Discursos 1985 31


VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto Internacional de Caracas

Martes 29 de enero de 1985



Señor Presidente,
hermanos en el Episcopado,
venezolanos todos:

32 Después de tres días de contactos intensos con este pueblo fiel de Venezuela, llega el momento de despedirme de vosotros. He de hacerme violencia, porque el impulso del corazón me inclinaría a prolongar la permanencia. Pero he de continuar mí viaje apostólico, para visitar a otros hermanos que también aguardan nuestro encuentro.

En este momento vuelven a mi mente todas las personas a las que me he podido acercar en vuestras calles y plazas, y con las que he compartido instantes de gracia, aquí en Caracas, en Maracaibo, Mérida y Ciudad Guayana. Estas ciudades han sido un compendio de Venezuela entera, de todos sus habitantes, con los que me he sentido siempre unido mediante la radio y la televisión.

Os dejo un mensaje, que es semilla sembrada con amor y confianza. Que el recuerdo de unos momentos vividos en el mutuo afecto, sea el clima en el que germinen frutos de fe renovada en cada corazón cristiano. El Papa, al marchar, os reitera la gran consigna de vuestra Misión nacional: Venezolano, renueva tu fe. Y llévala a tu vida personal, a la familia, al empeño por la justicia, ala solidaridad con el pobre y con quien sufre.

Marcho con la esperanza de que así será. Y que los diversos grupos eclesiales encontrados en los días pasados: personas de especial consagración, familias, laicos comprometidos, jóvenes, trabajadores y fieles todos, mediante un intensificado esfuerzo de educación y catequesis, irán creciendo —unidos a los obispos— en la fidelidad a la fe, en una fe vívida y renovada. Así la Iglesia en Venezuela dará verdadero testimonio de la presencia de Jesucristo y podrá afrontar con valentía los desafíos del milenio que se aproxima.

Quiero también agradeceros muy de veras vuestra cordialidad y afectuosa cercanía, vuestra colaboración y eficacia en los preparativos para esta visita. Mí gratitud va en primer lugar al Señor Presidente, por tantos y tan deferentes gestos como ha tenido para conmigo en estos días. También a las autoridades, al señor cardenal, a mis hermanos obispos, a tantos sacerdotes, personas consagradas y laicos, que con generosidad y sacrificio se han prodigado por el feliz resultado de la visita.

Dios os lo pague sobreabundantemente, y que la Madre de Coromoto acompañe siempre a todos los hijos de esta querida tierra, a los que bendigo de corazón, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES EN EL ESTADIO OLÍMPICO DE CARACAS


Lunes 28 de enero de 1985



Queridos jóvenes:

1. En mi visita apostólica no podía faltar el encuentro, que tanto he deseado, con la gente joven de un joven país como es Venezuela.

A través de uno de vuestros compañeros me habéis dicho hace pocos momentos: «Te saludamos, amigo: bienvenido a casa». Pues bien, el Papa os da también un saludo: ¡Bienvenidos a este encuentro! Es el saludo dirigido a cada uno en particular y a todos los jóvenes venezolanos que se sienten unidos a nosotros.

Al encontrarme entre vosotros en este estadio olímpico de la Ciudad Universitaria, y a medida que iba sintiendo, en la voz de vuestro compañero, las dudas y esperanzas que os asaltan, brotaba en mí interior una pregunta: Los jóvenes venezolanos, ¿se dejarán abatir por las dificultades, o tendrán el valor de ser cristianos de verdad y construir una sociedad más justa, más fraterna, más acogedora y pacífica?

33 La respuesta afirmativa la habéis dado vosotros: «Queremos poder gritar con validez y sinceridad, que los jóvenes con Cristo somos fuerza que, desde el Evangelio e impulsados por el Espíritu, transforma al hombre, la sociedad y la Iglesia». Esa es vuestra respuesta, con la que me siento plenamente solidario, jóvenes amigos, que representáis a tantos miles de muchachos y muchachas de todos los rincones del país, muchos de los cuales no han podido estar con nosotros.

Vuestra presencia feliz y festiva, vuestra sed de verdad y de ideales nobles y elevados, me animan a seguir creyendo y esperando en los jóvenes. Como lo hace la Iglesia, que al clausurar el Concilio Ecuménico Vaticano II proclamaba, pensando en vosotros: «La Iglesia os mira con confianza y amor» (PATRES CONCILIARES Nuntii quibusdam Hominum ordinibus dati: «Ad iuvenes», 6, die 8 dec. 1965).

2. Con las reflexiones que ahora haremos juntos, quiero referirme a la encuesta realizada hace poco entre la juventud venezolana. La primera pregunta era: ¿Cuáles son tus temores y esperanzas para el futuro?

Estáis viviendo en un momento histórico no exento de dificultades y problemas: crisis de auténticos valores morales, falta de seguridad, problemas económicos, dificultad en hallar empleo, clima de inmoralidad, injusticias, delincuencia, abusos, manipulaciones, indiferentismo religioso.

Ante esta situación difícil, alguno podría ceder a la fácil tentación de la huida, de la evasión, cerrándose en una actitud de aislamiento egoísta, refugiándose en el alcohol, la droga, el sexo, en ideologías alienantes o que predican el odio y la violencia.

Frente a todo ello, y a pesar de ello, habéis de salvar la esperanza, a la que os alienta vuestra misma condición de personas que se abren a la vida. Esa esperanza que tenéis de superar la situación recibida, de dejar para el futuro un clima religioso, social y humano más digno que el actual. La esperanza de vivir en un mundo más fraterno, más justo y pacífico, más sincero, más hecho a la medida del hombre.

Para vencer todo vestigio de pesimismo sentís la necesidad de lanzaros con ilusión, realismo y entrega a la construcción de una sociedad más cristiana y humana, donde impere la civilización del amor, la que puede hacer realidad vuestra vocación temporal y eterna.

Vuestros tenores y esperanzas frente al futuro se concentran en esa pregunta que os ponéis con frecuencia: ¿Qué sentido tiene mi vida?

Es justo que os pongáis esa cuestión; que penséis en una realidad que afecta a toda vuestra existencia. Porque, en efecto, son diversas, y a veces contradictorias, las respuestas a este interrogante fundamental. No faltan profetas del odio y de la violencia, del materialismo, del placer, egoísmo y totalitarismo. Estos, amigos míos, no ofrecen soluciones; porque, en definitiva, traicionan vuestras aspiraciones más nobles, dejándoos con el alma vacía.

La respuesta a tal interrogante, está, queridos jóvenes, en vuestro mismo ser, creado a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gen
Gn 1,26-27). Está en la fe cristiana que os enseña con certeza: estáis llamados a un destino eterno, a ser hijos de Dios y hermanos en Cristo (Cfr. 1Jn 3,1), a ser creadores de fraternidad por amor a Cristo. El, Cristo, es vuestra respuesta. El os enseña a ayudar siempre al hombre, a entregaros por él. Esta es la palabra revelada en la Biblia. Si yo os dijera otra palabra, traicionaría mí servicio a Dios y os traicionaría a vosotros, que tenéis derecho a la verdad plena.

Y recordad siempre que por ser imagen de Dios, sois capaces de El. Por eso D?os os llama a participar de su vida, en la que encontraréis vuestra plenitud y corona (Cfr. Pablo VI Populorum Progressio, 16). La apertura a Díos, la relación con El, está como grabada en lo más íntimo de vuestro ser. De ahí que la religiosidad no sea un añadido a vuestra estructura humana, sino la primera dimensión de vuestra identidad. Practicarla conociendo a Dios, es llenar vuestra inteligencia de verdad; practicarla, amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos, es llenar vuestra voluntad de bien y realizar vuestras capacidades humanas.

34 3. La segunda pregunta de vuestra encuesta era: ¿Qué crees que debe hacer la Iglesia frente a la situación del país?

Muchas son las respuestas que habéis dado. Pero dejadme deciros que ante todo la Iglesia cuenta y quiere contar con vosotros, fuerza joven, siempre alerta, generosa y capaz de las mejores entregas y de los más nobles sacrificios.

Por eso ella os pide que, para ser más eficaces, no os quedéis aislados. Uníos a los movimientos de apostolado seglar. En ellos encontraréis un modo concreto de ser y hacer Iglesia, una escuela para vuestra formación, un impulso para vuestra entrega creadora de espíritu nuevo, un modo de realizar vuestra vida como comunión y participación.

¡Qué gran cauce, queridos jóvenes, para el desarrollo de vuestra personalidad podéis encontrar en la Iglesia! En ella tenéis la palabra orientadora de Dios que da sentido a vuestra vida; la acción de Cristo que hermana a todos los hombres, haciéndolos hijos del Padre común; la fuerza impulsora para vuestras energías creadoras de un mundo nuevo, justo y fraternal.

Por eso la Iglesia se propone también como centro impulsor de justicia, de verdad, de lucha contra el pecado en todas sus formas. Por eso quiere guiar hacia una sociedad más justa mediante las normas que da en su enseñanza social. Una enseñanza que vosotros, jóvenes, debéis estudiar para empeñares en llevarla a la práctica.

Estoy convencido de que una de las cosas mejores que puede hacer la Iglesia, para reanimar la fe de los venezolanos y contribuir a una sociedad mejor, es dedicarse a una formación sería y cristiana de la juventud, y a la unificación de la misma. Por eso aliento hacia una acción revitalizada en las parroquias y familias cristianas, en la escuela, el liceo y la universidad. Es un desafío para la Iglesia de vuestro país.

4. ¿Qué piensas tú del Papa?, era otra pregunta de vuestra encuesta.

Al llegar aquí, he de agradecer vuestra respuesta, ya que la mayoría de vosotros ha contestado que es vuestro amigo. Quiero deciros que es verdad. Que el Papa se considera amigo y muy cercano a los jóvenes y a sus esperanzas. Por eso confía en ellos, en vosotros. Por eso desde esa estima y confianza, os dice:

¡Jóvenes! ¡Amigos! No adoptéis actitudes que llevan en su interior sólo el espejismo de la verdad. Ellas destruyen vuestra juventud. Porque la juventud no es pasivismo e indolencia, sino esfuerzo tenaz por alcanzar metas sublimes, aunque cueste;

— no es cerrar los ojos a la realidad, sino rechazar las hipocresías convencionales, y buscar y practicar apasionadamente la verdad;

— no es evasión o indiferentismo, sino compromiso solidario con todos, especialmente con los más necesitados;

35 — no es búsqueda del placer egoísta, sino impulso incesante de apertura y voluntad de servicio;

— no es violento torbellino revolucionario, sino dedicación y esfuerzo por construir con medios pacíficos una sociedad más humana, fraterna y participativa.

Frente al pasado, la juventud es actualidad; frente al futuro, es esperanza y promesa de descubrimiento e innovación. Y frente al presente, debe ser fuerza dinámica y creadora. Por todo ello, no podéis pensar, jóvenes, que la situación presente es algo extraño a vosotros; es algo que os compromete, como seres humanos y como cristianos.

5. Vuestra encuesta preguntaba también: ¿Qué significa Cristo en tu vida? Es como un punto de llegada de las anteriores preguntas.

Más de una vez os habéis puesto ese interrogante y otros os lo habrán puesto también. Quiero ayudaros en la respuesta que tantos de vosotros habéis dado ya. Para un joven y una joven idealistas, generosos, valientes, Cristo puede y debe ser la raíz del propio vivir, el eje central y punto de constante referencia en los propios pensamientos, en las decisiones, en el generoso compromiso por el bien.

Buscad pues a Cristo y acogedlo. El es exigente, no se contenta con la mediocridad, no admite la indecisión. El es el único camino hacia el Padre (Cfr. Jn
Jn 14,6) y el que lo sigue no camina en tinieblas (Cfr. ibid.8, 12). Cristo es la certeza de vuestra juventud y la fuente de vuestra alegría. En El, eternamente joven, encontraréis la victoria de la vida sobre la muerte, la victoria de la verdad sobre la mentira y el error, la victoria del amor sobre el odio y la violencia.

Pero aceptar a Cristo significa al mismo tiempo acoger amorosamente su mensaje, su palabra transmitida de modo auténtico en la Iglesia de Dios. Vivir la vida que Cristo ha conquistado para nosotros con su muerte y su resurrección, es incorporarse a la gran familia de los salvador por El; es ser parte del Pueblo de Dios; es ser Iglesia.

No sólo esto. Aquí entre vosotros hay quienes han sentido el llamado para dedicarse por entero al servicio de Dios y de los hombres en la entrega sacerdotal o religiosa. A ellos les digo: acoged con alegría y orgullo esta vocación. Es un regalo maravilloso que os permite estar más cerca de Dios, para estar más cerca de los hombres y acompañarles en su camino. A todos los otros os pregunto: ¿Habéis pensado que quizá Cristo puede estar llamando a algunos de vosotros para ese servicio, alto, difícil, pero que vale la pena?

6. Vuestra encuesta concluía preguntando a cada uno de vosotros: ¿Qué estás dispuesto a dar para hacer una Venezuela más justa?

Tratándose de jóvenes que han conocido a Cristo, el primero entre los hermanos, que quiere la dignidad y el bien de todos, el amor a El ha de llevar a pensar en los demás. Ha de obligar a no instalarse en el propio egoísmo, sino a abrirse a los demás. Porque Dios es nuestro Padre común y, en consecuencia, todos somos hermanos. Son las exigencias de la caridad, del amor. Porque «Dios es amor» (1Jn 4,16) y tanto nos ha amado que nos entregó a su propio Hijo, Jesús (Cfr. Jn Jn 3,16), el cual no vino a ser servido, sino a servir (Cfr. Mt Mt 20,28).

Siendo imagen y semejanza de Dios, vuestra vida no debe ser para vosotros solos, sino que debe ser un don, un regalo para los demás. Poned pues vuestras cualidades al servicio de los otros, especialmente de los más necesitados. Con esta apertura a Dios y los hombres encontraréis la realización de vuestra personalidad. Y seréis así verdaderos hijos de vuestra patria, que espera y necesita vuestro aporte generoso, para ser más digna, más justa y acogedora.

36 Sed, por ello, fieles a vosotros mismos, a vuestro ser de cristianos, a vuestra condición de jóvenes venezolanos. Y cuando no podáis hacer todo lo que querríais, haced lo que vosotros podáis, lo que depende de vosotros. ¡Sin miedo! ¡Sin evasiones! ¡Abiertos a Cristo y al hermano por El!

7. ¡Jóvenes venezolanos! Hemos de acabar este encuentro. Pensad que el futuro de la Iglesia, de vuestro país, de América Latina, está en vuestras manos. Preparaos con serenidad y constancia para afrontar dignamente tan gran responsabilidad. La bendición de Dios y mis oraciones por todos vosotros, os animen en esta tarea.

Cristo os inspire siempre con su palabra y con su ejemplo.

Y que la Virgen Santísima, nuestra Señora y Madre de Coromoto, acompañe vuestro camino por la vida. Así sea.





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO


AL LAICADO DEL VENEZUELA


EN LA CATEDRAL DE CARACAS


Lunes 28 de enero de 1985



Queridos hermanos y hermanas:

1. Alegría y esperanza son los sentimientos que me animan en este encuentro con vosotros, dirigentes seglares comprometidos en movimientos apostólicos o en los trabajos de la gran Misión nacional, junto a representantes de diversos sectores de la sociedad. Todos unidos en una misma vocación: la de testigos de la resurrección de Cristo. Porque estoy seguro de que la incidencia de vuestra fe católica no es tangencial, sino honda y consciente; como de verdaderos creyentes en Jesucristo Salvador, Redentor del hombre y del mundo.

Hace más significativo nuestro encuentro el hermoso marco de esta catedral colonial caraqueña, corazón espiritual de Venezuela. Recinto de encuentros felices y tristes, ha seguido con murmullo de plegaría los avatares de la historia patria. El nos reaviva la memoria histórica de los casi cinco siglos de evangelización de América Latina, de Venezuela, en los que la presencia del seglar ha sido tan consistente. Porque siempre hubo, al lado de la sandalia del misionero y del cayado del obispo, grupos de hombres y mujeres que, al impulso de su fe, sembraron esfuerzo, transmitieron cultura, promovieron el progreso de los hombres de estas tierras. Fueron familias cristianas, cofradías y hermandades, órdenes terceras, catequistas y seglares brillantes, como un Cecilio Acosta o un doctor José Gregorio Hernández, ejemplo de virtudes admirables.

2. Desde esta fecunda tradición, el Concilio Vaticano II ha reconocido, valorizado e impulsado la plena participación, en la tarea y misión eclesial, de los laicos que, unidos vitalmente a Cristo por el bautismo y como miembros de la Iglesia, viven su condición sacerdotal, profética y real, para dar testimonio de la potencia de la resurrección en la vida de los hombres y de las naciones. ¿No es este encuentro un signo más de esa fecundidad conciliar en tierras venezolanas?

Con vosotros doy gracias al Señor por los numerosos movimientos apostólicos que representáis, desde la Acción Católica a los más recientes movimientos integrados en el Consejo Nacional de Apostolado Seglar. Reconozco también la incorporación y colaboración de tantos laicos en torno a las comunidades parroquiales, en instituciones eclesiales de catequesis, de educación, de asistencia y promoción humana, en muchos otros ámbitos de desinteresado servicio cristiano. Me alegra asimismo la obra de aquellos seglares comprometidos en dilatar el reino de Cristo como constructores según Dios de la sociedad, hombres y mujeres con espíritu de Iglesia en el corazón del mundo.

También los 100.000 evangelizadores laicos que han participado en la Misión nacional, portadores del Evangelio a todos los ambientes de vuestro país, son don maravilloso y fruto del Señor, en su Iglesia, gracias al renovado impulso conciliar. Y son, al mismo tiempo, prenda y esperanza de continuidad en esa «nueva evangelización» que he pedido a la Iglesia en Venezuela y en América Latina, al inaugurar en Santo Domingo la «novena» de años preparatoria al V centenario de la fe en estas tierras.

37 En esa perspectiva quiero dejaros, laicos católicos, tres consignas fundamentales.

3. Ante todo, creced en el Señor. Porque, en efecto, «la fecundidad del apostolado seglar depende de la unión vital de los seglares con Cristo» (Apostolicam Actuositatem
AA 4). Estáis llamados por el bautismo a ir configurando vuestra vida, siempre en modo más radical y transparente, hacia la plena madurez en Cristo. ¿Acaso no sois «christifideles»? Abrid pues siempre más vuestro corazón a Cristo, acoged su presencia misteriosa y fecunda, cultivad la intimidad con El en ese encuentro que cambia la vida, que la hace más plenamente humana, que potencia y da horizontes sin confín a la verdad, a la dignidad, a la felicidad del hombre.

El mensaje de la Iglesia puede sintetizarse en la exhortación que Pedro dirigió a los judíos en el Pentecostés de la Iglesia, y que como Sucesor suyo os dirijo a vosotros, laicos venezolanos: Convertíos a Cristo, para recibir el don del Espíritu (Cfr. Act Ac 2,38). Esa exhortación está dirigida a todos los hombres y mujeres, a vuestros compatriotas de las ciudades, de los pueblos y de los llanos, de las islas, de las montañas y de las selvas. ¿Cuántos son aún los bautizados que no han desplegado en sus propias vidas la gracia de esa presencia y encuentro con el Señor? ¿Cuántos no son también los profesionales católicos?

Si hoy nos alegramos por los 100.000 venezolanos evangelizadores, hombres nuevos que quieren testimoniar y proclamar que Cristo es el Señor, no dudéis de que vuestra tierra está ya trabajada por la siembra del Evangelio; y está preparada para que puedan ser muchos más, sí, muchísimos más, los cristianos que superen toda separación entre fe recibida y vida personal, familiar y social; que ahonden y maduren una fe vívida, eclesial, con todos sus frutos de santidad, de comunión, de apostolado, de servicio al hombre.

Se trata de promover —como señalé en México— una vasta tarea de evangelización y catequesis, un empeño capilar e intenso de formación de laicos de fe segura, unidos dinámicamente a la Iglesia, bien anclados en Cristo, «perseverantes en el testimonio y en la acción evangélica, coherentes y valientes en sus compromisos temporales, promotores de paz y justicia contra toda violencia u opresión, agudos en el discernimiento crítico de las situaciones e ideologías a la luz de las enseñanzas sociales de la Iglesia» (Discurso a las organizaciones católicas nacionales de México, 29 de enero de 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 253).

Sé que no es poco lo que os pido a vosotros y a los laicos venezolanos que representáis. Por eso, para estar a la altura de todas esas exigencias de vida cristiana integral, creced siempre en el Señor. Creced hacía la plenitud en Dios (Cfr. Eph. 3, 19).

4. Os dejo otra consigna: revitalizad vuestros movimientos eclesiales de laicos. Ellos pueden y deben cumplir un papel fundamental. Ya tuve ocasión de señalarlo a vuestros obispos en su reciente visita «ad Limina»: «La organización en grupos y movimientos apostólicos diversos va a ser decisiva en los años venideros»; pero han de contar con «la suficiente formación, sentido de unidad eclesial y profunda espiritualidad» (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Venetiolae Episcopos, occasione oblata «ad Limina» visitationis coram admissos, 8, die 30 aug. 1984: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 286). Los movimientos apostólicos constituyen un signo de la comunión eclesial y de su eficacia evangelizadora —ya lo afirmaba el Concilio Vaticano II—, tanto más necesarios y oportunos en un mundo en proceso de creciente organización y socialización.

La Iglesia en Venezuela sabe reconocer el bien que han aportado, su contribución indispensable y enriquecedora, lo mucho que se espera aún de ellos. Pero se requiere una mayor revitalización de ese tejido asociado de laicos, en Venezuela y en América Latina, para que entre la labor conductora de los Pastores y el arraigo cristiano en el pueblo fiel operen fuerzas vivas, vigorosas y multiplicadoras de vocaciones cristianas, en todos los campos y profesiones laicales.

En comunión sincera con los obispos y en fidelidad inquebrantable a la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre; animados por sus respectivos carismas; abiertos al diálogo, colaboración y enriquecimiento recíproco; disponibles para la actuación de los planes pastorales, sean vuestros movimientos escuelas de formación cristiana, experiencia de comunión y participación, lugares irradiantes de vida en el Espíritu, semilleros de vocaciones sacerdotales y religiosas que tanto necesita vuestra comunidad eclesial, fermentos misioneros en todos los ambientes de vida, embriones germínales de nueva sociedad.

5. Desde ese crecimiento en el Señor y de la pujanza del laicado venezolano, haced presente a la Iglesia, con nueva coherencia y originalidad, en vuestra sociedad, en el progreso espiritual, económico y cultural de vuestra nación. Es mi consigna y tarea vuestra.

Dios os ha regalado, desde las entrañas de la tierra, preciosos recursos naturales para que todos los venezolanos puedan tener una vida digna, y aun para que, satisfechas sus necesidades básicas, puedan ser solidarios en la integración latinoamericana que soñó el Libertador y que cuenta en la Iglesia con un signo eficaz de realización. Dado que contáis además con una tradición democrática que afirma su estabilidad, sois responsables de promover siempre más la dignidad y la participación del pueblo en los destinos de la nación, como modelo superador de autoritarismos de diverso signo ideológico.

38 Al interior de la sociedad, sed defensores de los grandes valores humanos y cristianos: el valor de la vida —desde el momento de la concepción— contra toda violencia, la estabilidad y unidad de la familia, cuna de todo auténtico progreso civil y moral, la educación cristiana en la escuela, liceo y universidad. Proclamad y testimoniad que sólo la honestidad severa, en las responsabilidades administrativas públicas y privadas, da fibra vigorosa al porvenir de la patria. No sucumbáis a las tentaciones materialistas y hedonistas - consumo ilimitado de bienes económicos, el sexo, consumo suicida de las drogas, etc. - si queréis la vida y la calidad de la vida. Son éstas grandes tareas y desafíos. Por ello, desde vuestra condición como laicado, estad, laicos venezolanos, en la vanguardia de la construcción de un país fiel a sus tradiciones católicas, próspero en libertad y justicia, severo y diligente en sus responsabilidades, sensible a las necesidades de los más débiles y oprimidos, solidario con los pueblos y naciones hermanas, amante del auténtico progreso cultural.

¿No es vocación primordial de los laicos impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico? (Cfr. Apostolicam Actuositatem
AA 7) ¿?? les aguarda el mundo de la cultura, de la familia, de la dirección política, económica, social?

No olvidéis, pues, que Venezuela espera justamente de los seglares comprometidos en la vida de su pueblo que sean leales, abiertos al diálogo y colaboradores con todos los hombres de buena voluntad. Espera la fidelidad de esta vocación. Esa es vuestra responsabilidad. Ese será vuestro mérito. Esa es vuestra misión propia.

6. Quiero ahora ofrecer un saludo especial a algunos grupos aquí presentes:

En primer lugar, a los dirigentes de la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), con quienes ya tuve el placer de encontrarme en Roma. Sé que en estos días estáis llevando a cabo en la Universidad de los trabajadores, por iniciativa vuestra y con el patrocinio del Celam, una importante reunión sobre «La enseñanza social de la Iglesia y el mundo del trabajo en la América Latina de los años 80». Os acompañan numerosos obispos y dirigentes sindicales de todo el continente.

Considero tal encuentro un gran regalo hecho al Papa durante su estadía en Venezuela; porque sabéis cuánto interés tengo en esa problemática. Creo haberlo puesto de manifiesto, entre otras ocasiones, con mi Encíclica «Laborem Exercens», de la que habéis sido estudiosos y difusores.

Os aliento a continuar en vuestro cometido. Son muy importantes para la Iglesia, para el movimiento de los trabajadores, para América Latina, las perspectivas que estáis considerando y poniendo en movimiento. Y aprovecho esta oportunidad para deciros que me siento solidario con las angustias de tantos y tantos trabajadores latinoamericanos que ven deteriorarse sus condiciones de vida y de trabajo, pero sobre todo las de sus valores y esperanzas de una liberación integral y crecimiento en humanidad.

Sirvan también estas palabras para el grupo de empresarios y obreros venezolanos que participan en este encuentro. Mañana, en la Misa para los obreros en Ciudad Guayana, tendré ocasión de expresar con más detalle mí pensamiento. Quiero ahora deciros que sois responsables del futuro de Venezuela. No en vano el trabajo es la clave de la cuestión social y nacional. Una nación libre y justa se construye desde auténticas comunidades de trabajo humano, donde la dignidad del trabajador se conjugue con la solidaridad, y el bien de la empresa con el bien de la colectividad; más allá de tentaciones partidistas, de privilegios lucrativos y de dialécticas clasistas, para crear renovados tejidos de sociabilidad humana y productiva.

Un saludo también al prestigioso grupo de juristas que nos acompañan. Debéis seguir irradiando «moral y luces», tal como pedía el Libertador, en Angostura, a los magistrados del Congreso. Servidores incorruptibles de la ley, para la convivencia armónica de la sociedad, quede también impresa en vuestros corazones y en la elaboración y aplicación de vuestras leyes nacionales la ley de Dios, que es creadora de libertad, salvaguardia de la vida, obra de misericordia y justicia, mandamiento de caridad.

Por último, vaya mi saludo a los representantes de los medios de comunicación social. Agradezco de veras el esfuerzo que ponéis para dar una cobertura lo más completa posible a mí visita a Venezuela, y la reservada al mensaje de la Misión nacional. Sois conscientes de la importancia social de los medios que manejáis. Conocéis la influencia decisiva que ejercen en la formación personal y en la vida comunitaria.

No olvidéis las apremiantes exigencias de orden ético que encierra la función de un comunicador. El debe respetar la dignidad de la persona humana y sus legítimos derechos por encima de todo; y debe promover los valores de la verdad, la justicia social, la convivencia y la paz.

39 Laicos venezolanos: el Papa, la Iglesia, vuestra patria, América Latina, necesitan vuestro válido aporte. Os aliente en ese camino mí cordial Bendición.





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO


A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO


Caracas - Domingo 27 de enero de 1985



Señores Embajadores, Señoras y Señores,

Durante el viaje apostólico a esta nación y que continuaré con la visita a otros países del área bolivariana, me es sumamente grato encontrarme con vosotros, ilustres miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno de Venezuela, tierra natal de Simón Bolívar.

Ante todo agradezco sinceramente vuestra amable bienvenida y me complazco en presentar mí cordial saludo a todos y a cada uno de vosotros, así como a vuestras familias.

Este nuevo viaje apostólico a América Latina quiere ser un renovado esfuerzo por parte de la Iglesia y del Papa en proclamar e impulsar el mensaje de fe, de paz y verdad, de fraternidad, justicia y libertad que Cristo trajo al mundo.

La Iglesia apuesta en favor del hombre y de su dignidad. Durante siglos, en este continente de la esperanza, ha alzado su voz para defender los derechos de la persona, especialmente de los más débiles y necesitados.

En su esfuerzo por impulsar, en cuanto ella puede, el progreso moral y material de los hombres y de los pueblos, sabe que es una labor que necesita constante y renovada voluntad de perfeccionamiento. Y en esa obra propugna los medíos de la persuasión interior, del recurso a las fuerzas morales. Como afirmaron los Episcopados de América Latina en Puebla de los Ángeles (México), se vale de los «medios evangélicos, con su peculiar eficacia» (Puebla, 485), para tratar de obtener la integral liberación del hombre.

Vosotros, señoras y señores, sabéis bien que la paz y el progreso moral y material son un elemento imprescindible para la vida justa y ordenada de las naciones. Y conocéis los esfuerzos que esto implica. Por ello, ante un mundo dividido y amenazado por frecuentes tensiones, vuestra tarea como diplomáticos, esto es, como constructores de paz y entendimiento entre los pueblos y las culturas, viene a ser de importancia capital en el ámbito de las relaciones internacionales. Como tuve ocasión de señalar recientemente a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, «para que las relaciones internacionales favorezcan y consoliden una paz justa, se necesita a la vez reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva» (IOANNIS PAULI II Allocutio ad Vires Nationum apud Sedem Apostolicam constitutos Legatos, 3, die 12 ian. 1985: vide supra, p. 58).

Es así como la Comunidad Internacional podrá crear un clima de confianza y colaboración mutua, en el que los derechos de la otra parte sean siempre reconocidos en un plano de igualdad y respeto; donde se afronten los grandes problemas que aquejan a las naciones y a la humanidad, para buscar soluciones apropiadas mediante el diálogo, el recurso a los acuerdos, tratados y soluciones de paz, evitando siempre caminos traumáticos para la pacífica convivencia y la vida de las personas.

Señoras y señores: estoy convencido de que vosotros, así como los Gobiernos que representáis, queréis seguir prestando una decidida contribución a la gran causa de construir un mundo más pacífico, más justo y más fraterno. En ese camino os encontraréis con el apoyo y aliento de la Iglesia y de quien la sirve desde la Sede de Pedro.


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