Discursos 1987 63


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

SALUDO TELEVISIVO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA POBLACIÓN DE ANTOFAGASTA


Instituto Santa María - Antofagasta (Chile)

Domingo 5 de abril de 1987




Queridos hermanos y hermanas:
¡Alabado sea Jesucristo!

64 1. Me siento muy complacido al encontrarme ahora en Antofagasta, vuestra ciudad, en esta última etapa de mi itinerario apostólico por tierras de Chile, como mensajero de la vida y de la reconciliación en Cristo Jesús.

Doy gracias a la divina Providencia por haber guiado mis pasos hasta aquí y de corazón expreso mi gratitud también a vosotros por vuestra acogida cariñosa, que manifiesta vuestro amor al Papa. Recibid mi saludo de paz en nombre del Señor.

Saludo fraternalmente a vuestr
arzobispo, así como a las autoridades, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, a los jóvenes y a los niños. Me dirijo también a los enfermos y a todos los que sufren.
Quiero que todos los habitantes de Antofagasta y del Norte Grande chileno sientan que el Papa los saluda personalmente, que los ama en el Señor y les pide que se mantengan fieles en la verdad y en la esperanza del Evangelio.

2. Mi presencia en medio de vosotros pone de manifiesto la realidad de la Iglesia que es la familia de Dios en la que reina una comunión de fe y amor. Es la Iglesia una, santa, católica y apostólica, extendida por todo el mundo y que tiene, por voluntad de Cristo, el centro de la comunión en el Sucesor de Pedro.

Quisiera que mi paso por vuestra tierra renovara en todos vosotros el amor a la Iglesia, el gozo de pertenecer a ella mediante el bautismo, el compromiso de vivir la fe que la misma Iglesia nos enseña y que comunica por la palabra y los sacramentos.

Sí. Ojalá sea éste el fruto duradero de la presencia del Papa en Antofagasta: una renovación del compromiso de comunión eclesial para hacer cada vez más presente la fuerza del Evangelio en la sociedad actual, que tan necesitada está de Cristo, Redentor del hombre.

3. Sé que habéis preparado espiritualmente esta visita del Papa con entusiasmo e ilusión. Pido a Dios que la celebración de la Eucaristía de mañana, expresión de nuestra comunión en la misma fe, en la misma oración y en el mismo Pan de Vida, sea fuente de gracias para vosotros y para todos los amadísimos hijos de Chile.

Encomiendo a la Virgen María las intenciones de la jornada de mañana y los deseos y necesidades de todos vosotros. Que Ella, la Madre del Redentor, acompañe siempre vuestro caminar por la vida, teniendo siempre fija la mirada en la meta de la esperanza cristiana.

Ahora, al final de esta jornada, con el corazón agradecido por los dones recibidos de Dios, ante el altar familiar de cada hogar, pequeña iglesia doméstica colmada de la presencia del Señor, dirijamos nuestra oración al Padre, porque también hoy hemos experimentado su amor.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

VISITA DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PRESOS DE LA CÁRCEL DE ANTOFAGASTA


Antofagasta (Chile)

65
Lunes 6 de abril de 1987




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Mi visita a esta institución de readaptación social quiere ser muestra del afecto y solicitud del Sucesor de Pedro por todos vosotros, los aquí presentes, y por todas Mas personas privadas de libertad.

A todos saludo en el nombre del Señor Jesús y mis primeras palabras son para agradeceros vuestra calurosa acogida. También aquí se hace realidad la bella expresión que confirma la conocida hospitalidad de vuestra gentes: “ cómo quieren en Chile al amigo, cuando es forastero ”.

En esta mañana quiero haceros partícipes de algunas reflexiones sobre la Palabra de Dios, con el único deseo de que puedan iluminar vuestros anhelos y esperanzas, y aliviar vuestras tristezas y desilusiones. Sé que os encontráis en una situación difícil y dolorosa. El Papa, que a diario os acompaña con su pensamiento y con su oración, invoca para vosotros la ayuda de Dios. Que su gracia y su favor os sostengan aun en medio de las limitaciones que conlleva vuestra vida cotidiana.

2. Nos dice Jesús en el Evangelio: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (
Mt 11,26-28). Esta es la llamada constante que hace el Señor a todos los hombres, y en particular a quienes El quiere descubrir el sentido salvífico del dolor.

El encuentro con vosotros, queridos hermanos, me conmueve profundamente. Me imagino cuántas cosas agitan vuestro corazón, y cuántos incumplidos deseos lo llenan de dolor y nostalgia. Como hermano mayor en Cristo, mi anhelo sería el poder compartir con cada uno de vosotros una conversación íntima y reposada en la que pudiéramos tener un diálogo de esperanza y de amor repasando vivencias personales, frustraciones del pasado, los planes que alientan vuestro futuro y particularmente la situación actual de vuestras familias. Tengo la certeza de que, junto con la riqueza de vuestros sentimientos, quedaría al descubierto la gran humanidad que se esconde en cada uno de vosotros. Sé que me manifestaríais lo que cada uno lleva dentro de sí. Desgraciadamente, las circunstancias no nos permiten el poder compartir a solas unos minutos, pero es mi deseo que mis palabras las recibáis como si fueran pronunciadas para cada uno de vosotros en particular.

Cristo es el único que puede dar sentido a nuestras vidas. En El se encuentra la paz, la serenidad, la liberación completa, porque El nos libera de la esclavitud radical, origen de todas las demás, que es el pecado, e inspira en los corazones el ansia de la auténtica libertad, que es el fruto de la gracia de Dios que sana y renueva lo más íntimo de la persona humana.

La libertad que Cristo nos ofrece, comienza por el interior del hombre, se afirma ante todo en el orden moral; allí donde tienen su raíz el egoísmo, el odio, la violencia y el desorden. Cristo ha venido a redimir al hombre del pecado que lo priva de su libertad: “Todo el que comete pecado es un esclavo del pecado” (Jn 8,34), dice Jesús en el Evangelio. Y es de esta esclavitud de la que El quiere liberarnos a todos los hombres.

No hay quien no necesite de esta liberación de Cristo, porque no hay quien, en forma más o menos grave, no haya sido y sea aún, en cierta medida, prisionero de sí mismo y de sus pasiones. Todos tenemos necesidad de conversión y de arrepentimiento; todos tenemos necesidad de la gracia salvadora de Cristo, que El ofrece gratuitamente, a manos llenas. El espera sólo que, como el hijo pródigo, digamos “me levantaré y volveré a la casa de mi Padre” (Lc 15,18).

3. La casa de Dios tiene siempre sus puertas abiertas. En ella Cristo se hace presente mediante la Palabra y mediante los Sacramentos. A lo largo de los siglos la Iglesia ha desarrollado pacientemente, pero con tesón, su labor de Madre y Maestra para hacer más humanas las instituciones y los principios que regulan la convivencia social. ¿Quién podrá ignorar el influjo positivo que, en el curso de los siglos, ha ejercido el mensaje evangélico en la defensa y promoción de un mayor respeto por la dignidad del encarcelado como persona, como hijo de Dios?

66 En la historia de la humanidad –como ya señalé en mi visita a la cárcel de Roma– “se ha progresado mucho en este campo, pero ciertamente queda mucho aún por hacer. La Iglesia, como intérprete del mensaje de Cristo, aprecia y estimula los esfuerzos de cuantos se prodigan por hacer cambiar el sistema carcelario hacia una situación de pleno respeto del derecho y de la dignidad de la persona” (Homilía en la cárcel romana de Rebibbia, n. 3, 27 de diciembre de 1983: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VI, 2 (1983) 1449 s.).

A este propósito, ¿cómo no manifestar públicamente mi reconocimiento y mi afecto a todos los agentes de pastoral penitenciaria de Chile? Vosotros, sacerdotes capellanes, religiosas y demás colaboradores, mostráis la preocupación materna de la Iglesia por nuestros hermanos haciendo parte de vuestra vida las palabras de Jesús en el Evangelio: “estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (
Mt 25,36).

Sois portadores del amor misericordioso de Dios y predicadores infatigables del mensaje salvador de Cristo. Ayudad a todos a redescubrir el camino del bien; contribuid a la conversión sincera de todos los hombres y mujeres con quienes ejercéis vuestro apostolado y animadles a emprender una vida nueva y mejor.

En esta ocasión, deseo también saludar a todo el personal de la Gendarmería de Chile que se desempeña en las instituciones penitenciarias. Haced también de vuestra profesión un servicio al hermano que sufre.

Por intercesión de la Virgen del Carmen, Madre amorosa de todos los chilenos, elevo mi ferviente plegaria a Dios para que asista a todos con su gracia, para que asista sobre todo a nuestros hermanos y hermanas encarcelados haga posible la defensa de aquellos que son inocentes, mientras de corazón imparto mi Bendición Apostólica a los internos, a sus familias, a los encargados de la pastoral carcelaria, a cuantos tratan de aliviar las penas de los que sufren y al personal de Gendarmería de Chile.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II


AL PUEBLO CHILENO


Aeropuerto «Cerro Moreno» - Antofagasta (Chile)

Lunes 6 de abril de 1987




Excelentísimo Señor Presidente,
señores miembros de la Junta de Gobierno,
amados hermanos en el Episcopado,
autoridades civiles y militares,
67 queridísimos chilenos todos:

Con esta etapa de Antofagasta llega al final mi viaje apostólico a vuestra noble nación. Me cuesta tener que separarme de vosotros. E1 corazón me pediría prolongar esta estadía en este bendito país, pero he de continuar mi misión pastoral en la nación hermana, Argentina.

Me llevo un profundo sentimiento de admiración por vuestro país; en particular por la fe y la cultura cristiana que lo distingue. Durante estas jornadas que he compartido con vosotros, he podido apreciar el amor de los chilenos a su patria, a su herencia cultural y a los valores cívicos de solidaridad y apego a la propia tierra. Puedan estas virtudes que os caracterizan, contribuir a la superación de las dificultades con vistas a una convivencia más fraterna animada por el espíritu cristiano.

En cada uno de los lugares visitados he encontrado, con gozo, el dinamismo y la vitalidad de la fe cristiana, unidos a patentes muestras de amor y adhesión a la Santa Iglesia de Dios y al Sucesor de Pedro. Quedan grabados con emoción en mi memoria tantos momentos de este viaje, que son testimonio de religiosidad, de vuestra piedad mariana, de vuestras esperanzas en el futuro, de los sinceros deseos de hacer todo lo posible por alcanzar la reconciliación fraterna. Estad seguros de que el Papa conservará en su corazón lo aprendido entre vosotros, para dar gracias al Padre de las misericordias por los dones que os ha otorgado, y pedirle que los acreciente cada día más.

De entre tantos momentos memorables, permitidme que mencione el encuentro con los Obispos, y también con los sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas; la coronación de la imagen de la Santísima Virgen del Carmen, en el santuario nacional de Maipú; la beatificación de sor Teresa de los Andes, a la que me encomiendo y os encomiendo; los encuentros con campesinos, pobladores, trabajadores, hombres de la cultura, y con los queridos hermanos y hermanas mapuches; las reuniones con los jóvenes, las familias y los enfermos. En verdad, cada uno de estos encuentros, en las ciudades visitadas, me ha hecho palpar la grandeza, humana y cristiana, de vuestro pueblo. Podéis estar seguros de que todos los días seguiré elevando mi ferviente plegaria a Dios por vosotros; a cambio, os pido que, también vosotros, como miembros vivos de la Iglesia, recéis por el Papa.

En este momento de la despedida, mi oración se dirige a Dios rico en misericordia para que corrobore en cada uno de vosotros, el firme deseo de afrontar los problemas que os aquejan con ánimo sereno y positivo, con voluntad de encontrar soluciones por el camino del diálogo, de la concordia, de la solidaridad, de la justicia, de la reconciliación y el perdón. Os aliento a continuar por ese camino, aprovechando los valores propios del alma chilena, para que sepáis iluminar desde la fe vuestro futuro y construir sobre el amor cristiano las bases de vuestra actual y futura convivencia. Quiera Dios que estas inolvidables jornadas de intensa comunión en la fe y en la caridad, infundan en todos los chilenos un renovado compromiso de vida cristiana, de fidelidad a Cristo, de voluntad de servicio y ayuda a los hermanos, particularmente a los más necesitados.

Antes de dejar vuestro país, deseo reiterar mi agradecimiento al Señor Presidente de la República, y a todas las autoridades de la nación, por la colaboración prestada en la preparación y desarrollo de esta visita pastoral. Especial aprecio debo manifestar a todos mis hermanos en el Episcopado: al cardenal de Santiago, Silva; al cardenal Fresno, actual arzobispo; a todos vosotros, obispos; al Presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Piñera; al organizador de este viaje, Mons. Cox; después a los sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, catequistas y a tantas personas –pienso en este momento también en los medios de comunicación social– que han prestado también, con entusiasmo y competencia, un servicio precioso –y muchas veces anónimo–, antes y durante mi viaje.

El Papa espera mucho de los chilenos para bien de la Iglesia en vuestro país y en el mundo entero. Quisiera que vuestro recuerdo de mi peregrinación apostólica, sea un llamado a la esperanza, una invitación a mirar hacia lo alto, un estímulo para la paz y la convivencia fraterna.

Durante estos días, nos hemos sentido más unidos, más hermanos. Y es que el amor de Cristo se ha hecho presente con fuerza en nuestros encuentros, en nuestra oración, en nuestras iglesias y calles, en nuestros hogares.

Ahora, en el momento de la despedida, quiero repetiros que os llevo en el alma, os pertenecen mis plegarias. Son mías vuestras esperanzas y ansias; son míos vuestros anhelos y gozos.

Contáis con la gracia de Dios y con la maternal protección de la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile.

68 Confiad siempre en Dios: ¡“ El amor es más fuerte ”! Y con amor os dejo también mi Bendición Apostólica.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CEREMONIA DE BIENVENIDA

SALUDO DE JUAN PABLO II


AL PUEBLO ARGENTINO


Aeropuerto «Jorge Newbery» de Buenos Aires

Lunes 6 de abril de 1987



Señor Presidente de la República,
dignísimas autoridades de la nación,
amados hermanos en el Episcopado,
queridísimos argentinos todos:

1. Siento una profunda alegría y una gran emoción, al pisar por segunda vez en mi pontificado esta tierra bendita de Argentina.

Vine aquí por primera vez en junio de 1982, en momentos particularmente difíciles para vuestra nación, como mensajero de la paz de Cristo. Vuelvo ahora de nuevo en visita pastoral para seguir cumpliendo la misión, que el Señor me ha encomendado, de evangelizar y ser Maestro de la fe, ejerciendo a la vez, corno Sucesor de Pedro, el ministerio de confirmar a mis hermanos. Pido a Cristo Jesús que durante los días que tendré el gozo de vivir con vosotros, la semilla del Evangelio penetre más profundamente en todos los ambientes de esta noble y fecunda tierra argentina.

Este viaje al Cono Sur del Continente americano tiene, además, un sentido peculiar de gratitud al Señor por el don de la paz entre dos pueblos hermanos de uno y otro lado de los Andes. Durante estos años he seguido de cerca todo el proceso, felizmente concluido, con la solución del diferendo sobre la zona austral entre Argentina y Chile. Considero ahora motivo de gran satisfacción poder celebrar juntos en el Señor la paz reafianzada, testimonio elocuente de las hondas raíces cristianas que hermanan a estas queridas naciones. ¡Que Cristo, Príncipe de la Paz, ilumine y proteja siempre a toda América, llevándola por caminos de solidaridad y de verdadera paz!

2. Agradezco vivamente vuestra acogida entusiasta y cordial.

69 Me ha sido muy grato aceptar las insistentes y amables invitaciones que tanto el Presidente de la República, como el Episcopado, me han hecho para venir a la Argentina.

Le doy gracias, Señor Presidente, y le saludo con toda deferencia, manifestándole también mi profundo reconocimiento por sus expresivas palabras de bienvenida. Hago extensivo mi saludo a todas las autoridades civiles y militares aquí presentes.

Asimismo dirijo mi saludo más cordial y fraterno a los señores cardenales y a todos los demás hermanos obispos que han venido a recibirme en nombre de esta amada Iglesia que está en Argentina.

Mi afectuoso saludo va también a los sacerdotes, religiosos y religiosas y a todos los fieles de este noble y querido país. Tendré ocasión de encontrarme con vosotros en mi itinerario evangelizador que, partiendo de esta capital, me llevará a Bahía Blanca, Viedma, Mendoza, Córdoba, Tucumán, Salta, Corrientes, Paraná y Rosario.

Hubiera querido añadir a éstas otras localidades, a las que también había sido invitado, para recorrer con más detenimiento tantos y tan variados lugares donde viven y trabajan los argentinos: los cerros y valles del noroeste, la llanura del Chaco y el Litoral, la Selva de Misiones, las inmensidades de la Pampa, la meseta Patagónica, y llegar incluso hasta la Tierra del Fuego, que es ya tierra de paz. Me gustaría saludar personalmente a todos los argentinos y oírles hablar con los variados acentos de las diversas regiones. Dado que el tiempo, necesariamente limitado, no me lo permite, sepan los argentinos que habitan desde la Quebrada del Humahuaca, hasta Ushuaia, desde el Aconcagua hasta las cataratas del Iguazú, que a todos los llevo estos días muy dentro en mi corazón, que por todos pido en mis oraciones y que, dondequiera que me encuentre, a todos van dirigidos mi mensaje y mi palabra, que quieren ser luz para las conciencias y aliento para caminar por el sendero de la esperanza.

Tengo presente de modo particular a los jóvenes argentinos y a los que vendrán desde otros países para celebrar juntos conmigo, el Domingo de Ramos, la Jornada mundial de la Juventud bajo el signo del amor y de la fraternidad.

3. En esta visita pastoral, vengo a anunciaros el mensaje del Evangelio, el mismo mensaje que predicaron en estas tierras hace ya casi quinientos años, los primeros misioneros llegados de España; el mismo que han seguido difundiendo a los largo de estos cinco siglos, tantos evangelizadores venidos después; el mensaje que habéis meditado intensamente durante estos meses anteriores a mi venida, con una misión preparatoria, que ha sido desarrollada de acuerdo con las orientaciones marcadas por esa nueva y programada etapa de evangelización, a la que ahora está abocada toda América Latina.

He visto que aquí habéis tomado, como símbolo de esta nueva evangelización, la cruz implantada en la primera diócesis de América Latina en 1511: Es un gesto elocuente que, evocando al apóstol San Pablo, invita a gloriarnos sólo en Cristo, y “ este crucificado ”.

Hoy, cuando nos encontramos ya casi en el umbral del tercer milenio de la era cristiana, y Argentina está iniciando un nuevo período de su historia, el Sucesor de Pedro viene a visitaros en nombre de Cristo, y a E1 encomienda su peregrinación apostólica en esta amada nación. Ruego al Altísimo que las jornadas que vamos a vivir unidos en la fe y en la caridad, produzcan abundantes frutos de renovación cristiana, de paz, solidaridad y concordia.

Os invito pues a orar conmigo para que todos sepáis acometer, con decisión y sin temor, los grandes desafíos de la hora presente, y avanzar en el camino del verdadero progreso integral de vuestra patria. En modo particular pido a los enfermos, a los pobres y a todos los que sufren, que recen a Dios por las intenciones pastorales de mi viaje. Como predilectos del Señor, vosotros estáis siempre presentes en mi afecto y en mi corazón.

4. Estando ya en la Argentina, levanto espiritualmente la mirada hacia Nuestra Señora de Luján. Patrona de todos los argentinos. A Ella quiero consagrar vuestra vida actual y el futuro de los hijos de esta nación. Bajo su protección maternal, y en el nombre de la Santísima Trinidad, inicio esta visita de gratitud al Príncipe de la paz en esta bendita tierra argentina.

70 Argentina, ¡que Dios te bendiga!





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


AL CLERO Y A LOS FIELES


Catedral Metropolitana de Buenos Aires

Lunes, 6 de abril de 1987



1. En mi primer saludo a la Iglesia en Argentina quiero expresar aquel mismo deseo con el que Jesucristo fortalecía los ánimos de sus discípulos durante la ultima Cena, al decirles: “La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27). Asimismo se presento ante ellos el día de su victoria sobre la muerte: “La paz sea con vosotros” (Ibíd., 20, 19).

Ante el Pueblo de Dios presente ahora en la catedral metropolitana de Buenos Aires, en la persona de los representantes de esta arquidiócesis y de toda la provincia eclesiástica, así corno diversas autoridades, renuevo con afecto y alegría el saludo que hace pocos minutos he hecho en el aeropuerto a todo el país. ¡Paz a todos vosotros! A vuestros obispos, a los sacerdotes y religiosos, a todos los laicos. ¡ Paz a los amadísimos fieles argentinos!

Os doy las más expresivas gracias por haber venido hasta aquí. En mi visita pastoral a la Argentina sería mi deseo poderme detener con todos y cada uno para hablar con vosotros, escuchar vuestras confidencias como un padre, come un amigo. Pero estad seguros de que mi afecto y mi solicitud pastoral os acompañan, y que, en Cristo, estamos íntimamente unidos por la fe. Cuando volváis a vuestras diócesis, llevad a todos este saludo del Papa, y manifestadles mi alegría por los encuentros que, con la ayuda de Dios, vamos a vivir en estas jornadas.

2. Nos hallamos en esta catedral, cuya primera construcción mandó hacer en 1620 el primer obispo de Buenos Aires, fray Pedro de Carranza, y que –como todos los templos cristianos– es la casa del Señor, lugar de oración y de encuentro con Dios. En el tabernáculo está realmente y verdaderamente presente Nuestro Señor Jesucristo, oculto bajo las especies sacramentales; y. como escribió mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, desde allí “ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, incita a su imitación a todos los que a El se acercan” (Mysterium fidei ).

La Iglesia quiere además que veamos, en el templo material, el símbolo que nos impulsa a la edificación espiritual de la familia cristiana. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: “Muchas veces también la Iglesia se llama edificio de Dios (1Co 3,9). El mismo Señor se comparó a una piedra que, rechazada por los edificadores, luego se convirtió en piedra angular (cf. Mt Mt 21,42 Ac 4,11 1P 2,7 Ps 118 [117], Ps 22). Sobre dicho fundamento levantaron los Apóstoles la Iglesia (cf. 1Co 1Co 3,11), que de El recibe firmeza y coherencia. A este edificio se le dan diversos nombres: casa de Dios (1Tm 3,15) en la que habita su familia, habitación de Dios por el Espíritu (Ep 2,19-22), morada de Dios con los hombres (Ap 21,3) sobre todo, templo santo...” (Lumen gentium LG 6).

En esta edificación, los cristianos somos “a manera de piedras vivas edificadas sobre Cristo, siendo como una casa espiritual, como un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios por medio de Jesucristo” (1P 2,4). ¡Piedras vivas de la Iglesia! ¡Qué hermosa es esta expresión de San Pedro! “Piedras vivas, formadas por la fe, robustecidas con la esperanza y unidas por la caridad” (S. Agustín, Sermo 337, 1), como escribió San Agustín. Eso quiere el Señor que seamos los cristianos: piedras vivas, firmemente apoyadas en Jesucristo, Piedra angular del edificio de la Iglesia. Sólo en Cristo está la salvación, como lo proclamó el Apóstol Pedro ante el Sanedrín: “No hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el que podamos salvarnos” (Ac 4,12).

Para que cada uno de nosotros sea piedra viva resistente, hemos de apoyarnos en el cimiento sólido de la piedad –que es un amor sincero a Jesucristo–, y de la fe cristiana, de la doctrina salvífica transmitida desde los tiempos de los Apóstoles de generación en generación, que ha sustentado al Pueblo de Dios en estos veinte siglos y lo seguirá manteniendo firme hasta el fin de los tiempos.

3. En el camino de venida hacia aquí, he podido comprobar el fervor y el entusiasmo que este gran pueblo argentino reserva a la persona del Sucesor de San Pedro. El Señor dijo al Príncipe de los Apóstoles: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno, no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). De nuevo aparece aquí el fundamento, la piedra viva. Ciertamente, si manifestáis tal afecto hacia el Papa, no es tanto por mi persona, cuanto por nuestro Señor Jesucristo que, en sus divinos designios, me ha elegido como Pastor universal de la Iglesia, Pastor indigno.

71 El mismo San Pedro escuchó estas palabras del Señor: “Simón, Simón, mira que Satanás os busca para cribaros como el trigo, pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32). A impulsos de este mandato de Jesús vengo a la Argentina en esta visita pastoral como servidor vuestro, como maestro de la fe, para reforzar fidelidad a la doctrina de Jesús, orando y meditando juntos la Palabra de Dios.

Espero muchos frutos de esta peregrinación apostólica. Frutos de renovación espiritual, de fidelidad a la Iglesia, de servicio a los hermanos. Ya desde ahora os exhorto, queridos fieles de toda la Argentina, a reavivar en vosotros “la fe que actúa por la caridad” (Ga 5,6), para que de este modo deis testimonio de vuestra condición de cristianos en todos los momentos de vuestra vida. Cuento con el apoyo de vuestras fervientes oraciones, para que estos deseos se hagan realidad.

4. Así se lo pido ahora a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, recordando que esta histórica catedral tiene por titular a la Trinidad, y que Juan de Garay y sus compañeros al arribar a esta ciudad el 11 de junio de 1580, domingo de la Santísima Trinidad, decidieron llamarla Ciudad de la Trinidad.

La Santísima Virgen, bajo las advocaciones de Santa María de los Buenos Aires y Nuestra Señora de Luján, guíe nuestros pasos durante esta peregrinación apostólica en tierra argentina. Así sea.





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA


A LOS GOBERNANTES ARGENTINOS


«Casa Rosada» - Buenos Aires

Lunes 6 de abril de 1987



Excelentísimo Señor Presidente,
autoridades de la República Federal Argentina,
excelencias, señoras y señores:

1. Me siento muy complacido de poder tener este significativo encuentro en la Casa Rosada, al inicio de mi segunda visita pastoral a esta querida nación Argentina. Saludo, con respeto y estima, a Su Excelencia el Señor Presidente de la República –a quien va mi gratitud por sus palabras de bienvenida–, a los miembros de la Corte Suprema de Justicia, señores Ministros y Secretarios de Estado, miembros del Congreso, representantes de los Partidos políticos y demás personas aquí presentes que desempeñan su labor al servicio de sus conciudadanos.

Quiero también reiterar mi gratitud al Gobierno por su amable invitación a volver a la Argentina, así corno por su diligente y puntual contribución en todas las fases de preparación y desarrollo de este viaje. Mi reconocimiento se extiende a la nación entera, que ha querido una vez más acoger al Papa con su ya tradicional y bien conocida hospitalidad.

72 2. Esta visita, al igual que la de hace cinco años, en sintonía con todas mis peregrinaciones apostólicas, se inscribe dentro del ministerio apostólico, esto es, del deber impuesto por el mismo Cristo a Pedro y a sus Sucesores a través de los siglos: confirmar a sus hermanos en la fe (cf Lc 22,32).

A esta constante motivación pastoral, se añade en este viaje una circunstancia de no común relieve: vengo esta vez en tiempos de paz, con el deseo de conmemorar la feliz conclusión de la Mediación Papal entre los pueblos hermanos de Argentina y Chile en el diferendo sobre la zona austral. Ambos partes han demostrado ante el mundo que, sobre la base de sus comunes raíces históricas, culturales y cristianas, y merced a la voluntad de concordia de su gobernantes e instituciones, es posible construir una paz honrosa, sólida y justa. Mi presencia, ahora, en el Cono Sur del Continente americano mira también a consolidar ulteriormente los lazos de la fraternidad entre los pueblos que componen la gran familia latinoamericana.

3. Ante quienes rigen los destinos del país y están dedicados de lleno a la actividad política, judicial y administrativa, quisiera hoy atestiguar que la Iglesia tiene en gran aprecio tan importante tarea El Concilio Vaticano II afirma que la política es un arte “difícil y nobilísimo” (Gaudium et spes GS 75), Esta dignidad del quehacer político se pone de relieve por sí sola; basta considerar su finalidad propia, esto es, servir al hombre y a la comunidad, y promover sin cesar sus derechos y legítimas aspiraciones. De aquí se sigue la preeminencia de los valores morales y de la dimensión ética, que ha de ser salvaguardada, no obstante las contingencias del obrar humano o de los intereses contrapuestos.

El poder político que constituye el vínculo natural y necesario para asegurar la cohesión del cuerpo social, debe tener como finalidad la realización del bien común.

Es verdad que no todos los ámbitos de la vida personal y social caen bajo la competencia directa de la política; pero no es menos cierto que uno de los deberes no eximibles de esta actividad específica, además de observar el debido respeto a las legítimas libertades de los individuos, de las familias y de los grupos subsidiarios, es crear y potenciar en provecho de todas las condiciones sociales que favorezcan el bien auténtico y completo de la persona, sola o asociada, obviando al mismo tiempo cuanto se oponga u obstaculice a la expresión de sus auténticas dimensiones o al ejercicio de sus legítimos derechos (Mater et Magistra MM 65).

Dentro de ese amplio marco de condiciones que configuran el bien común de la sociedad civil, corresponde ciertamente al Estado prestar una particular atención a la moralidad pública, a través de oportunas disposiciones legislativas, administrativas y judiciales, que aseguren un ambiente social de respeto de las normas éticas, sin las cuales es imposible una digna convivencia humana. Es ésta una tarea particularmente urgente en la sociedad contemporánea, ya que se ve afectada en lo vivo por una grave crisis de valores que repercute negativamente en amplios sectores de la vida personal y de la misma sociedad. La exigencia inmediata de valores morales, que a su vez han de informar la gestión de los poderes públicos, es una decidida opción por la verdad y la justicia en la libertad, lo cual ha de reflejarse en los instrumentos institucionales y legales que ordenan la vida ciudadana. Por ello, será siempre deber insoslayable de la autoridad pública la tutela y promoción de los derechos humanos, incluso en situaciones de extrema conflictividad, huyendo de la frecuente tentación de responder a la violencia con la violencia.

Por otra parte, el fomento ininterrumpido de la moralidad pública es inseparable de las demás funciones del Estado. En efecto, sabemos muy bien que un deterioro progresivo de la moralidad pública crea peligros más o menos latentes contra los derechos y libertades del hombre, incluso contra la seguridad ciudadana; además pone en entredicho importantes valores de la educación y de la cultura común y. en definitiva, debilita los ideales que dan cohesión y sentido a la vida nacional.

El pleno restablecimiento de las instituciones democráticas constituye un momento privilegiado para que los argentinos sean cada vez más conscientes de que todos están llamados a participar responsablemente en la vida pública, cada uno desde su propio puesto. Ejerciendo sus derechos y cumpliendo sus deberes cívicos, contribuirán decisivamente al bien común del país. ¡Ojalá se alcance de este modo un renovado sentido de la fraternidad social como corresponde a miembros vivos de esta gran comunidad que es la patria argentina!

4. La Iglesia reconoce, respeta y alienta la legítima autonomía de las realidades temporales, y específicamente de la política. Su misión propia la sitúa en un plano diverso: ella es “signo y salvaguarda del carácter trascendente de la persona humana” (Gaudium et spes GS 76).

No obstante, el mensaje cristiano es portador de una buena nueva para todos; también para el mundo político, económico y jurídico. Cuando la autoridad de la Iglesia, dentro del ámbito de la propia misión, proclama la doctrina cristiana o emite juicios de carácter moral sobre las realidades de orden político, y cuando impulsa la promoción de la dignidad y los derechos inalienables del hombre, busca sobre todo el bien integral de la comunidad política, y. en último término, el bien integral de la persona. Al mismo tiempo, la Iglesia reconoce que corresponde a los laicos católicos como algo propio el vasto campo de cuestiones políticas, en las que caben soluciones diversas, entre las cuales han de buscar aquellas compatibles con los valores evangélicos. En unión con todos los hombres deseosos de promover el bien de la comunidad, ellos tienen la gran responsabilidad de buscar y aplicar soluciones verdaderamente humanas a los desafíos que plantean los nuevos tiempos y la convivencia social. La Iglesia toma parte en las mejores aspiraciones de los hombres y les propone lo que es suyo propio: “una visión global del hombre y de la humanidad” (Populorum progressio, 13).

Tanto el Estado como la Iglesia, cada uno en su propio campo y con sus propios medios, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Se abre así un amplio espacio al diálogo y a variadas formas de cooperación, partiendo siempre del respeto mutuo a la propia identidad y a las funciones propias de cada una de las dos instituciones.

73 La ya larga historia de vuestra patria, ligada por múltiples vínculos a la herencia cristiana que ha recibido, lo demuestra con sobrada elocuencia. En esa trayectoria se han ido forjando las condiciones propicias para que la colaboración entre la Iglesia y la comunidad política sea particularmente fecunda. Espero que en el futuro, con creatividad y dinamismo, se incremente esa recíproca ayuda, comprensión y respeto, manifestados en formas adecuadas de cooperación, lo cual se traducirá en beneficio también para la actividad política y mostrará la fuerza integradora de la acción –siempre con un fin trascendente– de la Iglesia, “ experta en humanidad ”, según la feliz expresión de mi predecesor el Papa Pablo VI.

La prosecución incansable de estos objetivos redundará en mucho bien para todos los hijos de esta tierra y. en virtud de la apertura al resto del mundo que os distingue, constituirá un valioso testimonio, además de un notable influjo, en el noble diseño de construir una civilización de la verdad y de la justicia, del amor y de la libertad.

5. En estos momentos de especial relevancia para el futuro del país, tenéis suficientes motivos que inducen a mirar al porvenir con esperanza: tenéis la pujanza de una nación joven, que ha acumulado múltiples y ricas experiencias históricas. Encomiendo a Dios Todopoderoso, por la intercesión maternal de Nuestra Señora de Luján, esta nueva etapa de vuestra vida nacional, para que la Argentina se aproxime al V centenario del inicio de la evangelización de América, y al tercer milenio de la era cristiana, con una renovada madurez y sabiduría, con un creciente optimismo y empuje. Estoy seguro de que así esta nación, que ocupa un digno lugar en el concierto de la comunidad internacional, seguirá dando muchos frutos de humana y cristiana convivencia, aquí y en todo el mundo.

Que la bendición del Altísimo descienda sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros nobles quehaceres, y sobre todos los argentinos y argentinas, a quienes deseáis servir.





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