Discursos 1985 95


VIAJE APOSTÓLICO A LOS PAÍSES BAJOS


A LOS REPRESENTANTES DE LAS INSTITUCIONES


Y ORGANISMOS DE LA COMUNIDAD EUROPEA


Centro Europeo de Luxemburgo

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Miércoles 15 de mayo de 1985



Señor Presidente de la Corte de Justicia de las Comunidades Europeas,
Señoras y Señores representantes de las Instituciones de la Comunidad:

1. En nombre de los distinguidos responsables de las Instituciones y Organismos de la Comunidad Europea con sede en Luxemburgo, Lord Mackenzie Stuart acaba de darme la cordial bienvenida a la que soy particularmente sensible. Con mi saludo, señoras y señores, quisiera asegurarles la gran estima que tengo por las Instituciones en las que colaboran. Cumpliendo las tareas que les han sido confiadas, dan su aportación diariamente al gran destino que está en el origen de las Comunidades Europeas: desarrollar entre las naciones de este continente la solidaridad que había cruelmente faltado cuando Europa se vio precipitada en las dos guerras a escala mundial. Sus fundadores tuvieron el coraje de emprender la reconstrucción de una unidad rota en el curso de los últimos siglos y de poner las bases de una comunidad.

Dentro de unos días, tendré la ocasión de visitar igualmente la sede del Consejo de Ministros y de la Comisión de Comunidades Europeas durante mi visita pastoral a Bélgica. Al encontrarme aquí entre ustedes, para realizar la primera visita de un Papa a las Instituciones comunitarias, quisiera abordar temas que me parecen vinculados a la naturaleza misma de su misión. Mi intención no es, ciertamente, entrar en lo que compete a la autoridad de los Organismos aquí establecidos, ni en los campos propios de sus competencias. Vengo aquí en cuanto Pastor de la Iglesia católica que ocupa, desde hace dos milenios, un lugar particular en la historia y la cultura europea, es decir, en la vida de los hombres. Vengo a dar testimonio del hombre, del hombre iluminado por la fe en Dios, sobre el sentido de su vida.

2. Es notable que naciones que poseen cada una un pasado prestigioso hayan podido, principalmente para su economía, confiar una parte de sus poderes a instancias comunitarias y llegar, superando dificultades reales, a los consensos necesarios para el buen funcionamiento de tales Instituciones. Estas se fundamentan sobre Tratados cuya aplicación ha sido concertada. La acción convergente de este conjunto de Estados se basa sobre la primacía otorgada al derecho. La presencia de una Corte de Justicia es testimonio de que las Comunidades Europeas se convierten en una alta instancia de derecho.

Ante las tentaciones del poder, de cara a los conflictos de intereses desgraciadamente inevitables, le toca al derecho expresar y defender la igual dignidad de los pueblos y de las personas. ¿No es un mérito importante de una civilización fundada en el derecho el saber proteger a los suyos contra toda forma de violencia? ¿No le corresponde al derecho la responsabilidad de reforzar la paz mediante una justa regulación de las relaciones humanas y entre los hombres y las Instituciones? Es un gozo constatar que vosotros hacéis prevalecer la solidaridad comunitaria sobre los intereses particulares, ofreciendo a los súbditos de los Estados una posibilidad de recurso. Sin duda perduran dificultades, pero desde ahora vuestra tarea consiste en hacer que los así llamados “mecanismos institucionales” no abandonen a las personas ni pongan trabas a sus legítimas aspiraciones. Y el deber de toda jurisprudencia comporta la particular protección de los grupos e individuos desfavorecidos a causa de su pobreza, de su salud, de su falta de formación, de su desarraigo, por no mencionar sino algunas de las heridas infligidas por nuestra sociedad a muchos de los suyos.

La Comunidad se encuentra en una situación original para responder a estas exigencias fundamentales. Reunís naciones que han constituido en el curso de la historia tradiciones jurídicas independientes a medida que se afirmaba su autonomía y se borraba la homogeneidad relativa de las civilizaciones antigua y medieval. En este momento estáis llamados a realizar el acercamiento de legislaciones diferentes, a hacer que se encuentren las grandes tradiciones que las inspiran. Al crear una jurisprudencia europea autónoma, me parece que tenéis la oportunidad de sobrepasar la simple yuxtaposición de leyes y compromisos pragmáticos, en el curso de un proceso que está ahora sólo en sus inicios. Vuestra tarea os conducirá poco a poco a enriquecer el gran conjunto europeo, gracias a las aportaciones propias de las diferentes partes. Deseo que realicéis también, en lo que se refiere al derecho, una forma particularmente benéfica de progreso en la civilización, de la que Europa ha recorrido ya muchas etapas a lo largo de su historia.

En la época actual, un perfeccionamiento del derecho, ampliado a la dimensión de una vasta comunidad, aparece tanto más necesario cuanto que la sociedad a la que sirve se está modificando bajo múltiples y con frecuencia contradictorias influencias. Los hombres, cuyas aspiraciones fundamentales debe favorecer el derecho, tienden a dispersarse en la prosecución de objetivos tan diversos que no es fácil discernir lo esencial. La exageración de ciertos deseos, amplificados por su proyección en los medios de comunicación social, los temores ante tantas amenazas de violencia y de inestabilidad que pesan sobre el mundo, las seducciones ambiguas que ejercen las posibilidades inauditas de las ciencias de la vida, todo esto expone al hombre contemporáneo a no saber ya trazar su ruta con claridad, a dejarse agarrar por el vértigo de la duda y, finalmente, a perder de vista las bases de una sana ética. De aquí la gravedad del deber que incumbe a los que tienen que expresar las reglas de la vida social. Necesitan una gran probidad intelectual y un gran coraje para un discernimiento arduo, pero indispensable. La Iglesia por su parte no ahorra esfuerzas para defender los valores primordiales del respeto a la vida en todas sus etapas, los bienes inalienables de la institución familiar, el ejercicio de los derechos humanos fundamentales, la libertad de conciencia y de práctica religiosa, el desarrollo de la persona en una libre comunión con sus hermanos. Tengo la confianza de que os anima esta intención. Y formulo el voto ardiente de que Europa sabrá reaccionar ante todo lo que debilitaría los beneficios de una ética justa, con el fin de iluminar la verdad del hombre. ¿Y cómo no desear que, mediante los intercambios culturales ampliados, todos los países de Europa puedan promover los valores que les son comunes?

3. Señoras y señores: Las reflexiones que acabo de proponer con relación al derecho y la justicia en el corazón de la sociedad encuentran una prolongación natural en los objetivos perseguidos en el plan de la actividad económica por las Comunidades Europeas; muchos de los Organismos establecidos en esta ciudad contribuyen directamente a ello.

Las condiciones presentes de la vida económica que, a un tiempo cambia y atraviesa una crisis, hacen difícil su desarrollo y precarios sus equilibrios. Existe la tentación de afrontar lo más urgente. Las exigencias técnicas de una regulación delicada acarrean el riesgo de dejar un poco en la sombra las finalidades que motivan las producciones y los intercambios. Es por esto aún más necesario, me parece, que los que testimonian la verdad integral del hombre no se queden aislados. Deben reafirmar un principio básico: el conjunto de los recursos disponibles y el trabajo no tienen otra finalidad que la de procurar a todos los hombres los medios para desarrollar su vida en el respeto de su dignidad.

97 Hay que dar su plena extensión al concepto de justicia. La justicia es una exigencia fundamental para todo grupo humano; adquiere dimensiones nuevas en el vasto conjunto de una escala de muchas naciones asociadas. Me consta que son numerosos los problemas a los que intentáis buscar solución. Nos encontramos confrontados con muchas desigualdades. En Europa, las diferentes regiones están en estadios de desarrollo tan diferentes que sus habitantes se hallan lejos de gozar de niveles de vida comparables. La evolución de las técnicas y de los intercambios a través del mundo es tal, que sectores enteros de actividad entran en recesión, sin que este hecho sea compensado por creaciones suficientes. El principal precio que pagan los hombres es el desempleo; y sabemos lo que éste puede entrañar de malestar, especialmente entre los jóvenes. Nunca se dirá bastante que es responsabilidad de todos no resignarse a esta situación, debiendo cada cual reaccionar según su propia competencia. Todas las causas deben ser claramente examinadas, se deben adoptar soluciones e iniciativas, aceptando que éstas cuesten a algunos la renuncia a ciertas ventajas para que los demás encuentren el empleo al que tienen derecho. Un deber esencial concierne a los jóvenes: la sociedad debe organizarse de modo que ellos puedan recibir la formación indispensable para su inserción en la vida activa y para su propia acción en orden a construir el futuro. Sobre estos temas he hablado más ampliamente en mi Encíclica referente al trabajo (cf. Laborem exercens LE 18), y en el discurso que pronuncié durante mi visita a las Organizaciones Internacionales del Trabajo (Ginebra, 15 de junio de 1982, cf. 11-12). Quisiera recordaros, ahora, otra obligación verdaderamente humana: la de permitir a las personas más disminuidas y más frágiles entre nosotros tener un puesto en la comunidad, gracias a una justa distribución de los recursos fraternalmente aceptada.

4. El poder económico del que dispone Europa hace de ella una de las regiones favorecidas del mundo, no obstante los problemas reales que tiene. Esta situación le crea una responsabilidad en las relaciones Norte-Sur, en las que la justicia humana se impone igualmente. Al tiempo que busca para ella misma los caminos de una solidaridad interna resistiendo a las tentaciones hegemónicas, debe, con el mismo espíritu, ensanchar esta solidaridad en la medida más amplia posible a los países privados de los mismos medios de desarrollo. Me consta que ésta es una de vuestras preocupaciones y que a muchos de vuestros esfuerzos siguen realizaciones, como sucede en el cuadro de las sucesivas convenciones de Lomé. Pero es necesario no dejar de preguntarse si se ha realizado todo lo que es posible y justo de cara a una importante parte de la humanidad, principalmente en África, donde el hambre es cruel, donde la tierra se empobrece, donde los Estados están trabados por su deuda exterior y conservan poca capacidad de inversiones productivas.

El drama de la pobreza exige que se movilicen todas las energías. Un elemento positivo, digno de poner aquí de manifiesto, es el de la colaboración de las Instituciones comunitarias con las Organizaciones no gubernamentales que trabajan para el desarrollo, entre las cuales muchas son de inspiración cristiana: presentes en el terreno y cooperando estrechamente con las instancias locales, pueden con frecuencia adaptar la ayuda a sus destinatarios, sostener los esfuerzos de los agricultores para mejorar la producción alimenticia y hacer de la cooperación un intercambio realmente humano.

¿Me permitís recordar aquí una preocupación frecuentemente expresada y que tiene valor ejemplar? Son muchos a quienes choca el contraste entre la necesidad de poblaciones privadas de alimentos y la acumulación en Europa de excedentes alimenticios. Es verdad que tienen lugar transferencias sustanciales; pero las condiciones prácticas continúan siendo arduas, y el problema no se puede solucionar con una simple aritmética. Pero ante la urgencia, ¿no se podría hacer más? ¿Se tiene la voluntad de hacer todo lo posible para que los frutos de la tierra sean destinados a los que tienen absoluta necesidad de ellos, en el momento en que se realizan tantos otros intercambios de riquezas? Trabajar para superar una desigualdad flagrante es poner un jalón concreto en el camino de la verdadera solidaridad entre los hombres que tienen todos el derecho a vivir; se trata, además, de una auténtica obra de paz.

5. Señoras y señores: Antes de despedirme, quisiera saludar cordialmente a los Honorables Miembros del Parlamento Europeo que han querido participar en este encuentro. Espero poder responder un día a la invitación que me han dirigido para visitar la sede de su Asamblea en Estrasburgo. Quisiera expresar también mi consideración por las personas que ayudan en el trabajo parlamentario en el seno del Secretariado General; su tarea favorece una relación viva entre los hombres y las instituciones, contribuye al progreso del espíritu del proyecto comunitario en la conciencia de los europeos.

Numerosos servicios exigen aquí de los funcionarios responsables una real dedicación; tienen que aceptar las exigencias de la lejanía y de la comprensión recíproca. Deseo que tengáis la satisfacción de realizar tareas útiles al conjunto de vuestros conciudadanos.

Saludo igualmente la presencia de jóvenes de diferentes naciones en esta ciudad, principalmente los de la Escuela europea y sus educadores: ellos son signo de que las generaciones nuevas pueden contribuir a un mundo de fraternidad y de paz.

A todos vosotros os doy mi estímulo. Os aseguro mi estima profunda. Pido a Dios que os inspire y os bendiga a vosotros y a vuestras familias. Rezo para que vuestra actividad sea siempre una aportación constructiva, en la fidelidad a lo mejor de las tradiciones de Europa, a la causa del derecho y de la justicia.






A UN GRUPO DE FUNCIONARIOS


DEL SERVICIO DIPLOMÁTICO LATINOAMERICANO


Viernes 31 de mayo de 1985



Distinguidos Señores:

Sed bienvenidos a este encuentro que me permite tomar contacto con vosotros, funcionarios del servicio diplomático latinoamericano, que hacéis en Florencia un “Curso de especialización en relaciones internacionales”, organizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia.

98 Me es sumamente grato encontrar, como en años anteriores, a un grupo de profesionales de la diplomacia provenientes de Países de América Latina con los que la Santa Sede mantiene vínculos tan especiales que derivan de los orígenes mismos de vuestras Naciones. A1 agradecer a vuestra colega los nobles sentimientos que en nombre de todos ha tenido a bien manifestarme, deseo dirigiros unas palabras en e] marco de la capacitación que con este Curso de especialización estáis llevando a cabo para un mejor servicio a los pueblos que representáis.

En un mundo como el nuestro, en el que intereses contrapuestos amenazan frecuentemente la estabilidad y la paz de las naciones, la labor del diplomático adquiere un destacado relieve en las relaciones internacionales, sea a nivel bilateral como multilateral. Si bien las decisiones últimas están en manos de los hombres de gobierno, la actividad del diplomático informando con veracidad y precisión, orientando hacia caminos de solución, creando puentes de diálogo, negociado y entendimiento, representa un instrumento insustituible en el orden internacional.

El valor supremo de la paz, de la que habéis de ser promotores convencidos, defensores infatigables y restauradores cuando sea el caso, estimo que ha de colocarse entre vuestras prioridades como profesionales de la diplomacia. Deseo recordar aquí los principios de reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva en las relaciones internacionales que fueron objeto de mis reflexiones en el discurso que pronuncié al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede a comienzos del presente año.

Son principios válidos para toda la comunidad internacional y, particularmente, para esa comunidad de Naciones que forman el llamado continente de la esperanza. Vuestras comunes raíces históricas, culturales, lingüísticas y de fe han de ser potenciadas para que se reafirmen en América Latina los valores espirituales y morales que configuran más auténticamente el origen y vocación de aquellos pueblos jóvenes, llamados a tener un indudable protagonismo en la escena mundial.

Continúa vivo en mi mente el grato recuerdo de las jornadas eclesiales vividas durante mis viajes apostólicos a América Latina. En vuestra carrera diplomática, no ahorréis esfuerzos por servir a aquellos nobles pueblos con los que tuve la dicha de compartir inolvidables celebraciones de fe y esperanza.

En la Santa Sede hallaréis siempre decidido apoyo y estímulo a vuestras futuras tareas en favor de la paz, en defensa de la dignidad humana y en la promoción del bien integral del hombre. Vienen a mi mente aquellas palabras de San Pablo que podrían ser ideario del diplomático cristiano: “Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros” (
2Co 5,20).

Al finalizar este encuentro, os expreso mis mejores deseos por el feliz éxito de vuestros trabajos en el Curso que estáis realizando, mientras de corazón bendigo a los organizadores, a vosotros, a vuestras familias y a los Países que representáis.

                                                                  Junio de 1985


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DEL EQUIPO CICLISTA ESPAÑOL «ZOR»

Lunes 10 de junio de 1985

Es para mí motivo de viva satisfacción recibir en esta mañana a los miembros del equipo ciclista español “ZOR” junto con sus técnicos y demás personas que les acompañan y asisten.


A todos y a cada uno de vosotros, así como a los compañeros españoles del deporte que representáis, quiero reservar un cordial saludo.

99 La práctica del deporte en su sentido más noble y auténtico trae siempre a la memoria el ideal de virtudes humanas y cristianas que, no solamente contribuyen a la formación física y psíquica, sino que también inician y estimulan a la fuerza y a la grandeza moral y espiritual. El deporte, vosotros lo sabéis bien, es escuela de lealtad, de coraje, de tolerancia, de ánimo, de solidaridad y espíritu de equipo. Todas estas virtudes naturales son, con frecuencia, como el soporte en que se asientan otras virtudes sobrenaturales.

En vuestra vida como profesionales del ciclismo y en vuestros quehaceres familiares y sociales, no olvidéis de poner en práctica ese cúmulo de pequeñas o grandes acciones de autodominio, simplicidad, honestidad y respeto del otro, que se aprenden en la actividad deportiva. Evitad todo lo que sea deslealtad, ventajismo y juego sucio, pues ello degrada vuestra profesión v hace desmerecer a los ojos de Dios.

Con San Pablo os digo: “Corred así para ganar” (
1Co 9,24); pero, también con el Apóstol, os recuerdo que como creyentes habéis de ser deportistas que corren para ganar la corona que no se marchita (Cfr. ibid. 9, 25).

Y, ya para terminar, quiero agradeceros vuestra presencia y los obsequios que simbolizan vuestra actividad ciclista y que habéis querido presentar como acto de homenaje y cercanía al Sucesor de Pedro.

Mientras ruego al Señor que derrame sobre todos vosotros los aquí presentes, sobre vuestras familias y vuestros compañeros de profesión abundantes dones que os sostengan en vuestra vida deportiva y cristiana, me complazco en impartir con afecto la Bendición Apostólica.






A LOS OBISPOS DE LA REGIÓN CENTRAL DE COLOMBIA


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Martes 11 de junio de 1985

: Queridos Hermanos en el Episcopado,

1. Al recibiros con gran gozo a vosotros, Obispos de la región central de Colombia, mi pensamiento lleno de afecto se dirige a todas las diócesis que representáis, desde Villavicencio a Popayán, pasando por la metrópoli, Bogotá.

En vuestras personas saludo también a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que con dedicación y entusiasmo contribuyen a edificar el Reino de Dios en vuestro amado País.

Hasta Roma, la sede de Pedro, habéis querido traer sus esfuerzos y trabajos, pero especialmente sus ilusiones y esperanzas, para que la fe de todos sea confirmada (Cfr. Luc Lc 22,32) y su celo evangelizador reciba nuevo estímulo del ejemplo e intercesión de los Apóstoles Pedro y Pablo, pilares de este centro de comunión de la Iglesia universal.

A acrecentar y hacer más visibles dichos lazos de unión y fraternidad con el Obispo de la Iglesia de Roma, “la que preside en la caridad”, han contribuido los encuentros personales con cada uno de vosotros, que ahora culminan en esta reunión colectiva.

100 Agradezco ante todo las amables palabras que el Señor Arzobispo de Bogotá ha tenido a bien dirigirme, también en nombre de todos los presentes. Deseo expresar mi aprecio por vuestra voluntad y esfuerzo por mantener y acrecentar la unidad y comunión en el seno de la Iglesia y de vuestra misma Conferencia Episcopal. Bien sabéis la importancia de este testimonio que edifica al pueblo de Dios y que ha de surgir de motivaciones profundas y sobrenaturales. La plegaria del Señor “que todos sean uno” (Io. 17, 21) ha de hacerse vida en vuestros presbiterios, en vuestras comunidades religiosas, en las parroquias y grupos de apostolado.

2. En los informes quinquenales y en el diálogo personal con vosotros, he visto con complacencia que sois Pastores de una porción de vuestro País particularmente rica en vocaciones, gracias en primer lugar a la solidez de las familias cristianas. Sé que en vuestra región ha sido timbre de honor y práctica general establecer el matrimonio “en el Señor”, según la frase del Apóstol Pablo, esto es, fundar la familia sobre la base del Sacramento. De ahí se desprenden copiosos frutos de virtud cristiana y, en el seno de esas familias bendecidas por el Señor y nutridas por su gracia, pueden surgir en consoladora abundancia vocaciones sacerdotales y religiosas.

Pero, al mismo tiempo, no se os ocultan los riesgos y peligros que acechan a la institución familiar, debido a factores diversos y complejos, entre los que podríamos mencionar un acelerado proceso urbanístico, el permisivismo de ciertas costumbres e incluso de algunas disposiciones legales, las tendencias secularistas, etc. Todo ello difundido por unos medios de comunicación social no siempre promotores de los verdaderos valores humanos y del espíritu.

3. Por ello, ha de continuar siendo tarea prioritaria de vuestros desvelos apostólicos una particular atención pastoral a la familia. Continúan vigentes, también en vuestro País, las indicaciones que di en el discurso inaugural de la III Conferencia en Puebla de los Ángeles: “Haced todos los esfuerzos para que haya una pastoral familiar . . . Es esta pastoral tanto más importante cuanto la familia es objeto de tantas amenazas. Pensad en las campañas favorables al divorcio, al uso de prácticas anticoncepcionales, al aborto que destruye la sociedad” (Puebla, 2442).

Los factores que mencionábamos más arriba han contribuido sin duda alguna al desmoronamiento de ciertos principios en muchas personas, y al desquiciamiento de muchas familias con los consiguientes problemas, también de carácter social, que ello lleva consigo.

¡Qué graves consecuencias comportan para muchos hijos las rupturas matrimoniales! No son infrecuentes los problemas emocionales que inciden negativamente en su comportamiento y que no raras veces abren el camino a dolorosas situaciones de drogadicción o de rebeldía social.

4. Ni se puede dejar de considerar el inquietante problema del aborto que es al mismo tiempo una violación grave de la ley de Dios, único Señor de la vida, y a la vez, el primero entre los derechos fundamentales del ser humano. No pocas personas, aun católicas, adoptan posiciones permisivas en el plano legal, con el pretexto de garantizar una mejor asistencia sanitaria y evitar males que surgen del aborto clandestino o de los problemas del hijo no deseado, del rechazo social a las madres solteras, de la salud deficiente, o aun de la mala situación económica de la familia.

A estas actitudes puede llevar un desconocimiento o una falta de convicción de que, desde el momento mismo de la concepción, ya existe un ser distinto de la madre, sujeto de derechos inalienables.

La dimensión humana y religiosa del amor ha de llevar a los cónyuges cristianos a una valorización cada vez mayor de la vida, pues al engendrar un hijo los esposos están colaborando íntimamente en el plan creador de Dios. El Concilio Vaticano II hizo clara referencia a la paternidad responsable como fuente de sana espiritualidad matrimonial, con tal de que comporte una actitud cristiana y eclesial ante la transmisión de la vida, como acto consciente y libre del designio de Dios creador.

No han faltado, sin embargo, interpretaciones reductivas - que vosotros habéis de esclarecer debidamente - las cuales han querido hacer de la expresión “paternidad responsable” casi sinónimo de lo contrario, esto es, de ausencia de paternidad y maternidad; en una palabra, de un “no” a la vida. Son problemas que requieren vuestra atención como Pastores.

5. Vuestras comunidades, ricas en fe y en tradiciones cristianas, deben recordar que el matrimonio y la familia, “queridos por Dios con la misma creación (Cfr. Gen
Gn 1-2), están internamente ordenadas a realizarse en Cristo (Cfr. Eph. 5) y tienen necesidad de su gracia para ser curados de las heridas del pecado (Cfr. Gaudium et Spes GS 47) y ser devueltos a su principio (Cfr. Matth Mt 19,4), es decir, al conocimiento pleno y a la realización integral del designio de Dios” (IOANNIS PAULI PP. II Familiaris Consortio FC 3).

101 A este propósito, una tarea fundamental es mantener a la familia cristiana, o recuperarla, como “primer centro de evangelización” (Puebla, 617). Para que no sólo viva integralmente la riqueza de su vocación en Cristo, sino que sea capaz de comunicarla a los demás.

Es para mí consolador ver que en vuestra labor pastoral habéis tenido siempre una preocupación prioritaria por la familia y habéis logrado preservarla como una riqueza característica en vuestras Iglesias. Debéis continuar en ese noble empeño, tratando de suscitar vocaciones de apóstoles que dediquen sus cuidados a la familia y preparándolos convenientemente para estas tareas específicas. Efectivamente, los grandes retos de la familia son hoy, a la vez, los grandes retos de la pastoral, que debe prepararla para ser “el espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia” (PAULI VI Evangelii Nuntiandi
EN 71).

6. Vuestro celo pastoral os indicará asimismo los caminos más adecuados para dar una respuesta al problema relativamente nuevo, en vuestro País, de los divorcios.

La fácil mentalidad divorcista, que llega a preceder la celebración del matrimonio y que quiere evitar los compromisos definitivos, la unidad y la indisolubilidad del proyecto matrimonial cristiano, entraña la obligación pastoral de una esmerada preparación al matrimonio. Esta ha de ser ayudada por las familias mismas, por la escuela católica, y ha de culminar en una seria preparación inmediata. Este proceso garantiza la asimilación de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio como comunidad de fe y de amor, como indivisible unidad y como indisoluble comunión.

Cuando un mundo pluralista ofrece modelos de matrimonio y familia tan lejanos del ideal evangélico, es tarea vuestra fortalecer, con la ayuda del Espíritu, la alianza estable del amor conyugal. Hemos de proclamar sin temor la excelencia del modelo cristiano en el que penetra el amor nuevo revelado por Cristo, y que da dignidad y plenitud a la pareja humana. Que pueda ella vivir la unión matrimonial en la perspectiva de la fe, consciente de que la gracia del sacramento eleva el amor humano a aquel nivel en que Cristo resucitado, razón y fuerza de nuestra alegría pascual, renueva su donación a la Iglesia y ésta lo acoge y se entrega en El en plenitud de amor. Este es el significado profundo del darse y recibirse Cristo y la Iglesia, cuyo sublime misterio representan.

7. Impulsando la práctica de la oración de los esposos, de la familia y de la comunidad daréis fuerza al sentido sobrenatural de la fe con relación al matrimonio, y llevaréis a vuestros fieles en el seguimiento de Cristo a “buscar la verdad que no siempre coincide con la opinión de la mayoría” (IOANNIS PAULI PP. II Familiaris Consortio FC 5).

Continúa siendo exigencia para los esposos cristianos, ayudados por la gracia del sacramento del matrimonio, el autocontrol en la vida conyugal, la educación a la castidad. Esa virtud que —como señalaba en la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”— “no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana; significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena” (Ibid. 33).

En este campo es una tarea urgente la de lograr mantener a los fieles inmunes del oscurecimiento de los valores fundamentales, educándoles como conciencia crítica de la cultura familiar que representan y ayudándoles a ser sujetos activos en la construcción de un auténtico humanismo familiar.

8. Queridos Hermanos: Os aseguro mi recuerdo en la oración y mi aliento en vuestro esfuerzo, para que la civilización del amor que la Iglesia, ya a las puertas del tercer milenio, quiere instaurar en el llamado continente de la esperanza, ponga cada vez más de manifiesto la prioridad de los valores morales y del espíritu en la sociedad colombiana. Ojalá esos valores, que han dado cohesión y sentido religioso a la familia colombiana, se afiancen cada vez más, superando las tentaciones materialistas y hedonistas que amenazan con minar los fundamentos de la vida familiar, sin ofrecer a cambio otra cosa que el vacío.

Al terminar nuestro encuentro hago votos por el perfeccionamiento y la vitalidad de la Pastoral familiar en vuestro País, a la vez que bendigo a tantas familias cristianas “iglesias domésticas” en las que se ama a Dios, se respeta su nombre y se guarda su Palabra. A tantas familias que buscan caminos de realización y a aquellas cuyo futuro pueda estar en peligro. Que la Virgen Santísima, la Reina del hogar de Nazaret, proteja y consolide los hogares colombianos. Con mi cordial Bendición Apostólica







                                                                                              Julio de 1985


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL NUEVO EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA SANTA SEDE

102

Viernes 3 de julio de 1985



Señor Embajador,

Me es sumamente grato recibir las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede. Viene Usted a ocupar un puesto en la sucesión de los representantes de su noble País en la encomiable misión de mantener y estrechar las relaciones entre la Sede Apostólica y la Nación colombiana. Deseo darle la más cordial bienvenida, a la vez que le aseguro mi benevolencia en el desempeño de las actividades que hoy comienza.

Agradezco las expresivas palabras que ha tenido a bien dirigirme, con las que Vuestra Excelencia ha querido poner de manifiesto los buenos propósitos que le animan en el cumplimiento de la importante misión que le ha sido confiada. Agradezco de modo especial que haya querido reiterarme la invitación que en su día me hiciera tan amablemente el Señor Presidente Belisario Betancur a visitar la amada Colombia.

Me complace haber escuchado el empeño de su Gobierno por construir sólidos fundamentos para una pacífica convivencia ciudadana como fruto de la justicia. En efecto, en nuestros tiempos se hace cada vez más urgente ir a las raíces de las causas que originan tensiones y conflictos internos que pueden poner seriamente en peligro la estabilidad y el ordenado desarrollo de la sociedad.

Puedo asegurarle que la Iglesia continuará apoyando, en el ámbito de la misión que le es propia, todas las iniciativas y esfuerzos encaminados al afianzamiento y progreso de los valores que edifican el auténtico humanismo integral. Esta Iglesia, experta en humanidad, renueva su empeño en las diversas partes del mundo y, particularmente, en América Latina, por continuar su labor evangelizadora y de defensa de los derechos humanos, invitando a los cristianos a comprometerse en la construcción de un mundo más justo, fraterno y habitable que no se cierra en sí mismo, sino que se abre a Dios.

En efecto, el progreso y el bienestar integral del hombre no siempre están en relación directa con el desarrollo material y económico de los pueblos. De aquí la necesidad de establecer unas prioridades que coloquen los valores morales y espirituales en su justa preeminencia para así mejor servir a la persona en su totalidad y en vista de su destino eterno.

En este sentido, la Iglesia en Colombia continuará, conforme a su misión de orden espiritual, sirviendo sin descanso al hombre, que es a la vez ciudadano e hijo de Dios. Los Pastores, sacerdotes, y familias religiosas no ahorrarán esfuerzos en su opción por el hombre, visto en su integridad y sin exclusivismos, continuando así aquella llamada de esperanza hacia metas más cristianas y más humanas señaladas por la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que el Papa Pablo VI inauguró durante su histórica visita apostólica a Colombia. Siempre fiel a su misión de llevar el mensaje de salvación a todos los hombres, la Iglesia pone todo su empeño en promover todo lo que signifique defensa de la dignidad de la persona humana y promoción del individuo, de la familia y de la sociedad.

Ya en las proximidades de cumplirse el V Centenario del comienzo de la Evangelización de América Latina, hago votos para que los hijos de la amada Nación colombiana, fieles a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, caminen por la vía de la reconciliación y de la fraternidad en un esfuerzo común por lograr, mediante el diálogo y los medios pacíficos, la superación de posibles desequilibrios y de intereses contrapuestos.

Señor Embajador: antes de concluir este encuentro quiero expresarle mis mejores deseos por el feliz éxito de la importante misión que hoy inicia. Quiera hacerse intérprete ante el Señor Presidente, Autoridades y pueblo colombiano del más deferente y cordial recuerdo del Papa.

Reiterándole las seguridades de mi estima y apoyo invoco sobre Vuestra Excelencia, sus familiares y todos los amadísimos hijos de Colombia abundantes y escogidas gracias del Altísimo.






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