervor con que —a pesar de la situación excepcional que vivía— participó en la Eucaristía celebrada por la reconciliación y la paz en el Metro Centro de San Salvador. Quise —como os dije en tal ocasión— anunciaros el designio de Dios que “no revela la dialéctica del enfrentamiento, sino la del amor que todo lo hace nuevo”, llamando a todos a ser artesanos de la paz y de una reconciliación “capaz de hermanar a cuantos hoy están separados por muros políticos, sociales, económicos e ideológicos” (Homilía en «Metro Centro» 6 de marzo de 1983).

Por desgracia, no han cesado en los últimos meses los motivos de preocupación. A pesar de los esfuerzos realizados, continúan las muertes, los atentados, los desplazamientos de millares de salvadoreños en busca de un remanso de paz, donde poder trabajar honestamente y ofrecer a sus familias un futuro mejor.

Sigo con inmensa pena los dolorosos acontecimientos de vuestra patria y pido al Señor que, con la concordia entre todos los salvadoreños, llegue pronto el día en que cese la violencia, cese el derramamiento de sangre y se logre una paz estable y duradera, fruto de una improrrogable justicia, que permita emprender las inmensas tareas de reconstrucción y desarrollo que vuestro pueblo está pidiendo con todo derecho y con la voz de la angustia.

En medio de una situación dramática, que tantos sufrimientos y lágrimas está costando a un pueblo digno y bueno, me conforta lo que vosotros mismos me habéis dicho: que la reflexión sobre la paz y reconciliación que hicimos juntos el año pasado, unida a vuestro renovado empeño pastoral y el de vuestros sacerdotes y colaboradores, así como a la maduración que en muchas personas produce el sufrimiento, está suscitando nuevas energías morales y un más profundo recurso a la fe. Todo lo cual va conduciendo a un lento pero apreciable renacimiento espiritual.


Discursos 1984 6