Audiencias 1986 26

Miércoles 23 de abril de 1986

El hombre imagen de Dios, es sujeto de conocimiento y de libertad

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1. "Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó varón y mujer" (
Gn 1,27).

El hombre y la mujer, creados con igual dignidad de personas como unidad de espíritu y cuerpo, se diversifican por su estructura psico-fisiológica. Efectivamente, el ser humano lleva la marca de la masculinidad y la feminidad.

2. Al mismo tiempo que es marca de diversidad, es también indicador de complementariedad. Es lo que se deduce de la lectura del texto "jahvista", donde el hombre, al ver a la mujer apenas creada, exclama: "Esto si que es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2,23). Son palabras de satisfacción y también de transporte entusiasta del hombre, al ver un ser esencialmente semejante a sí. La diversidad y a la vez la complementariedad psico-física están en el origen de la particular riqueza de humanidad, que es propia de los descendientes de Adán en toda su historia. De aquí toma vida el matrimonio, instituido por el Creador desde "el principio": "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; se unirá a su mujer: y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gn 2,24).

3. A este texto del Gen 2, 24, corresponde la bendición de la fecundidad, que relata el Gen 1, 28: "Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla...". La institución del matrimonio y de la familia, contenida en el misterio de la creación del hombre, parece que se debe vincular con el mandato de "someter" la tierra, confiado por el Creador a la primera pareja humana.

El hombre, llamado a "someter la tierra" —tenga cuidado de: "someterla", no devastarla, porque la creación es un don de Dios y como tal, merece respeto—, el hombre es imagen de Dios no sólo como varón y mujer, sino también en razón de la relación recíproca de los dos sexos. Esta relación recíproca constituye el alma de la "comunión de personas" que se establece en el matrimonio y presenta cierta semejanza con la unión de las Tres Personas Divinas.

4. El Concilio Vaticano II dice a este propósito: "Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gn 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás" (Gaudium et spes GS 12).

De este modo la creación comporta para el hombre tanto la relación con el mundo, como la relación con el otro ser humano (la relación hombre-mujer), así como también con los otros semejantes suyos. El "someter la tierra" pone de relieve el carácter "relacional" de la existencia humana. Las dimensiones : "con los otros", "entre los otros" y "para los otros", propias de la persona humana en cuanto "imagen de Dios", establecen desde el principio el puesto del hombre entre las criaturas. Con esta finalidad es llamado el hombre a la existencia como sujeto (como "yo" concreto), dotado de conciencia intelectual y de libertad.

5. La capacidad del conocimiento intelectual distingue radicalmente al hombre de todo el mundo de los animales, donde la capacidad cognoscitiva se limita a los sentidos. El conocimiento intelectual hace al hombre capaz de discernir, de distinguir entre la verdad y la no verdad, abriendo ante él los campos de la ciencia, del pensamiento crítico, de la investigación metódica de la verdad acerca de la realidad. El hombre tiene dentro de sí una relación esencial con la verdad, que determina su carácter de ser trascendental. El conocimiento de la verdad impregna toda la esfera de la relación del hombre con el mundo y con los otros hombres, y pone las premisas indispensables de toda forma de cultura.

6. Conjuntamente con el conocimiento intelectual y su relación con la verdad, se pone la libertad de la voluntad humana, que está vinculada, por intrínseca relación, al bien. Los actos humanos llevan en sí el signo de la autodeterminación (del querer) y de la elección. De aquí nace toda la esfera de la moral: efectivamente, el hombre es capaz de elegir entre el bien y el mal, sostenido en esto por la voz de la conciencia, que impulsa al bien y aparta del mal.

Igual que el conocimiento de la verdad, así también la capacidad de elegir —es decir, la libre voluntad—, impregna toda la esfera de la relación del hombre con el mundo y especialmente con otros hombres, e impulsa aún más allá.

28 7. Efectivamente, el hombre, gracias a su naturaleza espiritual y a la capacidad de conocimiento intelectual y de libertad de elección y de acción, se encuentra, desde el principio, en una particular relación con Dios. La descripción de la creación (Cfr. Gn 1-3) nos permite constatar que la "imagen de Dios" se manifiesta sobre todo en la relación del "yo" humano con el "Tú" divino. El hombre conoce a Dios, y su corazón y su voluntad son capaces de unirse con Dios (homo est capax Dei). El hombre puede decir "sí" a Dios, pero también puede decirle "no". La capacidad de acoger a Dios y su santa voluntad, pero también la capacidad de oponerse a ella.

8. Todo esto está grabado en el significado de la "imagen de Dios", que nos presenta, entre otros, el libro del Sirácida: "El Señor formó al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará volver a ella. Le vistió de la fortaleza a él conveniente (a los hombres) y le hizo a su propia imagen, infundió el temor de él en toda carne y sometió a su imperio las bestias y las aves. Diole lengua, ojos y oídos y un corazón inteligente; llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal.Le dio ojos —¡nótese la expresión!— para que viera la grandeza de sus obras... Y añadióle ciencia, dándole en posesión una ley de vida. Estableció con ellos un pacto eterno y les enseñó sus juicios" (Si 17,1 Si 17,3-7 Si 17,9-10). Son palabras ricas y profundas que nos hacen reflexionar.

9. El Concilio Vaticano II expresa la misma verdad sobre el hombre con un lenguaje que es a la vez perenne y contemporáneo. "La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad La dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección..." (Gaudium et spes GS 17). "Por su interioridad es superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones y donde él personalmente decide su propio destino" (Gaudium et spes GS 14). "La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre" (Gaudium et spes GS 17). La verdadera libertad es la libertad en la verdad, grabada, desde el principio, en la realidad de la "imagen divina".

10. En virtud de esta "imagen" el hombre, como sujeto de conocimiento y libertad, no sólo está llamado a transformar el mundo según la medida de sus justas necesidades, no sólo está llamado a la comunión de personas propias del matrimonio (communio personarum), de la que toma origen la familia, y consiguientemente toda la sociedad, sino que también está llamado a la Alianza con Dios. Efectivamente, él no es sólo criatura de su Creador, sino también imagen de su Dios. La descripción de la creación ya en Gen 1-3 está unida a la de la primera Alianza de Dios con el hombre.Esta Alianza (lo mismo que la creación) es una iniciativa totalmente soberana de Dios Creador, y permanecerá inmutable a lo largo de la historia de la salvación, hasta la Alianza definitiva y eterna que Dios realizará con la humanidad en Jesucristo.

11. El hombre es el sujeto idóneo para la Alianza, porque ha sido creado "a imagen" de Dios, capaz de conocimiento y de libertad. El pensamiento cristiano ha vislumbrado en la "semejanza" del hombre con Dios el fundamento para la llamada al hombre a participar en la vida interior de Dios: su apertura a lo sobrenatural.

Así, pues, la verdad revelada acerca del hombre, que en la creación ha sido hecho "a imagen y semejanza de Dios", contiene no sólo todo lo que en él es "humanum", y, por lo mismo, esencial a su humanidad, sino potencialmente también lo que es "divinum", y por tanto gratuito, es decir, contiene también lo que Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo— ha previsto de hecho para el hombre como dimensión sobrenatural de su existencia, sin la cual el hombre no puede lograr toda la plenitud a la que le ha destinado el Creador.

Saludos

Saludo ahora muy cordialmente a todas las personas, familias y grupos de lengua española.

En particular, a las Religiosas Hijas de Jesús que se preparan a emitir los Votos Perpetuos en su Congregación. Que el Señor Resucitado os acompañe siempre en vuestro futuro apostolado.

Saludo igualmente al numeroso grupo de sacerdotes y seglares argentinos pertenecientes al Movimiento de los “Focolari”, a quienes aliento a un renovado testimonio de unidad y caridad cristiana “para que el mundo crea”.

Finalmente, saludo a los feligreses de la Parroquia de Castelló de Ampurias.

29 A todos los peregrinos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto, en la alegría pascual, mi bendición apostólica.



Miércoles 30 de abril de 1986

La Divina Providencia

1. "Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra": el primer artículo del Credo no ha acabado de darnos sus extraordinarias riquezas, y efectivamente, la fe en Dios como creador del mundo (de las "cosas visibles e invisibles"), está orgánicamente unida a la revelación de la Divina Providencia.

Comenzamos hoy, dentro de la reflexión sobre la creación, una serie de catequesis cuyo tema central está justamente en el corazón de la fe cristiana y en el corazón del hombre llamado a la fe: el tema de la Providencia Divina, o de Dios que, como Padre omnipotente y sabio está presente y actúa en el mundo, en la historia de cada una de sus criaturas, para que cada criatura, y específicamente el hombre, su imagen, pueda realizar su vida como un camino guiado por la verdad y el amor hacia la meta de la vida eterna en Él.

"¿Para qué fin nos ha creado Dios?", se pregunta la tradición cristiana de la catequesis. E iluminados por la gran fe de la Iglesia, tenemos que repetir, pequeños y grandes, estas palabras u otras semejantes: "Dios nos ha creado para conocerlo y amarlo en esta vida, y gozar de Él eternamente en la otra".

Pero precisamente esta enorme verdad de Dios, que con rostro sereno y mano segura guía nuestra historia, paradójicamente encuentra en el corazón del hombre un doble contrastante sentimiento: por una parte, es llevado a acoger y a confiarse a este Dios Providente, tal como afirma el Salmista: "Acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre" (Ps 130,2). Por otra, en cambio, el hombre teme y duda en abandonarse a Dios, como Señor y Salvador de su vida, o porque ofuscado por las cosas, se olvida del Creador, o porque, marcado por el sufrimiento, duda de Él como Padre. En ambos casos la Providencia de Dios es cuestionada por el hombre. Es tal la condición del hombre, que en la misma Escritura divina Job no vacila de lamentarse ante Dios con franca confianza; de este modo, la Palabra de Dios indica que la Providencia se manifiesta dentro del mismo lamento de sus hijos. Dice Job, lleno de llagas en el cuerpo y en el corazón: "¡Quién me diera saber dónde hallarlo y llegar hasta su morada!. Expondría ante Él mi causa, tendría la boca llena de recriminaciones" (Jb 23,3-4).

2. Y de hecho, no han faltado al hombre, a lo largo de toda su historia, ya sea en el pensamiento de los filósofos, ya en las doctrinas de las grandes religiones, ya en la sencilla reflexión del hombre de la calle, razones para tratar de comprender, más aún, de justificar la actuación de Dios en el mundo.

Las soluciones son diversas y evidentemente no todas son aceptables, y ninguna plenamente exhaustiva. Hay quien desde los tiempos antiguos se ha remitido al hado o destino ciego y caprichoso, a la fortuna vendada. Hay quien para afirmar a Dios ha comprometido el libre albedrío del hombre: o quien, sobre todo en nuestra época contemporánea, para afirmar al hombre y su libertad, piensa que debe negar a Dios. Soluciones extremistas y unilaterales que nos hacen comprender al menos qué lazos fundamentales de vida entran en juego cuando decimos "Divina Providencia": ¿cómo se conjuga la acción omnipotente de Dios con nuestra libertad, y nuestra libertad con sus proyectos infalibles? ¿Cuál será nuestro destino futuro? ¿Cómo interpretar y reconocer su infinita sabiduría y bondad ante los males del mundo: ante el mal moral del pecado y el sufrimiento del inocente? ¿Qué sentido tiene esta historia nuestra, con el despliegue a través de los siglos, de acontecimientos, de catástrofes terribles y de sublimes actos de grandeza y santidad? ¿El eterno, fatal retorno de todo al punto de partida sin tener jamás un punto de llegada, a no ser un cataclismo final que sepultará toda vida para siempre, o —y aquí el corazón siente tener razones más grandes que las que su pequeña lógica llega a ofrecerle— hay un ser Providente y Positivo, a quien llamamos Dios, que nos rodea con su inteligencia, ternura, sabiduría y guía "fortiter ac suaviter" nuestra existencia —la realidad, el mundo, la historia, nuestras mismas voluntades rebeldes, si se lo permiten— hacia el descanso del "séptimo día", de una creación que llega finalmente a su cumplimiento?.

3. Aquí, en esta línea divisoria sutil entre la esperanza y la desesperanza, se coloca, para reforzar inmensamente las razones de la esperanza, la Palabra de Dios, tan nueva, aunque invocada por todos, tan espléndida que resulta casi humanamente increíble. La Palabra de Dios nunca adquiere tanta grandeza y fascinación como cuando se la confronta con los máximos interrogantes del hombre: Dios está aquí, es Emmanuel, Dios-con-nosotros (Is 7,14), y en Jesús de Nazaret muerto y resucitado. Hijo de Dios y hermano nuestro, Dios muestra que "ha puesto su tienda entre nosotros" (Jn 1,14). Bien podemos decir que todas las vicisitudes de la Iglesia en el tiempo consisten en la búsqueda constante y apasionada de encontrar, profundizar, proponer, los signos de la presencia de Dios, guiada en esto por el ejemplo de Jesús y por la fuerza del Espíritu. Por lo cual, la Iglesia puede, la Iglesia quiere, la Iglesia debe decir y dar al mundo la gracia y el sentido de la Providencia de Dios, por amor al hombre, para substraerlo al peso aplastante del enigma y confiarlo a un misterio de amor grande, inconmensurable, decisivo, como es Dios. Así que el vocabulario cristiano se enriquece de expresiones sencillas que constituyen, hoy como ayer, el patrimonio de fe y de cultura de los discípulos de Cristo: Dios ve, Dios sabe, si Dios quiere, vive en la presencia de Dios, hágase su voluntad, Dios escribe derecho con nuestros reglones torcidos..., en síntesis: la Providencia de Dios.

4. La Iglesia anuncia la Divina Providencia no por invención suya, aun cuando inspirada por pensamientos de humanidad, sino porque Dios se ha manifestado así, cuando ha revelado, en la historia de su pueblo, que su acción creadora y su intervención de salvación estaban indisolublemente unidas, formaban parte de un único plan proyectado en los siglos eternos. Así, pues, la Sagrada Escritura, en su conjunto se convierte en el documento supremo de la Divina Providencia, al manifestar la intervención de Dios en la naturaleza con la creación y aún más con la más maravillosa intervención, la redención, que nos hace criaturas nuevas en un mundo renovado por el amor de Dios en Cristo. Efectivamente, la Biblia habla de Providencia Divina en los capítulos sobre la creación y en los que más específicamente se refiere a la obra de la salvación, en el Génesis y en los Profetas, especialmente en Isaías, en los Salmos llamados de la creación y en las profundas meditaciones de Pablo sobre los inescrutables designios de Dios que actúa en la historia (Cfr. especialmente Efesios y ), en los Libros Sapienciales, tan atentos a encontrar la señal de Dios en el mundo, y en el Apocalipsis, que tiende totalmente a encontrar el sentido del mundo en Dios. Al final aparece que el concepto cristiano de Providencia no es simplemente un capítulo de la filosofía religiosa, sino que la fe responde a las grandes preguntas de Job y de cada uno de los hombres como él, con la visión completa de que, secundando los derechos de la razón, hace justicia a la razón misma dándole seguridad mediante las certezas más estables de la teología.

30 A este propósito nuestro camino se encontrará con la incansable reflexión de la Tradición a la que nos remitiremos oportunamente, recogiendo en el ámbito de la perenne verdad el esfuerzo de la Iglesia por hacerse compañera del hombre que se interroga sobre la Providencia continuamente y en términos nuevos. El Concilio Vaticano I y el Vaticano II, cada uno a su modo, son voces preciosas del Espíritu Santo que no hay que dejar de escuchar y sobre las que hay que meditar, sin dejarse atemorizar del pensamiento, pero acogiendo la linfa vital de la verdad que no muere.

5. Toda pregunta seria debe recibir una respuesta seria, profunda y sólida. Por ello tocaremos los diversos aspectos del único tema viendo ante todo cómo la Providencia Divina entra en la gran obra de la creación y es su afirmación, que pone de relieve la riqueza múltiple y actual de la acción de Dios. De ello se sigue que la Providencia se manifiesta como Sabiduría trascendente que ama al hombre y lo llama a participar del designio de Dios, como primer destinatario de su cuidado amoroso, y al mismo tiempo como su inteligente cooperador.

La relación entre la Providencia Divina y libertad del hombre no es de antítesis, sino de comunión de amor. Incluso el problema profundo de nuestro destino futuro halla en la Revelación Divina, específicamente en Cristo, una luz providencial que, aun manteniendo intacto el misterio, nos garantiza la voluntad salvífica del Padre. En esta perspectiva, la Divina Providencia, lejos de ser negada por la presencia del mal y del sufrimiento, se convierte en el baluarte de nuestra esperanza, dejándonos entrever cómo sabe sacar bien incluso del mal. Finalmente recordaremos la gran luz que el Vaticano II irradia sobre la Providencia de Dios con relación a la evolución y al progreso del mundo, recogiendo al final, en la visión trascendente del reino que crece, el punto final del incesante y sabio actuar en el mundo de Dios providente. "¿Quién es sabio para entender estas cosas, prudente para conocerlas? Pues son del todo rectos los caminos de Yavé, por ellos van los justos, pero los malvados resbalarán en ellos" (
Os 14,10).

Saludos

Me complazco en presentar mi cordial saludo a todos los peregrinos de lengua española.

En particular a las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo a quienes animo a una siempre mayor entrega a las exigencias de su vocación religiosa al servicio de los más necesitados.

Saludo igualmente a los participantes en el X Congreso Internacional de Asociaciones de Investigadores Privados. Que vuestro trabajo profesional se inspire siempre en los principios de la justicia y la verdad.

Mi cordial bienvenida a esta audiencia al grupo de profesionales de Argentina y a la peregrinación procedente de Chile; así como al grupo de emigrantes de Alemania.

Finalmente, me es grato saludar a los numerosos alumnos y alumnas de diversos Colegios españoles que han querido testimoniar su afecto al Papa con su entusiasmo y buenos propósitos de vida cristiana. Os bendigo a vosotros, a vuestros profesores y a vuestras familias en España.

A todos imparto con afecto mi bendición apostólica.





Mayo de 1986

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Miércoles 7 de mayo de 1986

La Divina Providencia: afirmación bíblica ligada a la obra de la creación

1. Continuamos hoy la catequesis sobre la Divina Providencia.

Dios, al crear, llamó de la nada a la existencia todo lo que ha comenzado a ser fuera de Él. Pero el acto creador de Dios no se agota aquí. Lo que surgió de la nada volvería a la nada, si fuese dejado a sí mismo y no fuera, en cambio, conservado por el Creador en la existencia. En realidad, Dios, habiendo creado el cosmos una vez, continúa creándolo, manteniéndolo en la existencia. La conservación es una creación continua (Conservatio est continua creatio).

2. Podemos decir que la Providencia Divina, entendida en el sentido más genérico, se manifiesta ante todo en esa "conservación": es decir, manteniendo en la existencia todo lo que recibió de la nada el ser. En este sentido, la Providencia es como una constante e incesante confirmación de la obra de la creación en toda su riqueza y variedad. La Providencia significa la constante e ininterrumpida presencia de Dios como creador, en toda la creación: una presencia que continuamente crea y continuamente llega a las raíces más profundas de todo lo que existe, para actuar allí como causa primera del ser y del actuar. En esta presencia de Dios se expresa continuamente la misma voluntad eterna de crear y de conservar lo que ha sido creado: una voluntad suma y plenamente soberana, mediante la cual Dios, según la naturaleza misma del bien que le es propia de modo absoluto (bonum diffusivum sui) continúa pronunciándose, lo mismo que en el acto primero de la creación, en favor del ser contra la nada, en favor de la vida contra la muerte, en favor de la "luz" contra las tinieblas (cf. Jn 1,4-5), en una palabra: en favor de la verdad, del bien y de la belleza de todo lo que existe. En el misterio de la Providencia se prolonga de modo ininterrumpido e irreversible el juicio contenido en el libro del Génesis: "Vio Dios que era bueno..., que era muy bueno" (Gn 1,24 Gn 1,31): es decir, constituye la fundamental e inquebrantable afirmación de la obra de la creación.

3. Esta afirmación esencial no queda menoscabada por mal alguno que se derive de los límites inherentes a cada cosa del cosmos, o que se produzca, como ha sucedido en la historia del hombre, en doloroso contraste con el original "Vio Dios que era bueno..., que era muy bueno" (Gn 1,25 Gn 1,31). Decir Providencia Divina significa reconocer que en el plan eterno de Dios, en su designio creador, ese mal que originariamente no tiene lugar, una vez cometido por el hombre, es permitido por Dios, en definitiva está subordinado al bien: "todo concurre al bien", como dice el Apóstol (cf. Rom Rm 8,28). Pero éste es un problema sobre el que habrá que volver de nuevo.

4. La verdad de la Providencia Divina está presente en toda la Revelación. Más aún, se puede decir que impregna toda la Revelación, lo mismo que la verdad de la creación. Constituye con ella el primer y principal punto de referencia en todo lo que Dios "muchas veces y de diversas maneras" quiso decir a los hombres "por medio de los Profetas, y últimamente... por medio de su Hijo" (He 1,1). Así, pues, hay que releer esta verdad tanto en los textos de la Revelación donde se habla de ella directamente, como allí donde la Sagrada Escritura da testimonio de ella de modo indirecto.

5. Se encuentra desde el principio, como verdad fundamental de la fe, en el Magisterio ordinario de la Iglesia, aunque sólo el Concilio Vaticano I se pronunció sobre ella en el ámbito de la solemne Constitución dogmática De fide catholica, a propósito de la verdad sobre la creación. He aquí las palabras del Vaticano I: "Dios conserva todo lo que ha creado y lo dirige con su providencia 'extendiéndose de uno al otro confín con fuerza y gobernando con bondad todas las cosas' (cf. Sg 8,1). 'Todo está desnudo a sus ojos' (cf. He 4,13), incluso lo que tenga lugar por libre iniciativa de las criaturas" (DS 3003)

6. El texto conciliar, más bien conciso, como se ve, estaba dictado por la particular necesidad de los tiempos (siglo XIX). El Concilio quería ante todo confirmar la enseñanza constante de la Iglesia sobre la Providencia, y por tanto la inmutable Tradición doctrinal vinculada a todo el mensaje bíblico, como prueban los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento contenidos en el texto. Al confirmar esta constante doctrina de la fe cristiana, el Concilio intentaba contraponerse a los errores del materialismo y del deísmo de entonces. El materialismo, como se sabe, niega la existencia de Dios, mientras que el deísmo, aun admitiendo la existencia de Dios y la creación del mundo, sostiene que Dios no se ocupa en absoluto del mundo que ha creado. Se podría decir, pues, que precisamente el deísmo con su doctrina ataca directamente la verdad sobre la Divina Providencia.

7. La separación de la obra de la creación de la Providencia Divina, típica del deísmo, y todavía más la total negación de Dios propia del materialismo, abren camino al determinismo materialista, al cual están completamente subordinados el hombre y su historia. El materialismo teórico se transforma en materialismo histórico. En este contexto, la verdad sobre la existencia de Dios, y en particular sobre la Providencia Divina, constituye la fundamental y definitiva garantía del hombre y de su libertad en el cosmos. Lo deja entender la Sagrada Escritura ya en el Antiguo Testamento, cuando ve a Dios como fuerte e indestructible apoyo: "Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi liberador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte" (Sal 17/18, 2-3). Dios es el fundamento inquebrantable sobre el que el hombre se apoya con todo su ser: "mi suerte está en tu mano" (Sal 15/16, 5).

32 Se puede decir que la Providencia Divina como soberana afirmación, por parte de Dios, de toda la creación y, en particular, de la preeminencia del hombre entre las criaturas, constituye la garantía fundamental de la soberanía del hombre mismo con relación al mundo.Esto no significa la anulación de la determinación inmanente en las leyes de la naturaleza, sino la exclusión de ese determinismo materialista, que reduce toda la existencia humana al "reino de la necesidad", aniquilando prácticamente el "reino de la libertad", que, en cambio, el Creador ha destinado al hombre. Dios con su Providencia no cesa de ser el apoyo último del "reino de la libertad".

8. La fe en la Providencia Divina, como se ve, está íntimamente vinculada con la concepción basilar de la existencia humana, es decir, con el sentido de la vida del hombre. El hombre puede afrontar su existencia de modo esencialmente diverso, cuando tiene la certeza de no estar bajo el dominio de un ciego destino (fatum), sino que depende de Alguien que es su Creador y Padre. Por esto, la fe en la Divina Providencia inscrita en las primeras palabras del Símbolo Apostólico: "Creo en Dios Padre todopoderoso", libera a la existencia humana de las diversas formas del pensamiento fatalista.

9. Siguiendo las huellas de la constante tradición de la enseñanza de la Iglesia y en particular del Concilio Vaticano I, también del Concilio Vaticano II habla muchas veces de la Divina Providencia. De los textos de sus Constituciones se deduce que Dios es el que "cuida de todos con paterna solicitud" (Gaudium et spes
GS 24), y en particular "del género humano" (Dei Verbum DV 3). Manifestación de esta solicitud es también la "ley divina, eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo universo y los caminos de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor" (Dignitatis humanae DH 3). "El hombre... no existe efectivamente sino por amor de Dios, que lo creó y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador" (Gaudium et spes GS 19).

Saludos

Deseo ahora dar mi cordial bienvenida a esta Audiencia a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

En particular, saludo a las representantes de la asociación “Liga de Madres de Familia”. A vosotras y a todas las asociadas en Argentina, con sus respectivas familias, os aliento a hacer de vuestros hogares verdaderas iglesias domésticas en donde se vivan con intensidad las virtudes y los ideales cristianos.

Saludo igualmente a la peregrinación de la parroquia de Santa Julia de Vilatorta; al grupo de alumnas del Colegio de la Inmaculada de Oviedo y a los peregrinos de la Misión Católica Española en Solothurn.

A todos imparto con afecto mi bendición apostólica.





Miércoles 14 de mayo de 1986

La Divina Providencia: Sabiduría trascendente que ama

33 1. A la reiterada y a veces dubitativa pregunta de si Dios está hoy presente en el mundo y de qué manera, la fe cristiana responde con luminosa y sólida certeza: "Dios cuida y gobierna con su Providencia todo lo que ha creado". Con estas palabras concisas el Concilio Vaticano I formuló la doctrina revelada sobre la Providencia Divina. Según la Revelación, de la que encontramos una rica expresión en el Antiguo Testamento, hay dos elementos presentes en el concepto de la Divina Providencia: el elemento del cuidado ("cuida") y a la vez el de la autoridad ("gobierna"). Se compenetran mutuamente. Dios como Creador tiene sobre toda la creación la autoridad suprema (el "dominium altum"), como se dice, por analogía con el poder soberano de los príncipes terrenos. Efectivamente, todo lo que ha sido creado, por el hecho mismo de haber sido creado, pertenece a Dios, su Creador, y, en consecuencia, depende de Él. En cierto sentido, cada uno de los seres es más "de Dios" que "de sí mismo". Es primero "de Dios" y, luego, "de sí". Lo es de un modo radical y total que supera infinitamente todas las analogías de la relación entre autoridad y súbditos en la tierra.

2. La autoridad del Creador ("gobierna") se manifiesta como solicitud del Padre ("cuida"). En esta otra analogía se contiene en cierto sentido el núcleo mismo de la verdad sobre la Divina Providencia. La Sagrada Escritura para expresar la misma verdad se sirve de una comparación: "El Señor -afirma- es mi Pastor: nada me falta" (Sal 22/23, 1). ¡Imagen estupenda! Si los antiguos símbolos de la fe y de la tradición cristiana de los primeros siglos expresaban la verdad sobre la Providencia con el término "Omnitenens", correspondiente al griego "Panto-krator", este concepto no tiene la densidad y belleza del "Pastor" bíblico, como nos lo comunica con sentido tan vivo la verdad revelada. La Providencia Divina es, en efecto, una "autoridad llena de solicitud" que ejecuta un plan eterno de sabiduría y de amor, al gobernar el mundo creado y en particular "los caminos de la sociedad humana" (cf. Conc. Vaticano II, Dignitatis humanae,
DH 3). Se trata de una "autoridad solícita", llena de poder y al mismo tiempo de bondad. Según el texto del libro de la Sabiduría, citado por el Concilio Vaticano I, "se extiende poderosa (fortiter) del uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad (suaviter)" (Sg 8,1), es decir, abraza, sostiene, guarda y en cierto sentido nutre, según otra expresión bíblica sobre la creación.

3. El libro de Job se expresa así:

"Dios es sublime en su poder. / ¿Qué maestro puede comparársele?.../ Él atrae las gotas de agua, / y diluye la lluvia en vapores,/ que destilan las nubes,/ vertiéndolas sobre el hombre a raudales... / Pues por ellas alimenta a los pueblos / y da de comer abundantemente " (Jb 36,22 Jb 36,27-28 Jb 36,31)

"El carga de rayos las nubes, / y difunde la nube su fulgor.../ para hacer lo que Él le ordena / sobre la superficie del orbe terráqueo" (Jb 37,11-12)

De modo semejante el libro del Sirácida:

"El poder de Dios dirige al rayo/ y hace volar sus saetas justicieras" (Si 43,14)

El Salmista, por su parte, exalta la "estupenda potencia", la "bondad inmensa", el "esplendor de la gloria" de Dios, que "extiende su cariño a todas sus criaturas", y proclama: "Los ojos de todos te están aguardando, Tú les das la comida a su tiempo; abres Tú la mano y sacias de favores a todo viviente" (Sal 144/145, 5-7. 15 y 16)

Y también:

"Haces brotar hierba para los ganados / y forraje para los que sirven al hombre;/ él saca pan de los campos/ y vino que alegra el corazón,/ y aceite que da brillo a su rostro, / y alimento que le da fuerzas" (Sal 103/104, 14-15)

4. La Sagrada Escritura en muchos pasajes alaba a la Providencia Divina como suprema autoridad del mundo, la cual, llena de solicitud por todas las criaturas, y especialmente por el hombre, se sirve de la fuerza eficiente de las causas creadas. Precisamente en esto se manifiesta la sabiduría creadora, de la que se puede decir que es soberanamente previsora, por analogía con una dote esencial de la prudencia humana. En efecto, Dios que transciende infinitamente todo lo que es creado, al mismo tiempo, hace que el mundo presente ese orden maravilloso, que se puede constatar, tanto en el macro-cosmos como en el micro-cosmos. Precisamente la Providencia, en cuanto Sabiduría transcendente del Creador, es la que hace que el mundo no sea "caos", sino "cosmos".

34 "Todo lo dispusiste con medida, número y peso" (Sg 11,20).

5. Aunque el modo de expresarse de la Biblia refiere directamente a Dios el gobierno de los cosas, sin embargo queda suficientemente clara la diferencia entre la acción de Dios Creador como Causa Primera, y la actividad de las criaturas como causas segundas. Aquí nos encontramos con una pregunta que preocupa mucho al hombre moderno: la que se refiere a la autonomía de la creación, y por tanto, al papel del artífice del mundo que el hombre quiere desempeñar. Pues bien, según la fe católica, es propio de la sabiduría transcendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como Providencia, y simultáneamente que el mundo creado posea esa "autonomía", de la que habla el Concilio Vaticano II. En efecto, por una parte Dios, al mantener todas las cosas en la existencia, hace que sean lo que son: "por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias de un propio orden regulado" (Gaudium et spes GS 36). Por otra parte, precisamente por el modo con que Dios rige el mundo, éste se encuentra en una situación de verdadera autonomía que "responde a la voluntad del Creador" ( Gaudium et spes GS 36).

La Providencia Divina se manifiesta precisamente en dicha "autonomía de las cosas creadas", en la que se revela tanto la fuerza como la "dulzura" propias de Dios. En ella se confirma que la Providencia del Creador como sabiduría transcendente y para nosotros siempre misteriosa, abarca todo ("se extiende de uno al otro confín"), se realiza en todo con su potencia creadora y su firmeza ordenadora (fortiter), aun dejando intacta la función de las criaturas como causas segundas, inmanentes, en el dinamismo de la formación y el desarrollo del mundo como puede verse indicado en ese "suaviter" del libro de la Sabiduría.

6. En lo que se refiere a la inmanente formación del mundo, el hombre posee, pues, desde el principio y constitutivamente, en cuanto que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, un lugar totalmente especial. Según el libro del Génesis, fue creado para "dominar", para "someter la tierra" (cf. Gn 1,28). Participando como sujeto racional y libre, pero siempre como criatura, en el dominio del Creador sobre el mundo, el hombre se convierte de cierta manera en "providencia" para sí mismo, según la hermosa expresión de Santo Tomás (cf. S. Th., I 22,2 ad 4). Pero por la misma razón gravita sobre él desde el principio una peculiar responsabilidad tanto ante Dios como ante las criaturas y, en particular, ante los otros hombres.

7. Estas nociones sobre la Divina Providencia que nos ofrece la tradición bíblica del Antiguo Testamento, están confirmadas y enriquecidas por el Nuevo. Entre todas las palabras de Jesús que el Nuevo Testamento registra sobre este tema, son particularmente impresionantes las que narran los evangelistas Mateo y Lucas: "No os preocupéis, pues diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura" (Mt 6,31-33 cf. también Lc 21,18).

"¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más que muchos pajarillos" (Mt 10,29-31 cf. también Lc 21,18).

"Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?... Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?" (Mt 6,26-30 cf. también Lc 12,24-28).

8. Con estas palabras el Señor Jesús no sólo confirma la enseñanza sobre la Providencia Divina contenida en el Antiguo Testamento, sino que lleva más a fondo el tema por lo que se refiere al hombre, a cada uno de los hombres, tratado por Dios con la delicadeza exquisita de un padre.

Sin duda eran magníficas las estrofas de los Salmos que exaltaban al Altísimo como refugio, baluarte y consuelo del hombre: así por ejemplo, en el Salmo 90/91: "Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en Ti... Porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa... Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación" (Sal 90/91, 1-2. 9. 14-15).

9. Son expresiones bellísimas; pero las palabras de Cristo alcanzan una plenitud de significado todavía mayor. Efectivamente, las pronuncia el Hijo que "escrutando" todo lo que se ha dicho sobre el tema de la Providencia, da testimonio perfecto del misterio de su Padre: misterio de Providencia y solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas, incluso la más insignificante, como la hierba del campo o los pájaros. Por tanto, ¡cuánto más al hombre! Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve sobre todo. Si la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las criaturas tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de él. En esta página evangélica sobre la Providencia se encuentra la verdad sobre la jerarquía de los valores que está presente desde el principio del libro del Génesis, en la descripción de la creación: el hombre tiene el primado sobre las cosas. Lo tiene en su naturaleza y en su espíritu, lo tiene en las atenciones y cuidados de la Providencia, lo tiene en el corazón de Dios.

10. Además, Jesús proclama con insistencia que el hombre, tan privilegiado por su Creador, tiene el deber de cooperar con el don recibido de la Providencia. No puede, pues, contentarse sólo con los valores del sentido, de la materia y de la utilidad. Debe buscar sobre todo "el reino de Dios y su justicia", porque "todo lo demás (es decir, los bienes terrenos) se le darán por añadidura" (cf. Mt Mt 6,33).

35 Las palabras de Cristo llaman nuestra atención hacia esta particular dimensión de la Providencia, en el centro de la cual se halla el hombre, ser racional y libre.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de España y de América Latina, presentes en esta Audiencia.

De modo particular al grupo de Hermanos Maristas que realizan un Curso de Espiritualidad y a las Religiosas Josefinas de la Santísima Trinidad, que celebran el primer centenario de la fundación de su Instituto. A todos os aliento a hacer de vuestra vida consagrada un testimonio fecundo a través de la entrega generosa a Dios y al servicio de los hermanos más necesitados.

Saludo también al grupo de Ingenieros Industriales de España, que celebran el vigésimo quinto aniversario de su Promoción. Que en vuestra vida profesional colaboréis a la edificación de una sociedad más justa y más humana.

Saludo igualmente a la peregrinación de Venezuela, en honor del Venerable José Gregorio Hernández, y al grupo de padres y exalumnos de los Colegios Maristas de Buenos Aires. Que vuestra visita a la tumba de San Pedro os ayude a incrementar vuestra fe y vuestro amor a la Iglesia.

A todos los peregrinos de lengua española, sobre todo a los jóvenes, os imparto con especial afecto mi bendición apostólica.






Audiencias 1986 26