Audiencias 1986 18

Miércoles 26 de marzo de 1986

Los acontecimientos centrales de nuestra redención

19 ¡Queridísimos hermanos y hermanas en el Señor!

1. El día de hoy, Miércoles Santo, nos invita a meditar juntos sobre las realidades que vamos a revivir en el curso de esta semana, que se llama "santa" porque en ella conmemoramos los acontecimientos centrales de nuestra redención. En la vida de la humanidad no ha acaecido nada más significativo y de mayor valor. La muerte y la resurrección de Cristo son los acontecimientos más importantes de la historia.

Comienza mañana el triduo de la pasión y de la resurrección del Señor, el cual —como se lee en el Misal Romano— "ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios principalmente por su misterio pascual, por el cual muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida, el triduo santo pascual de la pasión y resurrección del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico. La preeminencia que tiene el domingo en la semana, la tiene la solemnidad de Pascua en el año litúrgico" (Normas generales, n. 18).

Por tanto deseo exhortaros a vivir intensamente los próximos días para que dejen en vuestro ánimo una huella profunda que oriente vuestra vida. Entrad con empeño en la atmósfera mística del triduo pascual: la mañana del "Jueves Santo" en todas las catedrales del mundo el obispo celebra junto con los sacerdotes de la diócesis la "Misa Crismal", para conmemorar la institución del sacerdocio y para consagrar los sagrados óleos necesarios para el orden, la confirmación y la unción de los enfermos. Después, por la tarde, en la Misa "in Cena Domini", podéis revivir con fe profunda la institución de la Eucaristía, prestando luego vuestro tributo de amor y de adoración al Santísimo Sacramento y respondiendo así a la invitación de Jesús en la dramática noche de su agonía en el Huerto: "Quedaos aquí y velad conmigo" (
Mt 26,38). Luego, el Viernes Santo, es día de gran conmoción, porque la Iglesia nos invita a escuchar de nuevo la narración de la Pasión según Juan, a adorar la Cruz, a orar por toda la Iglesia, a participar con la Virgen Dolorosa en el Sacrificio del Gólgota. Finalmente, las estupendas ceremonias del Sábado Santo llenan el corazón de suave alegría con la bendición del fuego, la procesión del cirio pascual en la penumbra de la iglesia y el encenderse de las velas al canto del "Lumen Christi", el solemne pregón, el canto de las letanías, la bendición del agua bautismal, y por último la "Misa del Aleluya" con el festivo canto del "Gloria" y la comunión eucarística con Cristo resucitado. Todo el triduo, imbuido de profunda tristeza y de mística alegría, desemboca, luego, en la solemnidad central del Domingo de Pascua, en la que los acontecimientos fundamentales de la "historia de la salvación", es decir, la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio, la Pasión y Muerte en cruz y la resurrección gloriosa prorrumpen en nuestros corazones con el himno de la exultancia y del agradecimiento.

Considerad un deber participar en los ritos de la Semana Santa, dejando de lado otros intereses y otros compromisos, convencidos de que realmente la liturgia purifica los sentimientos, eleva las aspiraciones, hace sentir la belleza de la fe cristiana y el deseo del cielo.

2. El cristiano es aquel que ha comprendido que es Cristo quien salva a la humanidad y, por tanto, no puede vivir sin la Pascua. Desde los primeros tiempos de la Iglesia se solemnizó de modo eminente la Pascua, la fiesta por "excelencia": en el tercer siglo comenzó a tener su fisonomía típica, con la celebración comunitaria de los bautismos en la noche pascual: era la teología bautismal de San Pablo que estaba emergiendo, entendida como la incorporación a la muerte y a la sepultura de Cristo, para resurgir después con Él a la vida nueva de la "gracia". Celebrar la pascua significa encontrarse con Cristo para resurgir con Él a la vida nueva, buscando las cosas de arriba.... pensando en las cosas de arriba (cf. Col Col 3,1).

3. Recordando ahora de modo especial el día de mañana, Jueves Santo, deseo terminar invitándoos de corazón a amar cada vez más a vuestros sacerdotes. La vocación sacerdotal es ciertamente paz y gozo, pero también cruz y martirio. En efecto, el sacerdote está consagrado totalmente a Cristo y actúa con sus mismos poderes y su misma misión: aquí está su grandeza y su dignidad, pero también su pasión y su agonía. Estad, por tanto, unidos a vuestros sacerdotes, amadlos, estimadlos, sostenedlos y sobre todo orad por ellos.

Como sabéis, les he enviado una "Carta", que evoca al Santo Cura de Ars, en este segundo centenario de su nacimiento. Pues bien, precisamente Juan Bautista Vianney decía: "¡Qué grande es un sacerdote! El sacerdote no lo comprenderemos bien más que en el cielo. Si lo comprendiésemos en la tierra, moriríamos no de asombro, sino de amor. Todos los demás beneficios de Dios no nos servirían de nada sin el sacerdote. ¿Para qué serviría una casa llena de oro si no hubiese alguien que nos pueda abrir la puerta? El sacerdote posee la llave de los tesoros celestiales y nos abre la puerta; es el ecónomo del buen Dios; el administrador de sus bienes... Después de Dios el sacerdote lo es todo!" (Alfred Monnin, Spirito del Curato d'Ars, Ares, Roma, 1956, pág. 82).

La Virgen Santísima, que siguió a Jesús en su pasión y estuvo presente al pie de la cruz en su muerte, os acompañe en el camino del triduo hacia la alegría gozosa de la Pascua, para la cual dirijo a todos mis afectuosas felicitaciones.

¡Con mi bendición apostólica!

Saludos

20 Queridos hermanos y hermanas:

Con estos sentimientos, me es grato presentar un cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos de lengua española, a quienes deseo que su estancia en Roma, centro de la catolicidad, les afiance en la fe y en el amor.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de España y de los diversos países de América Latina imparto con afecto la bendición apostólica.



Abril de 1986

Miércoles 2 de abril de 1986

La creación y la legítima autonomía de las cosas creadas

1. La creación, sobre cuyo fin hemos meditado en la catequesis anterior desde el punto de vista de la dimensión "transcendental", exige también una reflexión desde el punto de vista de la dimensión inmanente. Esto se ha hecho especialmente necesario hoy por el progreso de la ciencia y de la técnica, que ha introducido cambios significativos en la mentalidad de muchos hombres de nuestro tiempo. Efectivamente, "muchos de nuestros contemporáneos —leemos en la Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia y el mundo contemporáneo—, parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la sociedad o de la ciencia" (Gaudium et spes GS 36).

El Concilio afrontó este problema, que está íntimamente vinculado con la verdad de fe acerca de la creación y su fin, proponiendo una explicación clara y convincente del mismo. Escuchémosla.

2. "Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía.No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios.

"Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.

"Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida". (Gaudium et spes GS 36).

21 3. Hasta aquí el texto conciliar. Este constituye un desarrollo de la enseñanza que ofrece la fe sobre la creación y establece una confrontación iluminadora entre esta verdad de fe y la mentalidad de los hombres de nuestro tiempo, fuertemente condicionada por el desarrollo de las ciencias naturales y del progreso de la técnica.

Tratemos de recoger en una síntesis orgánica los principales pensamientos contenidos en el párrafo 36 de la Constitución Gaudium et spes.

A) A la luz de la doctrina del Concilio Vaticano II la verdad acerca de la creación no es sólo una verdad de fe, basada en la Revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento. Es también una verdad que une a todos los hombres creyentes "sea cual fuere su religión", es decir, a todos los que "escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación".

B) Esta verdad, plenamente manifestada en la Revelación, es sin embargo accesible de por sí a la razón humana. Esto se puede deducir del conjunto de la argumentación del texto conciliar y particularmente de las frases: "La criatura sin el Creador desaparece..., por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida". Estas expresiones (al menos de modo indirecto) indican que el mundo de las criaturas tiene necesidad de la Razón última y de la Causa primera. En virtud de su misma naturaleza los seres contingentes tienen necesidad, para existir, de un apoyo en el Absoluto (en el Ser necesario), que es Existencia por sí ("Esse subsistens"). El mundo contingente y fugaz "desaparece sin el Creador".

C) Con relación a la verdad: así entendida, acerca de la creación, el Concilio establece una distinción fundamental entre la autonomía "legítima" y la "ilegítima" de las realidades terrenas. Ilegítima (es decir, no conforme a la verdad de la Revelación) es la autonomía que proclame la independencia de las realidades creadas por Dios Creador, y sostenga "que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador". Tal modo de entender y de comportarse niega y rechaza la verdad acerca de la creación; y la mayor parte de las veces —si no es incluso por principio— esta posición se sostiene precisamente en nombre de la "autonomía" del mundo, y del hombre en el mundo, del conocimiento y de la acción humana.

Pero hay que añadir inmediatamente que en el contexto de una "autonomía" así entendida, es el hombre quien en realidad queda privado de la propia autonomía con relación al mundo, y acaba por encontrarse de hecho sometido a él. Es un tema sobre el que volveremos.

D) La "autonomía de las realidades terrenas" entendida de este modo es —según el texto citado de la Constitución Gaudium et spes— no sólo ilegítima, sino también inútil.Efectivamente, las cosas creadas gozan de una autonomía propia de ellas "por voluntad del Creador", que está arraigada en su misma naturaleza, perteneciendo al fin de la creación (en su dimensión inmanente). "Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondadpropias y de un propio orden"

La afirmación, si se refiere a todas las criaturas del mundo visible, se refiere de modo eminente al hombre.En efecto, el hombre en la misma medida en que trata de "descubrir, emplear y ordenar" de modo coherente las leyes y los valores del cosmos, no sólo participa de manera creativa en la autonomía legítima de las cosas creadas, sino que realiza de modo correcto la autonomía que le es propia. Y así se encuentra con la finalidad inmanente de la creación, e indirectamente también con el Creador: "Está llevado, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo a todas las cosas, da a todas ellas el ser" (Gaudium et spes
GS 36).

4. Se debe añadir que con el problema de la "legítima autonomía de las realidades terrenas", se vincula también el problema, hoy muy sentido, de la "ecología", es decir, la preocupación por la protección y preservación del ambiente natural.

El desequilibrio ecológico, que supone siempre una forma de egoísmo anticomunitario, nace de un uso arbitrario —y en definitiva nocivo— de las criaturas, cuyas leyes y orden natural se violan, ignorando o despreciando la finalidad que es inmanente en la obra de la creación. También este modo de comportamiento se deriva de una falsa interpretación de la autonomía de las cosas terrenas. Cuando el hombre usa estas cosas "sin referirlas al Creador" —por utilizar también las palabras de la Constitución conciliar— se hace a sí mismo daños incalculables. La solución del problema de la amenaza ecológica está en relación íntima con los principios de la "legítima autonomía de las realidades terrenas", es decir, en definitiva, con la verdad acerca de la creación y acerca del Creador del mundo.

Saludos

22 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo cordialmente a los numerosos peregrinos de España y de América Latina, presentes en esta Audiencia. De modo particular, saludo a los miembros del Instituto Bíblico Católico de Guadalajara (México).

Saludo también a los religiosos y religiosas aquí presentes. Con mi más sincero reconocimiento por el abnegado y silencioso servicio que prestáis al entero Pueblo de Dios, os invito a dejaros guiar por su mano amorosa en todas las circunstancias de vuestra existencia.

A los jóvenes, en especial a un grupo de Valencia (España), quiero agradeceros la acogida tan cariñosa que me habéis dispensado con vuestros cantos y aclamaciones. Cristo, vuestro Hermano mayor, debe ser siempre el punto de referencia a lo largo de vuestra vida.

Con el recuerdo todavía vivo de la Semana Santa, os repetimos a todos las palabras de San Pablo: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (
Col 3,12).

Con mis mejores deseos de una feliz semana de Pascua de Resurrección, llena de alegría y de serenidad cristiana, os imparto con afecto la bendición apostólica.





Miércoles 9 de abril de 1986

El hombre, creado imagen de Dios

1. El Símbolo de la fe habla de Dios "Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible"; no habla directamente de la creación del hombre. El hombre, en el contexto soteriológico del Símbolo, aparece con referencia a la Encarnación, lo que es evidente de modo particular en el Símbolo niceno-constantinopolitano, cuando se profesa la fe en Jesucristo, Hijo de Dios, que "por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo... y se hizo hombre".

Sin embargo, debemos recordar que el orden de la salvación no sólo presupone la creación, sino, más aún, toma origen de ella.

El Símbolo de la fe nos remite, en su concisión, al conjunto de la verdad revelada sobre la creación, para descubrir la posición realmente singular y excelsa que se le ha dado al hombre.

23 2. Como ya hemos recordado en las catequesis anteriores, el libro del Génesis contiene dos narraciones de la creación del hombre. Desde el punto de vista cronológico es anterior la descripción contenida en el segundo capítulo del Génesis, en cambio, es posterior la del primer capítulo.

En conjunto las dos descripciones se integran mutuamente, conteniendo ambas elementos teológicamente muy ricos y preciosos.

3. En el libro del Génesis 1, 26, leemos que el sexto día dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre todos los animales que se mueven sobre ella".

Es significativo que la creación del hombre esté precedida por esta especie de declaración con la que Dios expresa la intención de crear al hombre a su imagen, mejor, a "nuestra imagen", en plural (sintonizando con el verbo "hagamos"). Según algunos intérpretes, el plural indicaría el "Nosotros" divino del único Creador. Esto sería, pues, de algún modo, una primera lejana señal trinitaria. En todo caso, la creación del hombre, según la descripción del Génesis 1, va precedida de un particular "dirigirse" a Sí mismo, "ad intra", de Dios que crea.

4. Sigue luego el acto creador. "Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer" (
Gn 1,27). En esta frase impresiona el triple uso del verbo "creó" (bará), que parece dar testimonio de una especial importancia e "intensidad" del acto creador. Esta misma indicación parece que debe deducirse del hecho de que, mientras cada uno de los días de la creación se concluye con la anotación: "Vio Dios ser bueno" (cf. Gn 1,3 Gn 1,10 Gn 1,12 Gn 1,18 Gn 1,21 Gn 1,25), después de la creación del hombre, el sexto día, se dice que "vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gn 1,31).

5. La descripción más antigua, la "yahvista" del Génesis 2, no utiliza la expresión "imagen de Dios". Esta pertenece exclusivamente al texto posterior, que es más "teológico".

A pesar de esto, la descripción yahvista presenta, si bien de modo indirecto, la misma verdad. Efectivamente, se dice que el hombre, creado por Dios-Yavé, al mismo tiempo que tiene poder para "poner nombre" a los animales (cf. Gn 2,19-20), no encuentra entre todas las criaturas del mundo visible "una ayuda semejante a él", es decir, constata su singularidad. Aunque no hable directamente de la "imagen" de Dios, el relato del Génesis 2 presenta algunos de sus elementos esenciales: la capacidad de autoconocerse, la experiencia del propio ser en el mundo, la necesidad de colmar su soledad, la dependencia de Dios.

6. Entre estos elementos, está también la indicación de que hombre y mujer son iguales en cuanto naturaleza y dignidad. Efectivamente, mientras que ninguna criatura podía ser para el hombre "una ayuda semejante a él", encuentra tal "ayuda" en la mujer creada por Dios-Yavé. Según el Génesis 2, 21-22, Dios llama a la mujer a la existencia, sacándola del cuerpo del hombre: de "una de las costillas" del hombre. Esto indica su identidad en la humanidad, su semejanza esencial, aun dentro de la distinción. Puesto que los dos participan de la misma naturaleza, ambos tienen la misma dignidad de persona.

7. La verdad acerca del hombre creado a "imagen de Dios" retorna también en otros pasajes de la Sagrada Escritura, tanto en el mismo Génesis ("el hombre ha sido hecho a imagen de Dios": Gn 9,6), como en otros libros Sapienciales. En el libro de la Sabiduría se dice: "Dios creó al hombre para la inmortalidad, y lo hizo a imagen de su propia naturaleza" (Sg 2,23). Y en el libro del Sirácida leemos: "El Señor formó al hombre de la tierra y de nuevo le hará volver a ella... Le vistió de la fortaleza a él conveniente y le hizo según su propia imagen" (Si 17,1 Si 17,3).

El hombre, pues, es creado para la inmortalidad, y no cesa de ser imagen de Dios después del pecado, aun cuando esté sometido a la muerte. Lleva en sí el reflejo de la potencia de Dios, que se manifiesta sobre todo en la facultad de la inteligencia y de la libre voluntad. El hombre es sujeto autónomo, fuente de las propias acciones, aunque manteniendo las características de su dependencia de Dios, su Creador (contingencia ontológica).

8. Después de la creación del hombre, varón y mujer, el Creador "los bendijo, diciéndoles: 'Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces... y sobre las aves... y sobre todo cuanto vive' " (Gn 1,28). La creación a imagen de Dios constituye el fundamento del dominio sobre las otras criaturas en el mundo visible, las cuales fueron llamadas a la existencia con miras al hombre y "para él".

24 Del dominio del que habla el Génesis 1, 28, participan todos los hombres, a quienes el primer hombre y la primera mujer han dado origen. A ello alude también la redacción jahvista (Gn 2,24), a la que todavía tendremos ocasión de retornar. Transmitiendo la vida a sus hijos, hombre y mujer les dan en heredad esa "imagen de Dios", que fue conferida al primer hombre en el momento de la creación.

9. De este modo el hombre se convierte en una expresión particular de la gloria del Creador del mundo creado. "Gloria Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei", escribirá San Ireneo (Adv. Haer., IV, 20, 7). El hombre es gloria del Creador en cuanto ha sido creado a imagen de Él y especialmente en cuanto que accede al verdadero conocimiento del Dios viviente.

En esto encuentran fundamento el particular valor de la vida humana, como también todos los derechos humanos (que hoy se ponen tan de relieve).

10. Mediante la creación da imagen de Dios, el hombre es llamado a convertirse entre las criaturas del mundo visible, en un portavoz de la gloria de Dios, y en cierto sentido, en una palabra de su gloria.

La enseñanza sobre el hombre, contenida en las primeras páginas de la Biblia (Gn 1), se encuentra con la revelación del Nuevo Testamento acerca de la verdad de Cristo, que, como Verbo Eterno, es "imagen de Dios invisible", y a la vez "primogénito de toda criatura" (Col 1,15).

El hombre creado a imagen de Dios adquiere, en el plan de Dios, una relación especial con el Verbo, Eterna Imagen del Padre, que en la plenitud de los tiempos se hará carne. Adán —escribe San Pablo— "es tipo del que había de venir" (Rm 1,14). En efecto, "a los que de antes conoció (Dios Creador)... los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29).

11. Así, pues, la verdad sobre el hombre creado a imagen de Dios no determina sólo el lugar del hombre en todo el orden de la creación, sino que habla también de su vinculación con el orden de la salvación en Cristo, que es la eterna y consustancial "imagen de Dios" (2Co 4,4): imagen del Padre. La creación del hombre a imagen de Dios, ya desde el principio del libro del Génesis, da testimonio de su llamada. Esta llamada se revela plenamente con la venida de Cristo. Precisamente entonces, gracias a la acción del "Espíritu del Señor", se abre la perspectiva de la plena transformación en la imagen consustancial de Dios, que es Cristo (cf. 2Co 3,18). Así la "imagen" del libro del Génesis (1, 27), alcanza la plenitud de su significado revelado.

Saludos

Me es grato saludar ahora cordialmente a todos los peregrinos procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

En particular, a los sacerdotes del Pontificio Colegio Mexicano de Roma. Os exhorto a que el Señor Resucitado sea el centro de vuestra vida sacerdotal y religiosa.

Deseo asimismo dar mi cordial bienvenida a los representantes de los organismos de radiodifusión de Alemania Federal, Austria, España, Francia, Italia, Países Bajos y Reino Unido. Ruego para que el Altísimo os asista siempre en vuestras tareas informativas al servicio del hombre y de la verdad.

25 Igualmente saludo a los miembros del Colegio de Abogados de Guayaquil (Ecuador) y a los componentes del “Coro Upsala” de Uruguay. Finalmente, vaya mi saludo a los numerosos alumnos y alumnas aquí presentes, provenientes de España.

A todos imparto con afecto la bendición apostólica.





Miércoles 16 de abril de 1986

El hombre, imagen de Dios, es un ser espiritual y corporal

1. El hombre creado a imagen de Dios es un ser al mismo tiempo corporal y espiritual, es decir, un ser que, desde un punto de vista, está vinculado al mundo exterior y, desde otro, lo transciende. En cuanto espíritu, además de cuerpo es persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de nuestra fe, como lo es la verdad bíblica sobre la constitución a "imagen y semejanza" de Dios; y es una verdad que presenta constantemente a lo largo de los siglos el Magisterio de la Iglesia.

La verdad sobre el hombre no cesa de ser en la historia objeto de análisis intelectual, no sólo en el ámbito de la filosofía, sino también en el de las muchas ciencias humanas: en una palabra, objeto de la antropología.

2. Que el hombre sea espíritu encarnado, si se quiere, cuerpo informado por un espíritu inmortal, se deduce ya, de algún modo, de la descripción de la creación contenida en el libro del Génesis y en particular de la narración "jahvista", que emplea, por así decir, una "escenografía" e imágenes antropomórficas. Leemos que "modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado" (Gn 2,7). La continuación del texto bíblico nos permite comprender claramente que el hombre, creado de esta forma, se distingue de todo el mundo visible, y en particular del mundo de los animales. El "aliento de vida" hizo al hombre capaz de conocer estos seres, imponerles el nombre y reconocerse distinto de ellos (Cfr. Gn 2,18-20). Si bien en la descripción "jahvista" no se habla del "alma", sin embargo es fácil deducir de allí que la vida dada al hombre en el momento de la creación es de tal naturaleza que transciende la simple dimensión corporal (la propia de los animales). Ella toca, más allá de la materialidad, la dimensión del espíritu, en la cual está el fundamento esencial de esa "imagen de Dios", que Génesis 1, 27, ve en el hombre.

3. El hombre es una unidad: es alguien que es uno consigo mismo. Pero en esta unidad está contenida una dualidad. La Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la persona) como la dualidad (el alma y cuerpo). Piénsese en el libro del Sirácida, que dice por ejemplo: "El Señor formó al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará volver a ella", y más adelante: "Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos y corazón para entender. Llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal" (17, 1-2, 5-6).

Particularmente significativo es, desde este punto de vista, el Salmo 8, que exalta la obra maestra humana, dirigiéndose a Dios con las siguientes palabras: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies" (vv. 5-7).

4. Se subraya a menudo que la tradición bíblica pone de relieve sobre todo la unidad personal del hombre, sirviéndose del término "cuerpo" para designar al hombre entero (Cfr., por ejemplo, Sal 144/145, 21; Jl 3 Is 66,23 Jn 1,14). La observación es exacta. Pero esto no quita que en la tradición bíblica esté también presente, a veces de modo muy claro, la dualidad del hombre. Esta tradición se refleja en las palabras de Cristo: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y el alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena" (Mt 10,28).

5. Las fuentes bíblicas autorizan a ver el hombre como unidad personal y al mismo tiempo como dualidad de alma y cuerpo: concepto que ha hallado expresión en toda la Tradición y en la enseñanza de la Iglesia. Esta enseñanza ha hecho suyas no sólo las fuentes bíblicas, sino también las interpretaciones teológicas que se han dado de ellas desarrollando los análisis realizados por ciertas escuelas (Aristóteles) de la filosofía griega. Ha sido un lento trabajo de reflexión, que ha culminado principalmente —bajo la influencia de Santo Tomás de Aquino— en las afirmaciones del Concilio de Viena (1312), donde se llama al alma "forma" del cuerpo: "forma corporis humani per se et essentialiter". La "forma", como factor que determina la sustancia de ser "hombre", es de naturaleza espiritual. Y dicha "forma" espiritual, el alma, es inmortal. Es lo que recordó más tarde el Concilio Lateranense V (1513): el alma es inmortal, diversamente del cuerpo que está sometido a la muerte (cf. DS DS 1440). La escuela tomista subraya al mismo tiempo que, en virtud de la unión substancial del cuerpo y del alma, esta última, incluso después de la muerte, no cesa de "aspirar" a unirse al cuerpo. Lo que halla confirmación en la verdad revelada sobre la resurrección del cuerpo.

26 6. Si bien la terminología filosófica utilizada para expresar la unidad y la complejidad (dualidad) del hombre, es a veces objeto de crítica, queda fuera de duda que la doctrina sobre la unidad de la persona humana y al mismo tiempo sobre la dualidad espiritual-corporal del hombre está plenamente arraigada en la Sagrada Escritura y en la Tradición. A pesar de que se manifieste a menudo la convicción de que el hombre es "imagen de Dios" gracias al alma, no está ausente en la doctrina tradicional la convicción de que también el cuerpo participa a su modo, de la dignidad de la "imagen de Dios", lo mismo que participa de la dignidad de la persona.

7. En los tiempos modernos la teoría de la evolución ha levantado una dificultad particular contra la doctrina revelada sobre la creación del hombre como ser compuesto de alma y cuerpo. Muchos especialistas en ciencias naturales que, con sus métodos propios, estudian el problema del comienzo de la vida humana en la tierra, sostienen —contra otros colegas suyos— la existencia no sólo de un vínculo del hombre con la misma naturaleza, sino incluso su derivación de especies animales superiores. Este problema, que ha ocupado a los científicos desde el siglo pasado, afecta a varios estratos de la opinión pública.

La respuesta del Magisterio se ofreció en la Encíclica, "Humani generis" de Pío XII en el año 1950. Leemos en ella: "El Magisterio de la Iglesia no prohíbe que se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, la doctrina del "evolucionismo", en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y pre-existente, pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios..." (
DS 3896).

Por tanto se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve dificultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido gradualmente preparado en las formas de seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la materia.

8. Una hermosa síntesis de la creación arriba expuesta se halla en el Concilio Vaticano II: "En la unidad de cuerpo y alma —se dice allí—, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima" (Gaudium et spes GS 14). Y más adelante añade: "No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como una partícula de la naturaleza... Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero" (Ib.). He aquí, pues, cómo se puede expresar con un lenguaje más cercano a la mentalidad contemporánea, la misma verdad sobre la unidad y dualidad (la complejidad) de la naturaleza humana.

Saludos

Sean bienvenidos a este encuentro todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

Saludo al grupo de Hermanas Mercedarias de la Caridad, así como a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas aquí presentes, a quienes aliento a afianzar su fe en el Señor Resucitado y a una generosa entrega al servicio de los hermanos.

Igualmente saludo a las alumnas del Colegio de las Religiosas Concepcionistas de la Enseñanza, de Madrid, y a las alumnas del Colegio de la Presentación, de Mallorca. Que esta visita a Roma, queridas jóvenes, acreciente el sentido católico, universal, de vuestra vida cristiana y os impulse a un renovado testimonio de caridad en la sociedad en que vivís.

A todos los peregrinos procedentes de los diversos países de América Latina y de España, imparto, en el gozo pascual, mi bendición apostólica.






Audiencias 1986 18