Audiencias 1986 35

Miércoles 21 de mayo de 1986

La Divina Providencia y la libertad del hombre

1. En nuestro camino de profundización en el misterio de Dios como Providencia, con frecuencia tenemos que afrontar esta pregunta: si Dios está presente y operante en todo, ¿cómo puede ser libre el hombre? Y sobre todo: ¿qué significa y qué misión tiene su libertad? Y el amargo fruto del pecado, que procede de una libertad equivocada, ¿cómo ha de comprenderse a la luz de la Divina Providencia?

Volvamos una vez más a la afirmación solemne del Vaticano I: "Todo lo que ha creado, Dios lo conserva y dirige con su Providencia, 'extendiéndose de uno a otro confín, con fuerza y gobernando todo con bondad' (cf Sg 8,1), 'las cosas todas son desnudas y manifiestas a los ojos de aquel a quien hemos de dar cuenta' (cf, He 4,13), hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas" (DS 3003).

36 El misterio de la Providencia Divina está profundamente inscrito en toda la obra de la creación. Como expresión de la sabiduría eterna de Dios, el plan de la Providencia precede a la obra de la creación: como expresión de su eterno poder, la preside, la realiza y, en cierto sentido, puede decirse que ella misma se realiza en sí. Es una Providencia transcendente, pero al propio tiempo, inmanente a las cosas, a toda la realidad. Esto vale, según el texto del Concilio que hemos leído, sobre todo, en orden a las criaturas dotadas de inteligencia y libre voluntad.

2. Pese a abarcar "fortiter et suaviter" todo lo creado, la Providencia abraza de modo especial a las criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios, las cuales gozan, por la libertad que el Creador les ha concedido, "de la autonomía de los seres creados", en el sentido en que lo entiende el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes
GS 36). En el ámbito de estas criaturas deben contarse los seres creados de naturaleza puramente espiritual, de los que hablaremos más adelante. Ellos constituyen el mundo de lo invisible. En el mundo visible, objeto de las especiales atenciones de la Divina Providencia, está el hombre, "el cual -como enseña el Concilio Vaticano II- es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (Gaudium et spes GS 24) y precisamente por esto "no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (cf. Gaudium et spes GS 24).

3. El hecho de que el mundo visible se corone con la creación del hombre, nos abre perspectivas completamente nuevas sobre el misterio de la Providencia Divina. Lo destaca la afirmación dogmática del Concilio Vaticano I cuando subraya que, a los ojos de la sabiduría y de la ciencia de Dios, todo permanece "abierto" ("aperta"), en cierto modo "desnudo" ("nuda"), incluso aquello que la criatura racional realiza por obra de su libertad la creatura racional: lo que será resultado de una elección razonable y de una libre decisión del hombre. También en relación a esta esfera, la Providencia Divina conserva su superior causalidad creadora y ordenadora. Es la transcendente superioridad de la Sabiduría que ama, y, por amor, actúa con poder y suavidad y, por tanto, es Providencia que con solicitud y paternalmente guía, sostiene, conduce a su fin a la propia criatura tan ricamente dotada, respetando su libertad.

4. En este punto de encuentro del plan eterno de la creación de Dios con la libertad del hombre se perfila, sin duda, un misterio tan inescrutable como digno de adoración. El misterio consiste en la íntima relación, más ontológica que sicológica entre la acción divina y la autodecisión humana. Sabemos que esta libertad de decisión pertenece al dinamismo natural de la criatura racional. Conocemos también por experiencia el hecho de la libertad humana, auténtica, aunque herida y débil. En cuanto a su relación con la causalidad divina, es oportuno recordar el acento puesto por Santo Tomás de Aquino en la concepción de la Providencia como expresión de la Sabiduría divina que todo lo ordena al propio fin: "ratio ordinis rerum in finem", "la ordenación racional de las cosas hacia su fin" (cf. Summa Th., I 22,1). Todo lo que Dios crea recibe esta finalidad -y se convierte, por tanto, en objeto de la Providencia Divina (cf. ib., I 22,2)-. En el hombre -creado a imagen de Dios- toda la creación visible debe acercarse a Dios, encontrando el camino de su plenitud definitiva. De este pensamiento, ya expresado, entre otros, por S. Ireneo (Adv Haereses 4, 38; 1105-1109), se hace eco la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre el desarrollo del mundo por la acción del hombre (cf. Gaudium et spes GS 7). El verdadero desarrollo -esto es, el progreso- que el hombre está llamado a realizar en el mundo, no debe tener sólo un carácter "técnico", sino, sobre todo, "ético", para llevar a la plenitud en el mundo creado el reino de Dios (cf. Gaudium et spes GS 35 GS 43 GS 57 GS 62).

5. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es la única criatura visible que el Creador ha querido "por sí misma" (Gaudium et spes GS 24). En el mundo, sometido a la transcendente sabiduría y poder de Dios, el hombre, aunque tiene como fin a Dios, es, sin embargo, un ser que es fin en sí mismo: posee una finalidad propia (auto-teleología), por la cual tiende a autorrealizarse. Enriquecido por un don, que es también una misión, el hombre está sumido en el misterio de la Providencia Divina. Leamos en el libro del Sirácida:

"El Señor formó al hombre de la tierra.../ le dio el dominio sobre ella.../ Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos/ y corazón para entender./ Llenóle de ciencia e inteligencia y le dio / a conocer el bien y el mal./ Iluminó sus corazones para mostrarles / la grandeza de sus obras.../ Y añadióle ciencia, dándole en posesión / una ley de vida..." (Si 17,1-2 Si 17,5-7 Si 17,9)

6. Dotado de tal, podríamos decir, equipamiento "existencial", el hombre parte para su viaje por el mundo. Comienza a escribir la propia historia. La Providencia Divina lo acompaña todo el camino. Leemos también en el libro del Sirácida:

"Él mira siempre sus caminos y / nada se esconde a sus ojos.../ Todas sus obras están ante Él / como está el sol y sus ojos observan / siempre su conducta" (Si 17,13 Si 17,16)

El Salmista da a esta misma verdad una expresión conmovedora:

"Si tomara las alas de la aurora / y quisiera habitar al extremo del mar, / también allí me tomaría tu mano y / me tendría tu diestra" (Sal 138/139, 9-10) "...Del todo conoces mi alma. / Mis huesos no te eran ocultos..." (Sal 138/139, 14-15)

7. La Providencia de Dios se hace, por tanto, presente en la historia del hombre, en la historia de su pensamiento y de su libertad, en la historia de los corazones y de las conciencias. En el hombre y con el hombre, la acción de la Providencia alcanza una dimensión "histórica", en el sentido de que sigue el ritmo y se adapta a las leyes del desarrollo de la naturaleza humana, permaneciendo inmutada e inmutable en la soberana transcendencia de su ser que no experimenta mutaciones. La Providencia es una presencia eterna en la historia del hombre: de cada uno y de las comunidades. La historia de las naciones y de todo el género humano se desarrolla bajo el "ojo" de Dios y bajo su omnipotente acción. Si todo lo creado es "custodiado" y gobernado por la Providencia, la autoridad de Dios, llena de paternal solicitud, comporta, en relación a los seres racionales y libres, el pleno respeto a la libertad, que es expresión en el mundo creado de la imagen y semejanza con el mismo Ser divino, con la misma Libertad divina.

37 8. El respeto de la libertad creada es tan esencial que Dios permite en su Providencia incluso el pecado del hombre (y del ángel). La criatura racional, excelsa entre todas, pero siempre limitada e imperfecta, puede hacer mal uso de la libertad, la puede emplear contra Dios, su Creador. Es un tema que turba la mente humana, sobre el cual el libro del Sirácida reflexionó ya con palabras muy profundas:

"Dios hizo al hombre desde el principio / y lo dejo en manos de su albedrío. / Si tu quieres puedes guardar sus mandamientos / y es de sabios hacer su voluntad. / Ante ti puso el fuego y el agua; / a lo que tu quieras tenderás la mano. / Ante el hombre están la vida y la muerte; / lo que cada uno quiere le será dado. / Porque grande es la sabiduría del Señor; / es fuerte, poderoso y todo lo ve. / Sus ojos se posan sobre los que le temen / y conoce todas las obras del hombre. Pues a nadie ha mandado ser impío ni le ha dado permiso para pecar" (
Si 15,14-20)

9. Se pregunta el Salmista: "¿Quién será capaz de conocer el pecado?" (Sal 18/19, 13). Y sin embargo, también sobre este inaudito rechazo del hombre, da luz la Providencia de Dios para que aprendamos a no cometerlo.

En el mundo, en el cual el hombre ha sido creado como ser racional y libre, el pecado no sólo era una posibilidad, se ha confirmado también como un hecho real "desde el comienzo". El pecado es oposición radical a Dios, es aquello que Dios de modo decidido y absoluto no quiere. No obstante, lo ha permitido creando los seres libres, creando al hombre. Ha permitido el pecado que es consecuencia del mal uso de la libertad creada. De este hecho, conocido en la Revelación y experimentado en sus consecuencias, podemos deducir que, a los ojos de la sabiduría transcendente de Dios, en la perspectiva de la finalidad de toda la creación, era más importante que en el mundo creado hubiera libertad, aun con el riesgo de su mal empleo, que privar de ella al mundo para excluir de raíz la posibilidad del pecado.

Dios providente, si, por una parte ha permitido el pecado, por otra, en cambio, con amorosa solicitud de Padre ha previsto desde siempre el camino de la reparación, de la redención, de la justificación y de la salvación mediante el Amor. Realmente, la libertad se ordena al amor: sin libertad no puede haber amor. Y en la lucha entre el bien y el mal, entre el pecado y la redención, la última palabra la tendrá el amor.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me complazco en saludar ahora a los peregrinos de lengua española, procedentes de España y de América Latina, y que participan en esta Audiencia.

En primer lugar al grupo de Religiosas —pertenecientes a 14 Países— que han seguido un Curso de formación teológica permanente en el Instituto Pontificio “Regina Mundi”. Que este período de estudio y reflexión os ayude a estar más disponibles al servicio de los demás cuando regreséis a los respectivos lugares de trabajo y apostolado.

Saludo también al grupo de Religiosos Franciscanos que siguen un Curso de renovación en tierras de San Francisco. Que vuestra “Experiencia Asís” os haga llegar al corazón de muchas personas, siendo siempre dispensadores de Paz y Bien.

Dirijo un afectuoso saludo a la peregrinación de Guatemala que acompaña la imagen del Señor de Esquipulas, tan venerada en vuestro país. A Él encomiendo a todos y cada uno de los queridos hijos guatemaltecos.

38 Saludo finalmente a la peregrinación de la Real Cofradía de Nuestra Señora de la Cabeza, de Andújar (España). Que la devoción inmemorial a la Virgen María, que reúne a tantos miles de peregrinos en su Santuario de Sierra Morena, sea siempre un testimonio vivo de vuestra fe, que se traduzca en verdadero ejemplo de vida cristiana en medio de la sociedad española.

A todos vosotros, peregrinos de lengua española, imparto de corazón mi bendición apostólica.



Miércoles 28 de mayo de 1986

La Providencia Divina y el destino del hombre: Bel misterio de la predestinación en Cristo

1. La pregunta sobre el propio destino está muy viva en el corazón del hombre. Es una pregunta grande, difícil, y sin embargo, decisiva: "¿Qué será de mí mañana?". Existe el riesgo de que respuestas equivocadas conduzcan a formas de fatalismo, de desesperación, o también de orgullosa y ciega seguridad: "Insensato, esta misma noche te pedirán el alma", amonesta Dios (cf. Lc 12,20). Pero precisamente aquí se manifiesta la inagotable gracia de la Providencia Divina. Es Jesús quien aporta una luz esencial. Él, realmente, hablando de la Providencia Divina, en el Sermón de la Montaña, termina con la siguiente exhortación: "Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura" (Mt 6,33 también Lc 12,31). En la última catequesis hemos reflexionado sobre la relación profunda que existe entre la Providencia de Dios y la libertad del hombre. Es justamente al hombre, ante todo al hombre, creado a imagen de Dios, a quien se dirigen las palabras sobre el reino de Dios y sobre la necesidad de buscarlo por encima de todo lo demás.

Este vínculo entre la Providencia y el misterio del reino de Dios, que debe realizarse en el mundo creado, orienta nuestro pensamiento acerca de la verdad del destino del hombre: su predestinación en Cristo. La predestinación del hombre y del mundo en Cristo, Hijo eterno del Padre, confiere a toda la doctrina sobre la Providencia Divina una decisiva característica soteriológica y escatológica. El mismo Divino Maestro lo indica en su coloquio con Nicodemo: "Porque tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16).

2. Estas palabras de Jesús son el núcleo de la doctrina sobre la predestinación, que encontramos en la enseñanza de los Apóstoles, especialmente en las cartas de San Pablo.

Leemos en la Carta a los Efesios:

"Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo... en él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gloria que nos otorgó gratuitamente en su amado" (Ep 1,3-6).

Estas luminosas afirmaciones explican de modo auténtico y autorizado en qué consiste lo que en el lenguaje cristiano llamamos "predestinación" (latín: praedestinatio). Es justamente importante liberar este término de los significados erróneos y hasta impropios y no esenciales, que se han introducido en su empleo común: predestinación como sinónimo de "ciego destino" ("fatum") o de la "ira" caprichosa de cualquier divinidad envidiosa. En la revelación divina la palabra "predestinación" significa la elección eterna de Dios, una elección paternal, inteligente y positiva, una elección de amor.

39 3. Esta elección, con la decisión en que se traduce, esto es, el plan de la creación y de la redención, pertenece a la vida íntima de la Santísima Trinidad: se realiza eternamente por el Padre junto con el Hijo y en el Espíritu Santo. Es una elección que, según San Pablo, precede a la creación del mundo ("antes de la constitución del mundo": Ep 1,4); y del hombre en el mundo. El hombre, aun antes de ser creado, está "elegido" por Dios. Esta elección se cumplirá en el Hijo eterno ("en él": Ep 1,4), esto es, en el Verbo de la Mente eterna. El hombre es, por consiguiente, elegido en el Hijo para la participación en la misma filiación por adopción divina. En esto consiste la esencia misma del misterio de la predestinación, que manifiesta el eterno amor del Padre ("ante Él en caridad y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo": Ep 1,4-5). En la predestinación se halla contendida, por tanto, la eterna vocación del hombre a participar en la misma naturaleza de Dios. Es vocación a la santidad, mediante la gracia de adopción para ser hijos ("para que fuésemos santos e inmaculados ante Él": Ep 1,4).

4. En este sentido la predestinación precede a "la constitución del mundo", esto es, a la creación, ya que ésta se realiza en la perspectiva de la predestinación del hombre. Aplicando a la vida divina las analogías temporales del lenguaje humano, podemos decir que Dios quiere "antes" comunicarse en su divinidad al hombre, llamado a ser en el mundo creado su imagen y semejanza; lo elige "antes", en su Hijo eterno y de su misma naturaleza, a participar en su filiación (mediante la gracia) y sólo "después" ("a su vez") quiere la creación, quiere el mundo, al cual pertenece el hombre. De este modo el misterio de la predestinación entra en cierto sentido "orgánicamente" en todo el plan de la Divina Providencia. La revelación de este designio descubre ante nosotros la perspectiva del reino de Dios y nos conduce hasta el corazón mismo de este reino, donde descubrimos el fin último de la creación.

5. Leemos justamente en la Carta a los Colosenses: "Dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de participar de la herencia de los santos en la luz. El Padre nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados" (Col 1,12-14). El reino de Dios, en el plan eterno de Dios Uno y Trino, es el reino del "Hijo en su amor", precisamente, porque por obra suya se ha cumplido la "redención" y "la remisión de los pecados". Las palabras del Apóstol aluden también al "pecado" del hombre. La predestinación, es decir, la adopción a ser hijos en el Hijo eterno, se opera, por tanto, no sólo en relación con la Creación del mundo y del hombre en el mundo, sino en relación a la Redención realizada por el Hijo, Jesucristo. La Redención se convierte en expresión de la Providencia, esto es, del gobierno solícito que Dios ejerce especialmente en relación con las creaturas dotadas de libertad.

6. En la Carta a los Colosenses encontramos que la verdad de la "predestinación" en Cristo está estrechamente ligada con la verdad de la "creación en Cristo". "Él —escribe el Apóstol— es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura; porque en él fueron creadas todas las cosas..." (Col 1,15-16). Así pues, el mundo creado en Cristo, Hijo eterno, desde el principio lleva en sí, como primer don de la Providencia, la llamada, más aún, la prenda de la predestinación en Cristo, al que se une, como cumplimiento de la salvación escatológica definitiva, y antes que nada del hombre, fin del mundo. "Y plugo al Padre que con Él habitase toda la plenitud" (Col 1,19). El cumplimiento de la finalidad del mundo y concretamente del hombre, acontece precisamente por obra de esta plenitud que hay en Cristo. Cristo es la plenitud. En Él se cumple en cierto sentido aquella finalidad del mundo, según la cual la Providencia Divina custodia y gobierna las cosas del mundo y, especialmente, al hombre en el mundo, su vida, su historia.

7. Comprendemos así otro aspecto fundamental de la Divina Providencia: su finalidad salvífica. Dios de hecho "quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1Tm 2,4). En esta perspectiva, es preciso ensanchar cierta concepción naturalística de la Providencia, limitada al buen gobierno de la naturaleza física o incluso del comportamiento moral natural. En realidad, la Providencia Divina se manifiesta en la consecución de las finalidades que corresponden al plan eterno de la salvación. En este proceso, gracias a la plenitud de Cristo, en Él y por medio de Él, ha sido vencido también el pecado, que se opone esencialmente a la finalidad salvífica del mundo, al definitivo cumplimiento que el mundo y el hombre encuentran en Dios. Hablando de la plenitud que se ha asentado en Cristo, el Apóstol proclama: "Y plugo al Padre que en Él habitase toda la plenitud y por Él reconciliar consigo todas las cosas, pacificando con la sangre de su cruz así las de la tierra como las del cielo" (Col 1,19-20).

8. Sobre el fondo de estas reflexiones, tomadas de las Cartas de San Pablo, resulta más comprensible la exhortación de Cristo a propósito de la Providencia del Padre celestial que todo lo abarca (Cfr. Mt 6,23-34 y también Lc 12,22-31), cuando dice: "Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura" (Mt 6,33 cf. también Lc 12,31). Con este "primero" Jesús trata de indicar lo que Dios mismo quiere "primero": lo que es su intención primera en la creación del mundo, y también el fin último del propio mundo: "el reino de Dios y su justicia" (la justicia de Dios). El mundo entero ha sido creado con miras a este reino, a fin de que se realice en el hombre y en su historia. Para que por medio de este "reino" y de esta "justicia" se cumpla aquella eterna predestinación que el mundo y el hombre tienen en Cristo.

9. A esta visión paulina de la predestinación corresponde lo que escribe San Pedro:

"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, que os está reservada en los cielos, a los que por el poder de Dios habéis sido guardados, mediante la fe, para la salvación que está dispuesta a manifestarse en el tiempo oportuno" (1P 1,3-5).

Verdaderamente "sea alabado Dios" que nos revela cómo su Providencia es su incansable, su solícita intervención para nuestra salvación. Ella es infatigable en su acción hasta que alcancemos "el tiempo oportuno", cuando "la predestinación en Cristo" de los inicios se realice definitivamente "por la resurrección de Jesucristo", que es "el Alfa y la Omega" de nuestro destino humano" (Ap 1,8).

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos llegados de España y de a diversas naciones de América Latina, especialmente a la peregrinación de Lloret del Mar. Os exhorto, con las palabras del Apóstol, a manteneros “firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano en el Señor” (1Co 15,58).

40 Mi más cordial saludo también a los alumnos del Colegio de la “Santísima Trinidad”, de Córdoba, así como a los de los Padres Esculapios, de Getafe (Madrid). La Iglesia os necesita y tiene necesidad de vosotros para seguir anunciando la Buena Nueva en un campo tan importante como es el de la enseñanza. ¡Sed siempre de Cristo!

A los componentes del Quinteto Mozart, de la ciudad de Logroño, doy asimismo mi más cordial bienvenida a esta Audiencia, acompañada de mi invitación a que en su meritoria actividad artística ayuden a descubrir a sus oyentes la importancia de los valores espirituales y cristianos, tan necesarios al hombre y a la sociedad de hoy.

Finalmente, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, presentes en este Encuentro, saludo de corazón y les exhorto a seguir haciendo de sus vidas una plena y generosa entrega a Dios y a la Iglesia.

A todos os imparto mi bendición apostólica.



Junio de 1986

Miércoles 4 de junio de 1986

La Divina Providencia y la presencia del mal y del sufrimiento en el mundo

1. Tomamos el texto de la Primera Carta de San Pedro, al que nos hemos referido al terminar la catequesis anterior:

"Bendito sea Dios / y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia / nos reengendró a una viva esperanza / por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos / para una herencia incorruptible, / incontaminada e inmarcesible, / que os está reservada en los cielos" (1P 1,3-4).

Poco más adelante el mismo Apóstol tiene una afirmación iluminadora y consoladora a la vez:

"Por lo cual exultáis, / aunque ahora tengáis que entristeceros un poco / en las diversas tentaciones, para que vuestra fe probada, / más preciosa que el oro / que se corrompe, / aunque acrisolado por el fuego..." (1P 1,6-7).

41 De la lectura de este texto se concluye ya que la verdad revelada sobre la "predestinación" del mundo creado y sobre todo el hombre en Cristo (praedestinatio in Christo)constituye el fundamento principal e indispensable de las reflexiones que tratamos de proponer sobre el tema de la relación entre la Providencia Divina y la realidad del mal y del sufrimiento presente bajo tantas formas en la vida humana.

2. Constituye esto para muchos la dificultad principal para aceptar la verdad de la Providencia Divina. En algunos casos, esta dificultad asume una forma radical, cuando incluso se acusa a Dios del mal y del sufrimiento presentes en el mundo llegando hasta rechazar la verdad misma de Dios y de su existencia (esto es, hasta el ateísmo). De un modo menos radical y sin embargo inquietante, esta dificultad se expresa en tantos interrogantes críticos que el hombre plantea a Dios. La duda, la pregunta e incluso la protesta nacen de la dificultad de conciliar entre sí la verdad de la Providencia Divina, de la paterna solicitud de Dios hacia el mundo creado, y la realidad del mal y del sufrimiento experimentada en formas diversas por los hombres.

Podemos decir que la visión de la realidad del mal y del sufrimiento está presente con toda su plenitud en las páginas de la Sagrada Escritura. Podemos afirmar que la Biblia es, ante todo, un gran libro sobre el sufrimiento: éste entra de lleno en el ámbito de las cosas que Dios quiere decir a la humanidad "muchas veces... por ministerio de los profetas... últimamente... nos habló por su Hijo" (
He 1,1): entra en el contexto de la autorrevelación de Dios y en el contexto del Evangelio; o sea, de la Buena Nueva de la salvación. Por esto el único método adecuado para encontrar una respuesta al interrogante sobre el mal y el sufrimiento en el mundo es buscar en el contexto de la revelación que nos ofrece la palabra de Dios.

3. Debemos antes que nada llegar a un acuerdo sobre el mal y el sufrimiento. Este es en sí mismo multiforme. Generalmente se distinguen el mal en sentido físico del mal en sentido moral. El mal moral se distingue del físico sobre todo por comportar culpabilidad, por depender de la libre voluntad del hombre y es siempre un mal de naturaleza espiritual. Se distingue del mal físico, porque este último no incluye necesariamente y de modo directo la voluntad del hombre, si bien esto no significa que no pueda estar causado por el hombre y ser efecto de su culpa. El mal físico causado por el hombre, a veces sólo por ignorancia o falta de cautela, a veces por descuido de las precauciones oportunas o incluso por acciones inoportunas o dañosas, presenta muchas formas. Pero hay que añadir que existen en el mundo muchos casos de mal físico que suceden independientemente del hombre. Baste recordar, por ejemplo, los desastres o calamidades naturales, al igual que todas las formas de disminución física o de enfermedades somáticas o psíquicas, de las que el hombre no es culpable.

4. El sufrimiento nace en el hombre de la experiencia de estas múltiples formas del mal. En cierto modo, el sufrimiento puede darse también en los animales, en cuanto son seres dotados de sentidos y de relativa sensibilidad, pero en el hombre el sufrimiento alcanza la dimensión propia de las facultades espirituales que posee. Puede decirse que en el hombre se interioriza el sufrimiento, se hace consciente y se experimenta en toda la dimensión de su ser y de sus capacidades de acción y reacción, de receptividad y rechazo; es una experiencia terrible, ante la cual, especialmente cuando es sin culpa, el hombre plantea aquellos difíciles, atormentados y dramáticos interrogantes, que constituyen a veces una denuncia, otras un desafío, o un grito de rechazo de Dios y de su Providencia. Son preguntas y problemas que se pueden resumir así: ¿cómo conciliar el mal y el sufrimiento con la solicitud paterna, llena de amor, que Jesucristo atribuye a Dios en el Evangelio? ¿Cómo conciliarlas con la trascendente sabiduría del Creador?. Y de una manera aún más dialéctica: ¿podemos de cara a toda la experiencia del mal que hay en el mundo, especialmente de cara al sufrimiento de los inocentes, decir que Dios no quiere el mal?. Y si lo quiere, ¿cómo podemos creer que "Dios es amor", y tanto más que este amor no puede no ser omnipotente?.

5. Ante estas preguntas, nosotros también como Job, sentimos qué difícil es dar una respuesta. La buscamos no en nosotros sino, con humildad y confianza, en la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento encontramos ya la afirmación vibrante y significativa: " ...pero la maldad no triunfa de la sabiduría. Se extiende poderosa del uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad" (Sg 7,30-8,1). Frente a las multiformes experiencias del mal y del sufrimiento en el mundo, ya el Antiguo Testamento testimoniaba el primado de la Sabiduría y de la bondad de Dios, de su Providencia Divina. Esta actitud se perfila y desarrolla en el Libro de Job, que se dedica enteramente al tema del mal y del dolor vistos como una prueba a veces tremenda para el Justo, pero superada con la certeza, laboriosamente alcanzada, de que Dios es bueno. En este texto captamos la conciencia del límite y de la caducidad de las cosas creadas, por la cual algunas formas de "mal" físico (debidas a falta o limitación de bien) pertenecen a la propia estructura de los seres creados, que, por su misma naturaleza, son contingentes y pasajeros, y por tanto corruptibles. Sabemos además que los seres materiales están en estrecha relación de interdependencia, según lo expresa el antiguo axioma: "La muerte de uno es la vida del otro" ("corruptio unius est generatio alterius"). Así pues, en cierta medida, también la muerte sirve a la vida. Esta ley concierne también al hombre como ser animal al mismo tiempo que espiritual, mortal e inmortal. A este propósito, las palabras de San Pablo descubren, sin embargo, horizontes muy amplios: " ...mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día" (2Co 4,16). Y también: "Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable" (2Co 4,17).

6. La afirmación de la Sagrada Escritura: "la maldad no triunfa de la Sabiduría" (Sg 7,30) refuerza nuestra convicción de que, en el plano providencial del Creador respecto del mundo, el mal en definitiva está subordinado al bien. Además, en el contexto de la verdad integral sobre la Providencia Divina, nos ayuda a comprender mejor las dos afirmaciones: "Dios no quiere el mal como tal" y "Dios permite el mal". A propósito de la primera es oportuno recordar las palabras del Libro de la Sabiduría: "...Dios no hizo la muerte ni se goza en la pérdida de los vivientes. Pues Él creó todas las cosas para la existencia" (Sg 1,13-14). En cuanto a la permisión del mal en el orden físico, por ejemplo, de cara al hecho de que los seres materiales (entre ellos también el cuerpo humano) sean corruptibles y sufran la muerte, es necesario decir que ello pertenece a la estructura de estas criaturas. Por otra parte, sería difícilmente pensable, en el estado actual del mundo material, el ilimitado subsistir de todo ser corporal individual. Podemos, pues, comprender que, si "Dios no ha creado la muerte", según afirma el Libro de la Sabiduría, sin embargo la permite con miras al bien global del cosmos material.

7. Pero si se trata del mal moral, esto es, del pecado y de la culpa en sus diversas formas y consecuencias, incluso en el orden físico, este mal decidida y absolutamente Dios no lo quiere. El mal moral es radicalmente contrario a la voluntad de Dios. Si este mal está presente en la historia del hombre y del mundo, y a veces de forma totalmente opresiva, si en cierto sentido tiene su propia historia, esto sólo está permitido por la Divina Providencia, porque Dios quiere que en el mundo creado haya libertad. La existencia de la libertad creada (y por consiguiente del hombre, e incluso la existencia de los espíritus puros como los ángeles, de los que hablaremos en otra ocasión) es indispensable para aquella plenitud del bien que Dios quiere realizar en la creación, la existencia de los seres libres es para él un valor más importante y fundamental que el hecho de que aquellos seres abusen de la propia libertad contra el Creador y que, por eso, la libertad pueda llevar al mal moral.

Indudablemente es grande la luz que recibimos de la razón y de la revelación en relación con el misterio de la Divina Providencia que, aun no queriendo el mal, lo tolera en vista de un bien mayor. La luz definitiva, sin embargo, sólo puede venir de la cruz victoriosa de Cristo. A ella dedicaremos nuestra atención en la siguiente catequesis.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

42 Saludo ahora con afecto a todos los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia.

En primer lugar, al grupo de Capuchinos españoles que siguen en Roma un curso de formación. También saludo al grupo de Hermanas Franciscanas Misioneras del Niño Jesús, que vienen de Bolivia, Colombia y Perú; así como al grupo de Hermanas Siervas de María, que se preparan para marchar al dispensario de Widicun, archidiócesis de Bamenda en Camerún.

Queridos Religiosos y Religiosas: a todos os invito a ser auténticos testigos de Cristo y de la universalidad de la Iglesia en todos los lugares donde seáis enviados a ejercer el apostolado.

Saludo también a los peregrinos de la parroquia de S. Lázaro de Palencia y de S. Nicasio de Gavá, así como al grupo de Tabernes de Valldigna y a la peregrinación de la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao. A todos os aliento a ser fermento de vida cristiana y de renovación eclesial en medio de vuestros hermanos.

Saludo finalmente a las Alumnas del Colegio Inmaculada Concepción de Agustinas Misioneras de Gavá y del Colegio de las Carmelitas de Tordera. Queridas jóvenes: sabed ser portadoras de alegría cristiana y de entrega a los demás, en medio de vuestros compañeros y compañeras.

A todos los peregrinos venidos de España y de América Latina os imparto de corazón mi bendición apostólica.






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