Audiencias 1986




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Enero de 1986

Miércoles 8 de enero de 1986

El misterio de la creación

1. En la indefectible y necesaria reflexión que el hombre de todo tiempo está inclinado a hacer sobre la propia vida, dos preguntas emergen con fuerza, como eco de la voz misma de Dios: "¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?". Si la segunda pregunta se refiere al futuro último, al término definitivo, la primera se refiere al origen del mundo y del hombre y es también fundamental. Por eso estamos justamente impresionados por el extraordinario interés reservado al problema de los orígenes. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos y ha aparecido el hombre, cuanto más bien en descubrir qué sentido tiene tal origen, si lo preside el caos, el destino ciego o bien un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Efectivamente, en el mundo existe el mal y el hombre que tiene experiencia de ello no puede dejar de preguntarse de dónde proviene y por responsabilidad de quién, y si existe una esperanza de liberación. "¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes?", se pregunta en resumen el Salmista, admirado frente al acontecimiento de la creación (Ps 8,5).

2. La pregunta sobre la creación aflora en el ánimo de todos, del hombre sencillo y del docto. Se puede decir que la ciencia moderna ha nacido en estrecha vinculación, aunque no siempre en buena armonía, con la verdad bíblica de la creación. Y hoy, aclaradas mejor las relaciones recíprocas entre verdad científica y verdad religiosa, muchísimos científicos, aun planteando legítimamente problemas no pequeños como los referentes al evolucionismo de las formas vivientes, en particular del hombre, o el que trata del finalismo inmanente en el cosmos mismo en su devenir, van asumiendo una actitud cada vez más partícipe y respetuosa con relación a la fe cristiana sobre la creación. He aquí, pues, un campo que se abre par un diálogo benéfico entre modos de acercamiento a la realidad del mundo y del hombre reconocidos lealmente como diversos, y sin embargo convergentes a nivel más profundo en favor del único hombre, creado —como dice la Biblia en su primera página— a "imagen de Dios" y por tanto "dominador" inteligente y sabio del mundo (cf. Gn 1,27-28).

3. Además, nosotros los cristianos reconocemos con profundo estupor, si bien con obligada actitud crítica, que en todas las religiones, desde las más antiguas y ahora desaparecidas, a las hoy presentes en el planeta, se busca una "respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana...: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor?... ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?" (Declaración Nostra aetate NAE 1). Siguiendo el Concilio Vaticano II, en su Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, reafirmamos que "la Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo", ya que "no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (Nostra aetate NAE 2). Y por otra parte es tan innegablemente grande, vivificadora y original la visión bíblico-cristiana de los orígenes del cosmos y de la historia, en particular del hombre —y ha tenido una influencia tan grande en la formación espiritual, moral y cultural de pueblos enteros durante más de veinte siglos— que hablar de ello explícitamente, aunque sea sintéticamente, es un deber que ningún Pastor ni catequista puede eludir.

4. La revelación cristiana manifiesta realmente una extraordinaria riqueza acerca del misterio de la creación, signo no pequeño y muy conmovedor de la ternura de Dios que precisamente en los momentos más angustiosos de la existencia humana, y por tanto en su origen y en su futuro destino, ha querido hacerse presente con una palabra continua y coherente, aun en la variedad de las expresiones culturales.

Así, la Biblia se abre en absoluto con una primera y luego con una segunda narración de la creación, donde todo tiene origen en Dios: las cosas, la vida, el hombre (Gn 1-2), y este origen se enlaza con el otro capítulo sobre el origen, esta vez en el hombre, con la tentación del maligno, del pecado y del mal (Gn 3). Pero he aquí que Dios no abandona a sus creaturas. Y así, pues, una llama de esperanza se enciende hacia un futuro de una nueva creación liberada del mal (es el llamado protoevangelio, Gn 3, 15, cf. 9, 13). Estos tres hilos: la acción creadora y positiva de Dios, la rebelión del hombre y, ya desde los orígenes, la promesa por parte de Dios de un mundo nuevo, forman el tejido de la historia de la salvación, determinando el contenido global de la fe cristiana en la creación.

5. En las próximas catequesis sobre la creación, al dar el debido lugar a la Escritura, como fuente esencial, mi primera tarea será recordar la gran tradición de la Iglesia, primero con las expresiones de los Concilios y del magisterio ordinario, y también con las apasionantes y penetrantes reflexiones de tantos teólogos y pensadores cristianos.

Como en un camino constituido por muchas etapas, la catequesis sobre la creación tocará ante todo el hecho admirable de la misma como lo confesamos al comienzo del Credo o Símbolo Apostólico: "Creo en Dios, creador del cielo y de la tierra", reflexionaremos sobre el misterio que encierra toda la realidad creada, en su proceder de la nada, admirando a la vez la omnipotencia de Dios y la sorpresa gozosa de un mundo contingente que existe en virtud de esa omnipotencia. Podremos reconocer que la creación es obra amorosa de la Trinidad Santísima y es revelación de su gloria. Lo que no quita, sino que por el contrario afirma, la legítima autonomía de las cosas creadas, mientras que al hombre, como centro del cosmos, se le reserva una gran atención, en su realidad de "imagen de Dios", de ser espiritual y corporal, sujeto de conocimiento y de libertad. Otros temas nos ayudarán más adelante a explorar este formidable acontecimiento creativo, en particular el gobierno de Dios sobre el mundo, su omnisciencia y providencia, y cómo a la luz del amor fiel de Dios el enigma del mal y del sufrimiento halla su pacificadora solución.

6. Después de que Dios manifestó a Job su divino poder creador (Jb 38-41), éste respondió al Señor y dijo: "Sé que lo puedes todo y que no hay nada que te cohíba... Sólo de oídas te conocía; mas ahora te han visto mis ojos" (Jb 42,2-5). Ojalá nuestra reflexión sobre la creación nos conduzca al descubrimiento de que, en el acto de la fundación del mundo y del hombre, Dios ha sembrado el primer testimonio universal de su amor poderoso, la primera profecía de la historia de nuestra salvación.

Saludos

2 En esta primera audiencia general del año que comienza, deseo presentar mi más cordial saludo a todas las personas, familias y grupos de lengua española aquí presentes.

En particular, saludo a los neo-sacerdotes Legionarios de Cristo que han querido, junto con sus familiares y superiores, tener este encuentro con el Papa como signo de afecto y cercanía al Sucesor de Pedro. Os aliento vivamente a hacer de la vida sacerdotal que ahora comenzáis, un canto de alabanza a Dios, de amor y fidelidad a la Iglesia, y de servicio a los hermanos.

Saludo igualmente a los miembros del Movimiento “Regnum Christi”, así como a los componentes de la peregrinación procedente de Argentina.

A todos los peregrinos de España y de los diversos Países de América Latina, junto con mi plegaria al Señor para que derrame sobre vosotros abundantes gracias durante el nuevo año, imparto con afecto la bendición apostólica.





Miércoles 15 de enero de 1986

Creo en Dios...Creador del cielo y de la tierra

1. La verdad acerca de la creación es objeto y contenido de la fe cristiana: únicamente está presente de modo explícito en la Revelación. Efectivamente, no se la encuentra sino muy vagamente en las cosmologías mitológicas fuera de la Biblia, y está ausente de las especulaciones de antiguos filósofos, incluso de los máximos, como Platón y Aristóteles, que no obstante han elaborado un concepto bastante elevado de Dios como Ser totalmente perfecto, como Absoluto. La inteligencia humana puede por sí sola llegar a formular la verdad de que el mundo y los seres contingentes (no necesarios) dependen del Absoluto. Pero la formulación de esta dependencia como "creación" —por lo tanto, basándose en la verdad acerca de la creación— pertenece originalmente a la Revelación divina y en este sentido es una verdad de fe.

2. Se proclama esta formulación al comienzo de las profesiones de fe, comenzando por las más antiguas, como el Símbolo Apostólico: "Creo en Dios... Creador del cielo y de la tierra"; y el Símbolo niceno-constantinopolitano: "Creo en Dios... Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible"; hasta la pronunciada por el Papa Pablo VI y que lleva el título de Credo del Pueblo de Dios; "Creemos en un solo Dios... Creador de las cosas visibles, como es este el mundo en el que transcurre nuestra vida pasajera, de las cosas invisibles como los espíritus puros que reciben el nombre de ángeles y Creador en cada hombre de su alma espiritual e inmortal" (Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI, 1968, pág. 302).

3. En el "Credo" cristiano la verdad acerca de la creación del mundo y del hombre por obra de Dios ocupa un puesto fundamental por la riqueza especial de su contenido. Efectivamente no se refiere sólo al origen del mundo como resultado del acto creador de Dios, sino que revela también a Dios como Creador. Dios, que habló por medio de los Profetas y últimamente por medio del Hijo (cf. He 1,1), ha hecho conocer a todos los que acogen su Revelación no sólo que precisamente Él ha creado el mundo, sino sobre todo qué significa ser Creador.

4. La Sagrada Escritura (Antiguo y Nuevo Testamento) está impregnada, en efecto, por la verdad acerca de la creación y acerca del Dios Creador. El primer libro de la Biblia, el libro del Génesis, comienza con la afirmación de esta verdad: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gn 1,1). Sobre esta verdad retornan numerosos pasajes bíblicos, mostrando cuán profundamente ha penetrado la fe de Israel. Recordemos al menos algunos de ellos. Se dice en los Salmos: "Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes; Él la fundó sobre los mares" (23/24 , 1-2). "Tuyo es el cielo, tuya es la tierra, tú cimentaste el orbe y cuanto contiene" (88/89 , 12). "Suyo es el mar, porque Él lo hizo; la tierra firme que modelaron sus manos" (94/95, 5). "Su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo... porque Él lo dijo y existió, Él lo mando y surgió" (32/33 , 5-6. 9). "Benditos seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (113/114-115, 15). La misma verdad profesa el autor del libro de la Sabiduría: "Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas..." (Sg 9,1). Y el Profeta Isaías dice en primera persona la palabra de Dios Creador: "Yo soy el Señor, el que lo ha hecho todo" (Is 44,24).

No menos claros son los testimonios que hay en el Nuevo Testamento. Así, por ejemplo, en el Prólogo del Evangelio de Juan se dice: "Al principio era el Verbo... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1,1 Jn 1,3). La Carta a los Hebreos, por su parte, afirma: "Por la fe conocemos que los mundos han sido dispuestos por la palabra de Dios, de suerte que de lo invisible ha tenido origen lo visible" (He 11,3).

3 5. En la verdad de la creación se expresa el pensamiento de que todo lo que existe fuera de Dios ha sido llamado a la existencia por Él. En la Sagrada Escritura hallamos textos que hablan de ello claramente.

En el caso de la madre de los siete hijos, de quienes habla el libro de los Macabeos, la cual ante la amenaza de muerte, anima al más joven de ellos a profesar la fe de Israel, diciéndole: "Mira el cielo y la tierra... de la nada lo hizo todo Dios y todo el linaje humano ha venido de igual modo" (
2M 7,28). En la Carta a los Romanos leemos: "Abraham creyó en Dios, que da vida a los muertos y llama a lo que es lo mismo que a lo que no es" (Rm 4,17).

"Crear" quiere decir, pues: hacer de la nada, llamar a la existencia, es decir, formar un ser de la nada. El lenguaje bíblico deja entrever este significado ya en la primera palabra del libro del Génesis: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra". El término "creó" traduce el hebreo "bara", que expresa una acción de extraordinaria potencia, cuyo único sujeto es Dios. Con la reflexión post-exílica se comprende cada vez mejor el alcance de la intervención divina inicial, que en el segundo libro de los Macabeos se presenta finalmente como un producir "de la nada" (2M 7,28). Los Padres de la Iglesia y los teólogos esclarecerán ulteriormente el significado de la acción divina, hablando de la creación "de la nada" (creatio ex nihilo; más precisamente: ex nihilo sui et subiecti). En el acto de la creación Dios es principio exclusivo y directo del nuevo ser, con exclusión de cualquier materia preexistente.

6. Como Creador, Dios está en cierto modo "fuera" de la creación y la creación esta "fuera" de Dios. Al mismo tiempo, la creación es completa y plenamente deudora de Dios en su propia existencia (de ser lo que es), porque tiene su origen completa y plenamente en el poder de Dios.

También puede decirse que mediante el poder creador (la omnipotencia) Dios está en la creación y la creación está en Él. Sin embargo, esta inmanencia de Dios no menoscaba para nada la transcendencia que le es propia con relación a todo a lo que Él da la existencia.

7. Cuando el Apóstol Pablo llegó al Areópago de Atenas habló así a los oyentes que se habían reunido allí: "Al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto, he hallado un altar en el cual está escrito: Al Dios desconocido. Pues ése que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, es Señor del cielo y de la tierra..." (Ac 17,23-24).

Es significativo que los atenienses, los cuales reconocían muchos dioses (politeísmo pagano), escucharan estas palabras sobre el único Dios Creador sin plantear objeciones. Este detalle parece confirmar que la verdad acerca de la creación constituye un punto de encuentro entre los hombres que profesan religiones diversas. Quizá la verdad de la creación está arraigada de modo originario y elemental en las diversas religiones, aun cuando en ellas no se encuentren conceptos suficientemente claros, como los que se contienen en las Sagradas Escrituras.

Saludos

Deseo ahora presentar mi cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia.

De modo particular saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas alentándoles a continuar siempre fieles a su vocación de servicio a Dios y a la Iglesia por amor a los hermanos.

Saludo asimismo al grupo de jóvenes mexicanos y a todas las demás personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España, impartiéndoles con afecto la bendición apostólica.





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Miércoles 22 de enero de 1986



1. "El movimiento ecuménico se fomenta especialmente mediante las oraciones mutuas". En estos términos el Sínodo Extraordinario de los Obispos, reunido en el XX aniversario del Concilio Vaticano II, ha vuelto a afirmar (cf. Relación final II, C, 7) la importancia totalmente especial que tiene la oración para la promoción de la plena unidad de todos los cristianos.

Esta semana (18-25 de enero) está dedicada en particular a la oración por la unidad. En todo el mundo, católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, tanto en sus iglesias, como juntos, en reuniones comunes, elevan fervientes plegarias al único Señor común para implorar esa unidad que Él mismo pidió al Padre para todos sus discípulos (cf. Jn 17,21).

Hoy os invito también a uniros, con corazón sincero y ardiente deseo, a este inmenso coro de la "comunión ecuménica", como el Sínodo Extraordinario ha definido la nueva situación espiritual que se ha instaurado entre los cristianos de nuestro tiempo.

Estas plegarias en común son sin duda "un medio muy eficaz" para impetrar la gracia de la unidad, son "una genuina manifestación" de los vínculos con los que los católicos están todavía unidos con los otros hermanos cristianos (cf. Unitatis redintegratio UR 8).

El rico contenido del Decreto conciliar sobre el ecumenismo mantiene toda su validez, corroborada por una experiencia de veinte años que la hace aún más consistente. Alimenta la confianza común en el Señor, que dirige las vicisitudes humanas hacia su fin último; sostiene y anima el esfuerzo ecuménico que tiende hacia la unidad, pero sin dejarla jamás dormir en los positivos resultados intermedios alcanzados por las relaciones fraternas y por el diálogo en marcha.

La oración común, ante todo, se funda en la fe que existe entre los cristianos y en el común bautismo, vínculo sacramental que actualiza y expresa el don gratuito de la redención realizada por el Señor. La oración común emana del único bautismo, que "tiende a conseguir la plenitud de la vida en Cristo"; así, pues, por su naturaleza se ordena a la profesión íntegra de la fe, a la plena incorporación a la economía de la salvación tal como Cristo en persona la estableció y, finalmente, a la íntegra incorporación en la comunión eucarística " (Unitatis redintegratio UR 22). Esta exigencia intrínseca constituye el dinamismo más profundo de todo el movimiento ecuménico.

Por consiguiente, la oración se convierte en humilde y consciente impetración de la gracia de la unidad puesto que "este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de Cristo excede las fuerzas y la capacidad humana" (Unitatis redintegratio UR 24). La imploración nos hace poner de nuevo nuestra esperanza en el sólido fundamento de la oración que Cristo eleva incesantemente por su Iglesia, en el amor del Padre por nosotros y en la fuerza del Espíritu Santo.

El Concilio Vaticano II nos ha recordado que la oración es "un medio muy eficaz" (cf. Unitatis redintegratio UR 8) y que la esperanza puesta en el amor de Dios "no defrauda" (Rm 5,5)

Por todo esto, la anual semana de oraciones por la unidad debe reforzar la fe, enfervorizar la caridad, aumentar la esperanza.

2. A los dos motivos indicados por el Concilio, nosotros tenemos uno nuevo que añadir: la gratitud al Señor por el camino positivo que han recorrido los cristianos hacia la plena unidad. El reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos ha afirmado que en estos veinte años: "el ecumenismo está inserto en la conciencia de la Iglesia de modo profundo e indeleble" (Relación final, II, C, 7). Se ha abierto y afirmado el diálogo con todas las otras Iglesias de Oriente y Occidente, aun cuando en formas diversas y con medios y resultados diferentes. La meta común que los diversos diálogos se proponen en su horizonte es la reconciliación y la unidad. Estamos agradecidos al Señor porque se está realizando una purificación de los corazones y está surgiendo la caridad recíproca entre los cristianos.

5 Además, los diálogos han sido ocasión propicia e instrumento adecuado no sólo para volver a afirmar juntos la fe, que es común entre los católicos y los otros cristianos, sino también para delinear importantes convergencias sobre cuestiones controvertidas en el pasado; y para identificar, con mayor claridad y de modo nuevo, las divergencias que todavía hay que afrontar y resolver de común acuerdo a la luz de las Sagradas Escrituras y de la gran Tradición de la Iglesia. Todo esto es un acontecimiento importante en la vida de los cristianos de nuestro tiempo.

La presencia fraterna y atenta de los Observadores de las otras Iglesias y Comuniones cristianas mundiales, así como del Consejo Ecuménico de las Iglesias, en los trabajos del Sínodo Extraordinario de los Obispos, ha ofrecido el testimonio de estas nuevas relaciones que se han instaurado. Se ha manifestado así la común voluntad de proseguir el esfuerzo conjunto a fin de que. con la gracia de Dios, se llegue a la plena comunión para dar un testimonio de unidad en nuestro mundo, donde parecen aumentar tentaciones de disgregación y conflictos.

3. "El testimonio es, por tanto, un imperativo del Evangelio", nos recuerda oportunamente la introducción a los textos de esta "Semana de oración", preparados conjuntamente por el Secretariado para la Unión de los Cristianos y por la Comisión "Fe y Constitución" del Consejo Ecuménico de las Iglesias.

"Vosotros seréis mis testigos" (
Ac 1,8) es el tema propuesto para este año. Se trata de un tema comprometido: proviene de un mandamiento explícito que Jesús resucitado dio a sus discípulos. Es un tema denso de perspectivas, que aprovecha todos los recursos del movimiento ecuménico. Es un tema actual y urgente, porque el mundo de hoy necesita coherencia, testimonio verdadero, vida auténtica.

Es posible cierto testimonio común entre los cristianos en varios campos; se funda en la fe común que existe entre ellos y que la confrontación, a través del diálogo en marcha, ha dado nuevo relieve. Sin embargo, este testimonio es todavía frágil, porque las divergencias existentes no permiten una plena concordia. De aquí surge el impulso para nuevos progresos en el campo ecuménico. El testimonio común que se puede dar hoy impulsa a la búsqueda de la plena unidad: pero sólo la plena unidad hará finalmente posible que este testimonio sea auténtico.

El reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos ha hecho importantes afirmaciones: "Nosotros, obispos, deseamos ardientemente que la comunión incompleta existente ya con las Iglesias y con las Comunidades no católicas llegue por la gracia de Dios a la plena comunión...." Además: "la comunión entre los católicos y otros cristianos, aunque sea incompleta, llama también a todos a la colaboración en muchos campos y así hace posible, de alguna manera, un testimonio común del amor salvífico de Dios hacia el mundo necesitado de salvación" (Relación final, II, C, 7).

4. En este proceso se comprende la importancia insustituible de la oración. El Sínodo ha citado la oración mutua. Para promover la restauración de la plena unidad de todos los cristianos es necesaria la oración: no sólo la que se eleva por la unidad de nuestras Iglesias; no sólo la común, que hacen juntos los católicos y otros cristianos; sino también la oración recíproca, expresión de la solidaridad cristiana que brota del bautismo. La oración de unos por otros crea una nueva comunión.

Por lo tanto, concluyamos esta audiencia orando juntos por la restauración de la plena unidad de todos los cristianos:

El Santo Padre: Roguemos al Señor para que los cristianos, a pesar de sus divisiones, se esfuercen cada vez más en dar juntos testimonio de su fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a fin de que el mundo crea.

Todos: Que sean uno, para que el mundo crea.

El Santo Padre: Roguemos para que los cristianos, de modo particular los que sufren a causa del nombre de Jesús, den testimonio de fe viva y progresen hacia la plena profesión de fe común.

6 Todos: Que sean uno, para que el mundo crea.

El Santo Padre: Roguemos para que los cristianos se unan a fin de realizar la justicia y la paz en el mundo.

Todos: Que sean uno, para que el mundo crea.

El Santo Padre: Padre nuestro, que estás en los cielos, mira las aspiraciones del corazón de tus hijos, escucha nuestras peticiones y haz que todos los cristianos se unan en tu Iglesia, una y única. Por tu Hijo Jesucristo que contigo vive y reina, en la comunión del Espíritu Santo por todos los siglos.

Todos: Amén.

Saludos

Vaya ahora mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

Me es grato saludar de modo particular a los sacerdotes, religiosos y religiosas que con su testimonio de caridad y servicio construyen el Reino de Dios.

Saludo a los participantes en el curso para directores de centros profesionales organizado por el “Centro ELIS” de Roma. Igualmente al grupo de estudiantes de la Escuela de la Sociedad “Dante Alighieri” de Córdoba (Argentina) y a los alumnos de la “Scuola Italiana” de Santiago de Chile.

A todos imparto de corazón mi bendición apostólica.





Miércoles 29 de enero de 1986

La creación es la llamada del mundo y del hombre de la nada a la existencia

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1. La verdad de que Dios ha creado, es decir, que ha sacado de la nada todo lo que existe fuera de Él, tanto el mundo como el hombre, halla su expresión ya en la primera página de la Sagrada escritura, aun cuando su plena explicitación sólo se tiene en el sucesivo desarrollo de la Revelación.

Al comienzo del libro del Génesis se encuentran dos "relatos" de la creación. A juicio de los estudiosos de la Biblia el segundo relato es más antiguo, tiene un carácter más figurativo y concreto, se dirige a Dios llamándolo con el nombre de "Yavé", y por este motivo se señala como "fuente yahvista".

El primer relato, posterior en cuanto al tiempo de su composición, aparece más sistemático y más teológico; para designar a Dios recurre al término "Elohim". En él la obra de la creación se distribuye a lo largo de una serie de seis días. Puesto que el séptimo día se presenta como el día en que Dios descansa, los estudiosos han sacado la conclusión de que este texto tuvo su origen en ambiente sacerdotal y cultual. Proponiendo al hombre trabajador el ejemplo de Dios Creador, el autor de Gen 1 ha querido afirmar de nuevo la enseñanza contenida en el Decálogo, inculcando la obligación de santificar el séptimo día.

2. El relato de la obra de la creación merece ser leído y meditado frecuentemente en la liturgia y fuera de ella. Por lo que se refiere a cada uno de los días, se confronta entre uno y otro una estrecha continuidad y una clara analogía. El relato comienza con las palabras: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra", es decir, todo el mundo visible, pero luego, en la descripción de cada uno de los días vuelve siempre la expresión: "Dijo Dios: Haya...", o una expresión análoga. Por la fuerza de esta palabra del Creador: "fiat", "haya", va surgiendo gradualmente el mundo visible: La tierra al principio es "confusa y vacía" (caos); luego, bajo la acción de la palabra creadora de Dios, se hace idónea para la vida y se llena de seres vivientes, las plantas, los animales, en medio de los cuales, al final, Dios crea al hombre "a su imagen" (
Gn 1,27).

3. Este texto tiene un alcance sobre todo religioso y teológico. No se pueden buscar en él elementos significativos desde el punto de vista de las ciencias naturales. Las investigaciones sobre el origen y desarrollo de cada una de las especies "in natura" no encuentran en esta descripción norma alguna "vinculante", ni aportaciones positivas de interés sustancial. Más aún, no contrasta con la verdad acerca de la creación del mundo visible -tal como se presenta en el libro del Génesis-, en línea de principio, la teoría de la evolución natural, siempre que se la entienda de modo que no excluya la causalidad divina.

4. En su conjunto la imagen del mundo queda delineada bajo la pluma del autor inspirado con las características de las cosmogonías del tiempo, en la cual inserta con absoluta originalidad la verdad acerca de la creación de todo por obra del único Dios: ésta es la verdad revelada. Pero el texto bíblico, si por una parte afirma la total dependencia del mundo visible de Dios, que en cuanto Creador tiene pleno poder sobre toda criatura (el llamado dominium altum), por otra parte pone de relieve el valor de todas las criaturas a los ojos de Dios. Efectivamente, al final de cada día se repite la frase: "Y vio Dios que era bueno", y en el día sexto, después de la creación del hombre, centro del cosmos, leemos: "Y vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho" (Gn 1,31).

La descripción bíblica de la creación tiene carácter ontológico, es decir, habla del ente, y al mismo tiempo, axiológico, es decir, da testimonio del valor. Al crear al mundo como manifestación de su bondad infinita, Dios lo creó bueno. Esta es la enseñanza esencial que sacamos de la cosmología bíblica, y en particular de la descripción introductoria del libro del Génesis.

5. Esta descripción, juntamente con todo lo que la Sagrada Escritura dice en diversos lugares acerca de la obra de la creación y de Dios Creador, nos permite poner de relieve algunos elementos:

1º. Dios creó el mundo por sí solo. El poder creador no es transmisible: "incommunicabilis".

2º. Dios creó el mundo por propia voluntad, sin coacción alguna exterior ni obligación interior. Podía crear y no crear; podía crear este mundo u otro.

8El mundo fue creado por Dios en el tiempo, por lo tanto, no es eterno: tiene un principio en el tiempo.

4º. El mundo, creado por Dios, está constantemente mantenido por el Creador en la existencia.Este "mantener" es, en cierto sentido, un continuo crear (Conservatio est continua creatio).

6. Desde hace casi dos mil años la Iglesia profesa y proclama invariablemente la verdad de que la creación del mundo visible e invisible es obra de Dios, en continuidad con la fe profesada y proclamada por Israel, el Pueblo de Dios de la Antigua Alianza. La Iglesia explica y profundiza esta verdad, utilizando la filosofía del ser y la defiende de las deformaciones que surgen de vez en cuando en la historia del pensamiento humano.

El Magisterio de la Iglesia ha confirmado con especial solemnidad y vigor la verdad de que la creación del mundo es obra de Dios, en el Concilio Vaticano I, en respuesta a las tendencias del pensamiento panteísta y materialista del tiempo. Esas mismas orientaciones están presentes también en nuestro siglo en algunos desarrollos de las ciencias exactas y de las ideologías ateas.

En la Constitución "Dei Filius" de fide catholica del Concilio Vaticano I leemos: "Este único Dios verdadero, en su bondad y 'omnipotente virtud', no para aumentar su gloria, ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección mediante los bienes que distribuye a las criaturas, con decisión plenamente libre, 'simultáneamente desde el principio del tiempo sacó de la nada una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la material, y luego la criatura humana, como partícipe de una y otra, al estar constituida de espíritu y de cuerpo' (Conc. Lateran. IV)" (
DS 3002).

7. Según los "cánones" adjuntos a este texto doctrinal, el Concilio Vaticano I afirma las siguientes verdades:

1º. El único, verdadero Dios es Creador y Señor "de las cosas visibles e invisibles" (DS 3021)

2º. Va contra la fe la afirmación de que sólo existe la materia (materialismo) (DS 3022).

3º. Va contra la fe la afirmación de que Dios se identifica esencialmente con el mundo (panteísmo) (DS 3023).

4º. Va contra la fe sostener que las criaturas, incluso las espirituales, son una emanación de la sustancia divina, o afirmar que el Ser divino con su manifestarse o evolucionarse se convierte en cada una de las cosas (DS 3024).

5º. Va contra la fe la concepción, según la cual, Dios es el ser universal, o sea, indefinido que, al determinarse, constituye el universo distinto en géneros, especies e individuos (ib).

9 6º. Va igualmente contra la fe negar que el mundo y las cosas todas contendidas en él, tanto espirituales como materiales, según toda su sustancia han sido creadas por Dios de la nada (DS 3025).

8. Habrá que tratar aparte el tema de la finalidad a la que mira la obra de la creación. Efectivamente, se trata de un aspecto que ocupa mucho espacio en la Revelación, en el Magisterio de la Iglesia y en la teología.

Por ahora basta concluir nuestra reflexión remitiéndonos a un texto muy hermoso del Libro de la Sabiduría en el que se alaba a Dios que por amor crea el universo y lo conserva en su ser:

"Amas todo cuanto existe / y nada aborreces de lo que has hecho; / pues si Tú hubieras odiado alguna cosa, no la hubieras formado./ ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras, / o cómo podría conservarse sin Ti? / Pero a todos perdonas, / porque son tuyos, Señor, amigo de la vida" (Sg 11,24-26).

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora de modo particular a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En primer lugar, a las Hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas, que se encuentran en Roma haciendo un curso de renovación espiritual. A vosotras, así como a todas las personas consagradas presentes en esta Audiencia, os aliento a ser testigos vivos del amor de Dios en su Iglesia.

Saludo también al grupo de jóvenes, hijos de emigrantes italianos en Argentina; y, juntamente, al grupo de estudiantes de la Universidad Nacional de Tucumán.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.




Audiencias 1986