Discursos 1984 58


A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO SUPREMO DE


LA MAGISTRATURA DE ESPAÑA


Miércoles 17 de octubre de 1984



Es para mí motivo de profunda satisfacción poder recibir esta mañana a vuestro distinguido grupo, compuesto por los ilustres Miembros del Consejo Supremo de la Magistratura de España.

A todos y cada uno de vosotros, así como a los compañeros de profesión que representáis, de las diversas partes de España, quiero reservar un cordial saludo.

Conozco las altas funciones que vuestro Consejo y Organismos afiliados desempeñan, y que tanta repercusión tienen en el buen funcionamiento de sectores vitales para el recto ordenamiento de la sociedad española. Por ello quiero expresaros mi profundo respeto y estima por esas funciones y por cuantos en España las ejercen con verdadera competencia y con profundo sentido de responsabilidad jurídica y cívica.

Desde esta sincera estima por vuestras personas y misión, permitidme, Señores, que os diga una palabra sobre algo que está en vuestro espíritu y que pertenece a la esencia de mi propio ministerio. Me refiero al aspecto ético que encarna la particular función del Magistrado.

Vosotros sabéis bien que las mismas normas legales de cada nación suelen tutelar con precisión la libertad e independencia del Magistrado, para que ejerza con las debidas garantías su misión, preciosa e insustituible para la sociedad.

Ello mismo os coloca en una posición ética de particular significado y amplitud. Para responder al cometido sagrado que la sociedad os confía, para mantener una incorruptible imparcialidad, para discernir con sabia y equitativa prudencia la adecuación o no de la norma o el modo de su aplicación concreta. Y sobre todo para responder al dictamen de una indefectible conciencia en la que alienta la voz de Dios.

Sé que la sociedad española espera mucho de vosotros en el momento actual. Séame permitido rogaros come Sucesor de Pedro que no la defraudéis en ningún momento. Y que vuestra absoluta rectitud profesional, la objetividad e independencia de vuestros dictámenes basados únicamente en la norma jurídica justa y en la voz de la conciencia, vuestro sentido moral ejercido con la discreción debida a tan altas mansiones, sean un ejemplo de moralidad sin fallo para toda la sociedad.

59 Señores: Pido para vosotros al Juez de jueces y Señor de los señores para que ilumine vuestras vidas y actuación. A El ruego que bendiga a vosotros, a vuestros compañeros de profesión y a vuestras familias.






A LA SEÑORA RAQUEL LOMBARDO DE DE BETOLAZA,


EMBAJADORA DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY


Jueves 18 de octubre de 1984



Señora Embajadora:

reciba mi más cordial bienvenida en este día en que presenta las Cartas Credenciales que la acreditan como Embajadora Extraordinaria y Plenipotenciaria de la República Oriental del Uruguay ante la Santa Sede.

Agradezco las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme, con las que ha querido poner de manifiesto algunos rasgos del alma noble de la nación uruguaya, expresando a la vez los buenos propósitos que la animan al iniciar su alta misión.

Vuestra Excelencia ha aludido a los esfuerzos que el pueblo uruguayo realiza para lograr un nivel de vida superior. Me alegra esta voluntad de superación que es un anhelo inscrito en lo profundo de la persona humana, la cual merece en ese camino todos los cuidados y dedicación de quienes tienen la responsabilidad en los destinos de la Nación. Ojalá esa aspiración se logre con la libre contribución de todos y cada uno, y conduzca a un progreso integral mediante el común interés y trabajo, que ha de ser enmarcado en una perspectiva verdaderamente humana, porque así “el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido se hace más hombre” (Laborem Exercens LE 9).

Me complace asimismo que la sociedad uruguaya quiera empeñarse en la tutela y promoción de los valores supremos del hombre, porque la dignidad de la persona, individual y colectivamente considerada, es uno de esos supremos valores que han de ser siempre tutelados. Por ello el Concilio Vaticano II afirma que “pertenece esencialmente a la obligación de todo poder civil proteger los derechos inviolables del hombre” (Dignitatis Humanae DH 6).

La tarea evangelizadora de la Iglesia se sitúa precisamente en esta perspectiva de promoción y estímulo de los valores de las personas y de los pueblos. Entre tales valores está la dimensión espiritual y religiosa del ser humano. Por eso, en las inmediaciones de cumplirse el V Centenario del comienzo de la evangelización de América, la Iglesia quiere aplicarse con renovadas energías en ese esfuerzo por construir una sociedad más sana, moral, justa, pacífica y libre, donde el alma religiosa de cada persona pueda hallar su adecuada expresión.

En esa línea, los Pastores, sacerdotes y familias religiosas en Uruguay continuarán incansables su misión de servicio al hombre, ciudadano e hijo de Dios, potenciando a la vez los valores de la cultura cristiana que es uno de los elementos de la identidad del alma uruguaya.

En ese campo de la cultura es consolador el hecho de la reciente creación de la Universidad Católica “Dámaso Antonio Larrañaga” que, fiel a las raíces históricas del pueblo uruguayo y consciente de los retos que plantea el futuro, contribuirá sin duda a la elevación del nivel cultural de la población.

Señora Embajadora: Formulo mis mejores votos por el éxito de la nueva misión que hoy comienza y deseo manifestarle las seguridades de mi estima y apoyo.

60 Al agradecer el deferente saludo del Señor Presidente de su país, invoco sobre Vuestra Excelencia y familia, las Autoridades y todos los amadísimos hijos del Uruguay abundantes y escogidas gracias del Altísimo.






A LOS OBISPOS DE CHILE


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 19 de octubre de 1984



Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Al recibir hoy al primer grupo de Obispos de Chile en visita “ad limina Apostolorum” pienso en aquellos encuentros de los discípulos con el Señor, que después de una jornada laboriosa volvían a juntarse con El. Si por un lado ellos le contaban lo que habían hecho y enseñado, por otra parte el Señor los acogía con cariño y los reconfortaba, invitándolos al silencio del descanso y de la oración (Lc 9,5).

Esta imagen es muy iluminadora para el encuentro del Sucesor de Pedro con los Hermanos Obispos de la Iglesia en Chile.

En ese espíritu, la realización de esta visita nos brinda la ocasión de encontrarnos íntimamente en torno a Jesucristo, Pastor Supremo (1P 5,4), y nos anima a una mayor comunión eclesial. Unión y comunión con el Sucesor de Pedro y entre vosotros mismos, para facilitar y dar nueva consistencia a vuestro ministerio de Pastores.

Esa vivencia positiva os hará experimentar siempre el ambiente de fraternidad con que se han podido examinar tantos puntos referentes a la vida de las comunidades encomendadas a vuestro celo apostólico. Así se va creando una relación eclesial de corresponsabilidad más sensible e inmediata, al tiempo que cada Obispo puede percibir mejor las dimensiones universales de la Iglesia.

2. En este encuentro están ante todo presentes en mi corazón las personas de los Pastores, las de cada uno individualmente, a menudo agobiadas por tantas dificultades y por el cotidiano trabajo del servicio de la Palabra y de la dirección comunitaria.

Quisiera por ello deciros que estoy junto a vosotros, así como junto a vuestros sacerdotes y diáconos; que veo vuestras fatigas apostólicas y que pido insistentemente al Señor por vosotros, para que os conforte en vuestras labores con el don de una profunda caridad. Ella no sólo estrecha en nuestro apostolado el lazo de la comunión fraterna y eclesial con el Pueblo de Dios, sino que abre nuestras mentes a la contemplación del misterio de Cristo Redentor.

Y cuanto más fuerte y agobiante es la acción pastoral, tanto mayor debe ser la contemplación de ese misterio. Ello implica el desarrollo de la caridad en las propias relaciones con Dios, la escucha atenta de su Palabra, la meditación frecuente de su misericordia, el gozo intimo por la munificencia de sus dones y el entusiasmo hecho plegaria por la gratuidad de su amor.

Hablar de ello es ponerse delante un problema de perenne validez: la santidad. El hombre siente hoy una necesidad urgente de nuestra vida evangélica. La propia santidad es el don más precioso y más rico que podamos ofrecer a nuestras comunidades. Es también el camino de verdadera renovación que el Concilio nos ha pedido aportar a la Iglesia. Es el camino de la plena fidelidad eclesial, el gozo en la entrega a la obra salvadora de Cristo y del generoso compromiso en una tarea que reclama una intensa caridad pastoral.

61 3. Vosotros conocéis bien los puntos de apoyo de tal fidelidad. El hecho de presidir en nombre de Dios el rebaño del cual sois Pastores (Lumen Gentium LG 20). os vincula íntimamente a Cristo. Sois consagrados por Dios en la Iglesia para actuar “in persona Christi”. Vuestro ministerio pastoral está totalmente ligado a Cristo. Vosotros sois los padres, pero también los responsables de vuestra diócesis “a cuya autoridad, conferida desde luego por Dios, todos se someten de buen grado” (Christus Dominus CD 16).

Tal originalidad del sacerdocio de Cristo se expresa con una palabra: su dimensión pastoral. Vosotros sabéis por propia experiencia lo que implica esta preocupación pastoral. El Obispo, en efecto, en comunión con el Sucesor de Pedro, es el testigo sacramental de la trascendencia histórica de Cristo y agente incansable de su triple misión de santificar, enseñar y gobernar. Por ello está comprometido a vivir como el “Buen Pastor”.

Esa dimensión pastoral de vuestro ministerio —que es la primera y esencial del mismo— os hace los hombres de la comunión, los padres y hermanos de la comunidad de creyentes que os ha sido confiada; os hace los especialistas en el “sensus Ecclesiae”, o sea de la Iglesia, universal y local, que en la historia prosigue la misión de Cristo Redentor entre los hombres. Ese sentido pastoral es el que habrá de guiar siempre vuestra fidelidad a Dios y la lealtad a los hombres vuestros hermanos.

4. En la línea de ese servicio pastoral vuestro, quisiera someter a vuestra consideración el tema de la religiosidad popular.

Conozco la importancia y la gran concurrencia a vuestros innumerables Santuarios marianos, como, por ejemplo, a los de La Tirana, de Andacollo, de Lo Vásquez, de Maipú y a la Basílica de Lourdes en Santiago. Estos Santuarios y la devoción popular que implican tiene un significado denso, rico de perspectivas.

El significado de esta religiosidad popular, que en vuestras diócesis es muy profundo, no se reduce simplemente a una expresión antropológica o sociológica. Por el contrario se trata de momentos de gran densidad de gracia, en que el hombre redescubre sus raíces más hondas y la base que las sustentan. A la vez se siente estimulado a la oración, la penitencia y la caridad fraterna.

En esa piedad popular sucede con frecuencia que, junto a elementos tal vez superados y que deben purificarse, hay otros que son expresivos de auténtica fe cristiana. Es, pues, necesario valorizar plenamente la piedad popular, purificarla de indebidas incrustaciones del pasado y hacerla plenamente actual. Esto significa evangelizarla, o sea, enriquecerla de contenidos salvíficos portadores del misterio de Cristo y del Evangelio (Homilía en la Misa celebrada en el Santuario de la Virgen de Zapopan, 5, 30 de enero de 1979).

Es urgente, además, un profundo trabajo de discernimiento en la lectura de las riquezas de vuestra cultura popular. Para tratar de percibir en ella el paso del Señor que estimule a enriquecerla de contenidos profundamente cristianos, aptos para un auténtico crecimiento en la fe. Así ese pueblo y las comunidades de fieles se sentirán más cerca de Dios, viendo valorizado todo lo que ellas tienen de genuino o de semillas de la Palabra.

5. Algo que tiene gran importancia es el anuncio del Evangelio y la transmisión de la fe en la sociedad de nuestros días.

En efecto, el progreso de la civilización moderna con los fenómenos sociales que ha ido gestando, marcados por un agudo proceso de secularización, acentúa siempre más la laicidad y la orientación puramente terrena, provocando un debilitamiento del influjo evangélico.

Lamentablemente esta situación favorece a veces en nuestras comunidades eclesiales posturas típicamente horizontales y ciertas modas meramente temporales, que dañan la claridad del testimonio evangélico. Los cambios no sólo han puesto en juego la acción pastoral tradicional, sino que han dañado, algunas veces, la integridad de la fe, haciéndole perder fuerza y actualidad.

62 Se hace, por tanto, cada día más indispensable la transmisión de una fe profunda y auténtica que presente con claridad toda la belleza del Evangelio, sin reducciones de ninguna especie. Como bien recordaba mi Predecesor Pablo VI, se evitará así la “tentación de reducir la misión de la Iglesia a las dimensiones de un proyecto puramente temporal; de reducir sus objetivos a una perspectiva antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es mensajera, a un bienestar material; su actividad —olvidando toda preocupación espiritual v religiosa— a iniciativas de orden político o social” (Evangelii Nuntiandi, 32).

Por otra parte la situación presente invita a la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como “una tarea absolutamente primordial de su misión” (Catechesi Tradendae
CTR 15).

La catequesis merece, pues, la prioridad en la acción pastoral de la Iglesia. A ella estamos invitados a “consagrar los mejores recursos en hombres y en energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla mejor y formar personal capacitado” (Ibid.).

En esta tarea vosotros tenéis, queridos Hermanos en el episcopado, una misión particular, ya que sois los primeros responsables de la catequesis, los catequistas por excelencia. Es evidente, por otra parte, que esa catequesis ha de ser fiel al contenido esencial de la Revelación, con una metodología que sea capaz de educar a las generaciones cristianas del futuro en una fe robusta (Ibid. 50).

6. Al problema de la transmisión de la fe está íntimamente unido el de las vocaciones sacerdotales. Sé que en vuestras diócesis hay una honda tradición cristiana y que son muchos aquellos que piden los auxilios de la religión. Veo también con esperanza el crecimiento de las vocaciones. Sin embargo tengo conocimiento de que en vuestras regiones, sobre todo en las del Norte de Chile, escasean los sacerdotes, que son insuficientes para prestar la debida atención pastoral.

Mientras comparto con vosotros la preocupación y el sufrimiento por esta falta de personas dedicadas a la causa del Evangelio, alabo y bendigo a todos aquellos misioneros que desde varias partes del mundo han llegado a Chile, para prestar allí su servicio fraterno. Son ciertamente un apoyo importante y una gracia de Dios para vuestras comunidades eclesiales.

Pienso, por ello, que es necesario intensificar y mejorar incesantemente la pastoral vocacional. Sé que os preocupáis ciertamente del cuidado de los jóvenes y promovéis misiones juveniles que a veces tiene larga duración. Lo que importa ahora es fomentar una pastoral audazmente misionera, incrementando una fuerte “mística” apostólica, acompañada de proyectos concretos encaminados a incrementar las vocaciones. No es necesario que os recuerde la importancia del llamado personal hecho con respeto, pero también con la fuerza y con la autenticidad evangélica de Cristo.

La causa de las vocaciones pide ardor misionero, audacia, magnanimidad en las iniciativas, testimonio de vida y, sobre todo, que nos apoyemos fuertemente en el amor a Jesús eucarístico y en la devoción a la Virgen Santísima, Madre de la Iglesia. Ciertas dificultades necesitan el “milagro” de la fe y el ardor de la oración.

Sé que en este año se celebran los 400 años de vida del Seminario Mayor de Santiago y que se recordará su historia gloriosa de siglos. Hago votos desde ahora, para que estas celebraciones promuevan un profundo despertar de vocaciones eclesiásticas para Santiago y para todo el País.

7. Los problemas de la familia constituyen otra seria interpelación. Más que un sector de vuestras orientaciones y programas, la familia es un verdadero centro, a partir del cual hay que reestudiar y planificar, con esperanza, la pastoral.

Es de mucha importancia que, como una de las consecuencias del Sínodo sobre la familia, tratéis de revisar vuestra pastoral de conjunto, para intentar hacerla converger sobre la familia, ya sea en su identidad de signo irradiante del amor de Dios, ya sea en sus variadas misiones y tareas eclesiales. En un mundo lleno de temores y de preocupaciones es necesario impulsar la familia como una contribución positiva cargada de esperanza, como “alianza de amor y de vida” (Patrum Synodalium, Nuntius ad Populum Dei, 9).

63 También en el plano religioso debe procurarse una sólida formación a la familia, para que sea lugar de vivencia de la fe y centro de evangelización de la sociedad. Y para que cumpla esa misión con espíritu abierto, siendo capaz de “formar hombres en el amor, y además ejercitar el amor en relación con los demás, de modo que el amor esté abierto a la comunidad y movido por un sentido de justicia y respeto hacia los otros y que sea consciente de su responsabilidad hacia toda la sociedad” (Ibid., 12).

Es, pues, indispensable que la familia desempeñe adecuadamente su rol en la educación completa del hombre y de la sociedad. Por ello hay que proveerla de una base moral e ideal que se funde en los genuinos valores cristianos, en la apertura a Dios, porque “el hombre no puede vivir sin amor”; porque sin ello el hombre “permanece para si mismo un ser incomprensible”; porque su vida “está privada de sentido si no le es revelado el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Familiaris Consortio
FC 18). Vivido en esa perspectiva el amor familiar deberá convertirse en escuela de amor. ¿No habrá llegado el momento de hacer un fuerte llamado a los padres de familia, para que se hagan cargo del futuro del hombre salvando en él el amor y la vida?

También nuestras instituciones educativas deberán emprender un verdadero esfuerzo de renovación, para inserir a la familia en su radio de acción y hacerla profunda escuela de amor y de comunicación de valores religiosos y humanos.

De esta forma, queridos Hermanos, vosotros no sólo cumpliréis, con vuestro deber de pastores, sino que prestaréis a la vez un gran servicio a la sociedad nacional, que en su deseo de reconstrucción debe poder contar con los grandes valores que derivan de una familia estable, sana y fundamentada en sólidos principios morales.

8. Al concluir este encuentro, pido para vosotros la fuerza y luz del Espíritu Santo, para que acompañe con su gracia vuestro celoso y abnegado servicio a la Iglesia. Que El os asista en vuestro propósito sincero de llevar el Evangelio de Cristo a todas vuestras comunidades.

Antes de despedirme de vosotros, no puedo dejar de manifestaros la profunda alegría que me ha proporcionado el hecho de que las queridas Naciones de Chile y Argentina hayan llegado a establecer el texto del Tratado, que una vez ratificado por ambas Partes, pondrá definitivamente término al diferendo entre los dos Países. La participación de la Santa Sede en el proceso de la Mediación ha tenido siempre como meta el bien de los dos Pueblos y la concordia entre ellos. Quiera Dios hacer fecunda esta obra de paz.

A la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, encomiendo estas intenciones, vuestras personas, las de vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas, las de vuestros fieles y conciudadanos todos, mientras les imparto con gran afecto mi Bendición Apostólica.






AL SEÑOR FRANCISCO ALFREDO SALAZAR ALVARADO


NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR


Sábado 20 de octubre de 1984



Señor Embajador:

Agradezco las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme en este acto de presentación de las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador.

Reciba ya desde ahora mi más cordial bienvenida, junto con las seguridades de mi benevolencia y apoyo para el feliz desarrollo de la alta misión que hoy comienza.

64 Me ha sido muy grato escuchar cuanto ha dicho Vuestra Excelencia acerca de los propósitos que animan a las Autoridades de su país en orden a favorecer y promover los valores morales y espirituales. En efecto, es de la mayor importancia dar el lugar que les corresponde a esos valores superiores que constituyen el fundamento y garantía de la justa dimensión del hombre en sus relaciones con los demás. Y que a la vez potencian y hacen posible el ordenado progreso que se traduce en una más alta calidad de vida para todos. De ello es toda la sociedad la que recibe un benéfico influjo.

En esta perspectiva de prioridad de valores fundamentales, existe una serie de metas en las que la Iglesia puede y desea colaborar —dentro del ámbito de su propia misión— con las Autoridades del país, a fin de favorecer el bien común de los ciudadanos.

En esa línea, los Pastores, clero y fieles del Ecuador, movidos por la decidida vocación de servicio que brota de sus propias convicciones y exigencias religiosas, continuarán prestando su desinteresada contribución al desarrollo integral de la persona humana, sobre todo en los campos educativo y asistencial en los que sea requerida su presencia y aporte.

A este efecto, no puedo dejar de mencionar la figura de un preclaro hijo del Ecuador al que Usted ha aludido: el Hermano Miguel Febres Cordero, cuya solemne ceremonia de canonización tendrá lugar, Dios mediante, mañana.

Este apóstol de la escuela y eminente hombre de cultura plasmó en su vida, de modo ejemplar e incluso heroico, su condición de creyente y de ciudadano. En él se conjugan en modo admirable el amor a Dios, fin último del hombre, y el amor a los hermanos, objeto de su infatigable vocación de servicio como educador y como hombre de ciencia.

Y es que hoy como ayer, la Iglesia, aun enfatizando la preeminencia de los valores espirituales sobre los valores materiales, en modo alguno rehúsa su sincero apoyo y estímulo para superar las necesidades del presente, a la vez que “contribuye a difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en el seno de cada nación y entre las naciones”, como proclamó el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes
GS 76).

Señor Embajador: Al término de este encuentro deseo expresarle fervientes votos por el feliz cumplimiento de su alta misión ante la Santa Sede.

Al mismo tiempo invoco sobre Vuestra Excelencia y familia, sobre el Señor Presidente de la República y Autoridades, y sobre los amadísimos hijos del Ecuador —que Dios mediante espero visitar a principios del próximo año y a los que desde ahora envío mi saludo y recuerdo—abundantes gracias del Altísimo.






A LOS OBISPOS DEL ECUADOR


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Lunes 22 de octubre de 1984



Señor Cardenal,
Venerables Hermanos en el episcopado:

65 1. Es para mí motivo de profunda alegría tener este encuentro global con vosotros, Pastores de la Iglesia que peregrina hacia el Padre en el Ecuador. Haciéndoos peregrinos vosotros mismos, habéis venido hasta aquí para realizar la visita “ad limina Apostolorum”.

Sed, pues, bienvenidos a este encuentro en Roma, que con su significado eclesial constituye un ejemplo y fuente de enriquecimiento espiritual para vuestros fieles, quienes en estos lugares santificados por el testimonio de los Apóstoles Pedro y Pablo ven el centro de unidad de quienes profesamos la misma fe en Cristo que ellos predicaron.

Un encuentro que sobre todo contribuye a confirmar vuestro sentido de comunión con la Sede de Pedro, “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad” (Lumen Gentium
LG 23), y también con los demás obispos del mundo, a fin de que se incrementen siempre la solidaridad y la unión eclesiales.

En ese espíritu quiero analizar con vosotros algunos puntos que desde vuestra visita ad limina de hace cinco años constituyen avances dignos de elogio, otros que encarnan esfuerzos pastorales merecedores de aliento y otros, finalmente, que encierran problemas y requieren oportuna reflexión e iniciativas.

2. A través de los informes sobre el estado de vuestras diócesis se puede comprobar que la Iglesia en Ecuador ha tomado muy en serio el tema de la evangelización tratado en la Conferencia de Puebla. Ella ha prestado peculiar atención a la valoración doctrinal y pastoral de la religiosidad popular, como base para conducir al pueblo a una mejor educación en la fe mediante una intensa acción evangelizadora y catequética.

Vuestras diócesis están empeñando a fondo sus energías en esta tarea. Y el documento de Opciones Pastorales, elaborado como aplicación concreta de las directrices del documento de Puebla, es un decidido y unánime compromiso de acción en esta línea.

Evangelización y catequesis son la preocupación prioritaria vuestra y de vuestros sacerdotes, entre los que hay admirables ejemplos de dedicación y celo; lo son igualmente de un número creciente de comunidades religiosas que colaboran eficazmente en esta tarea con los párrocos; lo son de un mayor número de laicos que se comprometen generosamente en este apostolado, como catequistas y animadores de comunidades cristianas, en lugares apartados de los centros parroquiales.

En todas las diócesis y circunscripciones misionales ha habido en este sentido avances significativos, por los que os expreso mi profunda alegría y aliento.

3. Para potenciar esta labor en todos los sectores sociales y ambientes, la Iglesia en Ecuador necesitaba la ayuda, hoy imprescindible, de los medios de comunicación social. Entre estos medios el que en el Ecuador tiene la primacía es el de la Radiodifusión.

Por ello la Conferencia Episcopal Ecuatoriana ha hecho un gran esfuerzo para contar con este instrumento de evangelización, de cultura y de formación de la conciencia social a nivel nacional. Gracias a Dios ya está en funcionamiento la Radio Católica Nacional, que por la alta calidad técnica de sus equipos está considerada como una de las mejores del país; y a la vez se va logrando que lo sea también por el contenido de su programación. Con ello la Conferencia Episcopal ha llenado asimismo una peligrosa brecha que en este campo se había ido produciendo debido a la labor de otros entes radiofónicos. Estoy seguro que iniciativa tan laudable producirá ubérrimos frutos para la Iglesia y para la sociedad ecuatoriana.

4. Hasta hace poco, ciertas corrientes políticas que habían logrado hacer prevalecer en el Ecuador los principios laicistas de la revolución liberal del siglo pasado excluían a la Iglesia de algunos campos y ambientes de la vida social, lo cual le impedía, por ejemplo, organizar establemente la asistencia religiosa para los servidores del orden público.

66 La Iglesia ha logrado superar ahora la pasada situación, que ha durado casi un siglo. Así se llegó a la erección del Vicariato Castrense, mediante el Convenio entre la Santa Sede y el Gobierno ecuatoriano, que fue ratificado por unanimidad en la Cámara de Representantes. Será una de vuestras tareas lograr ahora una evangelización también de ese ambiente, en el espíritu de educación a la paz, al amor y respeto fraternos, así como al sentido de moralidad y servicio que enseña el Evangelio.

5. Entre los esfuerzos pastorales que deseo alentar está en primer lugar el dedicado a los sacerdotes, a la vida consagrada y a las vocaciones.

Sé que la Conferencia Episcopal no ha escatimado energías para superar la situación del pasado. En el último lustro se ha conseguido un despertar progresivo de vocaciones eclesiales y se ha puesto en marcha con optimismo una pastoral vocacional renovada. Es satisfactorio comprobar ahora que ha crecido no sólo el número de candidatos al Sacerdocio ministerial, sino también el número de Seminarios mayores, gracias al empeño de los Pastores por establecer su propio centro de formación sacerdotal.

En este afán episcopal digno de todo estimulo, con tal que se cumplan las condiciones que para la creación y funcionamiento de los Seminarios establecen la Ratio institutionis sacerdotalis de la Congregación para la Educación Católica y el nuevo Código de Derecho Canónico. Me alegra comprobar a este respecto que vosotros habéis recogido cuidadosamente esas normas en un propio documento de aplicación al Ecuador.

Ahora será necesario vigilar por su exacto cumplimiento en todo nuevo Seminario que se haya establecido o se quiera establecer. Y desde luego es de decisiva importancia que se cuente con Superiores bien preparados y unidos fraternalmente en su importantísima tarea de formación espiritual, pastoral y humana de los seminaristas. Como es menester también que se cuente con un profesorado no improvisado, sino debidamente cualificado para impartir de modo adecuado la formación doctrinal, y suficiente en cuanto al número indispensable de cátedras que hay que establecer.

6. Vosotros sabéis bien cuán arduo y doloroso ha sido para la Iglesia ecuatoriana el camino que a lo largo de todo este siglo ha tenido que recorrer, para salvaguardar el derecho de las familias y de la Iglesia a la educación cristiana en todos los niveles, desde la escuela primaria hasta la Universidad. Me alegra en particular que se haya puesto tanto empeño en lograr que la ley de educación superior no atente contra el derecho de la Universidad Católica a conservar su propia identidad.

Pero todavía queda mucho por hacer en este campo de tan vital importancia para el porvenir del Ecuador. Se trata de conseguir una educación de la niñez y juventud que, basándose en la fe, sea capaz de realizar la formación integral del hombre a la que debe aspirar.

Pienso que el feliz acontecimiento de la reciente canonización del Santo Hermano Miguel Febres Cordero —un verdadero ejemplo de cristiano y de ciudadano— es un llamamiento que confirma a la Iglesia en Ecuador en una tarea realizada hasta aquí con inmenso sacrificio, y la invita a continuarla con renovado afán. No sólo en beneficio de la Iglesia, sino de la misma comunidad civil, que sólo beneficios puede recibir de una mayor consistencia cultural y moral de sus generaciones jóvenes.

7. En el Ecuador, como en las otras naciones de América Latina, se ha vuelto más grave y conflictiva la cuestión social, que nace del alarmante contraste entre la creciente riqueza de algunos y la creciente pobreza de los demás en la misma sociedad.

Sé que la Conferencia Episcopal Ecuatoriana ha sido y es particularmente sensible al proceso de esta gravísima cuestión, como lo prueban las directrices dadas en su documento sobre Opciones Pastorales.

Me agrada comprobar asimismo que la Iglesia en Ecuador dedica al servicio de los grupos humanos muy afectados por la miseria económica una parte selecta de su personal; y que da un hermoso testimonio de caridad apostólica y social en los suburbios urbanos, en numerosos lugares rurales de la costa y de la sierra, y en los territorios misionales de las selvas. El fenómeno de las inundaciones de enteras poblaciones y de importantes sectores agrícolas, ocurrido el año 1983, ha demostrado la capacidad alcanzada por la Iglesia en Ecuador para volcarse en ayuda de los pobres. Y las campañas cuaresmales emprendidas con el tema Munera están logrando que un auténtico mensaje social, fundado en el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia, comience a penetrar en la conciencia nacional.

67 Todo esto es motivo de honda complacencia. Pero el problema ecuatoriano de la justicia social como fundamento de la paz, alcanza dimensiones tales que todo puede parecer insuficiente para resolverlo. Sin embargo, la magnitud del problema no debe descorazonar a la Iglesia, sino estimularla a acumular nuevas energías, y a crear renovadas formas de acción pastoral social, para cumplir también en este campo su misión específica. Quiero subrayar que se trata de cumplir la misión específica de la Iglesia, la cual no se identifica con la misión del Estado, cuyo fin es precisamente el bien común temporal. Se trata para la Iglesia de la misión que le compete de ser en primer lugar sacramento de salvación en Cristo, de anunciar la Buena Nueva a los pobres y buscar para todo hombre la liberación integral, ante todo del pecado. Ese es el mayor servicio al hermano “que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, lo libra de las injusticias y lo promueve integralmente” (Puebla, 1145).

8. La tarea apostólica de evangelización y promoción humana, asumida con particular empeño y fervor como actuación concreta de la opción preferencial por los pobres, halla un lugar, que parece extenderse cada vez más, en las comunidades eclesiales de base. Los Obispos del Ecuador, por su parte, después de la asamblea de Puebla, han optado por este criterio pastoral, decidiendo promover la formación de estas comunidades en sus diócesis y parroquias, de acuerdo con las directrices contenidas en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi
EN 58).

Hay, sin embargo, un punto que demanda solícita atención y vigilancia. El movimiento doctrinal y pastoral al que se ha referido la Congregación para la Doctrina de la Fe en su documento sobre «Algunos aspectos de la “Teología de la Liberación”», confiere peculiar importancia a la formación de las comunidades eclesiales de base; pero plantea también sobre ellas peculiares cuestionamientos de sentido cristológico, eclesiológico y antropológico.

De este hecho puede nacer una situación delicada para Pastores y fieles. Porque hay sin duda comunidades eclesiales de base orientadas hacia objetivos, que se quieren alcanzar manteniendo una real y sincera comunión con la Jerarquía; en tal caso no existen motivos de preocupación. Pero hay también comunidades orientadas hacia objetivos, que se desean lograr quizá en un marco global de inspiración de fe o de buena voluntad, pero sin toda la debida comunión leal y efectiva con la Iglesia institucional, juzgada a veces como adversa a la causa de la liberación de las masas oprimidas.

A este propósito hay que recordar con claridad que la promoción de comunidades eclesiales de base polarizadas en esta última línea eclesiológica, o que acentúan unilateralmente la dimensión social de la evangelización y que fomentan una “Iglesia del pueblo pobre” contrapuesta a la Iglesia institucional, mina la unidad de la Iglesia de Cristo y se coloca al margen de la misma. Entraña por ello un serio peligro, que hay que evitar a todo trance.

La Iglesia en Ecuador, gracias a Dios, ha mantenido en general una línea de equilibrio en la actuación de la opción preferencial por los pobres, aceptando la legítima variedad de iniciativas y formas diversas de acción pastoral en este campo, y conservando a la vez su unidad profunda. Pero es menester estar vigilantes, para no exponerla a fermentos de división. Por ello la Conferencia Episcopal debe tener en sus manos la coordinación de las comunidades eclesiales de base, asumiendo la responsabilidad de las iniciativas de evangelización y promoción humana que, en el seno de las mismas, se realicen en favor de los pobres.

9. El pueblo ecuatoriano ha heredado de sus mayores un bien espiritual de valor incomparable: el bien de su unidad católica. Hasta hace pocos decenios podía tenerse una cierta seguridad de que la conservación de este bien inestimable no se vería afectada sustancialmente por la actual campaña proselitista de sectas, emprendida para separar a los católicos, a ser posible masivamente, de la Iglesia católica.

Hoy, desgraciadamente, el avance del abandono de la propia fe ha traído ya el drama profundo de la desunión en familias que no tenían otro bautismo que el de la Iglesia católica, e incluso en algunas comunidades indígenas.

Ante ello, ha llegado el momento de una nueva creatividad de iniciativas pastorales para hacer frente a este grave peligro. Hay que plantearse seriamente las motivaciones de fondo de ese fenómeno, para ver si en la manera de vivir la fe, de proponer el apostolado, de abrir cauces a la fraternidad y generosidad hacia los necesitados, podemos ofrecer nuevos objetivos y métodos que satisfagan mejor los deseos y aspiraciones de los fieles.

10. Queridos Hermanos, antes de concluir este encuentro deseo alentaros en vuestra difícil tarea. Cristo está con vosotros y recoge vuestro esfuerzo. Que esto os anime siempre en vuestra entrega eclesial. Y que así logréis inspirar esperanza y optimismo a vuestros sacerdotes, familias religiosas, colaboradores en el apostolado y fieles en general.

Llevad a todos —en especial a los miembros de vuestras comunidades indígenas— el saludo y recuerdo del Papa, que mira ya esperanzado a la próxima visita a vuestro país, que se une en la plegaria a la Madre Santísima del Quinche y que a vosotros y a ellos bendice de corazón.





68                                                                                    Noviembre de 1984


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