Discursos 1987 40


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS CAMPESINOS EN LA EXPLANADA DEL SANTUARIO DE MAIPÚ


Viernes 3 de abril de 1987

: Queridos hermanos y hermanas,

1. Mientras venía hacia Maipú, para esta solemne coronación de la imagen de la Santísima Virgen del Carmen, daba gracias a Dios Nuestro Padre, de quien proviene todo bien, al contemplar vuestros campos y. en particular, las chacras de Maipú que vosotros cultiváis con dedicación y esfuerzo.

41 Me causa profunda alegría encontrarme en este lugar con tantos fieles de Santiago y de todo el país, en esta gran explanada del santuario nacional de Maipú. Al veros aquí, en torno a Jesús y a Maria, me parece contemplar a todos los chilenos y chilenas, que una vez más se ponen bajo el manto protector de la Virgen del Carmen, visiblemente figurado en la arquitectura del santuario.

Saludo de modo especial a los habitantes de Maipú y a todos los campesinos de Santiago, que han querido venir a honrar a la Virgen con las mejores expresiones de su tradición huasa.

2. Queridos campesinos: Vuestro trabajo posee una especial nobleza, porque constituye un servicio básico, imprescindible para toda la comunidad y porque, a través de él, realizáis vuestra vocación humana como colaboradores de Dios, en estrecho contacto con la naturaleza.

Precisamente porque el trabajo es colaboración con Dios, los cristianos no podemos conformarnos con un trabajo hecho a medias. El “Evangelio del trabajo” que nos enseñó Jesús en Nazaret durante su vida de artesano, os ha de alentar en vuestros propios quehaceres: os ha de estimular también a mejorar la propia cultura y a perfeccionar vuestra capacitación profesional.

Además de esto, el cristiano ha de integrar toda su vida profesional en la ofrenda de sí mismo que, a través de Cristo, presenta al Padre, y está llamado también a realizar su quehacer diario buscando la unión con Dios.

“El cristiano que está en actitud de escucha de la palabra de Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, –escribía en la Encíclica Laborem Exercens– sepa qué puesto ocupa su trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio” (Laborem Exercens
LE 27).

Sé muy bien que en vuestra vida y en vuestras tareas cotidianas no dejan de existir serias dificultades y acaso momentos de desaliento. El Señor no os abandona y nos invita a unir nuestro dolor a su sufrimiento redentor en la Cruz. También existen momentos de alegría y gozo, en los que nuestro corazón debe cantar y alabar a Dios. Tanto las penas como las alegrías, deben constituir un motivo para acercarnos más al Señor e impulsarnos a una vida cristiana más profunda.

El nombre de Maipú evoca gestas heroicas de los Padres de la patria. También el Señor pide ahora, a cada uno, un renovado esfuerzo orientado a adquirir las virtudes cristianas; que ese empeño no desdiga del que, en otro terreno, realizaron aquellos próceres. Así, vuestro trabajo, vivificado por los sacramentos, por la oración, por las virtudes humanas y cristianas, se convertirá en medio y ocasión de imitar a Jesús en su “ Evangelio del trabajo ”.

3. La gran Cruz de Maipú que nos preside, en la que están representadas todas las diócesis de Chile, quiera ser un símbolo de la unidad de todos los chilenos bajo este signo cristiano por excelencia. Desde la Cruz del Gólgota, Jesucristo nos entregó a su Madre para que fuera nuestra Madre. A Ella, la Santísima Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, le pedimos que nos ayude a mantener siempre esa unidad propia de los buenos hermanos, hijos de un mismo Padre que está en el cielo. Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CONSAGRACIÓN DE CHILE A LA VIRGEN DEL CARMEN

ORACIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


Santuario nacional de Maipú

Viernes 3 de abril de 1987




42 1. Te bendecimos, ¡oh Dios nuestro!, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, porque elegiste a María, desde antes de la creación del
mundo, para ser santa e inmaculada ante Ti por el amor.
En previsión de los méritos de Cristo,
la redimiste y constituiste Madre del mismo Redentor.
Por virtud del Espíritu Santo hiciste de Ella para siempre
templo de tu gloria, una nueva criatura,
primicia de la nueva humanidad.
¡Bendito seas por siempre, Señor!

2. ¡Bendita Tú entre las mujeres, Virgen María,
y bendito el fruto de tu seno, Jesús!

43 En Ti, la llena de gracia, se refleja la bondad de Dios
y el destino de la criatura humana,
para alabanza de la gloria de su gracia
con la que nos enriqueció en su Hijo muy amado,
que es nuestro Hermano e Hijo tuyo, Jesucristo.

Tú, la humilde sierva del Señor,
eres el modelo de los discípulos de Cristo
que consagran su vida a realizar la voluntad del Padre
para la venida de su reino.

3. ¡Santa María, Madre de Cristo,
Madre de Dios y Madre nuestra!

44 Bajo tu amparo nos acogemos,
a tu intercesión maternal nos confiamos.
Como Tú te consagraste totalmente a Dios,
nosotros, siguiendo tu ejemplo
y en comunión contigo,
nos consagramos a Cristo el Señor;
nos consagramos también a Ti, nuestro modelo,
porque queremos hacer en todo la voluntad del Padre,
y ser como Tú fieles a las inspiraciones del Espíritu.

4. ¡Virgen del Carmen de Maipú,
Reina y Patrona del pueblo chileno!

45 A tu corazón de Madre encomiendo la Iglesia
y todos los habitantes de Chile:
los Pastores y los fieles,
todos los hijos de esta nación.
Que bajo tu protección maternal,
Chile sea una familia unida en el hogar común,
una patria reconciliada en el perdón
y en el olvido de las injurias,
en la paz y en el amor de Cristo.
Tú que eres la Madre de la Vida verdadera,
enséñanos a ser testigos del Dios vivo,
46 del amor que es más fuerte que la muerte,
del perdón que disculpa las ofensas,
de la esperanza que mira hacia el futuro
para construir, con la fuerza del Evangelio,
la civilización del amor en una patria reconciliada y en paz.

5. ¡Santa María de la Esperanza,
Virgen del Carmen y Madre de Chile!

Extiende tu escapulario, como manto de protección,
sobre las ciudades y los pueblos, sobre la cordillera y el mar,
sobre hombres y mujeres, jóvenes y niños,
ancianos y enfermos, huérfanos y afligidos,
47 sobre los hijos fieles y sobre las ovejas descarriadas.
Tú, que en cada hogar chileno tienes un altar familiar,
que en cada corazón chileno tienes un altar vivo,
acoge la plegaria de tu pueblo, que ahora, con el Papa, de nuevo se consagra a Ti.
Estrella de los mares y Faro de luz,
consuelo seguro para el pueblo peregrino,
guía los pasos de Chile en su peregrinar terreno,
para que recorra siempre senderos de paz y de concordia,
caminos de Evangelio, de progreso, de justicia y libertad.
Reconcilia a los hermanos en un abrazo fraterno;
que desaparezcan los odios y los rencores,
48 que se superen las divisiones y las barreras,
que se unan las rupturas y sanen las heridas.
Haz que Cristo sea nuestra Paz,
que su perdón renueve los corazones,
que su Palabra sea esperanza y fermento en la sociedad.

6. ¡Madre de la Iglesia y de todos los hombres!

Inspira y conserva la fidelidad a Cristo
en la nación chilena y en el continente latinoamericano.
Mantén viva la unidad de la Iglesia bajo la cruz de tu Hijo.
Haz que los hombres de todos los pueblos,
reconozcan su mismo origen y su idéntico destino,
49 se respeten y amen como hijos del mismo Padre,
en Cristo Jesús, nuestro único Salvador,
en el Espíritu Santo que renueva la faz de la tierra,
para gloria y alabanza de la Santísima Trinidad.
Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


A LOS ENFERMOS DEL CENTRO «HOGAR DE CRISTO»


Santiago de Chile

Viernes 3 de abril de 1987



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En el curso de mi visita pastoral a la Iglesia en Chile no podía faltar este encuentro con los enfermos y con el personal que los asiste. Es para mí un deber, que siento de veras en mi corazón de Pastor, venir hasta vosotros, que sois la parte del redil de la Iglesia más probada por el dolor, y hacerla objeto de una especial expresión de afecto. Y junto con vosotros, hermanos enfermos de esta sección del Hogar de Cristo, tengo también presentes en mi pensamiento, con inmenso cariño, las demás secciones de esta gran iniciativa de caridad que dejara asentada en Chile el Siervo de Dios padre Alberto Hurtado Cruchaga, de la Compañía de Jesús; tengo presentes a los ancianos y a los niños que aquí han encontrado su hogar; pienso también en todos los enfermos de Chile que se hallan en este momento en los hospitales, clínicas y asilos, así como a los que se encuentran en sus propias casas asistidos por sus familiares. A todos os quiero expresar mi amor en Cristo y mi cercanía en el sufrimiento, pues, como miembros de la misma Iglesia de Cristo, “si sufre un miembro todos los demás sufren con él” (1Co 12,36).

Mi presencia entre vosotros la inspira también el ferviente deseo de consolaros en vuestra tribulación y dar así testimonio de que Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, es “el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo” (2Co 1,3). El amor que nos une, la fe y la esperanza que compartimos, son “el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios” (Ibíd., 1, 4).

2. Consciente de esto, la comunidad cristiana, la Iglesia en Chile, ha de dar testimonio de especial predilección por sus miembros sufrientes. La Iglesia demuestra su vitalidad por la magnitud de su caridad. No existe mayor desgracia para ella que el enfriamiento de su amor. La Iglesia no ha de ahorrar esfuerzo en mostrar entrañas de misericordia hacia los más necesitados y hacia todas las personas víctimas del dolor: aliviándolos, sirviéndolos y ayudándoles a dar un sentido salvífico a sus sufrimientos. También en esto nos ilumina la figura del padre Hurtado, hijo preclaro de la Iglesia y de Chile. El veía a Cristo mismo en sus niños desamparados y en sus enfermos. ¿Podrá también en nuestros días el Espíritu suscitar apóstoles de la talla del padre Hurtado, que muestren con su abnegado testimonio de caridad la vitalidad de la Iglesia? Estamos seguros que sí; y se lo pedimos con fe.

50 A vosotros, queridos enfermos de todo el país, confío esta intención. Que vuestra plegaria, que es participación en la cruz de Cristo, llegue hasta Dios y que El siga derramando en abundancia la gracia que renueve el ardor de caridad en la Iglesia en Chile, y suscite vocaciones de entrega generosa a los hermanos más necesitados. ¡Cuántos jóvenes han descubierto su vocación de consagración total a Dios precisamente en los ambientes de dolor, asistiendo a los enfermos!

3. Vosotros, los probados por el sufrimiento, sois piedras vivas, apoyo de la Iglesia. Por eso os repito hoy la exhortación que hacía en mi Carta Apostólica Salvifici Doloris: “Os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad” (Salvifici Doloris, 31) .

El misterio de la compasión encuentra en el corazón de la madre una infinita capacidad de acogida Volvemos por ello nuestros ojos confiados a María, consuelo de los afligidos, para que, como mujer fuerte a los pies de la cruz de Jesús, siga intercediendo por sus hijos más necesitados haciéndoles sentir su solicitud maternal.

Al renovar mi expresión de caridad hacia todos vosotros y mi confianza en el valor salvífico de vuestro dolor, os pido que ofrezcáis vuestro sufrimiento por la reconciliación de la gran familia chilena: para que reine el amor entre todos y para que en el mundo fluya como un río la paz.

A todos los enfermos de Chile, a sus familias, y a cuantos con abnegación y espíritu cristiano se dedican a su asistencia, imparto con afecto mi Bendición Apostólica.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


A LOS REPRESENTANTES DEL MUNDO DE LA CULTURA


Universidad Católica de Santiago de Chile

Viernes 3 de abril de 1987



Eminentísimos señores cardenales,
excelentísimos señores obispos,
señores rectores, autoridades académicas y profesores,
responsables de la pastoral universitaria,
51 amigos todos de la cultura y de la ciencia,
queridos estudiantes, señoras y señores:

1. En mi visita a vuestra noble nación no podía faltar un encuentro con vosotros, que representáis el mundo de la cultura, de la ciencia y de las artes. En visitas a países de tradición católica, es osta una cita obligada que me llena de gozo y a la cual atribuyo una especialísima importancia.

Las incomprensiones y malentendidos que pudo haber en el pasado, con respecto a determinados postulados de la ciencia, han sido felizmente superados, y entre la Iglesia y la cultura existe hoy un diálogo vivo, cordial y fecundo. Permitidme que lo repita también aquí entre los exponentes de la intelectualidad y del mundo universitario chileno La Iglesia necesita de la cultura, así como la cultura necesita de la Iglesia. Se trata de un intercambio vital y. en cierto modo, misterioso, que conlleva el compartir bienes espirituales y materiales que a ambos enriquecen.

Me dirijo también en esta ocasión a los “constructores de la sociedad”, con el deseo de alentarles en sus quehaceres en favor del bien común. Heme aquí pues entre vosotros, para deciros, con mi presencia y mi palabra, lo mucho que la Iglesia os necesita y. recíprocamente, lo mucho que vosotros podéis recibir de ella para dar satisfacción a muchas de las exigencias de vuestra misión y vocación científica y profesional.

2. Frente a los amplios horizontes que os ofrece el mundo creado por Dios, dentro del cual el hombre, gloria de la creación, desarrolla su actividad transformadora y humanizadora, habéis de asumir con plena conciencia la singular responsabilidad que compartís con los hombres de la cultura y de la ciencia del mundo entero. La ciencia y la cultura no tienen fronteras.

De modo más concreto y específico, vuestra responsabilidad se proyecta sobre la nación y sobre el pueblo chileno y es una responsabilidad moral que tenéis ante Dios y ante vuestros conciudadanos. Es éste un compromiso primario, que hoy la Iglesia os quiere recordar con afecto y para cuyo desempeño os ofrece su apoyo y colaboración.

La cultura de un pueblo –en palabras del documento de Puebla de los Ángeles– es «el modo particular como los hombres cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismo y con Dios (Gaudium et spes
GS 53) de modo que puedan llegar a "un nivel verdadera y plenamente humano" (Ibíd.)» (Puebla, 386).

La cultura es, por tanto, “el estilo de vida común” (Gaudium et spes GS 53) que caracteriza a un pueblo y que comprende la totalidad de su vida: “el conjunto de valores que lo animan y de desvalores que lo debilitan... las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran, es decir, las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social” (Puebla, 387). En una palabra, la cultura es, pues, la vida de un pueblo.

Pero sois vosotros, hombres del mundo de las letras, de las ciencias y de las artes, quienes, además de participar intensamente de esta vida, estáis en condiciones de detectar y analizar los rasgos característicos de la cultura de vuestro pueblo. Sois vosotros los que descubrís y. en cierta medida, podéis iluminar la trayectoria del devenir cultural, sugiriendo, a veces, nuevos derroteros.

3. En este sentido el mundo de la cultura es parte de la conciencia del pueblo; es por ello que vosotros estáis llamados a tomar parte activa en la configuración de dicha conciencia.

52 “El hombre vive una vida verdaderamente humana, gracias a la cultura” (Discurso a la Unesco, n. 6, 2 de junio de 1980). La cultura, por su parte, en la variedad y riqueza de su creatividad, da razón de que el hombre es un ser distinto y superior al mundo que lo rodea. Por esto, “el hombre no puede estar fuera de la cultura” (Ibíd.).

Del reconocimiento de su condición como “ser distinto y superior” surgen simultáneamente en el hombre el interrogante antropológico y el ético. Y sobre este fundamento arraiga lo esencial de toda cultura, es decir, “ la actitud con que un pueblo afirma o niega una vinculación religiosa con Dios ”; lo cual conduce, a que “la religión o la irreligión sean inspiradoras de todos los restantes órdenes de la cultura –familiar, económico, político, artístico, etc.– en cuanto los libera hacia un último sentido trascendente o los encierra en su propio sentido inmanente” (Puebla, 389).

4. Ved, pues, la ardua tarea y grave responsabilidad que aguarda a todo hombre que se precia del título de hombre de cultura. Permitidme en esta circunstancia recordaros algunas de ellas, que me parecen particularmente urgentes. En primer lugar, se hace necesario un proceso de reflexión, que desemboque en una renovada difusión y defensa de los valores fundamentales del hombre en cuanto tal, en su relación con sus semejantes y con el medio físico en que vive. A este respecto, os aliento encarecidamente a que sepáis presentar en su justa imagen una cultura del ser y del actuar. “ El "tener" del hombre no es determinante para la cultura, ni es factor creador de cultura, sino en la medida en que el hombre, por medio de su "tener", puede al mismo tiempo "ser" más plenamente hombre en todas las dimensiones de su existencia, en todo lo que caracteriza su humanidad” (Discurso a la Unesco, n. 7, 2 de junio de 1980). Una cultura del ser no excluye el tener: lo considera como un medio para buscar una verdadera humanización integral, de modo que el "tener" se ponga al servicio del "ser" y del "actuar".

En términos concretos, esto significa promover una cultura de la solidaridad que abarque la entera comunidad. Vosotros, como elementos activos en la conciencia de la nación y compartiendo la responsabilidad de su futuro, debéis haceros cargo de las necesidades que toda la comunidad nacional ha de afrontar hoy. Os invito, pues, a todos, hombres de la cultura y “constructores de la sociedad”, a ensanchar y consolidar una corriente de solidaridad que contribuya a asegurar el bien común: el pan, el techo, la salud, la dignidad, el respeto a todos los habitantes de Chile, prestando oído a las necesidades de los que sufren. Dad cumplida y libre expresión a lo que es justo y verdadero y no os sustraigáis a una participación responsable en la gestión pública y en la defensa y promoción de los derechos del hombre.

No se me oculta que también vosotros tenéis que hacer frente cada día a no pocas dificultades. Las particulares circunstancias por las que atraviesa el país han creado, también en vuestras filas, una cierta desorientación e inseguridad.

5. La Iglesia, en esta hora cargada de responsabilidades, os acompaña en vuestra ineludible misión de buscar la verdad y de servir sin descanso al hombre chileno. Desde su propio ámbito os alienta a profundizar en las raíces de la cultura chilena; a robustecer vuestra función dentro de la comunidad con niveles de competencia científica cada vez más serios y rigurosos, y evitando la tentación de aislamiento respecto de la vida real y de los problemas del pueblo. De este modo, prestaréis una magnífica e insustituible contribución a la toma de conciencia de la identidad cultural por parte de vuestro pueblo.

La identidad cultural supone tanto la preservación como la reformulación en el presente de un patrimonio pasado, que pueda así ser proyectado hacia el futuro y asimilado por las nuevas generaciones. De esta manera, se asegura a la vez la identidad y el progreso de un grupo social.

En el pueblo, que conserva de manera notable la memoria del pasado y está expuesto en forma directa a las transformaciones del presente, vosotros podréis encontrar las raíces de aquellas peculiaridades que hacen de la vuestra una cultura que tiene ciertos rasgos comunes con la de otras naciones del mundo latinoamericano, una cultura chilena, cristiana y católica, una cultura noble y original.

6. Si el caminar solidario con el pueblo es garantía de permanencia de una memoria fiel a sus raíces y de profundización en lo que pudiera llamarse la identidad cultural de la nación, la opción preferencial por los jóvenes es garantía de futuro.

La cultura es una realidad inserta en el devenir histórico y social (Gaudium et spes
GS 53). La sociedad la recibe, la modifica creativamente y la transmite sin pausa, a través del proceso de la tradición generacional (cf. Puebla, 392). Los jóvenes son, por naturaleza, uno de los vehículos de transmisión y de transformación de la cultura.

La presencia de los jóvenes en la universidad contribuye a hacer de ésta un centro ideal para la gestación de las renovaciones culturales que, en el transcurso del tiempo, fomente el desarrollo de la persona humana en todas sus capacidades. De ahí que la Iglesia, desde el campo que le es propio, pretenda renovar y reforzar los vínculos que la ligan a la institución universitaria de vuestro país desde su mismo nacimiento.

53 Lejos de pretender restaurar antiguas formas de mecenazgo hoy día impracticables, la Iglesia, movida por su indeclinable vocación de servicio al hombre, dirige su llamada a todos los intelectuales chilenos –comenzando por los propios hijos de la Iglesia– para que lleven a cabo esa labor integradora, propia de la verdadera ciencia, que asiente las bases de un auténtico humanismo. En esta perspectiva, cobra actualidad aquel proceso siempre nuevo que el documento de Puebla llama “evangelización de las culturas” (Ibíd., 385).

7. Dicha evangelización se dirige al hombre en cuanto tal. Partiendo de la “ dimensión ” religiosa, tiene en cuenta a todo el hombre y se esfuerza por llegar a él en su totalidad. Una genuina evangelización de las culturas ha de seguir obligatoriamente esta trayectoria, puesto que, en última instancia, es el hombre el primer artífice y el beneficiario de la cultura.

En este quehacer las universidades juegan un papel particularmente importante. Ellas se presentan como instituciones con vocación de servicio al hombre como tal, sin subterfugios ni pretextos.

A este respecto, yo diría que corresponde a las Universidades Católicas, y en particular a esta Pontificia Universidad Católica de Chile, una tarea que puede considerarse institucional. Permitidme que, en esta circunstancia, dirija un saludo de aprecio a esta benemérita Universidad, que en esta mañana nos acoge, expresándole mi reconocimiento por la labor realizada y mi aliento a proseguir en la consecución de los objetivos propios de una Universidad Católica: calidad y competencia científica y profesional; investigación de la verdad al servicio de todos; formación de las personas en un clima de concepción integral del ser humano, con rigor científico, y con una visión cristiana del hombre, de la vida, de la sociedad, de los valores morales y religiosos (Discurso a los estudiantes de las Universidades católicas de México, 31 de enero de 1979); participación en la misión de la Iglesia en favor de la cultura. En todo este cometido es preciso tener presente que la “Universidad Católica debe ofrecer una aportación específica a la Iglesia y a la sociedad”, y que ella encuentra “su significado último y profundo en Cristo, en su mensaje salvífico, que abarca al hombre en su totalidad, y en las enseñanzas de la Iglesia” (Ibíd.).

8. A esta Universidad, que por ser Pontificia goza de particulares vínculos con la Sede Apostólica, dirijo un llamado apremiante a un renovado esfuerzo en su trayectoria de servicio al hombre y a la sociedad chilena por amor a Dios, profundizando en aquella visión moral y espiritual de la persona con la que el Concilio Vaticano II, particularmente en la Constitución Gaudium et spes, ha querido dar respuesta no sólo a las esperanzas, sino también a las angustias y a los problemas del hombre moderno.

Partiendo de la propia vocación y de su identidad cristiana y católica, la Universidad y todos los miembros que la componen, deben convertirse en testimonio de verdad y justicia, y dar testimonio, juntamente con los demás centros universitarios, de los valores morales ante la nación. Esto comporta para ella –en fecundo diálogo entre el orden revelado y las ciencias “humanas”, en expresión de Santo Tomás de Aquino– (Summa Theologiae, I q. 1, a. 1) fidelidad al Magisterio de la Iglesia; comporta profundización y divulgación de aquellos principios que forman parte del patrimonio irrenunciable de la doctrina católica; comporta adhesión a aquellas enseñanzas que la Iglesia ha venido explicitando en campo social (cf. Puebla, 475).

Por otra parte, queda fuera de toda duda que en su servicio a la cultura han de mantenerse claramente algunos principios: la identidad de la fe sin adulteraciones, la apertura generosa a cuantas fuentes exteriores de conocimiento puedan enriquecerla y el discernimiento crítico de esas fuentes conforme a aquella identidad.

Sin la identidad inamovible de la fe cristiana, los préstamos exteriores se convierten en fáciles y transitorios sincretismos que el tiempo disipa. Sin la necesaria apertura a esas otras fuentes –tan variadas y ricas en nuestra época– el pensamiento cristiano se angosta y queda atrás. Y sin el indispensable discernimiento crítico, se producen síntesis aparentes y ruinosas que tanto dañan hoy mismo la conciencia de los fieles. El Papa urge en forma especial a los creyentes a no caer en la tentación de recurrir a ideologías ateas, o transidas de materialismo teórico o práctico, o cautivas del principio de la inmanencia o inmanentismo, y. en general, incompatibles con la fe cristiana. Más aún, el solo pensar ideológico, en el sentido actual de esta expresión, ya lleva consigo simplificaciones o reducciones frente a las cuales la conciencia cristiana debe mantenerse en guardia, atenta a la diferencia que media entre la doctrina y la ideología.

9. En las proximidades del tercer milenio, la humanidad se encuentra en el trance de un proceso de cambio sin precedentes, “que no podrá tener lugar en el sentido de la salvación, más que en virtud de una cultura nueva, de dimensiones planetarias” (Discurso al mundo de la cultura de Florencia, n. 8, 18 de octubre de 1986) .

A la Iglesia en Latinoamérica, y en particular a la Iglesia que peregrina en Chile y a esta noble nación, en la vigilia de las celebraciones del V centenario del comienzo de la evangelización del continente americano, se le pide su aporte original en la formación de una síntesis renovada que ofrezca respuestas adecuadas a la “nueva época de la historia humana” ((Gaudium et spes
GS 54).

Al agradecer vuestra presencia, deseo reiterar mi profunda estima por la labor que desempeñáis en favor de la cultura, y a la vez alentaros en vuestros esfuerzos por hacer de nuestro mundo un lugar más fraterno, humano y acogedor y, por lo mismo, más digno de Dios.

54 Elevo mi plegaria al Altísimo para que os conceda la fuerza necesaria para seguir trabajando al servicio de Chile. A todos los presentes, a vuestras familias y a las instituciones que representáis imparto con afecto mi bendición apostólica.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


AL CUERPO DIPLOMÁTICO


Sede de la Nunciatura Apostólica, Santiago de Chile

Viernes 3 de abril de 1987



Excelencias,
señoras,
señores:

1. Esta visita pastoral a Chile me ha deparado la grata oportunidad de encontrarme con vosotros, distinguidos Jefes de las Misiones diplomáticas acreditadas en esta noble nación. En mis peregrinaciones por diversos países del mundo, es siempre para mí motivo de grata complacencia poder saludar a los miembros del Cuerpo Diplomático, y manifestarles personalmente mi vivo aprecio, por la permanente labor de servicio que desempeñan en pro de sus respectivos pueblos y Gobiernos, en favor de la pacífica convivencia internacional. Por eso, en estos momentos, siento una profunda satisfacción al dirigiros estas palabras de saludo. En vuestras personas, deseo saludar a las diversas naciones de las que sois tan altos como dignos representantes.

Cada uno de vosotros tiene naturalmente sus propios orígenes y quizá también distinta procedencia cultural. Como consecuencia, es muy probable que sea diversa vuestra visión de la vida, y vuestra percepción de la realidad internacional. Sin embargo, todos coincidís en una misión noblemente unificadora: la de ser constructores de puentes de colaboración y de concordia entre los países.

2. La Iglesia en general, y la Santa Sede en particular, trabajan también por la consecución de estos objetivos. Pero como su acción no está limitada por el horizonte del tiempo, sino que se proyecta a la eternidad, su cometido es de carácter religioso, trascendente. Sin embargo, al llevar a cabo la obra evangelizadora en el devenir histórico, y siendo el hombre de todos los tiempos el destinatario de su mensaje de salvación, no puede dar la espalda a los grandes problemas del mundo; y. como el Buen Samaritano de la parábola evangélica, sabe que también es un deber ayudar a que el hombre siga, en su tránsito por la historia, el camino de la convivencia pacífica, la solidaridad y la colaboración.

Tal como he querido poner de manifiesto desde el comienzo de este viaje –durante mi escala en Uruguay– esta visita pastoral a Chile y Argentina reviste un significado especial de celebración de la paz entre ambas naciones. El Tratado de Paz y Amistad al que, con la ayuda del Todopoderoso, felizmente condujo el “ iter ” de la Mediación, ha reafirmado la voluntad concorde de paz de ambos países y de sus gobernantes, y la ha proyectado hacia el futuro en términos de renovada solidaridad y de prometedora colaboración.

Este Acuerdo no sólo constituye una inestimable contribución al reforzamiento de una convivencia armónica en esta zona de América, sino que representa además el valor de un elocuente testimonio para las relaciones entre todas las naciones de la tierra, pues ha hecho patente la eficacia de un principio que ha de inspirar siempre esas relaciones: la disponibilidad al diálogo. En todos los niveles de la vida humana es indispensable esta actitud, que impulsa a buscar puntos de contacto, a estudiar soluciones constructivas y. en consecuencia, a evitar enfrentamientos que puedan poner en peligro la convivencia pacífica o la estabilidad internacional.

55 3. Durante los años de vuestro servicio diplomático seguramente habréis tenido ocasión de conocer la incesante obra que ha hecho y sigue haciendo la Sede Apostólica por la promoción y la defensa de los derechos de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Es éste un modo muy actual de cumplir con la labor de servicio al hombre que ha llevado a cabo la Iglesia desde los primeros momentos de su historia, consciente de que así cumple el mandato evangélico de la caridad, el cual ha de ser el distintivo cristiano de todos los tiempos.

De hecho, la fraternidad humana, verdadera piedra angular del edificio social, es un imperativo irrenunciable en la vida de cada nación, en la vida de todos los pueblos del planeta. Como he escrito en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del presente año, “ una vez aceptado el hecho de que todos somos hermanos y hermanas en el seno de la humanidad, podremos consiguientemente modelar nuestras actitudes en la vida, en la perspectiva de la solidaridad que a todos nos hace una misma cosa ”.

4. Excelencias, señoras, señores: Estos son los votos que formulo también aquí, frente a vosotros, representantes de un buen número de naciones del mundo: ¡Que la estrella de la fraternidad humana guíe siempre los pasos de los hombres y de las naciones, y que todos se reconozcan hijos de un mismo Padre que está en los cielos!

Mientras tanto, invoco las más abundantes bendiciones de Dios Todopoderoso sobre vuestras personas, vuestras familias y vuestros pueblos.





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