Discursos 1984 45


AL SEÑOR SANTIAGO MANUEL DE ESTRADA


NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ARGENTINA


Martes 9 de octubre de 1984



Señor Embajador:

las palabras que Vuestra Excelencia me ha dirigido al presentar las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Argentina ante la Santa Sede, me han sido particularmente gratas, porque me hacen sentir el afecto de todos los amadísimos hijos de esa noble Nación.

46 Al agradecer el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República, así como las amables expresiones de Vuestra Excelencia, le doy mi más cordial bienvenida, a la vez que le aseguro mi apoyo para el desarrollo de la importante misión que le ha sido confiada.

Vuestra Excelencia ha hecho mención de los tradicionales sentimientos católicos de los argentinos, entre los que sobresale de modo particular su cercanía al Sucesor de Pedro, como pude comprobar durante la breve visita pastoral que efectué hace dos años. Tales sentimientos tienen desde hace tiempo una configuración externa en las relaciones que Argentina mantiene con esta Sede Apostólica, encaminadas a la búsqueda del bien común de los ciudadanos que, a la vez, son en su inmensa mayoría hijos de la Iglesia Católica.

Ha aludido Vuestra Excelencia a la culminación del proceso de la Mediación entre Argentina y Chile. Con satisfacción ha sido anunciado a la opinión pública, hace unos días, que se ha logrado ya plena coincidencia entre las dos Naciones hermanas para la solución definitiva del diferendo en la zona austral. Se ha llegado a este resultado gracias a muchos esfuerzos de ambas Partes y a su disponibilidad para acoger las sugerencias de la Santa Sede, la cual ha obrado siempre guiada por el deseo de promover el bien de los queridos Pueblos argentino y chileno y la concordia y la fecunda integración entre ellos.

Se ha referido también Usted a la presencia de la Iglesia en medio de la sociedad argentina en muchas circunstancias trascendentales, pero también en el quehacer cotidiano de la misma, a través de numerosas actividades, entre otras sus centros docentes y asistenciales. De este modo cumple el mandato de Cristo de enseñar a todas las gentes (
Mt 28,19), con la proclamación constante de la Palabra salvífica de Dios y con el servicio de la caridad, especialmente entre los más pobres y necesitados.

En su misión en la sociedad, la Iglesia quiere ayudar a cada individuo a tener plena conciencia de su propia dignidad, a desarrollar su propia personalidad, dentro de la comunidad de la que es miembro, a ser sujeto responsable de sus obligaciones, así como de sus derechos, a ser un válido promotor de progreso económico, cívico y moral en la sociedad a la que pertenece: esta es la grande y primordial empresa sin la cual cualquier cambio deseable —como los acaecidos recientemente en Argentina— en las condiciones sociales de una Nación, puede ser vano o efímero.

Al proclamar y defender el bien común de los hombres, la Iglesia alienta también la promoción de todas las formas de participación ciudadana en el desarrollo de la vida pública de un país como camino para la construcción de una colectividad más digna. Para ello hay que hacer resurgir un mundo nuevo, más sano, más en armonía con las exigencias de la naturaleza humana. Pero esto no será posible si no se edifica la sociedad sobre las bases sólidas de la justicia y la paz, evitando que se tomen soluciones que puedan contrastar con la conciencia humana y cristiana. Como decía en mi Mensaje para la Jornada de la Paz de 1982, “si la formación de una sociedad política tiene por objetivo la instauración de la justicia, la promoción del bien común y la participación de todos, la paz de esta sociedad sólo se realiza en la medida que se respeten estos tres imperativos”.

En este sentido la Santa Sede está convencida de que el Episcopado y el clero argentino, ejerciendo con la debida libertad su misión pastoral, podrán colaborar en tantas iniciativas y esfuerzos encaminados a realizar una obra permanente de paz y ser así ministros de reconciliación (2Co 5,18), —en el momento presente de la sociedad argentina— con la palabra del Evangelio.

Al renovarle, Señor Embajador, mi benevolencia para el cumplimiento de su misión, invoco sobre Vuestra Excelencia, sobre las Autoridades que han tenido a bien confiársela y sobre el querido pueblo argentino, abundantes y escogidas gracias divinas.





VIAJE APOSTÓLICO A ZARAGOZA,

SANTO DOMINGO Y PUERTO RICO

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto de Zaragoza

Miércoles 10 de octubre de 1984



Majestades,
47 amados hermanos en el Episcopado,
autoridades,
querido pueblo de España:

1. Llego por segunda vez a tierra española y siento dentro de mí las mismas emociones que experimenté al comenzar mi anterior visita, hace casi dos años.

Mi presencia aquí quiere significar estima profunda, admiración y confianza en las cualidades de vuestro pueblo y de las gentes que lo integran. Las de la península y de las islas, de las ciudades y de los pueblos, de la capital de la nación y de las diversas autonomías. A todos envío desde ahora mi cordial recuerdo y saludo.

Durante mi precedente visita a esta ciudad de Zaragoza me referí a una cita inminente, a la que la Iglesia no podía faltar: la conmemoración del V centenario del descubrimiento y de la evangelización de América. Precisamente el comienzo de la preparación espiritual de dicho acontecimiento hace que esté encaminando mis pasos hacia la República Dominicana, donde se inició la evangelización del Nuevo Mundo.

Siendo éste el motivo de mi viaje, era un deber histórico, además de un impulso natural del corazón, que me detuviera antes en tierra española. Porque fue España la que abrió la comunicación entre Occidente y el Continente americano y la que, en gran parte, llevó al mismo la luz de la fe en Cristo, junto con Portugal, al que también desde aquí envío mi cordial saludo. En efecto, de Palos de la Frontera partieron las primeras carabelas, de vuestros lares salieron los primeros evangelizadores, a los que tantos otros han seguido hasta nuestros días Desde los primeros momentos fueron gentes de España entera.

He venido por ello a esta ciudad, a postrarme ante la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad, para dar gracias a Dios por esa gesta y por la contribución esencial de los hombres y mujeres de España en una sin par obra de evangelización.

2. Después de dar gracias a Dios y a España, siento el deber de agradecer la presencia y las nobilísimas palabras de acogida pronunciadas por Su Majestad el Rey Don Juan Carlos. El y la Reina Doña Sofía han tenido la gentileza de venir a darme la bienvenida a la patria cuya suprema representación ostentan, y a la que solícitamente sirven desde la Corona.

Mi cordial gratitud también al Señor Presidente del Gobierno, a los representantes del pueblo, a las autoridades civiles y militares, que amablemente y expresando el sentir de los españoles, han venido a recibir al Papa.

Un saludo particular y agradecido a las autoridades aragonesas, de manera especial a los miembros de la corporación municipal de Zaragoza y a todos los zaragozanos, por su disponibilidad y colaboración Y un fraterno abrazo de paz a cada uno de los hermanos obispos españoles, unidos a mí en la acción de gracias que he manifestado, y que comparten conmigo la solicitud por todas las Iglesias.

48 3. Hace dos años me despedía de vosotros con un ¡Hasta siempre, España! Hoy, al visitaros de nuevo, se hace cercanía aquel saludo, en el que está presente —como entonces— la realidad total de vuestra patria.

Siento, a través de quienes habéis venido a recibirme con tanta cordialidad, el eco multitudinario del pueblo cristiano español, al que encontré en tantos momentos de mi anterior visita. El mostró su espontáneo sentimiento ante el mensaje religioso y moral de una humilde persona, pero que es por designio divino el Sucesor de San Pedro. Por esa cercanía al Pastor de la Iglesia universal y a lo que él encarna —una característica histórica de los católicos españoles— no puedo sino expresar vivo reconocimiento.

Todo cristiano —e incluso todo hombre de buena voluntad— sabe que la fe y la adhesión a la Cátedra de Pedro no interfieren con las legítimas opciones temporales que Dios y la Iglesia dejan a la responsable libertad de cada hombre. Todos, por ello, pueden encontrarse, respetarse y colaborar en torno a las exigencias fundamentales de un mensaje que —como dije a las autoridades españolas —“habla de amor entre los hombres, de respeto a su dignidad y a los valores fundamentales de paz, de concordia, de libertad, de convivencia” (Discurso a sus Majestades y a las autoridades civiles de Madrid, 2; 2 de noviembre de 1982).

La Iglesia respeta la justa autonomía de las realidades temporales, con una opción que es profunda y decidida. Sin embargo, no rechaza la sana colaboración que favorezca el bien del hombre, que es a la vez ciudadano y fiel. Ella pide que se respete su libertad en el ejercicio de su tarea, dirigida al servicio de Dios y a la formación de las conciencias, y pide respeto hacia las diversas manifestaciones, personales y sociales, de la libertad religiosa de sus fieles. Ella, por otra parte, está convencida de que la actuación práctica de los principios morales —que son cristianos y humanos a la vez —proporciona una base sólida para la ordenada convivencia, la solidaridad comunitaria, la armonización jurídica de los mutuos derechos y deberes en el campo personal, familiar, escolar, laboral y cívico. Porque el cristiano que sabe vivir en coherencia su fe, no podrá menos de ser creador de fraternidad y diálogo, alentador de justicia, promotor de cultura y elevación de las personas.

El hecho que nos congrega: el centenario del descubrimiento y de la evangelización de América, tuvo una enorme trascendencia, para la humanidad y para España. Para ésta constituye una parte esencial de su proyección universalista. Allí se inició una gran comunidad histórica entre naciones de profunda afinidad humana y espiritual, cuyos hijos rezan a Dios en español y en esa lengua han expresado en gran parte su propia cultura.

Sería imposible y deformante presentar una historia verídica de esa gesta española haciendo abstracción de la Iglesia y de su labor. Más aún: me pregunto con tantos de vuestros pensadores si sería posible hacer una historia objetiva de España sin entender el carácter ideal y religioso de su pueblo o la presencia de la Iglesia.

Por todo esto, con mirada cultural que es un respetuoso homenaje a su solera histórica; con acento de voz amiga que invita a superar lagunas sin negar esencias, quiero referir a España el grito que desde Compostela dirigí a Europa: “Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes” (Acto europeo en Santiago de Compostela, 4; 9 de noviembre de 1982). Así encontrarás tu historia vertebrada. Podrás superarla con la debida apertura hacia metas más altas. Podrás avanzar hacia los desafíos del futuro, con savia vital, con creatividad renovada, sin rupturas ni fricciones en los espíritus.

4. A la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad, confío estas intenciones, España, sus pueblos y cada uno de sus hijos.

Que su protección maternal alcance toda suerte de bendiciones divinas sobre esta querida tierra, sobre sus Reyes y familia, sus Pastores, Autoridades y todas sus gentes.





VIAJE APOSTÓLICO A ZARAGOZA,

SANTO DOMINGO Y PUERTO RICO

PLEGARIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de la Virgen del Pilar

Miércoles 10 de octubre de 1984




49En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Amén.

Dios misericordioso y eterno:

Mira a tu Iglesia peregrina, que se dispone a celebrar el V centenario de la evangelización de América. Tú conoces los caminos que siguieron los primeros apóstoles de esa evangelización. Desde la isla de Guanahani hasta las selvas del Amazonas.

Gracias a las semillas de la fe que sembraron, el número de tus hijos ha crecido ampliamente en la Iglesia, y santos tan insignes como Toribio de Mogrovejo, Pedro Claver, Francisco Solano, Martín de Porres, Rosa de Lima, Juan Macías y tantas otras personas desconocidas que vivieron con heroísmo su vocación cristiana, han florecido y florecen en el continente americano.

Acoge nuestra alabanza y gratitud por tantos hijos de España —hombres y mujeres—, que dejándolo todo han decidido dedicarse por entero a la causa del Evangelio.

Sus padres, algunos aquí presentes, pidieron para ellos la gracia del bautismo, los educaron en la fe, y Tú les concediste el don inestimable de la vocación misionera. Gracias, Padre de bondad.

Santifica a tu Iglesia para que sea siempre evangelizadora. Confirma en el Espíritu de tus Apóstoles a todos aquellos, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas, catequistas y seglares, que dedican su vida, en tu Iglesia, a la causa de nuestro Señor Jesucristo. Tú los llamaste a tu servicio, hazlos, ahora, perfectos cooperadores de tu salvación.

Haz que las familias cristianas eduquen intensamente a sus hijos en la fe de la Iglesia y en el amor del Evangelio, para que sean semillero de vocaciones apostólicas.

Vuelve, Padre, también hoy tu mirada sobre los jóvenes y llámalos a caminar en pos de Jesucristo, tu Hijo. Concédeles prontitud en la respuesta y perseverancia en el seguimiento. Dales a todos valor y fuerza para aceptar los riesgos de una entrega total y definitiva.

Protege, Padre Todopoderoso, a España y a los pueblos del continente americano.

Mira propicio la angustia de cuantos padecen hambre, soledad o ignorancia.

50 Haznos reconocer en ellos a tus predilectos y danos la fuerza de tu amor, para ayudarlos en sus necesidades.

Virgen Santa del Pilar: desde este lugar sagrado alienta a los mensajeros del Evangelio, conforta a sus familiares y acompaña maternalmente nuestro camino hacia el Padre, con Cristo, en el Espíritu Santo. Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A ZARAGOZA,

SANTO DOMINGO Y PUERTO RICO


A LAS FAMILIARES DE LOS MISIONEROS ESPAÑOLES


PRESENTES EN AMÉRICA LATINA


Basílica de la Virgen del Pilar

Miércoles 10 de octubre de 1984



Queridos padres, madres y hermanos de los misioneros y misioneras
que trabajan en Hispanoamérica,:

Es para mí motivo de gran alegría tener con vosotros este encuentro personal, aquí a los pies de la Santísima Virgen del Pilar.

Hemos orado juntos por vuestros hijos, hermanos o familiares, que, siguiendo la llamada del Señor, han dejado su tierra natal para ir a sembrar la semilla del Evangelio en el continente americano. Pasado mañana inauguraré en la República Dominicana los actos de preparación del V centenario de la evangelización de América.

Como Pastor de la Iglesia universal deseo agradecer profundamente la generosidad ininterrumpida con la que, desde hace casi cinco siglos, tantas familias han entregado a sus hijos e hijas, para que llevaran la luz de Cristo a los pueblos del Nuevo Mundo.

“¡Qué hermoso son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la salvación!” —leemos en el profeta Isaías (Is 52,7)—. Vuestros hijos, hijas y hermanos, queridos padres y familiares de misioneros, son esos mensajeros de paz, de amor, de salvación, de los que habla el Profeta.

¡Gracias, pues, en nombre de la Iglesia! ¡Gracias a aquellas familias españolas que en los cuarenta primeros años después de descubrirse el Nuevo Mundo enviaron allí cerca de 3.000 religiosos y unos 400 clérigos! ¡Gracias porque, en estos cinco siglos, más de 200.000 misioneros españoles han marchado a servir a la Iglesia en Hispanoamérica!

51 Continuad sosteniendo con vuestras oraciones, vuestro apoyo y afecto a los servidores del Evangelio que testimonian el amor de Cristo sirviendo a sus hermanos. ¡Familias españolas: estad contentas y orgullosas de ello! Y seguid cultivando el espíritu misionero.

A vosotros, jóvenes, ante la Patrona de la Hispanidad os digo como en Javier: “Jóvenes, Cristo necesita de vosotros y os llama para ayudar a millones de hermanos vuestros a ser plenamente hombres y a salvarse... Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor, sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedo a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso” (Celebración de la Palabra con los misioneros en «Javier», 8, 6 de noviembre de 1982).

Que la Virgen Santísima del Pilar, en cuyas manos de Madre ponemos todas estas intenciones, os proteja, padres, madres y hermanos de los misioneros y misioneras, y que el Espíritu Santo continúe suscitando numerosas vocaciones.

Con gran afecto doy a vosotros, a vuestros hijos y familiares, así como a todos los misioneros españoles, una cordial Bendición Apostólica, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.





VIAJE APOSTÓLICO A ZARAGOZA,

SANTO DOMINGO Y PUERTO RICO

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto «Las Américas» de Santo Domingo

Jueves 11 de octubre de 1984



Señor Presidente,
venerables hermanos en el Episcopado,
autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

La primera etapa del primer viaje apostólico de mi pontificado me traía a esta tierra dominicana, a la que hoy, después de casi seis años, llego por segunda vez.

52 Vuelven en este momento a mi recuerdo las emociones y vivencias de aquella visita, que evoca en su misma intensidad la acogida calurosa de las hospitalarias gentes de esta Isla. De sus sentimientos y actitudes se ha hecho eco el Señor Presidente de la República con las nobles y expresivas palabras de bienvenida que acaba de pronunciar.

Siento por ello el deber de manifestar ante todo mi viva gratitud por la acogida, al Supremo Mandatario de la nación, a las autoridades y al amado pueblo cristiano de la República Dominicana. Mi saludo cordialísimo quiere ser el testimonio externo de mi aprecio y profunda estima, que abarca a todos y cada uno de los hijos de esta querida tierra.

Pero en esta circunstancia, el horizonte de mi visita se alarga mucho más allá de los confines dominicanos. La misma presencia en este acto de tantos otros obispos, junto con el señor arzobispo y el Episcopado de Santo Domingo, a los que extiendo mi abrazo de paz, dan la medida del amplio objetivo que tiene mi visita.

En efecto, si mi precedente venida quería seguir la ruta marcada por los primeros evangelizadores, hoy me trae hasta vosotros el comienzo de la preparación espiritual al V centenario de la llegada de la fe cristiana al continente americano.

El hecho del encuentro entre Europa y éste que fue llamado el Nuevo Mundo, tuvo importancia universal, con vastas repercusiones en la historia de la humanidad. Pero no menor incidencia tuvo, en el aspecto religioso, el nacimiento de lo que hoy es casi la mitad de la Iglesia católica. Por ello había que recordar el principio de ese evento, para dar gracias al Altísimo y a cuantos fueron artífices del mismo. Mas sobre todo había que preparar con esmero tales celebraciones, para que den origen a iniciativas pastorales y culturales que complementen la obra iniciada hace casi cinco siglos.

La presencia del Papa en esta tierra donde se plantó la primera cruz, se celebró la primera Misa y se rezó la primera Avemaría, quiere ser un impulso a esos objetivos, que el CELAM, a través de sus representantes que nos acompañan, ha promovido para la circunstancia; y que abarcan la extensión entera de la Iglesia en América Latina.

¡Qué variadas reflexiones suscita una mirada al mapa geográfico y humano de Latinoamérica, o el detener la mente en su historia, su problemática actual y sus perspectivas de futuro!

La Iglesia, que forma parte inseparable de la historia y de la vida de cada nación de este continente, sabe que, hoy como ayer, tiene algo propio que ofrecerle; algo vital para el presente y el futuro: la luz y la fe de Cristo.

Ella no ignora las lamentables barreras de ignorancia, de falta de la debida libertad, de injusticia y opresión que tantas veces se interponen en el camino del doliente hombre latinoamericano, caminante sediento hacia metas de mayor dignidad espiritual y humana. Por eso, Ella que vive en y para ese hombre, quiere ayudarle en su camino, quiere hacerle cada vez más consciente de sus posibilidades y metas.

Y quiere hacerlo siendo fiel a sí misma, a la misión que Cristo le confió y al amor que debe al hombre. En él la Iglesia se ve un hijo de Dios, un ser con inmensas exigencias de dignidad, de respeto y promoción; un ser con sello divino que debe ser ayudado a elevarse humanamente; que nunca puede ser oprimido en su dignidad o esquilmado en sus derechos; pero que debe ser ayudado a mantener ante todo su patrimonio interior: la libertad y riqueza de su espíritu. Porque en El habla una conciencia, porque en Ella está la voz de Dios y porque en El alienta la trascendencia de su destino.

Este es el objetivo sobre el que la Iglesia quiere reflexionar con nueva intensidad en la novena de años que vengo a iniciar. Para poder ofrecer al hombre latinoamericano actual una nueva luz de Cristo, que ayude a transformar desde dentro a los hombres, las estructuras, la sociedad de hoy. Que ayude a implantar una civilización nueva fundada no en el odio o las luchas, sino en el amor.

53 A Nuestra Señora y Madre de la Altagracia pido su protección y valimiento. A Ella encomiendo sobre todo a los enfermos, a los pobres, a los injustamente tratados, a los campesinos, a los habitantes todos de la República Dominicana y de América Latina. Y a todos, como amigo y Pastor de la Iglesia universal, bendigo con afecto.





VIAJE APOSTÓLICO A ZARAGOZA,

SANTO DOMINGO Y PUERTO RICO

PLEGARIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

POR LA NUEVA EVANGELIZACIÓN


DE AMÉRICA LATINA


Estadio de Santo Domingo

Viernes 12 de octubre de 1984



María Santísima, Madre de nuestra América,
por la predicación del Evangelio
nuestros pueblos conocen que son hermanos
y que Tú eres la Inmaculada y llena de gracia.

Con certeza filial sabemos
que en tu oído está el anuncio del ángel,
en tus labios, el cántico de alabanza,
en tus brazos, Dios hecho Niño,
54 en tu corazón, la cruz del Gólgota,
en tu frente, la luz y fuego del Espíritu Santo,
y bajo tus pies, la serpiente derrotada.

Madre nuestra Santísima,
en esta hora de Nueva Evangelización,
ruega por nosotros al Redentor del hombre;
que Él nos rescate del pecado
y de cuanto nos esclaviza;
que nos una con el vínculo de la fidelidad
a la Iglesia y a los Pastores que la guían.

Muestra tu amor de Madre a los pobres,
55 a los que sufren y a cuantos buscan el reino de tu Hijo.
Alienta nuestros esfuerzos por construir
el continente de la esperanza solidaria,
en la verdad, la justicia y el amor.

Agradecemos profundamente el don de la fe
y glorificamos contigo al Padre de las misericordias,
por tu Hijo Jesús, en el Espíritu Santo.

Amén.

JOANNES PAULUS PP. II






VIAJE APOSTÓLICO A ZARAGOZA,

SANTO DOMINGO Y PUERTO RICO


AL CLERO DE PUERTO RICO


Pabellón de Deportes de la Universidad de Puerto Rico

Viernes 12 de octubre de 1984



Amadísimos sacerdotes,
56 religiosos, religiosas y seminaristas:

1. Un motivo de particular satisfacción para mi en esta visita a Puerto Rico, que deseaba desde hace tiempo, es el encuentro con vosotros, las fuerzas vivas de la Iglesia en esta hermosa Isla, a la que Colón bautizó con el nombre del Precursor del Mesías: San Juan Bautista.

El Papa es bien consciente de lo que vosotros significáis para la Iglesia, y de la entrega y sacrificios con que lleváis a cabo vuestra misión pastoral como mensajeros del Evangelio, testigos de la fe y servidores de los hermanos. Por ello, durante este viaje apostólico con el que se inicia la preparación de los actos conmemorativos del V centenario del descubrimiento y de la evangelización de América, no podía dejar de reservar un tiempo especial, aunque forzosamente breve, a vosotros, los consagrados al Señor o que lo seréis un día.

Me gustaría poder saludaros personalmente, uno por uno; saber de vuestras actividades apostólicas, conocer vuestras inquietudes, vuestros problemas, vuestras penas y alegrías: oír vuestras confidencias y esperanzas, los deseos de vuestro corazón lleno de amor a Cristo y a su Iglesia.

Pero desearía, sobre todo, que este encuentro fuera para vosotros un momento de consuelo, de estímulo en vuestra vida de testigos de Cristo, de Apóstoles, de personas que han dedicado sus vidas al servicio de Dios y de los hermanos. Sed, pues, plenamente conscientes de que, en buena parte, la edificación de la Iglesia en Puerto Rico depende de vuestra actividad apostólica, como cotidianos mensajeros y distribuidores unidos a vuestros obispos y superiores, sed de verdad en el mundo de hoy, cada cual en su ambiente propio, “sal de la tierra y luz del mundo” (
Mt 5,13-14). Sal que dé una inspiración nueva a la sociedad, luz que oriente hacia horizontes que no son los sugeridos por meras razones humanas.

2. Queridos sacerdotes diocesanos y religiosos: no dejéis de miraros interiormente con ojos de fe renovada cada día. Sois los elegidos, los amigos de Jesús, los servidores de su plan de salvación. Dispensadores de los misterios de Dios en favor de vuestras comunidades; enriquecidos con poderes que superan vuestras personas, en virtud de la potestad recibida por la imposición de las manos (2Tm 1,6), sois los brazos, la voz, el corazón de Cristo que continúa salvando al hombre de hoy a través de vuestro ministerio eclesial.

Reavivad, pues, en vosotros la ilusión, la esperanza, la gracia recibida en vuestra ordenación sacerdotal. Recordad que actuáis tantas veces “in persona Christi”, “in virtute Spiritus Sancti”. Una fuerza interior que supera las capacidades humanas y que ha de llevaros —con humildad, pero con gran confianza— hacia vuestra propia plenitud interior, hecha madurez de vida en Cristo: “Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences pues . . . del testimonio que has de dar de Nuestro Señor” (Ibíd. 1, 7-8).

Sí, mis queridos hermanos en el sacerdocio: mirando a Cristo como modelo y como fuerza que puede renovar cada día vuestra juventud de espíritu, sentíos gozosos de vuestra propia identidad de sacerdotes. Y no cedáis nunca a la duda sobre el valor de vuestra vida y sobre la posibilidad de ser perseverantemente fieles a ella. No estáis solos con vuestras únicas fuerzas humanas: “Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto. Por eso no tememos” (Ps 45,2 s.).

Pero sed a la vez conscientes de vuestra flaqueza, para superar la cual necesitáis imprescindiblemente una constante y decidida unión con Cristo en la oración; necesitáis la gracia de los sacramentos, que también para vosotros son fuente de renovación y de gracia. Así, alimentados en ese hontanar inagotable que es Cristo, fieles a la meditación diaria, al rezo de la liturgia de las horas y con un profundo amor filial a la Madre de Jesús y nuestra, mantendréis inalterada la robustez y frescura de vuestra entrega.

3. Las almas a vosotros confiadas esperan mucho de vosotros. No las defraudéis en la donación generosa: “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,8).

El amor a Cristo ha de inspirar eficazmente vuestro amor al hombre, sobre todo a quienes están más necesitados. Pero que todos vean en primer lugar en vosotros a los amigos y maestros en la fe, a los seguidores de Cristo, a los constructores de la Iglesia, a los predicadores de hermandad y diálogo, que en ese espíritu se entregan también generosamente a la obra del progreso y promoción del hombre.

57 En vuestro ministerio concreto, permaneced siempre unidos a vuestros obispos, centros de la vida eclesial diocesana. La unidad que nace del núcleo mismo de nuestra fe cristiana y que pertenece a la esencia íntima de la Iglesia, se hace aún más necesaria cuando surgen dificultades. Por ello no cedáis nunca a la tentación —en aras de una pretendida mayor eficacia pastoral— de desoír o actuar contra las directrices de vuestros Pastores.

Y cuando en el ejercicio de vuestro ministerio encontréis cuestiones que tocan opciones concretas de carácter político, no dejéis de proclamar los principios morales que rigen todo campo de la actividad humana. Pero dejad a los laicos, bien formados en su conciencia moral, la ordenación según el plan de Dios de las cosas temporales. Vosotros habéis de ser creadores de comunión y fraternidad, nunca de división en nombre de opciones que el pueblo fiel puede elegir legítimamente en sus diversas expresiones. Esta consideración que dirijo a vosotros, sacerdotes diocesanos y religiosos, es igualmente aplicable a los otros miembros de las familias religiosas.

4. ¿Qué decir ahora como más específico para vosotros, religiosos y religiosas de Puerto Rico? Recordando palabras del Apocalipsis os repetiría con gozo: “Conozco tus obras, tu caridad, tu fe, tu ministerio, tu paciencia” (
Ap 2,19). Sé de vuestra presencia cualificada en los diversos campos del apostolado eclesial: en las parroquias, con los niños, los estudiantes, los enfermos, los necesitados de asistencia, los pobres, los marginados, los hombres de cultura, o con tantos otros que confiadamente acuden a vosotros buscando consejo y aliento.

Me alegra toda esta presencia eclesial que vosotros ofrecéis con vuestra labor y vuestro amor al hombre por Cristo. Permitidme que a este propósito os recuerde que, como almas consagradas a Dios, habéis de ser ante todo especialistas del Evangelio de Jesús, seguidores de la caridad perfecta hacia Dios y hacia el prójimo en la que se resume la esencia del Evangelio.

Es en este dinamismo de la santidad, en la línea del carisma de cada instituto, donde encuentra la vocación religiosa su verdadero sentido y realización. En una fundamental actitud de servicio: “Schola dominici servitii”, como indica la bella fórmula de la regla de San Benito (San Benito, Regla, 45).

Tened bien en cuenta en todo momento que así como corresponde al laico dar testimonio cristiano en la esfera de las realidades temporales, así el alma consagrada ha de darlo recorriendo en su vida el itinerario de las bienaventuranzas, encarnando con alegría las exigencias de castidad, pobreza y obediencia, participando activamente en la vida de su propia comunidad, manteniendo una intensa vida de oración porque “toda dádiva buena y todo don desciende del Padre de las luces” (Jc 1,17).

Por ello, no os dejéis deslumbrar por el espejismo de un activismo desproporcionado que pueda impediros el contacto con el Señor. No cedáis tampoco a la fácil tentación de infravalorar la vida en común o de permitir que motivaciones no evangélicas empañen vuestra propia identidad religiosa o inspiren vuestra conducta.

5. Sé que está también aquí presente un grupo de jóvenes, que representan a esos más de 300 alumnos del seminario mayor y de diversos institutos religiosos, en fase de formación. Ellos alegran profundamente mi corazón de Pastor, porque encarnan las esperanzas puestas en el futuro de la Iglesia en esta Isla.

No necesito muchas palabras para manifestaros, queridos jóvenes, mi gran afecto y mi deseo de confirmaros en vuestro camino. Os exhorto a no apagar vuestra generosidad y a manteneros fieles a la llamada que Dios ha dejado en vuestras almas. Ante la tarea exigente pero grandiosa que os espera, sed conscientes de la importancia de este tiempo de preparación y, como el siervo fiel y prudente del Evangelio, haced fructificar al máximo los talentos que habéis recibido (Mt 25,14-22), para ponerlos a disposición de la Iglesia y de quienes aguardan vuestro futuro ministerio.

6. Es consolador para mí y motivo de agradecimiento al Padre, constatar la esperanzadora floración de vocaciones sacerdotales y religiosas de Puerto Rico. Ello prueba que la Iglesia hunde cada vez más sus raíces en el alma buena del pueblo puertorriqueño. Y esto mismo ha permitido llegar a la hermosa meta de que todos los obispos de la Isla sean nativos y que Puerto Rico tenga su primer cardenal.

Pero este crecimiento no es suficiente y por ello hay que seguir cultivando con todos los medios las vocaciones a la vida consagrada. Un esfuerzo que corresponde a toda la comunidad cristiana.

58 Esta Isla que va a cumplir sus 500 años de evangelización ha recibido y sigue recibiendo la ayuda sacrificada y preciosa de otros hermanos en la fe, que viniendo de otras tierras, han dado y dan lo mejor de sí a esta Iglesia. A ellos quiero decir: ¡Gracias en nombre de Cristo! ¡Gracias por vuestra generosidad! ¡Gracias por vuestra apertura de corazón! Seguid trabajando en esta Iglesia hospitalaria que es también la vuestra, la de Cristo en América Latina.

7. Termino pidiendo al Señor que el “Plan nacional pastoral con ocasión del V centenario del comienzo de la evangelización de América” preparado por vuestros obispos, produzca abundantes frutos para la Iglesia que peregrina en tierra borinqueña, y en primer lugar para vosotros.

A vuestras plegarias confío las responsabilidades del mi ministerio como Sucesor de Pedro, y os aseguro que pido a la Madre de la Divina Providencia, para que os ayude, os consuele maternalmente y os haga fieles a vuestra entrega eclesial. Con estos deseos, a vosotros y a todos los que aquí representáis doy con gran afecto mi bendición apostólica.






Discursos 1984 45