Discursos 1986 26

26 Vuestra fidelidad a Cristo se enmarca en el misterio de la Iglesia, en la que Jesús está presente y operante para la salvación de todos. La vivencia responsable del misterio de la Iglesia se concentrará necesariamente en el amor a la misma Iglesia, como comunión de hermanos guiados por quienes representan a Cristo Cabeza en la comunidad eclesial.

4. Cristo nos ha llamado a ser sus ministros; nos consagró en forma peculiar y nos envía, ante todo, a predicar (cf. Mt
Mt 28,19 Mc 3,13-14). Este ministerio de la Palabra es nuestro primer deber, nuestra más apremiante obligación, “lo que constituye la singularidad de nuestro servicio sacerdotal” (Evangelii Nuntiandi EN 68, puesto que “el Pueblo de Dios se congrega primeramente por la Palabra de Dios” (Presbyterorum Ordinis PO 4).

Predicáis, queridos hermanos, el mensaje de Cristo que vive en vosotros y os acompaña continuamente: “Como mi Padre me envió, así os envío yo”(Jn 20 Jn 21) . Y a ejemplo de San Pablo, dirigiéndose a los cristianos de Tesalónica, podréis decir al término de vuestra jornada: “No cesamos de dar gracias a Dios porque al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino como en realidad es, Palabra de Dios que permanece operante en vosotros los creyentes” (1Th 2,13).

Podréis repetir la plegaria del Apóstol con tal de que vuestro ministerio de evangelización, de catequesis, de predicación, sea verdaderamente Palabra de Dios y no palabra de hombre, confundida quizá con afirmaciones y razonamientos pobremente humanos, enturbiada acaso por premisas cambiantes de sabor exclusivamente sociológico, político, terreno, más cercana a veces al saber técnico, o producto exclusivo de erudición y no fruto de la fe que proclama a Cristo, el Señor resucitado. El Concilio Vaticano II pide a los presbíteros un espíritu de contemplación, “porque, buscando cómo puedan enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado, gustarán más profundamente la inescrutable riqueza de Cristo (Ep 3,8)” (Presbyterorum Ordinis PO 13).

Os exhorto, pues, a cuidar especialmente de que vuestra predicación se inspire en la Palabra de Dios, tal como es propuesta por el Magisterio de la Iglesia. Es Palabra revelada por Dios, inspirada por el Espíritu Santo, predicada por la Iglesia, celebrada en la liturgia, vivida por los santos y convertida por vosotros mismos en materia de contemplación, para iluminar los acontecimientos de la historia cotidiana.

Procurad, por ello, que la Palabra de Dios sea asumida piadosamente en la oración y contemplación, que sea materia de estudio y experiencia de vida compartida con los hermanos. Hablad con valentía, predicad con fe profunda y con tono de esperanza, como testigos del Señor Resucitado, que ha transformado y sigue transformando la creación y la historia. No os consideréis maestros al margen de Cristo (cf. Mt Mt 23,8) , sino testigos y servidores que creen lo que anuncian, viven lo que creen, predican lo que viven, según la perentoria consigna del Pontifical Romano.

5. Sed fieles también a vuestro ministerio de santificación. Habéis recibido “la fuerza del Espíritu Santo” (cf. Hch Ac 1,8), para ser testigos de Cristo y instrumentos de la vida nueva.

En esta tarde de gracia, al recordar los elementos esenciales de vuestra fidelidad, quiero alentaros a conocer y estudiar el Concilio Vaticano II más amplia y profundamente, hacerlo materia de oración, asimilarlo con amor y llevarlo a la práctica en vuestra vida personal y en la comunidad cristiana.

Sin minimizar en modo alguno las numerosas posibilidades de servicio pastoral abiertas actualmente al sacerdote, el Concilio no duda en declarar sus absolutas prioridades. Y lo hace con insistencia. La misión esencial del sacerdote se halla en la Eucaristía. Vuestra identidad se encuentra definitivamente determinada por la celebración eucarística. Los sacerdotes, dice el Concilio: “ejercen su sagrado ministerio sobre todo en el culto eucarístico” (Lumen Gentium LG 28); “la Eucaristía aparece como la fuente y la cumbre de toda la evangelización” (Presbyterorum Ordinis PO 5).

Lo que el mundo realmente nos pide, lo que necesita de verdad, es que el misterio de la redención sea accesible a todos los hombres de nuestro tiempo, especialmente a los pobres, los enfermos, los niños, los jóvenes, la familia. Es precisamente a través de la Eucaristía como la redención de Cristo toca el corazón de cada hombre transformando la historia del mundo.

A partir de la Eucaristía descubriréis mejor la importancia de todos los sacramentos y encontraréis fuerza para dedicaros a la confesión y a la dirección espiritual, a ejemplo del Cura de Ars, del que celebramos este año el segundo centenario de su nacimiento. Quisiera recordaros que, para cumplir adecuadamente y gozosamente este ministerio, es imprescindible vuestra misma experiencia personal del sacramento de la reconciliación, por medio de vuestra confesión frecuente. “Es necesario que el sacerdote se acerque también regularmente a este sacramento” (Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 1986).

27 Considerad que vuestra vitalidad espiritual y vuestra eficacia pastoral están siempre en relación estrecha con la sinceridad y autenticidad con que celebréis el misterio eucarístico, sin olvidar “el cotidiano coloquio con Cristo Señor en la visita y culto personal” (Presbyterorum Ordinis PO 18). Haced, pues, de la Misa, celebrada con fervor, el centro de vuestra vida y de vuestro ministerio. De la Eucaristía dimanará, para vosotros y para vuestras comunidades eclesiales, el esfuerzo cotidiano por configurarse con Cristo, el estilo apostólico y contemplativo de vuestra plegaria y predicación, la eficacia de la misión, la oportunidad y constancia de la entrega y celo pastoral.

6. De la Eucaristía, auténticamente celebrada y vivida, recibiréis la fuerza para enseñar a los demás fieles a ofrecerse al Padre, como vosotros, “con sus trabajos y todas sus cosas en unión con Cristo” (Presbyterorum Ordinis PO 5). Así, la infinita riqueza de la Eucaristía —debe desembocar— en un espíritu de entrega, crecientemente generosa, al servicio de los demás “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5). Nos hemos ofrecido con Cristo, y lo hemos recibido en su Cuerpo entregado y en su Sangre derramada, para que, por nuestra parte, nos convirtamos en signo vivo de su entrega incondicional al Padre por los hombres. Así la vida cristiana aparece como un sacrificio de caridad, en el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre (cf. Ef Ep 2,18 Lumen Gentium LG 4).

7. Sabéis muy bien que todo cristiano, y en particular quienes anuncian autorizadamente la Palabra de Dios, han de testimoniar en su vida cotidiana la necesaria unión que debe existir entre el mandato de amar a Dios por encima de todo, con el amor al prójimo, como manifestación del amor a Dios. Por esto, la Iglesia siempre ha enseñado que, en la debida distinción entre promoción humana y evangelización, no puede existir separación, sino integración, puesto que la dignidad humana, en todos sus aspectos, “es un valor evangélico que no puede ser despreciado sin grave ofensa al Creador” (Discurso a la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, Puebla, 28 de enero de 1979).

Esta insoslayable tarea, en las circunstancias actuales de vuestra patria, hace urgente, hoy de modo especial, la búsqueda de una promoción social de las muchedumbres desposeídas que tienen derecho a vivir dignamente, como hombres y hijos de Dios. Hacia este campo es preciso que orientéis también vuestras preocupaciones pastorales, especialmente en la presentación clara y auténtica de la doctrina social de la Iglesia.

Pero las opciones e iluminación que necesitan los cristianos en el ámbito de la promoción y liberación, particularmente de los más necesitados, sólo puede hacerse según el ejemplo de Jesús y a la luz del Evangelio, que prohíbe el recurso a métodos de odio y de violencia. El amor y la opción preferencial por los pobres —como he dicho repetidamente— no puede ser exclusiva ni excluyente (Discurso a la Curia romana con motivo de las felicitaciones navideñas, Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 2 (1984) 1621ss). Ello no significa considerar al pobre como clase, y menos como clase en lucha o como Iglesia separada de la comunión y obediencia a los Pastores puestos por Cristo, sino que ha de realizarse mirando al ser humano considerado en su vocación terrena y eterna. La tarea de la Iglesia, de contribuir a la liberación social, ha de llevarse a cabo con la conciencia clara de que la primera liberación, que ha de procurarse al hombre, es la liberación del pecado y del mal moral que anida en su corazón (Libertatis Conscientia, 37-38).

Queridos sacerdotes y futuros sacerdotes, en este campo de la actuación pastoral quiero subrayar que, para vivir un recto amor y una opción preferencial por toda clase de pobres y marginados, es necesario un corazón de pobre, según el espíritu de las bienaventuranzas; es necesaria una vida sacerdotal pobre, a imitación del Señor, de los Apóstoles y de los santos sacerdotes de todos los santos sacerdotes de todos los tiempos. Sin una actitud de fe contemplativa y de pobreza evangélica no se haría más que conducir a los pobres hacia otro tipo de opresión.

8. La fidelidad a Dios nuestro Padre y al hombre nuestro hermano estará más asegurada cuando cada miembro del Pueblo de Dios se sienta y actúe conscientemente como miembro vivo y necesario de un único Cuerpo que es la Iglesia; cuando entre todos se viva la comunión en el amor que lleva a la participación alegre y responsable. La misión apostólica está enraizada en la presencia de Cristo resucitado que vive en su Iglesia; por esto la Iglesia es misterio, comunión y misión.

Gozo particular experimento por la comunión y por el sentido de Iglesia universal del Episcopado colombiano, que lo mantiene en viva y afectuosa unión con el Sucesor de Pedro y lo lleva a trabajar corresponsablemente como Conferencia Episcopal, dando esclarecido ejemplo y testimonio de unidad que edifica y alienta la vida de las comunidades eclesiales.

Todos vosotros, sacerdotes y seminaristas diocesanos y religiosos, debéis seguir fomentando la conciencia de que la comunión con vuestros obispos y superiores es y será parte esencial de vuestro ministerio, al igual que vuestra vinculación fraterna con los demás presbíteros. Recordad que formáis en el presbiterio de cada diócesis una “fraternidad sacramental” (Presbyterorum Ordinis PO 8), que hay que construir armoniosamente, ejerciendo la vida apostólica por medio de una ayuda fraterna en todos los campos de la vida y del ministerio sacerdotal (cf. Lumen Gentium LG 28 Christus Dominus CD 28
Sois próvidos cooperadores del ministerio episcopal y formáis parte principal de una Iglesia particular o local, la diócesis, que es la forma concreta donde existe y vive la Iglesia universal El presbítero ha sido escogido y enviado directamente para construir la Iglesia en el ámbito de la diócesis presidida por el obispo. De ahí la necesaria referencia de todo presbítero al obispo, sin el cual no hay Iglesia, porque él es principio de unidad.

Es en esta realidad de Iglesia particular y diocesana donde descubriréis también vuestra responsabilidad evangelizadora respecto a la Iglesia universal (Presbyterorum Ordinis PO 11) buscando cauces concretos para llevar a la práctica la necesaria y urgente ayuda misionera (cf. Lumen Gentium LG 23 y 28). Ha llegado para toda América Latina la hora de emprender una evangelización sin fronteras.

28 La dimensión necesariamente diocesana y misionera del presbítero hace que con el obispo y los demás clérigos —sean ellos diocesanos o religiosos— forme un solo cuerpo: el presbiterio (cf. Lumen Gentium LG 28 Presbyterorum Ordinis PO 7-8). Es ahí donde encuentra sólido fundamento la apremiante llamada de la Iglesia a todos los religiosos, para que continúen integrándose plenamente en la acción pastoral parroquial y diocesana, con la aportación específica y valiosísima de su propio carisma y de su experiencia peculiar de vida apostólica.

Principio fundamental de esta comunión es la fidelidad al Magisterio de quienes han sido puestos por Dios para ser maestros de la verdad: el Papa y los obispos (cf. Lumen Gentium LG 25). Con esta guía estaréis integrados en la única Iglesia de Cristo. En el seguimiento de fe y sincera obediencia a vuestros Pastores está el secreto de la bendición divina y del éxito apostólico.

9. Mi palabra, junto con mi afecto, se dirige ahora especialmente a vosotros, seminaristas diocesanos y religiosos, que habéis escuchado la llamada del Señor a entregaros más plenamente a la construcción del reino de Dios.

Me llena de esperanza y de consuelo comprobar el florecimiento que hay en Colombia de vocaciones sacerdotales y religiosas. En Medellín tendré la alegría de ordenar a un numeroso grupo de sacerdotes y podré referirme nuevamente a este tema tan central para la vida de la Iglesia.

Continuad con empeño vuestra preparación en el seminario. El Concilio no duda en afirmar que “los seminarios mayores son necesarios para la formación sacerdotal” (Optatam Totius OT 4), porque el ambiente de seriedad, de piedad litúrgica y personal de estudio, de disciplina, de convivencia fraterna y de iniciación pastoral que debe caracterizar al seminario, es el modo más apto para la preparación al sacerdocio (Optatam Totius OT 4). Considerad, pues el seminario como vuestro propio y específico hogar, y como la primera escuela de fidelidad a Cristo y a la Iglesia.

De este modo se hace clara también la urgencia de que las Facultades de Teología y Filosofía, que contribuyen a la capacitación doctrinal de los futuros sacerdotes y de otros animadores de la comunidad eclesial, presten su valioso e imprescindible servicio en unidad estrecha de criterios con los obispos, en perfecta armonía con la enseñanza del Magisterio, y ofreciendo a los alumnos la doctrina segura, sin ceder al fácil atractivo de teorías o hipótesis más o menos fundadas en razones humanas, que siembran la duda y la incertidumbre.

10. Hermanos: Sé que así como habéis preparado con amor esta visita pastoral, me seguiréis también a lo largo de mi peregrinación apostólica, abierto el corazón para recibir el mensaje del que quiero ser portador en la amada Colombia. Acoged ya éste de hoy, como muestra de mi afecto y solicitud por todos vosotros.

Por nuestro ministerio estamos especialmente vinculados a nuestra Madre sacerdotal, la Virgen María, la Virgen fiel, “que guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda entera al ministerio de la redención de los hombres” (Presbyterorum Ordinis PO 18). Confiemos pues todos estos anhelos, todas estas aspiraciones e intenciones a la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, vuestra Patrona, en este Año Mariano Nacional.

A todos imparto con afecto mi Bendición Apostólica.









PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA CIUDADANÍA DESDE EL BALCÓN


DEL PALACIO ARZOBISPAL


Plaza Simón Bolívar - Bogotá

Martes 1 de julio de 1986

29 Queridos hermanos y hermanas de Bogotá y de Colombia entera:

1. En mi gozoso recorrido por las avenidas de esta ciudad, desde el aeropuerto “Eldorado”, he visto vuestro fervor espiritual y vuestro entusiasmo desbordante; he apreciado vuestra sincera devoción y entrañable amor a Aquel a quien mi pobre persona representa, y he captado vuestros intensos gritos de esperanza: la esperanza que en vosotros suscita el mensaje salvífico de Jesús.

Gracias por vuestra cordial acogida y por vuestra hospitalidad. Gracias por haberos reunido en esta histórica plaza para recibir al Papa en clima de fiesta eclesial. Gracias por abrir vuestro corazón al Sucesor de Pedro que viene a confirmar en la fe a la gran familia colombiana.

A todos os saludo. Y quisiera saludaros uno a uno para haceros partícipes, en forma más expresiva, del amor que os profeso. Quisiera acercarme a vuestros hogares, confortar a vuestros enfermos, alentar a los jóvenes, bendecir a los niños. Los señores cardenales, el arzobispo primado, el Presidente de la Conferencia Episcopal y los demás obispos aquí presentes, son testigos de la solicitud y afecto pastoral que siento por vosotros. ¡Cómo pido a Dios que mi visita pastoral redunde en copiosos frutos de vida cristiana y de renovación social en la querida Colombia!

2. Nos hallamos en la plaza de Bolívar, centro ideal de esta metrópoli de la República de Colombia: Bogotá, ilustre desde hace siglos por su cultura. En efecto, tanto la cultura autóctona colombiana como la cultura moderna tienen aquí expresiones muy significativas; por otra parte, sus instituciones universitarias y sus academias han hecho de esta capital un centro de creación y de irradiación.
Pero Bogotá se ha distinguido además por la nobleza de su gente, protagonista, a lo largo de casi cuatro siglos y medio, de no pocas gestas de alto valor patriótico que tejieron la historia de la nación y diéronle su fisonomía jurídica, su libertad democrática y su solidez de Estado independiente, señalando su trayectoria hacia grandes empresas y hacia un destino glorioso.

3. Con vosotros, habitantes de Bogotá, comparto el gozo de este encuentro que es, ante todo, un encuentro de fe, de esa fe, don de Dios al hombre, que os ha sido transmitida por el ministerio de los Pastores de la Iglesia y que habéis recibido, desde la infancia, de labios de vuestros padres y maestros cristianos.

He venido a vuestro país como Peregrino de la fe, y no deja de ser significativo el hecho de que mi itinerario pastoral por los caminos de Colombia comience precisamente en esta ciudad de Santafé.

Hace cuatrocientos cuarenta y ocho años llegaron los españoles a esta altiplanicie y, junto a los cerros de Monserrat y Guadalupe, con perspectiva abierta a la augusta sabana, fundaron la ciudad de Santafé de Bogotá. Una pequeña capilla de paya y doce humildes chozas en honor de los doce Apóstoles marcaron el comienzo de la que hoy es una vasta y pujante metrópoli.

Aquí, en el lugar mismo donde hoy se eleva la catedral se celebró la primera Misa el 6 de agosto de 1538. En ese espléndido templo que es vuestra catedral metropolitana y primada, se conservan, como tesoro inestimable, el cáliz y las vestiduras litúrgicas del primer Sacrificio eucarístico ofrecido al Padre en acción de gracias y como compromiso de perenne fidelidad a Cristo y a su Iglesia.

4. Vuestra ciudad nació, pues, bajo el signo de la fe, y bajo el signo de la fe trinitaria habéis de vivir siempre.

30 Fe en Dios uno y trino, Padre providente de nuestras vidas y Señor de nuestros destinos.

Fe en Jesucristo, Salvador y Redentor nuestro, a quien tenéis que conocer y amar más cada día.

Fe en el Espíritu que santifica nuestras vidas e inspira en el alma deseos de paz y de justicia, de concordia y de amor.

Fe también en la Iglesia, Madre y Maestra, aceptando libre y plenamente sus enseñanzas y estrechando cada vez más la comunión entre los hermanos, entre las comunidades, con los obispos y con el Sucesor de Pedro.

Una fe que ha de traducirse en obras (cf. St
Jc 2,17); que ha de hacerse fidelidad: fidelidad sin sombras, fidelidad constante y en todo: en vuestra vida religiosa, en vuestras relaciones familiares y sociales, en el trabajo, en el descanso..., en todos los momentos de la existencia. Fidelidad a vuestra tradición católica, en la que encontráis luz para el camino del futuro, garantía de vuestra perseverancia y respuesta a vuestras legítimas aspiraciones.

La fe en Cristo os hace hijos de Dios (cf. Ga Ga 3,26). La fe actúa por la caridad (cf. Ga Ga 5,6); va unida a la piedad (cf. Tt Tt 1,1); obra maravillas (cf. Jn 14,12) y engendra alegría, paz y esperanza (cf. Rm Rm 15,13).

Yo he venido a confirmaros y fortaleceros en la fe. Os exhorto, pues, a avivar vuestra fe. Que la fe cristiana siga siendo vuestro compromiso cotidiano y vuestro timbre de gloria; y que Bogotá, fiel a sus orígenes, siga siendo siempre la ciudad de la Santa Fe.

Para ello, en prenda de la protección divina, e invocando a María, nuestra Madre amantísima os imparto efusivamente mi Bendición Apostólica.







PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

VISITA OFICIAL DEL PAPA JUAN PABLO II

AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA EN LA CASA DE NARIÑO


Bogotá, martes 1 de julio de 1986

Señor Presidente de la República,
distinguidos participantes en este encuentro:

31 1. Os saludo, ilustres representantes de los sectores dirigentes de Colombia, y agradezco vuestra presencia aquí para asistir a uno de mis primeros encuentros en esta visita apostólica, tan deseada, a vuestra amada patria.

Siento especial gratitud hacia el Señor Presidente de la República, por haber ofrecido la casa presidencial para esta reunión y haber presentado con tan sentidas palabras a este grupo cualificado de personas que detentan responsabilidades de singular relieve en la vida de la nación.

Deseo expresar mi aprecio y agradecimiento por la campaña de estudio y reflexión que habéis venido realizando sobre mi Encíclica Laborem Exercens, en orden a una mayor profundización sobre la doctrina social de la Iglesia.

El hecho mismo de que este acontecimiento se realice aquí, en la Casa de Nariño, sede de los Presidentes de Colombia, constituye una prueba ulterior de la significativa realidad que podríamos llamar la especial vocación cristiana de Colombia a casi cinco siglos de distancia de la llegada de la Buena Nueva a esta tierra bendecida por Dios.

El noble pueblo colombiano, al que deseáis servir contribuyendo a su verdadero progreso en todos los campos, ha hecho suyo el mensaje evangélico, el cual a través de su gloriosa historia, ha marcado su vida y costumbres.

De este hecho se desprenden para los dirigentes del país unas determinadas responsabilidades en orden a la que he llamado especial vocación cristiana de Colombia, las cuales han de guiar vuestra vida y funciones como ciudadanos investidos de autoridad y como creyentes.

Mis palabras de esta tarde quieren haceros partícipes de algunas reflexiones que os ayuden a asumir aquellas responsabilidades como colombianos cualificados y como laicos en la Iglesia, para que esta sociedad se inspire cada vez más en los valores perennes del Evangelio de Cristo y la hagan progresar en el camino de la paz, de la justicia e igualdad de todos los colombianos sin distinción de origen ni condición social.

2. En vuestra trayectoria como dirigentes os habéis esforzado en buscar los caminos, superar los obstáculos y crear las condiciones que permita el surgir de una sociedad nueva en Colombia. En esta circunstancia vienen a mi mente las palabras de mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, pronunciadas durante su inolvidable visita a esta misma capital: “Percibid y emprended, con valentía, hombres dirigentes, las innovaciones necesarias para el mundo que os rodea... Y no olvidéis que ciertas crisis de la historia habrían podido tener otras orientaciones, si las reformas necesarias hubiesen prevenido tempestivamente, con sacrificios valientes, las revoluciones explosivas de la desesperación”. Sin duda que habréis reflexionado en ocasiones sobre esta llamada profética (Homilía en a misa de la Jornada del desarrollo, 23 de agosto de 1968).

Conocéis, apreciados dirigentes, la realidad de nuestro mundo y más específicamente la de los países latinoamericanos, y sois conscientes de que su marcha hacia el progreso suscita no pocos y grandes interrogantes. En la Encíclica Populorum Progressio el Papa Pablo VI señalaba una enfermedad en el mundo, que él identificaba con la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos.

A este propósito, en mi Encíclica Dives in Misericordia quise poner de relieve el hecho de que gravita sobre el mundo una inquietud moral, que va en aumento, con relación al hombre y al destino de la humanidad, sobre todo respecto a las profundas desigualdades entre las naciones y en el interior de las mismas. ¿Cómo no ver tal inquietud en los pueblos de América Latina y en especial entre lo jóvenes, que son el número mayoritario en los países de este continente?

Esta inquietud moral se alimenta con los fenómenos de la violencia, el desempleo, la marginación y otros factores que provocan el desequilibrio, amenazando la pacífica convivencia humana.

32 Mirando sin apasionamiento el panorama de vuestra patria, ¿no tenéis también vosotros una clara impresión de la presencia de esta inquietud moral en vuestra sociedad?

La Iglesia, que tiene confianza en vosotros y que os pide seáis los artífices de la construcción de una sociedad más justa, os invita a reflexionar conmigo sobre estos temas de tanta trascendencia.

3. Se trata de una sociedad en donde la laboriosidad, la honestidad, el espíritu de participación en todos los órdenes y niveles, la actuación de la justicia y la caridad, sean una realidad.

Una sociedad que lleve el sello de los valores cristianos como el más fuerte factor de cohesión social y la mejor garantía de su futuro. Una convivencia armoniosa que elimine las barreras opuestas a la integración nacional y constituya el marco del desarrollo del país y del progreso del hombre.

Una sociedad en la que sean tutelados y preservados los derechos fundamentales de la persona, las libertades civiles y los derechos sociales, con plena libertad y responsabilidad, y en la que todos se emulen en el noble servicio del país, realizando así su vocación humana y cristiana. Emulación que debe proyectarse en servicio de los más pobres y necesitados, en los campos y en las ciudades.

Una sociedad que camine en un ambiente de paz, de concordia en la que la violencia y el terrorismo no extiendan su trágico y macabro imperio y las injusticias y desigualdades no lleven a la desesperación a importantes sectores de la población y les induzcan a comportamientos que desgarren el tejido social.

Un país, en el que la juventud y la niñez puedan formarse en una atmósfera limpia, en la que el alma noble de Colombia, iluminada por el Evangelio, pueda brillar en todo su esplendor.

Hacia todo esto, que podemos llamar civilización del amor (cf. Puebla, 8), han de converger más y más vuestras miradas y propósitos.

4. Para realizar esta nueva civilización, os encontráis con graves obstáculos, no fáciles de superar, pero que no deben desanimaros en vuestras tareas. Unos provienen del exterior y otros se originan dentro de vuestra misma sociedad.

Entre los primeros habría que mencionar la grave crisis económica por la que está atravesando el mundo en estos últimos años y que se ha cebado especialmente en los países menos afortunados. Las dificultades de los países más desarrollados les han llevado, para resolver sus propios problemas, a medidas que han hecho más crítica aún la actuación de los no tan prósperos, incrementando y agravando sus problemas. En repetidas ocasiones la Iglesia ha abogado por la búsqueda y consolidación de una unidad entre los pueblos, de una comunidad internacional, en la que las naciones sean respetadas en su identidad y diversidad y ayuda das solidariamente para el logro del bien común. La cuestión social ha adquirido las dimensiones del mundo, en el cual las relaciones de justicia y solidaridad entre los pueblos ricos y pobres constituyen una prioridad. Sigue, en toda su vigencia, la urgencia de un desarrollo integral, de “todo el hombre y de todos los hombres” (Populorum Progressio, 14).

Los pueblos pobres no pueden pagar costos sociales intolerables sacrificando el derecho al desarrollo, que les resulta esquivo, mientras otros pueblos gozan de opulencia. El diálogo entre los pueblos es indispensable para llegar a acuerdos equitativos, en los que no todo quede sujeto a una economía férreamente tributaria de las leyes económicas, sin alma y sin criterios morales. Aquí se inscribe la urgencia de una solidaridad internacional que tiene hoy especial incidencia en el problema de la deuda exterior, que agobia a América Latina y a otros países del mundo.

33 5. Otra serie de obstáculos provienen de la misma sociedad. Algunos no dependen totalmente de vuestra voluntad y su superación requerirá tiempo y esfuerzo, como la insuficiencia de las infraestructuras económicas, la escasez de medios de financiación y de tecnologías avanzadas, la debilidad del mercado interior. Pero hay también obstáculos que son imputables a la responsabilidad de los ciudadanos y que pueden y deben ser corregidos lo antes posible. Sé que ellos son objeto de vuestra preocupación y que constituyen a la vez retos a la creatividad y a la búsqueda de soluciones. Entre estos factores que dificultan el desarrollo se encuentra la violencia, la inseguridad, el contrabando, la injusta distribución de las riquezas, las actividades económicas ilícitas y además, según se indica, el traslado masivo de capitales al exterior, que son indispensables dentro del país.

Una de las consecuencias de este cúmulo de dificultades es el fenómeno del desempleo, que toca el eje del problema social por el derecho al trabajo y la eminente dignidad del mismo, como lo he expresado con mayor amplitud en mi Encíclica Laborem Exercens. Sois conscientes de las dificultades de una sana política de empleo en las presentes circunstancias económicas, pero también sabéis que la creación de nuevos puestos de trabajo y un nivel de salario equitativo, es algo primordial para garantizar el futuro y evitar males ingentes en las familias desprotegidas y en el concierto nacional.

6. Permitidme que a vosotros, queridos empresarios, os dirija una palabra confiada y apremiante. Siendo vosotros empresarios cristianos, no podéis concebir la empresa sino como una comunidad de personas; por consiguiente, el centro de referencia de vuestra actuación económica ha de ser siempre el interés por todo ser humano. Como lo afirmaba hace tres años a los empresarios italianos en Milán: “Incluso en los momentos de mayor crisis, si se quiere realizar realmente una comunidad de personas en el trabajo, es preciso tener en cuenta al hombre concreto, y los dramas no sólo individuales, sino también familiares, a los que llevaría inexorablemente el recurso al despido”. Os invito a aumentar vuestros esfuerzos, con sentido de creatividad, de justicia y desprendimiento para que se multipliquen los puestos de trabajo.

Con estos y otros esfuerzos semejantes, es necesario contribuir eficazmente a cerrar lo más posible la brecha entre ricos y pobres, que a veces se amplía en forma alarmante (cf. Puebla, 1.209).

7. En abierto contraste con la civilización del amor, aparece con características inquietantes el espectro de la violencia que deja sentir su secuela de dolor y muerte en tantas partes del mundo. Asistimos, no sin pesar, a los reiterados ataques a la paz desde las más variadas formas de violencia, cuya expresión extrema y nefasta es el terrorismo, que tiene su raíz en factores políticos y económicos, que se agravan por la interferencia de ideologías, de poderes foráneos y, no pocas veces, por la quiebra de los valores morales fundamentales.

Para el Papa es un deber prioritario abogar por la paz ante una humanidad seriamente amenazada por el flagelo de la violencia. Colombia ha hecho esfuerzos generosos para conseguir la paz en su territorio y en países hermanos. Seguid poniendo todo vuestro empeño en obtener la paz y en consolidarla; por mi parte formulo fervientes votos para que los colombianos obtengan este don tan precioso del que tendré oportunidad de ocuparme en otros momentos de mi visita pastoral.

8. La tarea que tenéis encomendada es inmensa y será sólo el resultado de un esfuerzo constante y prolongado en el tiempo. Pero si la solución de los problemas materiales no puede ser inmediata, sí es posible hacer, desde ahora, una sociedad más justa. Sí es posible hacer una distribución más justa de los esfuerzos y de los sacrificios necesarios. Sí se puede establecer un orden de prioridades que tengan en cuenta que el hombre es el sujeto y no el objeto de la economía y de la política. Tenéis el medio más importante para conseguir estos objetivos. La mayor riqueza y el mejor capital de un país son sus hombres y Colombia es un país rico en humanidad y en cristianismo.

Existe entre vosotros un gran número de dirigentes con elevada competencia profesional y son muchos más quienes están en proceso de preparación. Contáis con una probada tradición democrática, con no pocos años de experiencia. Tenéis un país potencialmente rico, con variados recursos y posibilidades de diversa índole. Poned todo esto al servicio de una patria que os necesita, dejando de lado el egoísmo y superando los antagonismos políticos que impiden la consecución solidaria del bien común.

Tenéis también el mayor tesoro, la mayor riqueza que puede tener un pueblo: los sólidos valores cristianos arraigados en vuestro pueblo y en vosotros mismos, que es preciso reavivar, rescatar y tutelar. Valores profundos de respeto a la vida, al hombre; valores de generosidad y solidaridad; valores de capacidad de diálogo y búsqueda activa del bien común. Son como resortes que sabéis tensar en momentos de especial peligro, o cuando las calamidades por desastre telúricos os han golpeado.

¡Cómo se siente, en tales momentos, la fuerza de la fraternidad! ¡Cómo se dejan de lado otros intereses para acudir a la necesidad del hermano!

9. Si en momentos de especial gravedad sabéis poner en acto esas reservas humanas y espirituales, quiere decir que lo único que necesitáis son motivaciones fuertes para hacer lo mismo con la tarea menos espectacular, pero no menos urgente de reconstruir y hacer más próspera y más justa vuestra nación. Y ¿qué mayor motivación os puedo proponer que recordaros a este respecto la doctrina contenida en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II?

34 Tratando de la dignidad de la persona humana, el Concilio nos propone a Cristo como restaurador y prototipo de nuestra propia dignidad. “El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En El la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual... El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rm 8,23)” (Gaudium et Spes GS 22).

Cada vez que os crucéis con un conciudadano vuestro, pobre o necesitado, si le miráis de verdad, con los ojos de la fe, veréis en él la imagen de Dios, veréis a Cristo, veréis un templo del Espíritu Santo y caeréis en la cuenta de que lo que habéis hecho con él lo habéis hecho con el mismo Cristo. El Evangelista San Mateo pone estas palabras en boca del Señor: “En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mi hermanos menores, a mi me lo hicisteis” (Mt 25,40).

10. Desde esta Casa de Nariño, en que nos encontramos, salieron un día las traducciones de los Derechos del Hombre y las ideas que fueron simiente de vuestra nacionalidad. Sed también vosotros pioneros en ese respeto integral a los derechos del hombre, imagen de Dios.

De esta cita histórica, amados dirigentes de Colombia, ojalá salgáis más firmes y confiados en vuestro compromiso cristiano con una sociedad que os ha dado tanto y que tanto espera de vosotros.

Recibid estas consideraciones como expresión de mi afecto de Pastor y de la esperanza que la Iglesia pone en vosotros para un porvenir más justo y prometedor para todos.

Invoco sobre vosotros, sobre vuestros colaboradores, sobre vuestros hogares y sobre esta querida nación, las bendiciones y las gracias de Aquel que se hizo nuestro hermano, para que vivamos como hijos de un mismo Padre.









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