Audiencias 1987 8

8 9. En la actuación del plan de la salvación hay siempre una participación de la criatura. Así en la concepción de Jesús por obra del Espíritu Santo María participa de forma decisiva. Iluminada interiormente por el mensaje del ángel sobre su vocación de Madre y sobre la conservación de su virginidad, María expresa su voluntad y consentimiento y acepta hacerse el humilde instrumento de la “virtud del Altísimo”. La acción del Espíritu Santo hace que en María la maternidad y la virginidad estén presentes de un modo que, aunque inaccesible a la mente humana, entre de lleno en el ámbito de la predilección de la omnipotencia de Dios. En María se cumple la gran profecía de Isaías: “La virgen grávida da a luz” (7, 14; cf. Mt 1,22-23); su virginidad, signo en el Antiguo Testamento de la pobreza y de disponibilidad total al plan de Dios, se convierte en el terreno de la acción excepcional de Dios, que escoge a María para ser Madre del Mesías.

10. La excepcionalidad de María se deduce también de las genealogías aducidas por Mateo y Lucas.

El Evangelio según Mateo comienza, conforme a la costumbre hebrea, con la genealogía de Jesús (Mt 1,2-17) y hace un elenco partiendo de Abraham, de las generaciones masculinas. A Mateo de hecho, le importa poner de relieve, mediante la paternidad legal de José, la descendencia de Jesús de Abraham y David y, por consiguiente, la legitimidad de su calificación de Mesías. Sin embargo, al final de la serie de los ascendientes leemos: “Y Jacob engendró a José esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo” (Mt 1,16). Poniendo el acento en la maternidad de María, el Evangelista implícitamente subraya la verdad del nacimiento virginal: Jesús, como hombre, no tiene padre terreno.

Según el Evangelio de Lucas, la genealogía de Jesús (Lc 3,23-38) es ascendente: desde Jesús a través de sus antepasados se remonta hasta Adán. El Evangelista ha querido mostrar la vinculación de Jesús con todo el género humano. María, como colaboradora de Dios en dar a su Eterno Hijo la naturaleza humana, ha sido el instrumento de la unión de Jesús con toda la humanidad.

Saludos

Quiero saludar ahora a los peregrinos de lengua española, v procedentes de España y de América Latina. De modo particular dirijo mi saludo a los miembros del Consejo de Administración de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja (España), y al grupo de Profesores y Alumnos Ingenieros Agrícolas y Forestales de Costa Rica. Os exhorto a que vuestra actividad humana y profesional, de acuerdo con los principios cristianos, esté encaminada hacia el bien del género humano, de modo que permita al hombre, como individuo y como miembro de la sociedad, desarrollar y realizar plenamente su vocación.

Al agradeceros a todos vuestra presencia aquí, os imparto con afecto mi bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestras familias.





Febrero de 1987

Miércoles 4 de febrero de 1987

Jesús, hijo de Israel, pueblo elegido de la Antigua Alianza

1. En la catequesis anterior hablamos de las dos genealogías de Jesús: la del Evangelio según Mateo (Mt 1,1-17) tiene una estructura “descendente”, es decir, enumera los antepasados de Jesús, Hijo de María, comenzando por Abraham. La otra, que se encuentra en el Evangelio de Lucas (Lc 3,23-38), tiene una estructura “ascendente”: partiendo de Jesús llega hasta Adán.

9 Mientras que la genealogía de Lucas indica la conexión de Jesús con toda la humanidad, la genealogía de Mateo hace ver su pertenencia a la estirpe de Abraham. Y en cuanto hijo de Israel, pueblo elegido por Dios en la Antigua Alianza, al que directamente pertenece, Jesús de Nazaret es a pleno título miembro de la gran familia humana.

2. Jesús nace en medio de este pueblo, crece en su religión y en su cultura. Es un verdadero israelita, que piensa y se expresa en arameo según las categorías conceptuales y lingüísticas de sus contemporáneos y sigue las costumbres y los usos de su ambiente. Como israelita es heredero fiel de la Antigua Alianza.

Es un hecho puesto de relieve por San Pablo cuando, en la Carta a los Romanos, escribe respecto a su pueblo: “los israelitas, cuya es la adopción, y la gloria, y las alianzas, y la legislación, y el culto y las promesas; cuyos son los patriarcas y de quienes según la carne procede Cristo” (
Rm 9,4-5). Y en la Carta a los Gálatas recuerda que Cristo ha “nacido bajo la ley” (Ga 4,4).

3. Como obsequio a la prescripción de la ley de Moisés, poco después del nacimiento Jesús fue circuncidado según el rito, entrando así oficialmente a se r parte del pueblo de a alianza: “Cuando se hubieron cumplido los ocho días para circuncidar al niño, le dieron el nombre de Jesús” (Lc 2,21).

El Evangelio de la infancia, aunque es pobre en pormenores sobre el primer período de la vida de Jesús, narra sin embargo que “sus padres iban cada año a Jerusalén en la fiesta de la Pascua” (Lc 2,41), expresión de su fidelidad a la ley y a la tradición de Israel. “Cuando era ya de doce años, al subir sus padres, según el rito festivo” (Lc 2,42), “y volverse ellos, acabados los días, el Niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo echasen de ver” (Lc 2,43). Después de tres días de búsqueda “le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles” (Lc 2,46). La alegría de María y José se sobrepusieron sin duda sus palabras, que ellos no comprendieron: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que me ocupe de las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49).

4. Fuera de este suceso, todo el período de la infancia y de a adolescencia de Jesús en el Evangelio está cubierto de silencio. Es un período de “vida oculta”, resumido por Lucas en dos simples frases: Jesús “bajó con ellos (con María y José) y vino a Nazaret y les estaba sujeto” (Lc 2,51), y: “crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52).

5. Por el Evangelio sabemos que Jesús vivió en una determinada familia, en la casa de José, quien hizo las veces de padre del Hijo de María, asistiéndolo, protegiéndolo y adiestrándolo poco a poco en su mismo oficio de carpintero. A los ojos de los habitantes de Nazaret Jesús aparecía como “el hijo del carpintero” (cf. Mt 13,55). Cuando comenzó a enseñar, sus paisanos se preguntaban sorprendidos: “¿No es acaso el carpintero, hijo de María?...” (cf .Mc 6,2-3). Además de la madre, mencionaban también a sus “hermanos” y sus “hermanas”, es decir, aquellos miembros de su parentela (“primos”), que vivían en Nazaret, aquellos mismos que, como recuerda el Evangelista Marcos, intentaron disuadir a Jesús de su actividad de Maestro (cf. Mc 3,21). Evidentemente ellos no en encontraban en El algún motivo que pudiera justificar el comienzo de una nueva actividad; consideraban que Jesús era y debía seguir siendo un israelita más.

6. La actividad pública de Jesús comenzó a los treinta años cuando tuvo su primer discurso en Nazaret: “...según su costumbre, entró el día de sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron un libro del Profeta Isaías...” (Lc 4,16-17). Jesús leyó el pasaje que comenzaba con las palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres“ (Lc 4,18). Entonces Jesús se dirigió a los presentes y les anunció: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír...” (Lc 4,21)

7. En su actividad de Maestro, que comienza en Nazaret y se extiende a Galilea y a Judea hasta la capital, Jerusalén, Jesús sabe captar y valorar los frutos abundantes presentes en la tradición religiosa de Israel. La penetra con inteligencia nueva, hace emerger sus valores vitales, pone a la luz sus perspectivas proféticas. No duda en denunciar las desviaciones de los hombres en contraste con los designios del Dios de la alianza.

De este modo realiza, en el ámbito de la única e idéntica Revelación divina, el paso de lo “viejo” a lo “nuevo”, sin abolir la ley, sino más bien llevándola a su pleno cumplimiento (cf. Mt 5,17). Este es el pensamiento con el que se abre la Carta a los Hebreos: “Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los Profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo..” (He 1,1).

8. Este paso de lo “viejo” a lo “nuevo” caracteriza toda la enseñanza del “Profeta” de Nazaret. Un ejemplo especialmente claro es el sermón de la montaña, registrado en el Evangelio de Mateo Jesús dice: “Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás... Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio” (cf. Mt 5,21-22). “Habéis oído que fue dicho: No adulterarás: pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5,27-28). “Habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo; pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mt 5,43-44).

10 Enseñando de este modo, Jesús declara al mismo tiempo: “No penséis que yo he venido a abrogar la ley o los Profetas, no he venido a abrogarlas, sino a consumarlas” (Mt 5,17).

9. Este “consumar” es una palabra clave que se refiere no sólo a la enseñanza de la verdad revelada por Dios, sino también a toda la historia de Israel, o sea, del pueblo del que Jesús es hijo. Esta historia extraordinaria, guiada desde el principio por la mano poderosa del Dios de a alianza, encuentra en Jesús su cumplimiento. El designio que el Dios de a alianza había escrito desde el principio en esta historia, haciendo de ella la historia de la salvación, tendía a la “plenitud de los tiempos” (cf. Gál Ga 4,4), que se realiza en Jesucristo. El Profeta de Nazaret no duda en hablar de ello desde el primer discurso pronunciado en la sinagoga de su ciudad.

10. Especialmente elocuentes son las palabras de Jesús referidas en el Evangelio de Juan cuando dice a sus contrarios: “Abraham, vuestro padre, se regocijó pensando en ver mi día” y ante su incredulidad: “¿No tienes aún cincuenta años y has visto a Abraham”, Jesús confirma aún más explícitamente: “En verdad, en verdad os digo: antes que Abraham naciese, era yo” (cf. Jn 8,56-58). Es evidente que Jesús afirma no sólo que Él es el cumplimiento de los designios salvíficos de Dios, inscritos en la historia de Israel desde los tiempos de Abraham, sino que su existencia precede al tiempo de Abraham, llegando a identificarse como “El que es” (cf. Ex 3,14) Pero precisamente por esto, es El, Jesucristo, el cumplimiento de la historia De Israel, porque “supera” esta historia con su Misterio. Pero aquí tocamos otra dimensión de la cristología que afrontaremos más adelante.

11. Por ahora concluyamos con una última reflexión sobre las dos genealogías que narran los dos Evangelistas Mateo y Lucas. De ellas resulta que Jesús es verdadero hijo de Israel y que, en cuanto tal, pertenece a toda la familia humana. Por eso, si en Jesús, descendiente de Abraham, vemos cumplidas las profecías del Antiguo Testamento, en El, como descendiente de Adán, vislumbramos, siguiendo la enseñanza de San Pablo, el principio y el centro de la “recapitulación” de la humanidad entera (cf. Ep 1,10).

Saludos

Mi más cordial saludo se dirige ahora a todos los peregrinos que, llegados de distintos lugares de América Latina o España, están presentes en este Encuentro.

Con particular afecto saludo asimismo a las peregrinaciones de México y del Colegio «San José», de Asunción (Paraguay). Como recuerdo de este homenaje de filial devoción al Papa, os animo a dar testimonio de vuestra fe cristiana en todos los momentos de vuestra vida. Que Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, sea siempre vuestro amigo y compañero.

Me es grato saludar, por último, a los peregrinos de la Arquidiócesis de Santiago de Chile. Dentro de poco voy a tener la inmensa dicha de visitar a los amadísimos hijos de la nación chilena, como Pastor de la Iglesia Universal. Pido a Dios, por mediación de la Virgen Santísima, «Reina de la Paz», que los ideales cristianos de reconciliación y amor fraterno, así como de convivencia pacífica, sean una constante realidad en vuestro corazones y en vuestra sociedad.

De corazón imparto a todos mi bendición apostólica.




Miércoles 11 de febrero de 1987

Jesucristo, Mesías "Rey"

11 1. Como hemos visto en las recientes catequesis, el Evangelista Mateo concluye su genealogía de Jesús, Hijo de María, colocada al comienzo de su Evangelio, con las palabras “Jesús, llamado Cristo” (Mt 1,16). El término “Cristo” es el equivalente griego de la palabra hebrea “Mesías”, que quiere decir “Ungido”. Israel, el pueblo elegido por Dios, vivió durante generaciones en la espera del cumplimiento de la promesa del Mesías, a cuya venida fue preparado a través de la historia de la Alianza. El Mesías, es decir el “Ungido” enviado por Dios, había de dar cumplimiento a la vocación del pueblo de la Alianza, al cual, por medio de la Revelación se le había concedido el privilegio de conocer la verdad sobre el mismo Dios y su proyecto de salvación.

2. El atribuir el nombre “Cristo” a Jesús de Nazaret es el testimonio de que los Apóstoles y la Iglesia primitiva reconocieron que en Él se habían realizado los designios del Dios de la Alianza y las expectativas de Israel. Es lo que proclamó Pedro el día de Pentecostés cuando, inspirado por el Espíritu Santo, habló por la primera vez a los habitantes de Jerusalén y a los peregrinos que habían llegado a las fiestas: “Tenga pues por cierto toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Ac 2,36).

3. El discurso de Pedro y la genealogía de Mateo vuelven a proponernos el rico contenido de la palabra “Mesías-Cristo” que se encuentra en el Antiguo Testamento y sobre el que hablaremos en las próximas catequesis.

La palabra “Mesías”, incluyendo la idea de unción, sólo puede comprenderse en conexión con la institución religiosa de la unción con el aceite, que era usual en Israel y que -como bien sabemos- pasó de la Antigua Alianza a la Nueva. En la historia de la Antigua Alianza recibieron esta unción personas llamadas por Dios al cargo y a la dignidad de rey, o de sacerdote o de profeta.

La verdad sobre el Cristo-Mesías hay que volverá a leer, pues, en el contexto bíblico de este triple “munus”, que en la Antigua Alianza se confería a los que estaban destinados a guiar o a representar al Pueblo de Dios. En esta catequesis intentamos detenernos en el oficio y la dignidad de Cristo en cuanto Rey.

4. Cuando el ángel Gabriel anuncia a la Virgen María que había sido escogida para ser la Madre del Salvador, le habla de la realeza de su Hijo: “...le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33).

Estas palabras parecen corresponder a la promesa hecha al rey David: “Cuando se cumplieren tus días... suscitaré a tu linaje después de ti... y afirmaré su reino. El edificará casa a mí nombre y yo estableceré su trono por siempre. Yo le seré a él padre, y él me será a mi hijo” (2S 7,12-14). Se puede decir que esta promesa se cumplió en cierta medida con Salomón, hijo y directo sucesor de David. Pero el sentido pleno de la promesa iba más allá de los confines de un reino terreno y se refería no sólo a un futuro lejano, sino ciertamente a una realidad que iba más allá de la historia, del tiempo y del espacio: “Yo estableceré su trono por siempre” (2S 7,13).

5. En la anunciación se presenta a Jesús como Aquél en el que se cumple la antigua promesa. De ese modo la verdad sobre Cristo-Rey se sitúa en la tradición bíblica del “Rey mesiánico” (del Mesías-Rey); así se la encuentra muchas veces en los Evangelios que nos hablan de la misión de Jesús de Nazaret y nos transmiten su enseñanza.

Es significativa a este respecto la actitud del mismo Jesús, por ejemplo cuando Bartimeo, el mendigo ciego, para pedirle ayuda le grita: “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!” (Mc 10,47). Jesús, que nunca se ha atribuido ese título, acepta como dirigidas a Él las palabras pronunciadas por Bartimeo. En todo caso se preocupa de precisar su importancia. En efecto, dirigiéndose a los fariseos, pregunta: “¿Qué os parece de Cristo? ¿De quién es hijo? Dijéronle ellos: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra mientras pongo a tus enemigos bajo tus pies?’ (Sal 109/110, 1). Si, pues, David le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo?” (Mt 22,42-45).

6. Como vemos, Jesús llama la atención sobre el modo “limitado” e insuficiente de comprender al Mesías teniendo sólo como base la tradición de Israel, unida a la herencia real de David. Sin embargo, Él no rechaza esta tradición, sino que la cumple en el sentido pleno que ella contenía, y que ya aparece en las palabras pronunciadas en la Anunciación y que se manifestará en su Pascua.

7. Otro hecho significativo es que, al entrar en Jerusalén en vísperas de su pasión, Jesús cumple, tal como destacan los Evangelistas Mateo (21, 5) y Juan ( 12, 15), la profecía de Zacarías, en la que se expresa la tradición del “Rey mesiánico”: “Alégrate sobremanera, hoja de Sión. Grita exultante, hija de Jerusalén. He aquí que viene tu Rey, justo y victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna” (Za 9,9). “Decid a la hija de Sión: he aquí que tu rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una bestia de carga” (Mt 21,5). Precisamente sobre un pollino cabalga Jesús durante su entrada solemne en Jerusalén, acompañado por la turba entusiasta: “Hosanna al Hijo de David” (cf. Mt 21,1-10). A pesar de la indignación de los fariseos, Jesús acepta la aclamación mesiánica de los “pequeños” (cf. Mt 21,16 Lc 19,40), sabiendo muy bien que todo equívoco sobre el título de Mesías se disiparía con su glorificación a través de la pasión.

12 8. La comprensión de la realeza como un poder terreno entrará en crisis. La tradición no quedará anulada por ello, sino clarificada. Los días siguientes a la entrada de Jesús en Jerusalén se verá cómo se han de entender las palabras del Ángel en la Anunciación. “Le dará el Señor Dios el trono de David, su padre... reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin”. Jesús mismo explicará en qué consiste su propia realeza, y por lo tanto la verdad mesiánica, y cómo hay que comprenderla.

9. El momento decisivo de esta clarificación se da en el diálogo de Jesús con Pilato, que trae el Evangelio de Juan. Puesto que Jesús ha sido acusado ante el gobernador romano de “considerarse rey” de los judíos, Pilato le hace una pregunta sobre esta acusación que interesa especialmente a la autoridad romana porque, si Jesús realmente pretendiera ser “rey de los judíos” y fuese reconocido como tal por sus seguidores, podría constituir una amenaza para el imperio.

Pilato, pues, pregunta a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos? Responde Jesús: ¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí?”; y después explica: “Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”. Ante la insistencia de Pilato: “Luego, ¿tú eres rey?”, Jesús declara: “Tú dices que soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz” (cf.
Jn 18,33-37). Estas palabras inequívocas de Jesús contienen la afirmación clara de que el carácter o munus real, unido a la misión del Cristo-Mesías enviado por Dios, no se puede entender en sentido político como si se tratara de un poder terreno, ni tampoco en relación al “pueblo elegido”, Israel.

10. La continuación del proceso de Jesús confirma la existencia del conflicto entre la concepción que Cristo tiene de Sí mismo como “Mesías-Rey” y la terrestre o política, común entre el pueblo. Jesús es condenado a muerte bajo la acusación de que “se ha considerado rey”. La inscripción colocada en la cruz: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, probará que para la autoridad romana éste es su delito. Precisamente los judíos que, paradójicamente, aspiraban al restablecimiento del “reino de David”, en sentido terreno, al ver a Jesús azotado y coronado de espinas, tal como se lo presentó Pilato con las palabras: “¡Ahí tenéis a vuestro rey!”, habían gritado: “¡Crucifícale!... Nosotros no tenemos más rey que al Cesar” (Jn 19,15).

En este marco podemos comprender mejor el significado de la inscripción puesta en la cruz de Cristo, refiriéndonos por lo demás a la definición que Jesús había dado a Sí mismo durante el interrogatorio ante el procurador romano. Sólo en ese sentido el Cristo-Mesías es “el Rey”; sólo en ese sentido Él actualiza la tradición del “Rey mesiánico”, presente en el Antiguo Testamento e inscrita en la historia del pueblo de la Antigua Alianza.

11. Finalmente, en el Calvario un último episodio ilumina la condición mesiánico-real de Jesús. Uno de los dos malhechores crucificados junto con Jesús manifiesta esta verdad de forma penetrante, cuando dice: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (Lc 23,42). En este diálogo encontramos casi una confirmación última de las palabras que el Ángel había dirigido a María en la Anunciación: Jesús “reinará... y su reino no tendrá fin” (Lc 1,33).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a los peregrinos y visitantes procedentes de España y de América Latina. De modo especial saludo al grupo de estudiantes de la Universidad Católica de Chile.

A todos agradezco vuestra presencia aquí, mientras os imparto con afecto mi bendición apostólica.





Miércoles 18 de febrero de 1987

Jesucristo, Mesías "Sacerdote",

13
1. El nombre “Cristo” que, como sabemos, es el equivalente griego de la palabra “Mesías”, es decir “Ungido”, además del carácter “real”, del que hemos tratado en la catequesis precedente, incluye también, según la tradición del Antiguo Testamento, el “sacerdotal”.Cual elementos pertenecientes a la misma misión mesiánica, los dos aspectos, diversos entre sí, son sin embargo complementarios. La figura del Mesías, dibujada en el Antiguo Testamento, los comprende a entrambos manifestando la profunda unidad de la misión real y sacerdotal.

2. Esta unidad tiene su primera expresión, como un prototipo y una anticipación, en Melquisedec, rey de Salem, misterioso contemporáneo de Abraham. De él leemos en el libro del Génesis, que, saliendo al encuentro de Abraham, “sacando pan y vino, como era sacerdote del Dios Altísimo, bendijo a Abraham diciendo: Bendito Abraham del Dios Altísimo, el dueño de cielos y tierra”. (
Gn 14,18-19).

La figura de Melquisedec, rey-sacerdote, entró en la tradición mesiánica, como atestigua el Salmo 109 (110): el Salmo mesiánico por antonomasia. Efectivamente, en este Salmo, Dios-Yahvéh se dirige “a mi Señor” (es decir, al Mesías) con las palabras: “Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies. “Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: somete en la batalla a tus enemigos...”” (Sal 109/110, 1-2).

A estas expresiones, que no pueden dejar ninguna duda sobre el carácter real de Aquel al que se dirige Yahvéh, sigue el anuncio: “El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec” (Sal 109/110, 4). Como vemos, Aquel al que Dios-Yahvéh se dirige, invitándolo a sentarse “a su derecha”, será al mismo tiempo rey y sacerdote “según el rito de Melquisedec”.

3. En la historia de Israel la institución del sacerdocio de la antigua Alianza comienza en la persona de Arón, hermano de Moisés, y se unirá por herencia con una de las doce tribus de Israel, la de Leví .

A este respecto, es significativo lo que leemos en el libro del Eclesiástico: “(Dios) elevó a Arón... su hermano (es decir, hermano de Moisés), de la tribu de Leví. Y estableció con él una alianza eterna y le dio el sacerdocio del pueblo” (Si 45,78). “Entre todos los vivientes le escogió el Señor para presentarle las ofrendas, los perfumes y el buen olor para memoria y hacer la expiación de su pueblo. Y le dio sus preceptos y poder para decidir sobre la ley y el derecho, para enseñar sus mandamientos a Jacob e instruir en su ley a Israel” (Si 45,20-21). De estos textos deducimos que la elección sacerdotal está en función del culto, para la ofrenda de los sacrificios de adoración y de expiación y que a su vez el culto esta ligado a la enseñanza sobre Dios y sobre su ley.

4. Siempre en el mismo contexto son significativas también estas palabras del libro del Eclesiástico: “También hizo Dios alianza con David... La herencia del reino es para uno de sus hijos, y la herencia de Arón para su descendencia” (Si 45,31).

Según esta tradición, el sacerdocio se sitúa “al lado” de la dignidad real. Ahora bien, Jesús no procede de la estirpe sacerdotal, de la tribu de Leví, sino de la de Judá, por lo que no parece que le corresponda el carácter sacerdotal del Mesías. Sus contemporáneos descubren en El sobre todo al maestro, al profeta, algunos también a su “rey”, heredero de David. Así, pues, podría decirse que en Jesús la tradición de Melquisedec, el Rey-sacerdote, está ausente.

5. Sin embargo, es una ausencia aparente. Los acontecimientos pascuales manifestaron el verdadero sentido del “Mesías-rey” y del “rey-sacerdote según el rito de Melquisedec” que, presente en el Antiguo Testamento, encontró su cumplimiento en la misión de Jesús de Nazaret. Es significativo que en el proceso ante el Sanedrín, al sumo sacerdote que le pregunta: “...si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios”, Jesús responde: “Tú lo has dicho... y yo os digo que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder...” (Mt 26,63-64). Es una clara referencia al Salmo mesiánico (Sal 109/110), en el que se expresa la tradición del rey-sacerdote.

6. Pero hay que decir que la manifestación plena de esta verdad sólo se encuentra en la Carta a los Hebreos, que afronta la relación entre el sacerdocio levítico y el de Cristo.

14 El autor de la Carta a los Hebreos toca el tema del sacerdocio de Melquisedec para decir que en Jesucristo se ha cumplido el anuncio mesiánico ligado a esta figura que por predestinación superior ya desde los tiempos de Abraham había sido inscrita en la misión del Pueblo de Dios.

Efectivamente, leemos de Cristo que “ al ser consumado, vino a ser para todos los que le obedecen causa de salud eterna, declarado por Dios Pontífice según el orden de Melquisedec” (
He 5,9-10). Por eso, después de haber recordado lo que escribe el libro del Génesis sobre Melquisedec (Gn 14,18), la Carta a los Hebreos continúa: “... (su nombre) se interpreta primero rey de justicia, y luego también rey de Salem, es decir, rey de paz. Sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días, ni fin de su vida, se asemeja en eso al Hijo de Dios, que es sacerdote para siempre” (He 7,2-3).

7. Haciendo también analogías con el ritual del culto, con el arca y con los sacrificios de a antigua Alianza, el Autor de la Carta a los Hebreos presenta a Jesucristo como el cumplimiento de todas las figuras y las promesas del Antiguo Testamento, en orden “a servir en un santuario que es imagen y sombra del celestial” (He 8,5). Sin embargo Cristo, Sumo Sacerdote misericordioso y fiel (He 2,17 cfr. He 3,2 He 3,5), lleva en Si mismo un “sacerdocio perpetuo” (He 7,24), al haberse ofrecido “a Sí mismo inmaculado a Dios” (He 9,14).

8. Vale la pena citar en su totalidad algunos fragmentos especialmente elocuentes de esta Carta. Al entrar en el mundo, Jesucristo dice a Dios su Padre: “No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que vengo, en el volumen del libro está escrito de mí, para hacer, oh Dios!, tu voluntad” (He 10,5-7)

“Y tal convenía que fuese nuestro Sumo Sacerdote” (He 7,26). “Por esto hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse Pontífice misericordioso y fiel en las cosas que tocan a Dios, para expiar los pecados del pueblo” (He 2,17). Tenemos pues, “un gran Pontífice... tentado en todo, a semejanza nuestra, menos en el pecado”, un Sumo Sacerdote que sabe “compadecerse de nuestras flaquezas” (Cfr. Heb He 4,15).

9. Leemos más adelante que ese Sumo Sacerdote “no necesita, como los pontífices, ofrecer cada día víctimas, primero por sus propios pecados, luego por los del pueblo, pues esto lo hizo una sola vez ofreciéndose a Sí mismo” (He 7,27). Y también: “Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros...entró una vez para siempre en el santuario... por su propia sangre, realizada la redención eterna” (He 9,11-12). De aquí nuestra certeza de que “la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno a Sí mismo se ofreció inmaculado a Dios, limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo” (He 9,14).

Así se explica a atribución de una perenne fuerza salvífica al sacerdocio de Cristo, por ella “su poder es perfecto para salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos” (He 7,25).

10. Finalmente podemos observar que en la Carta a los Hebreos se afirma, de forma clara y convincente, que Jesucristo ha cumplido con toda su vida y sobre todo con el sacrificio de la cruz, lo que se ha inscrito en la tradición mesiánica de la Revelación divina. Su sacerdocio es puesto en referencia al servicio ritual de los sacerdotes de a antigua alianza, que sin embargo Él sobrepasa, como Sacerdote y como Víctima. En Cristo, pues, se cumple el eterno designio de Dios que dispuso la institución del sacerdocio en la historia de la alianza.

11. Según la Carta a los Hebreos, el cumplimiento mesiánico está simbolizado por la figura de Melquisedec. En efecto, en ella se lee que por voluntad de Dios: “a semejanza de Melquisedec se levanta otro Sacerdote, instituido no en razón de una ley carnal (o sea, por institución legal), sino de un poder de vida indestructible” (He 7,15-16). Se trata, pues, de un sacerdocio eterno (Cfr. Heb He 7,24).

La Iglesia guardiana e intérprete de éstos y de otros textos que hay en el Nuevo Testamento, ha reafirmado repetidas veces la verdad del Mesías-Sacerdote, tal como atestigua, por ejemplo, el Concilio Ecuménico de Éfeso (431), el de Trento (1562) y, en nuestros días, el Concilio Vaticano II (1962-65).

Un testimonio evidente de esta verdad lo encontramos en el sacrificio eucarístico que por institución de Cristo ofrece la Iglesia cada día bajo las especies del pan y del vino, es decir, “según el rito de Melquisedec”.

Saludos

15 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo especial, deseo saludar al grupo de Religiosas Hijas de Jesús que, procedentes de once países, tienen en Roma un curso de renovación. Os aliento a proseguir con renovado empeño el camino emprendido de entrega total a Dios y de servicio generoso a la Iglesia, siendo testigos incansables de su presencia en el mundo.

Saludo igualmente a los oficiales, cadetes y tripulación del Buque-Escuela peruano “Independencia”, así como a los oficiales, suboficiales y marineros de un buque de la Compañía Venezolana de Navegación. Que vuestra singladura por los mares del mundo conformen vuestras vidas al servicio de la Patria y de cada uno de vuestros conciudadanos.

Me es grato dirigir también unas palabras a los telespectadores del programa “Encuentro”, del canal 13 “ Santa Fe de la Vera Cruz ” de Argentina, así como a los telespectadores de los canales 13 y 11 de Chile. Sé que estáis preparando mi próxima visita pastoral a esas dos Naciones hermanas. Espero que los programas de esos canales, especialmente los dedicados a temas religiosos, sean una válida ayuda para la obra de evangelización y catequesis, los dos grandes retos que esas Iglesias locales tienen en la sociedad actual.

A todos vosotros, así como a vuestras familias, imparto con afecto mi Bendición Apostólica.






Audiencias 1987 8