Audiencias 1985 63

Miércoles 18 de septiembre de 1985

Dios: Padre Omnipotente

1. "Creo en Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra...".

Dios que se ha revelado a sí mismo, el Dios de nuestra fe, es espíritu infinitamente perfecto. De esto hablamos en la catequesis precedente. En cuanto espíritu infinitamente perfecto, es plenitud absoluta de Verdad y de Bien, y desea darse. Efectivamente, el bien se difunde: "bonum est diffusivum sui" (Summa Theol,, I 5,4, ad. 2).

Esta verdad sobre Dios visto como infinita plenitud ha sido afectada, en cierto sentido, por los símbolos de la fe, mediante la afirmación de que Dios es el Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Aunque nos ocuparemos un poco más adelante de la verdad sobre la creación, es oportuno que profundicemos, a la luz de la revelación, lo que en Dios corresponde al misterio de la creación.

2. Dios, a quien la Iglesia confiesa omnipotente ("creo en Dios Padre omnipotente"), en cuanto espíritu infinitamente perfecto es también omnisciente, es decir, que penetra todo con su conocimiento.

Este Dios omnipotente y omnisciente, tiene el poder de crear, de llamar del no-ser, de la nada, al ser. "¿Hay algo imposible para el Señor?" —leemos en el Génesis 18, 14—.

64 "Realizar cosas grandes siempre está en tu mano, y al poder de tu brazo ¿Quién puede resistir?", anuncia el Libro de la Sabiduría (Sg 11,22). La misma fe profesa el Libro de Ester con las palabras "Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse" (Est 4,17). "Nada hay imposible para Dios" (Lc 1,37), dijo el Arcángel Gabriel a María de Nazaret en la Anunciación.

3. El Dios, que se revela a sí mismo por boca de los Profetas, es omnipotente. Esta verdad impregna profundamente toda la revelación, a partir de las primeras palabras del Libro del Génesis: "Dijo Dios: 'Hágase'... "(Gn 1,3). El acto creador se manifiesta como la omnipotente Palabra de Dios: "Él lo dijo y existió." (Sal 32/33, 9). Al crear todo de la nada, el ser del no-ser, Dios se revela como infinita plenitud de Bien, que se difunde. El que Es, el Ser subsistente, el ser infinitamente perfecto, en cierto sentido se da en ese "ES", llamando a la existencia, fuera de sí, al cosmos visible e invisible: los seres creados. Al crear las cosas, da origen a la historia del universo, al crear al hombre como varón y mujer, da comienzo la historia de la humanidad. Como Creador, pues, es el Señor de la historia. "Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos" (1Co 12,6).

4. El Dios que se revela a sí mismo como Creador, y, por lo tanto, como Señor de la historia del mundo y del hombre, es el Dios omnipotente, el Dios vivo. "La Iglesia cree y confiesa que hay un único Dios vivo y verdadero, Creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente", afirma el Vaticano I (DS 3001). Este Dios, espíritu infinitamente perfecto y omnisciente es absolutamente libre y soberano también respecto al mismo acto de la creación. Si Él es el Señor de todo lo que crea ante todo es Señor de la propia Voluntad en la obra de la creación. Crea porque quiere crear. Crea porque esto corresponde a su infinita Sabiduría. Creando actúa con la inescrutable plenitud de su libertad, por impulso de amor eterno.

5. El texto de la Constitución Dei Filius del Vaticano I, tantas veces citado, pone de relieve la absoluta libertad de Dios en la creación y en cada una de sus acciones. Dios es "en sí y por sí felicísimo": tiene en sí mismo y por sí la total plenitud del Bien y de la Felicidad. Si llama al mundo a la existencia, lo hace no para completar o integrar el Bien que es Él, sino sólo y exclusivamente con la finalidad de dar el bien de una existencia multiforme al mundo de las criaturas invisibles y visibles. Es una participación múltiple y varia de único, infinito, eterno Bien, que coincide con el Ser mismo de Dios.

De este modo, Dios, absolutamente libre y soberano en la obra de la creación, permanece fundamentalmente independiente del universo creado. Esto no significa de ningún modo que Él sea indiferente con relación a las criaturas; en cambio, Él las guía como eterna Sabiduría, Amor y Providencia omnipotente.

6. La Sagrada Escritura pone de relieve el hecho de que en esta obra Dios está solo. He aquí las palabras del Profeta Isaías: "Yo soy el Señor, el que lo ha hecho todo, el que solo despliega los cielos y afirma la tierra. ¿Quién conmigo?" (Is 44,24). En la "soledad" de Dios en la obra de la creación resalta su soberana libertad y su paterna omnipotencia.

"El Dios formó la tierra, la hizo y la afirmó. No la creó para yermo, la formó para que fuese habitada" (Is 45,18).

A la luz de la auto-revelación de Dios, que "habló por los Profetas y últimamente... por su Hijo" (He 1,1-2), la Iglesia confiesa desde el principio su fe en el "Padre omnipotente", Creador del cielo y del la tierra, "de todo lo visible e invisible". Este Dios omnipotente es también omnisciente y omnipresente. O aún mejor, habría que decir, que en cuanto espíritu infinitamente perfecto, Dios es a la vez la Omnipotencia, la Omnisciencia y la Omnipresencia misma.

7. Dios está ante todo presente a Sí: en su Divinidad Una y Trina. Está presente también en el universo que ha creado; lo está, por consiguiente, en la obra de la creación mediante el poder creador (per potentiam), en el cual se hace presente su misma Esencia trascendente (per essentiam). Esta presencia supera al mundo, lo penetra y lo mantiene en la existencia. Lo mismo puede repetirse de la presencia de Dios mediante su conocimiento, como Mirada infinita que todo lo ve, penetra y escruta (per visionem, o per scixentiam). Finalmente, Dios está presente de modo particular en la historia de la humanidad, que es también la historia de la salvación. Esta es (si nos podemos expresar así) la presencia más "personal" de Dios: su presencia mediante la gracia, cuya plenitud la humanidad ha recibido de Jesucristo (Cf. Jn 1,16-17). De este último misterio hablaremos en una próxima catequesis.

8. "Señor, Tú me sondeas y me conoces..." (Sal 138/139, 1).

Mientras repetimos las palabras inspiradas de este Salmo, confesemos juntamente con todo el Pueblo de Dios, presente en todas las partes del mundo, la fe en la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia de Dios, que es nuestro Creador, Padre y Providencia. "En Él... vivimos, nos movemos y existimos" (Ac 17,28).

Saludos

65 Deseo ahora dar mi cordial bienvenida a esta Audiencia a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular al grupo de Religiosas “Pureza de María” de Barcelona a quienes aliento a continuar dando testimonio de generosa entrega a Dios y servicio a los hermanos.

Saludo a los miembros del Movimiento Schonstatt aquí presentes procedentes de Ecuador y de otros Países de lengua hispana. Igualmente a los peregrinos de la Arquidiócesis de Madrid, de la Parroquia “Virgen de los Ángeles” de Serra (Valencia), a los participantes en las “Aulas de la Tercera Edad” de Pamplona y al grupo folklórico “Sant Jordi” de Tarragona.

A todas las personas y grupos hispanohablantes provenientes de España y de los diversos Países de América Latina imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 25 de septiembre de 1985

El Dios de la Alianza

1. En nuestras catequesis tratamos de responder de modo progresivo a la pregunta: ¿quién es Dios? Se trata de una respuesta auténtica, porque se funda en la palabra de la auto-revelación divina. Esta respuesta se caracteriza por la certeza de la fe, pero también por la convicción del entendimiento humano iluminado por la fe. Efectivamente, hacemos referencia a la Sagrada Escritura, a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia, es decir, a su enseñanza, extraordinaria y ordinaria.

2. Volvamos una vez más al pie del monte Horeb, donde Moisés que apacentaba la grey, oyó en medio de la zarza ardiente la voz que decía: "Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa" (Ex 3,5). La voz continuó: "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob". Por lo tanto, es el Dios de los padres quién envía a Moisés a liberar a su pueblo de la esclavitud egipcia.

Sabemos que, después de haber recibido esta misión, Moisés preguntó a Dios su nombre. Y recibió la respuesta: "Yo soy el que soy". En la tradición exegética, teológica y magisterial de la Iglesia, que fue asumida también por Pablo VI en el "Credo del Pueblo de Dios" (1968), esta respuesta se interpreta cual revelación de Dios como el "Ser".

En la respuesta dada por Dios: "Yo soy el que soy", a la luz de la historia de la salvación se puede leer una idea de Él más rica y más precisa. Al enviar a Moisés en virtud de este Nombre, Dios —Yavé— se revela sobre todo como del Dios de la Alianza: "Yo soy el que soy para vosotros"; estoy aquí como Dios deseoso de la alianza y de la salvación, como el Dios que os ama y os salva. Esta clave de lectura presenta a Dios como un Ser que es Persona y se autorrevela a personas, a las que trata como tales. Dios, ya al crear el mundo, en cierto sentido salió de su propia "soledad", para comunicarse a Sí mismo, abriéndose al mundo y especialmente a los hombres creados a su imagen y semejanza (Gn 1,26). En la revelación del Nombre "Yo soy el que soy" (Yavé), parece poner de relieve sobre todo la verdad de que Dios es el Ser-Persona que conoce, ama, atrae hacia sí a los hombres, el Dios de la Alianza.

3. En el coloquio con Moisés prepara una nueva etapa de la Alianza con los hombres, una nueva etapa de la historia de la salvación. La iniciativa del Dios de la Alianza, efectivamente, va rimando la historia de la salvación a través de numerosos acontecimientos, como se manifiesta en la IV plegaria eucarística con las palabras: "Reiteraste tu alianza a los hombres".

66 Conversando con Moisés al pie del monte Horeb, Dios —Yavé— se presenta como "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob", es decir, el Dios que había hecho una Alianza con Abraham (cf. Gen Gn 17,1-14) y con sus descendientes, los patriarcas, fundadores de las diversas estirpes del pueblo elegido, que se convirtió en el Pueblo de Dios.

4. Sin embargo, las iniciativas del Dios de la Alianza se remontan incluso antes de Abraham. El libro del Génesis registra la Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gen Gn 9,1-17). Se puede hablar también de la Alianza originaria antes del pecado original (cf. Gen Gn 2,15-17). Podemos afirmar que la iniciativa del Dios de la Alianza sitúa, desde el principio, la historia del hombre en la perspectiva de la salvación. La salvación es comunión de vida sin fin con Dios; cuyo símbolo estaba representado en el paraíso por el "árbol de la vida" (cf. Gn 2,9). Todas las alianzas hechas después del pecado original confirman, por parte de Dios, la misma voluntad de salvación.El Dios de la Alianza es el Dios "que se dona" al hombre de modo misterioso: El Dios de la revelación y el Dios de la gracia. No sólo se da a conocer al hombre, sino que lo hace partícipe de su naturaleza divina (2P 1,4).

5. La Alianza llega a su etapa definitiva en Jesucristo: la "nueva" y "eterna alianza" (He 12,24 He 13,20). Ella da testimonio de la total originalidad de la verdad sobre Dios que profesamos en el "Credo" cristiano. En la antigüedad pagana la divinidad era más bien el objeto de la aspiración del hombre. La revelación del Antiguo y todavía más del Nuevo Testamento muestra a Dios que busca al hombre, que se acerca a él. Es Dios quien quiere hacer la alianza con el hombre: "Seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo" (Lv 26,12); "Seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (2Co 6,16).

6. La Alianza es, igual que la creación, una iniciativa divina completamente libre y soberana.Revela de modo aún más eminente la importancia y el sentido de la creación en las profundidades de la libertad de Dios. La Sabiduría y el Amor, que guían la libertad trascendente de Dios-Creador resaltan aún más en la trascendente libertad del Dios de la Alianza.

7. Hay que añadir también que si mediante la Alianza, especialmente la plena y definitiva en Jesucristo, Dios se hace de algún modo inmanente con relación al mundo, Él conserva totalmente la propia trascendencia. El Dios encarnado, y más aún el Dios Crucificado, no sólo sigue siendo un Dios incomprensible e inefable, sino que se convierte todavía en más incomprensible e inefable para nosotros precisamente en cuanto que se manifiesta como Dios de un infinito, inescrutable amor.

8. No queremos anticipar temas que constituirán el objeto de futuras catequesis. Volvemos de nuevo a Moisés. La revelación del Nombre de Dios al pie del monte Horeb prepara la etapa de la Alianza que el Dios de los Padres estrecharía con su pueblo en el Sinaí. En ella se pone de relieve de manera fuerte y expresiva el sentido monoteísta del "Credo" basado en la Alianza: "creo en un sólo Dios": Dios es uno, es único.

He aquí las palabras del Libro del Éxodo: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otro Dios que a mí" (Ex 20,2-3). En el Deuteronomio encontramos la fórmula fundamental del "Credo" veterotestamentario expresado con las palabras: "Oye, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es único" (Dt 6,4 cf. Dt Dt 4,39-40).

Isaías dará a este "Credo" monoteísta del Antiguo Testamento una magnífica expresión profética: "Vosotros sois mis testigos —dice Yavé— mi siervo, a quien yo elegí, para que aprendáis y me creáis y comprendáis que soy yo. Antes de mí no fue formado Dios alguno, ninguno habrá después de mí. Yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay salvador... Vosotros sois mis testigos, dice Yavé, y yo Dios desde la eternidad y también desde ahora lo soy" (Is 43,10-13). "Volveos hacia mí y seréis salvos, confines todos de la tierra. Porque yo soy Dios, y no hay otro" (Is 45,22).

9. Esta verdad sobre el único Dios constituye el depósito fundamental de los dos Testamentos. En la Nueva Alianza lo expresa, por ejemplo, San Pablo con las palabras: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ep 4,6). Y siempre es Pablo el que combatía el politeísmo pagano (cf. Rom Rm 1,23 Ga 3,8), con no menor ardor del que se halla presente en el antiguo Testamento, quien con igual firmeza proclama que este Único verdadero Dios "es Dios de todos, tanto de los circuncisos como de los incircuncisos, tanto de los judíos como de los paganos" (cf. Rm 3,29-30). La revelación de un sólo verdadero Dios, dada en la Antigua Alianza al pueblo elegido de Israel, estaba destinada a toda la humanidad, que encontraría en el monoteísmo la expresión de la convicción a la que el hombre puede llegar también con la luz de la razón: porque si Dios es el ser perfecto, infinito, subsistente, no puede ser más que Uno. En la Nueva Alianza, por obra de Jesucristo, la verdad revelada en el Antiguo Testamento se ha convertido en la fe de la Iglesia universal, que confiesa: "creo en un sólo Dios".

Saludos

Presento ahora mi más cordial saludo a todas las personas y grupos de lengua española presentes en esta Audiencia.

67 En particular, a la peregrinación de la Arquidiócesis de Medellín.

Saludo igualmente a los seminaristas “Legionarios de Cristo” que se disponen a iniciar sus estudios filosóficos aquí en Roma. Asimismo al coro femenino “Escolanía de la Rioja”, al coro “Garcilaso” de Torrelavega y a las peregrinaciones procedentes de Barcelona, Bilbao, Chile y Perú.

A todos los peregrinos y visitantes provenientes de los diversos Países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



Octubre de 1985

Miércoles 2 de octubre de 1985

Dios es amor

1. "Dios es Amor...": estas palabras, contenidas en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Juan (4, 16),constituyen como la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco fiel la afirmación de Cristo mismo: "Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga la vida eterna"(Jn 3,16).

La fe de la Iglesia culmina en esta verdad suprema: ¡Dios es amor!. Se ha revelado a Sí mismo de modo definitivo como Amor en la cruz y resurrección de Cristo. "Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene —continúa diciendo el Apóstol Juan en su Primera Carta—. Dios es amor, y el que vive en el amor permanece en Dios, y Dios en él" (1Jn 4,16).

2. La verdad de que Dios es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado "por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo...", como dice la Carta a los Hebreos (He 1,1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la Revelación divina, y en particular la realidad revelada de la creación y de la Alianza . Si la creación manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el ejercicio de la omnipotencia se explica definitivamente mediante el amor. Dios ha creado porque podía, porque es omnipotente; pero su omnipotencia estaba guiada por la Sabiduría y movida por el Amor. Esta es obra de la creación. Y la obra de la redención tiene una elocuencia aún más potente y nos ofrece una demostración todavía más radical: frente al mal, frente al pecado de las criaturas permanece el amor como expresión de la omnipotencia. Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del mal y la vida nueva del pecado y de la muerte.

3. El amor como potencia, que da la vida y que anima, está presente en toda la Revelación. El Dios vivo, el Dios que da la vida a todos los vivientes es Aquel de quien hablan los Salmos: "Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas y la atrapan, abres tu mano, y se sacian de bienes; escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo" (Sal 103/104, 27-29). La imagen está tomada del seno mismo de la creación. Y si este cuadro tiene rasgos antropomórficos (como muchos textos de la Sagrada Escritura), este antropomorfismo posee una motivación bíblica: dado que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, hay una razón para hablar de Dios "a imagen y semejanza" del hombre. Por otra parte, este antropomorfismo no ofusca la trascendencia de Dios: Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se conservan todas las reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como las de la analogía de la fe.

4. En la Alianza Dios se da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo elegido por Él. Siguiendo una pedagogía progresiva, el Dios de la Alianza manifiesta las propiedades de su ser, las que suelen llamarse sus atributos.Estos son ante todo atributos de orden moral, en los cuales se revela gradualmente el Dios-Amor. Efectivamente, si Dios se revela —sobre todo en la alianza del Sinaí— como Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta autoridad legislativa encuentra su plena expresión y confirmación en los atributos de la actuación divina que la Sagrada Escritura nos hace conocer.

68 Los manifiestan los libros inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en el libro de la Sabiduría: "Porque tu poder es el principio de la justicia y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos... Tú, Señor de la fuerza, juzgas con benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el poder en la mano" (Sg 12,16 Sg 12,18).

Y también: "El poder de tu majestad ¿Quién lo cantará, y quién podrá enumerar sus misericordias" (Si 18,4).

Los escritos del Antiguo Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su clemencia y misericordia.

Subrayan especialmente la fidelidad de Dios en la alianza, que es un aspecto de su "inmutabilidad" (cf. por ejemplo, Sal 110/111 , 7-9; Is 65,1-2 Is 65,16-19).

Si hablan de la cólera de Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además, es "lento a la ira y rico en piedad" (Sal 144/145, 8). Si, finalmente, siempre en la mencionada concepción antropomórfica, ponen de relieve los "celos" del Dios de la Alianza hacia su Pueblo, lo presentan siempre como un atributo del amor: "el celo del Señor de los ejércitos" (Is 9,7).

Ya hemos dicho anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su Esencia; por esto, sería más exacto hablar no tanto del Dios justo, fiel, clemente, cuanto del Dios, que es justicia, fidelidad, clemencia, misericordia, lo mismo que San Juan escribió que "Dios es amor" (1Jn 4,16).

5. El Antiguo Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con abundancia de textos inspirados. En uno de ellos leemos: "Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes... Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías formado. ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida" (Sg 11,23-26).

¿Acaso no puede decirse que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del "Ser" creador de Dios, se transparenta ya con toda claridad Dios-Amor (Amor-Caritas)?.

Pero veamos otros textos, como el del libro de Jonás: "Sabía que Tú eres Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira, de gran piedad, y que te arrepientes de hacer el mal" (Jon 4,2).

O también el Salmo 144/145: "El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con sus criaturas" (Sal 144/145, 8-9).

Cuanto más nos adentramos en la lectura de los escritos de los Profetas Mayores, tanto más se nos descubre el rostro de Dios-Amor. He aquí cómo habla el Señor por boca de Jeremías a Israel: "Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido con favor" (en hebreo hesed) (Jr 31,3).

69 Y he aquí las palabras de Isaías: "Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría" (Is 49,14-15). Qué significativa es en las palabras de Dios esta referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a través de la paternidad, se hace conocer también por medio de la ternura inigualable de la maternidad. Dice Isaías: "Que se retiren los montes, que tiemblen los collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que se apiada de ti" (Is 54,10).

6. Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua Alianza, especialmente por medio de los Profetas, esperaba el cumplimiento definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino con Cristo. Esta palabra no se pronunció solamente sino que fue vivida en el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados" (Ep 2,4-5).

Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en "Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra" con la estupenda definición de San Juan: "Dios es amor" (1Jn 4,16).

Saludos

Amados hermanos y hermanas:

Vaya ahora mi más cordial saludo a todos los visitantes y peregrinos de lengua española.

Saludo especialmente a los sacerdotes, religiosos y religiosas aquí presentes y les aliento en su generosa entrega a los ideales de su vocación y al servicio de Dios y de los hermanos.

Saludo también a los peregrinos procedentes de Colombia y a los miembros del movimiento apostólico “Caminos de Luz” de la Arquidiócesis de Monterrey (México). Asimismo al grupo de la Asociación de Veteranos de la Compañía Aérea “Iberia”.

A todas las personas provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.





Miércoles 9 de octubre de 1985

El Dios único es la inefable y Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo

70
1. La Iglesia profesa su fe en el Dios único, que es al mismo tiempo Trinidad Santísima e inefable de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y la Iglesia vive de esta verdad, contenida en los más antiguos Símbolos de Fe, y recordada en nuestros tiempos por Pablo VI, con ocasión del 1900 aniversario del martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (1968), en el Símbolo que él mismo presentó y que se conoce universalmente como "Credo del Pueblo de Dios".

Sólo el que se nos ha querido dar a conocer y que "habitando una luz inaccesible" (
1Tm 6,16) es en Sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada... puede darnos el conocimiento justo y pleno de Sí mismo, revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo, a cuya eterna vida nosotros estamos llamados, por su gracia, a participar, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz perpetua... (cf. Insegnamenti di Paolo VI, Vol. VI, 1968, págs. 302-303.).

2. Dios, que para nosotros es incomprensible, ha querido revelarse a Sí mismo no sólo como único creador y Padre omnipotente, sino también como Padre, Hijo y Espíritu Santo. En esta revelación la verdad sobre Dios, que es amor, se desvela en su fuente esencial: Dios es amor en la vida interior misma de una única Divinidad.

Este amor se revela como una inefable comunión de Personas.

3. Este misterio —el más profundo: el misterio de la vida íntima de Dios mismo— nos lo ha revelado Jesucristo: "El que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer" (Jn 1,18). Según el Evangelio de San Mateo, las últimas palabras, con las que Jesucristo concluye su misión terrena después de la resurrección, fueron dirigidas a los Apóstoles: "Id... y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"(Mt 28,19). Estas palabras inauguraban la misión de la Iglesia, indicándole su compromiso fundamental y constitutivo. La primera tarea de la Iglesia es enseñar y bautizar —y bautizar quiere decir "sumergir" (por esto, se bautiza con agua)— en la vida trinitaria de Dios.

Jesucristo encierra en estas últimas palabras todo lo que precedentemente había enseñado sobre Dios: sobre el Padre, sobre el Hijo y sobre el Espíritu Santo. Efectivamente, había anunciado desde el principio la verdad sobre el Dios único, en conformidad con la tradición de Israel. A la pregunta: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?", Jesús había respondido: "El primero es: Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor" (Mc 12,29). Y al mismo tiempo Jesús se había dirigido constantemente a Dios como a "su Padre", hasta asegurar: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30). Del mismo modo había revelado también al "Espíritu de verdad, que procede del Padre" y que —aseguró— "yo os enviaré de parte del Padre" (Jn 15,26).

4. Las palabras sobre el bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", confiadas por Jesús a los Apóstoles al concluir su misión terrena, tienen un significado particular, porque han consolidado la verdad sobre la Santísima Trinidad, poniéndola en la base de la vida sacramental de la Iglesia. La vida de fe de todos los cristianos comienza en el bautismo, con la inmersión en el misterio del Dios vivo. Lo prueban las Cartas apostólicas, ante todo las de San Pablo. Entre las fórmulas trinitarias que contienen, la más conocida y constantemente usada en la liturgia, es la que se halla en la segunda Carta a los Corintios: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros" (2Co 13,13). Encontramos otras en la primera Carta a los Corintios; en la de los Efesios y también en la primera Carta de San Pedro, al comienzo del primer capítulo (1P 1,1-2).

Como un reflejo, todo el desarrollo de la vida de oración de la Iglesia ha asumido una conciencia y un aliento trinitario: en el Espíritu, por Cristo, al Padre.

5. De este modo, la fe en el Dios uno y trino entró desde el principio en la Tradición de la vida de la Iglesia y de los cristianos. En consecuencia, toda la liturgia ha sido —y es— por su esencia, trinitaria, en cuanto que es expresión de la divina economía. Hay que poner de relieve que a la comprensión de este supremo misterio de la Santísima Trinidad ha contribuido la fe en la redención, es decir, la fe en la obra salvífica de Cristo. Ella manifiesta la misión del Hijo y del Espíritu Santo que en el seno de la Trinidad eterna proceden "del Padre", revelando la "economía trinitaria" presente en la redención y en la santificación. La Santa Trinidad se anuncia ante todo mediante la soteriología, es decir, mediante el conocimiento de la "economía de la salvación", que Cristo anuncia y realiza en su misión mesiánica. De este conocimiento arranca el camino para el conocimiento de la Trinidad "inmanente", del misterio de la vida íntima de Dios.

6. En este sentido el Nuevo Testamento contiene la plenitud de la revelación trinitaria. Dios, al revelarse en Jesucristo, por una parte desvela quién es Dios para el hombre y, por otra, descubre quién es Dios en Sí mismo, es decir, en su vida íntima. La verdad "Dios es amor" (1Jn 4,16), expresada en la primera Carta de Juan, posee aquí el valor de clave de bóveda. Si por medio de ella se descubre quién es Dios para el hombre, entonces se desvela también (en cuanto es posible que la mente humana lo capte y nuestras palabras lo expresen), quién es Él en Sí mismo. Él es Unidad, es decir, Comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

71 7. El Antiguo Testamento no reveló esta verdad de modo explícito, pero la preparó, mostrando la Paternidad de Dios en la Alianza con el Pueblo, manifestando su acción en el mundo con la Sabiduría, la Palabra y el Espíritu (Cf., por ejemplo, Sg 7,22-30; Pr 8,22-30 Ps 32,4-6/33, 4-6 Ps 147,15 Is 55,11 Sg 12,1 Is 11,2 Si 48,12). El Antiguo Testamento principalmente consolidó ante todo en Israel y luego fuera de él la verdad sobre el Dios único, el quicio de la religión monoteísta. Se debe concluir, pues, que el Nuevo Testamento trajo la plenitud de la revelación sobre la Santa Trinidad y que la verdad trinitaria ha estado desde el principio en la raíz de la fe viva de la comunidad cristiana, por medio del bautismo y de la liturgia. Simultáneamente iban las reglas de la fe, con las que nos encontramos abundantemente tanto en las Cartas apostólicas, como en el testimonio del kerygma, de la catequesis y de la oración de la Iglesia.

8. Un tema aparte es la formación del dogma trinitario en el contexto de la defensa contra las herejías de los primeros siglos. La verdad sobre Dios uno y trino es el más profundo misterio de la fe y también el más difícil de comprender: se presentaba, pues, la posibilidad de interpretaciones equivocadas, especialmente cuando el cristianismo se puso en contacto con la cultura y la filosofía griega. Se trataba de "inscribir"correctamente el misterio del Dios trino y uno "en la terminología del 'ser' ", es decir, de expresar de manera precisa en el lenguaje filosófico de la época los conceptos que definían inequívocamente tanto la unidad como la trinidad del Dios de nuestra Revelación.

Esto sucedió ante todo en los dos grandes Concilios Ecuménicos de Nicea (325) y de Constantinopla (381). El fruto del magisterio de estos Concilios es el "Credo" niceno-constantinopolitano, con el que, desde aquellos tiempos, la Iglesia expresa su fe en el Dios uno y trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Recordando la obra de los Concilios, hay que nombrar a algunos teólogos especialmente beneméritos, sobre todo entre los Padres de la Iglesia. En el período pre-niceno citamos a Tertuliano, Cipriano, Orígenes, Ireneo, en el niceno a Atanasio y Efrén Sirio, en el anterior al Concilio de Constantinopla recordamos a Basilio Magno, Gregorio Nacianceno y Gregorio Niseno, Hilario, hasta Ambrosio, Agustín, León Magno.

9. Del siglo V proviene el llamado Símbolo atanasiano, que comienza con la palabra "Quicumque", y que constituye una especie de comentario al Símbolo niceno-constantinopolitano.

El "Credo del Pueblo de Dios" de Pablo VI confirma la fe de la Iglesia primitiva cuando proclama: "Los mutuos vínculos que constituyen eternamente las tres Personas, que son cada una el único e idéntico Ser divino, son la bienaventurada vida íntima de Dios tres veces Santo, infinitamente más allá de todo lo que nosotros podemos concebir según la humana medida (cf. D.-Sch. 804)" (Insegnamenti di Paolo VI, 1968, pág. 303): realmente, ¡inefable y santísima Trinidad - único Dios!

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo ahora presentar mi más cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

En particular a los miembros de la Asociación “Salus Infirmorum” que celebran el 50° Aniversario de su fundación. Os aliento a continuar en vuestra abnegada labor de servicio y consuelo a los enfermos. Que en ellos veáis siempre reflejado el rostro de Cristo sufriente.

Asimismo saludo a la Junta Directiva y Miembros de la Hermandad “Espejo de Justicia” que han querido celebrar también en Roma el 25° Aniversario de su fundación. Que vuestra labor como profesionales del derecho contribuya a potenciar y defender los valores cristianos en la sociedad española.

Con afecto saludo a los grupos de peregrinos procedentes de México, Argentina, Colombia y Venezuela; así como a los “Amigos de los Santuarios” de Barcelona, a la peregrinación de Llanes (Oviedo) y a los estudiantes universitarios del Colegio Mayor de Deusto (Bilbao) que han participado en la solemne ceremonia de beatificación de Francisco Gárate, el Hermano Portero de Deusto.

72 A todas las personas y grupos procedentes de España y de los diversos Países de América Latina imparto la bendición apostólica.






Audiencias 1985 63