Discursos 1985 23


VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO


A LAS RELIGIOSAS DE ECUADOR


EN LA BASÍLICA DEL VOTO NACIONAL


Miércoles 30 de enero de 1985



Queridas religiosas del Ecuador:

1. Correspondo con afecto y gratitud a vuestro cariñoso recibimiento. Me llena de gozo encontrarme entre vosotras en esta histórica basílica del Voto Nacional, monumento que recuerda la solemne consagración del Ecuador a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Quisiera deciros en pocas palabras, para que las podáis guardar fácilmente en el corazón, lo que Cristo espera de vosotras.

Os habéis entregado a El como respuesta a su «ven y sígueme», una invitación hecha con amor (Cfr. Matth Mt 19,21), para seguirle incondicionalmente y para servirle en los signos pobres de los hermanos.

Al veros aquí reunidas, tengo ante la mente la figura inolvidable de Santa Mariana de Jesús. Ella vivió un compromiso con el Señor tan auténtico y exigente, que en su vida se conjugaban de modo admirable una verdadera oración contemplativa, una gran acción misionera y caritativa y el espíritu de penitencia.

El tiempo no puede detener el ímpetu de consagración al Señor, en el que viven, también hoy, tantas almas consagradas personal o comunitariamente. Pero esta consagración debe ser evaluada con humildad, para reconocer con sencillez hasta dónde llegan las exigencias de la llamada divina. Porque vuestros compromisos de entrega radical no nacen de unas exigencias sociológicas, sino de un «sígueme» permanente del Señor, que os llama a seguirle y a servirle en el contexto actual de la Iglesia y del mundo. «El punto directo de referencia a una vocación así, es la persona viva de Jesucristo» (Redemptionis Donum, 6).

24 2. Vuestra vocación tiene el atractivo de ser signo portador de alegría y de esperanza, de serenidad y de fidelidad incuestionables al Evangelio. Es la alegría de pertenecer exclusivamente a Dios.

La renuncia a los bienes y seguridades terrenas, en el espíritu del sermón de la montaña y por la profesión de los consejos evangélicos, es una consagración que transforma vuestro servicio en misión de cercanía y de trascendencia a la vez. Cercanía caminando con los demás hermanos como compañeros de vuestro peregrinar; pero transparentando ya con el testimonio de vuestra vida aquel «más allá» que se cumplirá en el encuentro definitivo con Cristo.

Vuestra vocación es de escucha atenta y amorosa a la Palabra de Dios, que en vosotras se transforma en respuesta generosa por la oración contemplativa y por la donación a los hermanos. Por vuestra vida de alabanza, de adoración y servicio a Dios, colaboráis en su plan de creación, redención y comunión universal. Vuestros horizontes son los del Corazón de Cristo, que se consagra al Padre para la salvación de toda la humanidad (Cfr. Io.17, 19).

3. Vuestro ser femenino es creador; de ahí vuestra innegable capacidad de alegría, de limpieza pura, de sinceridad. Ese mismo ser os da una capacidad especial para comprender, reconciliar, perdonar. Es el mismo que os da poder de unidad y convocatoria, para atraer hacia el redil del Buen Pastor a todos los llamados por el amor y el deseo ardiente de Cristo Redentor (Cfr. ibid.10, 16; 19, 28).

Vosotras sabéis muy bien que vuestra capacidad de amor y entrega a ideales altos puede evitar las destrucciones del odio y de la violencia; puede aliviar las heridas del egoísmo y liberar las cadenas de todas las opresiones y esclavitudes que derivan del pecado.

Mas para que vuestra vocación y vuestra condición como personas consagradas a Dios puedan dar sus frutos convirtiéndoos en instrumentos de reconciliación, de unidad y de creadora iniciativa, es necesario que todo vuestro ser esté centrado en Aquel que es «el camino, la verdad y la vida» (Io. 14, 6) «Nuestra vida es Cristo» (Moradas quintas, 2, 4), decía Santa Teresa de Jesús, haciendo suya la exhortación de San Pablo (Cfr. Col
Col 3,3).

Recordad también que «llevamos este tesoro en vasijas de barro» (2Co 4,7); por ello, junto a una actitud serenamente crítica, pero clara y decidida, frente a un mundo con frecuencia materialista y confiado en sus conquistas técnicas, no ha de faltar la conciencia de la propia debilidad y de la experiencia de la misericordia de Dios en la propia vida. De este modo os convertiréis en instrumentos de misericordia y de perdón para todos.

¿Cómo no recordar que precisamente una profunda experiencia de misericordia hace posible el ser madres de misericordia a ejemplo de María? En efecto, «María es la que de manera singular y excepcional ha experimentado, como nadie, la misericordia y, también de manera excepcional, ha hecho posible con el sacrificio de su corazón la propia participación en la revelación de la misericordia divina» (Dives in Misericordia DM 9).

4. La palabra de Nuestro Señor y Maestro, interpretada por el Magisterio eclesial, celebrada en la liturgia eucarística, contemplada en el corazón y vivida por los santos, ha de sostener la fidelidad generosa y perseverante en vuestra vocación, por encima de tentaciones de personalismos egoístas, de ideas e iniciativas al margen del Evangelio.

Vuestra vida consagrada os hace entrar en el corazón de Dios para sintonizar con sus planes de salvación universal. Allí encontraréis la opción preferencial, pero que a nadie excluye, de Cristo por los más pobres y necesitados. Contemplación, vida comunitaria y servicio se os convertirán en equilibrio unificador de vuestro corazón, que os capacitará para llegar a todas las necesidades del mundo de hoy. Por esto debéis ser misioneras sin limitaciones ni fronteras.

5. Vuestra vida consagrada nace de una expresión de amor, manifestado en el «sígueme» de todos los días. El conocimiento evangélico de Cristo y la fuerza viva del encuentro personal y comunitario con El, modelará vuestra vida obediente, pobre y casta.

25 Un Cristo obediente al Padre hasta la muerte de cruz, es locura para el mundo (Cfr. 2Co 1,23); pero es iluminación para el que obedece con esa creadora inmolación de la voluntad, que hace fecunda la entrega y abundante la cosecha espiritual y apostólica.

Cristo pobre, despojado de todo poder y entregado por nuestro amor, es el argumento más firme de la pobreza y libertad que en El se logra; la pobreza de Cristo es el mejor camino para una liberación integral del hombre y de la sociedad entera.

Cristo virgen os contagiará de su amor esponsal y os enseñará a mirar a todas las personas por sí mismas, no por sus cualidades, intuyendo en ellas el misterio divino escondido en lo más profundo de su ser; en vuestra mirada y servicio de totalidad, descubrirán la mirada del Buen Pastor. Por esta donación e íntimo desposorio con Cristo, os haréis signo portador de Dios Amor para todos los hombres, especialmente de los que sufren, de los pobres y de las familias.

«El mundo tiene necesidad de la auténtica "contradicción" de la consagración religiosa, como levadura incesante de renovación divina . . . El mundo actual y la humanidad tienen necesidad de este testimonio de amor» (Redemptionis Donum, 14). Vuestra consagración se hace máxima capacidad de asociación a Cristo y de servicio eclesial, a ejemplo de María en su entrega al plan de salvación.

6. Queridas religiosas: Antes de terminar, quiero presentares el agradecimiento de la Iglesia por vuestra labor apostólica y vuestra voluntad de donación. En el silencio del claustro o en la vida activa; en la educación, en la asistencia a los enfermos, a los necesitados; en la catequesis, en las misiones o parroquias y en tantos otros campos en los que sé desarrolláis vuestra vocación de servicio a los hermanos, tened por seguro que estáis dando realmente testimonio del amor de Cristo a los hermanos.

Igualmente vosotras, queridas consagradas miembros de institutos seculares, desde el carisma de vuestra inserción laical en el mundo para santificarlo estáis también contribuyendo a construir callada y abnegadamente la Iglesia, la civilización del amor. Sed siempre fieles a las exigencias de vuestra vocación cristiana y apostólica; dejaos llenar por el Espíritu, para que, irradiando su vida, infundáis ilusión y esperanza en los que os rodean.

Todas vosotras, queridas religiosas ecuatorianas: recordad que la vida interior continúa siendo el alma de todo apostolado. Fomentad, pues, vuestro espíritu de oración, de sacrificio y de servicio eclesial.

A la Virgen María, Madre y modelo de toda alma consagrada, os encomiendo. Que Ella haga florecer abundantes vocaciones a la vida de especial consagración, para mayor gloria de Dios, bien de la Iglesia y servicio de amor al hombre. Y que el Señor os mantenga siempre fieles a vuestra vocación. En su nombre os bendigo de todo corazón.





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

POR RADIO CATÓLICA NACIONAL


Quito, miércoles 30 de enero de 1985



1. Desde estos micrófonos de «Radio Católica Nacional» del Ecuador, en cadena con numerosas emisoras distribuidas por toda la geografía ecuatoriana, saludo cordialmente a cuantos trabajan en la comunicación social: a los representantes de la prensa escrita, de la radio y de la televisión, y a las personas y grupos profesionales que se integran en el conjunto de las modernas empresas informativas. Vaya también a todos - entre ellos a la Cadena Ecuatoriana de Canales de Televisión - mi personal agradecimiento por el singular esfuerzo profesional y técnico que estáis realizando en estos días, y que me permite llegar incluso hasta los que, por diversas razones, no podré encontrar físicamente durante mí permanencia en Ecuador.

Conozco bien la importancia de los medios de comunicación social - que irá creciendo en el futuro - y que son expresión de la naturaleza sociable de la persona humana.

26 2. Vuestras actividades, tan apasionantes como delicadas, se ordenan al servicio y perfección del hombre, de cada hombre. Ello exige en primer lugar que en la raíz misma de toda actividad esté siempre la objetividad incorruptible y el respeto por la dignidad del hombre. Debe ser reconocida en este campo la libertad de opinar y expresarse conforme a los dictados de la recta conciencia. Pero de ahí deriva también que un adecuado marco de libertad sea imprescindible para el vigor y el servicio eficaz de la comunicación social.

Sé que vosotros, profesionales ecuatorianos, gozáis de una apreciable tradición en este campo y la defendéis celosamente. Os invito a comprenderla y depurarla cada vez más; a salvarla de los peligros que le acechan; a dotarla de la profundidad m?ral que le conviene. No habéis de olvidar, sin embargo, que vuestra libertad termina donde empiezan los derechos de los demás. Esta frontera la encontráis con frecuencia en el obligado respeto a la intimidad y buen nombre de personas e instituciones.

Quisiera añadir que nunca os prestéis a ser instrumentos de intereses particulares desorbitados, ansiosos de medrar a costa del bien común. Tened, por el contrarío, la valentía de comprometeros con las causas que merecen la pena: las de la moralidad a todos los niveles, la libertad, la justicia, la paz, la fraternidad, los derechos de cada persona, la elevación social. Ellas afloran día a día en el decurso de los acontecimientos. Exigen quien les preste atención, las discierna con justo criterio, e ¡lustre a los demás sobre los cauces que se han de crear y recrear sin desmayo, para la superación de los conflictos. Dios os bendiga por lo que habéis hecho en esta dirección y aliente vuestros mejores esfuerzos en l? sucesivo.

3. La cultura actual, que se construye tantas veces al margen de los ideales cristianos, os plantea conocidos desafíos, a los que debéis responder con hombría de bien. ¡Qué gran responsabilidad en orden a la educación de los pueblos cae sobre los medios de comunicación social! ¡Y cuántas las tentaciones que os acechan en vuestro trabajo diario!: grupos de presión, intereses económicos, lucro fácil, permisivismo moral, sensacionalismo, instigación al odio y a la violencia.

Permitidme os pida ahora que en vuestro trabajo no olvidéis la grande, la decisiva comunicación que Dios ha querido hacernos en su Hijo Jesucristo: la Buena Noticia, el Evangelio. Vuestro que hacer, como pocos otros, se ha de alimentar del suelo nutricio de la Verdad que es Cristo, cuyo reflejo salvador brilla ante cada gesto humano e ilumina la crónica más fugaz del diario acontecer. Que la luz de la vida, Cristo (Cfr. Io. 8, 12), os ayude a comprender lo que sucede y a transmitirlo a los demás, para contribuir a la formación de una opinión pública madura y bien orientada. Buscad vosotros mismos con sinceridad esa luz, hacedla vuestra por el amor, difundidla y guardadla en fidelidad y comunión con la Iglesia.

4. El Concilio Vaticano II, en el Decreto sobre los medíos de comunicación social, indica encarecidamente que «con toda solicitud deben promoverse, allí donde fuese oportuno, las estaciones católicas; hay que cuidar, empero, de que sobresalgan por su perfección y su eficacia» (Inter Mirifica
IM 14).

Es consolador encontrar realizaciones como ésta de «Radio Católica Nacional» del Ecuador que, con la ayuda de Dios, será un importante instrumento de evangelización y de instrucción para grandes masas de población ecuatoriana.

La técnica de la radiodifusión puesta al servicio del Evangelio podrá ser - como ya están haciendo obispos y sacerdotes desde otras emisoras, especialmente católicas - una valiosa ayuda para que la Palabra de Dios sea escuchada en tantos lugares apartados del país a donde, debido a la escasez de sacerdotes y de otros agentes de pastoral, éstos no pueden llegar con la frecuencia deseada. El mensaje del Evangelio y la doctrina de la Iglesia podrán, de este modo, hacerse presentes en los hogares y en los corazones de tantas personas necesitadas de la palabra que ilumina, que instruye, que consuela. Eso mismo debe alentar a los Pastores a aprovechar también la oportunidad evangelizadora que ofrecen los programas de televisión.

Y junto a esta misión específicamente evangelizadora de la radio, no faltará la no menos importante labor educativa y de instrucción. La Iglesia en Ecuador, decididamente empeñada en la promoción del hombre, contará así con medíos eficaces para colaborar en campañas de educación cultural, sanitaria, de alfabetización e instrucción a todos los niveles. A la vez que podrá ofrecer una información objetiva y un servicio a la verdad, también cuando ésta n? sea expuesta debidamente en campo religioso o humano.

5. A los que trabajan en esta «Radio Católica Nacional» del Ecuador, expresión de una feliz iniciativa evangelizadora, os repito lo que indiqué a los obispos ecuatorianos en su última visita «ad Limina»: Contáis con mí aliento, agradecimiento y encomio. Os animo a proseguir en vuestros esfuerzos, para hacer de este instrumento lo que de él necesita la Iglesia, aquí y ahora. De tal modo que no sólo la perfección técnica, sino sobre todo la calidad de la programación sirva con eficacia al bien de la Iglesia y a la promoción de los hermanos.

A vosotros y a cuantos en Ecuador trabajan en el mundo de las comunicaciones sociales, os expreso toda mí estima e invoco sobre vosotros la protección y guía de San Francisco de Sales, vuestro Patrono.

27 Veo también aquí presente al selecto grupo de personas que ayuda en su labor a la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. Tenéis el privilegio de trabajar en el corazón de la Iglesia particular que vive en este amado país. Debéis sentir, en consecuencia, una especial responsabilidad para dar la medida que Dios os pide en vuestra entrega a la tarea diaria. Os deseo que perseveréis y tratéis de mejorar constantemente. Poned tal amor a la Iglesia que seáis una ayuda eficaz, un descanso y consuelo para vuestros Pastores.

6. A todos vosotros que me escucháis a través de «Radio Católica Nacional» del Ecuador y de la gran cadena de Emisoras AER (Asociación Ecuatoriana de Radiodifusión), en especial a los habitantes de las zonas rurales: de la selva, los esteros, la sierra; a los hombres del mar, a los enfermos y encarcelados, y a cuantos no podré encontrar personalmente estos días, doy con gran afecto mí paterno saludo y mi Bendición Apostólica.





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS MIEMBROS DEL EPISCOPADO


EN LA CATEDRAL DE QUITO


Martes 29 de enero de 1985



Señor cardenal,
amados hermanos en el Episcopado,
queridos sacerdotes diocesanos o religiosos,
seminaristas y aspirantes al sacerdocio:

1. En un ambiente de visible amor filial, de entusiasmo y alegría, he sido recibido en esta «muy noble y muy leal» ciudad de San Francisco de Quito, cuna de la nacionalidad ecuatoriana y sede de la antigua capital de los quitus y del inca Atahualpa. Es la primera vez que el Papa visita este hermoso país de América Latina, el Ecuador.

La Providencia ha dispuesto que mí visita coincida con la conmemoración de los cuatro siglos y medio de la fundación de esta ciudad y del comienzo de la obra evangelizadora en tierras del Ecuador. Tal acción evangelizadora ha sido ala vez de promoción humana y de civilización cristiana, como lo prueban los establecimientos de educación, las magníficas obras de arte y los monumentos, principalmente religiosos, que adornan esta ciudad, la cual merecidamente ha sido declarada «Patrimonio cultural de la humanidad».

Es para mí motivo de intensa alegría tener - como primer acto de mí visita - un encuentro con los Pastores de las Iglesias particulares, quienes han querido verse rodeados en esta ocasión de los presbíteros, tanto diocesanos como religiosos, de los seminaristas y estudiantes de ciencias eclesiásticas que se preparan al sacerdocio.

Como Sucesor de Pedro, a quien incumbe la responsabilidad de confirmar a los hermanos en la fe (Cfr. Luc Lc 22,32), quiero reflexionar brevemente con vosotros, para alentares y fortaleceros en el cumplimiento de vuestra misión pastoral.

28 2. Este encuentro con vosotros, obispos de la Iglesia en Ecuador, me parece una continuación natural de la reciente visita «ad Limina», en coincidencia con la canonización del Santo Hermano Miguel.

En tal circunstancia tuve la posibilidad de analizar con vosotros los puntos principales que se refieren a vuestra labor apostólica. Entre ellos quiero hoy subrayar de nuevo la atención que merecen la religiosidad popular, las opciones pastorales para la aplicación del Documento de Puebla, la evangelización y la catequesis, la potenciación de los medios de comunicación social de la Iglesia, la educación cristiana en todos los niveles, la formación de la conciencia social de los fieles en vistas de una opción preferencial no exclusiva por los pobres, y de una liberación cristiana integral, según es precisada en documentos eclesiales, como la «Evangelii Nuntiandi», el Documento de Puebla y la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre «Algunos aspectos de la teología de la liberación».

Esta tarde, de modo particular quiero agradecer, precisamente en este encuentro, vuestra peculiar atención a la vida sacerdotal y religiosa, así como a una esmerada pastoral de las vocaciones sacerdotales y religiosas, y a la formación adecuada de las mismas. Bien sabéis que es éste un aspecto esencial y absolutamente prioritario de vuestro ministerio como Pastores.

Me alegra la viva conciencia que tenéis de vuestro deber de construir en Ecuador comunidades ricas en fe y dinámicas en su compromiso por la justicia. Una fe que debe ser esclarecida, guiada y sostenida con todos los medios. Por esto me ha satisfecho comprobar que, para preparar espiritualmente al pueblo ecuatoriano a la visita del Papa, habéis intensificado la evangelización, difundiendo muchos millares de ejemplares de la Biblia. A ello se han añadido las misiones y asambleas cristianas, en las que se han desarrollado los temas referentes a la «verdad sobre Jesucristo», la «verdad sobre la Iglesia» y la «verdad sobre el hombre».

Procurad con todo empeño que esa evangelización dé a los fieles una respuesta de conversión y de fe viva. Para ello hay que presentar el mensaje de salvación, tomando bien en cuenta las realidades concretas en las que vuestro pueblo vive; a fin de que el Evangelio influya eficazmente, mediante la conversión personal de los evangelizados, en los cambios que requiere la sociedad latino-americana. Prestad gran atención a lá enseñanza social de la Iglesia, que puede aportar válidas respuestas a la sed de justicia tan hondamente sentida, para favorecer una mayor igualdad fraterna que fundamente sólidamente la paz, y que elimine en vuestros fieles el dualismo entre religión y vida, entre fe y sentido de lo moral y de lo justo.

En este exigente esfuerzo, quiero alentares a ser los dignos continuadores de una larga serie de obispos que, con gran sentido pastoral, han apacentado la grey cristiana de este territorio, desde la erección del obispado de Quito en 1545.

Entre vuestros predecesores ha habido prelados de ardiente celo misionero, como fray Pedro de la Peña, que recorrió en agotadora visita pastoral un inmenso territorio, o Monseñor César Antonio Mosquera, que se acercaba casa por casa hasta los más humildes de sus fieles; prelados de vida santa y austera como fray José María Yerovi, el ilustrísimo José Ignacio Checa y Barba o el obispo Juan María Riera; prelados que dedicaron su celo pastoral a la causa de la educación católica, como fray Luis López de Solis, el fundador del primer colegio de Quito, el colegio-seminario de «San Luis», o como el Cardenal Carlos María de la Torre, fundador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador; prelados sabios que contribuyeron con sus escritos al progreso de las ciencias eclesiásticas y humanas, como el ilustrísimo Alonso de la Peña y Montenegro, autor de la obra pastoral «Itinerario para párrocos de indios», o como el arzobispo Federico González Suárez, autor de la «Historia General de la República del Ecuador».

Iluminados por esos ejemplos de la historia y fortalecidos por el Espíritu Santo, que os ha puesto a la cabeza del rebaño para apacentar la Iglesia de Dios, que Cristo adquirió con su propia sangre (Cfr. Act
Ac 20,28), continuad vuestra labor pastoral, y tratad de buscar respuesta a las necesidades y problemas que la Iglesia experimenta h?y en el Ecuador.

3. Me dirijo ahora a vosotros, queridos presbíteros aquí presentes, y a todos los sacerdotes del Ecuador representados por delegaciones de sus respectivas diócesis o comunidades. Os exhorto a meditar en vuestra identidad sacerdotal y en la misión que tenéis en la Iglesia, a la luz del sacerdocio del Cristo. Así asumiréis con alegría, con entusiasmo y optimismo vuestro ser y actuar específico.

Todo sacerdote delinea su fisionomía propia como seguimiento e imitación del Buen Pastor. Su opción fundamental por Cristo se ha corroborado con una consagración permanente, el «carácter». Este se ha recibido por el sacramento del orden, como don o carisma del Espíritu Santo, y le hace participar en la unción y misión sacerdotal de Cristo. Como necesario colaborador del obispo, ha sido puesto al servicio cualificado de la comunidad eclesial, para «obrar como en nombre de Cristo Cabeza» (Presbyterorum Ordinis PO 2).

La fisonomía y espiritualidad sacerdotal queda constituida principalmente por la caridad pastoral o por la ascesis propia del Pastor de almas, que logra su propia santidad ejerciendo su ministerio en el Espíritu de Cristo. Esta caridad pastoral equivale al seguimiento radical del Buen Pastor, por medio de las virtudes de humildad ministerial, obediencia, castidad y pobreza, que son como el signo y estímulo de la caridad y la señal de una amistad profunda con el Supremo Sacerdote.

29 Para conseguir un equilibrio o unidad de vida y evitar los extremos de un espiritualismo desencarnado o de una actitud temporalista, hay que acostumbrarse al diálogo íntimo con Cristo, para aprender de El la sintonía con los planes salvíficos de Dios y la cercanía al hombre en su circunstancia concreta. La celebración eucarística, preparada, saboreada y vivida, especialmente en la celebración comunitaria, será siempre el verdadero punto de equilibrio, puesto que «en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia» y «aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica» (Presbyterorum Ordinis PO 5).

Os quiero recordar, mis queridos sacerdotes, que no podéis vivir ni actuar en forma aislada. Con la ayuda de todos, diocesanos y religiosos, habéis de construir el presbiterio como familia y como fraternidad sacramental, como lugar donde el sacerdote encuentre todos los medios específicos de santificación y de evangelización. Vuestro presbiterio llegará a ser signo eficaz de santificación y evangelización cuando se constaten en él las características del cenáculo, es decir, la oración y la fraternidad apostólica con María la Madre de Jesús (Cfr. Act Ac 1,14). Esta misma catedral en la que nos encontramos, dedicada a la Asunción de la Virgen María, es un símbolo - con sus maravillosas expresiones artísticas - de vuestra realidad sacerdotal fraterna, que espera activamente una nueva venida del Espíritu Santo.

4. A los sacerdotes diocesanos en particular, quiero invitares a mirar hacia tantos hermanas vuestros que se han entregado a la Iglesia en los cargos más sacrificados o en las parroquias más pobres y apartadas. Allí han sabido cultivar la fe cristiana y ayudar a la promoción humana de sus fieles, haciéndolos más conscientes de su dignidad como hombres y como hijos de Dios. Así han consolidado el sustrato católico de la cultura de vuestros pueblos. Su servicio ha sido un testimonio real de la opción preferencial por los pobres y una eficaz prueba de la válida formación recibida, entre otros, en el seminario mayor de «San José» de Quito.

A los sacerdotes religiosos quiero subrayar la importancia de vuestra vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos. Soy consciente del valioso servicio que los institutos religiosos han prestado históricamente, y prestan actualmente, ala vida de la Iglesia en Ecuador. ¡Cuántas vidas sacrificadas por el Evangelio y por la elevación del hombre! La célebre «escuela quiteña» de escultura y pintura, que nos recuerda nombres aborígenes como el Pampite o Caspicara, es un buen ejemplo de ello.

Que vuestro seguimiento radical de Cristo os haga signo claro del sermón de la montaña. Y que ese camino, dentro del marco de vuestro carisma fundacional, os haga descubrir vuestra especial pertenencia a la Iglesia particular y al presbiterio, cuya cabeza es el obispo (Cfr. Christus Dominus CD 28), siempre al servicio de la comunión eclesial local y universal.

A todos, diocesanos y religiosos, os pido que seáis fieles a la verdadera renovación impulsada por el Concilio Vaticano II, según las pautas recogidas en las Conferencias de Medellín y Puebla. Llevad asimismo a la práctica las directrices de vuestros obispos contenidas en la «Declaración programática» y en las «Opciones pastorales».

Que vuestras parroquias se revitalicen con el válido aporte de las religiosas, así como también el de las pequeñas comunidades, como las «comunidades de base» y otros movimientos apostólicos de seglares, siempre en cordial unión con los propios obispos. Cultivad asimismo en la comunidad cristiana los diversos ministerios y servicios de los laicos comprometidos, guiándolos por el camino de la perfección, de la entrega al apostolado, del improrrogable compromiso en favor de la justicia y de la moralización de toda la vida pública. Para ello dadles sólida formación ética y exhortadlos a seguir la enseñanza social de la Iglesia.

5. Vosotros, queridos seminaristas y aspirantes al sacerdocio, sabed que el Papa tiene puesta en vosotros la esperanza de un porvenir mejor en la vida y actividad de la Iglesia.

Siento una especial alegría al conocer que, gracias al renovado impulso dado a la pastoral vocacional, en estos años ha crecido el número de seminaristas, de aspirantes al sacerdocio y a la vida consagrada. Se han fundado nuevos seminarios y ha experimentado un desarrollo notable la facultad de ciencias filosófico-teológicas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, que es el centro común de estudios eclesiásticos para los aspirantes al sacerdocio.

Vivid, jóvenes, con gozo y responsabilidad este importante período de vuestra vida. Configuraos con Cristo mediante la oración y la práctica de la virtud. Debéis adquirir una sólida formación espiritual, pastoral, humana e intelectual, la cual ha de tender a que, junto con la cultura general adecuada a las necesidades del tiempo y del lugar, adquiráis principalmente un amplío y sólido conocimiento de las disciplinas sagradas, en fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Debéis aprender también los idiomas necesarios no sólo para vuestra formación, sino también para el ministerio pastoral, como el idioma de los indígenas.

Todas estas directrices conciliares las encontraréis aplicadas para vosotros en la «Ratio Institutionis sacerdotales», elaborada por la Conferencia Episcopal del Ecuador.

30 6. Queridos hermanos:
Unidos en el mismo amor a Cristo y a su Iglesia, concluyamos abriendo el corazón a las palabras del Apóstol Pedro. Sean ellas mí mejor deseo de una intensa preparación al V centenario de la evangelización de América Latina. Sean llamada urgente a vuestra disponibilidad misionera, para Ecuador y fuera de él: «A los presbíteros o pastores que hay entre vosotros les exhorto yo, presbítero o pastor como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloría que está para manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, cuidándola no a la fuerza, sino más bien de buen grado según Dios; no por mezquino interés de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado guiar, sino siendo modelos de la grey. Entonces, cuando aparezca el Jefe de los Pastores, recibiréis la corona de gloría que no se marchita» (1 Petr. 5, 1-4).

María, nuestra Madre, nos conduzca por ese camino. Así sea.





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto de Quito

Martes 29 de enero de 1985



Señor Presidente,
hermanos en el Episcopado,
autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

Mis primeras palabras al pisar suelo ecuatoriano quiero que sean de agradecimiento a Dios por haberme comedido realizar este viaje apostólico, que me permite encontrarme con los hijos de esta noble nación, de tan ricas tradiciones e historia.

Agradezco al Señor Presidente las amables palabras de saludo y bienvenida que ha tenido a bien dirigirme, y también la invitación que me hizo, junto con mis hermanos en el Episcopado, para visitar el país.

31 A la calurosa acogida que me dispensáis en este aeropuerto Mariscal Sucre correspondo con sentimientos de profundo aprecio y gratitud. Llegue a todos mi cordial saludo. Ante todo al señor cardenal Pablo Muñoz Vega, arzobispo de esta ciudad de Quito, al Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Bernardino Echeverría, a los demás obispos, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, seglares de los movimientos apostólicos y pueblo fiel.

Me llena de gozo encontrarme en este centro geográfico del mundo, patria de Atahualpa, cuna de preclaros hijos de la Iglesia, como Mariana de Jesús, el Santo Hermano Miguel, Mercedes de Jesús Molina, y tantos otros que desde la gloria de los altares o en el anonimato de una vida de servicio al prójimo, han ido forjando día a día el alma generosa, noble y cristiana del hombre ecuatoriano.

Coincide mi visita con el inicio de la novena de años que ha de preparar la celebración solemne y con ánimo agradecido a Dios, por los 500 años de evangelización de América Latina. Estamos viviendo momentos cruciales para el futuro de esta nación y de este continente, y es por ello necesario que el cristiano, el católico, tome mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, se empeñe con renovado entusiasmo en construir una sociedad más justa, fraterna y acogedora.

Estos son los motivos que han determinado mi visita para conoceros mejor, confirmares en la fe, alentar y animar desde el Evangelio todos los anhelos y aspiraciones orientados a promover una mayor justicia social, un mayor respeto por la dignidad del ser humano y sus derechos, una más decidida voluntad por parte de todos de servir, de ayudar, de amar, para enriquecer los espíritus y promover las personas.

Estoy seguro de que los hijos de esta tierra, favorecida por el Creador con tantas bellezas naturales, continuarán siendo fieles —según las exigencias de los nuevos tiempos— a su identidad histórica, cultural y religiosa. Fieles siempre a su fe cristiana, a su conciencia de pueblo y a su vocación de libertad y justicia, que aleje toda tentación que pueda amenazar esos valores superiores del individuo y de la sociedad. Como sé que se harán asimismo forjadores de hermandad, diálogo y entendimiento entre la gran comunidad de naciones de este continente que con razón puede ser llamado el continente de la esperanza.

En las manos de la Virgen Santísima, Nuestra Madre, pongo las intenciones de mí viaje apostólico, mientras ya desde ahora, a todos los ecuatorianos, del campo y de la ciudad, de la sierra, de la selva y de la costa, del Carchi a Macará, de las Islas Galápagos, imparto de corazón mi afectuosa Bendición Apostólica.





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