Audiencias 1986 85

Miércoles 10 de diciembre de 1986

"Estableceré hostilidades... ": el hombre implicado en la lucha contra las fuerzas de las tinieblas

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1. En la introducción a la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, leemos: "Tiene, pues, ante sí (la Iglesia) al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación" (Gaudium et spes
GS 2).

2. Es el mundo que tenemos delante en estas catequesis nuestras. Estas se refieren, como es sabido, a la realidad del mal, se decir, del pecado, bien al principio o durante toda la historia de la familia humana. Al intentar reconstruir una imagen sintética del pecado, nos servimos también de todo lo que dice de él la variada experiencia del hombre a lo largo de los siglos. Pero no olvidamos que el pecado es en sí mismo un misterio de iniquidad, cuyo comienzo en la historia, y también su desarrollo sucesivo, no se pueden comprender totalmente sin referencia al misterio de Dios-Creador, y en particular del Creador de los seres que están hechos a imagen y semejanza suya. Las palabras del Vaticano II que acabamos de citar, dicen que el misterio del mal y del pecado, el "mysterium iniquitatis", no puede comprenderse sin referencia al misterio de la redención, al "mysterium paschale" de Jesucristo, como hemos observado desde la primera catequesis de este ciclo. Precisamente esta "lógica de fe" se expresa ya en los símbolos más antiguos.

3. En un marco así sobre la verdad del pecado, constantemente profesada y anunciada por la Iglesia, somos introducidos ya desde el primer anuncio de redención que encontramos en el Génesis. Efectivamente, después de haber infringido el primer mandamiento, sobre el que Dios-Creador fundó la más Antigua Alianza con el hombre, el Génesis nos pone al corriente del siguiente diálogo: "El Señor Dios lo llamó: ¿Dónde estás? El contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo porque estaba desnudo, y me escondí. El Señor le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer? Adán respondió: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí. El Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Ella respondió: La serpiente me engañó y comí" (Gn 3,9-3).

"El Señor dijo a la serpiente: Por haber hecho eso serás maldita... Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3,14-15).

4. Este pasaje del Génesis 3 se inserta armónicamente en el contexto "Yahvista" al que pertenece, tanto respecto al estilo como al modo de presentar la verdad que conocemos ya desde el examen de las palabras del tentador y de la descripción del primer pecado. A pesar de las apariencias que el estilo del relato bíblico puede suscitar, las verdades esenciales están en él suficientemente legibles.Se dejan captar y comprender en sí mismas, y aún más en el contexto de todo lo que sobre este tema dice la Biblia entera, desde el principio hasta el fin, mediante el sentido más pleno de la Sagrada Escritura (sensus plenior).

Así pues, el pasaje del Gén 3, 9-15 (y también la continuación de este capítulo) contiene la respuesta de Dios al pecado del hombre. Es una respuesta directa al primer pecado, y al mismo tiempo una respuesta en perspectiva, porque se refiere a toda la historia futura del hombre en la tierra, hasta su término. Entre el Génesis y el Apocalipsis hay una verdadera continuidad y al mismo tiempo una profunda coherencia en la verdad revelada por Dios. A esta coherencia armónica de la Revelación corresponde la "lógica de la fe" por parte del hombre que cree conscientemente. La verdad del pecado entra en el desarrollo de esta lógica.

5. Según el Gén 3, 9-15, el primer pecado del hombre es descrito sobre todo como "desobediencia", es decir, oposición al mandamiento que expresa la voluntad del Creador. Lo hemos visto. El hombre (varón y mujer) es responsable de este acto, porque Adán es completamente consciente y libre de hacer lo que hace. La misma responsabilidad se encuentra en cada pecado personal en la historia del hombre, que actúa por un fin. Es significativo a este respecto lo que hace saber el Génesis, es decir, que el Señor Dios pregunta a los dos -primero al hombre, después a la mujer- el motivo de su comportamiento: "¿Qué es lo que has hecho?"

De ello se deduce que la importancia esencial del acto está en referencia a este motivo, es decir, a la finalidad del comportamiento. En la pregunta de Dios, el "qué" significa por qué motivo, pero significa también con qué fin. Y aquí la mujer (con el hombre) se excusa aludiendo a la instigación del tentador: "La serpiente me engañó". De esta respuesta hay que deducir que el motivo sugerido por la serpiente: "Seréis... como Dios", contribuyó de modo determinante a la transgresión de la prohibición del Creador y dio una dimensión esencial al primer pecado. Ese motivo no lo tiene en cuenta directamente Dios en su sentencia de castigo: pero sin duda está presente y domina todo el escenario bíblico e histórico como una llamada a la gravedad y a la insensatez de la pretensión de oponerse o de reemplazar a Dios, como una indicación de la dimensión más esencial y profunda del pecado original y de todo pecado que tiene en él su primera raíz.

6. Por eso es significativo y justo que a continuación de la respuesta al primer pecado del hombre, Dios se dirija directamente al tentador, a la "antigua serpiente", de quien el autor del Apocalipsis dirá que "tienta a todo el mundo" (cf. Ap 12,9, "extravía la tierra entera"). En efecto, según el Génesis, Dios, el Señor, dijo a la serpiente: "Por haber hecho eso, serás maldita". Las palabras de la maldición dirigidas a la serpiente, se refieren al que Cristo llamará "el padre de la mentira" (cf. Jn 8,44). Pero al mismo tiempo, en esa respuesta de Dios al primer pecado, está el anuncio de la lucha que durante toda la historia del hombre se entablará entre el mismo "padre de la mentira" y la Mujer y su Estirpe.

7. El Concilio Vaticano II se pronuncia sobre este tema de forma muy clara: "A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo" (Gaudium et spes GS 37). En otro pasaje el Concilio se expresa de una forma aún más explícita, hablando de la lucha "entre el bien y el mal" que se libra en cada hombre: "El hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal; hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas". Pero a esta fuerte expresión el Concilio contrapone la verdad de la redención con una afirmación de fe no menos fuerte y decidida: "Pero el Señor vino en persona a liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al 'príncipe de este mundo' (Jn 12,31), que le retenía en la esclavitud del pecado" (Gaudium et spes GS 13).

87 8. Estas observaciones del Magisterio de la Iglesia de hoy repiten de forma precisa y homogénea la verdad sobre el pecado y sobre la redención, expresada inicialmente en el Gén 3, 15, y a continuación en toda la Sagrada Escritura. Escuchemos todavía la Gaudium et spes: "Creado por Dios... el hombre... en el propio exordio de la historia abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes GS 13). Evidentemente se trata de un pecado en el sentido estricto de la palabra: tanto en el caso del primer pecado, como en el de cualquier otro pecado del hombre. Pero el Concilio no deja de recordar que ese primer pecado lo cometió el hombre "por instigación del demonio" (Gaudium et spes GS 13). Como leemos en el libro de la Sabiduría: "...por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen" (Sg 2,24), parece que en este caso "la muerte" signifique sea bien el mismo pecado (= la muerte del alma como la pérdida de la vida divina conferida por la gracia santificante), bien sea la muerte corporal despojada de la esperanza de la resurrección gloriosa. Al hombre que ha infringido la ley respecto "al árbol de la ciencia del bien y del mal", el Señor lo ha alejado del "árbol de la vida" (Gn 3,22), en la perspectiva de toda su historia terrena.

9. En el texto del Concilio, con la alusión al primer pecado y a sus secuelas en la historia del hombre, se cierra la perspectiva de la lucha anunciada por las palabras atribuidas a Dios en Gén 3, 15: "Estableceré hostilidades". De ello se deduce que si el pecado desde el principio está ligado a la libre voluntad y a la responsabilidad del hombre y abre una cuestión "dramática" entre el hombre y Dios, también es verdad que el hombre, a causa del pecado, está enzarzado (como se expresa justamente el Vaticano II) "en una dura batalla contra el poder de las tinieblas" (Gaudium et spes GS 37). Esta implicado y "como aherrojado entre cadenas" (siempre según el Concilio: Gaudium et spes GS 13) en el dinamismo oscuro de ese mysterium iniquitatis, que es más grande que él y que su historia terrena.

A propósito de ello se expresa bien la Carta a los Efesios: "Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal, que dominan este mundo de tinieblas" (Ep 6,12).

Pero también el pensamiento de la cruel realidad del pecado que pesa en toda la historia con una particular consideración a nuestros tiempos, nos vuelve a empujar a la tremenda verdad de esas palabras bíblicas y conciliares sobre "el hombre... enzarzado en la dura batalla contra el poder de las tinieblas". Sin embargo, no hemos de olvidar que en este misterio de tiniebla se enciende desde el principio una luz que libera a la historia de la pesadilla de una condena inexorable: el anuncio del Salvador.

Saludos

Amados hermanos y hermanas:

Me es grato presentar ahora mi más cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

En primer lugar, deseo dar la bienvenida a los sacerdotes, religiosos, religiosas y almas consagradas aquí presentes. En particular a los Religiosos de los Sagrados Corazones. A todos aliento para que el Adviento, tiempo de la espera del Redentor, sea una urgente llamada a hacer a Cristo presente entre los hermanos mediante los sacramentos, la predicación, la caridad y el servicio a los más necesitados.

También des saludar a los peregrinos procedentes de Guatemala y a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos Países de América Latina y de España. Con afecto y en señal de benevolencia imparto mi Bendición Apostólica.



Miércoles 17 de diciembre de 1986

El protoevangelio de la salvación

88 1. En la cuarta plegaria eucarística (canon IV), la Iglesia se dirige a Dios con las siguientes palabras: "Te alabamos, Padre santo, porque eres grande: porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a Ti, su Creador, dominara todo lo creado. Y, cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte...".

En armonía con la verdad que expresa en esta plegaria la Iglesia, en la catequesis precedente pusimos de relieve el complejo contenido de las palabras del Gén 3, que constituyen la respuesta de Dios al primer pecado del hombre. En ese texto se habla de la lucha contra "las fuerzas de las tinieblas", en la que el hombre está comprometido a causa del pecado desde el comienzo de su historia en la tierra: pero al mismo tiempo se asegura que Dios no abandona al hombre a sí mismo, no lo deja "en poder de la muerte", reducido a ser "esclavo del pecado" (cf. Rom
Rm 6,17). De hecho, dirigiéndose a la serpiente tentadora, Dios le dice así: "Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3,15).

2. Estas palabras del Génesis se han considerado como el "protoevangelio", o sea, como el primer anuncio del Mesías Redentor. Efectivamente, ellas dejan entrever el designio salvífico de Dios hacia el género humano, que después del pecado original se encontró en el estado de decadencia que conocemos (status naturae lapsae). Ellas expresan sobre todo lo que en el plan salvífico de Dios constituye el acontecimiento central. Ese mismo acontecimiento al que se refiere la IV plegaria eucarística antes citada, cuando se dirige a Dios con esta profesión de fe: "Y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como Salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María la Virgen, y así compartió nuestra condición humana en todo, menos en el pecado".

3. El anuncio del Gén 3 se llama "protoevangelio", porque ha encontrado su confirmación y su cumplimiento sólo en la Revelación de la Nueva Alianza, que es el Evangelio de Cristo. En la Antigua Alianza este anuncio se recordaba constantemente de diversos modos, en los ritos, en los simbolismos, en las plegarias, en las profecías, en la misma historia de Israel como "pueblo de Dios" orientado hacia un final mesiánico, pero siempre bajo el velo de la fe imperfecta y provisional del Antiguo Testamento. Cuando suceda el cumplimiento del anuncio en Cristo, se tendrá la plena revelación del contenido trinitario y mesiánico implícito en el monoteísmo de Israel. El Nuevo Testamento hará descubrir entonces el significado pleno de los escritos del Antiguo Testamento, según el famoso aforismo de San Agustín: "In vetere Testamento novum latet, in novo vetus patet", es decir, "En el Antiguo Testamento el Nuevo está latente, en el Nuevo el Antiguo resulta patente" (cf. Quaestiones in Heptateucum, II, 73).

El análisis del "protoevangelio" nos hace, pues, conocer, a través del anuncio y promesa contenidos en él, que Dios no abandonó al hombre al poder del pecado y de la muerte. Quiso tenderle la mano y salvarlo. Y lo hizo a su modo, a la medida de su santidad transcendente, y al mismo tiempo a la medida de una "compasión" tal, como podía demostrar solamente un Dios-Amor.

Las mismas palabras del "protoevangelio" expresan esa compasión salvífica, cuando anuncian la lucha ("¡Establezco enemistades!") entre aquel que representa "las fuerzas de las tinieblas" y Aquel que en el Génesis llama "estirpe de la mujer" ("su estirpe"). Es una lucha que se acabará con la victoria de Cristo ("te aplastará la cabeza"). Pero ésta será la victoria obtenida al precio del sacrificio de la cruz ("cuando tú le hieras en el talón"). El "misterio de la piedad" disipa el "misterio de la iniquidad". De hecho precisamente el sacrificio de la cruz nos hace penetrar en el mismo núcleo esencial del pecado, dejándonos captar algo de su misterio tenebroso. Nos guía de modo especial San Pablo en la Carta a los Romanos cuando escribe: " ...si por la desobediencia de uno, todos se convirtieron en pecadores, así, por la obediencia de uno, todos se convertirán en justos" (Rm 5,19). " ...si el pecado de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la salvación y la vida" (Rm 5,18).

5. En el "protoevangelio" en cierto sentido Cristo es anunciado por primera vez como "el nuevo Adán" (cf. 1Co 15,45). Más aún, su victoria sobre el pecado obtenida mediante la "obediencia hasta la muerte de cruz" (cf. Fil Ph 2,8), comportará una abundancia tal de perdón y de gracia salvífica que superará desmesuradamente el mal del primer pecado y de todos los pecados de los hombres. Escribe también San Pablo: "Si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos" (Rm 5,15).

Incluso sin dejar el terreno del "protoevangelio", se puede descubrir que en la suerte del hombre caído (status naturae lapsae) se introduce ya la perspectiva de la futura redención (status naturae redemptae).

6. La primera respuesta del Señor Dios al pecado del hombre, contenida en Gén 3, nos permite, pues, conocer desde el principio a Dios como infinitamente justo y al mismo tiempo infinitamente misericordioso. Él, desde el primer anuncio, se manifiesta como el Dios que "tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16); que "mandó a su hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados" (1Jn 4,10); que "no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros" (Rm 8,32).

Tenemos así la certeza de que Dios, que en su santidad transcendente aborrece el pecado, castiga justamente al pecador, pero en su inefable misericordia al mismo tiempo lo abraza con su amor salvífico. El "protoevangelio" ya anuncia esta victoria salvífica del bien sobre el mal, que se manifestará en el Evangelio mediante el misterio pascual de Cristo crucificado y resucitado.

7. Hay que notar cómo en las palabras de Gén 3, 15 "Establezco enemistades", en cierto sentido se coloca en primer lugar a la mujer; "Establezco enemistades entre ti y la mujer". No: entre ti y el hombre, sino precisamente: entre ti y la mujer. Los comentaristas desde tiempos muy antiguos subrayan que aquí se opera un paralelismo significativo. El tentador —"la antigua serpiente"— se dirigió, según Gén 3, 4, primero a la mujer, y a través de ella consiguió su victoria. A su vez el Señor Dios, al anunciar al Redentor, constituye a la Mujer como primera "enemiga" del príncipe de las tinieblas. Ella ha de ser, en cierto sentido, la primera destinataria de la definitiva Alianza, en la que las fuerzas del mal serán vencidas por el Mesías, su Hijo ("su estirpe").

89 8. Este —repito— es un detalle especialmente significativo, si se tiene en cuenta que, en la historia de la Alianza, Dios se dirige antes que nada a los hombres (Noé, Abraham, Moisés). En este caso la precedencia parece ser de la Mujer, naturalmente por consideración a su Descendiente, Cristo. En efecto, muchísimos Padres y Doctores de la Iglesia ven en la Mujer anunciada en el "protoevangelio" a la Madre de Cristo, María. Ella es también la que por primera vez participa en esa victoria sobre el pecado lograda por Cristo: está, pues, libre del pecado original y de cualquier otro pecado, como en la línea de la Tradición subrayó ya el Concilio de Trento (cf. DS DS 1516 DS 1573) y, por lo que concierne especialmente al pecado original, Pío IX definió solemnemente, proclamando el Dogma de la Inmaculada Concepción (cf. DS DS 2803).

"No pocos antiguos Padres", como dice el Concilio Vaticano II (Const. Lumen Gentium LG 56), en su predicación presentan a María, Madre de Cristo, como la nueva Eva (así como Cristo es el nuevo Adán, según San Pablo). María toma su sitio y constituye lo opuesto de Eva, que es "la madre de todos los vivientes" (Gn 3,20), pero también la causa, con Adán, de la universal caída en el pecado, mientras que María es para todos "causa salutis" por su obediencia al cooperar con Cristo en nuestra redención (cf. Ireneo, Adv. haereses , III, 22,4).

9. Magnifica es la síntesis que de esta doctrina de fe hace el Concilio, del que por ahora nos limitamos a referir un texto que puede ser el mejor sello a las catequesis sobre el pecado, que hemos desarrollado a la luz de la antigua fe y esperanza en el adviento del Redentor: "A la encarnación ha precedido la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas... Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo" (cf. Lumen Gentium LG 56)

"Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la anunciación como 'llena de gracia' (cf. Lc Lc 1,28), a la vez que Ella responde al mensajero celestial: 'He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra' (Lc 1,38). Así, María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios Omnipotente" (Lumen Gentium LG 56).

En María y por María, así, se ha transformado la situación de la humanidad y del mundo, que han vuelto a entrar de algún modo en el esplendor de la mañana de la creación.

Saludos

Dirijo ahora mi más cordial saludo a los peregrinos de lengua española aquí presentes. En primer lugar, saludo con particular afecto a las Hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos que, provenientes de España, Paraguay, Argentina y Perú, tienen un Encuentro sobre la espiritualidad de su Fundador. Que el Señor os mantenga siempre fieles a vuestro carisma y disponibles a las necesidades de la Iglesia.

Me es grato saludar también a los dos grupos de Madrid, que vienen acompañados por el Señor Cardenal Arzobispo y los cuatro Obispos Auxiliares de esa comunidad eclesial. Que vuestra visita a la tumba del Apóstol Pedro acreciente vuestra vida de fe y os anime cada día más a ser testigos del amor de Cristo en vuestro ambiente.

A todos vosotros, así como a los demás peregrinos de España y de América Latina, imparto de corazón mi Bendición Apostólica.









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