Discursos 1985 111


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO

SOBRE LA «GRAVISSIMUM EDUCATIONIS»


Martes 5 de noviembre de 1985




Señor Presidente,
señoras y señores:

1. Habéis tenido un gran interés en conmemorar el veinte aniversario de la "Declaración sobre la Educación cristiana", elaborada por los padres del Concilio Vaticano II y promulgada el 28 de octubre de 1965 por el Papa Pablo VI. Les felicito vivamente por esta feliz iniciativa, al igual que a la Congregación para la Educación Católica, de la cual han podido apreciar el caluroso apoyo tan pronto como conoció su proyecto. En esta celebración jubilar nuestro reconocimiento se dirige igualmente al recuerdo de Pío XI, que publicó la Encíclica Divini Illius Magistri, sobre esta misma importante cuestión el 31 de diciembre de 1929.

"El Santo Concilio Ecuménico considera atentamente la importancia gravísima de la educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso social contemporáneo. En realidad, la verdadera educación de la juventud, e incluso también una constante formación de los adultos, se hace más fácil y urgente en las circunstancias actuales" (Gravissimum educationis, Preámbulo). Este texto conciliar conserva una admirable resonancia. Quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones sobre la educación cristiana en el tiempo presente y, especialmente, sobre el proyecto educativo de la escuela católica.

2. Los profundos y numerosos cambios científicos y tecnológicos que siguen marcando nuestra época requieren serenos y rigurosos intercambios entre la ciencia y la fe. Con ese fin he erigido el "Pontificio Consejo para la Cultura" en 1982. Deseo que vuestra Organización colabore estrechamente con este Consejo. Ciencia y técnica han hecho y siguen haciendo notables avances que contribuyen a la mejora de las condiciones materiales de la existencia. Sin embargo, estos progresos no han producido necesariamente una valoración mayor de la persona humana. Es preciso constatar —al menos con mucha frecuencia— que la formación auténtica del espíritu y del corazón deja que desear, mientras que es una exigencia prioritaria e irreemplazable en la construcción de una sociedad sana, equilibrada, pacífica, feliz. Estoy pensando en un camino de reflexión, frecuentemente empleado por Pablo VI en su enseñanza, cuando hablaba del binomio "verdad-caridad". "Ha sido un bien para nosotros —decía él— que el reciente Concilio nos haya confirmado en una y otra adhesión, es decir: adhesión a la verdad, que merece siempre el homenaje y, si fuera necesario, incluso el sacrificio de nuestra existencia para profesarla, difundirla y defenderla; y al mismo tiempo adhesión a la caridad, maestra de libertad, de bondad, de paciencia, de abnegación, en todas nuestras relaciones con los hombres a quienes el Evangelio atribuye el nombre de hermanos. No son juegos de palabras, no son contrastes de escuela, no son dramas fatales de la historia; son problemas intrínsecos a la naturaleza y a la sociabilidad humanas que encuentran en el Evangelio y, por consiguiente, en esta 'civilización del amor' que venimos anhelando... su humilde y triunfante solución" (cf. audiencia general del 18 de febrero de 1976).

112 3. En nuestro mundo, tal como es, y que tenemos el deber de amar para salvarlo, los jóvenes confiados a las instituciones católicas —y naturalmente todos los demás— sienten con frecuencia una urgente necesidad de ser desenganchados de un materialismo que todo lo invade, de un obsesivo hedonismo, y de ser guiados con bondad y firmeza hacia las alturas de la verdad innegable y del amor oblativo. Por esto, con todas mis fuerzas, dirijo en primer lugar una llamada a los padres. Ciertamente, sé que muchas familias cristianas se encuentran desconcertadas por la sociedad pluralista de hoy y por la abundancia de opiniones divergentes que la caracteriza. Precisamente ésta es la hora, más que nunca, de las Asociaciones de padres cristianos. En muchos países hacen un trabajo excelente. Crean, en primer término, una amistad humana entre las familias. Ayudan igualmente a los padres a comprender mejor los cambios socio-culturales actuales y a emplear los métodos educativos más apropiados, tanto en el plano humano como en el religioso, unidos a los educadores escolares. Según una visión típicamente cristiana, la paternidad y la maternidad, es un alumbramiento en cierto modo prolongado y de alguna manera más delicado que la primera gestación. La dosificación de las intervenciones y silencios, de la indulgencia y la firmeza, de las palabras de ánimo y de las exigencias, de los ejemplos convergentes del padre y de la madre pueden favorecer o comprometer tanto el desarrollo armonioso de los hijos hasta que vuelan del nido familiar.

Queridos padres que estáis aquí o que leeréis esta llamada, no regateéis esfuerzos para promover y hasta para rehabilitar la educación cristiana. Vuestros hijos, y los jóvenes en general, tienen necesidad de marchar por la vida con certezas sobre el sentido de la existencia humana y su muy noble uso. Vuestra misión, en este plano, es difícil y magnífica. El encuentro personal de estos jóvenes con Cristo completará abundantemente vuestra acción. Él es "el camino, la verdad y la vida" (cf. Jn
Jn 14,6). Sin hacer concesiones a la autosatisfacción, hemos de afirmar que la educación cristiana en la familia y en las instituciones católicas —cuyo derecho a la existencia está reconocido y asegurado concretamente— constituye un servicio indispensable de toda sociedad verdaderamente democrática y de una civilización que rechaza el atropello del materialismo teórico y práctico.

4. Primeros responsables de la educación cristiana de sus hijos, los padres eligen para éstos la escuela que corresponde a sus convicciones religiosas y morales. Pero ellos tienen el derecho de esperar de las escuelas católicas la mejor educación humana y religiosa posible. Aquí quiero renovar mi confianza a las diversas instancias nacionales, regionales, diocesanas de la enseñanza católica a lo largo del mundo. Sacerdotes, religiosos y laicos, admirables por su dedicación y competencia, se consagran a esto totalmente. Podríamos citar numerosos ejemplos.

Al mismo tiempo les dirijo esta exhortación: que todos estos responsables cuiden firmemente el carácter específico de las instituciones católicas. Es posible, al menos en algunos sitios, que la apertura misionera de estas instituciones haya eclipsado la identidad de ciertos centros católicos. Por loable respeto a los alumnos que proceden de otras confesiones o que aún no tienen pertenencia religiosa o están poco adheridos a la misma, el espacio de la fe transmitida, testimoniada, celebrada, se ha reducido inconsideradamente. La catequesis —podemos preguntar por qué— ha incluso emigrado, a veces, fuera del centro católico.

En conciencia, teniendo en cuenta también la necesaria apertura misionera de las escuelas y colegios católicas y las disposiciones psicológicas de la juventud actual, insisto en el mantenimiento de la catequesis de los cristianos en la escuela católica, en su presentación cuidadosamente adaptada, su rectitud doctrinal, su gran respeto al misterio de Dios. Es esa catequesis la que despertará en los jóvenes al menos —y a muchos los conducirá— un verdadero encuentro personal con Jesucristo, el modelo por excelencia. La Carta a los Hebreos nos dice una frase impresionante: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (He 13,8).

5. Son pues, los profesores los que forman cada día, sobre el terreno mismo de la escuela, el equipo educativo. Importa muchísimo que estos educadores, sea que ellos mismos hayan ofrecido sus servicios en una institución católica o que hayan sido reclutados por la dirección del centro, tengan una exacta visión de la educación cristiana, fundada sobre el mensaje evangélico. Es un deber sagrado para todos dar individualmente y a veces comunitariamente el testimonio de su fe. Algunos aceptarán con alegría animar el tiempo de la enseñanza religiosa o de la catequesis. Cada uno, en la disciplina que enseña, sabrá encontrar oportunamente la ocasión de hacer descubrir a los jóvenes que ciencia y fe son dos lecturas diferentes y complementarias del universo y de la historia. Si la constitución del equipo de profesores es uno de los graves problemas de la enseñanza católica para el mantenimiento de su identidad, la formación de los futuros maestros y el "reciclage" periódico de los profesores, en el plano profano y religioso, se imponen mucho más que antes. La Iglesia se alegra con los esfuerzos llevados a cabo en este campo. Pero la enseñanza católica debe caracterizarse a la vez por la competencia profesional de sus profesores, por el testimonio de su fe ardiente, por el clima de respeto, de ayuda mutua, de alegría evangélica, que impregna todo el centro.

6. En todos estos campos, estoy seguro que la Oficina Internacional de la enseñanza católica puede aportar un estímulo y una contribución adecuada.

En una palabra, el futuro de las escuelas, de los colegios y de las Universidades Católicas depende de la tenaz cooperación, reflexionada, creativa y serena de las familias y de los equipos de profesores. Todo esto, con espíritu de fidelidad sin fisuras a la Iglesia, con respeto sin equívocas a las instituciones similares legítimamente regidas por los Gobiernos de cada país. Contribuid a evitar las polémicas no constructivas. Buscad de forma incidental y oportuna compartir vuestras convicciones con los cristianos que puedan ser indiferentes o escépticos de cara a la grandísima utilidad de las instituciones escolares católicas. A este respecto, sabéis que las realizaciones —yo escucho la formación humana y cristiana lograda con éxito de hombres y mujeres educados en las escuelas católicas— son más convincentes que los discursos.

A la OIEC, a su abnegado Presidente e igualmente a todas las familias cristianas que han escogido deliberadamente centros religiosos de educación para sus hijos, a todos los responsables nacionales o diocesanos de la enseñanza católica, a todas las Asociaciones de padres de alumnos, a todos los equipos de profesores de las escuelas primarias, colegios secundarios y de las universidades, renuevo mi confianza y mi caluroso aliento. Invoco sobre ellos la abundancia de la sabiduría y de la fuerza divinas.






A LOS RECTORES DE LAS UNIVERSIDADES


DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS


Sábado 9 de noviembre de 1985



Chers Frères,

113 1. J’éprouve une grande joie à vous rencontrer, Recteurs et responsables des Instituts d’études supérieures confiés à la Compagnie de Jésus dans des pays très divers, accompagnés de quelques autres Recteurs, et de vous recevoir ici, à Rome, ville du successeur de Pierre, et cela d’autant plus qu’il existe un lien particulier entre votre Compagnie et le Siège de Pierre.

A cette joie se joint un très vif remerciement à l’ensemble de votre Compagnie - à commencer par votre Supérieur général - pour la générosité avec laquelle elle assure la direction et la promotion de vos nombreux Centres académiques répartis à travers le monde entier.

Notre rencontre d’aujourd’hui nous remet en mémoire celle qui eut lieu le 8 août 1975 avec mon vénéré prédécesseur Paul VI. L’allocution qu’il adressa alors aux Recteurs et aux dirigeants de vos Centres académiques visait à affermir et à intensifier l’effort apostolique de la Compagnie dans le secteur de la culture de haut niveau, et plus précisément dans le domaine des Universités catholiques. La parole de Paul VI a fait ressentir plus vivement et plus efficacement à la Compagnie de Jésus, tout au long de ces dernières années, l’importance de sa mission spécifique au sein des Universités catholiques. On pourrait dire que cette allocution a renforcé, chez un certain nombre de Jésuites, l’amour et même la passion pour un secteur de l’apostolat qui s’avère fort délicat et difficile, mais combien décisif pour la vitalité de l’Eglise!

Il faudra toujours aller de l’avant, avec persévérance, avec courage, avec enthousiasme, en dépit des difficultés que l’on peut rencontrer sur le chemin.

2. Il est bien certain que la Compagnie de Jesus a un lien tout à fait particulier avec la culture. Son Fondateur lui a en effet assigné, parmi d’autres apostolats, celui qui concerne la culture et la jeunesse étudiante. Fidèle à cette mission, la Compagnie de Jésus s’est employée et s’emploie encore à faire en sorte que non seulement ses Instituts supérieurs soient à la hauteur de leur tâche pour le sérieux de la recherche et la qualité de l’enseignement, mais aussi et surtout qu’ils soient caractérisés par la poursuite du but spécifique pour lequel la Compagnie a été fondée: la défense et la propagation de la foi.

Ses Universités et ses Instituts supérieurs sont donc appelés à garantir et à promouvoir en premier lieu et plus que tout autre leur caractère de Centres académiques catholiques en tant que participant à la mission évangélisatrice de l’Eglise. Tel est l’esprit qui anime et qui doit principalement animer les Institutions universitaires confiées à la Compagnie de Jésus si elles veulent répondre, avec le maximum de fidélité, à leur vocation, à leur charisme.

3. The history of the Church teaches us how difficult evangelization is in times of cultural transformation such as our own. We are aware that the academic Institutions entrusted to the Society of Jesus are today engaged in promoting a courageous dialogue between faith and culture. Particularly commendable is the effort which these Institutions are making, in the light of Catholic doctrine, to resolve the problems arising from social progress. New scientific discoveries frequently offer serious challenges to faith in the doctrinal, moral and social fields. These challenges call for dialogue between theologians and scientists, with a view to pinpointing and describing the problems involved and to finding an answer to them which is in harmony with science and with faith. The Catholic University is the special place for this dialogue.

4. There are two fundamental requirements for the correct promotion of the dialogue between faith and culture.

The first is the need for fidelity to the word of God, to its truth, its saving power for all people of every age, to its intrinsic ability to purify, transform and ennoble. Fidelity to the word of God involves a courageous proclamation of the Gospel. The Apostolic Exhortation “Evangelii Nuntiandi” rightly highlights the fact that dialogue between the Gospel and culture cannot take place unless the Gospel is proclaimed (Cfr. PAULI VI Evangelii Nuntiandi
EN 20). It is the task of the Catholic Universities to be fearless proclaimers of the Good News of salvation. To them too can be applied the words of Saint Paul: “Woe to me if I do not preach the Gospel!” (1Co 9,16). The necessary and constant appeal, in evangelization, to fidelity to the truth revealed to us by God through his Incarnate Son has been heard in every age, from the first centuries of Christianity. Here one might quote a Church writer who lived at a time of great cultural transformation and who attempted to promote a close dialogue between the Gospel and cultural development: Clement of Alexandria. He wrote: “There is truth in geometry, there is truth in music, there is truth in genuine philosophy . . . but the only authentic truth is the one which is taught to us by the Son of God . . . We have been taught by God and instructed by his Son in the Scriptures which are truly sacred” (CLEMENTIS ALEXANDRINI Stromata, I, 20: PG VIII, p. 816). The Word made flesh is indeed the incarnation of all truth.

Fidelity to the word of God means studying that word in depth, meditating upon it and putting it into practice. It also means fidelity to the Magisterium of the Church, the Church to which Christ entrusted this word so that it might be preserved in its purity and integrity and interpreted authentically. Without such fidelity there can be no effective dialogue between faith and culture.

5. The second requirement is an urgent need for philosophical reflection concerning the truth about man. Today there is widespread and prevalent an historicism idea of man and his history. This idea, by relativizing fundamental values, leads to an unfounded primacy of freedom over truth, practice over theory, becoming over being. It results in an ideological and moral relativism.

114 A careful examination of cultural tendencies today makes clear the need for a solid philosophical anthropology aimed at unravelling the mystery of man. Such metaphysical reflection on man, by establishing a common ground for people of good will, will facilitate discernment and a correct integration of what is valid in human progress today. It will help to avoid what is deviant in certain ideological currents and forms of moral conduct. Moreover, it is essential for preparing an adequate evangelization of culture.

Fidelity to the word of God and fidelity to the truth about man: these are two forms of fidelity which will help to ensure that human progress takes into account the mystery of God. For the better one knows the mystery of man, the more open one becomes to the mystery of transcendence. And the deeper one penetrates the divine mystery, the more one discovers the true greatness and dignity of the human person.

6. Es también cometido específico de la Compañía de Jesús el cuidado de los jóvenes que frecuentan sus centros educativos.

Es conocido y es de alabar el hecho de que en las instituciones universitarias confiadas a la Compañía de Jesús se imparte una enseñanza altamente cualificada, de cara a preparar a los estudiantes para un desarrollo adecuado de su futura profesión.

Según el espíritu del propio carisma, dichas instituciones se esfuerzan también mediante una enseñanza adecuada, por introducir a los estudiantes en un conocimiento más profundo del mensaje cristiano. De este modo se pone en práctica lo dicho en la Declaración conciliar “Gravissimum Educationis”, sobre la educación cristiana de la juventud, respecto al cometido de las Universidades Católicas de capacitar a sus estudiantes, de manera que “puedan formarse como hombres de auténtico prestigio por su doctrina, preparados para de desempeñar las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo” (Gravissimum Educationis
GE 10).

7. En esta ocasión, mientras reconozco vuestros generosos esfuerzos, os invito a prestar una atención especial a la formación integral de los estudiantes en la que ocupe un lugar destacado una sólida formación religiosa, teórica y práctica. Práctica, en cuanto la formación religiosa de los estudiantes de una Universidad Católica no puede ser solamente teórica mediante la enseñanza, sino que debe procurar que ellos, en la misma vida universitaria, aprendan a vivir concretamente la doctrina cristiana asimilada intelectualmente. De ahí la urgencia de ofrecer en el “campus” de la Universidad Católica un ambiente idóneo para la integración de la formación intelectual con la práctica. Para ello habrá que promover cada vez más la pastoral universitaria, bajo la guía de celosos sacerdotes religiosos, que asistan espiritualmente a los estudiantes y fomenten todas las iniciativas adecuadas para ayudar al joven a profundizar en el conocimiento y la práctica de la vida cristiana, en una armoniosa síntesis entre fe y vida.

En diversos encuentros con los estudiantes universitarios del mundo entero, he tenido ocasión de percibir personalmente como surge de ellos, de manera significativa, la cuestión religiosa, principalmente como una necesidad de dar sentido a su vida. Conviene saber leer en su espíritu, comprendiendo que ellos esperan ejemplos de vida auténticamente cristiana. Más que por las doctrinas teóricamente expuestas, ellos se sienten atraídos por los ejemplos de las doctrinas concretamente vividas.

8. En la profunda transformación que atraviesa nuestro mundo, a vosotros se os encomienda una enorme responsabilidad. Estoy seguro de que también vosotros estáis convencidos de ello. Por eso os aliento a seguir adelante en vuestra difícil misión. La Iglesia necesita más que nunca de vosotros, de vuestras Universidades, cualificadas como católicas y como científicas.

Como bien sabéis, la Congregación para la Educación Católica ha organizado un estudio para preparar una Constitución Apostólica sobre Universidades Católicas, acerca de la misión indispensable de la Universidad Católica en el mundo de hoy. Vuestras Universidades e Institutos Superiores darán sin duda a tal estudio su valiosa aportación, cosa que ya desde ahora os agradezco.

A nadie escapa la oportunidad de dicho Documento, que viene exigido por la profunda evolución cultural versificada en estos últimos años, y también por la misma comunidad eclesial, la cual desea que sus Universidades sean más eficientes en ofrecer al hombre el contenido y el dinamismo del pensamiento católico.

9. Al terminar estas reflexiones, deseo referirme a vuestra loable tradición cultural, que os quiere presentes, activos y creadores en nuestros días, pero al mismo tiempo os quiere fieles: fieles al espíritu de vuestro Fundador, a la Iglesia y a su Magisterio.

115 Que vuestras Universidades Católicas sean sensibles a los signos de los tiempos; sensibles a las múltiples instancias culturales actuales, y a la vez abiertas al espíritu de las Iglesias particulares, mediante una fraterna y estrecha vinculación con sus Obispos, y al espíritu de la Iglesia universal, mediante vuestra sincera adhesión a la Santa Sede.

Con estos deseos imparto a vosotros, a los profesores y estudiantes de vuestros centros educativos una especial Bendición Apostólica.






AL NUEVO EMBAJADOR DE ESPAÑA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 16 de noviembre de 1985



Señor Embajador,

Al presentar las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de España cerca de la Santa Sede, me es grato darle mi cordial bienvenida y agradecerle los sentimientos de adhesión y cercanía que Usted ha tenido a bien presentarme de parte de Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I. Le ruego desde ahora que transmita a Su Majestad mis mejores deseos, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo por el bien espiritual de la querida Nación española.

Viene Usted a representar ante la Sede de Pedro a una Nación que, a lo largo de los siglos, se ha caracterizado por su condición de católica como lo muestra lo que podríamos llamar una triple tradición o legado.

Legado histórico: la península ibérica fue uno de los primeros territorios que acogieron la predicación de la Buena Nueva de Salvación. Para su comunidad cristiana ha sido motivo de legítima honra el afirmar sus raíces apostólicas, proclamando la presencia de San Pablo en su suelo y habiendo hecho de Santiago su Apóstol patrón y protector, al que venera desde tiempo inmemorial. Desde su misma configuración como Estado independiente, España ha mantenido estrechos lazos con esta Sede Apostólica.

Legado religioso: el pueblo español, en efecto, ha hecho de la fe católica un elemento connatural del alma hispana, inspirador de sus virtudes morales e informador de sus mismas instituciones.

Legado misionero: la vitalidad de la comunidad cristiana de su País ha proyectado la luz del Evangelio en el mundo mediante la generosa y abnegada labor evangelizadora de tantos preclaros hijos suyos que han enriquecido así a la Iglesia universal con los copiosos frutos de nuevos pueblos renacidos por la fe a una nueva vida.

Este es el legado de un pasado glorioso que ha marcado el ser de aquella noble Nación en la historia, pero que también en nuestros días sigue estando presente como he podido apreciar durante las visitas pastorales en las que viví, a lo largo de toda la geografía nacional, inolvidables jornadas de fe y esperanza, expresión de una profunda vivencia religiosa.

En las deferentes palabras que me ha dirigido, ha querido Usted también aludir a la contribución de esta Sede Apostólica en favor de la civilización, la cultura y el derecho de los individuos y de los pueblos; así como a la irradiación universal de los valores hondamente enraizados en la visión cristiana de la vida.

116 La Iglesia, fiel al mandato de su divino Fundador, pone todo su empeño en la noble causa de servir a la promoción integral del hombre y de las naciones, de acuerdo con la misión que le es propia y que la impulsa a realizar su ministerio superando motivaciones terrenas o intereses particulares. Como enseña el Concilio Vaticano II en la Constitución “Gaudium et Spes”, “la Iglesia, por esta su universalidad, puede constituir un vinculo estrechísimo entre las diferentes naciones y comunidades humanas con tal de que éstas tengan confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir su misión” (Gaudium et Spes GS 42).

Desde su propio campo, la Iglesia - con la autonomía e independencia que le competen - está vivamente interesada en promover todo aquello que redunde en el mayor bien de la persona humana y de los grupos sociales, comenzando por la familia, célula básica de la sociedad. A este respecto, no es superfluo recordar que, en la ordenación legal de las actividades de los individuos y de los diversos grupos sociales, por parte de la autoridad pública, “los derechos del poder no pueden ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de los derechos objetivos e inviolables del hombre” (IOANNIS PAULI PP. II Redemptor Hominis RH 7). Dicha sacralidad de la persona y de su dignidad, ha de informar las relaciones entre los individuos y los grupos para que, de esta manera, los legítimos derechos sean tutelados y la sociedad pueda gozar de armonía y estabilidad.

A nivel de comunidad internacional, la Santa Sede no ahorrará esfuerzos en continuar aportando su peculiar contribución para un mejor entendimiento entre las Naciones, potenciando aquellos valores morales y espirituales que acercan a los pueblos y que permiten superar las divisiones y barreras que tanto dificultan la buena comprensión y la solidaridad efectiva entre los miembros de la familia humana.

Señor Embajador, al asegurarle mi benevolencia en el desempeño de la misión que hoy comienza, quiera hacerse intérprete ante sus Majestades los Reyes, su Gobierno y Autoridades del más deferente saludo del Papa, mientras invoco sobre todos los amadísimos hijos de España abundantes y escogidas gracias del Altísimo.





                                                                                  Diciembre de 1985


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS REPRESENTANTES DES LOS PAÍSES DE AMÉRICA LATINA

Jueves 5 de diciembre de 1985



Excelentísimos Señores,

Siempre que retorno con el pensamiento a las vastas regiones de América Latina, se renueva en mi corazón el sentimiento que ese joven y hermoso continente puede despertar, como algo que le pertenece: el sentimiento de la esperanza.

Vuestra deferente visita de hoy trae a mi espíritu este peculiar sentimiento y una íntima complacencia al conocer el ideal que os ha congregado en Roma: el ideal de amistad entre vuestras Naciones y de la unidad latinoamericana. Un ideal que es digno de toda suerte de esfuerzos y sacrificios, de entregas y renuncias.

También la Iglesia lo vive, y muy hondamente, en América Latina. En las Conferencias generales de su Episcopado, celebradas en Medellín y Puebla de los Ángeles, ha trazado un plan de acción apostólica y pastoral de vastas y profundas dimensiones, orientado fundamentalmente a la vigorización espiritual de la fraternidad y unidad de todos los pueblos de vuestro continente, que cuenta con un común substrato cultural, histórico y religioso.

Muchas circunstancias de la hora presente exigen que se fomenten y renueven los encuentros orientados no sólo a conservar cuanto fundamenta la unidad de América Latina, sino a integrarla más plenamente en el futuro, de acuerdo con los principios de reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva. Hay un hecho que ha cobrado peculiar relieve en estos últimos años: el retorno de varios Países latinoamericanos al régimen democrático constitucional. Permitidme expresar a este respecto el anhelo de que este hecho revista en la historia de América Latina un significado nuevo y más profundo en el sentido de que esta transición conduzca a vigorizar y consolidar los vínculos de la unidad cultural, política y económica entre vuestros Países, y que nazca así una cooperación más eficaz para hacer frente al grave problema de la injusticia y la miseria; a la vez que se favorezca la promoción integral de la persona humana tutelando sus derechos y respetando siempre su dignidad.

117 Un factor de orden económico que hoy agrava la situación de pobreza y desequilibrio social en amplios sectores del mundo latinoamericano, es el de la deuda externa. Sobre esta preocupante cuestión deseo reiterar lo que expresé a la Asamblea General de la ONU con motivo del 40° aniversario de la entrada en vigor de la Carta de las Naciones Unidas. La cuestión de la deuda externa “se ha convertido de modo más amplio en un problema de cooperación política y de ética económica. E1 coste económico, social y humano de esta situación, con frecuencia es tal que sitúa a Países enteros al borde de la ruptura. Por lo demás, ni los Países acreedores ni los Países deudores ganan nada, si se desencadenan situaciones de desesperación que escaparían a todo control. La justicia y el interés de todos exigen que, a nivel mundial, se examine la situación en su globalidad y en todas sus dimensiones, no sólo económicas y monetarias, sino también sociales, políticas y humanas” (IOANNIS PAULI PP. II Allocutio ad Consilium Nationum Unitarium habita, 5, die 14 oct. 1985: vide supra, p. 987).

Así pues, para hacer frente a la gravedad de este problema, es preciso dar mayor vigor y eficacia al principio de la unidad e integración latinoamericana. Es éste un noble ideal que exige el esfuerzo conjunto de todos para encontrar remedios a los males que aquejan a tantas personas de aquel continente. Pienso en la familia y los diversos condicionamientos de orden estructural y de educación que afectan a su unidad y estabilidad. Pienso en tantos jóvenes ante quienes se presenta un futuro sombrío y carente de auténticos valores espirituales, cuando no inducidos al terrible mal de la drogadicción. También en este campo se impone la necesidad de acudir a un plan de leal cooperación regional y continental para que las medidas que se tomen para combatir el narcotráfico tengan la debida eficacia.

En mis viajes apostólicos a vuestras Naciones me he dado cuenta de la profundidad de la crisis social que las afecta y del peligro que corren de que una política social equivocada lleve’ a intentos de salir de esa crisis por el camino de la violencia, al que ya recurren en algunas regiones ciertos grupos y movimientos, dejando una estela de dolores y muerte por donde pasan. Pero en esos mismos viajes me he convencido también de que es precisamente América Latina la región del mundo en desarrollo en la que hay una realidad espiritual, social y cultural cuyos valores hacen posible la superación de la crisis por los caminos que la Iglesia inspira con su doctrina social. Ojalá este horizonte de esperanza hacia una paz fruto de la justicia, se abra a la mente de los hombres de gobierno y líderes políticos y los induzca a poner en acto aquellas medidas indispensables para destruir en sus fuentes la espiral de la violencia.

En este final del segundo Milenio, y cuando nos preparamos a conmemorar el V Centenario del comienzo de la Evangelización de América Latina, hago votos para que los hijos de aquel amado continente de la esperanza, fieles a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, caminen por la vía de la reconciliación y de la fraternidad en un esfuerzo común por lograr la superación de las divisiones en favor de la ansiada unidad.

Excelencias, al agradecerles esta visita, les expreso mis mejores deseos por el feliz éxito de los trabajos que han venido realizando, mientras invoco sobre cada uno de Ustedes, sus colaboradores, familias y las queridas Naciones que representan, las Bendiciones del Señor.






Discursos 1985 111