Discursos 1984 75


A LOS RESPONSABLES DE LOS MINISTERIOS


DE LA SALUD DEL ISTMO CENTROAMERICANO


Martes 27 de noviembre de 1984



Señores Ministros,
76 distinguidas Señoras y Señores:

Es para mí un verdadero placer tener este encuentro con los responsables de los Ministerios de la Salud del Istmo Centroamericano que, acompañados por altos funcionarios de sus Gobiernos y por dirigentes de la Organización Mundial de la Salud y de la Organización Panamericana, realizan una visita a diversos países europeos, para presentar el Plan de Prioridades Básicas de Salud de Centroamérica y Panamá. A ustedes y a todas las distinguidas personas que les acompañan doy ante todo un cordial saludo. Me complace el hecho de que los más altos responsables gubernamentales en el campo de la Salud de Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá —países todos ellos que tuve la dicha de visitar el año pasado—estén llevando a cabo este esfuerzo conjunto, para hacer frente, en modo más adecuado y global, a los graves problemas relacionados con las condiciones sanitarias de aquellos queridos pueblos.

Deseo asegurarles que la Iglesia comparte las preocupaciones de ustedes por servir al hombre, por elevar su calidad de vida, por eliminar, o reducir —en la medida de lo posible— las causas que provocan la mortalidad y morbilidad en ciertos sectores de la población.

Por este motivo no quiero dejar de animarles en su humanitario y loable empeño por mejorar los niveles de Salud en Centroamérica y Panamá, como uno de los primeros servicios debidos a la dignidad de las personas, y respetando siempre las normas éticas que regulan un campo tan importante y delicado de la actividad humana.

Es este un campo que la Iglesia valora altamente y en el que por ello no deja de proclamar los principios morales que alientan a la defensa, tutela y promoción de la vida, a la calidad de la misma, a la atención completa a la persona en sus aspectos espirituales, psíquicos y corporales (Gaudium et Spes
GS 14, § 1), porque cada ser humano no es sólo la máxima expresión de la vida sobre la tierra, sino también un reflejo de Dios. Por eso mismo la Iglesia colabora gustosamente en tantas instituciones de carácter sanitario.

Consciente de las muchas y apremiantes necesidades existentes en la Región Centroamericana —al igual que en otros tantos países del mundo— formulo votos para que la Comunidad Internacional sea sensible a vuestros objetivos. Y quiera Dios que la mejora en las condiciones de salud de los habitantes de vuestros países sea al mismo tiempo vínculo e instrumento en favor de la paz, la solidaridad y entendimiento entre los pueblos de Centroamérica y Panamá.

Al agradecerles esta visita y desear el mayor éxito para el Plan de Salud en Centroamérica y Panamá, invoco sobre cada uno de ustedes, sus colaboradores y familiares, las bendiciones del Señor y Autor de la vida.






A LAS DELEGACIONES DE ARGENTINA Y CHILE


TRAS LA FIRMA DEL TRATADO DE PAZ Y AMISTAD


Viernes 30 de noviembre de 1984



En la solemne ceremonia de ayer habéis firmado, Señores Ministros, en nombre de vuestros respectivos Gobiernos, el Tratado de Paz y Amistad, que pondrá término definitivo a la controversia austral que por tantos años ha ensombrecido las tradicionales buenas relaciones existentes entre vuestros dos países desde sus albores soberanos.

Si siempre han sido gratos y motivo de esperanza mis encuentros con vosotros y con todos aquellos que, a lo largo de estos años, con la continua asistencia de esta Sede Apostólica, han prestado su inteligencia y su abnegado trabajo para disipar esas sombras, hoy deseo manifestaros la profunda satisfacción con que os recibo. En todas vuestras personas percibo también la presencia de vuestros dos pueblos, cuyo futuro de paz y amistad ha sido el móvil de mi participación personal y de la consiguiente acción de la Santa Sede, durante al proceso de la mediación.

Vuestros pueblos, que han manifestado su alborozo y su apoyo, desde el momento en que, hace ya más de un mes, se conoció el completo entendimiento entre las Partes, son conscientes de que con la firma del Tratado se acerca aún más aquel día en el cual, cumplidos los trámites que en cada país se requieren, puedan vivir jubilosos en la atmósfera de concordia y cooperación, fruto de este mismo Tratado. Por ello, hago votos y pido al Señor para que las dos naciones hermanas vean muy pronto el amanecer de esa ratificación.

77 La presencia relevante, en el acto de la firma, de los representantes de los dos Episcopados, trae a la memoria la solicitud de ambas Iglesias en los momentos difíciles de 1978, para encontrar cauces pacíficos de solución. En esa presencia veo también su voluntad decidida, que no puedo dejar de alentar, de favorecer y promover, en los ámbitos propios de su servicio pastoral, todo aquello que contribuye a hacer realidad aún más viva las relaciones de fraternidad, de comprensión y de colaboración que, habiendo sido objeto de esta mediación, el Tratado refleja.

En este momento, deseo recordar una vez más con gratitud la labor del Señor Cardenal Samorè, a quien tanto debe esta obra de paz. Asimismo, quiero agradecer el aporte y la dedicación de los dos Gobiernos y sus respectivas Delegaciones, que han sabido compaginar la sabia defensa de los intereses de sus países y la indispensable apertura para alcanzar el acuerdo.

Con profundo afecto sigo la vida y las vicisitudes de vuestros pueblos y ruego a Dios que les conceda la prosperidad en la anhelada paz, cuyo logro ha de guiar la responsable acción de cuantos participan en la dirección de los destinos de vuestras naciones.

Un saludo cordial a todos los representantes de los medios de comunicaciones aquí presentes, a quienes agradezco el interés que siempre han manifestado.

Os pido haceros intérpretes de mis sentimientos para con vuestros Gobiernos y todos vuestros conciudadanos. Con una particular Bendición Apostólica a vuestros dos países.



                                                                   Diciembre de 1984


A LOS OBISPOS DE ARGENTINA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 1 de diciembre de 1984



Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Tengo el gozo de recibir hoy a vuestro nutrido grupo de Pastores de la Iglesia de Dios que vive en Argentina, y que en la Sede de Pedro encuentra, con todos los fieles esparcidos por el mundo, la comunión en la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

Mis palabras de saludo y de bienvenida son expresión de esa intensa comunión espiritual entre el Papa y sus Hermanos, los Pastores de las Iglesias locales, y a través de ellos con todos y cada uno de sus fieles. En realidad, como bien sabéis, esta experiencia de la visita “ad limina Apostolorum” es una experiencia de comunión con la Iglesia “que preside en la caridad”, y por ello en la verdad y en la unidad del Cuerpo de Cristo.

He podido, en los días pasados, conversar con cada uno de vosotros en particular, interesarme por la vida de vuestras diócesis, compartir con vosotros esa caridad pastoral que es la gracia de vuestro ministerio inspirado en el ejemplo del Buen Pastor. Ahora quiero compartir con vosotros algunas reflexiones que puedan guiar vuestra acción de Pastores, solidarios en el cuidado de vuestras respectivas Iglesias.

78 2. Habéis venido a Roma después de un acontecimiento extraordinario que os ha visto unidos con todo vuestro pueblo en torno a la Eucaristía. El reciente Congreso Eucarístico Nacional, celebrado en la primera quincena de octubre en Buenos Aires, con la presencia de mi representante y Legado especial, no ha sido sólo un recuerdo conmemorativo de aquel Congreso Eucarístico Internacional, celebrado hace cincuenta años y presidido por el futuro Pío XII; ha sido sobre todo un momento de comunión, de vitalidad y de esperanzada celebración de vuestra experiencia actual de Iglesia de hoy y del mañana, en las no fáciles circunstancias que atraviesa vuestra nación.

Todos esperamos que este acontecimiento haya despertado la conciencia cristiana del pueblo fiel argentino, alentándolo hacia el compromiso de una vida ejemplar que estrecha los vínculos de comunión y reconciliación en la fe y en el amor, para ser también fermento de renovación social.

La Eucaristía es, en efecto, el supremo bien espiritual de la Iglesia porque contiene a Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo, que con su carne da la vida al mundo (Presbyterorum Ordinis
PO 5). De este modo, como el corazón lleva la vitalidad a todas las partes del cuerpo humano, así la vida eucarística llegará - desde el altar del sacrificio, de la presencia real y de la comunión - a todas las zonas del cuerpo eclesial, y hará sentir sus efectos saludables incluso en los complejos tejidos de la sociedad, por medio de los cristianos que prolongan hoy la acción de Cristo en el mundo.

3. La Eucaristía debe estar, pues, en el centro de la pastoral y tiene que irradiar su fuerza sobrenatural a todos los ámbitos de la existencia de los cristianos: a la evangelización y la catequesis, a la múltiple acción caritativa, al compromiso de renovación social, de justicia en favor de todos, empezando por los más necesitados, de respeto a la vida y a los derechos de cada persona, de empeño en favor de la familia, de la escuela, del recto orden político y de promoción de la moralidad pública y privada.

Pero a fin de dar toda su eficacia a la acción eucarística, hay que cuidar siempre la digna y genuina celebración del misterio, según la doctrina y orientaciones de la Iglesia, como he recordado en diversas ocasiones (Dominicae Cenae, 12).

En efecto, en la celebración de la Eucaristía la Iglesia, además de participar en la eficacia redentora del misterio de Cristo, desarrolla una pedagogía de la fe y de la vida a través de la Palabra proclamada, de las oraciones, de los ritos, de todo el complejo y evocador simbolismo eclesial de la liturgia. Por ello, cualquier manipulación de estos elementos incide negativamente en la pedagogía de la fe; en cambio, la recta, activa y consecuente participación litúrgica, según las normas aprobadas por la Iglesia, construye la fe y la vida de los fieles.

Quiero, pues, exhortaros a tratar de promover siempre la genuina celebración de la liturgia, esforzándoos para que se sigan las indicaciones de la Santa Sede y las que competen a vuestra Conferencia Episcopal. Recordad en ello el deber de los Obispos de ser “moderadores, promotores y custodios de toda la vida litúrgica” en sus respectivas diócesis (Codex Iuris Canonici CIC 835, § 1 et 838, § 4).

4. El tema de la liturgia y de la Eucaristía me lleva a compartir con vosotros la alegría de la esperanzadora floración vocacional que se nota en vuestra patria. Demos gracias al Señor de la mies y sigamos pidiendo con confianza que mande más obreros a su mies.

Es natural que con el resurgir vocacional se haga más apremiante la tarea de una adecuada formación que responda a las necesidades de la Iglesia y de vuestra patria, hoy. Fruto de vuestra responsabilidad de Pastores son las “Normas para los Seminarios de la República Argentina”, recientemente aprobadas por la Santa Sede.

Os recomiendo su fiel observancia en los Seminarios, para que los futuros sacerdotes se formen con solidez de criterios doctrinales, pastorales, espirituales y humanos. En ese esfuerzo podréis quizá sentir la conveniencia de alguna evaluación o balance, para examinar mejor el camino eclesial recorrido.

A la vez os pido a cada uno que cuidéis personalmente de vuestros seminaristas, con la presencia y el diálogo, con una cercanía tal que os permita conocerlos y tratarlos, para interesarlos en los problemas y necesidades pastorales de la diócesis. Así se irá creando esa comunión con el Obispo que es garantía de una vida sacerdotal fecunda y de un apostolado enraizado de veras en la Iglesia local.

79 5. Una prioridad apostólica en la que con clarividente perspectiva de futuro os estáis empeñando es la pastoral de la juventud. Se trata de una opción que fue ya ratificada en Puebla, y que tiene un significado especial en toda América Latina. Sé que estáis trabajando en un plan quinquenal de pastoral juvenil y que el próximo año, con motivo del Año Internacional de los Jóvenes, va a ser un hito decisivo en ese desafío evangélico lanzado a los jóvenes cristianos de vuestra patria: construir la civilización del amor.

Al alentaros en ese camino quisiera transmitiros la confianza que he puesto en los jóvenes, a quienes he llamado “esperanza de la Iglesia y del Papa”. Deseo recordaros cómo al final del Año Santo de la Redención puse simbólicamente en sus manos la Cruz, encomendando a su generosidad ser testigos de Cristo entre los hombres de nuestro tiempo.

En la preparación del quinto Centenario de la Evangelización de América Latina, que he inaugurado recientemente en Santo Domingo, los jóvenes tienen que ser los destinatarios privilegiados del mensaje evangélico, para que sean también protagonistas fervientes de la nueva evangelización en los últimos lustros de este siglo.

Confiad en los jóvenes. Ellos son generosos. Hacedles sentir el peso de un amor sincero que los educa en la verdad, y que a la vez es exigente como lo fue el mismo Cristo. Recibiréis una respuesta vibrante y total. Haced de ellos vuestros colaboradores en el campo de la catequesis, de la caridad, de la escuela, del compromiso social. No os defraudarán, si ante todo sois capaces de infundir en ellos un inmenso amor al hombre por Dios y a la Iglesia, el Cristo vivo que hoy interpela a los jóvenes, pidiéndoles amor, testimonio y servicio generoso.

6. Con esta perspectiva de optimismo cristiano os exhorto a la esperanza, consciente de las dificultades externas que encontráis en vuestro ambiente y que experimentan también vuestras comunidades eclesiales. Es el momento del testimonio eclesial y social de los cristianos, que con generosidad han de contribuir a elevar en todos los sentidos la sociedad argentina, tan rica en valores humanos y cristianos.

Sed vosotros los primeros sembradores de paz, de reconciliación, de justicia, del respeto al derecho de cada uno, de aliento y solidaridad. Que vuestra caridad pastoral, animada por la gracia del Espíritu, sea incansable en la promoción de iniciativas de comunión y participación. A este propósito os animo especialmente a promover y tutelar la eficacia de la escuela católica, que tanto ha dado y puede dar a la sociedad argentina desde su propia identidad y desde un justo marco de libertad legal, de acuerdo con los principios y derechos admitidos en una sociedad verdaderamente democrática.

No podría concluir este encuentro sin hacer mención de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile.

Como he tenido oportunidad de decir ayer a las Delegaciones de Argentina y Chile, la presencia relevante de representantes de los dos Episcopados en el acto de la firma del tratado de Paz y Amistad, trae a la memoria la solicitud de ambas Iglesias en los momentos difíciles de 1978, para encontrar cauces pacíficos de solución. En esa presencia veo también su voluntad decidida, que no puedo dejar de alentar, de favorecer y promover, en los ámbitos propios de su servicio pastoral, todo aquello que contribuye a hacer realidad aún más viva las relaciones de fraternidad, de comprensión y de colaboración que, habiendo sido objeto de esta Mediación, el Tratado refleja.

Queridos Hermanos: Contad siempre con mi oración, a la que se une el recuerdo imborrable de mi breve visita a Argentina v el deseo de volver un día a vuestra patria. Llevad a vuestros sacerdotes, seminaristas, religiosos, religiosas, a las familias, a los niños y jóvenes, a los laicos cristianos el saludo y el afecto del Papa.

Pido a la Santísima Virgen de Luján, Patrona del pueblo argentino, que sea para vosotros y para vuestros fieles, como la invocamos en la Salve, “vida, dulzura y esperanza nuestra”. Y que os conforte en vuestros propósitos mi Bendición Apostólica, que extiendo gustosamente a vuestras comunidades cristianas.






A LA ASOCIACIÓN ITALIANA DE MAESTROS CATÓLICOS


Jueves 6 de diciembre de 1984




80 Muy queridos hermanos y hermanas:

1. Me complazco en recibir por segunda vez a una representación cualificada de la Asociación italiana de maestros católicos, con ocasión de su congreso nacional. Este encuentro me permite un contacto más profundo con una realidad eclesial que en sus cuarenta años de vida, ha manifestado siempre solidaridad con la misión del Papa.

En vuestra adhesión veo una prueba de la gran consideración en que vosotros maestros y maestras tenéis la vocación que posee todo fiel de participar en la actividad evangelizadora de la Iglesia.

Desempeñáis un papel importante en el apostolado de la enseñanza y no sólo porque vuestra Asociación ha contribuido y sigue contribuyendo a formar personas que vivan su trabajo educativo con competencia, seriedad y espíritu de servicio social y cultural auténtico; sino porque también con fe vivificada por el amor, hacéis que las vidas jóvenes confiadas a vosotros se abran a la realidad en su globalidad, desarrollando sus capacidades potenciales respecto de los aspectos múltiples de la existencia. Ayudad siempre a vuestros alumnos a conseguir un comportamiento dinámico con ellos mismos y con cuanto entra en su experiencia, y proponed a Jesucristo cual centro de su vida y de la de todos los hombres.

2. Esto implica una pedagogía. De ella voy a destacar tres actitudes que os consienten ser educadores cristianos verdaderos, es decir, crear premisas para una mayor toma de conciencia de la fe por parte de los alumnos.

La primera es de atención. Esta supone que en vuestro trabajo lleváis a los niños a no replegarse sobre sí mismos egoístamente sino a abrirse y captar el valor del otro, prestando la consideración debida a lo verdadero y bello, al bien existente en las personas que Dios les ha puesto al lado, y ayudándoles a reflexionar sobre sus experiencias, que son auténticas cuando se basan en el conocimiento y el amor. Este comportamiento os exige que ayudéis a los alumnos a no ahogar su nativo estupor ante la creación, sino a fomentarlo y reflexionar sobre aquella para captar su perfección. Actuando así les conduciréis "al profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre que se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Se llama también cristianismo. Este estupor justifica la misión de la Iglesia en el mundo, incluso y quizá aún más, en el mundo contemporáneo. Este estupor y, al mismo tiempo, persuasión y certeza que en su raíz profunda es la certeza de la fe pero que de modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del humanismo auténtico, está estrechamente vinculado con Cristo. El determina también su puesto, su particular derecho -por así decirlo- de ciudadanía en la historia del hombre y de la humanidad" (Redemptor hominis
RH 10).

Para educar a esta actitud es indispensable guiar al niño a un silencio interior real y profundo, que es la primera condición de la escucha.

3. La segunda actitud es de gratuidad. Esta, al enraizar en la persona a quien se ha de educar la convicción profunda de que el hombre no se ha hecho a sí mismo sino que todo lo ha recibido, suscita y dinamiza la dimensión humana más verdadera, que surge cuando el corazón y la mente se hacen capaces de donarse y de dar. Por tanto, debe ayudar a los niños a conocer sobre todo los valores que deben hacerse florecer y, en consecuencia, a estar dispuestos al cambio, promoviendo sus capacidades y eliminando sus límites. Se le debe guiar a compartir con los demás la vida de cada día asumiendo la necesidad de cada uno y respondiendo a ella, y compartiendo las experiencias ajenas, sean de gozo o de dolor. También se les ha de ayudar a usar con libertad las cosas recibidas para que no las consideren suyas propias exclusivamente, sino puestas a su disposición para el crecimiento personal de ellos y de cuantos están con ellos en la escuela. Y, en fin, se les ha de encauzar a considerar como don la naturaleza, los acontecimientos y las personas. Será consecuencia de todo lo anterior el respeto a la vida y el gozo del saber.

Y también hará brotar en su ánimo agradecimiento, es decir, una manera de corresponder al Señor de la vida con alegría y fidelidad, con amor y dinamismo. Les impulsará a vivir eucarísticamente pues movidos por la gratitud, estos pequeños cristianos se acercarán a la oblación de la Eucaristía y ejercerán su sacerdocio real recibiendo los sacramentos, orando y agradeciendo, y dando testimonio con la coherencia de la vida (cf. Lumen gentium LG 10).

4. La tercera actitud, queridos hermanos y hermanas, me la sugiere el tema del XIII congreso nacional que estáis celebrando "La escuela, base de la educación del hombre y del ciudadano", y es la sociabilidad. Se basa en el deseo evidente de vivir en sociedad con los demás.

En primer lugar en este vivir juntos se reconocen algunas características del primer ámbito social en que uno vive. Por consiguiente es preciso volver a descubrir a la familia y situar la escuela como trámite entre la experiencia familiar y la experiencia comunitaria en el mundo, que es más amplia.

81 Del mismo modo que se vive en familia por afecto y no por constricción, así la escuela debe ser lugar de relaciones libres y positivas que ensanchan la dimensión social primaria. Por consiguiente, en analogía y continuidad con la familia se deben desarrollar las siguientes modalidades de relación: Dependencia, pues como en la familia necesita el niño obediencia amorosa para crecer globalmente, igualmente en la escuela es imprescindible que tenga actitud positiva y obediente con los profesores y las enseñanzas que se le dan.

Convivencia vista como amor al prójimo; las relaciones con los que viven en el ambiente escolar debe llegar a ser siempre prolongación natural de las relaciones existentes en casa con los hermanos. Y esto supone educar con palabras, ejemplos e iniciativas prácticas para aceptarse y ayudarse mutuamente, con el fin de que nazca y se solidifique la alegría de estar juntos.

La vivencia de relaciones positivas socialmente en los primeros años de vida, lleva al niño a adquirir poco a poco familiaridad con ámbitos sociales más amplios: pueblo o ciudad, nación, parroquia, diócesis, Iglesia universal; y a que los sienta como lugares donde empeñarse por el crecimiento de la propia humanidad y la de los demás; así nacerá y crecerá la responsabilidad recíproca.

5. Ante una asamblea tan cualificada de personas que han optado por desempeñar la tarea educativa asumiendo el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia como alimento y criterio de su actuación, quiero recordar la importancia de la enseñanza religiosa en el ámbito de la escuela católica y estatal. A este deber de educar en la fe dentro del contexto escolar, es necesario responder fomentando con interés e inteligencia la elección de instrucción religiosa en los centros del Estado y también procurando una formación que, con respeto a la libertad de conciencia y en diálogo cordial, consienta escuchar y profundizar el mensaje de Cristo tal y como la Iglesia lo guarda y lo transmite.

Si se lleva adecuadamente el Evangelio a la enseñanza, éste llegará a "impregnar la mentalidad de los alumnos en el terreno de su formación y a que la armonización de su cultura se logre a la luz de la fe" (Catechesi tradendae
CTR 69).

6. En consecuencia os exhorto a ser cada día más discípulos de Cristo maestro, a poneros en la escuela del Redentor, único que lleva al hombre a plenitud al hacerlo capaz de comprender, amar y dar mucho fruto según los talentos recibidos.

Tened presente siempre que Cristo es un Maestro viviente que sigue dinámicamente en su cátedra y guía por medio de la maternidad de la Iglesia.

Conscientes de la gran dignidad de vuestra labor, vivid en contacto vital diario con Jesús para ser anunciadores y testigos suyos. Sostened la fe de vuestros alumnos viviendo lo que enseñáis y enseñando lo que vivís con docilidad total al Espíritu de verdad. Asumid un estilo de vida ejemplar como es preciso en la escuela, donde vuestros alumnos observan vuestro comportamiento deseosos de saber qué deben hacer y cómo lo han de poner en práctica.

Mi bendición cordial os acompañe a vosotros y a cuantos vosotros representáis, en señal de afecto y prenda de favores abundantes del Señor que sabe recompensar debidamente a sus servidores fieles.






A LOS OBISPOS DE BOLIVIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 7 de diciembre de 1984



Queridos Hermanos en el episcopado:

82 1. Experimento una verdadera alegría al estar hoy reunido con vosotros, Pastores de la Iglesia en Bolivia, llegados a la Ciudad Eterna, para testimoniar con la visita “ad limina Apostolorum” vuestra devoción y cordial unión con el Sucesor de Pedro. Y que me traéis la presencia de los amados hijos bolivianos, a quienes espero poder visitar un día personalmente. A ellos, ya desde ahora, envío por medio vuestro mi recuerdo lleno de afecto y mi Bendición.

Venís de un país caracterizado por una gran diversidad geográfica y étnica y, consiguientemente, por sus variados aspectos socio-culturales. Un país sellado indeleblemente por la fe en Cristo que desde su inicio ha influido no poco en la promoción humana de vuestras gentes; y que vosotros os esforzáis por conservar y acrecentar, cual fuerza insustituible para el desarrollo integral del hombre y para el establecimiento, en vuestra sociedad, de la civilización del amor.

La entrevista personal con cada uno de vosotros me ha permitido compartir la alegría de vuestras realizaciones, la preocupación por vuestros problemas y las esperanzas de las Iglesias particulares confiadas a vuestra solicitud pastoral. Ahora, este encuentro colegial me hace percibir, con íntima satisfacción, el amor de Cristo que anida en vuestros corazones y que no sólo anima vuestro espíritu de fraternal unión y confianza, sino que también, como a San Pablo (
2Co 5,9), os apremia, con alto sentido de responsabilidad personal y de corresponsabilidad apostólica, al cumplimiento de la misión que el Señor os ha confiado de ser maestros, pontífices y pastores de su grey (Christus Dominus CD 12 Christus Dominus CD 15 Christus Dominus CD 16).

2. En estos tiempos de tan rápidos y profundos cambios, que han traído no sólo una ávida búsqueda de la verdad, sino también una no pequeña incertidumbre y desorientación en las aplicaciones como en los mismos criterios y principios, se hace más necesaria y urgente la misión del Pastor como maestro, intérprete y predicador de la Palabra de Dios.

Por esto, el Concilio Vaticano II, al colocar la predicación del Evangelio como tarea primera de los Obispos, los apremia a predicar con valentía, en su totalidad e integridad, la fe que ha de ser creída, y a aplicarla a la vida real de nuestros días; vigilando al mismo tiempo, para apartar de la grey los errores que la amenazan e ilustrando la doctrina bajo la luz del Espíritu Santo en una perspectiva teocéntrica y teológica (Lumen Gentium LG 25 Christus Dominus CD 12-14).

En ese cometido hay que partir, pues, del plan divino, que pone como centro y culminación de la creación y de la historia a Cristo, el Hijo unigénito de Dios (Dei Verbum DV 4) por quien y para quien fueron creadas todas las cosas; a Cristo, Salvador del mundo, que viene a liberar al hombre de la esclavitud del pecado, dándole la plenitud de la vida y la libertad de los hijos de Dios; a Cristo que viene a establecer un Reino no meramente terreno y temporal, sino el Reino de los cielos, el Reino de Dios.

Este Reino conlleva una indeclinable exigencia de justicia que rechaza todo abuso, injusticia y opresión al hombre y es la única verdadera base de la paz; él se funda en el amor, el cual no sólo excluye el odio y la violencia, sino que es la fuente del perdón, de la misericordia y de la verdadera fraternidad. Al mismo tiempo, transformando los corazones es también la única fuerza capaz de cambiar eficazmente las estructuras, fundamentar y alentar la causa de la auténtica dignidad del hombre y establecer la civilización del amor. Ese amor, centro del cristianismo, eleva al hombre y lo lleva, en Cristo y por Cristo, a la plenitud sin término de su vida en Dios, a la vez que eleva las mismas realidades terrenas. Por eso no podemos aceptar un humanismo sin al menos una implícita referencia a Dios, ni una dialéctica materialista que sería la práctica negación de Dios.

Sobre esta base teológica habréis de fundamentar vuestro servicio general a la fe como Pastores y guías del Pueblo fiel. Desde ella tendréis que esclarecer las dudas de vuestros fieles en los temas que afecten a su camino eclesial. A este respecto no puedo dejar de mencionar la peligrosa incertidumbre creada en ciertos ambientes vuestros —aunque menos frecuentes que en otras partes— por algunas corrientes de la teología de la liberación. En esa labor de esclarecimiento os ayudarán las normas contenidas en la relativa Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Y para que en vuestro País el empeño y aliento a la opción preferencial por los pobres sean plenamente eclesiales, os recomiendo recoger los criterios que di durante mi reciente visita a la República Dominicana (Ioannis Pauli PP. II, Homilia in urbe «Santo Domingo» habita, 5, die 11 oct. 1984).

A propósito de vuestra misión de guías en la fe, quiero animaros en la oportuna tarea que habéis ejercido en los últimos años con diversos documentos pastorales, incluido el reciente “Mensaje al Pueblo de Bolivia” del 20 de octubre de este año.

3. Mirando al campo de la pastoral, dando ante todo gracias a Dios por el prometedor resurgir de las vocaciones en vuestro país, quisiera fijarme ahora en un tema que debe ser la primera preocupación del Obispo. Sé que lo lleváis muy dentro de vuestro corazón de Pastores y que a él habéis dedicado varias Asambleas Plenarias de vuestra Conferencia. Me refiero al sacerdote y a su formación en el Seminario.

Conozco vuestro loable interés por la digna y honesta sustentación de vuestros sacerdotes. Hoy quisiera animaros a continuar y aumentar, si cabe, vuestra preferente solicitud por su perfeccionamiento espiritual y pastoral; tanto en la necesaria formación permanente como en la orientación de su apostolado, y sobre todo en la vivencia práctica de su sacerdocio, de su dedicación total a Cristo y a la Iglesia. Ello lo lograréis más fácil y eficazmente, si les abrís vuestros corazones de Pastores y les prodigáis vuestra atención en un frecuente contacto directo y personal.

83 Esta vital tarea comporta, como bien sabéis, el máximo interés por vuestros seminaristas, don precioso del Señor, que con todos los medios hay que fomentar y cultivar.

Comparto por ello vuestra preocupación en favor de una sólida preparación espiritual e intelectual de los futuros sacerdotes, así como la importancia que atribuís a la función del Seminario, camino que no puede ser descartado.

Dado, pues, que la misión de los formadores es en este terreno realmente primordial, no dudéis en destinar al Seminario aquellos sacerdotes dotados de las necesarias cualidades, y especialmente de profundo espíritu sacerdotal y pastoral. Hacedlo, aunque debáis privaros de valiosas ayudas en otras tareas.

En lo referente a la imprescindible y amplia formación intelectual —ya venga impartida en el Seminario mismo o en otros Institutos eclesiásticos— hay que recordar que nunca podrá ser auténtica sino en el marco de la Iglesia, concebida, aceptada y amada tal como Cristo la fundó, bajo el cuidado de Pedro y de los Pastores; y a condición de que la enseñanza, por parte de los docentes, sea fielmente conforme con el Magisterio eclesiástico y vaya acompañada de la reflexión sobre la fe y en la fe.

Por eso es tan importante asimismo la selección de los profesores, los cuales deberán ser no sólo expertos en sus respectivas materias, sino también sacerdotes ejemplares, fieles a la Jerarquía y al Magisterio de la Iglesia y capaces de orientar sus enseñanzas, de acuerdo con los formadores, en una línea específicamente sacerdotal y pastoral. Por ello, el nombramiento de buenos profesores forma parte de vuestras responsabilidades episcopales más delicadas.

Sin embargo, aun después de todo ello, vuestra solicitud pastoral deberá continuar con la vigilancia sobre la doctrina impartida y la orientación de los estudios; con el generoso apoyo moral, material y espiritual al Seminario y a sus responsables; con la cercanía a cada uno de vuestros futuros sacerdotes.

4. Otro punto de importancia en la vida de la Iglesia en vuestra Nación, debido sobre todo a las crecientes necesidades pastorales y a la dolorosa penuria de agentes de pastoral, es el de la vida consagrada.

Conozco y estimo con vosotros la abnegada, generosa y preciosa ayuda de los Religiosos y Religiosas de numerosos Institutos en los múltiples campos del apostolado, de modo especial en algunas regiones de vuestro extenso territorio.

No escapa a vuestra sensibilidad pastoral la responsabilidad que pesa sobre vosotros, Obispos de la Iglesia de Cristo, de ser auténticos maestros y guías de la perfección cristiana y por eso especialmente de la vida consagrada; y consiguientemente, de ser también guardianes de la vocación religiosa en el espíritu y carisma propio de cada Instituto y animadores, educadores y plasmadores de vocaciones (Christus Dominus
CD 33-35 Mutuae relationes CD 28).

Vuestra responsabilidad episcopal se extiende de manera especial a su servicio a la Iglesia en el plano pastoral; actividad apostólica que a vosotros corresponde dirigir e integrar; para ello será indispensable emplear los diversos medios que sugiere el documento “Mutuae relationes”, así como la comunicación personal con los Superiores religiosos.

5. Antes de concluir este grato encuentro quisiera referirme a dos sectores centrales de la pastoral: la familia y la juventud, que junto con la dedicación a la causa de los pobres —a la que aludí antes— constituyen las grandes opciones de Puebla.

84 Vosotros conocéis bien la importancia fundamental de la familia para la sociedad civil y para la Iglesia, así como los graves y acuciantes problemas que experimenta en nuestro mundo y de modo concreto en vuestro País.

He de congratularme con vosotros por vuestra solicitud pastoral en este campo de apostolado y también por el oportuno documento de vuestra Conferencia sobre la Familia. Quiero animaros cordialmente en el camino emprendido, para que con vuestro empeño y corresponsabilidad apostólica lo podáis llevar a la práctica y logre toda su eficacia en la realidad. Tened siempre presente que cuanto hagáis por el robustecimiento y santificación de la familia, redundará en la vitalización de vuestras Iglesias locales y en una prometedora floración de vocaciones sacerdotales y religiosas.

América Latina es el Continente de la esperanza eclesial, sobre todo porque es el Continente de la juventud. Por ello este tema reviste también en Bolivia una especial actualidad.

Sabéis de los nobles sentimientos, los altos ideales, y la generosidad del corazón de los jóvenes. Y sois también conscientes de los graves peligros que les crea nuestro mundo con el falso halago de ideologías alienantes, de extremismos que pueden fanatizarlos, del recurso a la droga que corrompe las conciencias y destruye sus vidas, de corrientes materialistas o hedonistas que recortan sus valores morales y sus sentimientos humanos, de pragmatismos de toda clase que entronizan un egoísmo individualista, con su inevitable secuela de ambiciones, envidias y rivalidades, de odios y luchas fratricidas, de injusticias y opresión: un egoísmo que acaba matando el don más precioso del ser humano, el amor.

Ante esos ídolos, nosotros debemos presentar a los jóvenes de hoy al único que puede responder a sus ideales y llenar plenamente sus generosas aspiraciones: Cristo Jesús. Pongamos, pues, el máximo empeño en llevar a la juventud hacia Cristo, para que, conociéndole cada día más, se entusiasme con El y por amor a El cumpla su compromiso de servicio al mundo y a los hombres.

Para lograr esto hay que dar la máxima importancia a la catequesis juvenil, y a la actualizada formación religiosa en las escuelas, tanto públicas como privadas; al apostolado, necesario hoy como siempre, en los colegios de la Iglesia; a la atención pastoral integral de la juventud universitaria, tan solicitada con ideologías ajenas y aun contrarias a la doctrina de Cristo.

6. Queridos Hermanos: Que estas reflexiones, vuestro amor a la Iglesia y la luz del Espíritu Santo —especialmente a lo largo de este novenario de años que he inaugurado recientemente en Santo Domingo— os animen y sostengan en vuestro pastoral empeño por una evangelización renovada y que conduzca eficazmente a Cristo. Que en El se reafirme vuestra esperanza y, mediante la “civilización del amor”, podáis construir un mundo más humano y más cristiano, donde reinen la justicia y la paz, y en el que todos los hijos de Bolivia puedan vivir en plenitud la vida del espíritu y su dignidad como hombres, en un clima de libertad, mutuo respeto y moralidad pública y privada.

A la intercesión de María Santísima, tan venerada por los bolivianos, especialmente bajo su advocación de Copacabana, confío estas intenciones, vuestras personas y anhelos, junto con las necesidades de cada miembro de vuestras diócesis, mientras sobre todos imparto mi cordial Bendición.






Discursos 1984 75