Discursos 1986 52


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LOS NIÑOS


Capilla del Seminario de Calí

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Viernes 4 de julio de 1986

Amadísimos niños de Colombia:

— ¿Amáis al Señor?
— ¿Amáis a la Santísima Virgen, Nuestra Madre?
— ¿Amáis a la Iglesia católica?
— ¿Amáis a vuestro prójimo?

Me siento muy feliz de tener este encuentro con vosotros, que representáis a tantos miles de niños colombianos y, en particular, a los que pertenecen a la Infancia Misionera.

La alegría que habéis expresado al recibirme, muestra claramente con cuánto entusiasmo e ilusión habéis esperado este momento. ¿No es verdad? También yo he esperado y deseado este momento para estar con vosotros.

En Roma, donde vivo habitualmente, el encuentro con los niños en mis visitas a las parroquias es siempre un momento entrañable de alegría para mí.

Niños de Colombia, vuestra presencia en la Iglesia es importante. ¡Que triste sería una Iglesia hecha sólo de personas mayores! ¡Que vacío se sentiría en las parroquias y en las comunidades eclesiales sin los niños que frecuentan las catequesis, que cantan en las celebraciones y hacen sentir que la Iglesia es una familia verdadera, en la que todos —pequeños y grandes— son hijos de Dios!

Por eso el Señor, como sabemos por la narraciones del Evangelio, quiso tener cerca a los niños: “Dejad que los niños vengan a mí... porque de ellos es el Reino de los cielos” . Sí, ciertamente, sois los amigos de Jesús y por lo tanto sois también los amigos del Papa Juan Pablo II.

54 Queridos niños de Colombia, vosotros representáis a todos los millones de niños de vuestra edad, y especialmente a los que pertenecen a la Infancia Misionera.

Es una alegría para el Papa saber que colaboráis con él en esa obra misionera que Jesús le ha encomendado para llevar el Evangelio a todo el mundo. Sí, son mis colaboradores; mis pequeños grandes colaboradores en la difusión del Evangelio.

Colaboráis conmigo porque os unís a las intenciones misionales del Papa; ante todo con la oración; después con el buen comportamiento en vuestras casas y con vuestros compañeros; y también con las limosnas para las misiones, que son fruto de privaciones y sacrificios. Donde vosotros no podéis llegar con vuestra palabra, llegáis con vuestra oración y vuestros sacrificios.

Sí. Esto es lo que yo espero de vosotros y de todos los niños de Colombia. Vosotros me acompañaréis con vuestra oración y yo, por mi parte, llevaré vuestro saludo, vuestros deseos de paz y de fraternidad a todos los niños que constantemente encuentro en mis viajes apostólicos. ¿De acuerdo? Así vamos a formar una cadena de amor y de fraternidad que una a todas las personas y vamos a trabajar por la paz, esa paz que es aspiración de todos.

Vosotros sabéis que, por desgracia, tantos niños como vosotros viven el dolor de la guerra, la necesidad del hambre, el abandono de la orfandad. Y muchos, sobre todo, no conocen a Jesús, no saben que tienen en la Virgen María una Madre que vela por nosotros como ve1ó por su Hijo Jesús cuando era Niño. También para ello es la palabra del Evangelio y la familia universal de la Iglesia en la que vosotros os sentís como en vuestro propio hogar.

Queridos niños: Habéis dicho que amáis a Jesús, vuestro amigo. Pues amadlo todavía más. Creced como El en edad, en sabiduría y en gracia. Decid con vuestras palabras, con vuestros cantos, con vuestra vida que El está vivo, que El está presente en la Iglesia.

Habéis dicho que amáis a la Virgen María. Pues invocadla siempre con amor rezándole el santo rosario.

Habéis dicho que amáis a la Iglesia. Pues amadla cada día más y permaneced siempre unidos a ella; pedidle al Señor por el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Rezad todos los días por los misioneros y misioneras.

El Papa os ama tanto, queridos niños colombianos, que no querría marcharse, que se quedaría siempre con vosotros. Pero y sabéis que en Jesús y en la Iglesia todos estamos unidos, que no hay distancias que nos separen. Rezad por mi y yo rezaré por vosotros. Recibid mi Bendición Apostólica, que de corazón extiendo a vuestras familias, a la Infancia Misionera y a todos los niños de Colombia.







PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

POR LAS VÍCTIMAS DEL VOLCÁN NEVADO DEL RUIZ


Chinchiná, sábado 5 de julio de 1986

1. Padre misericordioso, dueño de la vida y de la muerte.
55 Nuestro destino está en tus manos.
Míranos con bondad y gobierna nuestra existencia con tu providencia, llena de sabiduría y amor.
Ante las fuerzas de la naturaleza que aquí se desbordaron, nos hemos sentido desvalidos.
Ante el misterio de tanta muerte y dolor de nuestros hermanos, hemos quedado confundidos.

Por eso, Padre, nos dirigimos a Ti.

2. Aviva en nosotros, Señor, la luz de la fe para aceptar el misterio de este dolor intenso, y creer que tu amor es más fuerte que la muerte. Mira, Señor, con bondad la aflicción de los que lloran la muerte de sus seres queridos: hijos, padres, hermanos, parientes, amigos.

Que sientan la presencia de Cristo, que consoló a la viuda de Naín y a las hermanas de Lázaro, porque El es la resurrección y la vida.

Que encuentren el consuelo del Espíritu, la riqueza de tu amor, la esperanza de tu providencia que abre caminos de renovación espiritual y asegura a los que le aman un futuro mejor.

3. Ayúdanos a aprender de este misterio de dolor, que somos peregrinos en la tierra, que hemos de estar preparados siempre, porque la muerte puede llegar al improviso.

Recuérdanos que hemos de sembrar en la tierra lo que recogeremos multiplicado en la gloria, para que vivamos siempre mirándote a Ti, Padre y Juez de vivos y muertos, que al final nos juzgarás en el amor.

4. Te damos gracias, Padre, porque en la fe el dolor nos acerca más a Ti, y en él crece la hermandad y la solidaridad de todos los que abren el corazón a1 prójimo necesitado.

56 Desde este lugar que guarda los restos mortales de tantos hermanos nuestros escucha nuestra oración: “Dales, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz”.

Y a quienes seguimos viviendo, peregrinos en este valle de lágrimas, danos la esperanza de reunirnos contigo, en tu casa paterna, donde tu Hijo Jesús nos ha preparado un lugar y la Virgen María nos guía hacia la comunión de los Santos.

Amén.







PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS DAMNIFICADOS DE CHINCHINÁ


Sábado 5 de julio de 1986


Mis amados hijos en Cristo, el Señor:

1. Este encuentro con los damnificados por la tragedia que provocó el volcán Nevado del Ruiz, resulta para mi especialmente conmovedor.

Como el samaritano del Evangelio me acerco al mundo del sufrimiento, donde Jesús está presente de una manera especial; por eso, la Iglesia entera quiere hacerse también presente conmigo entre vosotros con su palabra de consuelo y esperanza, con su caridad materna y también, dentro de sus posibilidades, con su ayuda generosa.

Aquí, en vuestra misma tierra, marcada por la cruz de Cristo, quiero saludar y manifestar mi solidaridad, la solidaridad de todo el Pueblo de Dios, a las personas y a las familias que han padecido la muerte trágica de sus seres queridos, así como a los sobrevivientes que soportan la soledad, el desamparo, la pobreza. Al compartir como Padre y Pastor, vuestra pena, os invito a transformar tan grandes sufrimientos en acto redentor, asociándoos a la Pasión del Señor, con clara conciencia del sentido cristiano y del valor salvífico del dolor.

2. Saludo al Señor Presidente de la República, cuya presencia en este acto testimonia una vez más su interés por los damnificados. Saludo igualmente al Señor Gobernador y demás autoridades civiles y militares; todos ellos, al igual que otros muchos ciudadanos generosos, se han prodigado en atender a las víctimas, superando grandes dificultades.

Saludo fraternalmente al Pastor de esta Iglesia local, al señor arzobispo de Manizales, a su presbiterio, religiosos, religiosas y apóstoles seglares que con gran sentido evangélico están siempre dispuestos a socorrer, amar y ejercer la caridad, sembrando la bondad y haciendo el bien.

Que el Señor premie todos vuestros afanes, especialmente aquellos más ocultos, menos conocidos, que son a veces los más meritorios y eficaces.

57 En la hora de la tragedia quise enviar mi contribución para los damnificados y para la obra de recuperación. Aprovecho hoy esta ocasión para manifestar mi satisfacción por la admirable solidaridad universalmente mostrada por tantas personas e instituciones. De todo corazón bendigo las obras que se vienen realizando para solucionar las consecuencias de tan dolorosa calamidad.

3. Sé, por otra parte, que hay preocupación, zozobra e incluso angustia ante el peligro de que sobrevengan nuevas catástrofes. A la deseable y oportuna previsión, a la necesaria prudencia ante el riesgo y a las eficaces precauciones, hay que unir una gran confianza en Dios, nuestro Padre.
Como discípulos de Cristo, hemos de saber captar y leer el sentido que tienen para nosotros todos los acontecimientos, incluso los más tristes, en los que siempre está escrita una llamada del Señor en orden a la renovación y conversión.

4. Mirando hacia la ciudad de Manizales, colocada sobre la montaña, pienso en su raigambre cristiana y en su tradición cultural que le dan una vocación de altura moral y espiritual para irradiar a los demás la luz que brota de su vigorosa herencia de fe.

Hay que mirar al pasado pero no para vivir únicamente de su glorias, sino para encontrar en las propias raíces respuestas adecuadas a los retos de la historia en orden a afrontar y superar, con buena preparación religiosa y moral con madurez y con valentía, los halagos del materialismo y del hedonismo, los peligros del secularismo y de las ideologías que siembran la división y el odio, y que hacen perder al hombre de hoy el sentido de Dios y el sentido del pecado.

Defended la familia de la disolución y contaminaciones que la acechan; defended la juventud para que se conserve sana, generosa y abierta a Cristo, de forma que sea de verdad sangre nueva para forjar generaciones nuevas y para dar vida a un porvenir mejor, en el que domine la civilización de la paz, de la solidaridad y del amor.

Estas tierras, gracias a Dios, tienen en el cultivo del café uno de los grandes recursos de la economía nacional un eje fundamental de la agricultura. Poned pues el mayor empeño en defender, organizar y promover este sector, para que sea fuente de bienestar colectivo y de progreso humano; y para que, al margen de cualquier explotación de personas o hegemonía de grupos, redunde en beneficio de todos, según los postulados de la anhelada justicia social que la Iglesia propone y propugna a la luz del Evangelio.

5. Queridos hijos de Chinchiná y Villamaría: ¡Animo y confianza!; queridos caldenses y manizaleños: ¡Siempre adelante!; que sigáis engrandeciendo a la patria con los más genuinos valores humanos y cristianos, según el ejemplo de vuestros antepasados, para acreditar así el presente e iluminar el porvenir.

En este Año Mariano Nacional, como prenda de mi afecto entrañable y como signo de esperanza para el futuro, os dejo la imagen coronada de Nuestra Madre del Rosario, a fin de que Ella obtenga de su divino Hijo, para toda esta hermosa región y para este noble pueblo caldense que la honra y exalta con amor, paz plena, bienestar creciente, fe inquebrantable y coherente vida cristiana.

Y ahora, como hijos que ponen en su Padre toda la confianza, dirijamos a Dios nuestra ferviente plegaria.







PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA POBLACIÓN DE PEREIRA


Aeropuerto internacional “Matecaña”

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Sábado 5 de julio de 1986



Amados hijos e hijas:

Vuestra presencia en este aeropuerto de Matecaña me llena de gozo, pues veo en ello una manifestación de la fe cristiana que ha animado la vida de tantas generaciones en esta querida comarca colombiana.

Como Sucesor de Pedro, que confirma a sus hermanos en la fe, durante esta visita pastoral a vuestro querido país os exhorto encarecidamente a que continuéis firmes en vuestra fidelidad a Cristo, nuestro Salvador, y a la Iglesia nuestra Madre.

Que esta bella tierra, que ha sido bendecida por Dios con la riqueza de sus dones en sus fértiles cafetales, sea terreno fecundo donde la semilla del Evangelio produzca abundantes frutos de vida cristiana.

Que vuestras familias, a ejemplo de la de Nazaret, sean iglesias domésticas en las que reinen el amor y la paz, y donde se eduque a los hijos en la fe católica y en la práctica de las virtudes.
Mientras invoco sobre todos vosotros la protección de la Santísima Virgen, a la que tanto amáis, os imparto con afecto mi bendición apostólica.







PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON LOS HABITANTES DE LOS BARRIOS POPULARES


EN EL ESTADIO «ATANASIO GIRARDOT» DE MEDELLÍN


Sábado 5 de julio de 1986



Queridos hermanos y hermanas:

1. Es para mí motivo de profundo gozo encontrarme esta tarde con vosotros, sacerdotes y laicos comprometidos de parroquias pobres y obreras que, junto con numerosas delegaciones de los barrios populares, representáis sectores del país en los que se vive una particular situación de pobreza y marginación.

Sé bien que este encuentro, preparado con tanto esmero, significa la culminación de un largo y paciente trabajo de conjunto, encaminado a conocer y servir mejor a vuestras comunidades parroquiales.

59 El Papa está con vosotros. Me siento unido a cada uno de vosotros y a cuantos actúan como el buen samaritano con los hermanos más necesitados. Por ello, quisiera que mi palabras llegaran a todas las parroquias pobres de Colombia, y de modo particular a vuestros hogares, a vuestros barrios, a vuestros lugares de trabajo.

Cuando el cristiano pone sin reservas su confianza en el Padre celestial, brota espontáneamente de su corazón una corriente de gratitud y esperanza. Sabemos que de El proceden todos los dones; que quiere el bien de los más débiles, de los necesitados, de quienes llevan en su rostros las huellas de Cristo sufriente.

Al contemplaros, venidos de diversos lugares de Colombia, Y en especial de las zonas industriales de Medellín, elevo a Dios mi ferviente acción de gracias por el don de la fe, que tan arraigada está en vuestros corazones. Lo hago con las palabras de Jesús: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños”. Esta plegaria de Cristo resuena con especial fuerza y significación esta tarde, porque a los humildes, a los sencillos son reveladas las riquezas del reino de Dios.

2. En este pasaje del Evangelio de San Mateo, Jesús, el Hijo de Dios, nos revela el misterio de la paternidad divina; y “se alegra porque le ha sido posible revelar esta paternidad; se alegra, finalmente, por la especial irradiación de esta paternidad divina sobre los pequeños”.

En la Iglesia, queridos hermanos y hermanas, experimentáis de modo especial la dignidad de hijos de Dios, que es el título más noble y hermoso a que puede aspirar el ser humano. Mantened siempre viva y operante dicha dignidad; en ella rende la grandeza que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, cuida, tutela y promueve. Nadie tiene tantas razones para amar, respetar y hacer respetar a los pobres como la Iglesia, que es depositaria de la verdad revelada sobre el hombre, imagen de Dios, redimido por Cristo. El anuncio de la Buena Nueva del reino da razón de esta alegría que hoy compartimos, a pesar de las particulares dificultades de vuestra existencia. La reciente Instrucción sobre libertad cristiana y liberación pone oportunamente de relieve: “Tal es su dignidad (la de los pobres) que ninguno de los poderosos puede arrebatársela; tal es la alegría liberadora presente en ellos”. Sí, los “pequeños”, los pobres, “se sienten amados por Dios como todos los demás y más que todos los otros. Viven así en la libertad que brota de la verdad y del amor”.

Jesús proclama bienaventurados a los pobres en una afirmación que rompe la aparente solidez de criterios que pretenden identificar la felicidad con el goce de los bienes temporales, con poseer, con la riqueza material.

3. Jesús, que se hizo pobre para salvarnos, es el único que nos revela al Padre: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar”. Con estas palabras, el Señor nos manifiesta sus relaciones inefables y únicas con su Padre, invitando así a sus oyentes a hacerse sus discípulos, “pequeños”, pobres de espíritu.

En su dignidad de hijo de Dios es donde radican los derechos de todo hombre, cuyo garante es Dios mismo. Por eso la Iglesia, obediente al mandato recibido, urge los deberes de solidaridad, de justicia y de caridad para con todos, particularmente para con los más necesitados. “La Iglesia, amando a los pobres, da también testimonio de la dignidad del hombre”.

El Señor Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, se muestra compasivo y misericordioso con todos los que sufren: “Venid a mi todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. He aquí una invitación y una llamada que hoy, en modo particular, deseo haceros a vosotros, sacerdotes y fieles de las parroquias menos favorecidas de Colombia: a vosotros los cansados y oprimidos por la pobreza, por la injusticia, por la falta de puestos de trabajo, por las insuficiencias en educación, salud, vivienda, por la insolidaridad de quienes pudiendo ayudaros no lo hacen.

4. En vuestras personas, queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, que dedicáis vuestro generoso esfuerzo a servir a los más necesitados, quiero agradecer el trabajo apostólico de tantas personas que ven en los pobres “los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que cuestiona e interpela”. El trabajo de la Iglesia en favor de los más necesitados es un hecho que ha animado siempre la vida de las comunidades cristianas. Ese amor de preferencia ha de continuar siendo característica y labor prioritaria de la Iglesia, fiel a su Señor, pobre y humilde de corazón, “el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriqueciera con su pobreza”.

Representáis, amados sacerdotes, a numerosos hermanos en el sacerdocio de Cristo, que con gozo evangélico ejercen su ministerio en las parroquias más necesitadas. Yo os pido encarecidamente que continuéis ilusionados en esa edificante tarea de asistencia y de santificación, mediante la Palabra y los Sacramentos, en comunión plena con vuestros Pastores y con las enseñanzas de la Iglesia, e inspirados en su doctrina social. Estáis llamados a dar testimonio de santidad y entrega con vuestra propia vida y ministerio, conscientes de que la misión que desempeñáis es de carácter religioso, espiritual. No se puede ir a los pobres sin un corazón de pobre, que sepa escuchar y recibir la Palabra de Dios tal como es. Por eso se necesitan apóstoles que sigan e imiten a Cristo en su vida de pobreza, sin ambiciones egoístas y con gran capacidad de escucha y de sensibilidad para con los hermanos. Vosotros mismos son testigos del aprecio y gratitud de los fieles, cuando no se mezclan intereses de carácter ideológico o político, que son extraños al Evangelio o a las exigencias de vuestra vocación. Actitudes no conformes con la misión evangelizadora del sacerdote harían daño a la comunidad y lesionarían la integridad del ministerio que el Señor os ha confiado en su Iglesia.

60 5. Sé que realizáis un importante y significativo esfuerzo de pastoral social con miras a la promoción humana y cristiana de los más pobres. Hay que recordar que esta dimensión de la pastoral no consiste solamente en el esfuerzo profético de la denuncia de los males; tampoco puede reducirse, como sucede a veces por desgracia, a consignas y estrategias socio-políticas. Esta pastoral debe ser un auténtico servicio a los más pobres desde el Evangelio.

Se trata de una pastoral social no exenta de dificultades. Por ello, necesita seguir muy de cerca los pasos del Señor Jesús y ser fiel a sus enseñanzas en el espíritu del Sermón de la Montaña; es necesario que se alimente de la savia de la fe, a la luz de la Palabra de Dios y en la fidelidad y amor a la Iglesia. Para asegurar su eficacia, dicha pastoral ha de enmarcarse en la pastoral de conjunto de cada Iglesia particular, con gran sentido de colaboración con toda la comunidad cristiana y en espíritu de comunión con el presbiterio, unidos todos íntimamente con el obispo.

La presencia de la Iglesia entre los pobres en modo alguno puede reducirse a la sola dimensión de la promoción humana en el campo de la justicia social. Su misión con ellos es tan amplia que abarca todos los campos de la acción pastoral. Su eje ha de ser una preocupación evangelizadora ya que ésta, concebida integralmente, es el mejor servicio a los hermanos más necesitados. En tal sentido, una catequesis sólida y profunda, que enseñe sin ambigüedades lo que se debe creer, según los criterios del Magisterio auténtico, es un servicio esencial para la promoción cristiana y para la conciencia de la dignidad del pobre, de su vocación cristiana y de su pertenencia al Cuerpo místico de Cristo.

6. La Iglesia no puede en modo alguno dejarse arrebatar por ninguna ideología o corriente política la bandera de la justicia, la cual es una de las primeras exigencias del Evangelio y, a la vez, fruto de la venida del reino de Dios. Esto forma parte del amor de preferencia por los pobres y no puede desligarse de los grandes principios y exigencias de la doctrina social de la Iglesia, cuyo “objeto primario es la dignidad personal del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables”. Por ello, un aspecto insoslayable de la evangelización de los más pobres es dar mayor vigor a una activa preocupación social, guiados siempre por la Palabra de Dios, en sintonía perfecta con el Magisterio de la Iglesia y en íntima comunión con los Pastores. De la Palabra de Dios y de toda la Tradición cristiana, en la que el pobre ha ocupado siempre un puesto de predilección, la Iglesia ha extraído el mejor tesoro y el más rico patrimonio para su doctrina social.

La Iglesia colombiana, por su parte, ha querido estar al servicio de los pobres y no cesa de ratificar este compromiso. En su seno, por iniciativa suya, nació la organización sindical obrera. En numerosas parroquias hay servicios completos de asistencia y de promoción, según el espíritu liberador del sermón de la montaña, poniendo de este modo en práctica la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres de espíritu”. Recuerda oportunamente la Instrucción sobre libertad cristiana y liberación que “la bienaventuranza de la pobreza proclamada por Jesús no significa en manera alguna que los cristianos puedan desinteresarse de los pobres... Esta miseria es un mal del que, en la medida de lo posible, hay que liberar a los seres humanos”.

Por ello la Iglesia, en su enseñanza social, advierte a los que tienen de sobra y viven en el lujo de la abundancia, que salgan de la ceguera espiritual; que la dignidad humana no está en el sólo “tener”; que tomen conciencia de la situación dramática de quienes viven en la miseria y padecen hambre. Les pide, por otra parte, que compartan lo suyo con los que nada o poco tienen para construir así una sociedad más justa y solidaria. “El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene”.

7. Al veros hoy aquí tan numerosos reunidos en este estadio, traídos por el impulso de vuestra fe, me sale del corazón haceros un llamado a la solidaridad. La fe común en un Dios Padre y misericordioso, la esperanza en una tierra nueva a cuya creación todos colaboramos con nuestra actividad, y el saber que, precisamente por ese Padre común, somos todos hermanos en Jesucristo, debe impulsaros a buscar solidariamente las condiciones necesarias para que lo que puede parecer una utopía se vaya haciendo realidad ya en la vida de vuestras comunidades.

Será esto fruto de la “noble lucha por la justicia”, que no es una lucha de hermano contra hermano, ni de grupo contra grupo sino que habrá de estar siempre inspirada en los principios evangélicos de colaboración y diálogo, excluyendo, por tanto, toda forma de violencia. La expenencia de siglos ha demostrado cómo la violencia genera mayor violencia y no es el camino adecuado pan la verdadera justicia.

La solidaridad a la que os invito hoy debe echar sus raíces más profundas y sacar su alimento cotidiano de la celebración comunitaria de la Eucaristía, el sacrificio de Cristo que nos salva. En la participación eucarística descubriréis la exigencia de solidaridad y de compartir como expresiones de la maravillosa realidad de que todos somos miembros de una única familia: la Iglesia, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo.

Sé que hay entre vosotros cristianos ejemplares que llevan a cabo acciones comunes en favor de vuestros vecindarios y del bien común en general. A ello debe moveros la conciencia de vuestra propia dignidad, que es el fundamento de vuestros derechos inalienables. Debe moveros, sobre todo, el amor de los unos para con los otros. Cada mujer, cada hombre, es un hermano, una hermana. Que también de vosotros pueda decirse como de los primeros cristianos: “Mirad cómo se aman”. Tened un solo corazón y una sola alma. Compartid como verdaderos hermanos. Así mantendréis en vuestras parroquias y en vuestras comunidades el espíritu de los “pequeños”, a quienes viene revelado el mensaje del reino. Así os haréis igualmente dignos de la bienaventuranza prometida por el Señor: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”·

En este espíritu solidario, conscientes de que todos formamos una gran familia, cada uno debe hacer frente a sus propias responsabilidades para que todos los colombianos puedan disfrutar de unas condiciones de vida conformes con su dignidad de hijos de Dios y miembros de una sociedad que se precia de ser cristiana.

61 8. Mirando la realidad de muchos países en vías de desarrollo, en particular en América Latina, vemos que en el complejo problema de la pobreza existen causas no sólo coyunturales, sino también estructurales, relativas a la organización socio-económica y política de las sociedades. Es éste un factor que ha de ser tenido muy en cuenta. Pero detrás de estas causas está también la responsabilidad de los hombres que crean estructuras y organizan la sociedad; está el hombre con el pecado del egoísmo, causa radical de tantos males sociales. Por eso la Iglesia pide la conversión del corazón para que todos, en empresa solidaria, colaboren en la creación de un nuevo orden social que sea más conforme con las exigencias de la justicia.

Desde el coîazón de esta ciudad de Medellín, que fue sede de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, quiero lanzar un nuevo llamado a la justicia social. Un llamado a los países desarollados para que, superando los esquemas de una economía orientada casi exclusivamente en función del rendimiento máximo con miras a su sólo beneficio, busquen conjuntamente con los países en vías de desarrollo soluciones reales y efectivas a los graves problemas que cada día van asumiendo proporciones más preocupantes y cuyas víctimas son casi siempre los más débiles.

Igualmente deseo invitar a los países de América Latina a que se empeñen en crear una auténtica solidaridad continental, que contribuya a encontrar vías de entendimiento en las graves cuestiones que condicionan su propio progreso y desarrollo en el ámbito de la economía mundial y de la comunidad internacional.

A los responsables colombianos en la política, la economía, la cultura, dirijo un apremiante llamado: La paz, tan necessaria, es obra de todos, y una paz verdadera será realidad sólo cuando se hayan eliminado las causas de la injusticia. Poned todo vuestro empeño para que se creen estructuras renovadas que permitan a todos los colombianos vivir en paz y armonía.

9. Al concluir este encuentro en la fe y en el amor que nos une, elevo mi ferviente plegaria a la Virgen de Chiquinquirá, Reina y Patrona de Colombia, para que aliente en vosotros, amados sacerdotes, hermanos y hermanas, el espíritu del Magníficat. “Dependiendo totalmente de Dios y plenamente orientada hacia El por el empuje de su fe, María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia Ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión”.

Este es mi ardiente deseo y mi confiada petición a Dios por todos y cada uno de vosotros, a quienes bendigo de todo corazón.







PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A COLOMBIA


A LAS RELIGIOSAS Y A LOS MIEMBROS


DE LOS INSTITUTOS SECULARES FEMENINOS DE COLOMBIA


Sábado 5 de julio de 1986



Amadas religiosas y personas consagradas:

1. Os saludo con afecto a todas vosotras, que colmáis esta hermosa basílica catedral de Villanueva, venidas de la arquidiócesis de Medellín, de la provincia eclesiástica y de otros lugares de Colombia. A otras muchas religiosas he encontrado ya en diversos momentos de mi visita pastoral. Mi saludo se extiende también a todas aquellas que no han podido acudir y que ofrecen su vida al Señor en la enfermedad, en la soledad, en escuelas, hospitales, ancianatos y, en fin, en los numerosos campos de la vida de la Iglesia, muchas veces cerca de los más pobres y marginados. Quiero rendir homenaje a las que en estos servicios caritativos dieron su vida por Cristo, especialmente con ocasión de desastres naturales o de ministerios en lugares difíciles y lejanos.

Afortunada esta Iglesia, que tiene un número considerable de religiosas y personas consagradas, felices de ofrendarse al Señor, tanto en la vida contemplativa como en la activa. Vosotras sois prueba evidente del vigor eclesial. Sois también fruto y legado de personas santas que os precedieron en este camino evangélico y en estas mismas tierras colombianas. En vuestras mentes estarán tantos nombres que, como la Sierva de Dios Madre Laura Montoya, gastaron generosamente su vidas por la gloria de Dios y la salvación de las almas.

2. Sé que como preparación a este encuentro, en este Año Mariano Nacional, habéis estudiado con cuidado el magisterio pontificio sobre la vida consagrada. En efecto, en muchas ocasiones os he querido presentar las enseñanzas de la Iglesia, indicando las actuales exigencias evangélicas para responder a la esperanza que todo el Pueblo de Dios pone en vosotras.

62 En esta ocasión, deseo invitaros a reflexionar, como lo haréis después en el seno de vuestras comunidades, sobre quiénes sois y qué representáis en la Iglesia y en el mundo.

El ser profundo de vuestra vida consagrada consiste, como bien sabéis, en un don permanente de Dios que se traduce en entrega esponsal y total al Señor. Vuestra donación es una respuesta incondicional a una declaración de amor, que se nutre en la fe y en la oración, a ejemplo de la Virgen María, modelo perfecto de unión con Cristo Redentor. “El punto directo de referencia de una vocación así es la persona viva de Jesucristo”. Ante el anuncio angélico al intuir la sublime misión a que era llamada, Nuestra Señora se ofreció como “la esclava del Señor”. La palabra “esclava” es un término que indica generosidad sin límites, expresión de amor encendido a la voluntad de Dios, actitud responsable de una personalidad madura. Es la proyección de la fecundidad de la fe.

“Bienaventurada tú que has creído”, es la alabanza de Isabel a María. “Bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica”, es la categórica afirmación de Jesús, que indica en el dócil acatamiento la condición para formar parte de la comunidad de los “suyos”. La síntesis de vuestra vida, en la fidelidad y la docilidad, resuena por los siglos en labios de María a través de su cántico de esperanza: “Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava”.

3. No busquéis pues otro camino para la alegría honda y serena de la vida consagrada, porque no existe más que éste: el del abandono activo y responsable en aras de la voluntad de Dios, tanto en los momentos de oración y contemplación, como en los momentos de acción apostólica.

Por la oración contemplativa —como la Santísima Virgen, quien conservaba y ponderaba en lo íntimo de su corazón la Palabra de Dios— os convertís en testigos audaces de la presencia del Señor, y son signos, ante el mundo, del encuentro definitivo con El. La capacidad de contemplación se os convierte en capacidad de influjo evangelizador; la capacidad de silencio se os transforma en capacidad de escucha y de donación a los hermanos.

Todo esto se compendia en el espíritu y la práctica de los consejos evangélicos, sobre todo a través de la profesión de los mismos ante la Iglesia. No consintáis que los compromisos de pobreza, castidad y obediencia pierdan su genuina significación religiosa, que es de seguimiento evangélico a la luz de la fe. No ignoráis que existe, a veces, una cierta tendencia a vaciar el verdadero contenido evangélico de estos compromisos. Vuestra vida comunitaria y vuestro carisma específico serán la mejor escuela para aprender la autenticidad del seguimiento de Cristo y perseverar en él.

4. En la vida consagrada, la castidad o virginidad es “la expresión del amor esponsal por el Redentor mismo”; estáis desposadas con Cristo, que os llama al encuentro con El no sólo en la contemplación sino también en los innumerables campos de la caridad. La pobreza evangélica es el despego de todas las cosas para darse a sí misma por amor al Señor; por esta pobreza os hacéis pues don de vosotras mismas para todos los hermanos, a imitación de “Jesucristo que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre”. La obediencia sólo puede entenderse y vivirse como participación esponsal en la inmolación de Cristo, que “se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”. En medio de la comunidad eclesial sois un signo peculiar de Cristo crucificado por amor; ésta es vuestra teología de la cruz. Todos los hermanos, pero especialmente los pobres y los que sufren, necesitan ver en vosotros el modo de mirar, amar, escuchar, vivir y servir a Cristo, Buen Pastor, que vivió y murió amando y perdonando.

Sí, amadas hermanas: Vosotras mismas podéis atestiguar cuánta fuerza y alegría produce la verdadera entrega. Cuando se pretende arrancar la cruz y el sacrificio de la vida consagrada, ésta se hace estéril. En lugar de la alegría serena y contagiosa, propia de la experiencia de la intimidad con el Señor y de la vida en el Espíritu, crece la amargura y la sensación de frustración. El sufrimiento se vence amando y encontrando en él un nuevo modo de servir a los hermanos. El gozo de la maternidad espiritual, que es gozo del Espíritu Santo, brota en el corazón solamente cuando se ha sabido transformar el sufrimiento en donación y servicio. “Cuanto más fervientemente se unen con Cristo por esa donación de sí mismos, tanto más fructífera se hace la vida de la Iglesia y más vigorosamente se fecunda el apostolado”.

5. Sólo unidas a Cristo representáis un signo liberador de santidad, como el de María, portadora de Cristo en todo momento, “la gran señal”, “Estrella de la evangelización”. La Buena Nueva es Cristo, muerto y resucitado; por esto, sólo podréis evangelizar si no lleváis en vuestros corazones y lo transparentáis en vuestras vidas. El Señor se quiere transparentar tal como es y vivió: casto, pobre y obediente, para dar la vida por el mundo “según el mandato del Padre”.

El reto que el mundo de hoy lanza a la Iglesia, preguntando por una esperanza liberadora, solamente se soluciona presentando una vida que transparente las bienaventuranzas, es decir, el mensaje evangélico de reaccionar amando en toda circunstancia. Para ello es necesario hacer de vuestras vidas un Magníficat, es decir, un “sí” gozoso, un canto a la misericordia divina que libera a los pobres. Pero este Magníficat sólo es posible cuando se ofrece la propia vida en la actitud de “estar en pie”, como María, junto a la cruz de Cristo. Esta es vuestra teología de la cruz.

6. Anunciáis al Señor con vuestra vida y con vuestro trabajo, siempre en comunión con la Iglesia. Mantened invulnerable la unidad con el Sucesor de Pedro y con los obispos, sucesores de los Apóstoles, con apertura y sincera sumisión al Magisterio. La Iglesia quiere que os alimentéis con el pan de la Palabra de Dios, tal como se predica y vive en la Iglesia. Así podréis sentiros en clara sintonía con los genuinos valores del Concilio y de las Conferencias de Medellín y Puebla.

63 Vuestra consagración no se puede entender sin un gran amor a la Iglesia, como lo hemos recordado en la Exhortación Apostólica “Redemptionis Donum”: “En el apostolado que desarrollan las personas consagradas, su amor esponsal por Cristo se convierte de modo casi orgánico en amor por la Iglesia como Cuerpo de Cristo, por la Iglesia como Pueblo de Dios, por la Iglesia que es a la vez Esposa y Madre”. Este amor a la Iglesia, tan arraigado en vuestros corazones, encuentra en María su personificación, figura y modelo. Perseverando con Ella en los momentos de calvario, sentiréis que la Iglesia es el fruto del amor de Cristo Esposo muerto en cruz, de cuyo costado brota sangre y agua. Dando la vida por su esposa la Iglesia, Cristo Esposo le ha comunicado el agua de vida del Espíritu. Con María, en los momentos de Cenáculo, sabréis comprender y vivir la naturaleza misionera de la madre Iglesia que se prepara continuamente para recibir nuevas gracias del Espíritu Santo para ser “sacramento universal de salvación”.

La Iglesia deposita pues en la vida consagrada una gran confianza. ¡Qué fermento de renovación y perennidad para la Iglesia viene de la vida silenciosa y apartada del claustro, donde almas escogidas se ofrecen a Dios en la contemplación, la alabanza, el sacrificio!

Vuestra participación en el apostolado de la Iglesia nace de vuestro amor esponsal a Cristo. Siendo fieles a la comunión con la Iglesia, siempre en colaboración pronta con los obispos como principio de unidad en sus Iglesias particulares, sabréis y podréis colaborar con plena disponibilidad a la evangelización de todos los pueblos, ayudando principalmente a las comunidades eclesiales más necesitadas. Vosotras seréis así un estímulo eficaz en esta hora misionera de América Latina.

7. Pido a todas las presentes que prestéis generosamente vuestra colaboración a los Pastores, según las características del propio carisma, para la animación espiritual y apostólica de toda la comunidad eclesial. Las superioras, siguiendo las indicaciones de la Santa Sede y de los obispos, velarán para que tan preciosa heredad del Señor, como es la vida consagrada, conserve siempre el espíritu de la vocación de seguimiento radical a Cristo. “El mundo tiene necesidad de la auténtica contradicción de la consagración religiosa... y de este testimonio de amor”. Ello es un estímulo constante a prestar la más delicada atención a todas las personas consagradas, mediante la formación permanente, en la dirección espiritual y en el cuidado solícito de los carismas recibidos.

Que la Virgen María os lleve siempre de su mano, amadas servidoras del Señor, y suscite entre vosotras anhelos de santidad evangélica como los que, a través de vuestros fundadores y fundadoras, dieron origen a vuestro estilo de vida consagrada y misionera en esta bendita tierra de Colombia. A todas os bendigo de corazón.







Discursos 1986 52