Discursos 1986 89

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS OBISPOS DE NICARAGUA


CON MOTIVO DEL CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL






90 Señor Cardenal Arzobispo de Managua,
amados Obispos de Nicaragua,
queridos hermanos y hermanas de Nicaragua,

1. Con vivos sentimientos de gozo y con profunda gratitud al Señor, me uno espiritualmente a vosotros en la celebración del Congreso Eucarístico Nacional que, bajo el lema “La Eucaristía, fuente de unidad y reconciliación” habéis preparado con tanto amor durante este “Año de la Eucaristía” y os disponéis ahora a culminar en la última semana del año litúrgico.

En esta solemne ocasión, deseo hacerme presente de un modo particular en la persona de mi Enviado especial, al Señor Cardenal Opilio Rossi, Presidente del Comité para los Congresos Eucarísticos Internacionales y por su medio hago llegar mi saludo paterno y afectuoso a todos los amados hijos de la Iglesia en Nicaragua.

La Eucaristía es por excelencia el sacramento de nuestra fe porque es la presencia misma de Cristo y de su sacrificio redentor; alimento espiritual y vínculo de comunión de todos los cristianos, fuente de caridad para la misión evangelizadora y prenda de la vida futura hacia la cual caminamos como peregrinos.

La circunstancia providencial de este Congreso Eucarístico va a ser sin duda un tiempo de gracia para todos. Habéis puesto en el centro de la fe y de la vida de vuestra Iglesia el misterio de la Eucaristía, es decir Cristo mismo, el Señor Crucificado y Resucitado, como fuente de unidad y de reconciliación. Sólo E1 es el Salvador de los hombres y el principio de la nueva humanidad. En El se concentran hoy los gozos y esperanzas de la comunidad eclesial que quiere ser fermento de unidad y de reconciliación al servicio de un pueblo que se siente hermanado en la fe cristiana, tesoro inapreciable de vuestra historia y energía creadora para vuestro futuro.

2. El lema que habéis elegido para este Congreso Eucarístico Nacional pone ya de relieve algunos aspectos del misterio eucarístico que están en el centro mismo de la revelación.

Nos lo recuerda San Pablo: “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (
1Co 10,16-17). Jesucristo, presente en la Eucaristía, con el don de su cuerpo y de su sangre nos comunica a todos la misma vida, derrama en nuestros corazones su Espíritu, nos hace miembros de su único Cuerpo, la Iglesia, y nos invita a vivir en la comunión del amor, signo eficaz de nuestra adhesión a su persona y a su Evangelio. En frase de San Agustín la Eucaristía es “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad” (S. Agustín, In Ioann. Evang. 26, c. 6, n. 13; cf. Sacrosanctum Concilium SC 47).

Cada vez que celebramos la Eucaristía se renueva este misterio de unidad por medio del cual vive y crece la Iglesia y se presenta ante el mundo como sacramento universal de salvación. De hecho: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio de cual “Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1Co 5,7). Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cf. 1Co 1Co 10,17)» (Lumen gentium LG 3).

Todos sabemos que esta unidad que la Eucaristía realiza mediante el sacrificio y la comunión del cuerpo y la sangre del Señor, tiene unas exigencias inderogables. Son las exigencias previas de comunión en la misma fe y en la misma vida de la Iglesia, de la necesaria reconciliación sacramental con Dios y con los hermanos. Todo ello supone también la perfecta comunión eclesial, según un principio de la antigüedad cristiana: “Esforzaos por usar de una sola Eucaristía –dice San Ignacio de Antioquía–, pues una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno solo es el cáliz para unirnos con su sangre, un solo altar como un solo obispo junto con el presbiterio y con los diáconos” (S. Ignacio de Antioquía, Ad Philad., 4)..

91 3. Es pues condición indispensable para la legítima celebración de la Eucaristía, como recuerda el Concilio Vaticano II (cf Lumen gentium LG 26), la comunión con los Pastores de la Iglesia. Una comunión que exige la proclamación de la misma fe, la obediencia sincera al Magisterio, el afecto de caridad que en la misma plegaria eucarística se expresa orando por el Papa y por el Obispo de la Iglesia local. Todo ello manifestado también mediante el respeto debido a las normas litúrgicas en la celebración de los sagrados misterios, como signo de unidad en la fe y en la vida sacramental.

Con estas condiciones se realiza ese misterio de unidad que el Concilio Vaticano II ha expresado con tanta profundidad en un texto que manifiesta la centralidad del misterio de la Eucaristía para cada una de las comunidades eclesiales: “En toda comunidad, reunida en torno al altar bajo el sagrado ministerio del Obispo, se manifiesta el símbolo de aquella caridad "y unidad del Cuerpo de Cristo, sin la cual no puede haber salvación”. En estas comunidades, aunque sean frecuentemente pequeñas y pobres y vivan en la dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia, una, santa, católica y apostólica” (Lumen gentium LG 26).

El misterio eucarístico, presencia de Cristo y actualización de su sacrificio redentor, por ser misterio de unidad eclesial, debe estar a salvo de toda instrumentalización que pueda poner en peligro o desvirtuar su contenido cristológico y eclesial.

4. La Eucaristía es también fuente de reconciliación. Así lo expresamos en una de las plegarias eucarísticas: “Te pedimos, Señor, que esta víctima de reconciliación, traiga la paz y la salvación al mundo entero”(Prex Eucharistica ). En el sacrificio de la Misa se renueva el misterio de piedad que es la reconciliación que Cristo hizo en la cruz con su propia sangre. El sigue siendo nuestra paz, El que ha derribado el muro de la división que nos separaba, El que anuncia la paz a los de lejos y a los de cerca, El que nos ha reconciliado con el Padre y entre nosotros “pues por El, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu” (cf. Ef Ep 2,14-18).

Por eso la comunidad eclesial que celebra la Eucaristía recibe de Cristo la misión de ser una comunidad reconciliada y reconciliadora.

Ante todo una comunidad reconciliada. Por esta razón, como ya he recordado en la Exhortación Post-sinodal Reconciliatio et Paenitentia, “todos debemos esforzarnos en pacificar los ánimos, moderar las tensiones, superar las divisiones, sanar las heridas que se hayan podido abrir entre los hermanos” (Reconciliatio et Paenitentia RP 9).

Sé que los Pastores de la Iglesia en Nicaragua están haciendo generosos esfuerzos en favor de esta reconciliación, tan necesaria para que todos los cristianos ofrezcan un ejemplo de mutua comprensión y ayuda, de sincera y visible unión en la verdad y en el amor. El Congreso Eucarístico Nacional debe sellar definitivamente este testimonio de reconciliación y de unidad por parte de todos: sacerdotes, religiosos y religiosas, ministros de la palabra, catequistas, laicos comprometidos, padres y madre de familia, jóvenes y niños. ¡Que la fe en Jesucristo, el amor a la Iglesia y la comunión con los Pastores estén por encima de toda fractura o división!

Fortalecida en su unidad, la Iglesia será cada vez más factor de reconciliación entre todos los hijos de la patria nicaragüense.“A lo largo de esta vía la Iglesia podrá actuar eficazmente para que pueda surgir lo que mi predecesor Pablo VI llamó la civilización del amor” (Reconciliatio et Paenitentia RP 12).

También en Nicaragua tiene que surgir pujante una “Civilización del amor” en un pueblo reconciliado, donde el odio, la violencia o la injusticia nunca tengan lugar; una sociedad en la que sean siempre respetados los derechos inalienables de la persona humana y las legitimas libertades del individuo y de la familia. Sólo mediante una auténtica y profunda reconciliación de cada uno con Dios y de todos entre sí podrá alcanzarse la anhelada concordia, que permita a todos disfrutar de una vida justa dentro de un ambiente familiar sereno, en una patria solidaria y acogedora, una patria nicaragüense de paz y prosperidad.

El misterio de la Eucaristía en modo alguno es ajeno a la construcción de un mundo nuevo, sino que es su principio y fuente de inspiración, porque el Señor Jesús es el fundamento de la nueva humanidad fraterna y reconciliada.

5. Mis queridos hermanos y hermanas, la celebración del Congreso Eucarístico Nacional debe marcar un hito en vuestra historia y ser un momento decisivo para el futuro. Una Iglesia, una sola Iglesia que es cuerpo de Cristo, reconciliada y reconciliadora, unida en la misma fe y en el mismo compromiso de vida cristiana, bajo la guía de sus Pastores. Una Iglesia dispuesta al sacrificio y comprometida en un servicio de justicia y libertad para todo el pueblo de Nicaragua. Una Iglesia que sea testimonio vivo del amor de Jesucristo hasta incluso dar la vida por los hermanos.

92 En esta solemne circunstancia invito a todos a dirigirse conmigo a la Virgen María, la Purísima, como vosotros amáis invocarla. Confiando en su intercesión maternal elevo mi ferviente plegaria a Dios para que asista con su gracia a los amados hijos de Nicaragua. Me siento cercano de modo particular a los más necesitados: a los enfermos, a los ancianos, a los marginados, a todos los que sufren.

¡Que Cristo en la Eucaristía sea para todos los nicaragüenses vínculo de unidad y fuente de reconciliación!

Con afecto imparto a todos mi Bendición Apostólica.

Vaticano, 12 de noviembre de 1986.

IOANNES PAULUS PP.II







AL SEÑOR HUÁSCAR CAJÍAS KAUFFMANN


NUEVO EMBAJADOR DE BOLIVIA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 13 de noviembre de 1986



Señor Embajador:

Las amables palabras que Vuestra Excelencia ha tenido la atención de dirigirme, en el momento de presentar sus Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Bolivia ante la Santa Sede, son particularmente gratas, pues me dan la posibilidad de comprobar una vez más el vivo afecto que los hijos de esa noble Nación sienten por el Vicario de Cristo.

Ante todo, quiero agradecerle la expresión de tales sentimientos así como el deferente saludo que Usted ha tenido a bien transmitirme de parte del Señor Presidente y de los demás miembros del Gobierno de la Nación. Al darle pues ahora mi más cordial bienvenida, deseo asegurarle mi apoyo y mi benevolencia en el desempeño de la alta misión que le ha sido confiada. A lo largo de su discurso Usted ha mencionado la necesidad impelente de aunar esfuerzos con el fin de conseguir –en esta etapa atormentada de la historia– unas sólidas bases, que sean capaces de indicar el camino por donde el hombre marche fraternalmente con el hombre y se logre así un mundo en el que la reconciliación, la convivencia, la libertad pública y privada, así como la justicia social reinen como valores primarios.

Estos elementos han encontrado siempre gran eco en la comunidad eclesial boliviana, la cual, fiel al mandato irrenunciable de Cristo el Señor, sigue iluminando los acontecimientos humanos a través de la Palabra de Dios y de la doctrina social católica, ya que la misión de la Iglesia tiene una dimensión temporal, además de su perspectiva escatológica.

Por ello, es de desear, Señor Embajador, que los Gobernantes de su país, custodiando como preciado don el legado espiritual y humano recibido de los antepasados, se empeñen cada vez más en fomentar la paz y, en concreto, la paz social, como una realidad que debe ser mantenida constantemente, teniendo siempre como marco el respeto de los derechos inviolables de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.

Así pues, no es de extrañar que la Iglesia católica y sus fieles sigan defendiendo la causa del hombre y su dignidad. La preocupación pastoral ha sido y es la de servir, por doquier, generosa y desinteresadamente a todas las personas, sin distinción de raza, clase o cultura, ya que en esta ardua tarea por llevar a cabo la total liberación del ser humano, como ha dicho Puebla, quiere servirse únicamente de los “medios evangélicos... y no acude a ninguna clase de violencia ni a la dialéctica de la lucha de clases” (Puebla, 486).

93 Este es el motivo que hace casi cinco siglos movió a los primeros evangelizadores que pisaron esa querida tierra: dar a conocer la Buena Nueva, mensaje que trasciende toda forma de interés y egoísmo. Pues, como Vuestra Excelencia indicaba, ese pueblo eminentemente religioso ha visto en la Cruz de Cristo la realización más sublime del hombre. No hay que sorprenderse, en consecuencia, que la fe cristiana sea parte integrante del ser boliviano. Por eso ante el reto del momento actual, la Iglesia boliviana, con su Jerarquía al frente, desea colaborar lealmente con las diversas instancias civiles para que los amadísimos hijos de Bolivia, en la nueva etapa de diálogo económico y laboral, encuentren unas respuestas cristianas a la problemática de la sociedad actual.

Señor Embajador, al renovarle mis mejores votos por el feliz éxito de la misión a la que da inicio hoy, a la espera de poder visitar una día personalmente esa noble Nación como peregrino de Jesucristo y de su Mensaje, invoco con particular afecto sobre Usted y su distinguida familia, sobre las Autoridades y el queridísimo pueblo boliviano la constante protección del Altísimo.






A LOS OBISPOS DE LAS PROVINCIAS ECLESIÁSTICAS


DE SEVILLA Y GRANADA EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 14 de noviembre de 1986



Amadísimos Hermanos en el Episcopado:

1. Os saludo con afecto en el Señor, queridos Arzobispos y Obispos de la provincias eclesiásticas de Sevilla y Granada, que comprenden todas las diócesis andaluzas y además las de Cartagena-Murcia, Badajoz y las Islas Canarias. Os saludo y os manifiesto mi sincera estima, en cuanto “servidores de Dios que anunciáis el camino de salvación” (cf. Hch Ac 16,17) en comunidades diocesanas, cuyo conjunto asume particular relevancia dentro de la Iglesia en España, no sólo por extensión geográfica, sino también por el crecido número de fieles encomendados a vuestro cuidado pastoral.

Después de haber escuchado de vuestros propios labios el relato pormenorizado sobre la situación de vuestras respectivas diócesis, completado esto con el examen de las Relaciones quinquenales, me es sumamente grato dirigirme a vosotros, Pastores de antiguas y beneméritas diócesis del sur de España y, en vuestras personas, a todos vuestros diocesanos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares. Con nuestro encuentro de hoy se completa esa corriente de caridad y de unidad entre el Sucesor de Pedro y las Iglesias particulares que presidís. La fidelidad a Roma, por una parte, y la solicitud del Papa, por otra, brillan muy alto en esta comunicación mutua que se hace más patente y se fortifica con la visita “ad limina Apostolorum”.

Hace ahora cuatro años, en noviembre de 1982, el Señor me concedió la gracia de vivir en vuestra tierra una jornada inolvidable; allí pude comprobar personalmente ese acervo de cualidades que distinguen y adornan a vuestras gentes, como son su carácter abierto y alegre, su bondad natural, el entusiasmo desbordante de sus manifestaciones religiosas y, sobre todo, digno de admirar, el amor a la Iglesia y a sus Pastores. La beatificación de sor Ángela de la Cruz en Sevilla y el encuentro en Granada con los educadores cristianos fueron los dos momentos culminantes de aquel día; dos miradores de fe y de esperanza, capaces de abarcar en un horizonte de gracia las inmensas perspectivas de vitalidad cristiana para vuestras respectivas Iglesias particulares.

Fue precisamente en aquella ocasión, cuando me entregasteis un cuidadoso volumen, con numerosos y bien elaborados informes, para hacerme partícipe de vuestros anhelos, dificultades y proyectos comunes. Todo aquello, que podría definirse como el cuadro de la situación general, ha ido completándose en estos días durante los coloquios con cada uno de vosotros, hasta adquirir – así me parece– un perfil bastante detallado, que inspira esperanza en un futuro prometedor.

Hoy quisiera hacer a vuestro lado algunas reflexiones sobre la misión pastoral que os ha sido encomendada y, al mismo tiempo, alentaros a continuar en vuestro servicio al pueblo de Dios recordando las palabras, llenas de emoción, del Apóstol San Pablo a los responsables de la comunidad de Mileto: “Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que El adquirió con su sangre” (Ac 20,28).

2. Es verdad que, como habéis subrayado vosotros mismos de palabra y por escrito, no podemos pensar en una vitalidad de la Iglesia cada vez más pujante, si al mismo tiempo no intensificamos la nueva evangelización, una tarea cuya urgencia y necesidad se siente hoy más que en tiempos relativamente recientes. Sin ella, el pueblo de Dios se iría quedando casi imperceptiblemente come aletargado, al faltarle la savia del Espíritu que, a través de la palabra y de la frecuencia de los sacramentos, lo mantiene sano y unido y le confiere vigor y fecundidad.

De esa especie de entumecimiento para las cosas espirituales, os habéis hecho eco en algunas de vuestras manifiestas preocupaciones, en conexión no sólo con los cambios amplios y profundos, experimentados por la sociedad actual, sino también relacionado con los males endémicos o las deficiencias históricas que sufren buena parte de vuestras tierras. Podría decirse que se nota un contraste entre la rica tradición cultural y cristiana de vuestros pueblos y los acuciantes problemas sociales todavía pendientes y de no fácil solución: como el paro, la emigración, el retraso cultural, la falta de atención suficiente a las gentes del campo, etcétera.

94 Una parte importante de la población de vuestras diócesis vive en zonas eminentemente agrícolas. Con su esfuerzo, los trabajadores del campo, hoy come ayer, ofrecen a la sociedad unos bienes que son imprescindibles para su sustento. Por su dignidad como personas y por la labor que desarrollan, los campesinos merecen que sus derechos sean tutelados y que se les faciliten los medios adecuados para acceder a mejores condiciones de vida y a una mayor integración cultural y social en la vida del país.

En vuestro documento “Exigencias sociales de nuestra fe cristiana” poníais vosotros mismos en evidencia la grave situación en que se encuentra una buena parte de las gentes del campo del sur de España. La Iglesia, dentro del ámbito que le es propio, ha de contribuir también al desarrollo y al bienestar del pueblo. A este respecto, la fiel aplicación de la doctrina social de la Iglesia, podrá prestar un gran servicio en favor de una mayor justicia en la distribución y disfrute de los bienes.

3. También en esta tarea, habréis de dar especial énfasis a la participación y corresponsabilidad eclesial de los seglares. Si bien es mucho lo que se ha avanzado en este terreno, es aún largo el camino que queda por recorrer. Es preciso, por tanto, avanzar hacia una presencia nueva de la Iglesia y de los católicos en la nueva sociedad. Los apóstoles seglares han de ser fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. En la línea del documento de la Conferencia Episcopal Española “Los católicos en la vida pública”, habréis de alentar sin descanso el compromiso de las comunidades y de los fieles de vuestras diócesis en favor del hombre, de su dignidad inviolable, sus derechos inalienables, la defensa de la vida, la causa de la justicia y de la paz en el mundo. En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública.

Para hacerse presentes en medio del mundo como testigos de Dios y mensajeros del Evangelio de la salvación, los cristianos necesitan estar firmemente enraizados en el amor de Dios y en la fidelidad a Cristo tal como se transmiten y se viven en la Iglesia. Quiero por ello exhortaros a insistir en el desarrollo de la catequesis atendiendo sobre todo a la exactitud y fuerza religiosa de sus contenidos, de manera que la catequesis sea en verdad para todos los fieles una verdadera introducción a la vida cristiana, desde sus aspectos más íntimos de conversión personal a Dios hasta el despliegue de la vida comunitaria, sacramental y apostólica.

En esta labor de educación en la fe os animo a que prestéis particular atención a los jóvenes, quienes, con frecuencia, encuentran dificultad para vivir su fe cristiana con intensidad y coherencia en medio de una sociedad en la que se manifiesta con fuerza la tentación del secularismo. No pocos de ellos llegan a perder la seguridad de sus convicciones religiosas y se refugian en una peligrosa pasividad, dejando en suspenso su participación activa en la vida sacramental y comunitaria. Ante semejante situación tiene que resonar con fuerza el grito del Apóstol San Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizara!” (
1Co 9,16).

4. Conozco y veo esperanzado y agradecido la inquietud evangelizadora y el protagonismo misionero de la Iglesia en España y cómo estáis trabajando en este sentido en vuestras comunidades. Es ésta una señal más de la asimilación entre vosotros del Concilio Vaticano II y de su dinamismo evangelizador.

La vitalidad de la Iglesia se prueba en su capacidad misionera. A este propósito, la proximidad del V Centenario del comienzo de la Evangelización de América habrá de representar un ulterior acicate en vuestras diócesis, las cuales contribuyeron de forma tan eminente a la difusión del Evangelio en el Nuevo Continente.

Vuestro glorioso pasado religioso ha de ser estímulo para la revitalización del momento presente. No puedo dejar de animaros a que mantengáis y reforcéis los vínculos de cooperación pastoral con otras Iglesias de América, unidas por tantos títulos a las diócesis de España. En mis viajes apostólicos a Hispanoamérica he tenido sobrada ocasión de apreciar el valor de vuestra ayuda a otras Iglesias marcadas por la escasez de brazos sacerdotales y por la vastedad de sus territorios. Procurad, también por eso, que las vocaciones sacerdotales y misioneras surjan numerosas entre vosotros. La fe es grande cuando es expansiva y el cristianismo es auténtico sólo cuando se hace decididamente católico, universal. De ahí que mi exhortación se haga urgente al recomendaros una pastoral muy cuidadosa y muy tenaz de las vocaciones, de manera que vengan a ser testimonio de vitalidad de la fe de vuestro pueblo y prueba de la caridad entre las Iglesias.

5. Antes de finalizar nuestro encuentro quiero invocar sobre cada uno de vosotros, sobre vuestras Iglesias particulares, con sus sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, la protección de la Virgen, tan venerada en la tierra que vosotros llamáis “de María Santísima”. Que Ella, la Madre de los discípulos de Jesús, la Virgen del Cenáculo y Reina de los Apóstoles, os alcance la plenitud del Espíritu para que haga fecundo vuestro ministerio episcopal.

Con estos deseos os acompaña mi oración y mi Bendición Apostólica.





                                                                                  Diciembre de 1986




A UN GRUPO DE OBISPOS ESPAÑOLES


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


95

Viernes 19 de diciembre de 1986

Amados hermanos en el Episcopado:

1. Os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro con el que culmina vuestra visita “ad limina Apostolorum”, que renueva el gozo y el compromiso de unidad eclesial. Doy gracias a Dios por habernos permitido compartir en un espíritu de verdadera fraternidad, la solicitud pastoral, por la vida, las esperanzas y las dificultades de vuestras respectivas diócesis de Toledo, Madrid, Ciudad Real, Coria-Cáceres, Cuenca, Plasencia y Sigüenza-Guadalajara. De esta manera vosotros expresáis y enriquecéis la unidad con la Iglesia que preside en la caridad, y yo mismo encuentro la oportunidad de ejercitar el mandato del Señor de confirmar a mis hermanos en la fe (cf Lc 22,32).

Agradezco de corazón al Señor Cardenal Arzobispo de Toledo las palabras que, en nombre de todos, me ha dirigido y que son testimonio fiel de la profunda comunión con el Sucesor de Pedro que anima vuestro ministerio episcopal.

Las audiencias personales con cada uno de vosotros, junto con las relaciones quinquenales, me han servido para acercarme con mayor conocimiento a la realidad de vuestras diócesis, con sus luces y sombras, pero siempre animadas con el estímulo de vuestro celo pastoral por conseguir en vuestras comunidades esa renovación auténtica de toda la vida cristiana, según las directrices del Concilio Vaticano II. En efecto, tal como se reafirmó en el último Sínodo Extraordinario de los Obispos, las riquezas doctrinales y espirituales de este acontecimiento eclesial de nuestro siglo, necesitan una recepción más profunda, una aplicación íntegra y fiel que no tergiverse sus enseñanzas.

2. Hoy termina también la serie de audiencias colectivas con los diversos grupos de Obispos españoles. Movido por el mismo deseo de confirmar vuestros esfuerzos y alentar vuestras tareas, me vais a permitir que también en esta ocasión aborde algunos temas que vosotros mismos, como Pastores de la Iglesia, habéis compartido conmigo y que forman parte de los objetivos prioritarios del ministerio episcopal.

Una realidad de primer plano que afecta profundamente la vida de vuestras diócesis es el amplio y profundo cambio social, cultural y político que ha experimentado España en los último años. Junto a innegables progresos conseguidos dentro del marco democrático y a la plena participación en la comunidad europea, no se pueden ignorar otros aspectos menos positivos e incluso negativos que repercuten sobre todo en los valores morales. Vosotros mismos no habéis dejado de manifestar vuestra preocupación ante actitudes secularistas que ponen en entredicho valores irrenunciables en el ámbito de la fe de vuestro pueblo y que pretenderían arrinconar el mensaje evangélico o amortiguar su influjo, de manera que no ejerza su función iluminadora en medio de la sociedad.

En concomitancia con estas actitudes se percibe, quizá también como efecto suyo, un cierto eclipse del sentido religioso. Este fenómeno de la increencia se deja sentir, particularmente, entre los sectores más jóvenes de la sociedad española. Para vosotros constituye un reto que habéis de asumir revitalizando el fervor de vuestras comunidades y reforzando entre todos la comunión eclesial, garantía de un testimonio eficaz y compacto. Proclamad pues con renovado entusiasmo el mensaje del Evangelio: el anuncio del amor y de la paternidad de Dios, la fuerza salvadora de Cristo muerto y resucitado, la misión del Espíritu Santo, la conversión del corazón a Dios, la ley del amor fraterno, la necesidad de la comunión con los hermanos en la Iglesia, la esperanza en la vida eterna.

Sé que para algunos no es fácil en nuestra época, oír hablar de Dios; incluso hay cristianos a quienes resulta difícil hablar de El y conversar con El. Mas Dios, que está en el centro de la vida y de la historia, sigue buscando a todos. El hombre puede olvidarse de Dios; pero ciertamente Dios no se olvida del hombre, creado a su imagen y semejanza.

3. Sabéis muy bien que una Iglesia que confiesa y anuncia abiertamente su fe en Jesucristo como Dios y Señor de la familia humana y de la historia, es condición indispensable para una evangelización de la increencia. Seguid, por tanto, impulsando la educación en la fe como tarea principal y exigencia prioritaria; continuad intensificando la catequesis en todas la edades, sobre todo entre los jóvenes y adultos; fomentad en vuestras comunidades la vida de oración, ese diálogo personal en el que cada cristiano afianza su conciencia de ser hijo de Dios, salvado por Jesucristo; promoved el dinamismo eclesial y comunitario de la fe anunciada, celebrada, compartida, testimoniada en el ámbito de las parroquias y de las asociaciones y movimientos eclesiales.

Hoy más que nunca, el mundo tiene necesidad de Dios. A medida que se va secularizando la visión de la vida, tanto más se deshumaniza la sociedad, porque se pierde el justo enfoque de las relaciones entre los hombres; y cuando se pierde el sentido de la trascendencia, la visión misma de la vida y de la historia se empequeñece y se pone en peligro la libertad y la dignidad de la persona humana que tiene como fuente y meta a Dios, su Creador.

96 4. Próximos ya al tercer milenio del cristianismo y ante la realidad de una sociedad en trasformación acelerada, la fidelidad al Evangelio ha de impulsarnos hondamente a la tarea de la nueva evangelización. España, que forma parte del concierto de los pueblos de Europa, participa igualmente de la problemática que afecta a los países de esta área cultural. Como ya he señalado en otra ocasión, “la Europa a la que hemos sido enviados (en nuestra misión pastoral), ha sufrido tales y tantas transformaciones culturales, políticas, sociales y económicas que ponen el tema de la evangelización en términos totalmente nuevos. Podemos incluso decir que Europa, tal como se ha configurado a consecuencia de los complejos acontecimientos del último siglo, ha planteado al cristianismo y a la Iglesia el desafío más radical que había conocido la historia, pero al mismo tiempo abre hoy nuevas y creativas posibilidades al anuncio y a la encarnación del Evangelio” (Discurso a los participantes en el VI Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985). Durante mi estancia entre vosotros, hace ahora cuatro años, y concretamente en un lugar tan significativo como Santiago de Compostela, tuve también la ocasión de abordar los problemas de la fe en Europa, llamando a una nueva evangelización de nuestro Continente. Se trata de un problema común que exige un nuevo esfuerzo misionero por parte de todos.

España fue evangelizadora de nuevos pueblos. También hoy debe esforzarse en ser una Iglesia evangelizada y evangelizadora, pues si bien es verdad que en su historia y en su tradición emerge, una auténtica riqueza de espiritualidad, no es menos cierto que, en nuestros días, necesita reavivar sus raíces cristianas para afrontar con esperanza y decisión los retos del futuro. La conmemoración del V Centenario de la Evangelización de América no puede ser para vuestra patria sólo una mirada nostálgica hacia un pasado glorioso; debe ser ante todo un compromiso de actualización de aquella gesta misionera dentro y fuera de vuestras fronteras.

5. La Iglesia ha de hacer del anuncio del Dios vivo el centro de su servicio a los hombres. Nos hemos de sentir impulsados, en consecuencia, a una acción pastoral orientada a suscitar la conversión y a proclamar la fe en el Dios que salva; a dar una orientación misionera al ministerio sacramental; a renovar y potenciar la iniciación cristiana a través de una adecuada catequesis; a vigorizar las parroquias en perspectiva misionera y dar vida a comunidades eclesiales corresponsables y evangelizadoras.

Esta hora histórica, nueva en tantos aspectos, reclama de vosotros un cuidado especial en la edificación de la Iglesia de tal forma que brille como el signo de la unión íntima de los hombres con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium
LG 11). Es necesario, por tanto, servir a la Iglesia como se corresponde con su naturaleza de misterio de nuestra fe, obra de toda la Trinidad, fundación de Jesucristo, “para anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos” (Ibíd., 5). Solo así prestaréis un servicio eminente – un servicio de salvación y liberación integrales – a vuestro pueblo. El último Sínodo de los Obispos (Relatio finalis, II, A, 2 et 3) y mi última Encíclica Dominum et Vivificantem urgían a toda la Iglesia a que “trate de penetrar en la esencia misma de su constitución divino-humana y da aquella misión que la hace participar en la misión mesiánica de Cristo según la enseñanza y el plan siempre válido del Concilio Vaticano II” (Dominum et Vivificantem DEV 61)

6. Sé que estáis preparando, sobre todo en Toledo, la celebración de un acontecimiento eclesial de particular importancia, el XIV centenario del III Concilio de Toledo (a. 589), que marcó el momento decisivo de la unidad religiosa de España en la fe católica.

A distancia de siglos nadie puede dudar del valor de este hecho y de los frutos que se han seguido en la profesión y transmisión de la fe católica, en la actividad misionera, en el testimonio de los santos, de los fundadores de órdenes religiosas, de los teólogos que honran con su memoria el nombre de España. La fe católica ha desarrollado una idiosincrasia propia, ha dejado una huella imborrable en la cultura, ha impulsado los mejores esfuerzos de vuestra historia. En la nueva fase de la sociedad española es también necesario que los católicos mantengan una unidad de orientación y de actuación, para iluminar la cultura con la fe y testimoniar el Evangelio con la vida.

Me consta, amados hermanos, que –junto con todo el episcopado español– habéis tomado conciencia de la necesidad de reavivar el apostolado seglar en vuestras comunidades. Necesitáis católicos dispuestos a vivir su vocación de seglares en la sociedad y en el mundo, sin arredrarse ante las exigencias de la vida pública. Que ellos participen también, de modo responsable y activo, en las obras apostólicas y asistenciales por medio de las cuales se hace presente la Iglesia en el seno de la sociedad, y que demuestren su capacidad de compromiso y de encarnación entre los hombres.

Estimulad entre ellos su responsabilidad de cristianos comprometidos, pues son especialmente los seglares los que tienen que ser fermento del Evangelio en la animación y transformación de las realidades temporales con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. Son tiempos recios los que nos toca vivir, pero la fe en Jesucristo resucitado infunde ilusión entusiasmo y el sentido de la vida que es el gran don que recibimos del Dios rico en misericordia. Se requiere una nueva pedagogía para alentar la esperanza cristiana en el pueblo fiel, y la Iglesia, que es comunidad de esperanza, no puede renunciar a iluminar y enderezar los senderos de la historia de los hombres.

7. Es necesario, en consecuencia, que vuestro proyecto pastoral para el mundo seglar sea comprendido y apoyado positivamente por los sacerdotes y religiosos desde su ministerio: formando bien a estos cristianos, atendiéndoles espiritualmente, promoviendo sus asociaciones e instituciones, evitando caer en la tentación de ocupar ellos los puestos y los estilos de los seglares, a costa de dejar desatendidas sus funciones específica.

Para impulsar el espíritu comunitario y de colaboración en la pastoral, exhortad a vuestros sacerdotes, a las comunidades religiosas y a los grupos de seglares, a que fomenten las acciones conjuntas que permitan enriquecerse unos a otros, conocerse mejor, y compartir el entusiasmo y el gozo de la acción evangelizadora común. El aislamiento y el individualismo no son buenos. Las comunidades parroquiales, sobre todo en lo que se refiere a la juventud, necesitan particularmente hoy, nutrirse en su vida interior con la gracia que santifica, dar testimonio coherente de su fe en la vida social para promover las exigencias de la justicia y la fraternidad entre los hombres, y proclamar juntos la alegría de sus convicciones cristianas en el mundo en que viven, como lo reclama el Sacramento de la confirmación.

Antes de concluir este encuentro, no quiero dejar de mencionar con gozo el progreso alcanzado en la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas en vuestras diócesis. El aumento del número de vuestros seminaristas mayores y menores es muy esperanzador. A este propósito el documento “La formación para el ministerio presbiteral. Plan de formación sacerdotal para los Seminarios Mayores”, aprobado por la Santa Sede a propuesta de la Conferencia Episcopal Española, os ofrece un cauce espléndido para armonizar debidamente sus dimensiones espiritual, humana, doctrinal y pastoral según el modelo de Cristo Pastor, vivido en la aceptación gozosa de la comunión jerárquica de la Iglesia.


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