Discursos 1986 34


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO


Miércoles 2 de julio de 1986

Excelencias, señoras, señores:

1. Es un motivo de satisfacción poder celebrar este encuentro, en la sede de la Nunciatura Apostólica, con un grupo cualificado de personas como es el Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno de Colombia. Ante todo, deseo presentaros mi más deferente saludo, que en vosotros hago extensivo a los Gobiernos y pueblos a los que representáis.

En repetidas ocasiones la Santa Sede ha demostrado su alta estima por la tarea llevada a cabo por los Representantes Diplomáticos, sobre todo cuando ésta se pone al servicio de la gran causa de la paz, del acercamiento y colaboración entre los pueblos y de un intercambio fructífero para el progreso de la comunidad internacional.

2. Una misma preocupación nos une ciertamente y nos hace trabajar juntos: el bien de la humanidad y el porvenir de cada pueblo, especialmente de aquellos que se esfuerzan por ver reconocida y respetada su dignidad. Esta preocupación os llama a ser artífices del entendimiento entre las naciones, a favorecer la seguridad internacional, así como la paz y la concordia entre todos los hombres.

35 Las sociedades humanas, nacionales, serán juzgadas en este terreno de la paz por la contribución que hayan dado al desarrollo del hombre y al respeto de sus derechos fundamentales. Si toda sociedad debe buscar y garantizar el derecho de cada individuo a una existencia digna, este derecho no se podrá separar de otra exigencia también fundamental, que podríamos llamar el derecho a la paz y a la seguridad.

En efecto, todo ser humano aspira a una paz que le permita su plena realización personal, al amparo de cualquier tipo de violencia que puede provenir de acciones terroristas, que conducen a la desestabilización social e incluso a conflictos armados.

3. Se deben buscar pues incansablemente todos los medios que pueden conducir a la paz. Ya en mi viaje a Irlanda dije, y lo repito aquí “que la violencia es un mal, que la violencia es inaceptable como solución a los problemas, que la violencia no es digna del hombre” (Homilía en la ciudad de Drogheda, 9; 29 de septiembre de 1979). Igual que entonces, quiero ser también aquí mensajero incansable de un ideal que excluye la violencia, un ideal —la paz— fundado sobre la fraternidad y que tiene su origen en Dios.

En esta perspectiva siento el deber de reafirmar, al mismo tiempo, que una paz auténtica ha de tener sus raíces bien fundadas en la dignidad del hombre y de sus derechos inalienables. No puede existir verdadera paz si no existe un compromiso serio y decidido en la aplicación de la justicia social. En efecto, la justicia y la paz no pueden disociarse: una paz que no tuviera en cuenta la justicia sería sólo un sucedáneo.

Trabajar por la paz significa, por tanto, comprometerse en la promoción de la justicia y en la defensa y tutela de los derechos fundamentales del hombre, en el respeto mutuo, en el amor fraternal.

Permitid al Papa, Peregrino de la paz por los caminos de Colombia, que os diga con el corazón abierto: no dudéis en comprometeros personalmente por la paz mediante gestos de paz, cada uno en su ámbito y en su esfera de responsabilidad. Dad vida a realizaciones audaces que sean manifestaciones de respeto, de fraternidad y de justicia. De este modo empeñaréis todas vuestras capacidades personales y profesionales al servicio de la gran causa de la paz. Yo os aseguro que por el camino de la paz encontraréis siempre a Dios que os acompaña.

4. El hombre se afirmará a sí mismo por ese camino, y no por la ambición de un poder ilusorio y frágil. El hombre tiene también derecho a que el Estado, responsable del bien común, le eduque en la práctica de los medios para la paz. La Iglesia ha enseñado siempre que “el deber fundamental del poder es la solicitud por el bien común de la sociedad... En nombre de estas premisas concernientes al orden ético objetivo, los derechos del poder no pueden ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de los derechos objetivos e inviolables del hombre... Sin esto se llega a la destrucción de la sociedad, a la oposición de los ciudadanos a la autoridad, o también a una situación de opresión de intimidación, de violencia, de terrorismo, de los que os han dado bastantes ejemplos los totalitarismos de nuestro siglo”(Redemptor Hominis
RH 17) .

5. Todo esto, junto con una distribución equitativa de los frutos del progreso, me parece que constituye las condiciones para un crecimiento y un desarrollo más armonioso de esta tierra que con tanto gozo visito estos días, así como de América Latina. Que Dios quiera sostener los esfuerzos de los responsables, tanto a escala nacional como internacional, para que Colombia y todas las naciones de este gran continente puedan desempeñar el papel que les corresponde en el concierto de la gran familia latinoamericana y de la comunidad internacional.

Señoras y señores: os reitero mi profunda complacencia por haber podido saludaros y expresaros algunas de las inquietudes que llevo en mi corazón. Con mi mejores deseos por las altas funciones que desempeñáis, pido al Todopoderoso que os bendiga con sus dones, así como a vuestras familias y colaboradores.







PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PRESOS EN LAS CÁRCELES COLOMBIANAS


Bogotá, miércoles 2 de julio de 1986

Amadísimos hermanos y hermanas:

36 1. Mi visita pastoral a Colombia, en el marco del Año Mariano Nacional que conmemora el IV centenario de la Renovación de la venerada imagen de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, no podía excluir a quienes se encuentran en las instituciones penitenciarias. Por ello, hoy quiero llegar hasta vosotros de un modo particular, para manifestaros mi afecto de Pastor de toda la Iglesia y alentaros en vuestra actual situación.

¡Cómo desearía en esta hora hacerme presente en todos los lugares de Colombia donde se halle un grupo de personas privadas de libertad! ¡Cuánto quisiera poder escuchar vuestras penas y daros personalmente mi palabra de aliento y de consuelo! Pero, ante la imposibilidad de hacerlo físicamente, quiero aseguraros que os tengo muy presente en mi pensamiento y en mi corazón. A cada uno en particular dirijo este mensaje y espero así poder llegar a lo más íntimo de vosotros para compartir vuestros anhelos y esperanzas, vuestras tristezas y desilusiones, pero sobre todo para iluminar y fortalecer con la Palabra de Dios el ansia de verdadera libertad que brota de lo más profundo de todo ser humano.

2. En la Carta Apostólica que dirigí a toda la Iglesia “sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, recordaba que Jesucristo ha proyectado una nueva luz sobre la realidad del dolor: “El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo... La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva” (Salvifici doloris, 18) . ¡El amor vence el dolor! He aquí todo un programa de vida, una fuente constante de reflexión que ilumina y da sentido a todo aquello que nos hace sufrir. Vosotros, queridos hermanos y hermanas, podéis buscar esa luz en vuestra situación presente. Muchos de vosotros seguramente conserváis con cariño una imagen de Cristo crucificado: ¡Cristo clavado en la cruz! Sí, El es la suprema manifestación del amor divino, El es el que vence el sufrimiento con el amor; El es la expresión más radical del hombre a quien han quitado su libertad, pues allí clavado no tiene siquiera la mínima libertad de movimiento. Sin embargo, El, en ese momento, está realizando el acto más libre y liberador que jamás se haya realizado en la historia del hombre: está ofreciendo libremente su vida para salvar a toda la humanidad.

3. Contemplando a Cristo crucificado, que nos liberó del pecado y de la muerte, se comprende mejor el verdadero sentido de la libertad humana. Con el auxilio de la gracia divina el hombre puede vencer la esclavitud a que le somete el pecado, y ser reconciliado con Dios y con los hermanos. ¡Abrid de par en par las puertas de vuestro corazón y de vuestra alma a la gracia de Cristo! Y si vuestra conciencia os indica que habéis incurrido en alguna falta contra el Señor, contra vuestros hermanos los hombres o contra la sociedad, vuestra situación presente os ofrece la posibilidad de reparar eventualmente las ofensas cometidas, sin perder por ello vuestra dignidad de personas, que ha de ser salvaguardada siempre.

4. Deseo de corazón que mi visita pastoral a Colombia os haga sentir parte viva e integrante de vuestra querida y bella patria cristiana, junto con vuestras familias. Ojalá que este tiempo de privación de libertad no debilite los afectos familiares ni el amor a vuestro país, sino que acreciente en vosotros el deseo de unirse a los demás colombianos en la construcción de una patria laboriosa, pacífica, justa y fraterna.

Elevo mi oración al Padre que está en los cielos, pidiéndole que mitigue vuestras penas, vuestra soledad, vuestras desesperanzas y la ausencia de vuestros seres queridos, a la vez que invoco sobre todos vosotros y vuestras familias la protección de la Virgen María, vida, dulzura y esperanza nuestra.

A todos os bendigo de corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.









PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS MIEMBROS DE LA CONFEDERACIÓN


LATINO AMERICANA DE RELIGIOSOS (CLAR)


Bogotá, miércoles 2 de julio de 1986

1. Con gozo saludo a la Presidencia y a los representantes de las cuatro Regionales de la CLAR, que habéis querido venir a visitarme a la Nunciatura Apostólica, con motivo de mi estancia en Bogotá, donde se encuentra también la sede de vuestra Confederación.

Aprovecho la ocasión para saludar en vosotros a todos los que representáis, es decir, a todas las Conferencias Nacionales de Superiores Mayores de Religiosos de América Latina y a través de ellas a toda la inmensa multitud de religiosos y religiosas que viven su consagración y su servicio en este gran continente de la esperanza, y de quienes depende tanto la presencia eficaz de la Iglesia en el ámbito de la evangelización y de las múltiples obras pastorales y de asistencia.

Junto con este saludo quiero agradeceros la fidelidad al Señor en vuestra consagración religiosa, el trabajo silencioso y eficaz de tantos religiosos y religiosas, así como la presencia y el servicio que prestan en toda América Latina, su disponibilidad para colaborar con los obispos, su rica y multiforme aportación a la misión evangelizadora para que resplandezca la comunión eficaz en la variedad de todos los carismas, suscitados por el Espíritu para el bien de la Iglesia.

37 2. Quiero felicitaros también porque recientemente habéis celebrado los 25 años de la CLAR y habéis recibido, aprobados por la Santa Sede, los Estatutos de vuestra Confederación Latinoamericana de Religiosos, actualizados y acomodados al nuevo Código de Derecho Canónico y a las necesidades presentes de la vida religiosa en América Latina.

En ellos se han fijado con claridad la naturaleza y los objetivo de la CLAR. La Santa Sede ha depositado su confianza en vuestra tarea, al mismo tiempo que pide vuestra colaboración, fidelidad y responsabilidad en unos momentos de gran trascendencia para la evangelización de América Latina y del mundo.

Vuestro servicio de coordinación entre las Conferencias Nacionales de Superiores Mayores de Religiosos, os hace instrumento singular de esa comunión y participación que tenéis que vivir y promover en sintonía plena con toda la Iglesia en América Latina.

Los religiosos, por la dimensión eminentemente comunitaria de vuestra vida consagrada, tenéis que ser testimonio de comunión eclesial dentro de la variedad y complementariedad de vuestros propios carismas y de vuestras tareas específicas de apostolado.

3. Estáis llamados a promover la comunión eclesial con el Consejo Episcopal Latino Americano (CELAM) y con cada una de 1as Conferencias Episcopales, con el debido respeto y sumisión a los Pastores de las Iglesias particulares, a quienes el Señor ha confiado el gobierno de cada porción de la Iglesia, que son la diócesis en las que los religiosos han de estar integrados en comunión con 1os otros miembros del Pueblo de Dios.

De la misma manera os incumbe la labor de coordinación entre las diversas Conferencias Nacionales de Superiores Mayores, a fin de favorecer el conocimiento mutuo, la colaboración y la formación de tantos religiosos y religiosas en América Latina, lo cual redunda en un enriquecimiento de vida espiritual y de experiencias apostólicas.

La confianza que en vosotros ponen los religiosos y religiosas de este continente es motivo de responsabilidad para que la CLAR manifieste en todo una firme adhesión al Magisterio del Papa, a las directrices de la Santa Sede y de los obispos, y promueva la autenticidad de la vida religiosa y de los diversos carismas, respetando y favoreciendo en el diálogo común la índole propia de cada instituto.

4. Es inmenso el potencial evangélico y eclesial que la vida religiosa ha desarrollado en la evangelización de América Latina. Cuando ya se ha iniciado la novena de preparación de las celebraciones del quinto centenario de la evangelización conviene recordar la responsabilidad que incumbe a los religiosos en esta nueva evangelización del continente, poniendo delante de vosotros el amor de vuestros fundadores y fundadoras por la Iglesia, por su expansión misionera, por su presencia salvadora en todas las latitudes y en todos los estamentos de la sociedad.

En esta nueva evangelización a la que la Iglesia en América Latina está convocada, escribid nuevas páginas de santidad y de entrega a vuestro ideal evangélico de pobreza, castidad y obediencia, en todos los lugares y medios en los que estáis presentes. Sea la oración la fuente vital de vuestra permanente consagración. Como lo he expresado en la Encíclica Dominum et Vivificantem, “nuestra difícil época tiene especial necesidad de la oración” . Con vuestra plegaria contribuiréis de modo eficaz a la renovación de la vida espiritual que, sin duda, redundará en la autenticidad evangélica de vuestro testimonio en favor de los más necesitados “en labor callada y humilde” (cf Puebla, 733).

5. Sabéis bien que vuestra misión es la del servicio y que el servicio eclesial tiene siempre el sello inconfundible de la comunión y de la participación para la misión. Estad siempre al servicio de la vida religiosa para que no decaiga nunca la ilusión de ser “seguidores de Jesús”, signos de la presencia de la acción del Espíritu, hijos fieles de la Iglesia y colaboradores en la difusión del Evangelio, entre todos los religiosos y religiosas de América Latina.

Vosotros que sois expertos en vida evangélica escribid con vuestra vida el Evangelio de Jesús en esta tierra y en esta época, haciendo presente a Cristo en la múltiple y variada expresión de su amor al Padre y a los hermanos. Que vuestro apostolado sea una consecuencia de vuestro encuentro, imitación y configuración con el Señor.

38 Que os ayude en esta tarea la Virgen María, tan querida por todos los pueblos latinoamericanos. Ella es el modelo cabal de la fidelidad y del servicio, de la comunión con Cristo y de la abnegada cooperación con toda su existencia a la obra de la salvación. A Ella os encomiendo, para que su recuerdo sea siempre para todos vosotros motivo de fidelidad en vuestra consagración y de generoso servicio evangélico en comunión plena con la misión de la Iglesia.

Con mi Bendición Apostólica.







PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LA CONFERENCIA EPISCOPAL COLOMBIANA


Bogotá, miércoles 2 de julio de 1986

Amadísimos hermanos en el Episcopado:

“Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús” (2Tm 1,2)

1. Con estas palabras del Apóstol San Pablo me dirijo a vosotros, para expresaros desde el primer momento la íntima comunión en el Espíritu Santo, que se realiza en este encuentro entre el Sucesor de Pedro y sus hermanos, sucesores de los Apóstoles, Pastores de la Iglesia en Colombia.

Expresión de mi sincero “afecto en la caridad” quiere ser mi saludo cordial a los señores cardenales, arzobispos, obispos, vicarios apostólicos y prefectos apostólicos que presidís las Iglesias particulares en esta noble y católica nación colombiana y sois o habéis sido miembros de la Conferencia Episcopal. Para todos, mi saludo de paz y de comunión apostólica, mientras doy gracias al Señor por vuestro edificante testimonio de unidad.

Este encuentro en la sede de vuestra Conferencia Episcopal quiere ser una viva demostración de la estrecha comunión de los obispos de Colombia con el Sucesor de Pedro y con la Santa Sede, que caracteriza vuestro ministerio episcopal y la fe católica de vuestro pueblo.

A lo largo de mi visita pastoral tendré ocasión de llevar a toda la Iglesia en Colombia un mensaje de fe y de esperanza, sabiendo de antemano que el Episcopado sabrá acogerlo y profundizar en él con la misma responsabilidad pastoral con que ha preparado al pueblo colombiano para su encuentro con el Papa. Por eso, en la especial circunstancia que nos congrega, vamos a reflexionar juntos sobre algunos aspectos fundamentales de la misión del obispo hoy en Colombia.

2. Dios os ha constituido Pastores de la Iglesia en medio de este pueblo que se ha distinguido desde los albores de su evangelización por su ejemplar fe católica, profundamente arraigada gracias a la labor de destacados misioneros como San Luis Beltrán o San Pedro Claver. En el alma colombiana anida, por así decirlo, un sentido connatural de la trascendencia de Dios y de confianza en la Providencia. Es digna de admiración y de encomio la acendrada devoción de vuestras gentes a la Virgen María, su hondo sentido de los misterios de la pasión gloriosa del Salvador, su amor y respecto hacia el Papa y hacia los Pastores de la Iglesia.

Sois pues Pastores de una Iglesia que cuenta con inmenso potencial de fe y religiosidad, para enfrentar esperanzadamente los problemas que se plantean en la vida cotidiana de vuestras comunidades y en la situación social que atraviesa vuestro país.

39 Pero, ante todo, en cuanto obispos de la Iglesia, contáis con una gracia y una misión sobrenatural que permanece siempre como la fuente inspiradora de vuestras actividad pastoral. Como obispos de la Iglesia sois el punto de convergencia y propulsión de la vida de comunión que es una idea “fundamental y central” de la eclesiología del Vaticano II, como justamente recordó el reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos.

La palabra comunión nos lleva hasta el manantial mismo de la vida trinitaria (Cf. 1Jn
1Jn 1,3) que converge en la gracia y en el ministerio del Episcopado. El obispo es imagen del Padre, hace presente a Cristo como Buen Pastor, recibe la plenitud del Espíritu Santo de la cual brotan enseñanzas e iniciativas ministeriales para que pueda edificar, a imagen de la Trinidad y a través de la Palabra y de los sacramentos, esa Iglesia, lugar de donación de Dios a los fieles que le han sido confiados.

El obispo, en virtud de su agregación al Colegio Episcopal heredero del único Colegio Apostólico, debe reflejar de manera nítida su íntima comunión de fe y de vida, así como de acción pastoral, con los demás obispos de la Iglesia, todos unidos con el Romano Pontífice, que es “principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión” que garantiza que el mismo Episcopado sea uno e indivisible (Lumen gentium LG 18).

3. Misión primordial de cada uno de los Pastores es presidir y edificar la Iglesia que Cristo le ha asignado. Así lo establece la legislación canónica, que se hace eco de los documentos del Concilio Vaticano II, resumiendo en estas palabras el ministerio del obispo en perfecta comunión con el Sucesor de Pedro: “La diócesis es una porción de Pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al obispo con la colaboración del presbiterio, de manera que unida a su Pastor y congregada por él en el Espíritu Santo, mediante el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo, una, santa, católica y apostólica” (Código de Derecho Canónico CIC 369 cf. Christus Dominus CD 11).

Allí donde los consagrados al ministerio trabajan por edificar la Iglesia (cf Ep 4,12) , crece compacto el Cuerpo de Cristo, la nueva humanidad, el proyecto de nueva sociedad, la familia de Dios que “se perfecciona en la caridad”(Ibíd.4, 16) .

Por eso, la tarea primordial es conformar nuestra misión a la misión misma de Cristo y del Espíritu, la cual empieza siempre por la edificación de la Iglesia.

Con razón se acentúa la imprescindible presencia del Evangelio de Cristo, predicado como anuncio y encarnado como vida, en todas sus dimensiones personales y sociales. Esta presencia continua de Cristo tiene su centro de comunión en la Eucaristía, es decir, Cristo mismo en su misterio pascual que se hace presente con toda la riqueza de su misterio redentor. El hace la Iglesia, la edifica, la alimenta y la hace como renacer cada día, desde el misterio de su muerte y resurrección, que se perpetúa en el sacrificio de la Misa. En la celebración de la Eucaristía el obispo es el principio de unidad de todas las asambleas, que son “legítimas” en cuanto mantienen esa necesaria comunión con el ministerio episcopal (Lumen gentium LG 26). Con palabras que son conmovedoras para tantas experiencias de vida eclesial en el mundo y también aquí en Colombia, el Concilio nos recuerda: “En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia, una, santa, católica y apostólica” (Ibíd.).

4. Es ésta una tarea ministerial en la que cada Pastor tiene que poner toda su ilusión para hacer de su propia grey una perfecta realización de la Iglesia de Cristo. Para eso recibe el obispo la plenitud del Espíritu Santo en la ordenación episcopal para ser colaborador de esta misión eclesial que es propia del Espíritu Santo.

Como he escrito recientemente en mi Encíclica sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo: “La gracia del Espíritu Santo, que los Apóstoles dieron a sus colaboradores con la imposición de las manos, sigue siendo transmitida en la ordenación episcopal. Luego los obispos, con el sacramento del orden, hacen partícipes de este don espiritual a los ministros sagrados y proveen a que, mediante el sacramento de la confirmación, sean corroborados por El todos los renacidos por el agua y por el Espíritu; así, en cierto modo, se perpetúa la gracia de Pentecostés” (Dominum et Vivificantem DEV 25).

De la visión sacramental del Episcopado como misterio de comunión, y de esta gracia del Espíritu que os ha “constituido para regir la Iglesia de Dios” (cf Ac 20,28) como colaboradores de su misión, se desprenden una serie de tareas primordiales y actualísimas de vuestro quehacer pastoral en la Iglesia de Colombia, tanto a nivel de Iglesias particulares como a nivel de Conferencia Episcopal.

5. La Iglesia es, por naturaleza y misión, depositaria y transmisora, a la vez, de una verdad que no es suya sino que es revelada por Dios a su Hijo, el Verbo Encarnado, muerto y resucitado, plenitud y mediador de toda la revelación.

40 La predicación del Evangelio de Jesucristo supone la transmisión íntegra de esa verdad, la valentía en defenderla, la sabiduría para aplicarla con discernimiento a los nuevos problemas y situaciones de la humanidad.

El obispo, pues, es llamado a ser maestro y testigo de la verdad, fiel y leal en la comunión con el auténtico Magisterio de la Iglesia para la predicación de la integridad de la doctrina católica.

Se trata de una misión ardua en un mundo convulsionado por opiniones y teorías engañosas; algunas —como es el caso de las sectas que siembran confusión en vuestro pueblo sencillo— diluyen la coherencia y la unidad de la doctrina evangélica; otras —como es el caso de ciertas doctrinas que reivindican la interpretación autónoma de los principios morales— prescinden altaneramente de la doctrina de la Iglesia en aras de un pretendido progreso humano y una visión secularista de la sociedad y de la vida.

6. En todo caso, sean claras y oportunas vuestras enseñanzas cuando la doctrina de la Iglesia pueda sufrir menoscabo, pues es misión pastoral del obispo proclamar la verdad y es derecho inalienable del Pueblo de Dios conocer con claridad la doctrina auténtica de la Iglesia.

Con mansedumbre, no exenta de firmeza, continuad enseñando, por todos los medios que estén a vuestro alcance, la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre el hombre. Conscientes de que sólo “la verdad os hará libres” (
Jn 8,32), defended la auténtica doctrina contra los silencios sospechosos, las ambigüedades engañosas, las reducciones mutiladoras, las relecturas subjetivas, las desviaciones que amenazan la integridad y la pureza de la fe.

Os animo y exhorto sobre todo a manteneros firmes en defender la verdad sobre el hombre, que se desprende de la verdad sobre Cristo y sobre la Iglesia, y tiene su aplicación en el campo de los derechos humanos, de la sacralidad de la vida desde el momento de su concepción; proclamad ante la sociedad la indisolubilidad del matrimonio, la unidad y santidad de la familia, contra todos los ataques teóricos y prácticos que se insinúan en vuestro país. Defender el proyecto de Dios sobre el hombre y la mujer, sobre el matrimonio y la vida, no es sólo evidenciar esa ley inscrita por el Creador en la misma naturaleza humana, sino que es poner también las bases de una civilización del amor, que no puede construirse si no es desde el respeto recíproco que tiene como punto de convergencia la ley santa de Dios grabada en la conciencia de los hombres.

Que el Espíritu de la verdad, ese Espíritu que “guía hasta la verdad completa” (Ibíd. 16, 13) encuentre en vosotros auténticos colaboradores para llevar a cabo esa misión de convencer al mundo en lo referente al pecado, a la justicia y al juicio (Ibíd. 16, 8-11), cuando rechaza la verdad y la vida del Evangelio, como he subrayado recientemente en mi Encíclica “Dominum et Vivificantem”.

7. La fidelidad a vuestro ministerio, según las palabras y ejemplos del Maestro, tiene que traducirse en una vida santa, como corresponde a ese Espíritu de santidad que habéis recibido en vuestra ordenación episcopal.

Sed “modelos” para vuestra grey, como exhorta San Pedro (cf 1P 5,3); “en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza de vida” (1Tm 4,12), como recomienda San Pablo a Timoteo. Hoy más que nunca se le pide al obispo un testimonio evangélico personal.

Os lo pide ante todo Cristo, Buen Pastor y Cabeza de los Pastores, con su propio ejemplo de bondad, de mansedumbre, de caridad pastoral hasta dar la vida por sus ovejas, como suprema manifestación del amor.

Dicho ministerio pastoral, caldeado siempre con la caridad que es don del Espíritu Santo, os exige la dedicación completa de vuestra vida. No se os pide menos que la vida misma, en un martirio cotidiano de entrega y de amor para “apacentar la grey que se os ha encomendado... siendo modelos de la grey” (1P 5,2-3).

41 En este compromiso de santidad y en vuestra ejemplaridad personal os encomiendo especialmente, a imitación de Jesús, Maestro y amigo de los discípulos, que prestéis una atención especial a vuestros sacerdotes. Son los primeros colaboradores en vuestro ministerio episcopal y deben ser los primeros destinatarios de vuestro cuidado pastoral. Sed para ellos padres, hermanos y amigos, que se preocupan de su vida espiritual y también de sus necesidades materiales. Fomentad con vuestro ejemplo la fraternidad sacerdotal entre todos los que son ministros del único Sacerdote, Jesucristo. Sed ejemplo de comunión y de unidad con todos vuestros sacerdotes para edificación y estímulo del Pueblo de Dios. Velad también por la fidelidad de los religiosos y de las religiosas a los compromisos de su consagración y a la autenticidad de su servicio apostólico.

8. A vosotros, hermanos, os incumbe la noble tarea de ser los primeros en proclamar las “razones de la esperanza” (cf Ibíd. 3, 15); esa esperanza que se apoya en las promesas de Dios, en la fidelidad a su palabra y que tiene como certeza inquebrantable la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre el mal y el pecado.

Sed testigos de esperanza para los jóvenes, amenazados por el vaivén de las falsas ilusiones y el pesimismo de los sueños que se desvanecen. Llevad la verdadera esperanza a los pobres, que miran a la Iglesia como su única defensa desde su esperanza sobrenatural. Para unos y para otros abrid caminos de esperanza y de liberación auténtica, en la línea de vuestro documento episcopal “Identidad cristiana en la acción por la justicia” y de la enseñanza del Magisterio sobre esta delicada cuestión; particularmente, las dos Instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, “Libertatis Nuntius”, sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, y “Libertatis Conscientia”, sobre libertad cristiana y liberación. “Entre ambos documentos existe una relación orgánica. Deben leerse uno a la luz del otro” (Libertatis Conscientia, 2).

Continuad trabajando, queridos hermanos, en estrecha unidad, por la auténtica liberación que nos viene de Jesucristo, Redentor del hombre, la cual ha de ser preservada de ideologías que le son ajenas y que desvirtúan su contenido evangélico. Como lo señalaba en mi reciente Encíclica “Dominum et Vivificantem”, existen formas de materialismo, “ya sea en su forma teórica —como sistema de pensamiento— ya sea en su forma práctica —como método de lectura y de valoración de los hechos—”, que se oponen y resisten, particularmente en nuestros días, a la acción del Espíritu. Es éste un fenómeno que, con toda razón, os preocupa también a vosotros, como a tantos Pastores de América Latina, que lo han puesto de manifiesto en sus visitas “ad limina”.

Entre los caminos de esperanza activa para vuestra Iglesia, que se proyecta ya hacia la conmemoración del V centenario y hacia el gran jubileo del año 2000, os indico tres prioridades: las vocaciones sacerdotales y religiosas, la educación de la juventud, la promoción de un laicado comprometido.

Colombia es una nación católica y misionera. Necesita, pues, vocaciones sacerdotales y religiosas para una presencia viva de la Iglesia proporcionada a sus necesidades pastorales, y para un testimonio misionero. La promoción de las vocaciones y su formación adecuada asegura un camino de esperanza para la difusión del Evangelio. El mundo moderno tendrá cada vez más necesidad de los ministros de Cristo que prediquen su palabra y comuniquen la vitalidad del Espíritu. Ante la amenaza del materialismo, que intenta vaciar el alma humana de sus aspiraciones más nobles, la Iglesia será el baluarte de los valores del Espíritu, el lugar de la presencia del humanismo evangélico abierto a la trascendencia.

Colombia es también una nación con alto coeficiente de juventud. Los jóvenes son mi esperanza, como son también vuestra esperanza. Pero hay que desplegar las mejores energías para formar su conciencia desde la fe; colaborar por todos los medios en una educación integral de los jóvenes que se forman en la universidad, en los institutos técnicos y en los demás centros académicos. El progreso en la modernización de la nación no puede prescindir de sus raíces culturales católicas, si quiere construir un futuro homogéneo que pueda desembocar en una civilización del amor. De esta forma los jóvenes serán los artífices de un futuro mejor. La Iglesia tiene que estar comprometida en este camino de esperanza, que pasa por la formación integral de la juventud.

Os recuerdo, finalmente, la apremiante tarea de promoción de un laicado maduro y responsable, capaz de ser fermento y presencia activa en la Iglesia y en la sociedad. A nivel de Iglesias locales y de toda la Iglesia de Colombia, hay que recordar las palabras del Concilio Vaticano II: “La Iglesia no está verdaderamente formada, no vive plenamente, no es señal perfecta de Cristo entre los hombres mientras no exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente dicho” (Ad gentes
AGD 21), un laicado maduro y comprometido. Sé que no falta a la Iglesia colombiana esa riqueza de seglares cristianos que ya trabajan en la catequesis y en la misión, en los movimientos apostólicos y familiares, en la vida social. En la perspectiva del próximo Sínodo de los Obispos os exhorto a intensificar esta formación del laicado cristiano. Ellos serán también garantía de esperanza para una presencia más incisiva del Evangelio en la vida pública de vuestra nación.

9. Queridos Pastores de la Iglesia en Colombia, he querido recordaros algunas tareas que son inherentes a vuestro ministerio episcopal. Como Conferencia Episcopal de Colombia vuestra responsabilidad tiene un horizonte amplio que abarca toda la nación, a cuyo bienestar y progreso contribuye la vida de los católicos, encomendados a vuestro ministerio eclesial.

Con la gracia que brota de la comunión en la fe, con la fuerza moral que adquieren vuestros pronunciamientos unánimes, con la colaboración y el discernimiento que se realiza en el ámbito de la Conferencia Episcopal, velad por la Iglesia y su vitalidad interna y misionera. Sed servidores de vuestro pueblo y de vuestra gente, abriendo senderos de mayor justicia y progreso social para todos. No cejéis en vuestra defensa de los derechos de los más débiles, en la promoción de la moralidad pública, en una mediación honrosa para la reconciliación de todos los hijos de esta nación noble y cordial, hospitalaria y amante de la paz.

10. Al finalizar este encuentro quiero invocar sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras Iglesias particulares con sus sacerdotes, religiosos y religiosas, familias, jóvenes y niños, sobre todos vuestros fieles, la protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia en Colombia, bajo la advocación de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá. Que Ella, la Madre de los discípulos de Jesús, la Virgen del Cenáculo y Reina de los Apóstoles, os alcance la plenitud del Espíritu para que haga fecunda vuestra acción apostólica. Que Ella, Patrona de Colombia y Reina de la Paz, obtenga para toda vuestra nación, herida por la violencia, el don de la reconciliación fraterna entre todos los colombianos, garantía de un futuro de prosperidad y de progreso.

42 Con estos deseos os acompaña mi oración y mi Bendición Apostólica.











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