Discursos 1984 68


VISITA PASTORAL A LOMBARDÍA Y PIAMONTE


A LOS PROFESORES Y ALUMNOS DE LA UNIVERSIDAD DE PAVÍA


Sábado 3 de noviembre de 1984



1. Estoy sumamente agradecido al rector magnífico de esta antigua e ilustre universidad de los estudios por las nobles palabras con las que me ha recibido. Aparte de él, dirijo mi deferente saludo al senado académico, a cada uno de los profesores de estas célebres facultades, al personal no docente y a todos los estudiantes de esta comunidad. Desde sus mismos orígenes, vuestra universidad ha sido como una encrucijada de la cultura europea, ya que, debido al prestigio de sus docentes y a su misma situación geográfica, ha acogido —tanto ayer como hoy— a numerosos jóvenes de distintas nacionalidades, rivalizando de ese modo con otras cualificadas sedes de la cultura no sólo europea, sino internacional.

Como ciertamente sabéis, la inclusión de este encuentro en mi viaje pastoral se debe al hecho de que San Carlos, de joven, estudió aquí derecho canónico y civil a partir de noviembre de 1552, consiguiendo el doctorado in utroque en diciembre de 1559 y recibiendo las credenciales de manos de Francesco Alciati, después cardenal. El período de sus estudios en Pavía abrió el espíritu del joven, ayudándole por ejemplo a conocer de cerca las dificultades por las que atravesaban los estudiantes menos acomodados. Nació así en su mente la idea de un Colegio, que recibió el nombre de él y que daría comienzo a sus actividades en 1563. La vida del joven Carlos en esta universidad nos es conocida por las cartas y por la biografía de Carlo Bascapé, donde encontramos esta frase significativa: él "no llevó un género de vida distinto del de sus coetáneos, pero al mismo tiempo cultivó la piedad y la honestidad con toda diligencia" (cf. Vita e opere di Carlo, arcivescovo di Milano, cardinale di S. Prassede; Milán, 1965, pág. 19). Por otra parte, las cartas al padre y a su agente se centran en diversos problemas, pero ya permiten entrever en él un espíritu bien dispuesto y sensible, que le permitía comprender las necesidades de los demás para hacerles frente con su propio patrimonio. Esto continuó haciéndolo, de manera puntual y ejemplar, en la cátedra de San Ambrosio, como celoso Pastor de la Iglesia de Milán.

2. Teniendo en cuenta la gloriosa historia de vuestra universidad y, más en general, considerando la función propia de toda universidad, no se puede pasar por alto el papel determinante que estas sedes tienen en orden al desarrollo del hombre y de los pueblos. La universidad es lugar de encuentro entre personas de diversas generaciones, que dan "naturalmente" vida al intercambio y al diálogo, en los que cada uno puede y debe hacer acto de presencia con su propia contribución. Más aún, diría que es sede privilegiada de encuentro, en cuanto que, aparte de las finalidades institucionales de la investigación científica y de la actividad didáctica, debe contribuir al crecimiento o maduración del joven, orientando su futuro y su inserción en la sociedad. Una función verdaderamente ardua es la formativa, que no puede ser ignorada o circunscrita a breves momentos: parte de la cátedra, se aprovecha de la ciencia como canal natural de difusión, se pone en acto en el desarrollo moral del joven.

En el pasado surgieron los colegios, que contribuían a crear el clima favorable para dicho encuentro entre los diversos sectores, ayudando a la investigación y al estudio, y tutelando el momento formativo. Hoy las estructuras pueden ser, y son, diversas; pero la relación de confianza mutua nunca deberá faltar para llevar a cabo una investigación serena, tan eficaz en el plano científico cuanto provechosa en el plano adyacente, pero superior, de la educación. En este contexto es grande la responsabilidad de todos los docentes, ya que ellos son como delegados de la sociedad familiar y civil no sólo para estudiar y guiar a quien estudia en cuanto que estudia, sino más bien para asistirle en su crecimiento y en su dignidad de hombre.

Sabéis muy bien que universidad quiere decir también libertad. Si estuviese condicionada por factores externos o sometida a programas lesivos de los derechos humanos, entonces estaría comprometida la libertad de la investigación y las bases de la seriedad científica vendrían a menos. ¡Pero no sólo éstas! La universidad nos habla de una libertad a nivel más profundo, una libertad que hunde sus raíces en sus mismos orígenes. Por eso afecta muy directamente a los intereses de la sociedad misma, influyendo, y no de manera superficial, en el futuro gracias al trabajo aunado de profesores y estudiantes. Pensad en el intercambio de los resultados de la investigación, en la selección de las hipótesis de trabajo, en los intentos de nuevas síntesis: este iter ordinario de la ciencia, incidirá, tarde o temprano, en la vida práctica. Es el futuro, que pasa a través de distintas generaciones, con la viva esperanza de que sea mejor para todos. Por esto, se puede decir que todo el mundo espera la aportación de la universidad a la solución de sus problemas, que se presentan graves y difíciles y que afectan a todas las esferas de la existencia humana. La investigación —a la que siempre se presta la debida atención y el necesario apoyo— en el interior de la universidad sigue siendo el único punto de referencia y de solución, no encontrándose fácilmente sucedáneos en otros sitios. Debido a este servicio a la sociedad en general y al crecimiento interior del hombre, la universidad tiene que potenciar su compromiso cada vez más.

Mi vivo deseo es, por tanto, que la universidad sea fragua incansable de cultura y de investigación, libre y ágil en sus programas, abierta a toda aportación cultural, para que, de la franca discusión de los proyectos y de las ideas, se deriven soluciones que tengan siempre al hombre y su dignidad como centro de interés.

3. La universidad ha sido siempre el espejo de la sociedad y lugar de confrontación, algunas veces dialéctico, pero siempre provechoso, entre culturas de matriz diversa. Este dato constituye la riqueza misma de la universidad, que vive de estas aportaciones, que crece en el diálogo, que acostumbra a tener espíritu crítico. Este aspecto fundamental no puede ser desatendido, sobre todo hoy que las nuevas generaciones son más exigentes y críticas, piden respeto para las posiciones de los demás y desean —a veces con exuberancia juvenil— mayor coherencia y participación. La comunidad universitaria será así si esa confrontación es diaria, si se satisface a su tiempo la exigencia de una real participación que implique a todos para el bien de todos. De ese modo se pone en práctica una especie de comunión que es didáctica y científica, pero también moral y humana, y se puede ofrecer, al mismo tiempo, un modelo a la sociedad, que tanta necesidad tiene —como es bien sabido— de reforzarse y amalgamarse para una convivencia ordenada y pacífica.

Estimulando la competitividad con otras instituciones culturales, favoreciendo los encuentros científicos, teniendo siempre ante la vista el interés primario del hombre, la universidad promoverá también el respeto mutuo, la estima recíproca, ayudará a los jóvenes a vivir en la sociedad. Este es su aspecto humano, como intermediaria de relaciones que se entrecruzan, de intercambios que contribuyen a la investigación y al prestigio de la institución misma, como fuente de una riqueza de humanidad, que es algo de valor inestimable.

4. En vuestra universidad se enriqueció, al menos en parte, la personalidad del joven Carlos Borromeo. Mientras estudiaba pudo conocer a sus coetáneos con sus problemas. De estos estudios y experiencias, el futuro arzobispo de Milán sacó como conclusión el propósito de favorecer la cultura de los jóvenes, abriendo colegios —además del que he recordado, de esta ciudad, que visitaré dentro de poco, el de los Nobles, el de Brera—. De este modo se permitía que grupos menos favorecidos participasen en la cultura, dando cabida en el cauce de la universidad a categorías de personas que hasta entonces habían sido extrañas a ella. No es, por tanto, infundada la afirmación de que San Carlos también es benemérito por esto: por haber abierto a todos la institución universitaria, con el fin de no desperdiciar la contribución que jóvenes "con cualidades y dones que el Señor les ha dado" —así se expresaba el obispo de Piacenza, el Beato Paolo Burali, ante el cardenal Borromeo, al presentarle un joven para el homónimo colegio— podían ofrecer al progreso de la ciencia.

69 Sabéis bien que la Iglesia ha mirado siempre con interés y amor tanto los estudios como las sedes universitarias En ellas ha tenido lugar, y lo sigue teniendo, el encuentro entre ciencia y fe, entre cultura eclesiástica y laica, entre dos modos diversos, aunque no divergentes ni irreconciliables, de considerar al hombre, su dignidad, su vida, su destino. La historia misma de las universidades, tal como surgieron en el Medioevo y se desarrollaron en la Edad Moderna, es testigo de la estrecha urdimbre entre fe y cultura, que también hoy exige una nueva, clara y sólida configuración. En efecto, las dos matrices se inspiran, aunque con óptica diversa, en el estudio del hombre, de sus inmensas capacidades, que, si son justamente canalizadas, enriquecen al hombre mismo. No hay competencia entre ciencia y fe por lo que respecta al hombre: más bien existe complementariedad, ya que la ciencia, por sí sola, no consigue satisfacer la exigencia de absoluto, que no se puede suprimir del corazón del hombre. Una ciencia, no desvinculada ni enemiga de la fe, ayudará al hombre a salir de la maraña de sus problemas, a encontrar soluciones que lo liberen de la esclavitud del pecado y del egoísmo, y le abran a la esperanza, que se apoya en Dios, creador de todo don perfecto.

Más aún, este encuentro entre fe y cultura es necesario, para liberar al hombre de la ideología del consumismo que lo aliena, mortificando su creatividad de pensamiento y de acción. La universidad, por tanto, es sede también de este compromiso que atañe al futuro del hombre, que siempre tiene necesidad de una apertura espiritual, más allá de la materia, que es "radicalmente" necesidad de Dios. No puede haber un futuro que se apoye en una ciencia ajena a la fe, ya que la ciencia se encuentra con la fe en el ámbito de los vastos problemas que atañen al hombre. Todo progreso de la ciencia en los diversos campos de lo que se puede llegar a saber lleva necesariamente al Creador, y toda aportación que ennoblezca la vida del hombre entra necesariamente, si bien de reflejo, en esta visión. Es éste un tema en el que la universidad no puede dejar de profundizar, y me alegro de haber aludido por lo menos a él, en vista del valor teórico y práctico que encierra.

5. A vosotros, queridos profesores, que aportáis vuestra contribución a la ciencia, os encomiendo particularmente este estudio sobre nuestro futuro, que es también el futuro del hombre. En el curso de vuestra investigación honesta, silenciosa y docta, sabed percibir siempre la relación profunda que liga al hombre con Dios, y hacer que emerja toda la capacidad que tiene el hombre de elevarse por encima de sí. Vosotros participáis en primera persona en el desafío del futuro, contribuyendo a hacerlo más humano y más sereno, siempre respetuoso de la dignidad de la persona humana. Y recordad —lo que fue ya tema de mi primera Encíclica— que Cristo ha venido a redimir al hombre, a devolverle la esperanza, a infundirle una nueva vida. Sabed llevar adelante con orgullo vuestro compromiso de estudiosos, que centran su atención en el hombre, imagen viva de Dios.

En cuanto a vosotros, jóvenes estudiantes, chicos y chicas, aprended a dar respuesta y a colaborar en este compromiso de vuestros docentes pensando que vana sería la función de la universidad, y quedaría incluso alterado su proyecto originario y original, si faltase vuestra respuesta personal. Vivís en un mundo coordinado y compacto: profesores y estudiantes; enseñanza e investigación; saber en general y disciplinas individuales; derechos y deberes; espera de un honrado bienestar y exigencia del Absoluto. Ya en esta rápida serie de fáciles enunciados copulativos se descubre el sentido de vuestra necesaria colaboración, y al mismo tiempo el secreto de vuestra mejor formación para la vida.

Quiero, por tanto, concluir este agradable encuentro de hoy, realizado —diría— bajo el recuerdo y el signo del gran reformador San Carlos, renovando el saludo del principio e impartiéndoos, en nombre de Dios "scientiarum Dominus" la bendición apostólica, como deseo de que el trabajo de todos sea fructífero.




AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS DE CHILE


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 8 de noviembre de 1984



Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Al recibiros hoy con ocasión de vuestra visita “ad limina Apostolorum”, os saludo fraternalmente, amados Pastores de la Iglesia de Dios en Chile. Conozco vuestro celo y entrega eclesial que me hacen dar gracias al Señor, a la vez que os doy la más cordial bienvenida a este encuentro.

En vosotros deseo saludar también a todos los fieles de vuestras diócesis o Vicariatos, ya que esta visita es la expresión de una intensa comunión de vuestras comunidades cristianas con la Sede de Pedro. En este clima de intercambio de informaciones y vivencias quiero responder con el afecto cordial que nace de la “solicitud por todas las Iglesias” (2Co 11,28).

Recientemente he tenido ya oportunidad de proponer al primer grupo de Obispos chilenos algunos temas pastorales que creía de particular importancia y actualidad.

Deseo que consideréis esas palabras como dirigidas igualmente a vosotros, así como espero que las que ahora os dirijo sean consideradas por vuestros Hermanos Obispos como orientaciones valederas también para ellos. En uno y otro caso mi pensamiento va también, en lo que a ellos se refiere, hacia los sacerdotes, diáconos y agentes de la pastoral.

70 2. En este momento de comunión con la Iglesia de Roma, “con la que necesariamente debe concordar toda Iglesia” (S. Ireneo, Adversus Haereses, 3, 3, 2: ), quiero haceros algunas reflexiones sobre el ministerio de la Palabra que os ha sido confiado a través de la ordenación episcopal (Lumen gentium LG 21) y que es uno de los oficios principales de los Obispos (Ibid. 25; Christus Dominus CD 12).

Hoy día, frente al humanismo autosuficiente que con frecuencia prescinde de Dios; frente a quien olvida la condición peregrinante del hombre sobre la tierra; frente a doctrinas o conductas personales y sociales incompatibles con la moral del Evangelio, es necesario que los fieles encuentren en sus Pastores ante todo la luz de la fe y de la enseñanza, que tienen derecho a recibir con abundancia y en toda su pureza (Lumen gentium LG 37).

Vosotros, en virtud del oficio episcopal, sois testigos auténticos del Evangelio y maestros no de ciencias humanas —por muy respetables que sean— sino de la Verdad contenida en la Revelación, de la que se nutre y debe siempre nutrirse vuestro magisterio.

Para poder hacer frente a los desafíos del presente, es necesario que la Iglesia aparezca, a todo nivel, como “columna y fundamento de la verdad” (1Tm 3,15).

El servicio de la Verdad, que es Cristo, es nuestra tarea prioritaria. Esta Verdad es revelada. No nace de la simple experiencia humana. Es Dios mismo, que en Jesucristo, por medio del Espíritu Santo, se da a conocer al hombre. Por ello ese servicio a la Verdad revelada debe nacer del estudio y de la contemplación, y ha de acrecentarse mediante la exploración continua de ella. Nuestra firmeza vendrá de ese sólido fundamento, ya que la Iglesia hoy, a pesar de todas las dificultades del ambiente, no puede hablar de manera diversa a como Cristo habló.

Por ello la Iglesia, y ante todo sus Pastores, habrán de encontrarse unidos en torno a la Verdad Absoluta que es Dios, y anunciarla en toda su integridad y pureza.

El Título I del Libro III del nuevo Código de Derecho Canónico trata “Del ministerio de la palabra divina” en los dos capítulos que se ocupan “De la predicación de la palabra de Dios” y “De la formación catequética”. Os encomiendo con encarecimiento que hagáis cuanto esté a vuestro alcance para que mediante la predicación y la catequesis podamos ofrecer al Verbo de Dios, Palabra única del Padre, el homenaje de nuestras palabras, al servicio puro y sincero de las suyas, las únicas que son palabras de vida eterna (Jn 6,68).

3. La vida de fe y el obsequio a la verdad revelada se manifiestan sobre todo en la participación en la vida litúrgica y sacramental que conduzca a una vida integra de obras buenas. Los hombres tienen sed del Dios vivo y verdadero, del contacto personal y comunitario con El.

Las fuentes pascuales de la gracia que enriquecen y dinamizan la vida cristiana, dándole toda su belleza y vigor, son ante todo la Eucaristía y la Penitencia. ¿Cómo sería posible desarrollar la vida cristiana y la misión del hombre en el mundo sin la gracia de Cristo que fluye de estos sacramentos?

El Concilio Vaticano II ha expresado con énfasis difícilmente superable el papel central de la celebración de la sagrada liturgia en la vida de la Iglesia: “. . . La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza . . . De la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin” (Sacrosanctum Concilium SC 10).

Este énfasis no excluye otras acciones de la Iglesia (Ibid. 9 y 11), pero indica con mucha claridad la estructura íntima del quehacer eclesial. La debida atención a esta estructura es garantía de una correcta orientación pastoral, que se pone de relieve en la armonía y equilibrio que deben ser características de la vida cristiana y católica. Todo esto hace evidente la importancia capital de la celebración adecuada de la liturgia de la Iglesia, y la necesidad de hacer cuanto sea posible para que la participación de los fieles en ella sea activa, no sólo exterior sino interiormente.

71 Por otra parte, el servicio de la Palabra, la Eucaristía y la Penitencia deben volver a ser el centro dinámico de la vida comunitaria de la Iglesia, que ahí encuentra su misión propia a semejanza de Cristo Buen Pastor.

Os invito, pues, a recordar a vuestros sacerdotes que no descuiden nunca el servicio pastoral de los Sacramentos. La Iglesia los quiere testigos ante todo de la trascendencia de Cristo y misioneros incansables de su salvación. Los quiere ejemplo vivo y distribuidores de los misterios de Cristo Redentor.

Sé que para preparar a vuestros fieles a una digna recepción de los Sacramentos habéis publicado un “Directorio de Pastoral Sacramental”, vigente “ad experimentum” en Chile y que, en el tiempo que falta para su aprobación definitiva, podrá enriquecerse todavía.

En este campo deberá guardarse el debido equilibrio entre el derecho que tienen los fieles de recibir los Sacramentos (Lumen gentium
LG 37 Codex Iuris Canonici CIC 213 y CIC 843, § CIC 1) y el deber que tienen de prepararse debidamente a recibirlos (Ibid. c. 843, § 2). Deber en el que cabe a los Pastores una tarea de apoyo y de discernimiento.

4. La educación cristiana de los jóvenes es un tema que me preocupa especialmente, ya que tiene para la Iglesia una gran importancia.

Esta exigencia coloca a la Iglesia ante la responsabilidad de una seria obra evangelizadora “la cual comprende también la enseñanza religiosa en la escuela, incluso en la pública, y sobre todo en la escuela católica, como lugar de educación cristiana y de formación integral del niño y del joven bajo el signo de la fe y de una visión del hombre y del mundo en la que se inspira” (Ioannis Pauli PP. II, Allocutio ad Patres Cardinales Romanaeque Curiae Praelatos, 4, die 28 iun. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1 (1984) 1954 s.).

Sé que en vuestras diócesis se va incrementando el esfuerzo para organizar e intensificar la enseñanza religiosa en las escuelas, incluidas las públicas, gracias a las nuevas posibilidades, aseguradas muy oportunamente por la reciente legislación estatal, que ha extendido la enseñanza religiosa a todas las escuelas, comprendidas las Medias y Superiores.

Por ello quisiera estimularos en esta misión típicamente eclesial, ya que es necesario y urgente que nos pongamos decididamente “en estado de evangelización y catequesis”. Lo cual implica que la educación religiosa en las escuelas se coloque orgánicamente dentro de los proyectos pastorales de las diócesis, como una de las tareas absolutamente prioritarias.

No será inoportuno recordaros que ponerse “en estado de evangelización y catequesis” conlleva esfuerzos notables, como la búsqueda y preparación esmeralda de los profesores de religión, el atento estudio de los programas de formación, la preocupación para multiplicar los catequistas laicos, la creación de centros catequísticos de estudio y de departamentos diocesanos de animación, los servicios de producción y difusión de material catequístico y subsidios didácticos, el examen de programas de estudio y de metodologías aplicados a los diferentes ambientes.

Es evidente que en el amplio campo de la evangelización y de la catequesis la escuela católica constituye un lugar privilegiado de educación cristiana. En ella, más allá de los perfeccionamientos académicos se busca la formación integral de la persona, tratando de plasmarla a la luz de unos principios humanísticos que tienen su fundamento en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

Para alcanzar ese objetivo, la escuela católica se organiza en comunidad educativa y establece su proyecto educativo, en el cual expresa qué tipo de hombre quiere formar. Los educadores, por su parte, respetuosos de la conciencia del alumno y de los padres, actúan en ella como “testigos de la fe” y expertos, por vocación eclesial, en el diálogo de purificación y transformación de las culturas.

72 En este sentido tengo que agradeceros profundamente los esfuerzos que habéis hecho en Chile para mejorar y potenciar la escuela católica. Estad seguros de que con ello prestáis un valioso servicio a la Iglesia y a la recta conformación de la sociedad.

En efecto, ésta tiene necesidad absoluta de la aportación de los jóvenes y de los laicos cristianos en general, a quienes corresponde como tarea propia la ordenación de la sociedad según el plan de Dios. Por ello, dad al laicado católico chileno una sólida formación moral, a fin de que pueda hacer sentir en la realidad temporal concreta la presencia responsable de la Iglesia en la promoción de la verdad, de la justicia, de los derechos de las personas.

5. Aunque ya hablé al precedente grupo de Obispos chilenos acerca de la promoción de las vocaciones, quisiera hoy agregar una palabra sobre un tema que me es muy querido: los seminarios y la formación de los sacerdotes.

Si por un lado no debemos ahorrar esfuerzo alguno para aumentar el número de los candidatos al sacerdocio, por otro lado se necesita que los alumnos del seminario se preparen debidamente para el sagrado ministerio en campo espiritual, doctrinal, pastoral, científico y humano. Lo cual requiere gran cuidado y atención por parte vuestra y de los formadores.

Con esta ayuda y la de las normas emanadas de la Santa Sede y de la Conferencia Episcopal, quiera Dios que los seminaristas encuentren un camino seguro para prepararse a la vida sacerdotal de mañana.

Antes de concluir, permitidme que por medio vuestro envíe un cordialísimo saludo a todos los seminaristas de Chile, reunidos en los diversos seminarios, entre ellos los de Concepción y de San José de la Mariquina, cuyos Pastores están aquí presentes.

6. Hemos analizado juntos, queridos Hermanos en el episcopado, algunas tareas prioritarias del trabajo pastoral. Sé que el camino que se os presenta no es fácil, pero la Iglesia en Chile es rica en valiosas fuerzas vivas de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos llenos de fe.

Con su ayuda celosa y abnegada, con el aliento del Papa que sigue y comprende vuestras dificultades, seguid adelante con ardor. Cristo es ante todo la fuente de la fuerza y de la fidelidad de la Iglesia. Ella está sostenida por la gracia del Espíritu Santo, que “es Señor y da la vida”.

Quisiera finalmente manifestaros mi solicitud ante las acrecentadas tensiones y dificultades de estos últimos días, que causan malestar, sufrimientos y lutos en el País. Cuento con vuestro empeño y vuestra entrega a fin de que, como Pastores de toda la grey a vosotros confiada, cada vez se abra más camino, en los corazones de cada ciudadano y en toda la comunidad nacional, un propósito generoso y eficaz de reconciliación, don precioso del Señor, y fruto también de la buena voluntad y del esfuerzo de los hombres responsables. Es la única vía para crear y favorecer un clima de serenidad y de paz, que comportará como consecuencia benéfica un mejoramiento también de las condiciones generales de vuestro País. Así podrá asegurarse un futuro de prosperidad con la colaboración y en provecho de todos.

Dando, en particular, una mirada a la comunidad eclesial, la exhorto a seguir trabajando para que, cada vez más unida en torno a sus Pastores y al Romano Pontífice, intensifique cada día más la comunión de los ánimos.

Ya en los orígenes de la Iglesia, San Pablo sentía la imperiosa necesidad pastoral de escribir a los Corintios: “Tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz será con vosotros” (
2Co 13,11).

73 Así se realizará la oración apremiante de Cristo: “Que todos sean uno... para que... el mundo crea” (Jn 17,21).

Animados, pues, por la virtud de la esperanza, proseguid serenos vuestra tarea eclesial y esforzaos para que, superadas las divisiones y enfrentamientos, sepan todos colaborar sinceramente en la construcción del bien común, de la paz social, de la justicia, del respeto de la vida y de los derechos de cada uno.

A vosotros, queridos Hermanos, vaya la seguridad de mi confianza, de mi afecto y oración asidua al Señor por vosotros, vuestras diócesis, vuestra Patria y los fieles que Dios os ha encomendado, a la vez que a todos imparto mi cordial Bendición.






A LOS OBISPOS DE PARAGUAY


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Jueves 15 de noviembre de 1984



Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Con verdadera satisfacción os recibo hoy, Obispos del Paraguay, venidos a Roma para realizar vuestra visita ad limina Apostolorum. Os trae hasta aquí vuestro sentido eclesial, vuestra fe y la de vuestro pueblo, que en los comienzos de la evangelización del continente americano dio al mundo el ejemplo admirable de las Reducciones, las cuales hicieron famoso el nombre de vuestra tierra. Os trae también vuestra conciencia de Pastores, celosos del mayor bien de vuestro pueblo y consagrados a procurarlo en comunión plena con el Sucesor de Pedro, que hoy os dice con afecto: Bienvenidos seáis a este encuentro.

Antes de seguir adelante, quiero agradeceros esta visita preparada con esmero, así como las palabras pronunciadas por vuestro Presidente, los Informes que cada uno de vosotros ha enviado, lo mismo que la Relación de vuestra Conferencia, y que se refieren a cinco años de vida y de trabajo, de gozos y sacrificios, de preocupaciones y esfuerzos eclesiales.

2. Del análisis de los Informes que habéis presentado brota el reconocimiento a Dios, Dador de todas las gracias. En el pasado quinquenio la Iglesia en Paraguay ha dado pasos significativos. Y lo ha hecho merced al tenaz y generoso empeño de Obispos, sacerdotes, miembros de familias religiosas e institutos de vida consagrada, así como de tantos y tan beneméritos laicos. En verdad ha habido dificultades y podrían mencionarse carencias, pero tampoco han faltado serenidad y audacia para una tarea planificada y perseverante de la Iglesia.

A este propósito no puedo dejar de recordar los progresos que se perciben en el campo de la pastoral vocacional, con un alentador crecimiento en el número de aspirantes a la vida sacerdotal y religiosa. Igualmente grato es ver el desarrollo de la pastoral juvenil y de la pastoral familiar, así como los esfuerzos realizados para traducir en obras concretas de asistencia y de promoción la opción preferencial por los pobres.

En este espíritu de acción de gracias al Señor, quiero compartir con vosotros algunas reflexiones que brotan de la realidad en que vive inmersa la Iglesia en vuestro país.

3. En esta ocasión quiero expresar ante todo mi más vivo aprecio por el esfuerzo realizado para mantener y acrecentar la unidad en el seno de vuestra Conferencia Episcopal y en la Iglesia en general. Esta Sede Apostólica conoce, en efecto, la fraternal cohesión que caracteriza a los Pastores de la Iglesia en el Paraguay. Y vosotros percibís bien la importancia de este testimonio, que es el primer aporte al pueblo confiado a vuestros cuidados.

74 Os aliento, por ello, a buscar cada día la conservación y fortalecimiento de la unidad en toda la comunidad eclesial. Como exigencia de la propia condición de seguidores de Cristo y como garantía de eficacia apostólica, hay que prestar mucha atención a las palabras del Maestro: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Ahora bien, tal unidad eclesial no puede ser mantenida y acrecentada sin motivaciones profundas y sobrenaturales, que hagan fácil la renuncia, la comprensión, el diálogo, el carácter de servicio de la autoridad y la colaboración responsable de la obediencia. Por otra parte, la unidad de la Iglesia en torno a sus legítimos Pastores es un valioso aporte a la misma sociedad civil y al florecimiento de solidarias iniciativas en favor del bien común.

Me alegra, pues, que a ese tema de la unión eclesial, a los esfuerzos que a veces se hacen por minarla y a los fundamentos en los que se basa, hayáis dedicado un reciente documento de vuestra Conferencia (Conf. Episc. Parag., Epist. past. ante visitationem ad limina Apostolorum, die 7 oct. 1984).

4. Muy ligado al tema anterior está el del magisterio episcopal. No es necesario recordaros la rica tradición escriturística acerca de la responsabilidad y de la misión de los Pastores de la Iglesia. Tampoco es preciso señalar la variedad y la gravedad de asuntos delicados que hoy afectan a la conciencia del hombre creyente.

La tradición religiosa de vuestro pueblo, lo sabéis bien, hace particularmente importante la palabra del Obispo y del sacerdote. Me limito, pues, a señalaros la necesidad de un magisterio que, en íntima unión con la Sede de Pedro, exponga con pureza e integridad las exigencias de la fe y de la moral cristianas; que ayude a superar las dudas o la ignorancia religiosa; que clarifique desde el Evangelio las situaciones concretas y los problemas de los fieles y que evite en ellos la desorientación moral. Tarea difícil, pero que constituye un auténtico servicio al bien de la Iglesia y aun de la Patria.

Siguiendo las orientaciones del Concilio Vaticano II y de las Conferencias de Medellín y Puebla, esa voluntad de servicio os impulsará a acompañar de cerca al hombre paraguayano en su realidad cotidiana, en sus problemas concretos, conscientes de la misión que tiene la Iglesia, Madre y Maestra. Vuestro mismo Plan de Pastoral Orgánica señala el cauce que debe seguir ese propósito de acompañar, orientar y evangelizar a vuestros fieles.

5. Quiero asimismo animaros de corazón en la tarea de dinamizar y profundizar la religiosidad popular de vuestros fieles. Sus expresiones son frecuentes y elocuentes, y a ellas os habéis referido en más de un documento, calificándolas de ricas pero a la vez necesitadas de purificación.

El estudio de tales expresiones hará posible el rescate de auténticos valores religiosos, muchas veces ocultos y olvidados. El celo pastoral que os caracteriza y el aporte inteligente de los expertos revitalizará una tradición que no debe perder contenido ni caer en la rutina. La transmisión y el desarrollo de la fe se verán confirmados con esta dinamización de la piedad popular, y el sentimiento religioso del pueblo hallará cauce adecuado de manifestación.

A este propósito, no podemos olvidar la importancia fundamental de la sagrada liturgia. La oportuna renovación de la misma ha favorecido sin duda una mayor participación del fiel católico en la vida litúrgica. Vuestro trabajo y el de vuestros colaboradores habrá de cuidar siempre el sano equilibrio, la observancia de las normas que la regulan y el decoro propio de la acción sagrada. De este modo, también en Paraguay la liturgia puede ser el gran instrumento pedagógico para la educación de la fe de los fieles.

6. La tarea prioritaria y propia de la Iglesia es evangelizar. Por ello, el primer servicio que ella ha de ofrecer generosamente es esa labor evangelizadora, a fin de conducir a todos al centro del misterio salvador en Cristo. Pero es lógico que para ser eficaz, la evangelización debe tener en cuenta las concretas necesidades del pueblo. Por tal motivo, vuestro Plan de Pastoral Orgánica habla de “evangelizar al hombre paraguayo en su cultura”.

Sin duda alguna, los desafíos de la realidad son un llamado a la conciencia, que debe hallar inspiración y guía en los principios de la fe. Por ello, en momentos en que la sociedad paraguaya se pregunta sobre sí misma, sobre su situación presente y sus perspectivas de futuro, la palabra de los Pastores habrá de orientar a los fieles acerca del plan de Dios sobre las realidades temporales. A tal objeto, ellos habrán de iluminar desde la fe las exigencias de la vocación cristiana de los fieles, también en su proyección social, a la luz de los principios morales que han de orientar el comportamiento ético de las personas.

No cabe duda de que en todo ello los Pastores han de respetar las legítimas opciones que se abren a la conciencia del pueblo fiel. Como es igualmente cierto que han de dejar a los laicos, debidamente formados en su vida moral, la tarea que a ellos compete de hacer presente la Iglesia en el orden temporal y cambiar desde dentro las situaciones sociales, políticas o económicas, que deben ser transformadas a la luz del Evangelio (Apostolicam Actuositatem AA 7 Apostolicam Actuositatem AA 13 Apostolicam Actuositatem AA 14 Apostolicam Actuositatem AA 29).

75 Se trata de promover un camino que recoja las justas aspiraciones de las personas, el respeto de sus derechos, la voluntad de colaborar —en un clima de legítima libertad— en la construcción responsable de la sociedad de que se forma parte. Y buscando objetivos de solidaridad y fraterna convivencia que excluyan siempre el recurso a la violencia y la injusticia. Sólo así pueden hallarse soluciones aceptables y verdaderas a la problemática social, creando a tal fin las oportunas formas intermedias de relación y colaboración en las estructuras internas del tejido de la sociedad.

7. En este contexto quiero referirme ahora a la preocupación por la pastoral social. Y quiero hacerlo evocando el ejemplo de Nuestro Maestro y Señor. Es verdad que el amor a todos los hombres no admite exclusión alguna. Pero sí admite un particular empeño en favor de los más necesitados. ¿Cómo no recordar, pues, a los indígenas, tantas veces reducidos a penosas condiciones de vida? ¿Cómo no mencionar a los numerosos pobladores de barrios populares cuya existencia transcurre en el hacinamiento insalubre y en la incertidumbre laboral? ¿Cómo olvidar al campesinado sufrido y abnegado, con problemas de tierra y vivienda, con insuficiente retribución y con precarios servicios de educación y de sanidad?

La Iglesia mira con amor privilegiado a estos grupos. Por ello quiero recomendaros un particular interés y apoyo al trabajo que se realiza en vuestro país en favor de los necesitados. Siguiendo las directrices de la enseñanza social de la Iglesia, abrid en este terreno nuevos caminos e iniciativas de promoción y asistencia, con generosidad y perseverancia. De este modo se manifestará en todo su valor la coherencia entre la fe y la vida práctica de los cristianos, tanto en el orden personal y familiar como en el social y comunitario. Así daréis a la vez un válido aporte al bien de la comunidad nacional.

8. Antes de concluir nuestro encuentro, deseo dejaros brevemente tres recomendaciones que afectan al campo de la pastoral familiar, de la pastoral juvenil y de la pastoral vocacional.

Sé que habéis iniciado la celebración del Año Nacional de la Familia, bajo un lema sugestivo y elocuente. Si muchas veces he tenido que mostrar mi preocupación ante ataques contra la familia, hoy os expreso mi satisfacción por esta iniciativa pastoral. Muchas y loables son las iniciativas puestas en marcha con motivo del Año de la Familia. Quiero subrayar por mi parte la atención a las familias de escasos recursos y el empeño en difundir la doctrina familiar de la Iglesia. Os aseguro a la vez mi oración, para que el Señor suscite copiosos frutos pastorales en favor de todas las familias paraguayas y que cada una de ellas sea en verdad una comunidad más cristiana y humana.

En el campo de la pastoral juvenil os recomiendo seguir aplicando los mejores recursos humanos y pastorales para la evangelización del mundo joven. No dejéis de apoyar una organización ágil y eficaz de la pastoral juvenil, para que podáis contar con más “hombres de Iglesia en el corazón del mundo”. La formación doctrinal sólida, la espiritualidad adecuada y la generosidad de corazones sanos, hará que sean los jóvenes los primeros evangelizadores de sus coetáneos.

Finalmente, la dinamización de los grupos y movimientos juveniles, en coordinación con la pastoral de la familia y de la educación, impulsará una pastoral vocacional fecunda. Quiero aseguraros que el Papa comparte vuestra preocupación y esfuerzos en favor de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Por ello, aunque os alegra justamente el creciente número de aspirantes, quiero animaros a un empeño renovado. Mucho han hecho hasta ahora en favor vuestro los misioneros procedentes de diversas naciones. Quizás llega el momento de pensar en el desafío misionero a la Iglesia en Paraguay. Y estoy seguro de que el corazón valiente y generoso de vuestros jóvenes sabrá volcarse en favor de los cristianos de otros continentes.

9. Al término de este encuentro fraterno, deseo reiteraros mi gratitud por el trabajo realizado y por los propósitos que os animan. Y al alentaros a un renovado empeño de evangelización en Paraguay, quiero emplear las palabras que vuestro Plan de Pastoral Orgánica utiliza en la formulación del objetivo general: “Evangelizad al hombre paraguayo en su cultura, con opción preferencial por los pobres y con una acción planificada y orgánica, para la edificación de una comunidad eclesial, testimonial y misionera, que celebra la salvación y está presente en el nacimiento de los nuevos tiempos, animando la formación de una sociedad más justa, fraterna y abierta a Dios”.

Sobre estos propósitos y sobre vuestras personas, los sacerdotes, familias religiosas y seminaristas, lo mismo que sobre todo el amadísimo pueblo del Paraguay, invoco la protección del Beato Roque González y Compañeros Mártires. Y confiando en la intercesión de la Pura y Limpia Concepción de Caacupé, de corazón os imparto la Bendición Apostólica.






Discursos 1984 68