Audiencias 1985 81

Miércoles 20 de noviembre de 1985

El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo


1. En la última catequesis centramos nuestra atención en el Espíritu Santo, reflexionando sobre las palabras del Símbolo niceno-costantinopolitano según la forma que se usa en la liturgia latina: "Creo en el Espíritu santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y el Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los Profetas".

El Espíritu Santo es "enviado" por el Padre y por el Hijo, como también "procede" de ellos. Por esto se llama "el Espíritu del Padre" (por ejemplo, Mt 10,20 1Co 2,11 también Jn 15,26), pero también "el Espíritu del Hijo" (Ga 4,6), o "el Espíritu de Jesús" (Ac 16,7), porque Jesús mismo es quien lo envía (cf. Jn 15,26). Por esto, la Iglesia latina confiesa que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (qui a Patre Filioque procedit), y las Iglesias ortodoxas proclaman que el Espíritu Santo procede del Padre por medio del Hijo. Y procede "por vía de voluntad", "a modo de amor" (per modum amoris), lo que es "sentencia cierta", es decir, doctrina teológica comúnmente aceptada en la enseñanza de la Iglesia y, por lo mismo, segura y vinculante.

2. Esta convicción halla confirmación en la etimología del nombre "Espíritu Santo", a lo que aludí en la catequesis precedente: Espíritu, spiritus, pneuma, ruah. Partiendo de esta etimología se describe "la procesión" del Espíritu del Padre y del Hijo como "espiración": spiramen, soplo de Amor.

Esta espiración no es generación. Sólo el Verbo, el Hijo, "procede" del Padre por generación eterna. Dios, que eternamente se conoce a Sí mismo y en Sí mismo a todo, engendra el Verbo. En esta generación eterna, que tiene lugar por vía intelectual (per modum intelligibilis actionis), Dios, en la absoluta unidad de su naturaleza, es decir, de su divinidad, es Padre e Hijo. "Es" y no: "se convierte en"; lo "es" eternamente. "Es" desde el principio y sin principio. Bajo este aspecto la palabra "procesión" debe entenderse correctamente: sin connotación alguna propia de un "devenir" temporal. Lo mismo vale para la "procesión" del Espíritu Santo.

82 3. Dios, pues, mediante la generación, en la absoluta unidad de la divinidad, es eternamente Padre e Hijo. El Padre que engendra, ama al Hijo engendrado, y el Hijo ama al Padre con un amor que se identifica con el del Padre. En la unidad de la Divinidad el amor es, por un lado, paterno y, por otro, filial. Al mismo tiempo el Padre y el Hijo no sólo están unidos por ese recíproco amor como dos Personas infinitamente perfectas, sino que su mutua complacencia, su amor recíproco procede en ellos y de ellos como persona: el Padre y el Hijo "espiran" el Espíritu de Amor consustancial con ellos. De este modo Dios, en la absoluta unidad de su Divinidad es desde toda la eternidad Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El Símbolo "Quicumque" proclama: "El Espíritu Santo no es hecho, ni creado, ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo". Y la "procesión" es per modum amoris, como hemos dicho. Por esto, los Padres de la Iglesia llaman al Espíritu Santo: "Amor, Caridad, Dilección, Vínculo de amor, Beso de Amor". Todas estas expresiones dan testimonio del modo de "proceder" del Espíritu Santo del Padre y del Hijo.

4. Se puede decir que Dios en su vida íntima "es amor" que se personaliza en el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo. El Espíritu es llamado también Don.

Efectivamente, en el Espíritu, que es el Amor, se encuentra la fuente de todo don, que tiene en Dios su principio con relación a las criaturas: el don de la existencia por medio de la creación, el don de la gracia por medio de toda la economía de la salvación.

A la luz de esta teología del Don trinitario, comprendemos mejor las palabras de los Hechos de los Apóstoles: "...recibiréis el don del Espíritu Santo" (
Ac 2,38). Son las palabras con las que Cristo se despide definitivamente de sus amigos, cuando va al Padre. A esta luz comprendemos también las palabras del Apóstol: "El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rm 5,5).

Concluyamos, pues, nuestra reflexión invocando con la liturgia: "Veni, Sancte Spiritus", "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor".



Miércoles 27 de noviembre de 1985

Unidad y distinción de la eterna comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

1. Unus Deus Trinitas...

En esta concisa formula el Sínodo de Toledo (675) expresó de acuerdo con los grandes Concilios reunidos en el siglo IV en Nicea y en Constantinopla, la fe de la Iglesia en Dios uno y trino.

En nuestros días, Pablo VI en el "Credo del Pueblo de Dios", ha formulado la misma fe con palabras que ya hemos citado durante las catequesis precedentes: "Los lazos mutuos que constituyen eternamente las tres Personas, siendo cada una el solo y el mismo Ser divino, son la bienaventurada vida íntima del Dios tres veces Santo, infinitamente superior a lo que podemos concebir con la capacidad humana" (Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI, 1968, pág. 303).

83 Dios es inefable e incomprensible, Dios es en su esencia un misterio inescrutable, cuya verdad hemos tratado de iluminar en las catequesis anteriores. Ante la Santísima Trinidad, en la que se expresa la vida íntima del Dios de nuestra fe, hay que repetirlo y constatarlo con una fuerza de convicción todavía mayor. La unidad de la divinidad en la Trinidad de las Personas es realmente un misterio inefable e inescrutable. "Si lo comprendes no es Dios".

2. Por esto, Pablo VI, continúa diciendo en el texto antes citado: "Damos con todo gracias a la Bondad divina por el hecho de que gran número de creyentes puedan atestiguar juntamente con nosotros delante de los hombres la Unidad de Dios, aunque no conozcan el misterio de la Santísima Trinidad" (ib).

La Santa Iglesia en su fe trinitaria se siente unida a todos los que confiesan al único Dios. La fe en la Trinidad no destruye la verdad del único Dios: por el contrario, pone de relieve su riqueza, su contenido misterioso, su vida íntima.

3. Esta fe tiene su fuente —la única fuente— en la revelación del Nuevo Testamento. Sólo mediante esta revelación es posible conocer la verdad sobre Dios uno y trino. Efectivamente, éste es uno de los "misterios escondidos en Dios, que —como dice el Concilio Vaticano I— si no son revelados, no pueden ser conocidos" (Const. Dei Filius, De Fide cath., IV).

El dogma de la Santísima Trinidad en el cristianismo se ha considerado siempre un misterio: el más fundamental y el más inescrutable. Jesucristo mismo dice: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el hijo quiera revelárselo" (
Mt 11,27).

Como enseña el Concilio Vaticano I: «Los divinos misterios por su naturaleza superan el entendimiento creado de tal modo que, aún entregados mediante la revelación y acogidos por la fe, sin embargo permanecen cubiertos por el velo de la misma fe y envueltos por una especie de oscuridad, mientras en esta vida mortal "estamos en destierro lejos del Señor, porque caminamos en fe y no en visión" (2Co 5,6)» (ib.).

Esta afirmación vale de modo especial para el misterio de la Santísima Trinidad : incluso después de la Revelación sigue siendo el misterio más profundo de la fe, que el entendimiento por sí solo no puede comprender ni penetrar. En cambio, el mismo entendimiento, iluminado por la fe, puede, en cierto modo, aferrar y explicar el significado del dogma. Y de este modo puede acercar al hombre al misterio de la vida íntima del Dios uno y trino.

4. En la realización de esta obra excelsa —tanto por medio del trabajo de muchos teólogos y ante todo de los Padres de la Iglesia, como mediante las definiciones de los Concilios—, se demostró particularmente importante y fundamental el concepto de "persona" como distinto del de "naturaleza" (o esencia). Persona es aquel o aquella que existe como ser humano concreto, como individuo que posee la humanidad, es decir, la naturaleza humana. La naturaleza (la esencia) es todo aquello por lo que el que existe concretamente es lo que es. Así, por ejemplo, cuando hablamos de "naturaleza humana", indicamos aquello por lo que cada hombre es hombre, con sus componentes esenciales y con sus propiedades.

Aplicando esta distinción a Dios, constatamos la unidad de la naturaleza, esto es, la unidad de la Divinidad, la cual pertenece de modo absoluto y exclusivo a Aquel que existe como Dios. Al mismo tiempo —tanto a la luz del solo entendimiento, como, y todavía más, a la luz de la Revelación—, alimentamos la convicción de que Él es un Dios personal. También a quienes no ha llegado la revelación de la existencia en Dios de tres Personas, el Dios Creador debe aparecerles como un Ser personal. Efectivamente, siendo la persona lo que hay de más perfecto en el mundo ("id quod est perfectissimum in tota natura": Santo Tomás, S.Th., I, q. 29, a. 3), no se puede menos de atribuir esta calificación al Creador, aún respetando su infinita transcendencia (cf. Santo Tomás, ib., in c. et ad 1 m.). Precisamente por esto las religiones monoteístas no cristianas entienden a Dios como persona infinitamente perfecta y absolutamente transcendente con relación al mundo.

Uniendo nuestra voz a la de todo otro creyente, elevamos también en este momento nuestro corazón al Dios viviente y personal, al único Dios que ha creado los mundos y que está en el origen de todo lo que es bueno, bello y santo. A Él la alabanza y la gloria por los siglos.

Saludos

84 Deseo ahora presentar mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

Especialmente saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas; en particular, a las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, que están realizando su tercera probación.

A todos os exhorto a elevar fervientes plegarias a Dios Nuestro Padre para que mediante la efusión de su Espíritu, conceda abundantes frutos a los trabajos del Sínodo Extraordinario de los Obispos que se está celebrando en estos días.

Con mi afecto en el Señor, imparto de corazón a todas las personas, familias y grupos procedentes de España y de los diversos Países de América Latina la bendición apostólica.



Diciembre de 1985

Miércoles 4 de diciembre de 1985

Tres personas distintas y un solo Dios verdadero

1. "Unus Deus Trinitas..."

Al final del largo trabajo de reflexión que llevaron adelante los Padres de la Iglesia y que quedó consignado en las definiciones de los Concilios, la Iglesia habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo como de tres "Personas", que subsisten en la unidad de la idéntica naturaleza divina.

Decir "persona" significa hacer referencia a un ente único de naturaleza racional, como oportunamente esclarece ya Boecio en su famosa definición ("Persona proprie dicitur rationalis naturae individua substantia", en De duabus naturis et una persona Christi: PL 64, 1343 D). Pero la Iglesia antigua hace rápidamente la precisión de que la naturaleza intelectual de Dios no se multiplica con las Personas; permanece siendo única, de tal manera que el creyente puede proclamar con el Símbolo "Quicumque": "No tres Dioses, sino un único Dios".

El misterio aquí se hace profundísimo: tres Personas distintas y un solo Dios. ¿Cómo es posible? La razón comprende que no hay contradicción, porque la trinidad es de las Personas y la unidad de la Naturaleza divina. Pero queda la dificultad: cada una de las Personas es el mismo Dios, entonces ¿cómo pueden distinguirse realmente?

85 2. La respuesta que nuestra razón balbucea se apoya en el concepto de "relación". Las tres Personas divinas se distinguen entre sí únicamente por las relaciones que tienen Una con Otra: y precisamente por la relación de Padre a Hijo, de Hijo a Padre; de Padre e Hijo a Espíritu, de Espíritu a Padre e Hijo. En Dios, pues, el Padre es pura Paternidad, el Hijo pura Filiación, el Espíritu Santo puro "Nexo de Amor" de los Dos, de modo que las distinciones personales no dividen la misma y única Naturaleza divina de los Tres.

El XI Concilio de Toledo (a. 675) precisa con finura: "Lo que es el Padre, lo es no con referencia a Sí, sino con relación al Hijo; y lo que es el Hijo, no lo es con referencia a Sí, sino con relación al Padre; del mismo modo el Espíritu Santo, en cuanto es llamado Espíritu del Padre y del Hijo, lo es no con referencia a Sí, sino relativamente al Padre y al Hijo" (
DS 528).

El Concilio de Florencia (del año 1442) pudo, pues, afirmar: "Estas tres Personas son un único Dios (...) porque única es la sustancia de los Tres, única la esencia, única la naturaleza, única la divinidad, única la inmensidad, única la eternidad; efectivamente, en Dios todo es una sola cosa, donde no hay oposición de relación" (DS 1330).

3. Las relaciones que distinguen así al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y que los dirigen realmente Uno al Otro en su mismo ser, tienen en sí mismas todas las riquezas de luz y de vida de la naturaleza divina, con la que se identifican totalmente. Son Relaciones "subsistentes", que en virtud de su impulso vital salen al encuentro una de la otra en una comunión, en la cual la totalidad de la Persona es apertura a la otra, paradigma supremo de la sinceridad y libertad espiritual a la que deben tender las relaciones interpersonales humanas, siempre muy lejanas de este modelo transcendente.

A este respecto observa el Concilio Vaticano II: "El Señor Jesús, cuando ruega al Padre que 'todos sean uno, como nosotros también somos uno' (Jn 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (Gaudium et Spes GS 24).

4. Si la perfectísima unidad de la tres Personas divinas es el vértice transcendente que ilumina toda forma de auténtica comunión entre nosotros, seres humanos, es justo que nuestra reflexión retorne con frecuencia a la contemplación de este misterio, al que tan frecuentemente se alude en el Evangelio. Baste recordar las palabras de Jesús: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30); y también: "Creed al menos a las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10,30). Y en otro contexto: "Las palabras que yo os digo no las hablo de mí mismo; el Padre que mora en mí, hace sus obras. Creedme, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí" (Jn 14,10-11).

Los antiguos escritores eclesiásticos se detienen con frecuencia a tratar de esta recíproca compenetración de las Personas divinas. Los Griegos la definen como "perichóresis", el Occidente (especialmente desde el siglo XI) como "circumincessio" (= recíproco compenetrarse) o "circuminsessio" (= inhabitación recíproca). El Concilio de Florencia expresó esta verdad trinitaria con las siguientes palabras: "Por esta unidad (...) el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (DS 1331). Las tres Personas divinas, los tres "Distintos", siendo puras relaciones recíprocas, son el mismo Ser, la misma Vida, el mismo Dios.

Ante este fulgurante misterio de comunión, en el que se pierde nuestra pequeña mente, sube espontáneamente a los labios la aclamación de la liturgia:

"Gloria Tibi, Trinitas / aequalis, / una Deitas / et ante omnia saecula, / et nunc et in perpetuum".

"Gloria a Ti, Trinidad, / igual en las Personas, único Dios /, antes de todos los siglos, ahora y por siempre". (Primeras Vísperas de la Santísima Trinidad, 1 Antif.).

Saludos

86 Saludo con particular afecto a los peregrinos llegados de España y de América Latina. Os deseo que el Dios de la esperanza os llene de cumplida alegría y paz en la fe para que abundéis en esperanza por la virtud del Espíritu Santo.

Me es grato asimismo saludar a los religiosos y religiosas presentes, de modo especial al grupo de capuchinos españoles y a las religiosas “Hijas de Jesús”, que están asistiendo a unos cursos de renovación en Roma. Os agradezco vuestra presencia, prueba clara de vuestra filial cercanía y adhesión a la Sede del Apóstol Pedro. Que sigáis haciendo de vuestra vida una donación plena y generosa a Dios y a la Iglesia.

Al grupo de expertos latinoamericanos que participan en el curso de dirección de recursos energéticos y de ahorro de energía organizado por el Centro de Perfección profesional y técnico de Turín me complace expresar ahora mi vivo reconocimiento por su presencia en este Encuentro. Que vuestro curso de estudios sea un motivo más para dar una respuesta humana y cristiana a los problemas acuciantes que afectan a muchos de vuestros países y de vuestros hermanos.

A todos os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.



Miércoles 11 de diciembre de 1985

Dios tres veces santo

1 "Santo, Santo, Santo es el Señor, / Dios del universo. / Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria" (Liturgia de la Misa).

Cada día la Iglesia confiesa la santidad de Dios. Lo hace especialmente en la liturgia de la Misa, después del prefacio, cuando comienza la plegaria eucarística. Repitiendo tres veces la palabra "santo", el Pueblo de Dios dirige su alabanza al Dios uno y trino, cuya suprema transcendencia e inasequible perfección confiesa.

Las palabras de la liturgia eucarística provienen del libro de Isaías, donde se describe la teofanía, en la que el Profeta fue admitido a contemplar la majestad de la gloria de Dios, para anunciarla al pueblo:

"...Vi al Señor sentado sobre su trono alto y sublime... Había ante Él Serafines... / Los unos a los otros se gritaban y respondían: / Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos. / Está llena la tierra de su gloria" (Is 6,1-3).

La santidad de Dios connota también su gloria (kabod Jahve) que habita el misterio íntimo de su divinidad y, al mismo tiempo, se irradia sobre toda la creación.

87 2. El Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento, que recoge muchos elementos del Antiguo, propone de nuevo el "Trisagio" de Isaías, completado con los elementos de otra teofanía, tomados del Profeta Ezequiel (Ez 1,26). En este contexto, pues, oímos proclamar de nuevo:

"Santo, Santo, Santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que viene" (Ap 4,8).

3. En el Antiguo Testamento a la expresión "santo" corresponde la palabra hebrea "gados", en cuya etimología se contiene, por un lado, la idea de "separación" y, por otro, la idea de "luz": "estar encendido, ser luminoso". Por esto, las teofanías del Antiguo Testamento llevan consigo el elemento del fuego, como la teofanía de Moisés (Ex 3,2), y la del Sinaí (Dt 4,12), y también del resplandor, como la visión de Ezequiel (Ez 1,27-28), la citada visión de Isaías (Is 6,1-3) y la de Habacuc (Ha 3,4). En los libros griegos del Nuevo Testamento a la expresión "santo" corresponde la palabra "hagios".

A la luz de la etimología veterotestamentaria se hace clara la siguiente frase de la Carta a los Hebreos: "...nuestro Dios es un fuego devorador" (He 12,29 He 12, Dt 4,24), así como la palabra de San Juan en el Jordán, respecto al Mesías: "...Él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego" (Mt 3,11). Se sabe también que en la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, que tuvo lugar en el Cenáculo de Jerusalén, aparecieron "lenguas como de fuego" (Ac 2,3).

4. Si los cultivadores modernos de la filosofía de la religión (por ejemplo Rudolph Otto) ven en la experiencia que el hombre tiene de la santidad de Dios los componentes del "fascinosum" y del "tremendum", esto encuentra comprobación tanto en la etimología, que acabamos de recordar, del término veterotestamentario, como en las teofanías bíblicas, en las cuales aparece el elemento del fuego. El fuego simboliza, por un lado, el esplendor, la irradiación de la gloria de Dios (fascinosum), por otro, el calor que abrasa y aleja, en cierto sentido, el terror que suscita su santidad (tremendum). El "gados" del Antiguo Testamento incluye tanto el "fascinosum" que atrae, como el "tremendum" que rechaza, indicando "la separación" y, por lo mismo, la inaccesibilidad.

5. Ya otras veces, en las catequesis anteriores de este ciclo, hemos hecho referencia a la teofanía del libro del Éxodo. Moisés en el desierto, a los pies del Monte Horeb, vio una "zarza que ardía sin consumirse" (Cf. Ex 3,2), y cuando se acerca a esa zarza, oye la voz: "No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa" (Ex 3,5). Estas palabras ponen de relieve la santidad de Dios, que desde la zarza ardiente revela a Moisés su Nombre ("Yo soy el que soy"), y con este Nombre lo envía a liberar a Israel de la tierra egipcia. Hay en esta manifestación el elemento del "tremendum": la santidad de Dios permanece inaccesible para el hombre ("no te acerques"). Características semejantes tiene también toda la descripción de la Alianza hecha en el monte Sinaí (Ex 19-20).

6. Luego, sobre todo en la enseñanza de los Profetas, este rasgo de la santidad de Dios, inaccesible para el hombre, cede en favor de su cercanía, de su accesibilidad, de su condescendencia.

Leemos en Isaías:

"Porque así dice el Altísimo, / cuya morada y cuyo nombre es santo: / Yo habito en un lugar elevado y santo, / pero también con el contrito y humillado, / para hacer revivir el espíritu de los humillados / y reanimar los corazones contritos" (Is 57,15).

De modo parecido en Oseas:

"...soy Dios y no hombre, / soy santo en medio de ti / y no llevaré a efecto el ardor de mi cólera." (Os 11,9).

88 7. El testimonio máximo de su cercanía, Dios lo ha dado, enviando a la tierra a su Verbo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el cual tomó un cuerpo como el nuestro y vino a habitar entre nosotros.

Agradecidos por esta condescendencia de Dios, que ha querido acercarse a nosotros, no limitándose a hablarnos por medio de los Profetas, sino dirigiéndose a nosotros en la persona misma de su Hijo unigénito, repitamos con fe humilde y gozosa: "Tu solus Sanctus...". "Sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén".

Saludos

Ahora deseo presentar mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española presentes en esta Audiencia.

Me es grato saludar en primer lugar al grupo de sacerdotes procedentes de Nicaragua. Os aliento a ser siempre fieles a vuestra vocación y a renovar ilusionadamente vuestro empeño de servicio a Dios y a los hermanos.

Saludo igualmente a la Delegación del Ecuador, así como a los peregrinos provenientes de Guatemala. Que vuestra visita a Roma confirme la catolicidad de vuestra fe cristiana.

A todas las personas y grupos procedentes de los diversos Países de América Latina y de España, en este tiempo de Adviento en que esperamos la venida del Señor, imparto con afecto la bendición apostólica.





Miércoles 18 de diciembre de 1985

La santidad de Dios

1. En la catequesis pasada reflexionamos sobre la santidad de Dios y sobre las dos características —la inaccesibilidad y la condescendencia— que la distinguen. Ahora queremos ponernos a la escucha de la exhortación que Dios dirige a toda la comunidad de los hijos de Israel a través de las varias fases de la Antigua Alianza:

"Sed santos, porque santo soy yo, el Señor, / vuestro Dios" (Lv 19,2).

89 "Yo soy el Señor que os santifica" (Lv 20,8), etc.

El Nuevo Testamento, en el que Dios revela hasta el fondo el significado de su santidad, acoge de lleno esta exhortación, confiriéndole características propias, en sintonía con el "hecho nuevo" de la cruz de Cristo. Efectivamente, Dios, que "es Amor", se ha revelado plenamente a Sí mismo en la donación sin reservas del Calvario. Sin embargo, también en el nuevo contexto, la enseñanza apostólica propone de nuevo con fuerza la exhortación heredada de la Antigua Alianza. Por ejemplo, escribía San Pedro: "...conforme a la santidad del que os llamó, sed santos en todo vuestro proceder, pues escrito está: Sed santos, porque santo soy yo' " (1P 1,15).

2. ¿Qué es la santidad de Dios? Es absoluta "separación"de todo mal moral, exclusión y rechazo radical del pecado y, al mismo tiempo, bondad absoluta. En virtud de ella, Dios, infinitamente bueno en Sí mismo, lo es también con relación a las criaturas (bonum diffusivum sui), naturalmente según la medida de su "capacidad" óntica. En este sentido hay que entender la respuesta que da Cristo al joven del Evangelio: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10,18).

Ya hemos recordado en las catequesis precedentes la palabra del Evangelio: "Sed, pues, perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). La exhortación que se refiere a la perfección de Dios en sentido moral, es decir, a su santidad, expresa, pues, el mismo concepto contenido en las palabras del Antiguo Testamento antes citadas, y que toma de nuevo la primera Carta de San Pedro. La perfección moral consiste en la exclusión de todo pecado y en la absoluta afirmación del bien moral. Para los hombres, para las criaturas racionales, esta afirmación se traduce en la conformidad de la voluntad con la ley moral. Dios es santo en Sí mismo, es la santidad sustancial, porque su voluntad se identifica con la ley moral. Esta ley existe en Dios mismo como en su eterna Fuente y, por eso, se llama ley Eterna (Lex Aeterna) (Cf. Summa Theol. I-II 93,1).

3. Dios se da a conocer al hombre como Fuente de la ley moral y, en este sentido, como la Santidad misma, antes del pecado original a los progenitores (Gn 2,16), y más tarde al Pueblo elegido, sobre todo en la Alianza del Sinaí (Cf. Ex 20,1-20). La ley moral revelada por Dios en la Antigua Alianza y, sobre todo, en la enseñanza evangélica de Cristo, tiende a demostrar gradual, pero claramente, la sustancial superioridad e importancia del amor.El mandamiento: "amarás" (Dt 6,5 Lv 19,18 Mc 12,30-31, y par.), hace descubrir que también la santidad de Dios consiste en el amor. Todo lo que dijimos en la catequesis titulada "Dios es Amor", se refiere a la santidad del Dios de la Revelación.

4. Dios es la santidad porque es amor (1Jn 4,16). Mediante el amor está separado absolutamente del mal moral, del pecado, y está esencial, absoluta y transcendentalmente identificado con el bien moral en su fuente, que es Él mismo. En efecto, amor significa precisamente esto: querer el bien, adherirse al bien. De esta eterna voluntad de Bien brota la infinita bondad de Dios respecto a las criaturas y, en particular, respecto al hombre. Del amor nace su clemencia, su disponibilidad a dar y a perdonar, la cual ha encontrado, entre otras cosas, una expresión magnífica en la parábola de Jesús sobre el hijo pródigo, que refiere Lucas (Cf. Lc 15,11-32). El amor se expresa en la Providencia, con la cual Dios continúa y sostiene la obra de la creación.

De modo particular el amor se manifiesta en la obra de la redención y de la justificación del hombre, a quien Dios ofrece la propia justicia en el misterio de la cruz de Cristo, como dice con claridad San Pablo (Cf. la Carta a los Romanos y la Carta a los Gálatas). Así, pues, el amor que es el elemento esencial y decisivo de la santidad de Dios, por medio de la redención y la justificación, guía al hombre a su santificación con la fuerza del Espíritu Santo.

De este modo, en la economía de la salvación, Dios mismo, como trinitaria Santidad (= tres veces Santo), toma, en cierto modo, la iniciativa de realizar por nosotros y en nosotros lo que ha expresado con las palabras: "Sed santos, porque santo soy yo el Señor, vuestro Dios" (Lv 19,2).

5. A este Dios, que es Santidad porque es amor, se dirige el hombre con la más profunda confianza. Le confía el misterio íntimo de su humanidad, todo el misterio de su "corazón" humano:

"Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza, / Señor, mi roca, mi alcázar, mi liberador; / Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, / mi fuerza salvadora, mi baluarte..." (Sal 17/18, 2-3).

La salvación del hombre está estrechísimamente vinculada a la santidad de Dios, porque depende de su eterno, infinito Amor.

Saludos

90 Vaya ahora mi más cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

De modo particular saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas presentes en esta Audiencia, así como a los componentes de la peregrinación procedente de Argentina.

En la proximidad de la entrañable fiesta del Señor que viene, en prenda de abundantes gracias divinas, imparto a todos la bendición apostólica.







Audiencias 1985 81