Audiencias 1986 68

Miércoles 8 de octubre de 1986

Estado del hombre caído

1. La profesión de fe, pronunciada por Pablo VI en 1968, al concluir el "Año de la fe", propone de nuevo cumplidamente las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la Santa Tradición sobre el pecado original. Volvamos a escucharla:

"Creemos que en Adán todos pecaron, lo cual quiere decir que la falta original cometida por él hizo caer la naturaleza humana, común a todos los hombres, en un estado en que se experimenta las consecuencias de esta falta y que no es aquel en el que se hallaba la naturaleza al principio de nuestros primeros padres, creados en santidad y justicia y en el que el hombre no conocía ni el mal ni la muerte. Esta naturaleza humana caída, despojada de la vestidura de la gracia, herida en sus propias fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, se transmite a todos y en este sentido todo hombre nace en pecado. Sostenemos pues con el Concilio de Trento que el pecado original se transmite con la naturaleza humana 'no por imitación, sino por propagación' y que por tanto es propio de cada uno".

2. "Creemos que nuestro Señor Jesucristo, por el sacrificio de la cruz nos rescató del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que, según afirma el Apóstol, "donde había abundado el pecado, sobreabundó la gracia".

A continuación la Profesión de Fe, llamada también "Credo del Pueblo de Dios", se remite, como lo hace el Decreto del Concilio de Trento, al santo bautismo, y antes que nada al de los recién nacidos: "para que, naciendo privados de la gracia sobrenatural, renazcan 'del agua y del Espíritu Santo' a la vida divina en Cristo Jesús".

Como vemos, este texto de Pablo VI confirma también que toda la doctrina revelada sobre el pecado y en particular sobre el pecado original hace siempre rigurosa referencia al misterio de la redención. Así intentamos presentarla también en esta catequesis. De lo contrario no sería posible comprender plenamente la realidad del pecado en la historia del hombre. Lo pone en evidencia San Pablo, especialmente en la Carta a los Romanos, a la cual sobre todo hace referencia el Concilio de Trento en el Decreto sobre el pecado original.

Pablo VI, en el "Credo del Pueblo de Dios" propuso de nuevo a la luz de Cristo Redentor todos los elementos de la doctrina sobre el pecado original, contenidos en el Decreto Tridentino.

69 3. A propósito del pecado de los primeros padres, el "Credo del Pueblo de Dios" habla de la "naturaleza humana caída". Para comprender bien el significado de esta expresión es oportuno volver a la descripción de la caída narrada en el Génesis (Gn 3). En dicha descripción se habla también del castigo de Dios a Adán y Eva, según la presentación antropomórfica de las intervenciones divinas que el libro del Génesis hace siempre. En la narración bíblica, después del pecado el Señor dice a la mujer: "Multiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hijos y buscarás con ardor a tu marido que te dominará" (Gn 3,16).

"Al hombre (Dios) le dijo: Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol que te prohibí comer, diciéndote no comas de él: Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te daré espinas y abrojos, y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres, y al polvo volverás" (Gn 3,17-19).

4. Estas palabras fuertes y severas se refieren a la situación del hombre en el mundo tal como resulta de la historia. El autor bíblico no duda en atribuir a Dios algo así como una sentencia de condena. Esta implica la "maldición de la tierra": la creación visible se hizo para el hombre extraña y rebelde. San Pablo hablará de "sumisión de la creación a la caducidad" a causa del pecado del hombre por el cual también la "creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto" hasta que sea "liberada de la servidumbre de la corrupción" (cf. Rm 8,19-22). Este desequilibrio de lo creado tiene su influjo en el destino del hombre en el mundo visible. El trabajo, por el que el hombre conquista para sí los medios de sustento, hay que hacerlo "con el sudor del rostro", así pues va unido a la fatiga. Toda la existencia del hombre está caracterizada por la fatiga y el sufrimiento, y esto comienza ya con el nacimiento, acompañado ya por los dolores de la parturienta y, aunque inconscientes, por los del niño que a su vez gime y llora.

5. Y finalmente, toda la existencia del hombre en la tierra está sujeta al miedo de la muerte, que según la Revelación está unida al pecado original. El pecado mismo es sinónimo de la muerte espiritual, porque por el pecado el hombre ha perdido la gracia santificante, fuente de la vida sobrenatural. Signo y consecuencia del pecado original es la muerte del cuerpo, tal como desde entonces la experimentan todos los hombres. El hombre ha sido creado por Dios para la inmortalidad: la muerte que aparece como un trágico salto en el vacío, constituye la consecuencia del pecado, casi por una lógica suya inmanente, pero sobre todo por castigo de Dios. Esta es la enseñanza de la Revelación y esta es la fe de la Iglesia: sin el pecado, el final de la prueba terrena no habría sido tan dramático.

El hombre ha sido creado por Dios también para la felicidad, que, en el ámbito de la existencia terrena, debía significar estar libres de sufrimientos, por lo menos en el sentido de una posibilidad de exención de ellos: "posse non pati", así como de exención de la muerte, en el sentido de "posse non mori". Como vemos por las palabras atribuidas a Dios en el Génesis (Gn 3,16-19) y por muchos otros textos de la Biblia y de la Tradición, con el pecado original esta exención dejó de ser el privilegio del hombre. Su vida en la tierra ha sido sometida a muchos sufrimientos y a la necesidad de morir.

6. El "Credo del Pueblo de Dios" enseña que la naturaleza humana después del pecado original no está en el estado "en que se hallaba al principio en nuestros padres". Está "caída" (lapsa), porque está privada del don de la gracia santificante, y también de otros dones que en el estado de justicia original constituían la perfección (integritas) de esta naturaleza. Aquí se trata no sólo de la inmortalidad y de la exención de muchos sufrimientos, dones perdidos a causa del pecado, sino también de las disposiciones interiores de la razón y de la voluntad, es decir, de las energías habituales de la razón y de la voluntad. Como consecuencia del pecado original todo el hombre, alma y cuerpo, ha quedado turbado: "secundum animam et corpus", precisa el Concilio de Orange en el 529, del que se hace eco el Decreto Tridentino, añadiendo que todo el hombre ha quedado deteriorado: "in deterius commutatum fuisse".

7. En cuanto a las facultades espirituales del hombre, este deterioro consiste en la ofuscación de la capacidad del intelecto para conocer la verdad y en el debilitamiento del libre albedrío, que se ha debilitado ante los atractivos de los bienes sensibles y sobre todo se ha expuesto a las falsas imágenes de los bienes elaboradas por la razón bajo el influjo de las pasiones. Pero según las enseñanzas de la Iglesia, se trata de un deterioro relativo, no absoluto, no intrínseco a las facultades humanas. Pues el hombre, después del pecado original, puede conocer con la inteligencia las fundamentales verdades naturales, también las religiosas y los principios morales. Puede también hacer buenas obras. Así, pues, se debería hablar de un oscurecimiento de la inteligencia y un debilitamiento de la voluntad, de "heridas" de las facultades espirituales y de las sensitivas, más que de una pérdida de sus capacidades esenciales también en relación con el conocimiento y el amor de Dios.

El Decreto Tridentino subraya esta verdad de la salud fundamental de la naturaleza contra la tesis contraria, sostenida por Lutero (y tomada más tarde por los jansenistas). Enseña que el hombre como consecuencia del pecado de Adán, no ha perdido el libre albedrío (can. 5: "liberum arbitrium... non amisum et extinctum"). Puede, pues, hacer actos que tengan auténtico valor moral: bueno o malo. Esto es posible sólo por la libertad de la voluntad humana. El hombre caído, sin embargo, sin la ayuda de Cristo no es capaz de orientarse hacia los bienes sobrenaturales, que constituyen su plena realización y su salvación.

8. En la situación en la que ha llegado a encontrase la naturaleza después del pecado, y especialmente por la inclinación del hombre más hacia el mal que hacia el bien, se habla de una "causa de excitación al pecado" (fomes peccati), de la que la naturaleza humana estaba libre en el estado de perfección original (integritas). Esta "inclinación al pecado" fue llamada por el Concilio de Trento también "concupiscencia" (concupiscentia) añadiendo que ésta perdura incluso en el hombre justificado por Cristo, por lo tanto también después del santo bautismo. El Decreto Tridentino precisa claramente que la "concupiscencia" en sí misma aún no es pecado, pero: "ex peccato est et ad peccatum inclinat" (cf. DS DS 1515). La concupiscencia, como consecuencia del pecado original, es fuente de inclinación a los distintos pecados personales cometidos por los hombres con el mal uso de sus facultades (los que se llaman pecados actuales, para distinguirlos del original). Esta inclinación permanece en el hombre incluso después del santo bautismo. En este sentido cada uno lleva en sí la causa de promoción al pecado.

9. La doctrina católica precisa y caracteriza el estado de la naturaleza humana caída (natura lapsa) con los términos que hemos expuesto basándonos en los datos de la Sagrada Escritura y de la Tradición. Esta está claramente propuesta en el Concilio Tridentino y en el "Credo" de Pablo VI. Pero una vez más observamos que, según esta doctrina, fundada en la Revelación, la naturaleza humana está no sólo "caída", sino también "redimida" en Jesucristo; de modo que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20). Este es el verdadero contexto en el que se deben considerar el pecado original y sus consecuencias.

Saludos

70 Amados hermanos y hermanas:

A mi regreso de mi visita apostólica a Francia me es grato saludar cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española presentes en la Audiencia de hoy.

En particular, saludo a la peregrinación de la parroquia de Roda de Ter (Diócesis de Vich), así como al “grupo Franciscano” junto con los demás peregrinos provenientes de las Diócesis de Bilbao, San Sebastián y Vitoria.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 15 de octubre de 1986



1. En esta audiencia mi pensamiento va con profunda alegría a las etapas de la tercera visita a Francia: viaje que se inició el sábado 4 de octubre y terminó el martes siguiente. De Roma a Lión, de Lión a Taizé y a Paray-le-Monial, después a Ars y finalmente a Annecy; he realizado una peregrinación siguiendo las huellas del Beato Antonio Chevrier, de San Francisco de Sales, de Santa Juana de Chantal, de Santa Margarita María de Alacoque, y sobre todo del Santo Cura de Ars.

Ha sido precisamente la celebración del 200 aniversario del nacimiento de Juan María Vianney lo que dio al Episcopado francés la oportuna ocasión para invitarme de nuevo a su país. A él, y en particular al señor cardenal Albert Decourtray, arzobispo de Lión, y a los obispos de la región apostólica del Centro-Este deseo manifestar mi agradecimiento por un encuentro tan importante.

De este modo se me ha dado la oportunidad de participar en celebraciones que no sólo han reunido a obispos y sacerdotes franceses, sino también a delegaciones provenientes de sesenta países distintos. La figura del Santo Cura de Ars no deja de hablar también al hombre de hoy. Su extraordinaria vida llena de oración y de mortificación, el heroico servicio a la Palabra de Dios y a los sacramentos, especialmente el de la penitencia, continúan siendo un punto de viva referencia para los sacerdotes de la Iglesia contemporánea.

2. Permitidme al mismo tiempo dar gracias al Señor Presidente de la República, al Señor Primer Ministro y a todas las autoridades civiles francesas por el asentimiento dado a este viaje, por su acogida cordial y por las disposiciones que han impartido para que la visita se desarrollara con orden y serenidad.

3. San Juan María Vianney vivió su juventud en los tiempos de la Revolución Francesa. En ese período inició clandestinamente la preparación al sacerdocio, siguiendo la voz de la vocación. Con emoción dirijo mi pensamiento a la familia campesina del Santo, que habitaba en Dardilly, y al espíritu que en ella reinaba. La peregrinación que he hecho me ha ayudado además a hacerme más consciente de la existencia de una "genealogía" más lejana del Cura de Ars. Lo fue en efecto, el "Anfiteatro de las Tres Galias", lugar del martirio de los cristianos en el 177. Este es un particular recuerdo de la vitalidad de la Iglesia en la capital de esa antigua provincia romana. Otro recuerdo es también la figura de San Ireneo, uno de esos grandes Padres de la Iglesia, al que tanto debe la doctrina y la teología católica desde sus comienzos.

Me place además recordar que en el "Anfiteatro de las Tres Galias" se desarrolló un encuentro ecuménico, un acto también coherente con la herencia de la Iglesia que está en Lión. Es suficiente recordar, al respecto, el Concilio allí celebrado en el 1274, con el fin de hacer un intento de reconciliación eclesial entre Oriente y Occidente, y todas las iniciativas ecuménicas tomadas durante este siglo en el surco abierto por el sacerdote Couturier.

71 4. La genealogía de la santidad se desarrolló posteriormente en el curso de los siglos. A finales del XVI y en los primeros años del siguiente, desarrolló su importante actividad pastoral y magisterial San Francisco de Sales, quien, con Santa Juana de Chantal fundó la Orden de la Visitación. Las reliquias de ambos Santos se encuentran en Annecy, una de las etapas de mi visita pastoral.

Algunos decenios después de la fundación de las "visitandinas", una de ellas sor Margarita María de Alacoque, en Paray-le-Monial, fue un gran signo de amor a Jesús y testigo celoso del misterio de su Sagrado Corazón. Precisamente por ella la ciudad de Paray-le-Monial fue incluida en el programa de la visita.

Así pues, la peregrinación, relacionada con el 200 aniversario del nacimiento del Santo Cura de Ars, se ha desarrollado en cierto modo siguiendo las huellas de la santidad, impresas en esta afortunada tierra durante siglos de cristiandad.

5. En Ars se reunieron cardenales, obispos, sacerdotes, diáconos y seminaristas, que provenían de toda Francia y también de otros muchos países de varios continentes.

La meditación que desarrollé ante ellos en tres momentos sucesivos, alternados con el silencio, la oración cantada y las lecturas, puso de relieve la grandeza de la misión insustituible del sacerdote, con su identidad específica, su colaboración en la salvación de las almas, mediante la predicación de la conversión, el ministerio de la Reconciliación y la Eucaristía. Frente a las diversas dificultades, indiqué allí los medios para una renovación espiritual, un constante alimento intelectual, una ayuda fraterna, una pastoral misionera, subrayando que las exigencias de los compromisos sacerdotales aseguran libertad y arrojo apostólico. También la formación de los seminaristas y el ministerio de los diáconos fueron objeto de una atención especial.

6. Por lo tanto, el sacerdocio ministerial de Cristo ha ocupado el centro de la peregrinación a Ars. Ciertamente la temática fundamental de este encuentro inolvidable del 6 de octubre de 1986 se proyectó sobre los sacerdotes, a los cuales rendí solemnemente un homenaje de gratitud haciéndoles una apremiante invitación a la fidelidad, mientras tenía presentes en la mente y en el corazón a los sacerdotes del mundo entero.

Bajo esta luz asumen pleno significado todos los otros temas, que fueron afrontados en el programa de esos días intensos: sobre todo el tema de la vida religiosa.

7. Un mensaje particular se dirigió, por lo demás, con ocasión de los encuentros:

—a las familias cristianas, que vinieron en gran número a la celebración eucarística de Paray-le-Monial para lograr una profundización de su amor junto al Corazón de Jesús;

—a los jóvenes, que durante una significativa representación escénica, que hubo en el estadio Gerland de Lión, expusieron con confianza sus preguntas sobre Dios, sobre la Iglesia, sobre su compromiso en el mundo;

—de nuevo a los jóvenes congregados en oración en Taizé, en torno a los Hermanos de la Comunidad;

72 —a los enfermos reunidos en la catedral de Lión;

—a los presos;

—a los miembros del Consejo pastoral y del Consejo presbiteral de Lión, que me informaron del multiforme e indispensable apostolado de los laicos, orgánicamente articulado con el de los sacerdotes;

—a los teólogos, profesores y estudiantes del "Instituto Católico" de Lión, que no pueden olvidar el gran ejemplo de San Ireneo;

—a los que tienen la responsabilidad del bien común de la nación, de la región y de la ciudad, a quienes visité en la Prefectura de Lión;

—y también y sobre todo, a mis hermanos en el Episcopado, que vinieron de todas las diócesis de Francia.

Fue a sus fieles y a todo el pueblo cristiano de Francia a quienes desde Lión les hice una llamada a una renovación espiritual. También desde Lión, al principio de mi viaje, invité a los pueblos o a las partes en guerra a guardar una tregua el 27 de octubre, día en que representantes de las diversas religiones del mundo estarán juntos en Asís para rezar.

8. El mismo primer día de mi visita a Lión me fue dado proclamar Beato al padre Antonio Chevrier, fundador del Prado, contemporáneo del Cura de Ars. Aferrado a Cristo, este sacerdote que fue pobre y sensible a la gran miseria de los jóvenes obreros de su tiempo, se hizo apóstol de los pobres. Tuvo en cuenta profundamente su dignidad de hombres amados por Dios, compartió su condición de pobreza, les dio una instrucción escolar y de fe, fundó la Familia del Prado con sacerdotes, hermanos y hermanas disponibles a llevarles la Buena Nueva. He tenido así ocasión de reflexionar sobre las modalidades de cuidar y de ayudar a los pobres de hoy, según las bienaventuranzas del Evangelio.

9. "¡La mies es mucha, pero los obreros son pocos! Rogad pues al Dueño de la mies...".

En el altar de la Santa Misa celebrada al aire libre en Ars resonaron una vez más estas palabras de Cristo tan actuales para la Iglesia y para el mundo contemporáneo.

La mies del Señor es mucha.

73 Hacen falta obreros: Hacen falta sacerdotes. Hacen falta Santos.

Ha sido una significativa peregrinación tras las huellas de los Santos.

"Por donde los Santos pasan... Dios pasa con ellos".

Saludos

Vaya ahora mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española aquí presentes.

En particular, saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas. Asimismo a los grupos de peregrinos españoles procedentes de Almería, Gerona, Huelva, Madrid, Sabadell, Albacete, Valencia y Valladolid.

Sean bienvenidos a esta audiencia los componentes de la numerosa peregrinación de la provincia de Salta (Argentina), acompañados por su Arzobispo, Mons. Blanchoud; así como los grupos provenientes del Perú, de México y de otros países de América Latina.

A todos imparto con afecto la bendición apostólica.





Miércoles 22 de octubre de 1986



1. Como es sabido, el próximo lunes 27 de octubre, estaré en Asís con numerosos representantes de otras Iglesias y Comunidades cristianas y de las otras religiones del mundo, con el fin de rezar por la paz.

Es sin duda un acontecimiento singular, de carácter religioso, exclusivamente religioso. Así ha sido pensado y en esta perspectiva se desarrollará con la colaboración de todos los participantes: estará marcado por la oración, el ayuno y la peregrinación. Confío que sea de verdad, con la gracia del Señor, un momento culminante de ese "movimiento de oración por la paz" que auguré al principio de 1986, proclamado "Año Internacional de la Paz" por las Naciones Unidas.

74 En Asís todos los representantes de las Iglesias y Comunidades cristianas y de las religiones del mundo estarán comprometidos únicamente en invocar de Dios el gran don de la paz.

2. Quisiera que este hecho, tan importante para el proceso de reconciliación de los hombres con Dios y entre sí, fuera visto e interpretado por todos los hijos de la Iglesia a la luz del Concilio Vaticano II y de sus enseñanzas.

En efecto, la Iglesia ha reflexionado mucho en el Concilio, bajo la inspiración del Espíritu Santo, sobre su posición en un mundo cada vez más marcado por el encuentro de las culturas y de las religiones.

Según el Concilio, la Iglesia es cada vez más consciente de su misión y de su deber, incluso de su esencial vocación de anunciar al mundo la verdadera salvación que se encuentra solamente en Jesucristo, Dios y hombre (cf. Ad gentes
AGD 11-3).

Sí, sólo en Cristo los hombres pueden ser salvados. "Ningún otro puede salvar, y bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos" (Ac 4,12). Pero, ya que desde el principio de la historia, todos están ordenados a Cristo (cf. Lumen gentium LG 16), quien es de verdad fiel a la llamada de Dios, en la medida en que le es conocida, participa ya en la salvación realizada por Cristo (cf. ib).

3. La Iglesia, consciente de la común vocación de la humanidad y del único designio de salvación, se siente unida a todos y a cada uno, como Cristo "se unió en cierto modo a cada hombre" (cf. Gaudium et spes GS 22 Enc. Redemptor hominis, pássim).

Y ella proclama a todos y a cada uno que Cristo es el centro del mundo creado y de la historia.

Precisamente porque Cristo es el centro de todo en la historia y en el cosmos, y porque nadie "va al Padre sino por Él" (cf. Jn 14,6), podemos dirigirnos a las otras religiones con una actitud tejida al mismo tiempo de sincero respeto y de fervoroso testimonio de Cristo en el que creemos. Pues en ellas están los "semina Verbi", los "rayos de la única verdad" de que hablaban ya los primeros Padres de la Iglesia, que vivían y trabajaban en medio del paganismo, y a los que hace referencia el Concilio Vaticano II, tanto en la Declaración Nostra aetate (NAE 2), como en el Decreto Ad gentes (AGD 11 AGD 18). Conocemos cuáles son los limites de esas religiones, pero eso no quita en absoluto que haya en ellas valores y cualidades religiosas, incluso insignes (cf. Nostra aetate NAE 2).

4. Estos son precisamente los "vestigios" o las "semillas" del Verbo y los "rayos" de su verdad. Entre éstas se encuentra sin duda la oración, frecuentemente acompañada por el ayuno, además de otras penitencias y la peregrinación a los lugares sagrados, rodeados de gran veneración.

Respetamos esta oración, aunque no intentamos hacer nuestras fórmulas que expresan otras visiones de fe. Ni los otros, por lo demás, querrán hacer propias nuestras oraciones.

Lo que acontecerá en Asís no será ciertamente sincretismo religioso, sino sincera actitud de oración a Dios en el respeto mutuo.

75 Por eso ha sido escogida para el encuentro de Asís la fórmula: estar juntos para rezar.

Ciertamente no se puede "rezar juntos", es decir, hacer una oración común, pero se puede estar presentes cuando los otros rezan; de este modo manifestamos nuestro respeto por la oración de los otros y por la actitud de los demás ante la Divinidad; y al mismo tiempo les ofrecemos el testimonio humilde y sincero de nuestra fe en Cristo, Señor del universo.

Así se hará en Asís, donde habrá, en uno de los momentos de la jornada, plegarias separadas, en distintos lugares, de las diversas representaciones religiosas. Pero después, en la plaza de la basílica inferior de San Francisco, se sucederán, claramente distintas una después de otra, las plegarias de los representantes de cada religión, mientras todos los demás asistirán con la actitud respetuosa, interior y exteriormente, de quien es testigo del esfuerzo supremo de otros hombres y mujeres para buscar a Dios.

5. Ese "estar juntos para rezar" adquiere un significado particularmente profundo y elocuente en cuanto que estaremos unos junto a los otros para implorar de Dios el don del cual toda la humanidad de hoy tiene mayor necesidad para sobrevivir: la paz.

Es, pues, la profunda conciencia que tengo de la necesidad de este don para todos, de su urgencia y del hecho de que depende sólo de Dios lo que me ha llevado a dirigirme a las otras Iglesias cristianas y a las grandes religiones del mundo, que comparten la misma preocupación por la suerte del hombre y muestran la misma disponibilidad para comprometerse a pedir la paz con la oración.

Las religiones del mundo, a pesar de las divergencias fundamentales que las separan, todas están llamadas a contribuir al nacimiento de un mundo más humano, más justo, más fraterno. Después de haber sido muchas veces causa de divisiones, todas quisieran ahora tener un papel decisivo en la construcción de la paz mundial. Y esto queremos hacerlo juntos. Como decía ya mi predecesor Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam suam: "...con ellas queremos promover y defender los ideales que pueden ser comunes en el campo de la libertad religiosa, de la fraternidad humana, de la buena cultura, de la beneficencia social y del orden civil" (n. 100).

Con este espíritu he invitado a las Iglesias y a las religiones a reunirse a Asís. Y con este mismo espíritu la invitación ha sido aceptada. Las Iglesias particulares a su vez se han asociado por todas partes a esta misma iniciativa, muchas veces junto con otras Iglesias cristianas y con representantes de otras religiones. Así se realiza y se extiende ese gran "movimiento de oración por la paz", al que me refería el 25 de enero de este año.

El 27 de octubre será pues una Jornada totalmente de oración. Esta es su calificación, puesto que "la oración, que es expresión en distintos modos de la relación del hombre con el Dios vivo, es también la primera tarea y como el primer anuncio del Papa, del mismo modo que es el primer requisito de su servicio a la Iglesia y al mundo" (Discurso en la Mentorella, 23 de octubre de 1978: L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 5 de noviembre de 1978, pág. 11).

La oración es el respiro del alma. Cada adorador del Dios vivo y verdadero cree en el inconmensurable valor de la oración y siente irrumpir desde su propia intimidad la necesidad de orar.

6. En Asís nos acogerá Fray Francisco, pobre y humilde. Nos acogerá con la energía ardiente e iluminadora de su personalidad seráfica que hizo parangonarle con el sol y a su tierra natal con un nuevo Oriente (Dante, Paraíso, XI, 50).

Nos acogerá con la fascinación irresistible de su desarmada y pacificadora sencillez, capaz de conmover las zonas más ocultas de cada corazón.

76 Nos acogerá con los acentos tiernos y sublimes de su Cántico, que alterna las estrofas de la realidad de las criaturas con el altísimo vértice al que llegan los labios orantes cuando la oración se hace vida y la vida se hace oración: "Loado seas mi Señor".

Y de la mística colina, el augural saludo franciscano "Pax et bonum" volverá a tomar su camino por los senderos del mundo siguiendo los pasos de nuevos testigos. Para convencer que la paz es necesaria, es posible, es un deber. Que sólo ella puede garantizar a la humanidad del dos mil un futuro sereno y laborioso.

Os pido que recéis mucho por estas grandes intenciones: si de todos los corazones humanos sube al Dios único el anhelo de paz y de fraternidad universal, unido en una única gran oración, entonces no nos podrá faltar nunca la confianza de que Él nos escuchará: "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá" (
Lc 11,9).

Saludos

Amados hermanos y hermanas:

Deseo ahora presentar mi más cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, al grupo de Religiosas Esclavas de Cristo Rey, a quienes aliento en su apostolado en favor de los ejercicios espirituales, de acuerdo con el espíritu de su Fundador.

Asimismo saludo a los peregrinos procedentes de Mallorca, de Madrid, y al Coro de la Universidad del País Vasco, de Bilbao.

Igualmente, saludo a los componentes de la numerosa peregrinación de México y al grupo de Agentes de Viaje y Operadores Turísticos de Venezuela, que están celebrando en Roma su octavo Congreso. Pido a Dios que vuestra actividad profesional sirva también para establecer lazos de solidaridad y unión entre los pueblos y para fomentar la fraternidad entre los hombres.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 29 de octubre de 1986

Pecado: ruptura de la Alianza con Dios

77 1. En las catequesis de este ciclo tenemos continuamente ante los ojos la verdad sobre el pecado original, y al mismo tiempo tratamos de mirar la realidad del pecado en la dimensión global de la historia del hombre. La experiencia histórica confirma a su modo lo que está expreso en la Revelación: en la vida del hombre el pecado está constantemente presente, constantemente actual. Por parte del conocimiento humano el pecado está presente como el mal moral, del que se ocupa de modo directo la ética (filosofía moral). Pero se ocupan también de él a su manera otras ramas de la ciencia antropológica de carácter más descriptivo, como la psicología y la sociología. Una cosa es cierta: el mal moral (lo mismo que el bien) pertenecen a la experiencia humana, y de aquí parten para estudiarlo todas las disciplinas que pretenden acceder a él como objeto de la experiencia.

2. Pero al mismo tiempo hay que constatar que, fuera de la Revelación, no somos capaces de percibir plenamente ni expresar adecuadamente la esencia misma del pecado (o sea, del mal moral como pecado). Sólo teniendo como fondo la relación instaurada con Dios mediante la fe resulta comprensible la realidad total del pecado. A la luz de esta relación podemos, pues, desarrollar y profundizar esta comprensión.

Si se trata de la Revelación y ante todo de la Sagrada Escritura, no se puede presentar la verdad sobre el pecado que aquella contiene si no es volviendo al "principio" mismo. En cierto sentido también el pecado "actual", perteneciente a la vida de todo hombre, se hace plenamente comprensible en referencia a ese "principio", a ese pecado del primer hombre. Y no sólo porque lo que el Concilio de Trento llama "inclinación al pecado" (fomes peccati), consecuencia del pecado original, es en el hombre la base y la fuente de los pecados personales. Sino también porque ese "primer pecado" de los primeros padres queda en cierta medida como el "modelo" de todo pecado cometido por el hombre personalmente. El "primer pecado" era en sí mismo también un pecado personal: por ello los distintos elementos de su "estructura" se hallan de algún modo en cualquier otro pecado del hombre.

. El Concilio Vaticano II nos recuerda: "Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio... abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes
GS 13). Con estas palabras el Concilio trata del pecado de los primeros padres cometido en el estado de justicia original. Pero también en todo pecado cometido por cualquier otro hombre a lo largo de la historia, en el estado de fragilidad moral hereditaria, se reflejan esos mismos elementos esenciales. Efectivamente, en todo pecado entendido como acto personal del hombre, está contenido un particular "abuso de la libertad", es decir, un mal uso de la libertad, de la libre voluntad. El hombre, como ser creado, abusa de la libertad de su voluntad cuando la utiliza contra la voluntad del propio Creador, cuando en su conducta "se levanta contra Dios", cuando trata de "alcanzar su propio fin al margen de Dios".

4. En todo pecado del hombre se repiten los elementos esenciales, que desde el principio constituyen el mal moral del pecado a la luz de la verdad revelada sobre Dios y sobre el hombre. Se presentan en un grado de intensidad diverso del primer pecado, cometido en el estado de justicia original. Los pecados personales, cometidos después del pecado original, están condicionados por el estado de inclinación hereditaria al mal ("fomes peccati"), en cierto sentido ya desde el punto de arranque. Sin embargo, dicha situación de debilidad hereditaria no suprime la libertad del hombre, y por ello en todo pecado actual (personal) esta contenido un verdadero abuso de la libertad contra la voluntad de Dios. El grado de este abuso, como se sabe, puede variar, y de ello depende también el diverso grado de culpa del que peca. En este sentido hay que aplicar una medida diversa para los pecados actuales, cuando se trata de valorar el grado del mal cometido en ellos. De aquí proviene así mismo la diferencia entre el pecado "grave" y el pecado "venial". Si el pecado grave es al mismo tiempo "mortal", es porque causa la pérdida de la gracia santificante en quien lo comete.

5. San Pablo, hablando del pecado de Adán, lo describe como "desobediencia" (cf. Rom Rm 5,19): cuando afirma el Apóstol vale también para todo otro pecado "actual" que el hombre comete. El hombre peca transgrediendo el mandamiento de Dios, por tanto es "desobediente" a Dios, Legislador Supremo. Esta desobediencia, a la luz de la Revelación, es al mismo tiempo ruptura de a alianza con Dios. Dios, tal como lo conocemos por la Revelación, es en efecto el Dios de la Alianza y precisamente como Dios de la Alianza es Legislador. Efectivamente, introduce su ley en el contexto de la Alianza con el hombre, haciéndola condición fundamental de la Alianza misma.

6. Así era ya en esa Alianza original que, como leemos en el Génesis (Gn 2-3), fue violada "al principio". Pero esto aparece todavía más claro en la relación del Señor Dios para con Israel en tiempos de Moisés. La Alianza establecida con el pueblo elegido al pie del Monte Sinaí (cf. Ex 24,3-8), tiene en sí como parte constitutiva los mandamientos: el Decálogo (cf. Ex 20 Dt 5). Constituyen los principios fundamentales e inalienables de comportamiento de todo hombre respecto de Dios y respecto de las criaturas, la primera de ellas el hombre.

7. Según la enseñanza contenida en la Carta de San Pablo a los Romanos, esos principios fundamentales e inalienables de conducta, revelados en el contexto de la Alianza del Sinaí, en realidad están "inscritos en el corazón" de todo hombre, incluso independientemente de la revelación hecha a Israel. En efecto, escribe el Apóstol: "Cuando los gentiles, guiados por la razón natural, sin Ley, cumplen los preceptos de la Ley, ellos mismos sin tenerla, son para sí mismos Ley. Y con esto muestran, que los preceptos de la Ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia y las sentencias con que entre sí unos y otros se acusan o se excusan" (Rm 2,14-15).

Así, pues, el orden moral, convalidado por Dios con la revelación de la ley en el ámbito de la Alianza, tiene ya consistencia en la ley "escrita en los corazones", incluso fuera de los confines marcados por la ley mosaica y la Revelación: se puede decir que está escrito en la misma naturaleza racional del hombre, como explica de modo excelente Santo Tomás cuando habla de la "Lex naturae" (cf. I-II 91,2 I-II 94,5-6). El cumplimiento de esta ley determina el valor moral de los actos del hombre, hacen que sean buenos. En cambio, la transgresión de la ley "inscrita en los corazones", es decir, en la misma naturaleza racional del hombre, hace que los actos humanos sean malos. Son malos porque se oponen al orden objetivo de la naturaleza humana y del mundo, detrás del cual está Dios, su Creador. Por ello, también en este estado de conciencia moral iluminado por los principios de la ley natural, un acto moralmente malo es pecado.

8. A la luz de la ley revelada el carácter del pecado aparece todavía más de relieve. El hombre posee entonces una conciencia mayor de transgredir una ley explícitamente y positivamente establecida por Dios. Tiene, pues, también la conciencia de oponerse a la voluntad de Dios y, en este sentido, de "desobedecer". No se trata sólo de la desobediencia a un principio abstracto de comportamiento, sino al principio en el que toma forma la autoridad "personal" de Dios: a un principio en el que se expresa su sabiduría y su Providencia. Toda la ley moral está dictada por Dios debido a su solicitud por el verdadero bien de la creación, y, en particular por el bien del hombre. Precisamente este bien ha sido inscrito por Dios en la Alianza que ha establecido con el hombre: tanto en la primera Alianza con Adán, como en la Alianza del Sinaí, a través de Moisés y, por último, en la definitiva, revelada en Cristo y establecida en la sangre de su redención (cf. Mc 14,24 Mt 26,28 1Co 11,25 Lc 22,20).

9. Visto en esta perspectiva, el pecado como "desobediencia" a la ley se manifiesta mejor en su característica de "desobediencia" personal hacia Dios: hacia Dios como Legislador, que es al mismo tiempo Padre que ama. Este mensaje expresado ya profundamente en el Antiguo Testamento (cf. Os Os 11,1-7), hallará su enunciación más plena en la parábola del hijo pródigo (cf. Lc Lc 15, 18-19, 21). En todo caso la desobediencia a Dios, es decir, la oposición a su voluntad creadora y salvífica, que encierra el deseo del hombre de "alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes GS 13), es "un abuso de la libertad" (Gaudium et spes GS 13 Gaudium et spes ).

78 10. Cuando Jesucristo, la vigilia de su pasión, habla del "pecado" sobre el que el Espíritu Santo debe "amonestar al mundo", explica la esencia de este pecado con las palabras: "porque no creyeron en mí" (Jn 16,9). Ese "no creer" a Dios es en cierto sentido la primera y fundamental forma de pecado que el hombre comete contra el Dios de la Alianza. Esta forma de pecado se había manifestado ya en el pecado original del que se habla en el Génesis 3. A ella se refería, para excluirla, también la ley dada en la Alianza del Sinaí: "Yo soy Yavé, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otro Dios que a mí" (Ex 20,2-3). A ella se refieren así mismo las palabras de Jesús en el Cenáculo y todo el Evangelio y el Nuevo Testamento.

11. Esta incredulidad, esta falta de confianza en Dios que se ha revelado como Creador, Padre y Salvador, indican que el hombre, al pecar, no sólo infringe el mandamiento (la ley), sino que realmente "se levanta contra" Dios mismo, "pretendiendo alcanzar su fin al margen de Dios" (Gaudium et spes GS 13). De este modo, en la raíz de todo pecado actual podemos encontrar el reflejo, tal vez lejano pero no menos real, de esas palabras que se hallan en la base del primer pecado: las palabras del tentador, que presentaban la desobediencia a Dios como camino para ser como Dios; y para conocer, como Dios, "el bien y el mal".

Pero, como hemos dicho, también en el pecado actual, cuando se trata de pecado grave (mortal), el hombre se elige a sí mismo contra Dios, elige la creación contra el Creador, rechaza el amor del Padre como el hijo pródigo en la primera fase de su loca aventura. En cierta medida todo pecado del hombre expresa ese "mysterium iniquitatis" (2Th 2,7), que San Agustín ha encerrado en las palabras: "Amor sui usque ad contemptum Dei": El amor de sí hasta el desprecio de Dios (De Civitate Dei, XIV, 28; PL 41, 436).

Saludos

Amados hermanos y hermanas:

Deseo ahora presentar mi más cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos de lengua española.

En particular, saludo al grupo de Hermanas Hospitalarias de Jesús Nazareno que hacen en Roma un curso de renovación espiritual. Que vuestra estancia en la Ciudad Eterna acreciente vuestro amor a la Iglesia y el sentido universal de vuestro apostolado.

Asimismo saludo al grupo de Religiosos Franciscanos procedentes de diversas Diócesis de América Latina, a quienes aliento a ser constructores de paz y fraternidad entre los hombres según el espíritu de su Fundador.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de España y de los diversos países de América Latina imparto con afecto la bendición apostólica.




Audiencias 1986 68