Audiencias 1986 78

Noviembre de 1986

Miércoles 5 de noviembre de 1986

El pecado del hombre y el "pecado del mundo"

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1. En las catequesis de este ciclo sobre el pecado, considerado a la luz de la fe, el objeto directo del análisis es el pecado actual (personal), pero siempre en referencia al primer pecado, que dejó sus secuelas en los descendientes de Adán, y que por eso se llama pecado original. Como consecuencia del pecado original los hombres nacen en un estado de fragilidad moral hereditaria y fácilmente toman el camino de los pecados personales si no corresponden a la gracia que Dios ha ofrecido a la humanidad por medio de la redención obrada en Cristo.

Lo hace notar el Concilio Vaticano II cuando escribe, entre otras cosas: "Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal... Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente" (Gaudium et spes
GS 13). En este contexto de tensiones y de conflictos unidos a la condición de la naturaleza humana caída, se sitúa cualquier reflexión sobre el pecado personal.

2. Este tiene esa característica esencial de ser siempre el acto responsable de una determinada persona, un acto incompatible con la ley moral y por consiguiente opuesto a la voluntad de Dios. Lo que comporta e implica en sí mismo este acto lo podemos descubrir con la ayuda de la Biblia. Ya en el Antiguo Testamento encontramos diversas expresiones para indicar los distintos momentos o aspectos de la realidad del pecado a la luz de la Divina Revelación. Así, a veces es llamado simplemente "el mal" ("ra' "): el que comete pecado hace "lo que es malo a los ojos del Señor" (Dt 31,29). Por eso el pecador, considerado también como "impío" (raša'), es el que "olvida a Dios" (cf. Ps 9,18), el que "no quiere conocer a Dios" (cf. Job Jb 21,14), en el que "no hay temor de Dios" (Sal 35/36, 2), el que "no confía en el Señor"(Ps 31,10), más aún, el que "desprecia a Dios" (Ps 9,34), creyendo que "el Señor no ve" (Sal 93/94, 7) y "no nos pedirá cuentas" (Ps 9,34). Y además el pecador (el impío) es el que no tiene miedo de oprimir a los justos (Sal 11/12, 9), ni de "hacer la injusticia a las viudas y a los huérfanos" (cf. Sal 81/82, 4; 93/94, 6), ni tampoco de "cambiar el bien con el mal" (Sal 108/109, 2-5). Lo contrario del pecador es, en la Sagrada Escrit ura, el hombre justo (sadîq). El pecado, pues, es, en el sentido más amplio de la palabra, la injusticia.

3. Esta injusticia, que tiene muchas formas, encuentra su expresión también en el término "peša´", en el que está presente la idea de agravio hecho al otro, a aquel cuyos derechos han sido violados con la acción que constituye precisamente el pecado. Sin embargo, la misma palabra significa también "rebelión" contra los superiores, tanto más grave si está dirigida contra Dios, tal como leemos en los Profetas: "Yo he criado hijos y los he hecho crecer, pero ellos se han rebelado contra mí" (Is 1,2 cf. también, por ejemplo, Is 48,8-9 Ez 2,3).

Pecado significa también "injusticia" ('awoñ, en griego ?d???a, ???µ?a). Al mismo tiempo, esta palabra, según la Biblia pone de relieve el estado pecaminoso del hombre, en cuanto culpable del pecado. En efecto, etimológicamente significa "desviación del camino justo" o también "torcedura" o "deformación": ¡Estar verdaderamente fuera de la justicia! La conciencia de este estado de injusticia aflora en esa doliente confesión de Caín: "¡Es demasiado grande mi culpa para obtener perdón! (Gn 4,13); y en esa otra del Salmista: "Mis iniquidades pesan sobre mi cabeza, pesan sobre mí como pesada carga" (Sal 37/38, 5). La culpainjusticiacomporta ruptura con Dios, expresada con el término "hata", que etimológicamente significa "falta contra uno". De ahí, la otra actitud de conciencia del Salmista: "¡Contra Ti sólo pequé!" (Sal 50/51, 6).

4. También según la Sagrada Escritura, el pecado, por esa esencial naturaleza suya de "injusticia", es ofensa a Dios, ingratitud por sus beneficios, además de desprecio a su santísima Persona. "¿Por qué pues has despreciado la Palabra del Señor haciendo lo que es malo a sus ojos?", pregunta el Profeta Natán a David después de su pecado (2S 12,9). El pecado es también una mancha y una impureza. Por eso Ezequiel habla de "contaminación" con el pecado (cf. Ez 14,11), especialmente con el pecado de idolatría que muchas veces es parangonado por los Profetas al "adulterio" (cf. Os Os 2,4 Os Os 2,6-7). Por eso también el Salmista pide: "Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve" (Sal 50/51, 9).

En este mismo contexto se pueden entender mejor las palabras de Jesús en el Evangelio: "Lo que sale de dentro, eso sí mancha al hombre... Del corazón del hombre salen los malos propósitos; las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas estas maldades... hacen al hombre impuro" (Mc 7,20-23 Mc 7, Mt 15,18-20). Hemos de observar que en el léxico del Nuevo Testamento no se le dan al pecado tantos nombres que se correspondan con los del Antiguo: sobre todo se le llama con la palabra griega "???µ?a" (= iniquidad, injusticia, oposición al reino de Dios: cf., por ejemplo, Mc 7,23 Mt 13,41 Mt 24,12 1Jn 3,4). Además con la palabra "?µa?t?a" = error, falta; o también con "?fe???µa" = deuda por ejemplo, "perdónanos nuestras deudas..."; = pecados), (Mt 6,12 Lc 11,4).

5. Acabamos de escuchar las palabras de Jesús que describen el pecado como algo que proviene "del corazón" del hombre, de su interior. Ellas ponen de relieve el carácter esencial del pecado. Al nacer del interior del hombre, en su voluntad, el pecado, por su misma esencia, es siempre un acto de la persona (actus personae). Un acto consciente y libre, en el que se expresa la libre voluntad del hombre. Solamente basándose en este principio de libertad, y por consiguiente en el hecho de la deliberación, se puede establecer su valor moral. Sólo por esta razón podemos juzgarlo como mal en el sentido moral, así como juzgamos y aprobamos como bien un acto conforme a la norma objetiva de la moral, y en definitiva a la voluntad de Dios. Solamente lo que nace de la libre voluntad implica responsabilidad personal: y sólo en este sentido, un acto consciente y libre del hombre que se oponga a la norma moral (a la voluntad de Dios), a la ley, al mandamiento y en definitiva a la conciencia, constituye una culpa.

6. En este sentido individual y personal la Sagrada Escritura habla del pecado, ya que éste por principio hace referencia a un determinado sujeto, al hombre que es su artífice. Aunque en algunos pasajes aparece la expresión "el pecado del mundo", el anterior sentido no queda descalificado, al menos en lo que se refiere a la causalidad y responsabilidad del pecado: lo puede ser solamente un ser racional y libre que se encuentre en este mundo, es decir, el hombre (o en otra esfera de seres, también el espíritu puro creado, es decir, el "ángel", como hemos visto en catequesis anteriores).

La expresión "el pecado del mundo" se encuentra en el Evangelio según San Juan: "Este es el Cordero de Dios, este es el que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29); (en la fórmula litúrgica dice: "los pecados del mundo"). En la primera Carta del Apóstol encontramos otro pasaje que dice así: "No améis al mundo ni lo que hay en el mundo... Porque lo que hay en el mundo —las pasiones del hombre terreno, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo" (1Jn 2,15-16). Y con estas palabras aún más drásticas: "Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del maligno" (1Jn 5,19).

80 7. ¿Cómo entender estas expresiones sobre el "pecado del mundo"? Los pasajes recordados indican claramente que no se trata del "mundo" como creación de Dios, sino como una dimensión específica, casi un espacio espiritual cerrado a Dios en el que, sobre la base de la libertad creada, ha nacido el mal. Este mal transferido al "corazón" de los primeros padres bajo el influjo de la "antigua serpiente" (cf. Gen Gn 3 y Ap 12,9), es decir, satanás, "padre de la mentira", ha dado malos frutos desde el principio de la historia del hombre. El pecado original ha dejado detrás de sí esa "inclinación al pecado" ("fomes peccati"), es decir, la triple concupiscencia que induce al hombre al pecado. A su vez los muchos pecados personales cometidos por los hombres forman casi un "ambiente de pecado", que por su parte crea las condiciones para nuevos pecados personales, y de algún modo induce y arrastra a ello a cada uno de los hombres. Por eso, el "pecado del mundo" no se identifica con el pecado original, pero constituye casi una síntesis o una suma de sus consecuencias en la historia de cada una de las generaciones y por consiguiente de toda la humanidad. De ello resulta que llevan sobre sí una cierta impronta de pecado también las distintas iniciativas, tendencias, realizaciones e instituciones, incluso en aquellos "conjuntos" que constituyen las culturas y las civilizaciones, y que condicionan la vida y el comportamiento de cada uno de los hombres. En este sentido se puede quizá hablar de pecado de las estructuras, por una especie de "infección" que desde los corazones de los hombres se propaga a los ambientes en los que viven y a las estructuras por las que está regida y condicionada su existencia.

8. El pecado pues, aun conservando su esencial carácter de acto personal, posee al mismo tiempo una dimensión social, de lo cual hablé en le Exhortación Apostólica postsinodal sobre la reconciliación y la penitencia, publicada en 1984. Tal como escribía en ese documento, "hablar de pecado social quiere decir, ante todo, reconocer que, en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás. Es esta la otra cara de aquella solidaridad que, a nivel religioso, se desarrolla en el misterio profundo y magnífico de la Comunión de los Santos, merced a la cual se ha podido decir que "toda alma que se eleva, eleva al mundo". A esta ley de la elevación corresponde, por desgracia, la ley de descenso, de suerte que se puede hablar de una comunión del pecado, por el que un alma que se abaja por el pecado abaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero" (Reconciliatio et Paenitentia RP 16, L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 16 de diciembre de 1984, pág. 9).

Después la Exhortación habla de pecados que de modo particular merecen ser calificados como "pecados sociales"; tema del que nos ocuparemos aún en el ámbito de otro ciclo de catequesis.

9. De lo dicho se deduce con bastante claridad que "el pecado social" no es lo mismo que el bíblico "pecado del mundo". Y sin embargo hay que reconocer que para comprender el "pecado del mundo" hay que tomar en consideración no sólo la dimensión la dimensión personal del pecado, sino también la social.La Exhortación Reconciliatio et Paenitentia continúa: "No existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño, en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana. Según esta primera acepción, se puede atribuir indiscutiblemente a cada pecado el carácter de pecado social" (Recontiliatio et Paenitentia, 16). Al llegar a este punto podemos concluir observando que la dimensión social del pecado explica mejor por qué el mundo se convierte en ese específico "ambiente" espiritual negativo, al que alude la Sagrada Escritura cuando habla del "pecado del mundo".

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española aquí presentes.

De modo particular, saludo a las Religiosas Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza, al grupo de sacerdotes y laicos colaboradores de la Curia diocesana de Valencia, y al grupo de representantes del Dispensario Antituberculoso de Zaragoza, que celebra el 50 aniversario de su fundación. Que vuestra visita a la tumba de San Pedro acreciente vuestra vida de fe y os anime cada día más a ser testigos del amor de Cristo a los hombres.

A todos vosotros, así como a los demás peregrinos de España y de América Latina imparto con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 12 de noviembre de 1986

El pecado como alienación del hombre

81 1. Las consideraciones sobre el pecado desarrolladas en este ciclo de nuestras catequesis, nos obligan a volver siempre a ese primer pecado del que se habla en Gén 3. San Pablo se refiere a él como a la "desobediencia" del primer Adán (cf. Rom Rm 5,19), en conexión directa con esa transgresión del mandamiento del Creador concerniente al "árbol de la ciencia del bien y del mal". Aunque una lectura superficial del texto puede dar la impresión de que la prohibición se refería a una cosa irrelevante ("no debéis comer del fruto del árbol"), quien hace un análisis de él más profundo se convence con facilidad de que el contenido aparentemente irrelevante de la prohibición simboliza una cuestión totalmente fundamental. Y esto aparece en las palabras del tentador quien, para persuadir al hombre a que actúe contra la prohibición del Creador, lo anima con esta instigación: "Cuando comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal" (Gn 3,5).

2. A la luz de este hay que entender, según parece, que ese árbol de la ciencia y la prohibición de comer sus frutos tenían el fin de recordar al hombre que no es "como Dios": ¡es sólo una criatura! Sí, una criatura particularmente perfecta porque está hecha a "imagen y semejanza de Dios", y con todo, siempre y sólo una criatura. Esta era la verdad fundamental del ser humano. El mandamiento que el hombre recibió al principio incluía esta verdad expresada en forma de advertencia: Recuerda que eres una criatura llamada a la amistad con Dios y sólo Él es tu Creador: "¡No quieras ser lo que no eres! No quieras ser "como Dios". Obra según lo que eres, tanto más cuanto que ésta es ya una medida muy alta: la medida de la "imagen y semejanza de Dios". Esta te distingue entre las criaturas del mundo visible, te coloca sobre ellas. Pero al mismo tiempo la medida de la imagen y semejanza de Dios te obliga a obrar en conformidad con lo que eres. Sé pues fiel a la Alianza que Dios-Creador ha hecho contigo, criatura, desde el principio.

3. Precisamente esta verdad, y por consiguiente el principio primordial de comportamiento del hombre, no sólo ha sido puesto en duda por las palabras del tentador referidas en Gén 3, sino que además ha sido radicalmente "contestado". Al pronunciar esas palabras tentadoras, la "antigua serpiente", tal como le llama el Apocalipsis (Ap 12,9), formula por primera vez un criterio de interpretación al que recurrirá luego el hombre pecador muchas veces intentando afirmarse a sí mismo e incluso crearse una ética sin Dios: es decir, el criterio según el cual Dios es "alienante" para el hombre, de modo que si éste quiere ser él mismo, ha de acabar con Dios (cf., por ejemplo, Feuerbach, Marx, Nietzsche).

4. La palabra "alienación" presenta diversos matices de significado. En todos los casos indica la "usurpación" de algo que es propiedad de otro. ¡El tentador de Gén 3 dice por primera vez que el Creador ha "usurpado" lo que pertenece al hombre-criatura!. Atributo del hombre sería pues el "ser como Dios" lo cual tendría que significar la exclusión de toda dependencia de Dios. De este presupuesto metafísico deriva lógicamente el rechazo de toda religión como incompatible con lo que el hombre es. De hecho, las filosofías ateas (o anti-teístas) sostienen que la religión es una forma fundamental de alienación mediante la cual el hombre se priva o se deja expropiar de lo que le pertenece exclusivamente a su ser humano. Incluso al crearse una idea de Dios, el hombre se aliena a sí mismo, porque renuncia, en favor de ese Ser perfecto y feliz imaginado por él, a lo que es originaria y principalmente propiedad suya. La religión a su vez acentúa, conserva y alimenta este estado de auto-desposesión en favor de un Dios de creación "idealista" y por eso es uno de los principales coeficientes de la "expropiación" del hombre, de su dignidad, de sus derechos.

5. Sobre esta falsa teoría, tan contraria a los datos de la historia y a los datos de la psicología religiosa, quisiera hacer notar aquí que presenta varias analogías con la narración bíblica de la tentación y de la caída. Es significativo que el tentador ("la antigua serpiente") de Gén 3, no ponga en duda la existencia de Dios, y ni siquiera niegue directamente la realidad de la creación; es verdad que en ese momento histórico eran para el hombre hasta demasiado obvias. Pero, a pesar de ello, el tentador -en la propia experiencia de criatura rebelde por decisión libre- intenta meter en la conciencia del hombre ya "al principio", casi en "germen", lo que constituye el núcleo de la ideología de la "alienación". Y con ello opera una radical inversión de la verdad sobre la creación en su esencia más profunda. En lugar del Dios que dona generosamente al mundo la existencia, del Dios-Creador, en las palabras del tentador, en Gén 3, se presenta a un Dios "usurpador" y "enemigo" de la creación, y especialmente del hombre. En realidad el hombre es precisamente el destinatario de una particular dádiva divina, al haber sido creado "a imagen y semejanza de Dios". De este modo la verdad es excluida por la no-verdad; es cambiada en mentira, porque queda manipulada por el "padre de la mentira", tal como el Evangelio llama al que ha obrado esta falsificación al "principio" de la historia humana: "El es homicida desde el principio... porque la verdad no estaba en él. Cuando habla la mentira, habla de los suyo propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,44).

6. Al buscar la fuente de esta "mentira", que se encuentra al principio de la historia como raíz del pecado en el mundo de los seres creados y dotados de la libertad a imagen del Creador, vienen nuevamente a la memoria las palabras del gran Agustín: "Amor sui usque ad contemptum Dei" (De Civitate Dei, XIV, 28: PL 41, 438). La mentira primordial tiene su fuente en el odio, que lleva al desprecio de Dios: contemptus Dei. Esta es la medida de negatividad moral que se ha reflejado en el primer pecado del hombre. Esto hace comprender mejor lo que San Pablo enseña cuando califica el pecado de Adán como "desobediencia" (cf. Rom Rm 5,19). El Apóstol no habla de odio directo a Dios, sino de "desobediencia", de oposición a la voluntad del Creador. Este será el carácter principal del primer pecado de la historia del hombre. Bajo el peso de esta herencia la voluntad del hombre debilitada e inclinada hacia el mal, estará permanentemente expuesta a la influencia del "padre de la mentira". Esto se constata en las distintas épocas de la historia. Lo atestiguan en nuestros tiempos los varios modos de negación de Dios, desde el agnosticismo al ateísmo e incluso antiteísmo. De diversos modos se inscribe en ellas la idea del carácter "alienante" de la religión y de la moral que encuentra en la religión la propia raíz, precisamente tal como había sugerido al principio el "padre de la mentira".

7. Pero si se quiere mirar la realidad sin prejuicios y llamar a las cosas por su nombre, hemos de decir francamente que a la luz de la Revelación y la fe, hay que dar la vuelta a la teoría de la alienación. ¡Lo que lleva a la alienación del hombre es precisamente el pecado, es únicamente el pecado! Es precisamente el pecado el que desde el "principio" hace que el hombre esté en cierto modo "desheredado" de su propia humanidad. El pecado "quita" al hombre, de diversos modos, lo que decide su verdadera dignidad: la de imagen y semejanza de Dios. ¡Cada pecado en cierto modo "reduce" esta dignidad! Cuanto más "esclavo del pecado se hace el hombre" (Jn 8,34), tanto menos goza de la libertad de los hijos de Dios. Deja de ser dueño de sí, tal como exigiría la estructura misma de su ser persona, es decir, de criatura racional, libre, responsable.

La Sagrada Escritura subraya con eficacia este concepto de alienación, mostrando una triple dimensión: la alienación del pecador de sí mismo (cf. Sal 57/58, 4: "alienati sunt peccatores ab utero"), de Dios (cf. Ez 14,7, "[qui] alienatus fuerit a me"; Ep 4,18, "alienati a vita Dei"), de la comunidad (cf. Ep 2,12, "alienati a conversatione Israel").

8. El pecado es por lo tanto no sólo "contra" Dios, sino también contra el hombre.Tal como enseña el Concilio Vaticano II: "El pecado merma al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud" (Gaudium et spes GS 13). Es ésta una verdad que no necesita probarse con elaboradas argumentaciones. Basta simplemente constatarla. Por lo demás, ¿no ofrecen quizá elocuente confirmación de ello tantas obras de la literatura, del cine, del teatro? En ellas el hombre aparece debilitado, confundido, privado de un centro interior, enfurecido contra sí y contra los otros, dominado por no-valores, esperando a alguien que nunca llega, casi con la experiencia del hecho de que, una vez perdido el contacto con el Absoluto, acaba perdiéndose a sí mismo.

Por eso es suficiente referirse a la experiencia, tanto a la interior como a la histórico-social en sus distintas formas, para convencerse de que el pecado es una enorme "fuerza destructora": destruye con virulencia engañosa e inexorable el bien de la convivencia entre los hombres y las sociedades humanas. Precisamente por eso se puede hablar justamente del "pecado social" (cf. Reconciliatio et paenitentia RP 16). Pero dado que en la base de la dimensión social del pecado se encuentra siempre el pecado personal, hace falta sobre todo poner de relieve, lo que el pecado destruye en cada hombre, su sujeto y artífice, considerado en su concreción de persona.

9. A este propósito merece citarse una observación de Santo Tomás de Aquino, según el cual, del mismo modo que en cada acto moralmente bueno el hombre como tal se hace mejor, así también en cada acto moralmente malo el hombre como tal se hace peor (cf. I-II 55,3 I-II 63,2). El pecado, pues, destruye en el hombre ese bien que es esencialmente humano, en cierto sentido "quita" al hombre ese bien que le es propio, "usurpa" al hombre a sí mismo. En este sentido, "quien comete pecado es esclavo del pecado", como afirma Jesús en el Evangelio de Juan (Jn 8,34). Esto es precisamente lo que está contenido en el concepto de "alienación". El pecado, pues, es la verdadera "alienación" del ser humano racional y libre. Al ser racional compete tender a la verdad y existir en la verdad. En lugar de la verdad sobre el bien, el pecado introduce la no verdad: el verdadero bien es eliminado por el pecado en favor de un bien "aparente", que no es un bien verdadero, habiendo sido eliminado el verdadero bien en favor del "falso".

82 La alienación que acontece con el pecado toca la esfera cognoscitiva, pero a través de la conciencia afecta a la voluntad. Y lo que entonces sucede en el terreno de la voluntad, lo ha expresado quizá del modo más exacto San Pablo al escribir: "El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro. Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. ¡Desgraciado de mí! (Rm 7,19-20 Rm 7,21 Rm 7,24).

10. Como vemos, la real "alienación" del hombre -la alienación de un ser hecho a imagen de Dios, racional y libre- no es más que "la esclavitud del pecado" (Rm 3,9). Y este aspecto del pecado lo pone de relieve con toda fuerza la Sagrada Escritura. El pecado es no sólo "contra" Dios, es al mismo tiempo "contra" el hombre.

Ahora bien, si es verdad que el pecado implica según su misma lógica y según la Revelación, castigos adecuados, el primero de estos castigos es el pecado mismo. ¡Mediante el pecado el hombre se castiga a sí mismo! En el pecado está ya inmanente el castigo, alguno se atreve a decir: ¡Está ya el infierno, como privación de Dios!

"¿Pero me ofenden a mí -pregunta Dios por medio del Profeta Jeremías-, no es más bien a ellos para su vergüenza?" (Jr 7,19). "Sírvante de castigo tus perversidades, y de escarmiento tus apostasías" (Jr 2,19). Y el Profeta Isaías lamenta: "Nos marchitamos como hojas todos nosotros, y nuestras iniquidades como viento nos arrastran... Has ocultado tu rostro de nosotros y nos has entregado a nuestras iniquidades" (Is 64,5-6).

11. Precisamente este "entregarse (o auto-entregarse) del hombre a sus iniquidades" explica del modo más elocuente el significado del pecado como alienación del hombre. Sin embargo, el mal no es completo o al menos es remediable, mientras el hombre es consciente de ello, mientras conserva el sentido del pecado. Pero cuando falta también esto, es prácticamente inevitable la caída total de los valores morales y se hace terriblemente amenazador el riesgo de la perdición definitiva. Por eso, hemos de recordar siempre y meditar con gran atención estas graves palabras de Pío XII (una expresión que se ha hecho casi proverbial): "El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado" (cf. Discorsi e Radiomessaggi, VIII, 1946, 288).

Saludos

Amados hermanos y hermanas:

Deseo ahora presentar mi más cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española presentes en esta audiencia. Vaya mi saludo fraterno, en primer lugar, al Señor Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo de México, al que acompaña una nutrida peregrinación de su Arquidiócesis a su regreso de Tierra Santa. También de México están presentes un grupo de colaboradores de Cáritas diocesana de San Juan de Lagos y fieles de la Diócesis de Querétaro.

Me es grato igualmente dar la bienvenida a este encuentro a los Obispos del Sur de España y de las Islas Canarias que se encuentran en Roma con motivo de su visita “ad limina”. Están también presentes numerosos peregrinos de la Archidiócesis de Sevilla y de la Diócesis de Jerez de la Frontera, a quienes saludo con todo afecto.

Asimismo saludo a las Religiosas Franciscanas de la Madre del Divino Pastor que se encuentran en Roma haciendo un curso de renovación espiritual, y a las Religiosas Carmelitas Misioneras. Os aliento en vuestra generosa entrega al servicio de Dios y de la Iglesia.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de España y de los diversos países de América Latina imparto mi bendición apostólica.



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Diciembre de 1986

Miércoles 3 de diciembre de 1986



1. Hoy deseo —ante vosotros, aquí presentes para la audiencia general dar gracias a Jesucristo, Pastor de nuestras almas, por el servicio que he podido realizar desde el 18 de noviembre al 1 de diciembre. La ruta que este servicio ha recorrido en su desarrollo ha pasado a través de Bangladesh (Dacca), Singapur, el archipiélago Fiji en el Pacífico, Nueva Zelanda, Australia, deteniéndose, durante el regreso a Roma, también en las Islas Seychelles del Océano Indico.

Respondiendo a la invitación de los respectivos Episcopados, y también de las autoridades civiles, he podido cumplir ese servicio, y, al mismo tiempo, profundizar la experiencia de la Iglesia en esa vasta región del globo terrestre. A todos los que han contribuido a este viaje y han colaborado en su realización, expreso una sentida gratitud.

2. El punto central de todo encuentro ha sido siempre la Eucaristía, y en torno a ella se han desarrollado los programas locales del servicio papal, preparados con solicitud por el clero y por los laicos bajo la guía de los obispos.

Permitidme que exprese la alegría que he experimentado durante la Santa Misa en Dacca al ordenar a 18 nuevos sacerdotes para la Iglesia en Bangladesh, donde los cristianos constituyen una pequeña parte de la sociedad, viviendo en medio de una población principalmente musulmana y en parte hindú. Esta nación es desde hace poco un estado independiente. En un territorio relativamente pequeño se concentran alrededor de cien millones de personas que viven en difíciles condiciones climatológicas y económicas.

3. Diversa es la situación en Singapur, que es también desde hace poco una Ciudad-Estado independiente, con un elevado nivel de desarrollo económico. También aquí la liturgia eucarística fue el punto culminante del encuentro con la Iglesia local. Los cristianos, si bien constituyen una minoría relativamente poco numerosa, intentan dar testimonio del misterio pascual de Cristo en medio de una sociedad cosmopolita, en la que se hace notar —junto con las ventajas del bienestar— el influjo negativo de la secularización.

4. La estancia en las Islas Fiji nos transportó —en medio del Pacífico— al mundo de la cultura polinesia, de la que sigue siendo una expresión típica, por ejemplo, el rito tradicional de bienvenida reservado a los huéspedes importantes. Algunos elementos de este ritual tradicional se han integrado en la liturgia, como se hizo notar durante la Santa Misa. Los resultados conseguidos por la evangelización son notables, y en la cristianización del ambiente la Iglesia católica tiene su parte. Es importante la colaboración que se registra en el ámbito de la Conferencia de los Obispos del Pacífico, que preside actualmente el arzobispo de Suva, un polinesio de nacimiento. Digno de mención es también el seminario interdiocesano.

5. La visita a Nueva Zelanda se ha centrado en torno a la solemnidad de Cristo Rey. El Episcopado local ha querido unirla a la oración por la paz, según el lema "La paz del corazón es el corazón de la paz". La plegaria por la paz ha acompañado las asambleas eucarísticas en Auckland, en Wéllington y en Christchurch. Es digna de particular recuerdo la bella liturgia que se desarrolló allí para los enfermos con la administración del sacramento de la unción.

El programa de la paz en el interior de la sociedad neozelandesa se manifiesta de forma particular por la promoción de una equilibrada relación entre los maorís, primeros habitantes de Nueva Zelanda, y los que llegaron más tarde desde distintas partes del mundo, especialmente el anglosajón. Una condición de esta paz es la solicitud por el justo lugar de los maorís en el conjunto de la vida social y cultural del país.

En el campo religioso ese programa se expresa con la colaboración interconfesional, de la que ha sido una conmovedora expresión durante la visita la celebración ecuménica en Christchurch.

84 6. El programa australiano merece una relevancia especial, antes que nada a causa del tiempo y del lugar en que se han realizado los principales encuentros, que han tenido siempre su punto central en la Eucaristía. La geografía del servicio papal en Australia ha abrazado, comenzando por la capital Canberra, a Brisbane, Sidney, Hobart en Tasmania, Melbourne, Darwin y Alice Springs (territorio del Norte), Adelaida y Perth. Las dos últimas visitas han coincidido con el primer domingo de Adviento.

De este modo se ha puesto también en evidencia el perfil histórico, que para la sociedad y para la Iglesia australiana tiene un significado importante. Australia, que hace poco ha celebrado el doscientos aniversario de su existencia en la dimensión histórica, se encuentra en el mismo lugar con la propia "prehistoria" que se remonta a lejanos milenios. Los testimonios vivos y constantemente presentes de esta "prehistoria" son en el continente australiano los "aboriginals" (los australianos primitivos), a los que en el encuentro de Alice Springs, he podido asegurar la solicitud y la solidaridad de la Iglesia. El problema de una ordenada reglamentación de las relaciones con ellos, problema que ha tenido sus sombras en el pasado, continúa esperando una adecuada solución. Esta es también tarea de la Iglesia, que es enviada con el Evangelio al encuentro de todos los hombres y de todas las culturas. La Iglesia en Australia ha intentado cumplir esta misión y continúa haciéndolo.

7. Los comienzos de la Iglesia en estos doscientos años no han sido fáciles. No obstante, se puede decir que este período ha tenido como efecto no sólo el arraigo del sentido misionero, sino también una gradual afirmación de la población católica gracias a los emigrados, que han llevado consigo la fe católica y la pertenencia a la Iglesia. Comenzando por los católicos irlandeses, grupos nacionales siempre nuevos de católicos llegaban al continente australiano en busca de la posibilidad de trabajar y de vivir. Estos grupos son numerosos y sería difícil nombrarlos aquí a todos. El período posterior a la segunda guerra mundial acrecentó de forma evidente la presencia de los inmigrados católicos, en primer lugar de Europa (los italianos constituyen quizá el grupo más numeroso), y a continuación también de Asia Meridional (por ejemplo, del Vietnam).

La Iglesia en Australia es consciente de su carácter plurinacional y pluricultural. Esa conciencia es particularmente viva en los grupos que al llegar a Australia han perdido sin culpa suya su primera patria.

8. El programa del servicio pastoral entre los fieles de la Iglesia en Australia ha sido preparado con gran perspicacia. Así ha sido posible no sólo participar en la misión que esta Iglesia está cumpliendo, sino aportar también una contribución a las tareas que propone.

La base de la actividad de la Iglesia en Australia es la parroquia, que por así decirlo está aliada de modo particular con la familia en el desempeño de las tareas educativas. A esto se orienta todo el sistema de las escuelas católicas (en particular las elementales) que desarrollan su actividad en el contexto de las parroquias. La escuela resulta así un campo particularmente importante del apostolado del clero y de los laicos, tanto de los padres como de las familias, de los enseñantes, de los educadores y personal auxiliar. El Estado respeta ese sistema y lo favorece incluso materialmente.

Otra dimensión fundamental de la actividad de la Iglesia en Australia es el servicio de caridad a los necesitados, antes que nada a los enfermos y a los inválidos. Este servicio encuentra su expresión en las organizaciones y en las asociaciones, pero también en instituciones, como en particular los hospitales y diversas casas de asistencia.

9. En el programa de la visita a la Iglesia del continente australiano tenían su lugar los encuentros con los distintos ambientes humanos. Ante todo, según el criterio de la edad: de este modo he estado en el ambiente de los niños, después en el de la juventud, en el de los adultos —esposos y padres— y finalmente en el de los representantes de la "tercera edad". Además, ha habido encuentros según el criterio de las distintas profesiones (o mejor, de las vocaciones): así he visto a los trabajadores de la industria, los agricultores, los grupos de la "intellighenzia". Mediante el contacto con esos ambientes la Iglesia en Australia intenta estar presente en el mundo contemporáneo, incluido también el mundo de la cultura y de la ciencia (desde este punto de vista fue significativa la visita a la universidad más antigua de Australia, en Sidney).

Todo este programa refleja al mismo tiempo la actividad de estas personas y de los grupos que para la evangelización de la Iglesia tienen un significado clave: los sacerdotes diocesanos, las distintas congregaciones religiosas masculinas y femeninas.Australia y la Iglesia en Australia les deben mucho. Un problema siempre actual es la cuestión de las vocaciones, particularmente entre los nuevos grupos étnicos.

La Iglesia en Australia también participa en el trabajo misionero de la Iglesia universal.

10. El servicio papal en el continente australiano —como por otra parte durante las demás etapas de este viaje, en muchos lugares y de diversos modos— se ha encontrado con una colaboración consciente y consecuente en el campo ecuménico. Puede ser simbólico lo que ha sucedido en Melbourne, donde antes de una gran asamblea ecuménica, ha tenido lugar la visita a la catedral anglicana, y la antorcha allí encendida ha sido llevada al estadio, lugar de la plegaria común de todos los cristianos.

85 Vale la pena añadir que, en el ámbito de la Iglesia católica, están representados también en Australia los diversos ritos que corresponden a las varias Iglesias orientales.

Al terminar, deseo decir también que los representantes de la vida política y del Cuerpo Diplomático han participado en la visita en todas partes. Particularmente elocuente ha sido, en este sentido, el encuentro con los miembros del Parlamento australiano. Deseo agradecer especialmente la sistemática cooperación de las distintas Estancias federales y de todos los Estados, como también de las autoridades municipales, en la preparación y desarrollo de la visita.

11. La Santa Misa en Puerto Victoria —durante una escala de algunas horas en las Islas Seychelles— ha constituido la última etapa del servicio papal a lo largo de este viaje. Esta ha ofrecido la ocasión de un cordial encuentro con la población de ese lugar, que mayoritariamente pertenece a la Iglesia católica, y con las autoridades. La celebración eucarística ha sido seguida con intensa participación, expresada también con fervorosos y devotos cantos.

12. Al mirar el conjunto de este viaje papal —el más largo hecho hasta ahora— deseo, junto con mis hermanos en el Episcopado de Bangladesh, Singapur, Islas Fiji, Nueva Zelanda, Australia e Islas Seychelles, renovar colegialmente la expresión del deseo que hemos heredado de los Apóstoles: que Cristo sea cada vez más el camino, la verdad y la vida para todos aquellos a quienes está dirigida nuestra misión pastoral. ¡Deseamos también ser servidores del Adviento del Señor!

Saludos

Vaya mi más cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

En particular saludo al grupo de sacerdotes capuchinos que se encuentran en Roma haciendo un curso de renovación espiritual, así como a las Hermanas secretarias provinciales de la Congregación de las Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús. Os aliento a una entrega generosa a Dios testimoniada en el servicio a los hermanos.

Saludo igualmente a los jóvenes católicos guatemaltecos y a los peregrinos procedentes de México y de Argentina.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.




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