Discursos 1985 78


AÑO INTERNACIONAL DE LA JUVENTUD

ENCUENTRO INTERNACIONAL EN SAN JUAN DE LETRÁN

ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS JÓVENES POR LA PAZ



Roma, sábado 30 de marzo de 1985




79 Señor Jesús, junto al Sucesor de Pedro
y con todo el pueblo redimido,
acudimos a Ti desde los rincones del mundo.
No huimos de nuestro tiempo,
ni nos atemoriza nuestra juventud
y sin embargo estamos conscientes
de que peregrinamos en una década crucial.

Señor, la humanidad que Tú salvaste
ha convertido muchos arados en espadas
y las amenazas y los gritos del miedo
parecen acallar las canciones de la vida.

80 Tú prometiste quedarte con nosotros
todos los días,
escucha hoy el clamor de esta juventud
y sé Tú para nuestra generación
el Maestro y Pastor que conduce a la paz.

Mientras más absurdo se manifiesta el proyecto
de la nueva Torre de Babel que las ideologías proponen
y más angustiosos son los pronósticos
de los que han construido sobre arena,
nosotros nos volvemos a Ti con una decisión más firme.

Sube, Señor, nuevamente a la montaña,
81 nosotros vamos contigo a escucharte proclamar
para nuestra generación el código de la felicidad verdadera.
Dinos con tu voz sabia y recia la promesa y el programa:
«Bienaventurados los constructores de la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios».

Hoy aceptamos tu invitación
y queremos hacer de la paz del mundo nuestra tarea permanente.
No queremos cruzar el umbral del tercer milenio
arrastrando cañones
ni despojos,
queremos iniciarlo en tu nombre
82 llevando las gavillas de un generoso trigo
que alegre todas las mesas con tu pan y tu amistad.

Sabemos, Jesús, que este propósito requiere ahora
de nosotros valentía
y un estilo de vida vigilante.
Por ello danos la pureza del corazón humilde
para comprender la verdad
y rechazar las ilusiones engañosas.

Concédenos la libertad de tu gracia
para vivir la justicia y el amor responsable.
Enséñanos a plasmar una cultura nueva
83 donde la participación sea posible
para cada hombre, grupo, pueblo y raza.

Que nunca nos fascine el mundo
con esa paz aparente, oportunista y efímera
que Tú rechazaste.

Señor Jesucristo, danos tu paz,
la que brota de tu corazón traspasado,
paz en la verdad, la justicia y el amor.

Danos tu paz, no para retenerla,
entrégala a nuestra generación de jóvenes
para que la compartamos con los que aguardan sedientos,
84 para que la acrecentemos como precioso legado
a los que vendrán.

Maestro, mientras peregrinamos hacia la casa de tu Padre,
enséñanos a cargar con sabiduría el fardo de los conflictos de nuestra naturaleza herida, sin abandonarnos
a la resignada pasividad.

Constitúyenos en los defensores de Abel
dondequiera que hoy viva,
del Abel pobre y marginado,
del Abel anciano o sin trabajo digno,
del Abel perseguido por su fe,
del Abel desvalido en el seno materno.

85 A los Caínes de nuestro tiempo
perdónalos porque no saben lo que hacen.
Convierte a tu paz a opresores y violentos.
A los gobernantes y dirigentes de las naciones
dales luz y audacia para detener la espiral de esa lógica insensata
que lleva a restar recursos a la vida
para sumarlos a la muerte y a la destrucción del planeta.

Sé Tú, Jesús, nuestra paz.
Tu Espíritu Santo pacifique nuestro ánimo
en los sacramentos de tu Iglesia
y así podremos ser nosotros paz de todos nuestros hermanos.
86 Tu Madre, Señor, sea para tus discípulos jóvenes
el espejo de tu rostro en donde se refleja
la perfecta reconciliación con Dios,
consigo mismo y con el mundo.
Sea Ella la educadora de nuestra esperanza,
haciéndola paciente, valerosa, inmarchitable,
su mano maternal cure nuestras heridas de violencia
y nos guarde heroicamente pacíficos
cuando el maligno nos empuje por la senda de Caía.

Señor, en la noche de tu nacimiento
los pobres pastores de Belén escucharon la promesa de paz.
87 Nosotros hemos apostado a la vida
y creemos que si las convulsiones de nuestro siglo
son agonía de un mundo viejo,
son también los dolores de parto
de una nueva natividad tuya.

Percibimos que se aproxima la hora de dar a luz
para la joven madre del adviento nuevo
y que el padre quiere extender para nosotros el arco iris de su alianza
de reconciliación.

Señor, que los ángeles canten pronto la bienaventuranza
a todos los de un corazón pobre en esta tierra
88 y así, esperanzados, descubran que para ellos
se acerca tu Reino eterno y universal,
el Reino de la verdad y la vida,
el Reino de la santidad y la gracia,
el Reino de la justicia, el amor y la paz. Amén.





                                                                                  Mayo de 1985



TRATADO DE PAZ Y AMISTAD CONCERTADO

ENTRE LA REPÚBLICA ARGENTINA Y LA REPÚBLICA DE CHILE

MEDIACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

EN LA CONTROVERSIA SOBRE LA ZONA AUSTRAL


Jueves 2 de mayo de 1985



Tras el definitivo perfeccionamiento del iter requerido por el Tratado de paz y amistad concertado entre la República Argentina y la República de Chile, con profunda satisfacción y en gozosa comunión de sentimientos con vuestros conciudadanos, Señores Ministros, hemos esperado la alborada de este día en el que se acaba de firmar el Acta que da fe del canje de los instrumentos de ratificación de dicho Tratado por parte de los dos queridos Países.

Se pone así término a la larga controversia sobre la zona austral, y al mismo tiempo se concluye felizmente la prolongada obra de Mediación que, solicitada por ambas Partes con la firma de los Acuerdos de Montevideo el día 8 de enero de 1979, acepté con la mejor disposición en vista del bien supremo de la paz y en beneficio de los pueblos, a mí tan queridos, de las dos Naciones. Así mismo, este acto constituye la inauguración de una nueva etapa de las relaciones mutuas entre ambas Repúblicas.

¡Cómo no recordar los momentos cargados de preocupantes presagios de diciembre de 1978 y las expectativas que se crearon con la solicitud de la Mediación! Deseo confiaros ahora que, después de haber meditado y sopesado la gravedad de la situación y consciente de la responsabilidad que se me pedía, tomé la decisión de asumir la delicada carga de ayudar a buscar y encontrar las vías idóneas para una solución definitiva y completa, justa, equitativa y honrosa para ambas Partes, en el diferendo que enturbiaba y amenazaba sus relaciones. Démosle gracias a Dios porque la realidad de hoy compensa con creces los temores de entonces.

Cumpliéndose pasado mañana seis años del comienzo efectivo de este proceso, es imposible dejar de recordar con agradecimiento y admiración a la persona del llorado Cardenal Antonio Samoré, a quien confié la ardua labor de representarme en el trabajo concreto que la Mediación implicaba y que, con constancia y sabiduría, supo orientarla e impulsarla.

89 Me es grato así mismo hacer llegar una particular expresión de agradecimiento a los Señores Presidentes de los dos Estados, con cuya clarividencia, inteligente intervención, franco y positivo aporte fueron superados todos aquellos problemas que parecían no poder encontrar solución o retardar aún el completo acuerdo entre las Partes.

A lo largo de estos años y en repetidas ocasiones he recibido a los autorizados personeros de vuestras nobles Naciones y a las Delegaciones de las mismas, teniendo así oportunidad de escuchar directamente vuestros puntos de vista y de expresaros personalmente los que consideraba adecuados. Quisiera recordar expresamente la audiencia del 12 de diciembre de 1980, cuando entregué a los Señores Cancilleres de los dos Países mi Propuesta, consejos y sugerencias; la del 23 de abril de 1982, con la que os pedía iniciar la fase activa de la negociación para el desarrollo de la misma Propuesta; la del 29 de noviembre de 1984, día en que se firmó el Tratado. Vaya mi recuerdo agradecido para todos los que en esas u otras ocasiones encontré, y para todos los que dieron su valiosa colaboración durante el desempeño de sus funciones.

Hoy nos gozamos todos porque, obtenido el objetivo de la Mediación y habiendo dejado atrás los contrastes, las dificultades y las incertidumbres del complejo proceso, saludamos el hecho de que una y otra Parte han podido salvaguardar sus derechos, intereses y aspiraciones legítimas, mediante una negociación en la que ha prevalecido en ambas Partes una eficaz sabiduría y voluntad de gobierno capaz de conjugar la defensa de las propias posiciones con la comprensión y apertura para con las del otro y la consideración del bien superior de la paz. A ello ha contribuido grandemente, también, el decidido apoyo manifestado por una considerable mayoría de ambos pueblos y por la Iglesia católica, tan arraigada en los dos Países. Todo esto ha favorecido la tarea de la Santa Sede, que ha obrado siempre sin intereses propios y con la sentida preocupación de mantener una visión objetiva y una actitud imparcial.

Sin embargo, como decía antes, la ceremonia que realizamos no es solamente un punto de llegada. Es además el comienzo de una nueva era, que se abre prometedora para los dos Países y que corresponde a las exigencias de sus raíces y destinos sustancialmente comunes, por razones geográficas, históricas, espirituales en su más amplio sentido, y económicas.

Sin lugar a dudas, la primera y principal razón de nuestro regocijo es que hoy se consolida la paz y en manera tal que puede justamente dar la fundada confianza de su permanencia estable. Este don de la paz requiere, con todo, un esfuerzo cotidiano para preservarla de los obstáculos que puedan oponérsele y para alentar todo aquello que pueda enriquecerla. Por otra parte, el Tratado ofrece los medios aptos para el logro de ambas finalidades, tanto por lo que se refiere a la superación de diferendos que eventualmente pudieran surgir - pero que esperamos no se presenten -, como para el fomento de una armoniosa amistad a través de una colaboración en todos los campos que lleve a una más estrecha integración de las dos Naciones.

Satisfacción, también, por lo que la completa y definitiva solución de un diferendo por medios pacíficos y la conclusión de un Tratado de paz y amistad significan de ejemplaridad en la actual coyuntura internacional, en la que tantos conflictos perduran y se agravan desde hace años sin que se llegue realmente a resolverlos con la absoluta exclusión del recurso a la fuerza o a la amenaza del uso de la misma. ¡Quiera Dios que este camino sea la senda por la que transiten los Países que, por diversas controversias, se ven ahora enfrentados!

Fundada esperanza, finalmente, por las grandes posibilidades de legítimo y mayor progreso material que hoy se abren a vuestros dos Países: en primer lugar, porque la ingente cantidad de recursos humanos y económicos utilizados hasta ahora para cubrir sectores que considerabais ineludibles y primordiales, podrá ser dedicada más beneficiosamente para atender a otras necesidades y para el desarrollo pacífico de vuestros pueblos. Además, porque, tras la entrada en vigor del Tratado, llegará a ser una realidad la anhelada cooperación, tan oportuna entre vuestras dos Naciones. Me doy cabal cuenta de que existen además otros problemas comunes a muchos Países latinoamericanos y del resto del mundo, cuya solución - estoy convencido - no puede alcanzarse en base a criterios y medios únicamente económicos: baste pensar en el problema de la enorme deuda externa contraída, al que me referí al recibir el día 12 de enero pasado al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede.

Hago votos una vez más para que en las complejas negociaciones relativas a este tema tan espinoso llegue a encontrar aplicación el deseado nuevo sistema de solidaridad que conduzca a una solución satisfactoria y depare un futuro más sereno a los Países gravados por un peso agobiador.

En este momento solemne y de trascendencia histórica para vuestras Naciones, surge espontáneamente nuestra acción de gracias al Señor, de quien proviene todo bien, que nos ha dado a lo largo de estos seis años cumplida prueba de su cercanía, de su luz y de su sostén, a través de su Madre, la Virgen Maria, Reina de la paz.

Es también natural que queramos poner en las manos de Dios y bajo el amparo de María el buen comienzo y el ulterior feliz desarrollo de la renovada hermandad y comprensión entre vuestros pueblos; y en la espera de poder encontrarlos y bendecirlos personalmente, en su oportunidad, ahora envío una muy cordial Bendición Apostólica a cada uno de los amados hijos argentinos y chilenos.






A LOS OBISPOS DE COLOMBIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 7 de mayo de 1985

90 Amados Hermanos en el Episcopado,

1. El íntimo gozo que experimenté al encontrarme con cada uno de vosotros por separado, se colma ahora en este encuentro común. Con el Apóstol Pablo os saludo deseándoos “gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor Nuestro” (
1Tm 1,2).

Os doy la más cordial bienvenida, queridos Pastores de las Arquidiócesis de Bucaramanga y Manizales, de las Diócesis de Cúcuta, La Dorada-Guaduas, Magangué, Ocaña, Palmira, Socorro y San Gil, Valledupar, Zipaquir y de la Prelatura de Tibú. En vosotros saludo entrañablemente a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y demás agentes de pastoral así como al pueblo fiel que Dios os ha encomendado. Agradezco ante todo las palabras que en nombre vuestro me ha dirigido Monseñor Héctor Rueda Hernández, Arzobispo de Bucaramanga y Presidente de la Conferencia Episcopal.

El testimonio de comunión en la fe y en la caridad con el Sucesor de Pedro que queréis dar con vuestra visita “ad limina”, se hace aún más fecundo con la ocasión de reflexionar ante el Señor sobre la situación de vuestras diócesis. Ya desde ahora os expreso mi complacencia, porque en las relaciones quinquenales que habéis enviado y en los encuentros personales, he podido apreciar tantos resultados positivos de vuestra abnegada acción pastoral, así como vuestros proyectos y esperanzas a realizar en el futuro, las luces y sombras de vuestro esfuerzo como sembradores de la buena semilla del Evangelio, en medio de una sociedad necesitada de la gracia salvadora de Cristo.

2. Y dado que “la Iglesia cumple la función de santificar de modo peculiar a través de la sagrada liturgia” (Codex Iuris Canonici CIC 834), que se ofrece en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas (Ibid.), me ha alegrado profundamente vuestro empeño en promover las vocaciones sacerdotales y religiosas. Ello pone de manifiesto que sois bien conscientes de que es éste uno de los objetivos prioritarios de vuestra responsabilidad como Pastores, a cuyos cuidados ha sido encomendada una porción del Pueblo de Dios.

Con gran gozo y esperanza he podido comprobar que la crisis vocacional va siendo superada en vuestras Iglesias locales y que los Seminarios y Casas de formación están al presente repletos de jóvenes generosos dispuestos a responder al Señor que los llama, para consagrar su vida al servicio de los hermanos. Es éste un motivo para dar gracias a Dios que bendice con el don de la vocación estas almas escogidas. Sin duda alguna esta floración de vocaciones es fruto de la oración humilde, confiada y perseverante. Por eso Cristo, después de contemplar el extenso campo, la abundancia de la mies y la escasez de los operarios, nos mandó: “Rogad al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies” (Lc 10,2). Es así también como vuestras Iglesias diocesanas han puesto en práctica la exhortación de Puebla a fomentar campañas de oración, conscientes de que “la vocación es la respuesta de Dios providente a la comunidad orante” (Puebla, 882).

3. Esa respuesta es asimismo el fruto de una Pastoral vocacional renovada, dinámica, inserta en la Pastoral de conjunto, que llega a convencer a toda la comunidad cristiana sobre su deber en el campo vocacional; pues “toda comunidad ha de procurar sus vocaciones, como señal incluso de su vitalidad y madurez” (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad III Coetum Generalem Episcoporum Americae Latinae habita, IV, 1, b, die 28 ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 210).

Cuando la pastoral diocesana tiene la debida orientación vocacional, se ha logrado una meta importante y se ha llenado una condición en el misterio del encuentro del hombre con Dios y de la respuesta a su llamada.

En efecto, no podemos olvidar que Cristo y la Iglesia son la vocación cristiana del hombre. Cristo y la Iglesia nos llevan al Padre, a quien toda criatura debe servir y para quien todo hombre debe ser una respuesta de amor en la economía de la salvación.

La vocación auténtica y vigorosa tiene por tanto que nacer y realizarse en función de la vocación de la Iglesia, sacramento de salvación. Es lógico que la pastoral vocacional ha de tener muy en cuenta la realidad del mundo actual; y, en concreto, la de la sociedad en la que lleváis a cabo vuestra labor apostólica. Una sociedad, sea rural o urbana, en la que las tendencias materialistas y hedonistas quieren imponerse a los valores del espíritu que dan la auténtica dimensión humana y trascendente de la persona. Por ello, los nobles ideales presentados a los jóvenes en su seguimiento a Cristo, se ven frecuentemente oscurecidos y frenados por tantos halagos engañosos que, en verdad, nunca podrán satisfacer el ansia de bien más profundo de los corazones generosos.

Pero precisamente porque encuentra tal oposición, al joven que vive en este ambiente hay que indicarle con claridad los caminos, acompañándolo y ayudándolo.

91 4. Es necesario a la vez que la Pastoral vocacional anime la formación de ambientes de fraternidad, la madurez humana, la vida espiritual, distinguida por una sólida oración, centrada en la Palabra de Dios, fortalecida por los Sacramentos y dinamizada por el trabajo apostólico.

A este respecto, particular atención ha de prestarse al trabajo apostólico con las familias, con la juventud, en las escuelas y demás centros de enseñanza, de donde podrán surgir almas deseosas de una mayor entrega al servicio de Dios y del prójimo.

Pero ante todo hay que saber presentar al joven y a la joven, al llamado a la vida sacerdotal o a la religiosa, la belleza e importancia de una entrega posible y que vale la pena en el mundo de hoy: la de una vida que es reto verdadero en su respuesta.

En efecto, a una sociedad secularista responde con una profunda experiencia de Dios, revelado en Cristo y por amor hecho inspiración en el servicio a los más necesitados.

A una sociedad egoísta y consumista responde con el amor sacrificado y con la pobreza voluntaria, señalando caminos de austeridad con los que se pueden superar tantas dificultades de la hora presente.

A una sociedad a veces manipulada responde con la obediencia, como ejercicio soberano de la libertad, y a la sociedad hedonista responde con la castidad, que lejos de recortar la fuerza del amor le da alientos de universalidad.

A una sociedad ideologizada responde con el Evangelio, hecho norma de vida y con la voz de la Iglesia, su depositaria.

A una sociedad huérfana y carcomida por el odio responde con el amor al Padre, a los hermanos, preferencialmente a los más pobres, a los enfermos, a los marginados.

A una sociedad llena de angustias y sin horizontes responde con la seguridad de la esperanza y con la perspectiva amplia del humanismo fundado en la fe.

El mundo, América Latina necesitan una respuesta a estos retos. Y la Iglesia debe darla, sobre todo con sus fuerzas más vivas.

5. La formación espiritual, disciplinar e intelectual de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa sé que es objeto de la mayor atención por parte del Episcopado colombiano. El Concilio Vaticano II señaló criterios y dio luminosas directivas a este respecto.

92 Sobre la formación en los Seminarios deseo sólo traer a vuestra mente el documento de la Congregación para la Educación Católica “Sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios” (ó enero 1980). De acuerdo con él, la educación integral en dichos centros de formación habrá de llevar a la experiencia personal con el Señor, a formarse sólidamente en campo humano, científico y pastoral, para ser verdaderos “ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1Co 4,1).

Para ello, ya desde el Seminario, el candidato al sacerdocio ha de sentir el cuidado personal y la cercanía de su Pastor, instaurándose con ello una relación de amistad que luego se consolidará en los lazos fraternos entre el Obispo y su presbiterio. Es consolador comprobar que la apertura al diálogo, a la colaboración mutua y a la justa corresponsabilidad acercan cada vez más al Obispo a sus sacerdotes y demás agentes de pastoral. Así lo señala el Concilio Vaticano II en el Decreto “Christus Dominus” (Cfr. Christus Dominus CD 28).

6. Sea, pues, vuestro trato con vuestros sacerdotes el de una amistad e intimidad verdaderas; apoyándolos y confortándolos en sus tareas pastorales y en su vida personal. Ante la cercanía del Obispo, el sacerdote se siente animado a vivir con alegría y dedicación su vocación de seguimiento a Cristo y de incondicional amor a la Iglesia.

Del mismo modo, mostrad en todo momento espíritu de colaboración y apoyo a los religiosos y religiosas, que en parte tan importante contribuyen a difundir y consolidar el mensaje del Evangelio en vuestras diócesis. De ellos afirmó mi predecesor Pablo VI: “Se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su santidad y su propia persona” (PAULI VI Evangelii Nuntiandi EN 69).

A este respecto, mantiene su pleno vigor el documento emanado por las Congregaciones para los Obispos y los Religiosos e Institutos Seculares sobre las mutuas relaciones Obispos-sacerdotes.

7. No podría concluir este encuentro sin haceros un llamado a la universalidad eclesial. Recuerdo a este propósito las palabras del Documento de Puebla: “Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza” (Puebla, 368).

Ya cercanos al V Centenario del descubrimiento y evangelización del nuevo continente, hago votos para que la Iglesia en Colombia, animada de espíritu misionero, contribuya con generosidad al bien de otras Iglesias, compartiendo la riqueza espiritual que durante cinco siglos ha madurado en el alma noble latinoamericana. Os deseo que con la ayuda de la gracia divina vuestra Pastoral vocacional se vea coronada con el envío de evangelizadores: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos a Iglesias necesitadas.

Es este el sentido universal que debe tener la vocación en Colombia, en América y en el mundo, como coronación del proceso dinámico de la Evangelización. Ello no empobrecerá, sino que enriquecerá a vuestras propias Iglesias.

Pongo bajo la protección de María, la humilde esclava que respondió con prontitud generosa al llamado de Dios, la Pastoral vocacional de vuestras diócesis y de Colombia entera. Sea Ella Maestra, Consejera y Madre de vuestros jóvenes a quienes, junto con vosotros y vuestros agentes de pastoral, bendigo con afecto.





VISITA PASTORAL A LOS PAÍSES BAJOS


A LOS EDUCADORES CATÓLICOS


Sábado 11 de mayo de 1985



Queridos amigos, responsables de la enseñanza católica en las diócesis de Holanda, administradores y directores de las escuelas, profesores y profesoras laicos y religiosos, representantes de las Asociaciones de padres de alumnos, y vosotros, queridos padres, que habéis elegido la educación cristiana para vuestros hijos:

93 Os saludo de todo corazón y me complazco en confirmaros mi profunda alegría por poder hablar con vosotros de la muy noble e importante misión que lleváis a cabo y que tanto amáis.

Por sorprendente que pueda parecer en las proximidades del año 2.000, la enseñanza es un sector de la vida humana que plantea serios problemas en numerosos países. Y desgraciadamente no sólo en las regiones no alfabetizadas, situadas en el estancamiento social, o incluso en las naciones en que el Estado suprime indebidamente el derecho inalienable de las familias a escoger la educación conforme a sus convicciones morales y religiosas; sino también en los países de civilización avanzada, donde la justa complementariedad de las instancias responsables conoce tensiones, donde las materias escolares y los métodos pedagógicos son continuamente cuestionados, hasta el punto de perturbar a los alumnos, de desorientar a los padres y de desanimar a los profesores.

1. En Holanda, las escuelas católicas ocupan una posición que bien pueden envidiar muchos países. La legislación holandesa, por la que se rigen los derechos de la enseñanza libre, es incluso considerada como una de las mejores del mundo.

En efecto, vuestra Constitución permite definir libremente los fundamentos, las opciones y —según ciertas normas de calidad establecidas por la ley— la organización misma de vuestras escuelas católicas. Os está igualmente permitido designar profesores e incluso —siempre bajo la garantía de la ley— beneficiaros de subsidios del tesoro público, equivalentes a los que se conceden a la enseñanza estatal. Vuestros mayores, que, con dificultades sin número y tremendos sacrificios, dieron comienzo a lo que ahora constituye un éxito, merecen toda vuestra gratitud.

Durante el siglo pasado y en los comienzos de éste, la enseñanza católica en vuestro país se desarrolló y extendió gracias a la incansable entrega de sacerdotes, religiosos y religiosas, y a la enorme aportación financiera de los padres de los alumnos.

Actualmente, la dirección de las escuelas católicas al igual que la enseñanza que en ellas se imparten, son tareas asumidas sobre todo por laicos. Impartir buena enseñanza católica constituye, en efecto, uno de los medios más eficaces y fecundos con que los laicos pueden contribuir a la misión salvadora de la Iglesia. Al mismo tiempo que me alegro de esta situación, que manifiesta el compromiso del laicado en un servicio eclesial de extrema importancia, deseo, para la riqueza y complementariedad del testimonio eclesial, que las congregaciones religiosas fundadas para la enseñanza y detentadoras de una larga experiencia colaboren con entusiasmo en la formación humana y cristiana de los jóvenes.

Quisiera daros las gracias, de todo corazón, a cuantos estáis aquí presentes por los esfuerzos que habéis desplegado diariamente y por vuestra fidelidad al precioso legado que os han dejado vuestros antepasados.

2. Pero esta herencia debe ser conservada con el mayor cuidado posible. Pues, a ejemplo de tantas instituciones tradicionales, la escuela católica se encuentra constantemente en situación de hacer frente a nuevos problemas planteados en la sociedad, a los que debe dar una respuesta adecuada y cristiana.

La gran diversidad de reacciones que caracteriza al mundo católico actual hace que sea especialmente ardua la tarea que os ha sido encomendada: vivir y colaborar en mutua armonía según el espíritu de Cristo.

— Los jóvenes ya no gozan, o no gozan lo suficiente, de un ambiente familiar que sea capaz de sustentar su vida de fe.

— A esto hay que añadir que la secularización impide a menudo a muchos de vosotros percibir la presencia activa de Dios en nuestro mundo y darnos cuenta de la obligación que tenemos nosotros, a quienes Él ha confiado el cuidado de su creación, de preocuparnos de la suerte de los hombres y del mundo.

94 — Los niños de religiones y culturas diferentes, que frecuentan vuestros establecimientos escolares, reclaman de vosotros más atención y dedicación.

— Actualmente los niños se encuentran ante informaciones numerosas y divergentes, que reciben la mayoría de las veces a través de los medios de comunicación.

— Precisamente estas informaciones, sin tener ya en cuenta lo que ven y oyen en torno a ellos, los llevan con demasiada frecuencia a ser víctimas de la crisis moral de nuestro tiempo.

Por todas estas razones, y otras muchas, la tarea de los educadores y profesores, que consiste en tomar bajo su cargo a los jóvenes y en hacer todo lo posible para que alcancen la "plenitud de Cristo" (
Ep 4,13), lo cual constituye uno de los principales objetivos de la enseñanza católica, es particularmente penosa.

Una buena enseñanza está orientada al mismo tiempo a suministrar al niño cierto número de conocimientos y a desarrollar su inteligencia y sus aptitudes, a permitir que su personalidad alcance pleno desarrollo humano y cristiano.

En la medida en que las motivaciones y los objetivos de los padres, en este terreno, se presenten bajo formas múltiples, la dirección de la institución escolar tiene que velar atentamente para mantener los fundamentos de la enseñanza católica. Por este motivo, incumbe a los profesores no perder nunca de vista los objetivos que persiguen de acuerdo con el carácter específico de escuela católica. Bajo esta óptica, estudio del Evangelio, por si solo, no es suficiente. Los profesores están llamados continuamente a vivir en concreto y con generosidad la fe en el Hijo de Dios, Salvador del mudo, tal como la profesa la Iglesia. Esto es de una importancia primordial en la medida en que los jóvenes no aceptan la autoridad de los adultos más que cuando la manera de vivir de éstos está en consonancia con los principios que profesan. Por esta razón, las relaciones mutuas y la organización de la enseñanza en su conjunto deben estar impregnadas de fidelidad ejemplar a los valores cristianos y responder a lo que la Iglesia espera.

3. La Declaración conciliar sobre la educación cristiana sigue siendo iluminadora y estimulante. Me permito citar algunas líneas muy significativas: "La presencia de la Iglesia en el campo escolar se manifiesta especialmente por la escuela católica. Esta persigue, en no menor grado que las demás escuelas, fines culturales y la formación humana de la juventud. Su nota distintiva es crear en la comunidad escolar una atmósfera animada de espíritu evangélico, de libertad y de caridad, ayudar a los adolescentes a desarrollar su personalidad... de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre. Así, que, la escuela católica, a la par que se abre como conviene a las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos para conseguir con eficacia el bien de la ciudad terrestre y los prepara para servir a la difusión del reino de Dios" (Gravissimum educationis GE 8).

En un país como el vuestro, en el que reina tal diversidad de convicciones, y especialmente en las grandes ciudades, donde conviven gentes provenientes de horizontes culturales tan varios, esta diversidad exige, más que en otro tiempo, el respeto al otro. Todo individuo, sean cuales fueren sus posibilidades y sus límites, sean cuales fueren su carácter y origen, ha sido creado a imagen de Dios, lo cual le confiere una dignidad única que merece el mayor de los respetos.

Tiene derecho al espacio y a las posibilidades de desarrollo que le permitan realizar el destino que Dios, en su divina bondad, ha querido para él. Este respeto al otro incluye igualmente la noción de dedicación a nuestro prójimo.

Las escuelas católicas tienen como tarea extender este respeto al otro hasta el grado de solidaridad mutua. Todos somos hermanos y hermanas, hijos del mismo Padre. Teniendo en cuenta igualmente la presencia tan numerosa de hijos de inmigrantes en vuestro país, existe el peligro de ver en "el otro" una carga e incluso quizás una amenaza para la propia existencia. Pero "el otro" es nuestro hermano, nuestra hermana. Es importante, pues, que lo consideremos como tal.

Los niños confiados a vuestro cuidado (al igual que vosotros) se ven asimismo situados ante estructuras complejas que a menudo hacen la vida en sociedad difícil e incluso desconcertante. Estos jóvenes tratan de comprender, de iluminar sus problemas para evitar las trampas puestas bajo sus pies. Buscan perspectivas. Y es muy normal. Pues una juventud sin futuro, una juventud sin esperanza no puede llamarse juventud. El derrotismo es fatal para el porvenir y para el presente de los niños y de los jóvenes. Ellos exigen ver claro en estas estructuras complicadas, reclaman los medios que les permitan evitar la desgracia, la amenaza, y construir un mundo habitable. Aquí es precisamente donde hay que mostrarles el ejemplo de Cristo, que es nuestra esperanza (cf. 1Tm 1,1).

95 Cristo rechazó la presión de los prejuicios y de las costumbres de muchos de sus correligionarios y de sus compatriotas; ningún tipo de egoísmo ha retardado su marcha; ni siquiera la amenaza de la muerte empañó su amor por los débiles y los oprimidos, ni su fe en la fidelidad y en el perdón de Dios Padre.

Esta esperanza, y la confianza en la humanidad y en el universo que de ella deriva, han sido sin duda, a lo largo de los siglos, las características principales del espíritu cristiano, y actualmente constituyen todavía la riqueza más grande que podéis ofrecer a la juventud.

Esta esperanza en el futuro no se traduce sólo en solidaridad y fraternidad entre los hombres, sino también en la seguridad de que el amor de Dios está activamente presente en nosotros y en el mundo. La fe y el amor son los pilares de la esperanza. La escucha del misterio, la experiencia de las pruebas y del pecado, de la amistad y del amor, ayudarán a los jóvenes a descubrir el sentido de la vida. Os pido también que hagáis ver a los jóvenes el ejemplo de la fe.

4. Entre todos los factores de desarrollo armonioso de la personalidad, la catequesis, elemento esencial de la enseñanza católica, ocupa un lugar muy especial. La catequesis sola no es suficiente para hacer de un centro de enseñanza una escuela católica. Al contrario, son las estructuras, y sobre todo el clima general de la escuela católica, lo que hacen posible la catequesis. La función de esta última consiste en desarrollar en los niños y en los jóvenes una actitud religiosa y en transmitirles un conocimiento vivo, sin duda progresivo pero completo, de las verdades de la fe. Consiste igualmente en actualizar juiciosamente las riquezas de la Revelación, de tal modo que la vida de los jóvenes de hoy, con sus interrogantes y sus situaciones concretas, sea iluminada por el Señor y su Iglesia, guardiana del depósito de la fe. Una catequesis de estas características permitirá a la juventud efectuar un verdadero discernimiento entre la verdad y el error, y comprometerse en los caminos de la felicidad renunciando a los de la desilusión e incluso a los de la desesperanza. Sobre este punto, la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae contiene ricas sugerencias de las que podéis sacar provecho asimilándolas.

Evidentemente, cada profesor tiene como tarea crear una atmósfera tal que la catequesis pueda inscribirse con naturalidad en la vida escolar. Esto no es posible si los valores cristianos no constituyen el eje sobre el que se organice la enseñanza. El personal administrativo y directivo, las Asociaciones de padres de alumnos y los alumnos mismos contribuyen, cada cual según sus capacidades, a hacer de la escuela una comunidad en cuyo seno puedan expandirse totalmente los valores evangélicos.

Sólo en un terreno así podrá echar raíces la catequesis. El personal de gestión y dirección debe velar para que los profesores y alumnos dispongan del tiempo y de los medios necesarios con el fin de poder acercarse con regularidad y de manera sistemática a las inagotables riquezas que dispensa la enseñanza de Cristo.

Es una tarea apasionante de la catequesis escolar permitir, del modo más fructífero posible, que la Revelación divina ilumine las experiencias vividas por los jóvenes a lo largo de las diferentes etapas de su desarrollo. Ciertamente no es nada fácil. Pero en una época en que los jóvenes se ven a menudo privados de un vínculo con una comunidad de creyentes (vínculo susceptible de dar un sentido a sus preguntas y a sus experiencias), el papel de la enseñanza religiosa ha de consistir en examinar estas preguntas y estas experiencias a la luz de la Revelación divina, a fin de suministrar a los jóvenes, en la medida de sus necesidades, las perspectivas que les son indispensables.

Los obispos holandeses han desarrollado esta interpretación de la catequesis en una Carta pastoral de 1982 titulada "La transmisión de la fe a los niños y a los adultos".

Sé que hoy están aquí presentes algunos representantes de instituciones de enseñanza universitaria católica. Los medios de los que disponen y las dificultades que tienen que afrontar son características. Me falta tiempo para abordar este tema. Pero me gustaría reflexionar con vosotros sobre los problemas que plantea el encuentro entre la fe católica y la práctica científica. Espero que reflexionéis sobre ello junto con mis colaboradores especialmente dedicados a los ámbitos de la enseñanza, la ciencia y la cultura.

Católicos holandeses: ¡Cuántos cristianos de todo el mundo os envidian por el excelente sistema escolar que vuestros padres han sabido realizar junto con sus hermanos protestantes! Conservadlo y renovadlo para bien de vuestra Iglesia y de vuestra sociedad.





Discursos 1985 78