Discursos 1984 14

14 Me alegra tal testimonio y pido a Dios que este proceso fructifique cada vez más abundantemente en todas las esferas de la vida social, en bien del querido pueblo salvadoreño.

También me alegra saber que la obra de paz y reconciliación que vosotros Pastores, secundados por los otros agentes de la pastoral y organismos eclesiales, estáis promoviendo, es una segura esperanza, quizá la más consistente, en el camino hacia la mejoría de la situación por la que atraviesa vuestro País. Quiero animaros a continuar esa obra con renovada ilusión, teniendo bien presente que dicha labor será tanto más eficaz cuanto mayor sea la unidad entre vosotros mismos y entre las diversas fuerzas eclesiales. De modo especial os aliento en esa tarea durante este Año Santo de la Redención, tratando de mantener a la vez un diálogo constructor con todas las fuerzas sociales.

2. Y ahora permitidme que llame vuestra atención sobre algunos temas cruciales, que tocan muy de cerca vuestra realidad social y las necesidades de vuestras comunidades eclesiales. Quiero referirme ante todo al tema de la familia, que he puesto en el centro de mis preocupaciones pastorales con la celebración del Sínodo de los Obispos de 1980 y con la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”, así como con otras intervenciones e iniciativas.

La promoción de la familia, la salvaguardia de sus valores, la armonía entre los cónyuges y la serena presencia de los hijos, constituyen la base de una convivencia enriquecedora, que a su vez repercute en una conducta social ordenada e influye positivamente en toda la vida de la comunidad (cf. Gaudium et Spes
GS 4 Gaudium et Spes GS 7). Por el contrario, la inestabilidad familiar, con toda la secuela de consecuencias morales y sociales, favorece la disgregación, las tensiones generacionales, la insatisfacción y la rebeldía, que engendran a su vez comportamientos violentos e injustos.

En la gran tarea de reconciliación y pacificación de la nación no se puede olvidar esa célula fundamental de la sociedad que es la familia (cf. Ibid. 52). Con la predicación de la doctrina católica sobre el matrimonio; con la pastoral familiar, que busca la buena preparación de los jóvenes al matrimonio, que favorece la educación de los hijos y crea puentes entre las familias para una ayuda mutua espiritual y material, la Iglesia construye y promociona también la sociedad; especialmente en los países donde las leyes civiles no salvaguardan y reconocen elementos esenciales del orden natural, que corresponde al proyecto del Creador acerca de la familia y del matrimonio.

3. Las comunidades eclesiales, los movimientos apostólicos, especialmente los de carácter familiar, pueden ofrecer una amplia colaboración en la actividad de la Iglesia (Familiaris Consortio FC 40 FC 45 FC 75), de manera que sean los mismos laicos los que se conviertan en evangelizadores y promotores de un servicio a la familia en vastos campos de la pastoral del matrimonio: la preparación humana, ética y espiritual al sacramento del matrimonio; la ayuda personal a las parejas que están en dificultad, para que puedan superar las normales crisis de crecimiento; la preocupación por acercar a la vida de la Iglesia a aquellos que viven de manera irregular y que hay que conducir al matrimonio canónico; la ayuda en la educación de los hijos; la adopción de niños que han quedado sin padres; la promoción de una auténtica y gozosa espiritualidad familiar, que tanto influye para que la misma Iglesia adquiera la dimensión de lo que es a los ojos de Dios: la familia del Señor.

4. Desde esta perspectiva, eminentemente positiva, se podrán aliviar indirectamente los graves problemas que hoy atraviesan muchas familias en El Salvador, a causa de los recientes acontecimientos; especialmente los de aquellos que han perdido alguno de sus miembros, que han quedado divididas, desplazadas, desmoralizadas, sin casa, sin trabajo ni recursos, a veces sin esperanza en un futuro mejor.

En el diálogo constructivo que los mismos matrimonios sean capaces de entablar, con la guía de la enseñanza de la Iglesia y el respaldo de la propia conducta positiva, se podrán abordar esos temas delicados e insoslayables de la educación a la castidad matrimonial, de la integración afectiva de los cónyuges, del encuentro espiritual de las personas, de la oración comunitaria en familia, que son la base de una conducta moral cristiana; y que hacen del matrimonio y de la familia un camino de santidad, accesible a todos los que viven con fidelidad su propia vocación en la Iglesia.

Del ejemplo positivo de las familias cristianas cabe esperar un auténtico movimiento de renovación humana y espiritual que pueda afectar a todo el pueblo de El Salvador; especialmente a los jóvenes y a los niños, crecidos en las difíciles circunstancias de los últimos años, y que son la esperanza de la Iglesia y de la patria salvadoreña para un futuro mejor.

5. Pensando ante todo en los jóvenes y niños, no puedo menos de referirme a otro importante tema de la pastoral de la Iglesia, que afecta también a los adultos: la catequesis.

Sé que vuestras comunidades cuentan con un creciente número de catequistas, entre los que cabe recordar a muchos jóvenes, ilusionados en ser evangelizadores de sus mismos compañeros y compañeras. Son muchos los que en vuestro país han encontrado a Jesús a través de la catequesis bíblica y de los movimientos de espiritualidad, y ahora quieren poner sus energías al servicio del Evangelio. Esos catequistas pueden ser - y son de hecho - preciosos colaboradores, capaces de acercarse a las personas de toda clase y condición, a jóvenes y adultos, a los que trabajan y a los que estudian.

15 La tarea de preparar catequistas que posean la doctrina auténtica del Evangelio y sepan transmitirla, ha de ser un objetivo prioritario en los planes orgánicos de una pastoral que mira al futuro y que busca llevar a todos el mensaje de Jesús, el Redentor del hombre (cf. Catechesi Tradendae, 62ss.). Esta tarea es además urgente en vuestras diócesis, por la peligrosa infiltración de ciertos grupos de muy dudosa inspiración religiosa, que tratan de arrancar del seno de la Iglesia católica a muchos de sus hijos, sobre todo si su fe carece de sólidos cimientos doctrinales.

De esta vitalidad de la catequesis, el Papa espera que la vida de la Iglesia en El Salvador y la conducta de todos los cristianos estén impregnadas de esos sentimientos evangélicos de perdón, de ayuda mutua, de amor constructivo, de solidaridad, que forman el núcleo esencial del Evangelio de Jesucristo.

6. No puedo terminar estas reflexiones sin poner de relieve una realidad que me llena de gozo: el esperanzador aumento de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa.

Toda gracia del Señor lleva consigo una responsabilidad. En este caso la gracia de la vocación, la llamada de Jesús a seguirle y a servir la causa del Evangelio, requiere de todos aquellos que han dado el paso generoso para prepararse al sacerdocio, una fidelidad absoluta a las exigencias de esta vocación y un empeño por adquirir la formación doctrinal, espiritual y humana que la Iglesia pide y el pueblo fiel espera.

Pero esta gracia exige también una vigilante atención en la selección de los formadores, en la calidad de los profesores del Seminario, con la mirada puesta en esa especialización científica, espiritual y pastoral que se requiere para que la formación de los futuros ministros sagrados esté a la altura de las necesidades actuales.

Todo esfuerzo en este campo será insuficiente; y la colaboración eclesial que pueda ofrecerse por parte de todos los miembros de la Iglesia, se traducirá en frutos duraderos para la comunidad cristiana.

7. Mis queridos Hermanos en el episcopado: Antes de concluir, permitidme que os haga un encargo; el de llevar a cada miembro de vuestras diócesis el saludo, el recuerdo cordialísimo y lleno de afecto del Papa hacia todos los salvadoreños. Asegurad a vuestros fieles que no les olvido a ellos ni a vuestro País, que sigo con mi solicitud y oración los acontecimientos de vuestra nación y pido al Señor, el Salvador del mundo, que en este Año Santo de la Redención puedan finalmente acabar los horrores de la guerra, las lágrimas de las familias, los sufrimientos inocentes, la tragedia de las divisiones, la angustia de tantos niños, y se consoliden en vuestra tierra la justicia y la paz, caminos de esperanza.

Es también mi oración a la Virgen María, la Madre del Salvador y Reina de la Paz, por cada uno de los hijos de vuestra nación. Para todos, en el nombre del Señor, vaya mi afectuosa y cordial Bendición Apostólica.









                                                                                  Marzo de 1984


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS COMUNIDADES NEOCATECUMENALES

DE VARIAS PARROQUIAS MADRILEÑAS


Viernes 23 de marzo de 1984



Queridos hermanos y hermanas:

16 Me alegra poder recibir esta mañana a vuestro numeroso grupo, compuesto por miembros de las comunidades neocatecumenales de las parroquias madrileñas de San José, San Sebastián, Virgen de la Paloma y San Roque.

Al daros mi cordial saludo, quiero extenderlo también a los componentes de las otras comunidades de vuestras mismas parroquias, y de modo particular a vuestros párrocos aquí presentes, que tanto os han ayudado en el encuentro vital con Cristo.

Os agradezco esta visita, que quiere ser, junto a la tumba del primer Apóstol, un acto de adhesión al Sucesor de Pedro, como garantía de fidelidad eclesial, y que se inserta en el itinerario de fe que estáis recorriendo.

Sé que en el último período habéis dedicado especial atención a estudiar los artículos del Credo, para vuestra formación propia y para poder ayudar a otros cristianos y familias. Por parte mía os aliento a radicar sólidamente vuestra vida en la fe recibida de los Apóstoles y enseñada por los Padres de la Iglesia, y que debe ser la luz que ilumine cada paso de vuestro recorrido hacia el Padre.

Me alegra asimismo que en vuestro programa de peregrinación a Roma hayáis previsto también la visita a un santuario mariano como el de Loreto, para poner vuestra existencia bajo el amparo maternal de la Virgen María, la Madre de Cristo y de la Iglesia.

Ella, que siendo la Madre del Cristo de nuestra fe, fue la primera y mejor imitadora de su Hijo, es un sendero luminoso que conduce hacia el centro del misterio de Jesucristo (cf. Marialis Cultus, 25). Ella con su ejemplo nos enseña a entregarnos a la Iglesia, para que se forme incesantemente en los hombres hermanos del mundo actual la imagen de su Hijo. Ella que con su vida y sacrificio colaboró amorosamente en la obra de Jesús (cf. Lumen Gentium, 60ss.), quiere seguir enseñándonos el valor de cada hombre y los motivos profundos para amarlos, sin distinción ni reserva. Por ello, acogedla como verdadera Madre, como Maestra, como guía y ejemplo en toda vuestra vida. Porque lejos de ofuscar la necesaria orientación cristológica de vuestra vida, la facilitará.

Con estos deseos os aliento en vuestro camino, para que, unidos siempre a vuestros Obispos y sacerdotes, y en fraterna comunión con los otros movimientos de espiritualidad y de apostolado debidamente reconocidos, ofrezcáis vuestra generosa aportación a la Iglesia en nuestro momento presente.

Así lo pido para vosotros al Señor, a la vez que os doy mi bendición apostólica.





                                                                                   Abril de 1984



JUBILEO INTERNACIONAL DE LOS JÓVENES


A LOS JÓVENES EN VARIOS IDIOMAS


Jueves 12 de abril de 1984



Queridísimos jóvenes:

17 Esta magnífica plaza de San Pedro en la que nos encontramos y que guarda tantos recuerdos eclesiales, se abre hoy a un encuentro del Papa con la juventud de todo el mundo.

Me de la impresión de que la columnata que nos rodea, es esta tarde los brazos abiertos del Papa y de la Iglesia, que se unen para acogeros aquí, cerca de la tumba de San Pedro.

Bienvenidos seáis, amadísimos jóvenes, a esta primera cita con el Papa, al principio de los actos de vuestro Jubileo.

Os he visto recorrer la vía de la Conciliazione con las antorchas en la mano. Era una estupenda marcha de luz. Pero era sobre todo una profesión de fe y de esperanza, porque con vosotros caminaba Cristo. El sostiene vuestro entusiasmo y da sentido a vuestra vida; El os llama a vivir ideales que ningún otro enseña; El os está siempre cercano; El es el Amigo que nunca defrauda.

En este encuentro, cuando las sombras de la noche van cayendo, sé que queréis orar como los discípulos de Emaús: Señor, el día ya declina, quédate con nosotros (Cf. Luc
Lc 24,28).

Quédate para iluminar nuestras dudas y temores.

Quédate para que fortifiquemos nuestra luz con la tuya.

Quédate para ayudarnos a ser solidarios y generosos.

Quédate para que en un mundo con poca fe y esperanza, nos alentemos los unos a los otros y sembremos fe y esperanza.

Quédate, para que también nosotros aprendamos de Ti a ser luz para los otros jóvenes y para el mundo.

2. Durante tres días vais a meditar con mis hermanos obispos sobre tres temas que suscitan en vosotros un profundo eco: alegría, libertad y amor. Tres palabras clave, tres experiencias que ya habéis hecho, pero que las vais a profundizar, iluminándolas y fortificándolas para vivirlas todavía más. Y ello gracias a la palabra de grandes testigos de la Iglesia de hoy, gracias a vuestro testimonio mutuo y gracias a la oración y los sacramentos. Esta tarde me contento con hacer resonar en vosotros algunas palabras de Jesucristo.

18 ¡Alegría! Mirad a vuestra experiencia y acoged los numerosos gozos que son dones de Dios: salud del cuerpo y vida del espíritu, generosidad de corazón, admiración de la naturaleza y de las obras del hombre, y plenitud de amistad y amor. Pero aspirad a dones más altos, a la alegría perfecta que Dios revela.

Remontaos al gozo de Abraham, Padre de los creyentes (cf. Jn
Jn 8,56). Contemplad la alegría de María, «bienaventurada por haber creído», «que exulta de júbilo en Dios su Salvador» (Lc 1,45 Lc 1,47). Escuchad a Juan Bautista, el amigo del Esposo (cf. Jn Jn 3,29). Mirad a San Francisco, a San Juan Bosco, a todos los Santos.

Y sobre todo contemplad la alegría única de Jesús: es el Hijo muy amado, en Él está todo el amor del Padre (cf. Mt Mt 3,17). Se regocija al ver revelado el reino a los pequeños (cf. Lc Lc 10,21) y entrega su vida para dar «a los afligidos el consuelo» (Oración eucarística 4).

Y para vosotros, ¿cuál será vuestra alegría?

Os dice el Señor: «Si alguno me abre la puerta, entraré en su casa y me sentaré a su mesa, yo con él y él conmigo» (cf. Ap Ap 3,20). «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). «Dichosos los pobres. Dichosos los corazones puros que difunden paz, los que tienen hambre y sed de justicia» (cf. Mt 5,3-9).

Sí, queridos amigos, situaos en la alegría incluso de sufrir por el nombre de Cristo y sed hermanos con El de los que sufren. Y la resurrección de Cristo os colme del gozo que perdura (cf. Jn Jn 20,20) con el Espíritu Santo que os ha sido dado (cf. Rom Rm 5,5).

Más allá de todos los gozos que iluminan vuestro camino, buscad a Aquel que os da la alegría. «Esa alegría que nadie podrá arrebataros» (Jn 16,22).

3. Queridos jóvenes de lengua inglesa:

La gracia y la paz de Nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros siempre.

Me siento feliz de recibiros hoy en el Vaticano, que ha sido la meta de vuestra marcha. Habéis venido libremente a demostrar vuestro amor a Cristo y a su Iglesia, y a reuniros en su nombre.

La libertad es un gran don que habéis recibido de Dios. Quiere decir que tenéis poder de decir sí a Cristo. Pero vuestro sí no significaría nada si no pudierais decir también no. Diciendo sí a Cristo, os entregáis a Él; le ofrecéis el corazón, reconocéis su puesto en vuestra vida, ya que por ser hijos de Dios, hermanos y hermanas en Cristo, habéis sido creados para decir sí al amor de Dios. Fue Cristo quien os compró la libertad. Murió para hacernos libres. Sólo Jesús os hace libres. Nos diré El mismo en el Evangelio de San Juan: «Si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres» (Jn 8,36).

19 El mayor obstáculo de vuestra libertad es el pecado que significa decir no a Dios. Pero Jesucristo Hijo de Dios está pronto a perdonar todo pecado, y esto es lo que hace en la confesión, en el Sacramento de la penitencia. Es el mismo Jesús quien perdona vuestros pecados en la confesión y os devuelve la libertad que perdisteis cuando dijisteis no a Dios. Queridos jóvenes: Amad vuestra libertad y ejercedla diciendo a Dios; no la enajenéis. Recobradla cuando la hayáis perdido y reforzadla en la confesión cuando flaquea. Acordaos de las palabras de Jesús: «Si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres».

4. El tercer tema de nuestra reflexión, queridos amigos jóvenes, es la fascinante verdad del amor: el amor entre los hombres; el amor con que Dios nos ha amado primero; el amor que en todo momento debemos a Dios y a los otros.

Oíd el testimonio del evangelista San Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna» (
Jn 3,16). Cristo es el amor del Padre hecho carne, «la bondad y el amor de Dios, nuestro Salvador hacia los hombres» (Tt 3,4); Él, incluso durante su gran humillación de la cruz, pidió por sus verdugos y los perdonó. En su pasión y muerte Cristo pasó también el oscuro abismo del amor; Él experimentó la entrega total de la propia persona a causa del amor, del que El mismo dijo: «Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

¡Mirad sobre todo a este Jesús! ¡Mirad a su cruz! Él es en persona lo que la palabra amor significa. El mismo quiere y debe ser también la medida de vuestro amor. Por eso, su nuevo y mayor mandamiento es: «Que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor los unos para con los otros» (Jn 13,34-35). Cuán hambriento de amor está el mundo enfermo, hambriento del amor salvífico de Jesucristo, del Salvador. El viejo mundo exige un amor que sea joven y que regale energía juvenil. ¡Sed vosotros sus mensajeros! ¡Llevad vosotros este amor a los hombres, como habéis llevado la luz de las antorchas por las calles este atardecer! Dejad que el fuego del Espíritu Santo brille en vosotros, para llevar al mundo la luz y el calor del amor de Dios.

5. Muy queridos jóvenes: «¡Abrid las puertas al Redentor!». Me viene a los labios espontáneamente este llamamiento que hice al mundo al comienzo de mi pontificado y que después elegí para lema y guía de la celebración de este Año Santo extraordinario. Me salta espontáneamente a los labios esta tarde, en este encuentro con vosotros, que habéis venido en representación de los jóvenes de todo el mundo. Dais testimonio de que el mensaje de Cristo no os deja indiferentes. Intuís que en su palabra puede estar la respuesta que vais buscando ansiosamente. Aun en medio de interrogantes y dudas, perplejidades y desánimos, percibís en lo hondo de vuestro corazón que Él posee la clave capaz de resolver el enigma que anida hoy en todo ser humano. No os hubierais puesto en camino hacia Roma, si no os hubiera espoleado este atisbo en el que vibra ya el gozo de un descubrimiento que puede dotar de sentido y meta a toda una vida.

Amadísimos jóvenes: A Cristo se le descubre dejándole caminar junto a nosotros en nuestro camino. Es ésta mi invitación: dejad, queridísimos jóvenes, que Cristo se ponga a vuestro lado con la palabra de su Evangelio y la energía vital de sus sacramentos. La suya es presencia exigente. Puede parecer una presencia incómoda al principio, y podéis sentiros tentados de rechazarla. Pero si tenéis el coraje de abrirle las puertas del corazón y acogerlo en la vida, descubriréis en Él el gozo de la verdadera libertad, que os da la posibilidad de construir vuestra existencia sobre la única realidad capaz de resistir al desgaste del tiempo y de lanzaros más allá de las fronteras de la muerte, la realidad indestructible del amor.

6. Os saludo, mis queridos jóvenes amigos y compatriotas que, en peregrinación del Año Santo de la Redención, habéis venido a Roma a las tumbas de los Apóstoles, formando esta inmensa comunidad de corazones jóvenes, para vivir con el Papa el jubileo de la juventud. En vosotros doy la bienvenida y saludo a toda mi amada juventud polaca, que sigue fiel a la herencia del milenario del bautismo de Polonia, y os doy mi beso fraterno y paterno de paz.

De todo corazón os deseo que viváis estos días de la peregrinación jubilar gozosamente, en común sentir con los hermanos y en paz.

Nos abraza a todos el amor redentor de Cristo, amor que alcanzó su plenitud en la cruz y resurrección de Nuestro Señor.

7. Queridos jóvenes de lengua portuguesa, amigos míos:

¡Bienvenidos seáis! Vuestra peregrinación os ha traído aquí en actitud de búsqueda; por Cristo Redentor perseguís un mundo nuevo. Y sois vosotros precisamente la promesa de este mundo nuevo que se ha de construir también por vosotros con la alegría de quien tiene una vida para vivirla y siente la libertad responsable de hijo de Dios, que quiere nuestro amor y que nos amemos como hermanos (cf. Mt Mt 23,8), por el Hermano universal, Jesucristo el Justo. ¡Ánimo! «Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida —que se nos dio en la pascua— porque amamos a los hermanos» (1Jn 3,14







PALABRAS DE JUAN PABLO II


AL ENTREGAR LA CRUZ DEL AÑO SANTO A LOS JÓVENES


20

Domingo, 22 de abril de 1984

: Queridísimos jóvenes,

al clausurar el Año Santo

os confío el signo de este Año Jubilar:

¡la Cruz de Cristo!

Llevadla por el mundo como signo

del amor del Señor Jesús a la humanidad

y anunciad a todos

que sólo en Cristo muerto y resucitado

hay salvación y redención.








AL CONSEJO EJECUTIVO DE LA UNICEF


Sala Clementina

21

Jueves 26 de abril de 1984



Señor Director ejecutivo:

Es para mí una alegría darle la bienvenida esta mañana en el Vaticano a usted y con usted, a todas las personas relacionadas de algún modo con la asamblea del Consejo ejecutivo de la UNICEF que se reúne estos días en Roma.

A su organización se le ha confiado una tarea muy noble y urgente: la preocupación por todos los niños del mundo. La Santa Sede sigue sus actividades en este campo con gran atención. De hecho, la misión y el deber de servicio de la Iglesia a la familia humana la hace especialmente sensible a las necesidades de los niños, ese precioso tesoro, merecedor del mayor amor y respeto, que se da a cada generación como un reto a su sabiduría y sensibilidad.

Así, pues, me complace mucho tener esta oportunidad para compartir con usted algunas reflexiones relacionadas con su tarea.

1. Hace exactamente cuatro años, cuando tuve el honor de dirigirme a la XXXIV Asamblea General de los Naciones Unidas, planteé la siguiente cuestión: “qué más se podía desear a cada nación y a toda la humanidad, a todos los niños del mundo sino un futuro mejor en el que el respeto de los derechos del hombre llegue a ser una realidad plena durante todo el tercer milenio que ya está a las puertas” (Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas, 2 de octubre de 1979, n. 21. L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 14 de octubre de 1979, pág. 15).

La atención al niño es atención por ese futuro mejor sobre el cual hablé a la Asamblea General. Lo que está en juego en la infancia y en la atención a los niños es la suerte y el destino de la persona, de la vida humana y de la existencia. El niño es signo del misterio de la vida y piedra de toque de la autenticidad de nuestro respeto por el misterio de la vida. Cada niño es, en cierto modo, un signo de la esperanza de la humanidad. El o ella son signo de la esperanza puesta y expresada por el amor de los padres, un signo de las esperanzas de una nación y de un pueblo.

El niño representa además un signo especial para la Iglesia. La atención al niño está enraizada, en efecto, en la misión fundamental de la Iglesia. Como recordaba en mi Exhortación Apostólica Familiaris consortio hablando sobre el papel de la familia cristiana en el mundo moderno, la Iglesia “está llamada a revelar y a proponer en la historia el ejemplo y el mandato de Cristo, que ha querido poner al niño en el centro del Reino de Dios: ‘dejad que los niños vengan a mí... que de ellos es el Reino de los cielos’ (Lc 18, l6)” (Nb 26).

En realidad Cristo llega incluso a identificarse a sí mismo con los niños: “Y el que por mí recibiere a un niño como éste, a mi me recibe” (Mt 18,5). Cada uno de los niños de Éste mundo es un signo viviente de ese misterio de vida y esperanza que se reveló en Jesucristo.

Esta es la razón por la que la Iglesia ha considerado siempre que cualquier esfuerzo que se haga en orden a un desarrollo genuino del niño es una inversión inestimable para un futuro mejor de toda la sociedad.

2. Aunque uno pueda confortarse contemplando cómo la opinión pública va tomando cada vez más conciencia de la necesidad de dedicar mayores recursos, y con mayor urgencia, al bienestar de los niños, sigue siendo verdad que la situación de muchos niños en el mundo de hoy es extremadamente crítica. Uno de los mayores escándalos de nuestra sociedad es ciertamente que, a pesar del progreso enorme que se ha logrado en el campo científico y técnico, sean tantos los niños que se encuentran entre los seres que más sufren. Resulta incluso triste darse cuenta de que tales niños, y de un modo especial los más pobres entre ellos, son con frecuencia los primeros en verse afectados por la depresión económica y sus consecuencias. Las escandalosas diferencias que existen en nuestra sociedad se reflejan de un modo especial entre nuestros niños: mientras en un sector del mundo los niños carecen de las necesidades humanas más elementales, en otros sectores los niños son inseridos desde su más tierna infancia en una sociedad basada en el consumo, la posesión e incluso el derroche.

22 Tal situación constituye un reto para la conciencia de cualquier hombre y mujer en nuestro mundo, de cada nación y particularmente de aquellos que tienen alguna responsabilidad en la comunidad internacional. A las exigencias de la conciencia no se puede responder con vagas promesas y, mucho menos, con la explotación política del dolor humano. La crítica situación de sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas más débiles reclama esfuerzos rápidos y coordinados en orden a asegurar a todos nuestros niños un futuro mejor, al cual tienen derecho.

3. La solicitud de la Iglesia por los niños nace también del hecho de que la Iglesia se sitúa del lado de la vida. La Iglesia considera que un aspecto prioritario de su misión en el mundo de hoy consiste en proclamar el valor de todas y cada una de las personas humanas, especialmente de aquellos que tienen menos posibilidad de defenderse. Por esta razón, la Iglesia no dejará nunca de alzar su voz profética proclamando que la vida humana tiene que ser respetada y protegida desde el momento de su concepción.

¿No hay que percibir en el cambio del índice demográfico de muchos países desarrollados un cambio de actitud hacia el niño y hacia la misma vida? ¿No puede ocurrir que en su deseo de que sus hijos tengan el mayor número de cosas posible, algunas personas los estén privando de los elementos básicos y positivos, necesarios para que sean una persona humana auténtica? ¿No es posible detectar un cierto temor ante el niño, temor ante las exigencias de amor y generosidad humana que requieren la procreación y educación de un niño? ¿No pertenecen el amor, la generosidad y la autodonación a los elementos más nobles de la misma vida? La mentalidad anti-vida que ha surgido en la sociedad actual es muchas veces signo de que la gente ha perdido la fe en la vida, ha perdido la visión de los elementos más fundamentales del destino humano.

Es un peligro real recurrir a soluciones que parecen ofrecer resultados a corto plazo, pero que, por tratarse de soluciones que no se fundamentan en una visión integral de la persona, no sólo no conducirán a la solución deseada sino más bien a un ulterior enajenamiento del hombre respecto a sí mismo.

4. Un ejemplo de respuesta falsa a la situación crítica de los niños sería indudablemente adoptar una política que tuviera como resultado tal debilitación de la institución familiar, especialmente en aquellos países en vías de desarrollo en los que el sistema familiar tradicional está impregnado realmente de sabiduría humana y nutrido de profundos valores morales.

La Iglesia está convencida de que una de las respuestas más vitales a la situación del niño en el mundo actual debe proceder de un reforzamiento y fortalecimiento de la familia como institución y mediante una política que permita a las familias desempeñar el papel irreemplazable que les compete propiamente a ellas.

La Santa Sede ha ofrecido recientemente a la comunidad internacional una Carta de los Derechos de la Familia, un documento que había sido solicitado por muchos obispos de todo el mundo durante el Sínodo de Obispos de 1980, celebrado aquí, en el Vaticano. Este documento señala con claridad áreas en las que los derechos de la familia son ignorados y minados. Pero es, en primer término, un documento que demuestra la confianza que la iglesia tiene en la familia, que constituye la comunidad natural de vida y amor a la que se ha confiado la tarea singularísima de la transmisión de la vida y el cuidado y desarrollo amorosos de la persona humana, especialmente en los primeros años.

Una vida familiar sana contribuirá enormemente a la estabilidad de la sociedad. Garantizará que los niños reciban un desarrollo personal armonioso, en el que sus necesidades sean tomadas en consideración desde una perspectiva integral. Sé que usted conoce muy bien la contribución que las familias pueden prestar a un cuidado sano, a una educación sana y a la erradicación de enfermedades en los países en vías de desarrollo. El amor y la estabilidad que una vida familiar sólida y genuina puede ofrecer en el terreno físico, cultural y moral, tiene que ser considerado, por consiguiente, como factor importante a la hora de responder a las nuevas formas de enfermedad que afectan cada vez más a los niños de los países desarrollados.

Hablando de la familia, no puedo pasar por alto el importante aspecto del papel de la maternidad y la necesidad de que se dé a las madres toda la protección y asistencia necesarias durante el embarazo y por un período de tiempo razonable después del parto. Un elemento esencial en cualquier política en favor del niño es procurar una presencia efectiva de la madre entre sus hijos más pequeños y garantizar que las madres se preparen para desempeñar con eficacia su papel en las áreas de la nutrición y de una sana educación. La Santa Sede ha abogado repetidamente en favor de adecuados avances personales y sociales para la mujer a fin de asegurar la dignidad de las mujeres y el progreso de la calidad de vida a las futuras generaciones. Cualquier política que se oriente a ayudar a las madres a desempeñar sus tareas con eficacia y satisfacción debe basarse en el principio que supone reconocer adecuadamente el trabajo de las madres en el hogar por el valor que éste tiene para la familia y la sociedad.

5. Precisamente porque se da cuenta del gran valor de la familia, la Iglesia se siente particularmente cercana a aquellos niños que no tienen la alegría de crecer en el seno de una familia sana y completa. Como afirmaba en la Familiaris consortio: “Hay en el mundo muchas personas que desgraciadamente no tienen en absoluto lo que con propiedad se llama una familia. Grandes sectores de la humanidad viven en condiciones de enorme pobreza, donde la promiscuidad, la falta de vivienda, la irregularidad de relaciones y la grave carencia de cultura no permiten poder hablar de verdadera familia. Hay otras personas que por motivos diversos se han quedado solas en el mundo” (
Nb 85).

Junto a todos los esfuerzos que debemos hacer para intentar que se ayude a las familias a desempeñar su papel con mayor eficacia, es importante dedicar atención urgente e inmediata a aquellos niños privados de vida familiar. En especial hago un llamamiento a otras familias para que respondan a su vocación a la hospitalidad y abran sus puertas a niños que tengan necesidad de atención temporal o permanente. Al mismo tiempo, renuevo mis llamamientos a las autoridades para que provean una legislación que permita a las familias adecuadas adoptar niños o atenderlos durante cierto tiempo. Tal legislación debe respetar al mismo tiempo los derechos naturales de los padres, incluida la esfera religiosa. También es importante intentar que se eliminen todos los abusos que se cometen en este campo, tanto a nivel nacional como internacional, y que consisten en explotar a los niños y sus necesidades.

23 Señor Director ejecutivo, deseo que no tenga usted ninguna duda de que todos aquellos que trabajan sinceramente por un futuro mejor para todos los niños del mundo encontrarán en la Iglesia y en esta Sede Apostólica un fiel aliado. Pido la bendición de Dios para su trabajo y para el trabajo de todas aquellas instancias e individuos que, por tantos y tan variados caminos, intentan garantizar que el don de la vida humana de que participa cada niño pueda desarrollarse del modo más pleno para el bien de toda la humanidad.








Discursos 1984 14