Discursos 1985 49


VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Viernes 1 de febrero de 1985




Señor Presidente,
amados hermanos en el Episcopado,
queridos ecuatorianos todos:

Hace casi exactamente tres días, peregrino del Evangelio llegaba a la ciudad de Quito, capital de la nación, ilusionado por encontrarme con los amados hijos del Ecuador.

Ahora, al tener que partir, d?y gracias a Dios por haberme concedido encontrar una Iglesia viva, y por haber compartido con tantos miembros de la misma unas jornadas intensas, de cercanía mutua, de vivencia religiosa, de esperanza.

En mí recorrido por los diversos lugares que he tenido la dicha de visitar, he hallado siempre el calor humano, y el afecto que brotan del sentirse unidos por fuertes vínculos de fe. Llevo conmigo el imborrable recuerdo de un pueblo religioso que, en torno a sus Pastores y en unión con el Sucesor de Pedro, está decidido a testimoniar en la realidad concreta de la sociedad ecuatoriana el mensaje salvador de Cristo, mensaje de paz, de justicia, de amor.

50 En los sucesivos encuentros con los obispos, agentes de pastoral, jóvenes, intelectuales, mundo del trabajo, familias, indígenas y otros sectores del pueblo cristiano, habéis mostrado los valores más genuinos del alma ecuatoriana, que aun en medio a las dificultades, muestra su confianza en Dios y su propósito de mantenerse fiel a la herencia de sus mayores: a su fe cristiana, a la Iglesia, a su cultura, sus tradiciones, su vocación de justicia y libertad.

Vaya ahora a todos y a cada uno mi más vivo agradecimiento por vuestra colaboración y entusiasmo, que han hecho de esta visita una experiencia religiosa inolvidable. Mi primera palabra de gratitud va al Señor Presidente del Ecuador. También a las autoridades, al Señor Cardenal, a mis hermanos los Obispos, a las personas consagradas, y a los individuos o entidades que han colaborado tan eficazmente en la preparación y desarrollo de los diversos actos.

Al despedirme de vosotros, deseo asegurares que, aunque separados por las distancias, continuaremos unidos en la fe común, en el amor a la Iglesia, en la fidelidad a Cristo. Os dejo, para que los hagáis vida, los mensajes pronunciados a l? largo de estos días; junto con la certeza del recuerdo en la oración, de modo particular por los enfermos, los ancianos, los niños, los que sufren.

Quiera Dios que vuestro país, que se gloría de haber dado a la Iglesia preclaros hijos en el camino de la santidad, pueda también contribuir eficazmente al fortalecimiento de los vínculos de amistad, de paz, de justicia, de elevación humana entre los miembros de la gran familia de Latinoamérica.

¡Que Dios bendiga al Ecuador y a todos sus hijos!





VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto de Lima-Callao (Perú)

Viernes 1 de febrero de 1985



Señor Presidente,
hermanos obispos del Perú,
autoridades,
queridos hermanos y hermanas:



51 1. Acabo de pisar tierra peruana. Y al besarla, he querido manifestar mi estima profunda hacia todos sus habitantes, que desde este momento me acogen con corazón abierto.

Por ello, la primera palabra que viene a mis labios es la de un cordial ¡gracias! ¡Muchas gracias!

Gracias ante todo al Señor Presidente de la nación, que me invitó amablemente a visitar el país y que me ha dado la bienvenida en nombre de todos los peruanos, con palabras tan dignas de aprecio. Ellas recogen el sentir de los católicos del Perú, que, en espíritu de fe, tan vinculados han estado tradicionalmente al Papa.

Gracias al señor cardenal arzobispo de Lima y Presidente de la Conferencia Episcopal, al señor arzobispo-obispo del Callao en cuya jurisdicción se halla este aeropuerto Jorge Chávez, y al secretario general de la Conferencia Episcopal. Ellos me reciben en nombre de todos los obispos, que amablemente me invitaron a venir a Perú y que aguardan en la catedral limeña nuestro primer encuentro, y a los que desde ahora saludo cordialmente.

Gracias a todas las autoridades, tanto nacionales como locales, civiles o militares, que han querido venir a recibirme.

Y gracias al querido pueblo fiel del Perú; a cuantos hoy encuentro o encontraré, y a tantos otros que de diversas maneras me han mostrado su deseo de verme en su ciudad o en sus ambientes de trabajo. Aunque evidentes exigencias organizativas no me permitan visitar otros lugares que habría deseado, a todos se extiende mí gratitud y recuerdo.

2. El nombre del Perú hace evocar los ecos remotos del Imperio Inca del Tahuantinsuvo, que supo vencer la formidable barrera de los Andes. Después de la evangelización, ese nombre habla de figuras tan notables como los Santos Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Francisco Solano, Martín de Porres, Juan Macías, Sor Ana de los Ángeles, que mañana veremos beatificada en su propia tierra arequipeña.

Ello ha permitido un proceso de mestizaje integrador, no sólo racial, sino cultural y humano, que se plasma de tantas maneras en vuestra vida diaria. En ese proceso la Iglesia no ha estado ausente, sino que, como reconoce vuestra misma Constitución, ella ha tenido un papel «importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú» (art. 86).

¡Cuántas son las fechas significativas en la historia del Perú —en el que se dieron también cita los ideales de San Martín y de Bolívar— en las que se halla una presencia, creadora de identidad histórica, de la fe cristiana, del impulso religioso, de la obra de la Iglesia! Son elementos que han buscado una síntesis integradora, no siempre fácil, en vuestra alma nacional.

En este momento histórico, es necesaria una creciente solidaridad entre todos vosotros y un nuevo descubrimiento de vuestras raíces humanas y religiosas; para crear nuevas fuerzas de justicia a todos los niveles, para superar las funestas tentaciones de los materialismos, para dar a cada peruano una dignidad renovada que lo haga libre en su interior y bien consciente de su destino ante Dios, ante sí mismo y ante la sociedad.

Ahí entra el gran papel de las fuerzas interiores; ahí se coloca la importante función de la fe, para cambiar desde dentro las personas y, mediante ellas, la sociedad. Porque no se podrá avanzar «en el camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, sí no se realiza una verdadera conversión de las mentalidades y de los corazones» (Redemptor hominis
RH 16).

52 Estos son los ideales que quiero servir con mi visita, y que desearía se tradujesen en una ayuda al robustecimiento de la fe del pueblo peruano y en una promoción de la causa de su paz, de la convivencia en el mutuo respeto, de la reivindicación del derecho de cada uno por vías de diálogo y no de violencia.

Los quinientos años de la evangelización de estas tierras —fecha para nosotros tan cercana— son una exigencia de construcción urgente de un hombre latinoamericano y peruano más recio en su fe, más justo, más solidario, más respetuoso del derecho ajeno al defender y reivindicar el propio, más cristiano y más humano.

Que la Virgen Santísima, tan venerada en toda la nación, nos alcance en estos días abundancia de luz y gracia. Y que el Señor de los Milagros aumente en cada peruano la fe, la unión, la fraternidad. Con gran confianza, bendigo desde ahora a cada hijo del Perú.







VIAJE APOSTÓLICA A VENEZUELA,

ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS MIEMBROS DEL EPISCOPADO DEL PERÚ


Sábado 2 de febrero de 1985



Queridos hermanos en el Episcopado:

1. En la sede de vuestra Conferencia Episcopal, donde en espíritu de profunda fraternidad os reunís para organizar, coordinar y promover la vida de la Iglesia en el Perú, me alegra profundísimamente encontrarme con vosotros, mis hermanos obispos de estas Iglesias particulares que estoy visitando. Estos momentos van a prolongar y completar las vivencias y reflexiones hechas durante vuestra visita «ad Limina». Y tengo a la vez la agradable impresión de que, de algún modo, el hermano en la Sede de Pedro devuelve lleno de afecto la visita a los hermanos que antes fueron a verle, dejando atrás las Iglesias que hoy me acogen en la fe.

Este encuentro tiene lugar en una fecha de gran significado eclesial. En el día de hoy, y bajo la mirada maternal de la Virgen de Chapi, he tenido el gozo de beatificar a Sor Ana de los Ángeles Monteagudo. En ella se concentra un pasado de ejemplar consagración esponsal a Jesucristo, el Señor; pero también se nos señala un futuro. Ese futuro que hemos podido vislumbrar sobre todo en los miles de jóvenes reunidos con nosotros. La Iglesia latinoamericana tomó en su día una «opción por los jóvenes». Ellos esperan siempre de nosotros que les señalemos de modo inequívoco el camino de los Santos, de su plena realización como cristianos; y no podemos defraudarlos.

Es un admirable privilegio pertenecer a una Iglesia en la que ha florecido la santidad; pero es también una responsabilidad. Los jóvenes, tan sensibles y exigentes nos obligan a levantar la vista, a ponernos continuamente en camino, a no desfallecer en el arduo esfuerzo de mostrar y seguir coherentemente a Jesucristo. Ellos son esa instancia crítica que señala que todavía podemos hacer algo más. Ellos nos hacen descubrir que la santidad, la cual comienza con una renovación interior, tiene indudables dimensiones sociales. Vuestra historia eclesial es rica en preclaros modelos de vida cristiana, capaces de iluminar con la novedad del Evangelio el presente y de guiar hacia la transformación de un futuro mejor.

En esta perspectiva, y como confirmación o complemento de cuanto tratamos en Roma, deseo compartir con vosotros algunas reflexiones que me sugiere la figura profética, central en vuestras Iglesias, de Santo Toribio de Mogrovejo, a quien he declarado recientemente Patrono de los obispos de América Latina. Además, en su fiesta litúrgica, el 23 de marzo, aprobé el Documento final de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla de los Ángeles, bajo el lema: « La evangelización en el presente y el futuro de América Latina ».

Hay además otra coyuntura histórica de fondo para que miremos a la figura de Santo Toribio: su gran tarea consistió en realizar, iluminado por el Concilio de Trento, la primera evangelización del Mundo Nuevo. Hoy os toca a vosotros realizar, a la luz del Concilio Vaticano II, una nueva evangelización de vuestros fieles que —como dije en la alocución al CELAM en Puerto Príncipe— ha de ser «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión» (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad CELAM habita, III, die 9 mar. 1983: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VI, 1 (1983) 698).

De entre las grandes lecciones que brotan del ejemplo de Santo Toribio queremos fijarnos en algunas.

53 2. Evangelización para la santidad. La primera evangelización germinó haciendo de la fe el sustrato del alma latinoamericana en general, y peruana en particular (Cf.. Puebla, 412). Esto fue en buena parte fruto del admirable esfuerzo apostólico de Santo Toribio de Mogrovejo y de su labor en el III Concilio Límense, ayudado por otros insignes misioneros.

Aquella evangelización dio como resultado modelos ejemplares de santos. Ahí están para testimoniarlo la mística figura de Santa Rosa de Lima, el amor a los pobres de San Martín de Porres y San Juan Maclas, la solidaridad y ardor misionero de San Francisco Solano.

Una nueva evangelización en nuestros días deberá infundir en los hijos del Perú esa aspiración ala santidad. Así podrán superarse las tentaciones de materialismo que amenazan. Animar desde dentro y estimular esta tarea ha de ser vuestra gran misión.

Esa nueva evangelización habrá de redescubrir y potenciar aquellos valores cristianos grabados en la fe del pueblo; para que puedan ser respuesta a las situaciones y exigencias nuevas de nuestro tiempo; para que hagan del Evangelio la fuerza motriz hacia la ayuda al hermano más necesitado, visto en su dignidad de hombre y de ser llamado al encuentro con Dios.

3. Evangelización para la unidad en la fidelidad.

El Santo arzobispo de Lima fue un ejemplar constructor de unidad eclesial. En su trabajo evangelizador supo asociar a presbíteros, religiosos y laicos en un admirable intento de comunión. El III Concilio Límense es el resultado de ese esfuerzo, presidido, alentado y dirigido por Santo Toribio, y que fructificó en un precioso tesoro de unidad en la fe, de normas pastorales y organizativas, a la vez que en válidas inspiraciones para la deseada integración latinoamericana.

El mismo fue insigne maestro en la verdad, que amaba siempre a quien erraba, pero nunca dejó de combatir el error. Con gran sentido de responsabilidad pastoral supo dar frecuentes ejemplos de esa exquisita caridad de padre y claridad de maestro. Convencido firmemente de que nunca es verdadera caridad permanecer inactivo ante las desviaciones en la fe de los fieles, supo velar por la fidelidad a la doctrina de la Iglesia, fundamento seguro de la comunión eclesial. Y lo hizo en un momento histórico de importante reflexión teológica y de trabajo intelectual al servicio del anuncio de la Buena Nueva.

Ante un mundo fragmentado y con frecuencia contrapuesto, es necesario que la Iglesia dé testimonio de fidelidad a sí misma, a su Fundador; que ayude a sanar distancias y divisiones; que sepa unir los corazones, salvando las rupturas insolidarias que anidan en el corazón de la sociedad y del hombre mismo, empezando por la fractura entre fe y vida.

4. Evangelización para la dignidad de la persona.

En Santo Toribio descubrimos el valeroso defensor o promotor de la dignidad de la persona. Frente a intentos de recortar la acción de la Iglesia en el anuncio de su mensaje de salvación, supo defender con valentía la libertad eclesiástica.

El fue un auténtico precursor de la liberación cristiana en vuestro país. Desde su plena fidelidad al Evangelio, denunció los abusos de los sistemas injustos aplicados al indígena; no por miras políticas n? por móviles ideológicos, sino porque descubría en ellos serios obstáculos a la evangelización, por fidelidad a Cristo y por amor a los más pequeños e indefensos.

54 Así se hizo el solícito y generoso servidor del indígena, del negro, del marginado. E supo ser a la vez un respetuoso promotor de los valores culturales aborígenes, predicando en las lenguas nativas y haciendo publicar el primer libro en Sudamérica: el catecismo único en lengua española, quechua y aymara.

Es éste un válido ejemplo al que habéis de mirar con frecuencia, queridos hermanos, sobre todo en un momento en el que la nueva evangelización ha de prestar gran atención a la dignidad de la persona, a sus derechos y justas aspiraciones. En ese sentido habéis querido moveros al publicar vuestra Carta colectiva sobre «Aplicación y difusión de la Encíclica “Laborem Exercens” en nuestra realidad pastoral». Como obispos presentáis la realidad de vuestro pueblo, con sus luces y sombras, no con el propósito de causar desaliento, sino para estimular a todos los que puedan mejorarla.

Interpelados por la dura realidad del Perú de h?y, reafirmáis vuestra responsabilidad de estar presentes en el mundo del trabajo mediante la tarea evangelizadora, de acuerdo con las funciones específicas que el Señor ha encomendado a los diversos miembros del Pueblo de Dios, con una clara identidad evangélica, evitando caer en reduccionismos de cualquier signo y superando los obstáculos que impiden su misión.

Sois conscientes - como habéis recogido en varios documentos de vuestra Conferencia - de que la enseñanza social de la Iglesia, elaborada en un largo período de experiencia eclesial, ilumina los problemas del mundo desde la luz de la razón natural, de la fe y la moral de la Iglesia. De ahí surge el impulso evangélico de salvar al ser humano en su dignidad integral. Porque no se puede olvidar que tantas consecuencias para la vida social nacen del Evangelio, como bien recuerda el Documento de Puebla: «Nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo» (Puebla, 476).

A este respecto, me complace que en vuestro laudable empeño clarificador, para lograr el debido equilibrio entre inmanencia y trascendencia en el quehacer de vuestras Iglesias particulares, hayáis publicado el reciente Documento sobre teología de la liberación. Confío en que, con vuestro celo, sentido eclesial y perseverancia, las orientaciones pastorales que habéis marcado darán los frutos deseados en el necesario y justo empeño en favor de los más pobres.

5. Evangelización en constante sintonía con la Sede Apostólica.

Es visible en Santo Toribio un elemento de fondo, que hoy es constitutivo de la piedad popular, peruana y latinoamericana; y que con su vida y obra él ayudó a construir: la cercanía espiritual y el afecto cálido al Sucesor de Pedro, a quien el Señor quiso poner como Cabeza de la Iglesia (Cfr. Codex Iuris Canonici
CIC 331).

En íntima comunión con él, vosotros estáis llamados a realizar la renovación eclesial trazada por el Concilio Vaticano II, conscientes de ser guías del Pueblo de Dios, y servidores de la verdad del único Evangelio de Jesús.

A vosotros se os ha confiado la misión de apacentar el Pueblo de Dios peregrino en el Perú; a vosotros corresponde, en comunión con la Sede Apostólica, como vais haciendo, trazar los caminos de la evangelización, atendiendo a los impulsos con los que el Espíritu Santo bendice a su Iglesia. De ahí vuestro empeño y deber de evitar magisterios paralelos, eclesiásticamente inaceptables y pastoralmente estériles, velando con suma caridad por el bien y fidelidad a la Iglesia.

6. Queridos hermanos en el Episcopado: Recuerdo con gran placer los encuentros tenidos con vosotros durante vuestra visita «ad Limina» que me hicieron constatar el gran amor a la Iglesia que os anima. A ejemplo de ese gran predecesor y Patrón vuestro, Santo Toribio de Mogrovejo, sed los sabios y santos Pastores que necesita el Perú, los auténticos animadores de la vida espiritual, los promotores incansables de la dignidad de las personas y de la reconciliación. Que en esta alborada del V centenario de la evangelización de América Latina, la Iglesia que apacentáis sea signo e instrumento de esperanza, conciliando con sabiduría y valentía las legítimas aspiraciones de elevación temporal y los esenciales valores del espíritu.

Que el Santo arzobispo os ayude con su ejemplo a profundizar en las exigencias de vuestra tarea, para el presente y el futuro de la evangelización en el Perú. Y que la Madre Santísima, la Virgen fiel, os acompañe en vuestra generosa y sacrificada entrega a esta joven Iglesia que camina hacia el Padre bajo la acción del Espíritu. Así lo deseo, con fraterno afecto.







VIAJE APOSTÓLICO

A VENEZUELA, ECUADOR, PERÚ Y TRINIDAD Y TOBAGO

LLAMADA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS HOMBRES DE LA LUCHA ARMADA


Ayacucho (Perú)

55

Domingo 3 de febrero de 1985



Señor arzobispo, hermanos obispos,
amados hermanos y hermanas:

1 .No he querido que faltara una visita del Papa a Ayacucho durante mí viaje apostólico a Perú. En ella deseo acercarme al dolor de los habitantes de esta zona, daros una palabra de aliento y contribuir ala deseada reconciliación de los espíritus.

En estas tierras, como por desgracia también en otras de este querido país, se oye el clamor angustiado de sus gentes que imploran la paz. Sé que hay mucho sufrimiento a causa de la espiral de violencia que ha puesto su centro entre vosotros. Comparto desde lo profundo de mi corazón el desgarramiento que sufrís. Ojalá que el dolor que hiere a vuestras familias acabe pronto, y que entretanto sepáis afrontarlo con espíritu evangélico. Lo cual no significa desánimo, sino valor para reaccionar con dignidad, recurriendo a los medios legítimos de tutela de la sociedad, y no a la violencia que engendra más violencia.

Vuestro difícil desafío es combatir ésta con las armas de la paz y convencer, a los que han caído en la tentación del odio, de que sólo el amor es eficaz. Si en verdad queremos construir un mundo nuevo, no existe otro camino que el que nos muestra Jesús, «Príncipe de la Paz» (Is 9,6).

2. Sin embargo, hemos de ir a las raíces de ciertas situaciones dolorosas, que a veces provocan dolor nuevo en tantas víctimas inocentes, aumentando la tragedia.

«No es casualidad —como han dicho vuestros obispos en su Pronunciamiento de septiembre del pasado año— que los brotes de la violencia aparezcan precisamente en las zonas más postergadas y postradas de la comunidad nacional, circunstancia que ha sido aprovechada durante años para sembrar en la mente de los niños y jóvenes la nefasta semilla ideológica del odio, la violencia y la lucha armada como única vía para cambiar la sociedad».

No se puede, ni se debe, negar la realidad de hombres y mujeres que sufren a causa de la injusticia. Esa dolorosa realidad debe mover eficazmente ala acción. En todos los hombres hay que reconocer la dignidad de ser imagen de Dios. A todos hay que hacer efectivo su derecho a participar de los bienes espirituales, culturales y materiales de cada pueblo y de la humanidad, en virtud del destino universal de esos bienes. Las desigualdades injustas y la marginación son, han de ser, constante incentivo para toda conciencia cristiana.

Por ello, hay que empeñarse en la elevación del nivel cultural mediante la creación y potenciación de los centros educativos privados y públicos; en la promoción del nivel de vida con la implantación de una economía industrial y agrícola en la que todos puedan encontrar un trabajo digno y remunerativo; en el empleo, en fin, del potencial humano y económico en obras de utilidad social. Esas son las líneas maestras de la obra de desarrollo en L. que las autoridades públicas y los responsables deben comprometer todas las energías disponibles; para llegar a estructuras sociales justas, a una más adecuada y humana distribución de los bienes materiales y culturales.

3. Pero si bien la injusticia y la miseria pueden ser el ambiente propicio para que tomen cuerpo la amargura y el odio, no lo explican por sí solas, no son su verdadera raíz. El odio y la violencia nacen del corazón del hombre, de sus pasiones o convicciones desviadas, del pecado. La raíz del odio es la misma que la del pecado.

56 El odio manifiesta que el hombre, en lugar de optar por el amor, ha permitido que venzan en él la agresividad, el resentimiento y, en consecuencia, la irracionalidad y la muerte.

En la lucha entre el bien y el mal, entre el amor y el odio que se plantea en el corazón del hombre, y con mayor fuerza en el corazón del hombre probado por el sufrimiento, pueden influir poderosamente las convicciones ideológicas. Todos hemos sido testigos de cómo grupos de hombres, tratando de reaccionar ante frustraciones sociales y prometiendo vías de liberación, desencadenan a veces conflictos y violencias que al fin producen sólo mayores frustraciones y dolor.

Grave es la responsabilidad de las ideologías que proclaman el odio, el rencor y el resentimiento como motores de la historia. Como el de los que reducen al hombre a dimensiones económicas contrarias a su dignidad. Sin negar la gravedad de muchos problemas y la injusticia de muchas situaciones, es imprescindible proclamar que el odio no es nunca camino: sólo el amor, el esfuerzo personal constructivo, pueden llegar al fondo de los problemas.

Se hace necesaria, pues, una auténtica y radical conversión del corazón del hombre. Mientras se siga eludiendo el punto central, esto es, la raíz de los males que aquejan la vida de hombres y pueblos, las situaciones conflictivas, la violencia y la injusticia seguirán sin resolverse.

4. Hoy más que nunca hay que volver al sentido auténtico de la cruz. De esa cruz tan venerada en Perú.

La cruz del Señor expresa para nosotros el don de la reconciliación con Dios y de los hombres entre sí (Cf. . Rom
Rm 5,10 Eph Rm 2,14-16). Por eso el Papa ha venido a Ayacucho para traeros un mensaje de amor, de paz, de justicia, de reconciliación; para exhortares a todos a reconciliares con Dios, alejándoos del pecado y sus consecuencias; para que os convirtáis al amor, acogiendo el don de la reconciliación en los propios corazones, a fin de vivir sus frutos en la vida personal y social.

Por tal motivo me dirijo en primer lugar a vosotros, huérfanos y viudas, con quienes he deseado encontrarme y por quienes siento compasión y afecto inmenso. Sí, a todos vosotros, unidos a Cristo desde vuestro calvario, os invito a perdonar a los que os han hecho el mal, «porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Os pido que, dentro de la esperada y eficaz defensa que se os debe, testimoniéis ante el mundo el sublime gesto del perdón evangélico, fruto de la caridad cristiana, frente a quienes os arrebatan la vida de vuestros seres queridos, frente a quienes destruyen el fruto de vuestro trabajo, frente a quienes conculcan vuestra dignidad, frente a quienes pretenden manipulares en nombre de una ideología de odio. Así contribuiréis a atraerlos también a ellos hacia el amor, abandonando falsos caminos.

A las autoridades y responsables del orden público, que tienen el deber de defender el recto orden de la sociedad y de proteger a los indefensos —como son tantos pobladores de esta zona de Ayacucho— y cuya misión resulta sumamente delicada en las actuales circunstancias, y hasta ingrata e incomprendida, quiero recordarles, haciéndolas mías, las palabras del Episcopado del Perú: «Es importante que las instituciones encargadas de la vigilancia del orden público y de la administración de la justicia, cuya misión es la defensa de la vida y del orden jurídico, logren inspirar la confianza de la población, contribuyendo así a fortalecer la convivencia de la ley en nuestro país» (6 de septiembre de 1984).

Para lograr la deseada reconciliación, es también actual en el Perú cuanto dije hace casi dos años en El Salvador: «Es urgente sepultar la violencia... ¿Cómo? Con una verdadera conversión a Jesucristo. Con una reconciliación capaz de hermanar a cuantos hoy están separados por muros políticos, sociales, económicos e ideológicos. Con mecanismos e instrumentos de auténtica participación en lo económico y social, con el acceso a los bienes de la tierra para todos, con la posibilidad de la realización por el trabajo... En este conjunto se inserta un valiente y generoso esfuerzo en favor de la justicia, de la que jamás se puede prescindir» (IOANNIS PAULI PP. II Homilia ad Missam in urbe «San Salvador» habita, 7, die 6 mar. 1983: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VI, 1 (1983) 604).

5. Me dirijo también a todos aquellos que, por diversos títulos, tienen particulares responsabilidades respecto al futuro de esta querida nación: políticos y hombres de ciencia, empresarios y sindica listas, dirigentes sociales y representantes del mundo de la cultura.

57 Combatid con las armas de la justicia, y con eficacia, todo pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de los derechos y deberes de los ciudadanos. Por sentido cristiano, y aun humano, ofreced un servicio abnegado al necesitado. El mensaje de Jesús no se limita al fuero de la conciencia. Tiene claras y concretas repercusiones en el orden social, como recuerda la Exhortación Apostólica «Reconciliatio et Paenitentia». «Puede ser social el pecado de obra u omisión por parte de dirigentes políticos, eco nómicos y sindícales, que aun pudiéndolo, no se empeñan con sabiduría en el mejoramiento o en la transformación de la sociedad según las exigencias y las posibilidades del momento histórico» (Reconciliatio et Paenitentia RP 16).

En el horizonte del Perú se os presenta una tarea impostergable: trabajar con medíos no violentos, para restablecer la justicia en las relaciones humanas, sociales, económicas y políticas; siendo así realizadores de reconciliación entre todos, pues la paz nace de la justicia.

Es necesario que todos los peruanos de buena voluntad vuelvan su mirada al sufrimiento del pueblo de Ayacucho y de las otras regiones peruanas probadas por el dolor. Y que encuentren ahí motivación e impulso para un esfuerzo decidido, en orden a evitar y corregir las injusticias, la postergación, el olvido cívico. La tarea de convertirse en artífices de reconciliación debe manifestarse en hechos concretos que erradiquen, con urgencia, las circunstancias sociales que hieren la dignidad de los hombres, y que se pueden convertir en caldo de cultivo de situaciones explosivas, favoreciendo la violencia, generando animosidad, dando lugar a postraciones lacerantes.

La doctrina social de la Iglesia aporta criterios éticos radicales. Todo cristiano ha de sentirse urgido en llevarlos ala práctica. Para ello es necesario no sólo generosidad de corazón, sino empeño eficaz y competencia técnica. Hace falta que cristianos convencidos, peritos a la vez en los distintos saberes y conocedores por propia experiencia de los ámbitos políticos, económicos y sociales, reflexionen a fondo sobre los problemas de la sociedad contemporánea, para iluminarnos con la luz del Evangelio (Cfr. S. CONGR. PRO DOCTRINA FIDEI Instructio de quibusdam aspectibus «Theologiae Liberationis», XI, 14). De esta reflexión surgirán orientaciones y pautas, plurales en muchos casos, que estimulen a los hombres de acción y los guíen en su actuar. De este intercambio entre hombres de pensamiento y de acción, podrá derivar la mejora de la sociedad, la justicia y, con ella, la paz.

La Comunidad internacional, por su parte, y las instituciones operantes en el ámbito de la cooperación entre las naciones, han de aplicar medidas justas en las relaciones, sobre todo económicas, con los países en vías de desarrollo. Han de dejar de lado todo trato discriminatorio en los intercambios comerciales, sobre todo en el mercado de las materias primas. Al ofrecer la necesaria ayuda financiera han de buscarse, de común acuerdo, condiciones que permitan ayudar a esos pueblos a salir de una situación de pobreza y subdesarrollo; renunciando a imponer condiciones financieras que, a la larga, en vez de ayudar a esos pueblos a mejorar su situación, los hunden más; y hasta pueden llevarlos a condiciones desesperadas que traigan conflictos cuya magnitud no es posible calcular.

6. Quiero ahora dirigir mi palabra apremiante a los hombres que han puesto su confianza en la lucha armada; a aquellos que se han dejado engañar por falsas ideologías, hasta pensar que el terror y la agresividad, al exacerbar las ya lamentables tensiones sociales y forzar una confrontación suprema, pueden llevar a un mundo mejor.

A éstos quiero decir: ¡El mal nunca es camino hacia el bien! No podéis destruir la vida de vuestros hermanos; no podéis seguir sembrando el pánico entre madres, esposas e hijas. No podéis seguir intimidando a los ancianos. No sólo os apartáis del camino que con su vida muestra el Dios-Amor, sino que obstaculizáis el desarrollo de vuestro pueblo.

¡La lógica despiadada de la violencia no conduce a nada! Ningún bien se obtiene contribuyendo a aumentarla. Si vuestro objetivo es un Perú más justo y fraterno, buscad los caminos del diálogo y no los de la violencia.

Recordad lo que los obispos latinoamericanos han enseñado repetidas veces: que la «Iglesia rechaza la violencia terrorista y guerrillera, cruel e incontrolable cuando se desata. De ningún modo se justifica el crimen como camino de liberación. La violencia engendra inexorablemente nuevas formas de opresión y de esclavitud, de ordinario más graves que aquellas de las que se pretende liberar. Pero sobre todo es un atentado contra la vida, que sólo depende del Creador . . . Debemos recalcar también que cuando una ideología apela a la violencia, reconoce con ello su propia insuficiencia y debilidad» (Puebla, 532).

Por ello os suplico con dolor en mí corazón, y al mismo tiempo con firmeza y esperanza, que reflexionéis sobre las vías que habéis emprendido. A vosotros, jóvenes, os digo: ¡No permitáis que se instrumentalice vuestra eventual generosidad y altruismo! La violencia no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre y a quien la practica (Cf.. IOA?NIS PAULI PP. II Homilia ad Missam pro Institutis religiosis in urbe «Loyola» habita, 6, die 6 nov. 1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V, 3 (1982) 1166). Una vez más repito que el cristianismo reconoce la noble y justa lucha por la justicia a todos los niveles, pero invita a promoverla mediante la comprensión, el diálogo, el trabajo eficaz y generoso, la convivencia, excluyendo soluciones por caminos de odio y de muerte.

Os pido, pues, en nombre de Dios: ¡Cambiad de camino! ¡Convertíos a la causa de la reconciliación y de la paz! ¡Aún estáis a tiempo! Muchas lágrimas de víctimas inocentes esperan vuestra respuesta.

58 7. A los miembros de la Iglesia en Perú los aliento a ser los primeros en hacerse instrumento de reconciliación, de esperanza, de justicia integralmente liberadora.

En ese imprescindible esfuerzo por cambiar las personas y las estructuras, recordad siempre que un compromiso por la liberación que no esté inspirado en el propósito de verdad, de justicia y en el amor sin exclusivismos; que no vaya acompañado de acciones en favor de la reconciliación y de la paz, nos es cristiano. Estad, pues, atentos ante vuestros propios corazones, ante intereses y propósitos intencionados de agudizar los antagonismos. Guiados por y desde el Evangelio, sed artífices de justicia, y seguid fielmente las normas fijadas a este propósito por vuestros obispos (Cf.. S. CONGR. PRO DOCTRINA FIDEI Instructio de quibusdam aspectibus «Theologiae Liberationis»).

Pastores y fieles de la Iglesia en Perú: Buscad personalmente a Cristo para así llevarlo a los demás. En la actual coyuntura del Perú, del continente latinoamericano, del mundo, la Iglesia tiene una función propia que cumplir: recordar que sólo Cristo puede ser principio y fundamento de una auténtica reconciliación social.

8. Queridos hermanos: Quiero concluir este encuentro con un llamado a la esperanza. No os dejéis abatir por el dolor que pesa sobre vuestras vidas. No olvidéis la constante capacidad de conversión a Dios del corazón humano. No perdáis la esperanza y el propósito de vencer el mal con el bien. ¡Cristo nos acompaña y ha vencido el mal! No dejéis, pues, de mirar vuestra vida en la perspectiva de la cruz redentora y reconciliadora de Jesús, que nos muestra las metas eternas de nuestra existencia.

A María, la Madre de la esperanza, confiamos estas necesidades. Vamos a orar ahora con Ella recitando el Ángelus: Pidámosle que ilumine a los gobernantes, estimule a las fuerzas vivas del país, pacifique a los violentos, ayude a los que sufren.

¡Que Santa María obtenga de su Hijo la paz eterna para los muertos de esta región!

¡Que la Virgen fiel interceda ante su Hijo por las víctimas del terrorismo, para que hallen consuelo, ayuda y eficaz solidaridad!

¡Que la Madre del Redentor del hombre aliente los esfuerzos por mejorar la situación en todos los países que conocen la injusticia o la escasez!

¡Que la Madre de la Iglesia impulse a sus hijos a comprometerse en el servicio al desarrollo integral de sus hermanos más necesitados!

¡Huamangapa, iñiq Wuawancuna!

(Católicos hijos de Huamaga).

59 Unanchacuqpa Cuyacuinintam apamuiquichic, allpaichichicpi tarpusqa sonqoiquichicta causarichinampaq.

(Os traigo el amor de nuestro Dios, para que sembrado en vuestra tierra, sea la resurrección de vuestros corazones).









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