Discursos 1985 14

14 3. Vosotros, como parte del mundo campesino latinoamericano al que pertenecéis, amáis la tierra y queréis permanecer en contacto con ella. Vuestra cultura está vinculada a la posesión efectiva y digna de la tierra.

Sé que desde hace años está en marcha una reforma agraria, en la que ha tomado una digna parte la Iglesia en Ecuador. Quiero alentar esa laudable iniciativa, que a la luz de la experiencia habrá de ir corrigiendo las deficiencias, para ir completándose con el debido asesoramiento técnico, con la ayuda mediante otros medíos económicos, con el respeto de la integración comunitaria tan propia de vosotros, para hacer también posible un mejor rendimiento y la posterior comercialización de los productos.

El irrenunciable respeto a vuestro medio ambiente, puede a veces entrar en conflicto con exigencias como la explotación de recursos. Es un conflicto que plantea a numerosos pueblos un verdadero desafío, y al que hay que hallar caminos de solución que respeten las necesidades de las personas, por encima de las solas razones económicas.

En el camino de vuestra promoción, vosotros anheláis ser los gestores y agentes de vuestro propio adelanto, sin interferencias de quienes querrían lanzaros hacia reacciones de violencia o manteneros en situaciones de inaceptable injusticia. Queréis tomar parte en la marcha de vuestra nación, hombro a hombro con todos vuestros hermanos ecuatorianos y en efectiva igualdad de derechos. Es una justa e irrenunciable aspiración, cuya realización fundamentará la paz, que ha de ser fruto de la justicia. En ese proceso, recordad siempre que Jesús nos llama a la paz, que El es nuestra paz (Cfr. Eph.2, 14). Sólo en El, con El y por El la conseguiréis de verdad.

4. Por lo que se refiere a vuestro puesto en la Iglesia, ella desea que podáis ocupar el lugar que os corresponde, en los diversos ministerios, incluso en el sacerdocio. ¡Qué feliz día aquel, en que vuestras comunidades puedan estar servidas por misioneros y misioneras, por sacerdotes y Obispos de vuestra sangre, para que junto con los hermanos de otros pueblos, podáis adorar al único y verdadero Dios, cada cual con sus propias características, pero unidos todos en la misma fe y en un mismo amor.

Me alegra profundamente que todos estos anhelos vuestros hayan sido recogidos en las Opciones Pastorales, que vuestros Obispos se trazaron, después de oír los diversos sectores del pueblo de Dios: el anhelo de comunión y participación en las relaciones con Dios, en las relaciones entre personas y en las relaciones con el mundo (Opciones Pastorales, 81).

Quiero confiar esos deseos y necesidades a María Santísima, la Madre que desde el principio de la evangelización dejó sentir su protección especial para vosotros. Ella ha sido amada bajo diversos nombres: Virgen de Las Lajas, del Cisne, del Quinche, la Dolorosa, la Virgen de Agua Santa de Baños, de Macas, del Rocío, de la Nube, de la Merced, del Carmen, de la Elevación, del Guayco, de La Paz. Tenedla siempre por Madre y recurrid a ella con amor de buenos hijos.

IV. DESPEDIDA


Queridos hijos e hijas, que habéis venido a encontrares con el Sucesor del apóstol Pedro: estoy contento de haber podido estar con vosotros. Siento no poder prolongar la alegría de este encuentro, pero os aseguro que os llevo en mi corazón.

Sé que me vais a pedir que entregue la Biblia a las comunidades cristianas de vuestros pueblos. Con la alegría de saber que la Iglesia en Ecuador ha editado 200.000 ejemplares de la Biblia en ocasión de mi visita, deseo confiar la Palabra de Dios a vuestros animadores, catequistas, misioneros y lectores acólitos, para que, unidos a sus Obispos y sacerdotes, la comuniquen a sus comunidades como fuerza de fe, de esperanza cristiana, de libertad, de amor, de justicia y de paz.

Antes de dejarles, llegue mí voz de aliento y gratitud a todos los que os sirven con amor: al Obispo de esta diócesis de Latacunga, a los otros Obispos, sacerdotes, religiosas, seglares que, con diversos nombres, entregan su vida a procurar vuestro bien.

Os reitero mi agradecimiento, porque con vuestras autoridades y vuestro Comité habéis acogido tan cordialmente a mí y a tan numerosos hermanos.

15 - Cuscigiámi cání cancunáuan tupariscpa,
giachími cáni mana asctáuan sciúiai
uscianíciu.

(Estoy lleno de felicidad en este encuentro,
con vosotros y siento mucho no poder
prolongarlo).

- Súmac camáric cúnamánta gnucáman
cuuasckanghícic «pai sciungúa» níní.

(Os agradezco por los hermosos
obsequios que me habéis dado).

- Tandanacúscka puringhícic chiscpiríscka
16 cangápac Díuspac guaguacúna scína,
Cristúpi uáuchipáni scína tucungápac.

(Caminad unidos, para ser libres
como hijos de Dios
y como hermanos en Cristo).

- Papa Santúpac sciungúpac cancanáman
uignaípac cuciugiámi tian.

(Con su corazón el Papa
siempre está cerca de vosotros).





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO


Quito, miércoles 30 de enero de 1985



Señores Embajadores,
17 señoras y señores:

Es para mi motivo de complacencia encontrarme con vosotros, ilustres miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno del Ecuador. Al dirigirles, a todos y cada uno, mi saludo más cordial, pienso también en todas las naciones a las que pertenecéis y representáis. A todos esos pueblos expreso la estima y los más sinceros votos de la Iglesia, la cual se profesa católica, es decir, universal abierta a todas las sociedades humanas, a las que desea un progreso armonioso, gracias al desarrollo de todo cuanto hay de bueno en ellas, en su cultura y en sus propios ciudadanos.

La Santa Sede, deseosa de favorecer un clima de fecundo diálogo con las instancias civiles responsables de la sociedad, desea poder mantener con los Estados relaciones duraderas, como un instrumento fundado en la comprensión y confianza mutuas, al servicio del hombre y de su elevación en todas las dimensiones.

Por su parte los Estados, cuya justificación reside en la soberanía de la sociedad, nunca pueden perder de vista este su primer objetivo, que es el bien común de todos los ciudadanos sin distinciones, y no sólo el de algunos grupos o categorías particulares. Por eso la función pública sólo puede ser entendida como lo que realmente es: un servicio al pueblo, que halla su plena realización en la solicitud por el bien de todos.

Invitado por las autoridades civiles y por mis hermanos en el Episcopado, he venido al Ecuador como Sucesor de Pedro, a quien el Señor confió una misión para todo el género humano: la de proclamar la dignidad y la fundamental igualdad de todos los seres humanos y su derecho a vivir en un mundo de justicia y de paz, de fraternidad y solidaridad.

Creo que en ello tenemos una misión común. Cada uno de vosotros, como diplomáticos, sois enviados a representar y promover los intereses de vuestros respectivos Estados. Como grupos, sois también portadores de una misión que trasciende las fronteras regionales y nacionales, porque forma parte de vuestra misión promover la comprensión más estrecha a escala mundial: en una palabra, ser promotores de unidad, de paz, de convivencia y solidaridad. Tarea noble, pero también difícil, la vuestra. Pensad, sin embargo, que mientras servís a vuestra nación, sois también artífices del bien común de toda la familia humana.

Señoras y señores: Al reiteraros mí profunda estima por vuestras personas y misión, os expreso mis mejores deseos para las altas funciones que asumís. Y pido al Todopoderoso que os asista a vosotros y a vuestros seres queridos.





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS TRABAJADORES EN LA PLAZA DE SAN FRANCISCO


Quito, miércoles 30 de enero de 1985



Queridos trabajadores:

1. Desde estos lugares históricos en los que, hace cuatro siglos y medio, el padre Ricke y sus compañeros sembraron el primer trigo en la tierra fecunda del Ecuador, y con él la semilla del Evangelio, dirijo mi afectuoso saludo a vosotros, trabajadores, trabajadoras, campesinos, a vuestras familias y a todos los hombres y mujeres del mundo del trabajo esparcidos por la geografía del país.

El admirable conjunto arquitectónico, llamado «el Escorial de los Andes», sirve de marco a nuestro encuentro: es el fruto del esfuerzo y del sudor de tantos trabajadores que levantaron aquí el templo, el convento y la plaza de San Francisco. Ellos, con el silencioso lenguaje de la piedra, siguen entonando un himno a la fe, al arte y particularmente al trabajo del hombre ecuatoriano. Ellos fueron también el marco de la Escuela quiteña de arte, que tanta belleza produjo y que elevó la condición social de tantas personas.

18 Vuestra presencia, hermanos trabajadores, vuelve mí memoria a los años de mí juventud. A mí experiencia inolvidable de trabajador, que como vosotros soportó las alegrías y las tristezas, los logros y las frustraciones que acompañan vuestra dura vida de trabajo. Este recuerdo permanente, junto con las obligaciones de mi ministerio pastoral, me han impulsado a dedicar en tantas ocasiones una atención especial a los problemas del trabajo. A ellos he consagrado también mí Encíclica «Laborem Exercens». Espero que todos los trabajadores y fieles de este amado país, en el que dicho Documento ha hallado una acogida calurosa, como en otros países de América Latina, encuentren en sus páginas luz, para un conocimiento más amplio y profundo del pensamiento actual de la Iglesia sobre el trabajo y los trabajadores.

2. La problemática de frecuente injusticia y explotación del trabajador ha preocupado desde antiguo a la Iglesia. Ella, para tratar de buscar una respuesta a esos problemas, ha emanado una serie de documentos que componen la llamada doctrina social de la Iglesia.

Esa doctrina, que los Papas tenemos el derecho y deber de proclamar a todas las gentes de buena voluntad —come parte importante del mensaje de salvación—, tiene principios válidos en todas partes; pero han de acomodarse a las diversas circunstancias de cada pueblo.

Si miramos en concreto a vuestra situación, no podemos ignorar los momentos nada fáciles en que se encuentra vuestra patria en el terreno económico-social. Al igual que otros países de América Latina y del resto del mundo, el vuestro —junto a desequilibrios estructurales anteriores—, sufre en estos momentos el peso enorme de una deuda exterior que amenaza su desarrollo. Y las consecuencias de un proceso inflacionario que arrastra consigo el aumento de los precios y la disminución del poder adquisitivo de la moneda. A esto se añade el grave problema de la desocupación, del subempleo y de la falta de puestos de trabajo. Sabemos que todos estos problemas obedecen a causas muy complejas; y que una solución eficaz no puede encontrarse sin resolver a la vez cuestiones que dependen del orden económico internacional. Pero me duele sobre todo que sean principalmente los más pobres, los más débiles en recursos, quienes deban sufrir con mayor gravedad las consecuencias negativas de esta crisis económica.

Frente a todo ello, es verdad que la Iglesia no tiene la competencia ni los medios para ofrecer soluciones técnicas a tales problemas. Sin embargo, como parte integrante de su misión, puede y debe proclamar siempre los principios y valores morales, humanos y cristianos, de la vida social. Estos pueden ayudar eficazmente a iluminar las conciencias, a cambiar los corazones y a impulsar las voluntades de todos los ciudadanos; especialmente de quienes tienen la posibilidad, y la responsabilidad, de poner los medíos para crear un orden social más justo; capaz de superar también las dificultades que se presenten en las diversas coyunturas adversas. Como dije en Puebla, «urge sensibilizar a los fieles acerca de esta doctrina social de la Iglesia. Hay que poner particular cuidado en la formación de una conciencia social a todos los niveles y en todos los sectores.
Cuando arrecian las injusticias y crece dolorosamente la distancia entre pobres y ricos, la doctrina social, en forma creativa y abierta a los amplios campos de la presencia de la Iglesia, debe ser preciso instrumento de formación y de acción» (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio in urbe Puebla, ad Episcopos Americae Latinae, occasione oblata III Generalas Coetus aperitionis habita , III,
III 7,0, die 28 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 208). Una vez más, en nombre del Evangelio, debemos convocar a todos los ciudadanos a un esfuerzo sin descanso. Para alcanzar una sociedad más justa, donde la vida de todos sea más humana, más digna del hombre. Hemos de esforzarnos por conseguir que desaparezca gradualmente ese abismo intolerable que separa a quienes poseen excesivas riquezas, poco numerosos, de las grandes multitudes de pobres y de los que incluso viven en la miseria. Hay que hacer todo lo posible y hasta lo casi imposible para que, ante todo, este abismo no aumente, sino que vaya disminuyendo, en aras de una mayor igualdad social; de tal modo que la actual distribución, tantas veces injusta, de los bienes producidos por el trabajo de todos, ceda su puesto a una más justa distribución entre los varios sectores de la sociedad.

De este esfuerzo, constante e incansable, por una mayor justicia, fruto de la colaboración y de la solidaridad entre todos los miembros de la sociedad, dependen además el presente y el futuro de las nuevas generaciones (Cfr. EIUSDEM Allocutio in loco vulgo «Favela Vidigal» in urbe Rio de Janeiro» habita, 3, die 2 iul. 1980: Insegnamenti di Giovanni Paolo II , III, III 2,0 III 25,0 s.).

3. Queridos trabajadores y trabajadoras: Quiero ahora recordares algunos puntos que la doctrina social de la Iglesia considera básicos en su concepción del trabajo, y que os pueden guiar en esa lucha por un orden social más justo.

La Palabra de Dios, desde las páginas del Génesis hasta los pasajes del Nuevo Testamento que nos proponen el ejemplo de Cristo trabajador, nos dejan múltiples testimonios de la dignidad y significación profunda del trabajo humano. En efecto, el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la obra de la creación y de su perfeccionamiento, cumpliendo el mandamiento del Señor de someter y dominar la tierra (Cfr. Gen Gn 1,28). El trabajo es, además, «un bien del hombre, un bien de la humanidad, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza, adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre; es más, en cierto sentido se hace más hombre» (Laborem Exercens LE 9 LE 23).

Ello confiere al trabajo y a quien lo ejerce una dignidad que lo realiza como persona y lo hace solidario con los demás. Vosotros, trabajadores, sabéis lo que significa trabajar para satisfacer vuestras necesidades y las de vuestras familias; porque el trabajo «es el fundamento sobre el que se forma la vida de la familia, y la primera escuela de trabajo para todo hombre» (Ibid.10). Vuestro trabajo es también un servicio a los demás, a la ciudad o al pueblo en que vivís, a la nación entera; porque «la patria es una gran encarnación histórica y social del trabajo de todas las generaciones» (Ibid.). Realizad, pues, vuestro trabajo convencidos de vuestra dignidad; con ansias de superación personal y familiar; en espíritu de servicio y solidaridad; con sentido del deber y seriedad que en él ha de empeñares.

La sociedad, por su parte, deberá reconocer en vosotros, en vuestro trabajo, uno de los fundamentos de su propia prosperidad y de su futuro. Por ello, todo orden social que quiera servir al hombre, habrá de colocar como fundamento de su legislación, de sus instituciones y de su vida productiva, esta valoración del trabajo de sus ciudadanos, evitando siempre convertirlo en una simple mercancía, en objeto de compra y venta en el mercado; como sucede tantas veces en la sociedad de nuestros días, bajo el influjo de las diversas ideologías.

19 Por eso, las condiciones indispensables de dignidad personal que deben acompañar cualquier forma de trabajo, por humilde que sea; su justa retribución mediante un salario capaz de llenar las necesidades honestas de la familia; así como la afirmación de los derechos que el feliz desarrollo de la conciencia social ha ido concediendo a los trabajadores —como la seguridad social, pensiones, etc.— son exigencias morales que obligan en conciencia.Incluso gravemente, aun en los casos en que la legislación vigente no ha podido traducirlo todavía en textos jurídicos eficaces.

4. Ahora deseo dirigir unas palabras en particular a los trabajadores del campo, que constituyen una parte importante del mundo trabajador ecuatoriano.

En la historia del país no han faltado momentos, como aquel llamado «petrolerismo», en que muchos abandonaron las faenas agrícolas, para buscar otros medíos de subsistencia en el área de la industria y de los servicios. Es innegable, sin embargo, que el trabajo del campo continúa teniendo un puesto de primer plano en la vida del Ecuador. Sin duda, «el mundo agrícola, que ofrece a la sociedad los bienes necesarios para su sustento diario, reviste una importancia fundamental» (Laborem Exercens
LE 21) que no siempre se reconoce efectivamente.

Sé que con frecuencia las condiciones de vida del campesino ecuatoriano, como el de otros países de América Latina, presentan no leves dificultades: jornadas laborales extenuantes; falta de la necesaria tecnología; salarios insuficientes; carencia en la formación profesional del agricultor; deficiente tutela de sus derechos laborales y asociativos; falta de protección en caso de vejez, enfermedad o desocupación; y, en general, un nivel de vida inferior al de otros sectores de la sociedad.

Urge, por ello, introducir, con la colaboración de todos, los cambios necesarios para dar a la agricultura y a los hombres del campo su justo valor, dentro del conjunto de la sociedad ecuatoriana. Vaya, pues, desde aquí mí voz de aliento y estímulo a todas aquellas iniciativas orientadas a completar, en todas sus dimensiones, la reforma agraria, dotando a los campesinos de aquellos medios técnicos, financieros, legales y de cultura, que les permitan incrementar el rendimiento de su trabajo, y elevar la calidad de vida para ellos y sus familias. Y vosotros, queridos campesinos, sed solidarios y colaborad en iniciativas que vosotros mismos podáis promover.

5. Desde la «Rerum Novarum» de León XIII, la doctrina social de la Iglesia ha insistido en la importancia de la «solidaridad de los trabajadores» y de la «solidaridad con los trabajadores» (Cfr. Laborem Exercens LE 8) en la defensa de sus derechos y en la larga lucha contra las injusticias a las que han estado sometidos, desde el comienzo de la era industrial.

Todavía hoy sigue siendo indispensable esta solidaridad, que ha de encontrar cauce adecuado en las organizaciones sindicales y profesionales. Cuando son verdaderamente representativas de los legítimos intereses y aspiraciones de los trabajadores, y no fuerzas políticas quizá separadas de ellos. Deseo, por esto, manifestar mí aliento y confianza en las organizaciones laborales, que, manteniéndose fieles a los principios del Evangelio y a la doctrina social de la Iglesia, buscan para sus asociados la promoción integral de la persona humana; el respeto y la defensa de sus inalienables derechos; la justicia en las relaciones laborales; la solidaridad mutua y la participación activa, desde el campo o desde la ciudad, en la vida nacional.

6. Expreso, finalmente, mi mayor anhelo de que la Iglesia católica en Ecuador, con sus Pastores al frente, dedique esfuerzos renovados en la urgente labor evangelizadora en el mundo del trabajo. Sin perder de vista aquellas realizaciones del pasado que dieron origen a las organizaciones laborales inspiradas en los principios cristianos —ricos en humanidad y basados en la dignidad de la persona del trabajador—, pido a mis hermanos obispos, a los sacerdotes, a los agentes de pastoral, a los líderes laborales y a los trabajadores, que hagan causa común, inspirándose en los principios actualizados de la doctrina social de la Iglesia. Para que el mundo del trabajo logre hallar derroteros de justicia, de libertad, de fraternidad, de corresponsabilidad en el destino común; manteniéndose firme al amor de Cristo, que enseña la verdadera paz, la liberación moral y material del trabajador y de todos los hombres.

Queridos trabajadores del Ecuador: Sed bien conscientes de vuestra dignidad como hombres y como cristianos. Vuestra fe cristiana y las realidades que ella os enseña son una gran riqueza. Que nadie sea capaz de quitárosla. Esforzaos por todos los medíos en mejorar vuestra situación humana, como quiere la Iglesia. Pero que nadie os haga olvidar vuestra riqueza interior, vuestro espíritu, que es capaz de Dios y de un destino eterno. Que nunca aceptéis sistemas de violencia que contradicen vuestra fe católica. Y no os separéis de vuestra Iglesia; sino cread con su guía iniciativas de promoción y dignidad crecientes, que os den mayor bienestar para el cuerpo y salvación para el espíritu. Así sea, con mi Bendición para vosotros y vuestras familias.





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON EL MUNDO DE LA CULTURA


EN LA IGLESIA DE «LA COMPAÑÍA»


Quito, miércoles 30 de enero de 1985



Excelentísimos e ilustres señores,
20 señoras y señores:

1. Tengo el honor de encontrarme h?y con vosotros, distinguidas personalidades que representáis el mundo de la cultura ecuatoriana. Saludo ante todo a los miembros de las Academias Nacionales de la Lengua y de la Historia, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y del Centro de Investigación y Cultura del Banco Central del Ecuador, a las autoridades y profesores de las Universidades católicas o estatales, y de manera especial de la Pontificia Universidad Católica. Mi saludo deferente se extiende a todos los aquí presentes, hombres y mujeres, comprometidos en los campos de las letras, de las ciencias, de las artes y del liderazgo social.

Vaya en primer lugar a vosotros mí agradecimiento sincero por vuestra presencia, junto con mí admiración y respeto por todo lo que representáis en el campo de la cultura ecuatoriana; una cultura que posee hoy un panorama muy variado, una intensa actividad intelectual y artística, reconocida en el ámbito internacional y que expresa la creatividad de una nación que quiere salvaguardar su dignidad y su paz, en armonía y colaboración fraterna con los países limítrofes y con todas las otras naciones.

2. Este magnífico templo de «la Compañía», marco estupendo para nuestra reunión, expresa el aprecio que desde siglos la Iglesia en Ecuador ha mostrado a los valores artísticos y a su raigambre autóctona. El se yergue como uno de esos eximíos logros en los que se ha plasmado la cultura. Tal obra, una entre tantas que son orgullo de vuestra nación, es ejemplo de esa transfiguración de la materia con la que el hombre expresa su historia, conserva y comunica sus aspiraciones y experiencias más hondas, encarna y transmite una herencia espiritual a las generaciones venideras.

La herencia espiritual que ha ido forjando la nación ecuatoriana es el resultado de un fecundo encuentro entre la fe católica y la religiosidad indígena de este país; encuentro que ha creado una cultura artística autóctona portadora y transmisora de grandes valores humanos, ennoblecidos por el Evangelio.

Son valores sustanciales que impregnan y aglutinan vuestras formas de vida familiar y social, privada y pública. Una sabiduría profunda de vuestra gente, una memoria histórica de luchas y triunfos, una común aspiración de patria, están simbolizadas en los mismos grandes temas religiosos que viven en el pueblo como focos de actividad cultural, y que inspiran la instrucción, el arte, las artesanías, la fiesta y el descanso, la convocación multitudinaria y hasta la organización misma de las comunidades.

Ejemplos sobresalientes de tales símbolos se admiran en tantas obras, en las que la «esquela quiteña» expresó su culto a los grandes temas del cristianismo. Aquí, en esta misma ciudad, «los Profetas» de la Biblia, vivientes en lienzos, nos hablan de la historia de la salvación. Esparcidos por tantos rincones de la patria y más allá de sus fronteras, están los conjuntos escultóricos sobre el nacimiento y la pasión del Señor, los múltiples signos de la arraigada piedad mariana de este pueblo, con la admirable «Virgen de Quito» que es a la vez acercamiento al humilde y signo de júbilo, de esperanza y fraternidad para todos los ecuatorianos.

Ante estos signos artísticos y la cultura existencial que representan, ante los eximios valores humanos de esta nación, de sello cristiano, es justo recordar a vuestro ¡lustre compatriota que definió a la Iglesia como «modeladora de la nacionalidad» en Ecuador. El «Itinerario para párrocos de indios» del Obispo de Quito, Alonso de la Peña; la primera Carta Fundamental del Ecuador republicano, redactado por sacerdotes del cabildo eclesiástico quiteño en 1812, la vigorosa orientación social y científica en las cátedras de jesuitas de la Universidad nacional y su primera Escuela politécnica, son hitos luminosos, entre otros, de esta tarea de modelación y servicio.

3. Todo esto no es solamente recuerdo de un pasado. Es esfuerzo de actualidad y reto para el futuro, que pasa por el grave compromiso que los hijos de la Iglesia tienen de seguir evangelizando la cultura, de seguir encarnando la fe en la cultura, porque, como he dicho en otra ocasión, la fe que no se convierte en cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no vivida en cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no vivida en total fidelidad.

Por ello me es grato recordar que en el firmamento de la cultura brilla un ¡lustre religioso ecuatoriano, el Santo Hermano Miguel, académico, educador y catequista, a quien he tenido el honor de canonizar hace poco.

A él se una vuestra «Heroína nacional» cuyos restos se veneran en esta misma iglesia: Santa Mariana de Jesús Paredes, quien encarnó su fe religiosa en esa expresión suprema de cultura que es la fraternidad en el servicio, y ofrendó su vida para la salvación de su pueblo.

21 Todos vosotros, señoras y señores, conocéis mi preocupación por el tema de la cultura en la Iglesia y de su irradiación como diálogo con la sociedad actual. En mi visita a la UNESCO quise poner los fundamentos de una nueva evangelización del mundo cultural; y con la creación del Pontificio Instituto para la Cultura he querido establecer las bases de un diálogo permanente entre fe y cultura, entre la Iglesia y la sociedad en sus altos representantes que son, como vosotros, los interlocutores en una tarea común, de importancia decisiva para la humanidad.

4. Para la Iglesia, la cultura tiene como punto de referencia el hombre, tal como ha sido querido y creado por Dios; con sus valores humanos y sus aspiraciones espirituales, con sus necesidades y realidad histórica, con sus connotaciones ambientales, con sus múltiples riquezas tradicionales. Sabemos que este acervo de valores no está exento de ambigüedades y errores; que puede ser manipulado para fines que ala larga atentan contra la dignidad del hombre.

Por eso la Iglesia se pone ante la cultura en atenta y respetuosa actitud de acogida y de diálogo, pero no puede renunciar a esa evangelización de la cultura que consiste en anunciar la buena noticia del Evangelio, de los valores profundos del hombre, de su dignidad, de la constante elevación que exige su condición de hijo de Dios. A tal fin, pone en el horizonte de la cultura la palabra, la gracia y la persona del Hombre nuevo, Jesucristo, que «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (Cfr. Gaudium et Spes
GS 22 Redemptor Hominis RH 8 RH 13).

Es convicción de la Iglesia que su diálogo y evangelización de la cultura constituyen un alto servicio a la humanidad, y de manera especial a la humanidad de nuestro tiempo, amenazada paradójicamente por lo que podrían considerarse logros de su cultura autónoma: y que con frecuencia se convierten en atentados contra el hombre, contra su dignidad, su libertad, su vocación espiritual.

Por eso, la Iglesia sigue proclamando el misterio de Cristo que revela la verdad profunda del hombre; ella tiene la firme convicción de que el contacto del Evangelio con el hombre, con la sociedad, crea cultura auténtica; sabe que la cultura que nace de ese encuentro con el Evangelio es humana y humanizadora, capaz de llegar hasta las profundidades del corazón e irradiarse benéficamente a todos los ámbitos de la sociedad, a los campos del pensamiento, del arte, de la técnica, de todo lo que constituye verdadera cultura, auténtico esfuerzo para promover y expresar cuanto el Creador ha puesto en el corazón y en la inteligencia de los hombres, para bien y armonía de toda la creación. Es una actitud que la Iglesia quiere reflejar también en su contacto con las culturas de las minorías, dignas de todo respeto y promoción.

5. En esta hora de vuestra patria y con los ojos puestos en el futuro, quiero referirme a algunos datos que os confío como mensaje, esperando produzca frutos abundantes.

Ante todo me parece justo recordar que la obra de la evangelización de la cultura en vuestra nación supone ala vez dos cosas: que la tarea evangelizadora no puede realizarse al margen de lo que es y lo que está llamada a ser vuestra cultura nacional; y que, paralelamente, la cultura ecuatoriana no podrá, sin traicionarse a sí misma, dejar de prestar atención a los valores religiosos y cristianos que lleva en su misma entraña; antes bien, deberá tener un fecundo y enriquecedor intercambio con estos valores.

La Iglesia, además, quiere ser garantía y lugar de diálogo, de reconciliación y convergencia de todos los esfuerzos culturales que miren a la elevación del hombre. Permitidme decir que es hora de que hagamos desaparecer las incomprensiones y recelos que han podido surgir, en esta nación, entre Iglesia y representantes de la cultura. Construyamos juntos el camino de la Verdad, que siendo única hará confluir hacia ella los propósitos bienintencionados de todos; construyamos juntos la civilización de la dignidad del hombre, del culto insobornable ala moralidad, del respeto a la conciencia sincera; en una palabra, la civilización del amor, asumiendo con responsabilidad las tareas de fidelidad ala propia condición y al propio futuro. Nuestro encuentro es ya un signo y compromiso de colaboración entre la Iglesia y las Instituciones culturales del Ecuador, para servir al hombre de esta nación, especialmente al más necesitado, al que más pone su esperanza de progreso y libertad en la misión de la Iglesia y en la rectitud de la inteligencia de los hombres influyentes de su patria.

En esa tarea han de hallar su puesto los cristianos y las Instituciones eclesiales de cultura, sabiendo hermanar las exigencias de la fe y los requisitos de la cultura. Dentro de un clima de libertad y respeto, participando limpiamente en la vida democrática de la nación, en fructuoso diálogo con todos los intelectuales, sin privilegios ni discriminaciones, sin renunciar a proponer y pedir respeto hacía los propios valores.

6. Este vasto proyecto adquiere carácter de urgencia y del solidaridad ante los nuevos retos de la convivencia social, del impacto del materialismo, de la progresiva amenaza de la violencia.

Hasta ahora ha podido preservarse, en este extremo occidental de América del Sur, la síntesis dinámica de convivencia social surgida del encuentro de diversas razas, cosmovisiones y culturas, bajo un signo de carácter cristiano.

22 Ante las nuevas exigencias de la sociedad actual, que reclama justamente metas de mayor dignidad para las personas, se impone un gran esfuerzo en favor de la justicia, del cambio de estructuras injustas y de la liberación del hombre de todas las esclavitudes que le amenazan. Sin que podamos olvidar, ante la tarea que nos incumbe, que fuerzas sociales alimentadas bajo el signo de cualesquiera materialismos, teóricos o prácticos, quieren instrumentalizar, a servicio de sus propias finalidades, los dirigidos análisis de la realidad social; mientras elaboran estructuras politices y económicas en las que el hombre, desposeído de su ser íntimo y trascendente, pasa a ser una pieza más del mecanismo que le priva de su libertad y dignidad interiores, de su creatividad como ser libre ante la cultura sin fronteras.

Al acercarse el V centenario de la epopeya evangelizadora, se vislumbra 1a posibilidad de que América Latina ofrezca al mundo un modelo de civilización que sea cristiana por sus obras y estilo de vida, más que por sus títulos meramente tradicionales.

La Iglesia hace un llamado apremiante a todos los cristianos del Ecuador comprometidos en una tarea intelectual de amplios reflejos culturales, sociales y políticos, para que asuman con fe y valentía la cuota de colaboración y riesgo que les corresponde en esta común empresa.

Que esos hombres y mujeres contribuyan eficazmente al robustecimiento de la nacionalidad, desde sus raíces de moralidad evangélica vivida y alimentada por la doctrina de la Iglesia. Que el sabio humanismo de este pueblo extienda su eficacia a los nuevos campos conflictivos en los que hoy se está debatiendo ya su mañana. Quiera Dios que la síntesis entre fe y cultura conduzca hacía una nueva era de paz, de progreso, de elevación de los más pobres, de enriquecedora convivencia dentro y fuera de las fronteras de este querido país.

7. Aunque sólo sea sumariamente, no puedo dejar de mencionar algunas tareas de responsabilidad cultural que competen solidariamente a vosotros y a las instituciones que representáis.

La moralidad en la vida privada y pública es la primera y fundamental dimensión de la cultura, como tuve ocasión de afirmar en la UNESCO. Si se resquebrajan los valores morales en el cumplimiento del deber, en las relaciones de confianza mutua, en la vida económica, en los servicios públicos en favor de las personas y de la sociedad, ¿cómo podremos hablar de cultura y de cultura al servicio del hombre?

El ordenamiento armonioso de las condiciones sociales es uno de los máximos imperativos de nuestro tiempo. Por ello, en el sentido más noble, la cultura es inseparable de la política, entendida como el arte del bien común, de la justa participación en los recursos, de la ordenada colaboración dentro de la libertad. La cultura tiene que ayudar a esta noble tarea política, sin dejar que nadie se apropie indebidamente de la cultura y que la instrumentalice para sus propias miras de poder.

Es necesario también que vuestro pueblo, iluminado por los grandes principios de la doctrina social de la Iglesia, encuentre el camino de la paz y de la justicia social en el amor y el mutuo respeto. No se trata de elegir simplemente entre la alternativa de los sistemas que se disputan la hegemonía del poder. Desde la originalidad cristiana, y desde la sabiduría de vuestro pueblo, hay que encontrar ese camino transitable que conduzca ala elevación y la paz social entre todos los hijos de vuestra patria.

Es urgente ese esfuerzo cultural, que, desde la misma entraña de este pueblo, construya una convivencia que no necesita apoyarse en falaces ideologías contrapuestas. Por eso, los intelectuales están llamados a ofrecer un serio análisis de la sociedad que restituya toda su importancia autónoma a los factores específicamente culturales, más allá de los simples indicadores económicos, en los que queda prisionera la visión materialista de la sociedad.

8. Finalmente, en el contexto global de la cultura, la educación entra de lleno en la formación de los espíritus. En ese campo tiene un lugar privilegiado la universidad.

Vuestra patria, que tiene una tradición universitaria seria y reconocida, debe favorecer los centros universitarios, politécnicos, y otras instituciones de enseñanza, como sedes imprescindibles de la cultura, evitando con una política cultural adecuada que se transformen en lugares de lucha y de frustración para los más jóvenes. Antes bien, deben ser santuarios de la verdad, de la rectitud, del sentido solidario, talleres de laboriosidad intelectual, comunidades vivas donde de experimenten y vivan las formas pacíficas de una mayor participación y colaboración, palestras de los bienes del espíritu.

23 La Iglesia debe estar presente en esos ámbitos, no sólo con una adecuada pastoral universitaria, sino también con la presencia de profesores que desde su vocación cristiana en el laicado, con su ciencia y testimonio, ofrecen la síntesis de una alta calificación intelectual y una profunda convicción cristiana, generadora de educación y de cultura.

En el amplio panorama de las valiosas universidades del Ecuador, no puede dejar de recordar las Universidades Católicas que dependen de la Iglesia y que el Estado reconoce a través de acuerdos internacionales con la Sede Apostólica.

Por su calidad de universidades, su propia identidad y su dependencia de la Iglesia, están llamadas por título especial a desarrollar el programa de evangelización de la cultura, al que he aludido antes.

No puedo olvidar, por último, la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, con sus diversas sedes. Es para mí motivo de gozo y ha de ser compromiso de fidelidad ese título de «pontificia». Que el esfuerzo de todos mantenga alto ese nombre, tanto por la seriedad y autenticidad de su obra cultural, como por la plena participación de cuantos en ella colaboran: sacerdotes, religiosos y laicos; así, fiel a su estructura original, podrá favorecer un fecundo diálogo con las otras instituciones culturales del país.

9. Señoras y señores: He podido apenas pergeñar algunos rasgos de vuestra alta misión de hombres de cultura, a la que me siento muy respetuosamente cercano. Al reiterar mí profunda estima por vuestra función, concluyo alentándoos a contribuir solidariamente, con un esfuerzo cultural integral e integrador de todos los recursos, a la elevación del hombre ecuatoriano: hombre sufriente y oprimido muchas veces; hombre profundamente religioso y trabajador, que no quiere caer bajo la dictadura de los materialismos; hombre con un inmenso patrimonio cultural que está luchando por preservar, para elevar así su propia dignidad; hombre que es para todos la pieza clave del universo; y que para el cristiano es un ser de inmensa dignidad, porque lleva en sí un soplo de vida de Aquel que se reveló en la historia, a través del Hijo del hombre, camino, verdad y vida. He dicho.





Discursos 1985 14