Audiencias 1986 42

Miércoles 11 de junio de 1986

La Divina Providencia supera el mal en Jesús redentor

1. En la catequesis anterior afrontamos el interrogante del hombre de todas las épocas sobre la Providencia Divina, ante la realidad del mal y del sufrimiento. La Palabra de Dios afirma de forma clara y perentoria que "la maldad no triunfa contra la sabiduría (de Dios)" (Sg 7,30) y que Dios permite el mal en el mundo con fines más elevados, pero no quiere ese mal. Hoy deseamos ponernos en actitud de escuchar a Jesucristo, quien en el contexto del misterio pascual, ofrece la respuesta plena y completa a ese atormentador interrogante.

Reflexionamos antes de nada sobre el hecho que San Pablo anuncia: Cristo crucificado como "poder y sabiduría de Dios" (1Co 1,24) en quien se ofrece la salvación a los creyentes. Ciertamente el suyo es un poder admirable, pues se manifiesta en la debilidad y el anonadamiento de la pasión y de la muerte en cruz. Y es además una sabiduría excelsa, desconocida fuera de la Revelación divina. En el plano eterno de Dios y en su acción providencial en la historia del hombre, todo mal, y de forma especial el mal moral —el pecado— es sometido al bien de la redención y de la salvación precisamente mediante la cruz y la resurrección de Cristo. Se puede afirmar que, en El, Dios saca bien del mal. Lo saca, en cierto sentido, del mismo mal que supone el pecado, que fue la causa del sufrimiento del Cordero inmaculado y de su terrible muerte en la cruz como víctima inocente por los pecados del mundo. La liturgia de la Iglesia no duda en hablar, en este sentido, de la "felix culpa" (cf. Exultet de la Liturgia de la Vigilia Pascual).

2. Así pues, a la pregunta sobre, cómo conciliar el mal y sufrimiento en el mundo con la verdad de la Providencia Divina, no se puede ofrecer una respuesta definitiva sin hacer referencia a Cristo. Efectivamente, por una parte, Cristo —el Verbo encarnado— confirma con su propia vida —en la pobreza, la humillación y la fatiga— y especialmente con su pasión y muerte, que Dios está al lado del hombre en su sufrimiento; más aún, que El mismo toma sobre Sí el sufrimiento multiforme de la existencia terrena del hombre. Jesús revela al mismo tiempo que este sufrimiento posee un valor y un poder redentor y salvífico, que en él se prepara esa "herencia que no se corrompe", de la que habla San Pedro en su primera Carta: "la herencia que está reservada para nosotros en los cielos" (cf. 1P 1,4). La verdad de la Providencia adquiere así mediante "el poder y la sabiduría" de la cruz de Cristo su sentido escatológico definitivo. La respuesta definitiva a la pregunta sobre la presencia del mal y del sufrimiento en la existencia terrena del hombre la ofrece la Revelación divina en la perspectiva de la "predestinación en Cristo", es decir, en la perspectiva de la vocación del hombre a la vida eterna, a la participación en la vida del mismo Dios. Esta es precisamente la respuesta que ha ofrecido Cristo, confirmándola con su cruz y con su resurrección.

43 3. De este modo, todo, incluso el mal y el sufrimiento presentes en el mundo creado, y especialmente en la historia del hombre, se someten a esa sabiduría inescrutable, sobre la cual exclama San Pablo, como transfigurado: "¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e insoldables sus caminos...!" (Rm 11,33). En todo el contexto salvífico, ella es de hecho la "sabiduría contra la cual no puede triunfar la maldad" (cf. Sg 7,30). Es una sabiduría llena de amor, pues "tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo..." (Jn 3,16).

4. Precisamente de esta sabiduría, rica en amor compasivo hacia el hombre que sufre, tratan los escritos apostólicos para ayudar a los fieles atribulados a reconocer el paso de la gracia de Dios. Así, San Pedro escribe a los cristianos de la primera generación: "Exultad por ello, aunque ahora tengáis que entristeceros un poco, en las diversas tentaciones" (1P 1,6). Y añade: "para que vuestra fe, probada, más preciosa que el oro, que se corrompe aunque acrisolado por el fuego, aparezca digna de alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo" (1P 1,7). Estas últimas palabras se refieren al Antiguo Testamento, y en especial al libro del Eclesiástico, en el que leemos: "Pues el oro se prueba en el fuego, y los hombres gratos a Dios, en el crisol de la humillación" (Si 2,5). Pedro, tomando el mismo tema de la prueba, continúa en su Carta: "Antes habéis de alegraros en la medida en que participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis su gozo" (1P 4,13).

5. De forma análoga se expresa el Apóstol Santiago cuando exhorta a los cristianos a afrontar las pruebas con alegría y paciencia: "Tened, hermanos míos, por sumo gozo, veros rodeados de diversas tentaciones, considerando que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia. Mas tenga obra perfecta la paciencia, para que seáis perfectos y cumplidos" (Jc 1,2-4). Por último, San Pablo en la Carta a los Romanos compara los sufrimientos humanos y cósmicos con una especia de "dolores de parto" de toda la creación, subrayando los "gemidos", de quienes poseen las "primicias" del Espíritu y esperan la plenitud de la adopción, es decir, "la redención de nuestro cuerpo" (cf. Rm 8,22-23). Pero añade: "Ahora bien, sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman..." (Rm 8,28), y más adelante, "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?" (Rm 8,35), concluyendo al fin: "Porque estoy persuadido que ni muerte ni vida... ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios (manifestado) en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rm 8,38-39).

Junto a la paternidad de Dios, que se manifiesta mediante la Providencia Divina, aparece también la pedagogía de Dios: "Sufrís en orden a vuestra corrección (paideia, es decir educación). Como con hijos se porta Dios con vosotros; Pues, ¿qué hijo hay a quien su padre no corrija (eduque)...? Dios, mirando a nuestro provecho, nos corrige para hacernos participantes de su santidad" (He 12,7 He 12,10).

6. Así, pues, visto con los ojos de la fe, el sufrimiento, si bien puede presentarse como el aspecto más oscuro del destino del hombre en la tierra, permite transparentar el misterio de la Divina Providencia, contenido en la revelación de Cristo, y de un modo especial en su cruz y en su resurrección. Indudablemente, puede seguir ocurriendo que, planteándose los antiguos interrogantes sobre el mal y sobre el sufrimiento en un mundo nuevo creado por Dios, el hombre no encuentre una respuesta inmediata, sobre todo si no posee una fe viva en el misterio pascual de Jesucristo. Pero gradualmente y con la ayuda de la fe alimentada por la oración se descubre el verdadero sentido del sufrimiento que cada cual experimenta en su propia vida. Se trata de un descubrimiento que depende de la palabra de la divina revelación y de la "palabra de la cruz" (cf. 1Co 1,18) de Cristo, que es "poder y la sabiduría de Dios" (1Co 1,24). Como dice el Concilio Vaticano II: "Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad" (Gaudium et spes GS 22). Si descubrimos mediante la fe este poder y esta "sabiduría", nos encontramos en las sendas salvadoras de la Divina Providencia. Se confirma entonces el sentido de las palabras del Salmista: "El Señor es mi Pastor... Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo" (Sal 22/23, 1.4). La Providencia Divina se revela así como el caminar de Dios junto al hombre.

7. Concluyendo: la verdad sobre la Providencia, que está íntimamente unida al misterio de la creación, debe comprenderse en el contexto de toda la revelación, de todo el "Credo". Se ve así que, de una forma orgánica, en la verdad de la Providencia entran la revelación de la "Predestinación" (praedestinatio) del hombre y del mundo en Cristo, la revelación de la entera economía de la salvación y su realización en la historia. La verdad de la Providencia Divina se halla también estrechamente unida a la verdad del reino de Dios, y por esta razón tienen una importancia fundamental las palabras pronunciadas por Cristo en su enseñanza sobre la Providencia: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia... y todo eso se os dará por añadidura" (Mt 6,33 cf. Lc 12,13). La verdad referente a la Divina Providencia, es decir, al gobierno trascendente de Dios sobre el mundo creado se hace comprensible a la luz de la verdad sobre el reino de Dios, sobre ese reino que Dios proyectó desde siempre realizar en el mundo creado gracias a la "predestinación en Cristo", que fue "engendrado antes de toda criatura" (Col 1,15).

Saludos

Mi más cordial saludo ahora a los peregrinos llegados de España y de América Latina.

Saludo también con particular afecto a los religiosos y a las religiosas presentes, de modo especial a las Hermanas Carmelitas de la Caridad, a las Religiosas Hospitalarias del Sagrado Corazón, a las Religiosas de la Congregación “Jesús María”, así como a los Hermanos de las Escuelas Cristianas del “Centro Español Lasaliano”. Os aliento a proseguir con renovada ilusión el camino emprendido de entrega total a Dios y de servicio generoso a la Iglesia, siendo testigos vivos de su presencia, de acuerdo con el respectivo carisma fundacional.

A la peregrinación de matrimonios, de la Rioja, y al grupo de matrimonios de la Parroquia “Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa”, de Buenos Aires, doy mi afectuosa bienvenida a este Encuentro. Decid a vuestros seres queridos que el Papa tiene presentes las necesidades de vuestros hogares en la oración y pide al Señor que consigáis plasmar un estilo de vida cristiana que refleje la generosidad y el amor de Dios.

En prueba de benevolencia os imparto la bendición apostólica.





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Miércoles 18 de junio de 1986

La Divina Providencia y la condición histórica del hombre de hoy a la luz del Concilio Vaticano II

1. La verdad sobre la Divina Providencia aparece como el punto de convergencia de tantas verdades contenidas en la afirmación: "Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra". Por su riqueza y continua actualidad había de ocuparse de esta verdad todo el magisterio del Concilio Vaticano II, que lo hizo de modo excelente. Efectivamente, en muchos documentos conciliares encontramos una referencia apropiada a esta verdad de fe, que está presente de un modo particular en la Constitución Gaudium et spes. Ponerlo de relieve significa hacer una recapitulación actual de las catequesis precedentes sobre la Divina Providencia.

2. Como es sabido, la Constitución Gaudium et spes afronta el tema: La Iglesia y el mundo actual. Sin embargo, desde los primeros párrafos se ve claramente que tratar este tema sobre la base del magisterio de la Iglesia no es posible sin remontarse a la verdad revelada sobre la relación de Dios con el mundo, y en definitiva a la verdad de la Providencia Divina.

Leemos pues: "El mundo... que el Concilio tiene presente es el... de todos los hombres...; el mundo que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, mundo esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación" (Gaudium et spes GS 2).

Esta "descripción" afecta a toda la doctrina de la Providencia, entendida bien como plan eterno de Dios en la creación, bien como realización de este plan en la historia, bien como sentido salvífico y escatológico del universo, y especialmente del mundo humano según la "predestinación en Cristo", centro y quicio de todas las cosas. En este sentido se toma con otros términos la afirmación dogmática del Concilio Vaticano I: "Todo lo que Dios ha creado lo conserva y lo dirige con su Providencia 'extendiéndose de un confín a otro con poder y gobernando con suavidad todas las cosas' (cf. Sg 8,1). 'Todas las cosas son desnudas y descubiertas ante sus ojos' (cf. He 4,13) incluso las que existirán por libre iniciativa de las criaturas" (Const. De Fide , DS DS 3003). Más específicamente, desde el punto de partida, la Gaudium et spes enfoca una cuestión relativa a nuestro tema e interesante para el hombre de hoy: cómo se compaginan el "crecimiento" del reino de Dios y el desarrollo (evolución) del mundo. Sigamos ahora las grandes líneas de tal exposición, puntualizando las afirmaciones principales.

3. En el mundo visible el protagonista del desarrollo histórico y cultural es el hombre. Creado a imagen y semejanza de Dios, conservado por Él en su ser y guiado con amor paterno en la tarea de "dominar" las demás criaturas, el hombre en cierto sentido es, por sí mismo, "providencia". "La actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios: creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo así la tierra y cuanto en ella se contiene y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo" (Gaudium et spes GS 34).

Con anterioridad, el mismo documento conciliar había dicho: "No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a estas profundidades retorna cuando entra dentro de su corazón donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (Gaudium et spes GS 14).

4. El desarrollo del mundo hacia órdenes económicos y culturales que responden cada vez más a las exigencias integrales del hombre es una tarea que entra de lleno en la vocación del mismo hombre a dominar la tierra. Por eso también los éxitos reales de la actual civilización científica y técnica, así como los de la cultura humanística y los de la "sabiduría" de todos los siglos, entran en el ámbito de la "providencia" de la que el hombre participa por actuación del designio de Dios sobre el mundo. Bajo esta luz el Concilio ve y reconoce el valor y la función de la cultura y del trabajo de nuestro tiempo. Efectivamente, en la Constitución Gaudium et spes se describe la nueva condición cultural y social de la humanidad con sus notas distintivas y sus posibilidades de avance tan rápido que suscita estupor y esperanza (cf. Gaudium et spes GS 53-54). El Concilio no duda en dar testimonio de los admirables éxitos del hombre reconduciéndolos al marco del designio y mandato de Dios y uniéndose además con el Evangelio de fraternidad predicado por Cristo: "En efecto, el hombre, cuando con sus manos o ayudándose de los recursos técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y llegue a ser una morada digna de toda la familia humana, y cuando conscientemente interviene en la vida de los grupos sociales, sigue el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos: somete la tierra y perfecciona la creación, al mismo tiempo que se perfecciona a sí mismo. Más aún obedece al gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de sus hermanos" (Gaudium et spes GS 57 cf. también Gaudium et spes GS 63).

5. El Concilio no cierra tampoco los ojos a los enormes problemas concernientes al desarrollo del hombre de hoy, tanto en su dimensión de persona como de comunidad. Sería una ilusión creer poderlos ignorar, como sería un error plantearnos de forma impropia o insuficiente, pretendiendo absurdamente hacer menospreciar la referencia necesaria a la Providencia y a la voluntad de Dios. Dice el Concilio: "En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad" (Gaudium et spes GS 3). Y explica: "Como ocurre en casos de crecimiento repentino, esta transformación trae consigo no leves dificultades. Así, mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre consigue someterlo a su servicio. Quiere conocer con profundidad creciente su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo. Descubre paulatinamente las leyes de la vida social y duda sobre la orientación que a ésta se debe dar" (Gaudium et spes GS 4). El Concilio habla expresamente de "contradicciones y desequilibrios" generados por una "evolución rápida y realizada desordenadamente" en condiciones socioeconómicas, en la costumbre, en la cultura, como también en el pensamiento y en la conciencia del hombre, en la familia, en las relaciones sociales, en las relaciones entre los grupos, las comunidades y las naciones, con consiguientes "desconfianzas y enemistades, conflictos y anarquías, de las que el mismo hombre es a la vez causa y víctima" (cf. Gaudium et spes GS 8-10). Y finalmente el Concilio llega a la raíz cuando afirma: "Los desequilibrios que fatigan al hombre moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón del hombre" (Gaudium et spes GS 10).

45 6. Ante esta situación del hombre en el mundo de hoy aparece totalmente injustificada la mentalidad según la cual el "dominio" que él se atribuye es absoluto y radical, y puede realizarse en una total ausencia de referencia a la Divina Providencia. Es una vana y peligrosa ilusión construir la propia vida y hacer del mundo el reino de la propia felicidad exclusivamente con las propias fuerzas. Es la gran tentación en la que ha caído el hombre moderno, olvidando que las leyes de la naturaleza condicionan también la civilización industrial y post-industrial (cf. Gaudium et spes GS 26-27). Pero es fácil ceder al deslumbramiento de una pretendida autosuficiencia en el progresivo "dominio" de las fuerzas de la naturaleza, hasta olvidarse de Dios o ponerse en su lugar. Hoy esta pretensión llega a algunos ambientes en forma de manipulación biológica, genética, psicológica... que si no está regida por los criterios de la ley moral (y consiguientemente orientada al reino de Dios) puede convertirse en el predominio del hombre sobre el hombre, con consecuencias trágicamente funestas. El Concilio, reconociendo al hombre de hoy su grandeza, pero también su limitación, en la legítima autonomía de las cosas sagradas (cf. Gaudium et spes GS 36), le ha recordado la verdad de la Divina Providencia que viene al encuentro del hombre para asistirle y ayudarle. En esta relación con Dios Padre, Creador y Providente, el hombre puede redescubrir continuamente el fundamento de su salvación.

Saludos

Deseo saludar ahora cordialmente a todos los visitantes y grupos de peregrinos de lengua española, procedentes de España y de varios países de América Latina.

De modo particular, saludo a los oyentes del Grupo Radial colombiano de Cali, así como a los diversos grupos parroquiales y escolares. A todos os invito a dar siempre testimonio de vuestra vida cristiana en el ambiente donde vivís y os imparto con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 25 de junio de 1986

La Divina Providencia y el crecimiento del Reino de Dios

1. Como en la anterior catequesis, hoy también trataremos abundantemente de las reflexiones que el Concilio Vaticano II dedicó al tema de la condición histórica del hombre de hoy, el cual por una parte es enviado por Dios a dominar y someter lo creado, y por otra él mismo es sujeto, en cuanto criatura, de la amorosa presencia de Dios Padre, Creador y Providente.

El hombre, hoy más que en cualquier otro tiempo, es particularmente sensible a la grandeza y a la autonomía de su tarea de investigador y dominador de las fuerzas de la naturaleza.

Sin embargo hay que hacer notar que existe un grave obstáculo en el desarrollo y en el progreso del mundo. Este está constituido por el pecado y por la cerrazón que supone, es decir, por el mal moral. De esta situación da amplia cuenta la Constitución conciliar "Gaudium et spes".

Reflexiona pues el Concilio: "Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes GS 13). Por eso, como consecuencia inevitable, "el progreso humano, altamente beneficioso para el hombre, también encierra sin embargo una gran tentación; pues los individuos y las colectividades, subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo, olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad, mientras el poder acrecido de la humanidad está amenazado con destruir el propio género humano" (Gaudium et spes GS 37).

El hombre moderno es justamente consciente de su propio papel, pero "si... autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios, y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad de estas palabras. La criatura sin el Creador se esfuma... Más aún, por el olvido de Dios, la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et spes GS 36).

46 2. Recordemos primero un texto que nos hace captar la "otra dimensión" de la evolución histórica del mundo, a la que se refiere siempre el Concilio. Dice la Constitución: "El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución" (Gaudium et spes GS 26). Superar el mal es al mismo tiempo querer el progreso moral del hombre, por el que su dignidad queda salvaguardada, y dar una respuesta a las exigencias esenciales de un mundo "más humano". En esta perspectiva, el reino de Dios que se va desarrollando en la historia, encuentra en cierto modo su "materia" y los signos de su presencia eficaz.

El Concilio Vaticano II ha puesto el acento con mucha claridad en el significado ético de la evolución, mostrando cómo el ideal ético de un mundo "más humano" es compatible con la enseñanza del Evangelio. Y aun distinguiendo con precisión el desarrollo del mundo de la historia de la salvación, intenta al mismo tiempo poner de relieve en toda su plenitud los lazos que existen entre ellos: "Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre, 'el reino eterno y universal; reino de verdad y de vida; reino de santidad y gracia; reino de justicia, de amor y de paz'. El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará la perfección" (Gaudium et spes GS 39).

3. El Concilio afirma el convencimiento de los creyentes cuando proclama que "la Iglesia reconoce cuanto de bueno se halla en el actual dinamismo social: sobre todo la evolución hacia la unidad, el proceso de una sana socialización y una solidaridad civil y económica. La promoción de la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia, ya que ella es 'en Cristo como sacramento o señal e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano...' Pues las energías que la Iglesia puede comunicar a la actual sociedad humana radican en esa fe y en esa caridad, aplicadas a la vida práctica. No radican en el mero dominio exterior ejercido con medios puramente humanos" (Gaudium et spes GS 42). Por este motivo se crea un profundo lazo y finalmente una elemental identidad entre los principales sectores de la historia y de la evolución del "mundo" y la historia de la salvación. El plan de la salvación hunde sus raíces en las aspiraciones más reales y en las finalidades de los hombres y de la humanidad. También la redención está continuamente dirigida hacia el hombre y hacia la humanidad "en el mundo". Y la Iglesia se encuentra siempre con el "mundo" en el ámbito de estas aspiraciones y finalidades del hombre-humanidad. De igual modo la historia de la salvación transcurre en el cauce de la historia del mundo, considerándolo en cierto modo como propio. Y viceversa: las verdaderas conquistas del hombre y de la humanidad, auténticas victorias en la historia del mundo, son también "el substrato" del reino de Dios en la tierra" (cf. card. Karol Wojtyla, Alle fonti del rinovamento. Studio sull'attuazione del Concilio Vaticano II, LEV, Città del Vaticano, 1981, págs. 150-160).

4. Leemos a este propósito en la Constitución Gaudium et spes, "la actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre... Tal superación rectamente entendida es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Así mismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un planteamiento más humano en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos... Por tanto, esta es la norma de la actividad humana: que, de acuerdo con los designios y voluntad divinos, se conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre, como individuo y miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación" (Gaudium et spes GS 35 cf. también GS 59). Así continúa el mismo documento : "El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor; pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano. Para cumplir todos estos objetivos, hay que proceder a una renovación de los espíritus y a profundas reformas de la sociedad. El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución" (Gaudium et spes GS 26).

5. La adecuación a la guía y a la acción del Espíritu Santo en el desarrollo de la historia acontece mediante la llamada continua y la respuesta coherente y fiel a la voz de la conciencia: "La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales, que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad" (Gaudium et spes GS 16).

El Concilio recuerda con realismo la presencia en la efectiva condición humana del obstáculo más radical al verdadero progreso del hombre y de la humanidad: el mal moral, el pecado, como consecuencia del cual "el hombre se encuentra íntimamente dividido. Por eso, toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas" (Gaudium et spes GS 13). La del hombre es una "lucha que comenzó al principio del mundo y durará, como dice el Señor (cf. Mt 24,13 Mt 13, 24-30, Mt 36-43) hasta el último día. Metido en esta batalla, el hombre ha de combatir sin parar para adherirse al bien, y no puede conseguir su unidad interior sino a precio de grandes fatigas, con la ayuda de la gracia de Dios" (Gaudium et spes GS 37).

6. Como conclusión podemos decir que, si el crecimiento del reino de Dios no se identifica con la evolución del mundo, sin embargo es verdad que el reino de Dios está en el mundo y antes que nada en el hombre, que vive y trabaja en el mundo. El cristiano sabe que con su compromiso a favor del progreso de la historia y con la ayuda de la gracia de Dios coopera al crecimiento del reino, hasta el cumplimiento histórico y escatológico del designio de la Divina Providencia.

Saludos

Con particular afecto saludo ahora a los peregrinos de América Latina y de España aquí presentes, de modo especial a las Religiosas del Instituto “Pureza de María Santísima” así como a los profesores y alumnos de la Escuela Universitaria “Don Bosco”, de Madrid, del Colegio “San Francisco Javier”, de Elche, y a las peregrinaciones de Cenicero (La Rioja), Bilbao, Gerona y San Sebastián. Deseo agradeceros vuestra presencia en este encuentro, que debe suponer para todos, según los dones concedidos por Dios, un aliciente para seguir colaborando fraternalmente en esa labor importante para los seguidores de Cristo: la construcción del Reino de Dios, Reino de paz, de justicia y de amor.

No quisiera finalizar estas breves palabras sin dirigir un cordial saludo al grupo de periodistas y técnicos de la Cadena Radial Colombiana “Caracol”, que tienen el encargo de cubrir periodísticamente los preparativos del nuevo viaje apostólico que, Dios mediante, me dispongo a realizar la próxima semana a la querida tierra de Colombia. Ante todo mi profundo agradecimiento por el ejemplar trabajo profesional que estáis realizando para que la Palabra del Papa llegue a todos los rincones y hogares de vuestra amadísima nación. En la espera de poder estar pronto entre los hijos colombianos, a vosotros y a todos los que me están escuchando, a través de vuestras ondas, ruego uniros en mi oración al Señor para que esta visita pastoral mía sea una ocasión para descubrir y vivir con más fidelidad y generosidad los valores cristianos.¡Hasta pronto!

A todos imparto mi bendición apostólica.



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Julio de 1986

Miércoles 9 de julio de 1986

"Creador de las cosas visibles e invisibles"

1. Nuestras catequesis sobre Dios, Creador del mundo, no podían concluirse sin dedicar una atención adecuada a un contenido concreto de la revelación divina: la creación de los seres puramente espirituales, que la Sagrada Escritura llama "ángeles". Tal creación aparece claramente en los Símbolos de la Fe, especialmente en el Símbolo niceno-constantinopolitano: Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas (esto es, entes o seres) "visibles e invisibles". Sabemos que el hombre goza, dentro de la creación, de una posición singular: gracias a su cuerpo pertenece al mundo visible, mientras que, por el alma espiritual, que vivifica el cuerpo, se halla casi en el confín entre la creación visible y la invisible. A esta última, según el Credo que la Iglesia profesa a la luz de la Revelación, pertenecen otros seres, puramente espirituales, por consiguiente no propios del mundo visible, aunque estén presentes y actuantes en él. Ellos constituyen un mundo específico.

2. Hoy, igual que en tiempos pasados, se discute con mayor o menor sabiduría acerca de estos seres espirituales. Es preciso reconocer que, a veces, la confusión es grande, con el consiguiente riesgo de hacer pasar como fe de la Iglesia respecto a los ángeles cosas que no pertenecen a la fe o, viceversa, de dejar de lado algún aspecto importante de la verdad revelada. La existencia de los seres espirituales que la Sagrada Escritura, habitualmente, llama "ángeles", era negada ya en tiempos de Cristo por los saduceos (cf. Ac 23,8). La niegan también los materialistas y racionalistas de todos los tiempos. Y sin embargo, como agudamente observa un teólogo moderno, "si quisiéramos desembarazarnos de los ángeles, se debería revisar radicalmente la misma Sagrada Escritura y con ella toda la historia de la salvación" (A. Winklhofer, Die Welt der Engel, Ettal 1961, pág. 144, nota 2; en Mysterium salutis, II, 2, pág. 726). Toda la Tradición es unánime sobre esta cuestión. El Credo de la Iglesia, en el fondo, es un eco de cuanto Pablo escribe a los Colosenses: "Porque en Él (Cristo) fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él y para Él" (Col 1,16). O sea, Cristo que, como Hijo-Verbo eterno y consubstancial al Padre, es "primogénito de toda criatura" (Col 1,15), está en el centro del universo como razón y quicio de toda la creación, como ya hemos visto en las catequesis precedentes y como todavía veremos cuando hablemos más directamente de Él.

3. La referencia al "primado" de Cristo nos ayuda a comprender que la verdad acerca de la existencia y a la acción de los ángeles (buenos y malos) no constituye el contenido central de la Palabra de Dios. En la Revelación, Dios habla en primer lugar "a los hombres... y pasa con ellos el tiempo para invitarlos y admitirlos a la comunión con Él", según leemos en la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II (Dei Verbum DV 2). De este modo "la profunda verdad, tanto de Dios como de la salvación de los hombres", es el contenido central de la Revelación que "resplandece" más plenamente en la persona de Cristo (cf. Dei Verbum DV 2). La verdad sobre los ángeles es, en cierto sentido, "colateral", y, no obstante, inseparable de la Revelación central que es la existencia, la majestad y la gloria del Creador que brillan en toda la creación ("visible" e "invisible") y en la acción salvífica de Dios en la historia del hombre. Los ángeles no son, creaturas de primer plano en la realidad de la Revelación, y, sin embargo, pertenecen a ella plenamente, tanto que en algunos momentos les vemos cumplir misiones fundamentales en nombre del mismo Dios.

4. Todo esto que pertenece a la creación entra, según la Revelación, en el misterio de la Providencia Divina. Lo afirma de modo ejemplarmente conciso el Vaticano I, que hemos citado ya muchas veces: "Todo lo creado Dios lo conserva y lo dirige con su Providencia 'extendiéndose de un confín al otro con fuerza y gobernando con bondad todas las cosas' (cf. Sg 8,1). 'Todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus ojos' (cf. He 4,13), 'hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas' " (DS 3003). La Providencia abraza, por tanto, también el mundo de los espíritus puros, que aun más plenamente que los hombres son seres racionales y libres. En la Sagrada Escritura encontramos preciosas indicaciones que les conciernen. Hay la revelación de un drama misterioso, pero real, que afectó a estas creaturas angélicas, sin que nada escapase a la eterna Sabiduría, la cual con fuerza (fortiter) y al mismo tiempo con bondad (suaviter) todo lo lleva al cumplimiento en el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

5. Reconozcamos ante todo que la Providencia , como amorosa Sabiduría de Dios, se ha manifestado precisamente al crear seres puramente espirituales, por los cuales se expresa mejor la semejanza de Dios en ellos, que supera en mucho todo lo que ha sido creado en el mundo visible junto con el hombre, también él, imborrable imagen de Dios. Dios, que es Espíritu absolutamente perfecto, se refleja sobre todo en los seres espirituales que, por naturaleza, esto es, a causa de su espiritualidad, están mucho más cerca de Él que las creaturas materiales y que constituyen casi el "ambiente" más cercano al Creador. La Sagrada Escritura ofrece un testimonio bastante explícito de esta máxima cercanía a Dios de los ángeles, de los cuales habla, con lenguaje figurado, como del "trono" de Dios, de sus "ejércitos", de su "cielo". Ella ha inspirado la poesía y el arte de los siglos cristianos que nos presentan a los ángeles como la "corte de Dios".

Saludos

Deseo saludar a ahora a los visitantes y grupos de peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo particular, saludo a los diáconos recién ordenados de Sigüenza-Guadalajara, a las Religiosas Franciscanas de los Sagrados Corazones de Sevilla y al numeroso grupo de Padres de Familia de los Colegios Agustinos de España.

Saludo igualmente a los diversos grupos parroquiales españoles, especialmente al párroco y feligreses de El Tiemblo (Ávila), así como a los grupos de estudiantes. A todos agradezco vuestra presencia aquí y os invito a dar auténtico testimonio de vida cristiana, mientras os imparto con afecto mi bendición apostólica.




Audiencias 1986 42