Discursos 1987 55


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


A LOS DELEGADOS DE LA COMISIÓN ECONÓMICA


PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE (CEPALC)


Santiago de Chile

Viernes 3 de abril de 1987



Excelencias,
señoras y señores:

1. Es para mí un gran placer tener este encuentro en la sede chilena de la “Comisión Económica para América Latina y el Caribe” y deseo, en primer lugar expresar mi más cordial saludo y agradecimiento a todos los presentes; en particular, al Señor Secretario Ejecutivo de la CEPALC por la gentileza de invitarme y por sus amables palabras de bienvenida.

Mi saludo se dirige igualmente a todo el personal de esta casa, centro principal de las Naciones Unidas en la región, a los señores representantes de organismos, agencias y entidades, así como a todos los distinguidos invitados.

Mi presencia hoy aquí prolonga y reafirma la actitud de apoyo y colaboración que mis predecesores, de feliz memoria, han brindado a la Organización de las Naciones Unidas, y que yo mismo quise hacer patente desde el comienzo de mi pontificado.

56 Misión de la CEPALC en el mundo económico. Interés de la Iglesia en los problemas económicos como servicio al hombre. Su doctrina social.

2. Vuestra finalidad más importante es la de estudiar la situación económico-social de la región, formular y sugerir políticas económicas, y realizar proyectos de cooperación internacional, para bien de esta vastísima área del planeta, de cuya inicial evangelización nos preparamos gozosamente a celebrar su quinto centenario.

El solo enunciado de vuestra tarea permite ya comprender el gran interés que por ella siente la Iglesia. Compartimos un mismo problema bajo perspectivas que aunque sean diversas, no dejan de ser a un tiempo complementarias. En efecto, lo que constituye una preocupación para vuestro pensamiento, es también objeto de solicitud, de continuo desvelo para la Iglesia, cuya misión se centra en servir al hombre en la plenitud de sus dimensiones, como creatura de Dios y como destinatario de la salvación en Cristo. Es bajo la luz propia de la ley divina natural y de la doctrina social de la Iglesia que deseo en esta tarde reflexionar con vosotros acerca de algunos temas de particular urgencia, y que a todos nos afectan.

3. Vuestros estudios señalan que, no obstante la diversidad de las economías nacionales, la crisis sufrida como conjunto, entre 1981 y 1985, ha sido la más seria y profunda del último medio siglo; y que, a pesar de que no faltan signos de recuperación en el periodo más reciente, sin embargo queda en pie un hecho dramático: durante ese lapso de tiempo el producto interno bruto “per capita” de la región bajó de modo preocupante en términos reales, mientras que aumentaba considerablemente la población, y el servicio a la deuda externa se hacía más exigente. Indicáis también que, como era previsible, los sectores más duramente afectados por la crisis son los más pobres, y que el fenómeno de la pobreza crítica tiende a la “repetición de sí mismo”, como decís, en un desalentador “círculo vicioso”. Es cierto que no os habéis limitado a un diagnóstico solamente negativo. Me alegro de saber que veis posibilidades de reajuste y progreso; las mismas, que con esperanzador denuedo, encerráis en la fórmula de un “círculo virtuoso”, de sentido inverso, entre producción, empleo, crecimiento y equidad.

4. Mas, el panorama general se presenta ciertamente sombrío. Al igual que yo, estoy seguro de que, tras el lenguaje conciso de cifras y estadísticas, vosotros descubrís el rostro viviente y doloroso de cada persona, de cada ser humano indigente y marginado, con sus penas y alegrías, con sus frustraciones, con su angustia y su esperanza en un futuro mejor.

¡Es el hombre, todo el hombre, cada hombre en su ser único e irrepetible, creado y redimido por Dios, el que se asoma con su rostro personalísimo, su pobreza y marginalidad indescriptiblemente concretas, tras la generalidad de las estadísticas! ¡Ecce homo...!

5. Ante esta perspectiva de dolor, no puedo menos de dirigir un llamado a las autoridades públicas, a la iniciativa privada, a cuantas personas e instituciones de toda la región puedan oírme, y por supuesto a las naciones más desarrolladas, convocándolas a ese formidable desafío moral que se formulaba hace un año en la Instrucción Libertatis consciencia, en los siguientes términos: “la elaboración y la puesta en marcha de programas de acción audaces con miras a la liberación socio-económica de millones de hombres y mujeres cuya situación de opresión económica, social y política es intolerable” (n. 81).

A este respecto, y en línea de principio, se os plantea un primer problema en relación con el protagonismo del Estado y de la empresa privada. Como presupuesto doctrinal, me limitaré a recordar un postulado bien conocido de la enseñanza de la Iglesia en materia social: la relación de subsidiaridad.El Estado no debe suplantar la iniciativa y la responsabilidad que los individuos y los grupos sociales menores son capaces de asumir en sus respectivos campos; al contrario, debe favorecer activamente esos ámbitos de libertad; pero, al mismo tiempo, debe ordenar su desempeño y velar por su adecuada inserción en el bien común.

Dentro de ese marco caben figuras muy diversas de correlación entre la autoridad pública y la iniciativa privada. De cara al drama de la extrema pobreza, importa sobremanera que entre ambas instancias exista una mentalidad de decidida cooperación. ¡Trabajad unidos, integrad vuestros esfuerzos, no antepongáis un factor ideológico o un interés de grupo a la indigencia del más pobre!

6. El desafío de la miseria es de tal magnitud, que para superarlo hay que recurrir a fondo al dinamismo y a la creatividad de la empresa privada, a toda su potencial eficacia, a su capacidad de asignación eficiente de los recursos y a la plenitud de sus energías renovadoras. La autoridad pública, por su parte no puede abdicar de la dirección superior del proceso económico, de su capacidad para movilizar las fuerzas de la nación, para sanear ciertas deficiencias características de las economías en desarrollo y, en suma, de su responsabilidad final con vistas al bien común de la sociedad entera.

Pero Estado y empresa privada están constituidos finalmente por personas.Quiero subrayar esta dimensión ética y personalista de los agentes económicos. Mi llamado, pues, toma la forma de un imperativo moral: ¡Sed solidarios por encima de todo! Cualquiera que sea vuestra función en el tejido de la vida económico-social, ¡construid en la región una economía de la solidaridad! Con estas palabras propongo a vuestra consideración lo que en mi último Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz llamé “un nuevo tipo de relación: la solidaridad social de todos” (n. 2). A este propósito, deseo repetir hoy aquí la convicción expresada en el reciente documento de la Comisión Pontificia “Iustitia et Pax” sobre la deuda externa: “Una cooperación que supere los egoísmos colectivos y los intereses particulares, puede permitir una gestión eficaz de la crisis del endeudamiento y, más en general, señalar un progreso en el camino de la justicia económica internacional” (Introd.).

57 7. La solidaridad como actitud de fondo implica, en las decisiones económicas, sentir la pobreza ajena como propia, hacer carne de uno mismo la miseria de los marginados y, a la vista de ello, actuar con rigurosa coherencia.

No se trata sólo de la profesión de buenas intenciones sino también de la decidida voluntad de buscar soluciones eficaces en el plano técnico de la economía, con la clarividencia que da el amor y la creatividad que brota de la solidaridad.

Creo que en esa economía solidaria ciframos todos nuestras mejores esperanzas para la región. Los mecanismos económicos más adecuados son algo así como el cuerpo de la economía; el dinamismo que les da vida y los torna eficaces —su “mística interna”— debe ser la solidaridad. No otra cosa significa, por lo demás, la reiterada enseñanza de la Iglesia sobre la prioridad de la persona sobre las estructuras, de la conciencia moral sobre las instituciones sociales que la expresan.

Vuestros informes técnicos merecen para mí una doble consideración. Por una parte, el hecho de que no se divisen soluciones de fondo a la extrema pobreza sin un aumento substancial de la producción y, por tanto, un sostenido impulso del desarrollo económico de la región entera. Por otra parte el que esa solución, en virtud de su largo plazo y de su dinámica interna, sea del todo insuficiente de cara a las urgencias inmediatas de los más desposeídos. La situación de éstos está pidiendo medidas extraordinarias, socorros impostergables. subsidios imperiosos. ¡Los pobres no pueden esperar! Los que nada tienen no pueden aguardar un alivio que les llegue por una especie de rebalse de la prosperidad generalizada de la sociedad.

Sé bien que ambos imperativos, dentro de la enorme complejidad del fenómeno económico, son sumamente difíciles de combinar, de manera que no se anulen entre sí sino que, por el contrario, se potencien recíprocamente. El Pastor que os había no tiene soluciones técnicas que ofrecer al respecto: ellas son de vuestra incumbencia como expertos. El Padre común de tantos hijos desheredados está convencido de que su adecuada articulación en una política económica coherente es posible, debe ser posible, con la convergencia de tantas voluntades moralmente solidarias y, por eso mismo, técnicamente creativas.

8. Me consuela saber que vuestros últimos estudios contemplan las estrategias para la conjunción de ambos imperativos económicos, el de largo plazo y el de urgencia inmediata. También me alegra saber que, en el centro mismo de tales estrategias, situáis la meta prioritaria de superar los altos índices de desempleo de tantos países de la región.

A las políticas de reducción del desempleo y de creación de nuevas fuentes de trabajo se ha de dar una prioridad indiscutible. Dicha prioridad, como se muestra en vuestros informes, podría decirse que tiene a su favor incluso razones puramente técnicas: entre la creación de trabajo y el desarrollo económico hay una relación recíproca, una causalidad mutua, una dinámica fundamental del “círculo virtuoso” antes señalado.

Permitidme, sin embargo, que insista en la razón profundamente moral de esta prioridad del máximo empleo. Los subsidios de vivienda, nutrición, salud, etc., otorgados al más indigente, le son del todo indispensables, pero él, podríamos decir, no es el actor, en esta acción de asistencia, ciertamente loable. Ofrecerle trabajo, en cambio, es mover el resorte esencial de su actividad humana, en virtud de la cual el trabajador se adueña de su destino, se integra en la sociedad entera, e incluso recibe aquellas otras ayudas no como limosna sino, en cierta manera, como el fruto vivo y personal de su propio esfuerzo.

Los estudios sobre la “psicología del desempleado” confirman vigorosamente esta prioridad. El hombre sin trabajo está herido en su dignidad humana. Al convertirse otra vez en trabajador activo no sólo recupera un salario, sino también aquella dimensión esencial de la condición humana que es el trabajo, y que en el orden de la gracia es, para el cristiano, su camino ordinario hacia la perfección. Vuestros cuadros más recientes del desempleo en la región son estremecedores. ¡No descansemos hasta no haber hecho posible, a cada habitante de la región, el acceso a ese auténtico derecho fundamental que es, para la persona humana, el derecho —correlativo al deber— de trabajar!

9. El trabajo estable y justamente remunerado posee, más que ningún otro subsidio, la posibilidad intrínseca de revertir aquel proceso circular que habéis llamado “repetición de la pobreza y de la marginalidad”.

Esta posibilidad se realiza, sin embargo, sólo si el trabajador alcanza cierto grado mínimo de educación, cultura y capacitación laboral, y tiene la oportunidad de dársela también a sus hijos. Y es aquí, bien sabéis, donde estamos tocando el punto neurálgico de todo el problema: la educación, llave maestra del futuro, camino de integración de los marginados, alma del dinamismo social, derecho y deber esencial de la persona humana. ¡Que los Estados, los grupos intermedios, los individuos, las instituciones, las múltiples formas de la iniciativa privada, concentren sus mejores esfuerzos en la promoción educacional de la región entera!

58 Las causas morales de la prosperidad son bien conocidas a lo largo de la historia. Ellas residen en una constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio; cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho. Ningún sistema o estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza al margen de estas virtudes; a la larga, tanto el diseño como el funcionamiento de las instituciones reflejan estos hábitos de los sujetos humanos, que se adquieren esencialmente en el proceso educativo y conforman una auténtica cultura laboral.

10. Finalmente, permitidme una palabra a propósito del importante trabajo desarrollado por el Centro Latinoamericano de Demografía (CELADE), organismo de la CEPALC. Sé bien que el aumento de la población parece sumarse a los problemas ya reseñados de la región y sentirse como una pesada carga. Os repetiré, a este propósito, las conocidas palabras del Papa Pablo VI a la FAO en 1970 “Ciertamente, ante las dificultades que hay que superar, existe la gran tentación de usar la autoridad para disminuir el número de los comensales más que multiplicar el pan a repartir”.

Aun dentro del problemático contexto de la economía, la vida humana conserva, en su núcleo más íntimo y sagrado, ese carácter intangible que a nadie es dado manipular sin ofensa a Dios y daño de la sociedad entera. Defendámoslo a toda costa ante la facilidad de las “soluciones” fundadas en la destrucción. ¡No a la anulación artificial de la fecundidad! ¡No al aborto! ¡Sí a la vida! ¡Sí a la paternidad responsable!

El desafío demográfico, como todo desafío humano, es ambivalente y ha de llevarnos a redoblar esa concentración, que antes formulé, de las mejores fuerzas de la solidaridad humana y de la creatividad colectiva, para convertir el crecimiento de la población en una formidable potencia de desarrollo económico, social, cultural y espiritual.

11. De muchos otros temas, comunes a la CEPALC y a la Sede Apostólica, hubiera deseado hablaros en esta reunión. He querido centrarme en la extrema pobreza, que está en el centro mismo de vuestra solicitud, y que es una dolorosa espina clavada en mi corazón de Padre y Pastor de tantos fieles, en los amadísimos países de esta vasta región del mundo.

Os reitero mi agradecimiento por vuestra amable invitación, que he aceptado con sumo gusto. Y elevo mi plegaria a Dios Padre Todopoderoso, a Jesucristo, Señor de la historia, y al Espíritu Santo Vivificador, mediante la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América Latina, para que sobreabunden las luces y las energías de lo alto sobre cuantos os preocupáis del progreso económico y social de los países en desarrollo, de tal modo que sea posible esta magnánima concentración de inteligencias, voluntades y trabajo creador, exigida imperiosamente por la actual encrucijada de los países todos de América Latina y el Caribe.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


A LA COMUNIDAD POLACA DE CHILE


Santiago de Chile

Viernes 3 de abril de 1987




1. Ya es casi una tradición que, en el curso de mis viajes pontificios, me encuentre también con mis compatriotas presentes en un país determinado. A veces se trata de una emigración antigua, muy antigua, y a menudo de una «emigración por la independencia», vinculada a las consecuencias de la segunda guerra mundial. También encuentro a los compatriotas que han dejado la Patria de modo temporáneo, en virtud de contratos de trabajos. Asimismo toman parte a estos encuentros, a veces, quienes no hablan bien la lengua polaca, en algunos casos no la conocen en absoluto, y sin embargo se sienten en algún modo unidos a esta gran comunidad, a la gran familia que forman los polacos del mundo entero, oriundos de las mismas raíces, de la misma Patria.

2. Me alegra mucho el hecho de que, en el programa de mi servicio pastoral en Chile, se haya podido incluir un encuentro con ustedes. Doy la bienvenida y saludo cordialmente a todos y a cada uno de los aquí presentes; saludo al sacerdote que se ocupa de ustedes, y a todos los sacerdotes polacos, y las religiosas polacas. En ustedes y a través de ustedes, saludo a todos los hermanos y las hermanas que viven en tierra chilena.

3. La presencia de polacos en este país destaca la página tan hermosa y excepcional escrita por la vida y la obra de nuestro gran compatriota Ignacy Domeyko (1802-1899), de quien se celebrará el centenario de su muerte dentro de dos años.

59 4. Ese emigrante polaco, amigo de Mickiewicz (y recordado por éste bajo el nombre de «Zegota» en la tercera parte de «Dziady» («Antepasados»), fue un hombre de gran talla intelectual y religiosa. Después de realizar sus estudios en París, en 1838 llegó a Chile, que entonces ya era un país independiente. Aquí creó las bases científicas para la explotación de las riquezas naturales, y se ocupó de la organización de la ciencia y de la educación. Durante largos años fue profesor y luego rector magnífico de la Universidad en Santiago. Realizó diversos descubrimientos arqueológicos y, entre otras cosas, una parte de los Andes lleva el nombre de Domeyko. Defendió los derechos humanos y la cultura autóctono de araucanos. Fue reconocido por los chilenos como uno de los más beneméritos en lo que se refiere al desarrollo económico y cultural de este país. También hay que decir, en el espíritu del Concilio Vaticano II, que Ignacy Domeyko fue "regalo" particular de la nación e Iglesia polacas para Chile, para la Iglesia y la nación chilena. Hasta el final de su vida conservó un profundo vínculo espiritual con nuestra Patria.

5. ¡Queridas hermanas y hermanos en Cristo! Cada uno de nosotros tiene su propia vocación en la vida. La Providencia ha querido que ustedes, procedentes de Polonia, realizaran vuestra vocación humana y a la vez cristiana aquí, en Chile. Al hacer eso, debéis elevar a esta sociedad toda vuestra riqueza: del espíritu, del corazón, de la personalidad de vuestra humanidad. Debéis sin embargo, al construir esta realidad nueva, recordar que no debéis perder esos valores que son vuestro patrimonio transmitido por vuestros padres o antepasados. Esos valores humanos y cristianos sacan en linfa vital del tronco común de pertenencia a la cultura y la tradición polaca a la que pertenecéis.

6. En el comienzo he hablado de la gran comunidad formada por los polacos que viven en la Patria y fuera de sus fronteras. Se ha formado en el curso de mil años basándose en el Evangelio y la Eucaristía. Los polacos que viven fuera del país sienten profundamente todo cuanto se refiere a la vida de la Patria: sus preocupaciones, tristezas, fracasos, esperanzas, y alegrías, nuestros compatriotas en el país y toda la Iglesia en Polonia intentan ser receptivos para los problemas de la emigración polaca y darle ayuda espiritual.

Durante el mes de junio próximo, la Iglesia en Polonia celebrará el Congreso Eucarístico, al cual, si Dios quiere, debería tomar parte. Sería deseable que vuestra sensibilidad a los problemas de la Patria y nuestro vínculo espiritual con ella encontrase su expresión en el encuentro con los compatriotas en el «pan único», en el pan eucarístico. Ya que hay un solo pan, nosotros, a pesar de nuestro gran número seamos un solo cuerpo; «Todos, en efecto, participamos del único pan», según dice San Pablo Apóstol (
1Co 10,17).

¡Queridos hermanos y hermanas! Con ocasión del encuentro de hoy, deseo a vuestras familias, a los niños, a los ancianos, a quienes sufren y a vosotros de conservar fielmente este patrimonio rico de fe, de esperanza y de caridad, grabados en vuestros corazones por generaciones enteras de antepasados vuestros. Multiplicad esa riqueza mediante el trabajo por la edificación de una sociedad en la que florecerán plenamente la justicia y la paz de Cristo. Encomendándoos a todos a la protección de la madre de Cristo, la Reina de Polonia de Jasna Gora, os bendigo de corazón: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.





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A UN GRUPO DE DIRIGENTES POLÍTICOS CHILENOS


Santiago del Chile

Viernes 3 de abril de 1987



Señoras y señores:

Me siento complacido en tener este encuentro con vosotros, en el curso de mi visita pastoral a Chile, y poder así saludaros y dirigiros mi palabra, que quiere ser portadora del mensaje del Evangelio y de sus valores universales de fraternidad, justicia, paz y libertad.

La Iglesia –como ha puesto de relieve el Concilio Vaticano II– “no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno” (Gaudium et spes GS 76). Mas, también es verdad que ella, como exigencia de la misión que ha recibido de Jesucristo, ha de proyectar la luz del Evangelio, también sobre las realidades temporales, incluida la actividad política, para hacer que brillen cada vez más en la sociedad aquellos valores éticos y morales que pongan de manifiesto el carácter trascendente de la persona y la necesidad de tutelar sus derechos inalienables.

Como Pastor de la Iglesia deseo que reflexionéis conmigo sobre algunos puntos que se derivan de este principio de inspiración evangélica: la comunidad política está en función de la persona humana y al servicio de ella. En efecto, como enseña la Constitución conciliar sobre la Iglesia en el mundo actual, “el bien común abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección” (Gaudium et spes GS 74).

60 Convencerse y luego reconocer que la convivencia nacional debe basarse sobre principios éticos es algo que lleva consigo determinadas consecuencias para todos y cada uno de los ciudadanos de una determinada nación, en nuestro caso, para Chile.

En primer lugar, considero necesario que toda contribución al crecimiento global de Chile ha de inspirarse siempre en el respeto y la promoción de las ricas tradiciones cristianas, con las que se sienten identificados la mayoría de los chilenos. De estas raíces profundas y vivas será de donde, con la ayuda de Dios, brotarán renuevos portadores de abundantes frutos.

La fidelidad a dicho patrimonio espiritual y humano exige un desarrollo armónico, un esfuerzo conjunto de voluntades y de acciones, que tienda a la reconciliación nacional en un espíritu de tolerancia, de diálogo y de comprensión. Nadie debe sustraerse de tomar parte activa, responsable y generosamente, en esta obra común. La justicia y la paz dependen de cada uno de nosotros.

Este clima de colaboración y de diálogo será tanto más fructuoso, a medida que se vayan superando los intereses particulares en aras del bien común superior de la nación y en el respeto a los derechos del hombre, de todo hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, en nombre del Evangelio, os pido a todos rechazar decididamente la tentación del recurso a la violencia, lo cual es siempre indigno del hombre; y. por el contrario, inspirar las propias acciones en el amor, la confianza mutua, la esperanza.

Acoged este mensaje como expresión de mi solicitud como Pastor de toda la Iglesia y del amor que siento por el pueblo chileno, que en su mayoría es parte viva de la Iglesia de Cristo. No escatiméis ningún medio a vuestro alcance para que este mensaje se haga realidad en la vida social chilena. Podéis estar convencidos de que la fraternidad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no es una utopía, sino el resultado del esfuerzo de todos en favor del bien común.

La paz, señoras y señores, es fruto de la justicia. Es por ello una tarea común, a la que todos han de aportar su decidido apoyo para hacer así realidad en la vida chilena lo que el Concilio llama “ la viva conciencia de la dignidad humana ”.

Hago votos para que también vosotros, en vuestra vida y en vuestras actividades, deis testimonio de estos ideales. De esta manera podréis hacer un gran servicio a vuestro país: contribuiréis a la superación de las tensiones presentes, favoreceréis el proceso de reconciliación nacional y estimularéis la búsqueda de toda iniciativa capaz de asegurar a esta amada nación un futuro digno de sus más nobles tradiciones civiles y religiosas

A la vez que os aliento en esta noble tarea, que exige por parte de todos sabiduría, prudencia y generosidad, dirijo mi plegaria al Señor, a quien los cristianos invocamos como “Príncipe de la Paz” (
Is 9,6), para que su paz reine en el corazón de todos los chilenos.





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SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA CIUDAD DE CONCEPCIÓN


Sábado 4 de abril de 1987



Queridos hermanos y hermanas:

¡Alabado sea Jesucristo!

61 1. Guiado por la Providencia divina llego hoy a vuestra acogedora ciudad, a la que sus fundadores y los primeros misioneros dieron el nombre de la Santísima Concepción, uniendo de esa manera para siempre su nombre con el recuerdo de la Virgen María y poniéndola bajo su maternal protección. Y es feliz coincidencia que llegue hasta vosotros en un sábado, día que la Iglesia consagra a la memoria de la Virgen.

En esta etapa de mi viaje apostólico por tierras chilenas abrigo el deseo de que todo el pueblo, con voz unánime pueda decirle a la Virgen María, como yo le digo: “Totus tuus”: ¡Todo tuyo soy, oh María!

La Virgen de Nazaret, la llena de gracia que se consagró por entero a la voluntad del Padre nos exhorta a vivir en unión con Ella y a imitar sus virtudes y su fidelidad a Cristo en plena sintonía con el Evangelio, siguiendo sus pasos y meditando sus palabras, para hacerlo carne y vida en el mundo de hoy. De esta manera Dios continuará penetrando profundamente en la historia de los hombres como lo hizo mediante la encarnación del Verbo, por obra del Espíritu Santo con la cooperación de María.

2. Saludo al señor arzobispo, a su obispo auxiliar, así como a las autoridades, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y a todo el Pueblo de Dios de esta arquidiócesis de Concepción. Agradezco vivamente vuestra cordial acogida y la preparación espiritual con la que habéis querido que esta visita del Papa sea un momento culminante de comunión eclesial en la fe, en la oración y en el amor.

Quisiera poder entrar en vuestras casas, saludaros personalmente, visitar y consolar a vuestros enfermos; deseo haceros sentir la presencia amorosa de Dios, nuestro Padre, en la renovada experiencia de que la Iglesia es la familia de los salvados en Cristo.

Sobre todo, en ese santuario doméstico que es el hogar, dentro del cual se cultivan la fe y el amor, de los que se nutren las demás virtudes y toda la vida cristiana. Quisiera asimismo reunirme con vosotros para orar juntos a Dios, Padre de misericordia y de todo consuelo, que está en los cielos.

En espera de poder celebrar mañana domingo, día del Señor, el encuentro con Cristo en la Eucaristía, dedicado de manera especial al mundo del trabajo, os reitero mi saludo y os expreso la alegría de poder estar en medio de vosotros y compartir vuestros mejores sentimientos.

3. Es Cristo el que nos une y el que nos convoca en su nombre y con su presencia cuando juntos oramos al Padre, como vamos a hacerlo ahora, al final de la jornada, desde aquí y ante el altar familiar de vuestras casas.

Cuando declina el día y llega la noche, parece que brota espontánea en nuestros labios la plegaria de los discípulos de Emáus: “Quédate con nosotros porque anochece” (cf. Lc
Lc 24,29). En este día que acaba y que ve en vuestra ciudad de Concepción al Sucesor de San Pedro, juntos sentimos el gozo de ver cumplida la promesa de Jesús que es para siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).

Con la fe en esta presencia dirijamos al Señor nuestra oración y encomendemos a la Virgen María, recordando su Santísima Concepción, el fruto espiritual de esta peregrinación apostólica a Chile proclamando que Cristo es la Resurrección y la Vida.





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MENSAJE TELEVISIVO DE JUAN PABLO II

A LOS HABITANTES DE LA ISLA DE PASCUA


Chile - Domingo 5 de abril de 1987




62 Queridos hermanos y hermanas:

1.En estos momentos me siento particularmente cerca de vosotros. Con singular afecto y emoción saludo en Cristo a todos los hombres y mujeres de Rapa Nui, que tanto me habría gustado visitar personalmente. No habiendo sido posible, he querido servirme de la radio y de la televisión para deciros que os llevo siempre muy dentro de mi corazón de Pastor de la Iglesia universal.

La solicitud por predicar a Cristo en todo el mundo, que me ha traído a Chile, me mueve a enviaros ahora este mensaje especial. Recordad, sin embargo, que todas mis palabras de estos días se dirigen también a vosotros.

Saludo con respeto y estima a las autoridades de la Isla, llamadas a preocuparse por el bien común de todos sus habitantes; que Dios las asista e ilumine en sus desvelos por el progreso material y espiritual de la comunidad.

Todos estáis en mi pensamiento y en mis oraciones: El padre Luis Beltrán Rield y las religiosas franciscanas de Boroa, que os entregáis en testimonio de consagración y de servicio abnegado; los catequistas, que prestáis una preciosa colaboración en la enseñanza del Evangelio de Jesucristo que salva; las familias pascuenses, que fundís en vuestro seno las tradiciones seculares de vuestra cultura con los valores de la nación chilena. Pienso en particular en los niños y en los jóvenes, y veo en vosotros la esperanza de la Isla de Pascua. Jóvenes, sed generosos, responded siempre que sí a Cristo: El os pide que viváis en plenitud las exigencias de la vocación cristiana; y si alguno siente en su alma la llamada al sacerdocio, o a la vida religiosa, sabed que Dios os necesita y no os faltará su gracia para ser fieles. Recuerdo también con particular afecto a las personas ancianas: no dejéis de dispensar a manos llenas vuestra sabiduría sobre los caminos de la vida; y finalmente a los enfermos, que ofrecéis cristianamente vuestros dolores. Son éstos un tesoro de gracia, en el que me apoyo con segura confianza para realizar la misión que Cristo me ha encomendado.

2. La historia de la Isla, en muchos aspectos aún misteriosa, nos enseña que vuestros antepasados, antes de recibir el anuncio del Evangelio, se distinguieron durante muchos siglos por su religiosidad y su vivo sentido de la divinidad, del cual siguen siendo testigos –a la vez mudos y elocuentes– los impresionantes Moais, conocidos en el mundo entero como símbolo de Rapa Nui. Es significativo el hecho de que históricamente entrarais en contacto con el mundo occidental, en aquel lejano 1722, precisamente un Domingo de Resurrección. Como es sabido, esta circunstancia determinó que la Isla fuera bautizada con el hermoso nombre de la Pascua del Señor, confirmando así vuestra vocación de pueblo religioso, y elevándola al verdadero homenaje de Dios y de su Hijo Jesucristo.

En esa fecha y en ese nombre descubro un signo de la amorosa Providencia divina: el Señor quiere manifestar de este modo que os ha llamado a participar, como a toda la humanidad, en su Misterio pascual, Misterio de Salvación del hombre mediante su Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo.

3. Por ello deseo exhortaros en este día a que en vuestra vida personal y en la de vuestra comunidad brille siempre la luz de Cristo. Vivid la alegría y la paz de la Pascua, de la auténtica liberación, por la que, libres de las ataduras del pecado, nos convertimos en hijos adoptivos de Dios y vivimos las maravillas de la vida en Cristo Jesús.

Os pido que en estos días renovéis una vez más las promesas del bautismo, con el sincero anhelo de que, en adelante, vuestros pensamientos, palabras y acciones sean un claro testimonio de haber muerto al pecado y haber resucitado a una vida nueva con Cristo, en la que impera la ley del amor a Dios sobre todas las cosas, y a nuestros hermanos según la medida del amor de Cristo.

Reuniéndoos el domingo para escuchar la Palabra de Dios y para participar en la Eucaristía, santificaréis el día en el que la Iglesia celebra de modo particular el Misterio Pascual. Al recibir a Cristo en la comunión, con el alma y el cuerpo bien dispuestos, os llenaréis de su fuerza y de su amor. Y si vuestra conciencia os acusara de haber faltado por el pecado, acercaos al sacramento de la Penitencia, en el que se nos ofrece la misericordia sin límites de nuestro Dios, que perdona y abraza al hijo pródigo arrepentido, en el que todos nos reconocemos.

Recordad también que necesitamos conocer cada día mejor el mensaje de salvación de Cristo, fielmente custodiado por la Iglesia, para poder anunciarlo con el calor de la palabra meditada y el testimonio de una vida realmente cristiana. Os encarezco la unión y las oraciones por vuestros Pastores. Reconoced en ellos a Cristo que se hace presente –amando, exhortando, perdonando y alimentando a sus hermanos–, para que viváis de acuerdo con la dignidad de los hijos de Dios.

63 De esta manera experimentaréis el gozo del Señor, difundiéndolo en todo momento con esa cordialidad y alegría espontáneas que os distinguen. Así conservaréis la identidad que os es propia como pueblo y como porción de Chile; y todo lo vuestro –costumbres, cantos, bailes, arte y vida entera– estarán llenos de la paz de Cristo.

En medio del inmenso océano que os circunda, elevad en todo momento el corazón a Dios. Vuestra situación, tan estrechamente en contacto con el cielo y el mar, facilita la relación con Dios, que se manifiesta en la creación. Jamás estáis solos, porque él está con vosotros, y. por la Comunión de los Santos, permaneceréis íntimamente unidos a los hermanos en la fe de todo el mundo.

Que los numerosos visitantes que hoy vienen a vosotros, atraídos por la belleza natural con que Dios ha adornado la Isla y por sus riquezas arqueológicas, puedan también descubrir en vuestra hospitalidad los signos del paso de Dios sobre la tierra: la fe, la esperanza y el amor, la unión y concordia en las familias, la integridad de la vida cristiana.

Dirijo también una palabra de afecto a los habitantes del archipiélago de Juan Fernández. ¡Que Dios os bendiga en vuestras labores de pesca y que tengáis al Señor siempre en vuestro corazón!

4. Termino invocando a la Santísima Virgen, Madre de la Iglesia; que Ella os proteja siempre y os obtenga de Jesús la alegría de la Pascua cristiana. Que el Año Mariano, que comenzaremos dentro de poco, sea para todos una nueva ocasión de conocer y amar a la Madre del Redentor.

¡Que la luz de Cristo, que es nuestra Pascua, brille siempre en la Isla de Pascua, en esa tierra de tan bello y cristiano nombre, y en cada uno de sus habitantes!

De todo corazón os imparto mi Bendición Apostólica.





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