Audiencias 1987 15

Miércoles 25 de febrero de 1987

Jesucristo, Mesías "Profeta"

1. Durante el proceso ante Pilato, Jesús, al ser interrogado si era rey, primero niega que sea rey en sentido terreno y político; después, cuando Pilato se lo pregunta por segunda vez, responde: “Tú dices que soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). Esta respuesta une la misión real y sacerdotal del Mesías con la característica esencial de la misión profética. En efecto, el Profeta es llamado y enviado a dar testimonio de la verdad. Como testigo de la verdad él habla en nombre de Dios. En cierto sentido es la voz de Dios. Tal fue la misión de los Profetas que Dios envió a lo largo de los siglos a Israel.

En la figura de David, rey y profeta, es en quien especialmente la característica profética se une a la vocación real.

2. La historia de los Profetas del Antiguo Testamento indica claramente que la tarea de proclamar la verdad, al hablar en nombre de Dios, es antes que nada un servicio, tanto en relación con Dios que envía, como en relación con el pueblo al que el Profetas se presenta como enviado de Dios. De ello se deduce que el servicio profético no sólo es eminente y honorable, sino también difícil y fatigoso. Un ejemplo evidente de ello es lo que le ocurrió al Profeta Jeremías, quien encuentra resistencia, rechazo y finalmente persecución, en la medida en que la verdad proclamada es incómoda. Jesús mismo, que muchas veces se refirió a los sufrimientos que padecieron los Profetas, los experimentó personalmente de forma plena.

3. Estas primeras referencias al carácter ministerial de la misión profética nos introducen en la figura del Siervo de Dios (Ebed Yahvéh) que se encuentra en Isaías (y precisamente en el llamado “Deutero-Isaías”). En esta figura la tradición mesiánica de la Antigua Alianza encuentra una expresión especialmente rica, e importante, si consideramos que el Siervo de Yahvéh, en el que sobresalen sobre todo las características del Profeta, une en sí mismo, en cierto modo, también la cualidad del sacerdote y del rey. Los Cantos de Isaías sobre el Siervo de Yahvéh presentan una síntesis veterotestamentaria del Mesías, abierta a ulteriores desarrollos. Si bien están escritos muchos siglos antes de Cristo, sirven de modo sorprendente para la identificación de su figura, especialmente en cuanto a la descripción del Siervo de Yahvéh sufriente: un cuadro tan justo y fiel que se diría que está hecho teniendo delante los acontecimientos de la Pascua de Cristo.

16 4. Hay que observar que el término “Siervo”, “Siervo de Dios”, se emplea abundantemente en el Antiguo Testamento. A muchos personajes eminentes se les llama o se les define “siervos de Dios”. Así Abraham (Gn 26,24), Jacob (Gn 32,11), Moisés, David y Salomón, los Profetas. La Sagrada Escritura también atribuye este término a algunos personajes paganos que cumplen su papel en la historia de Israel: así, por ejemplo, a Nabucodonosor (Jr 25,8-9), y a Ciro (Is 44,26). Finalmente, todo Israel como pueblo es llamado “siervo de Dios” (cf .Is 41,8-9 Is 42,19 Is 44,21 Is 48,20), según un uso lingüístico del que se hace eco el Canto de María que alaba a Dios porque “auxilia a Israel, su siervo” (Lc 1,54).

5. En cuanto a los Cantos de Isaías sobre el Siervo de Yahvéh constatamos ante todo los que se refieren no a una entidad colectiva, como puede ser un pueblo, sino a una persona determinada a la que el Profeta distingue en cierto modo de Israel pecador: “He aquí a mi siervo, a quien sostengo yo -leemos en el primer Canto-, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él; él dará el derecho a las naciones. No gritará, no hablará recio ni hará oír su voz en las plazas. No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue... sin cansarse ni desmayar, hasta que establezca el derecho en la tierra...” (Is 42,1-4). “Yo, Yahvéh... te he formado y te he puesto por alianza del pueblo y para luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, del calabozo a los que moran en las tinieblas” (Is 42,6-7).

6. El segundo Canto desarrolla el mismo concepto: “Oídme, islas; atended, pueblos lejanos: Yavé me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre me llamó por mi nombre. Y puso mi boca como cortante espada, me ha guardado a la sombra de su mano, hizo de mí aguda saeta y me guardó en su aljaba” (Is 49,6). “Dijo: ligera cosa es para mí que seas tú mi siervo, para restablecer las tribus de Jacob... Yo te he puesto para luz de las gentes, para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra” (Is 49,6). “El Señor, Yahvéh, me ha dado lengua de discípulo, para saber sostener con palabras al cansado” (Is 50,4). Y también: “Así se admirarán muchos pueblos y los reyes cerrarán ante él su boca” (Is 52,15). “El Justo, mi Siervo, justificará a muchos y cargará con las iniquidades de ellos” (Is 53,11).

7. Estos últimos textos, pertenecientes a los Cantos tercero y cuarto, nos introducen con realismo impresionante en el cuadro del Siervo Sufriente al que deberemos volver nuevamente. Todo lo que dice Isaías parece anunciar de modo sorprendente lo que en el alba misma de la vida de Jesús predecirá el santo anciano Simeón, cuando lo saludó como “luz para iluminación de las gentes” y al mismo tiempo como “signo de contradicción” (cf .Lc 2,32 .Lc 2,34).Ya en el libro de Isaías la figura del Mesías emerge como Profeta, que viene al mundo para dar testimonio de la verdad, y que precisamente a causa de esta verdad será rechazado por su pueblo, llegando a ser con su muerte motivo de justificación para “muchos”.

8. Los Cantos del Siervo de Yahvéh encuentran amplia resonancia en el Nuevo Testamento, desde el comienzo de la actividad mesiánica de Jesús. Ya la descripción del bautismo en el Jordán permite establecer un paralelismo con los textos de Isaías. Escribe Mateo: “Bautizado Jesús. .. he aquí que se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él” (Mt 3,16); en Isaías se dice: “He puesto mi espíritu sobre Él” (Is 42,1). El Evangelista añade: “Mientras una voz del cielo decía: Esté es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias” (Mt 3,17), y en Isaías Dios dice del Siervo: “Mi elegido en quien se complace mi alma” (Is 42,1). Juan Bautista señala a Jesús que se acerca al Jordán, con las palabras: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), exclamación que representa casi una síntesis del contenido del Canto tercero y cuarto sobre el Siervo de Yahvéh sufriente.

9. Una relación análoga se encuentra en el fragmento en que Lucas narra las primeras palabras mesiánicas pronunciadas por Jesús en la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús lee el texto de Isaías: “EL Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista: para poner en libertad a los oprimidos, par anunciar un año de gracia del Señor” (Lc 4,17-19). Son las palabras del primer Canto sobre el Siervo de Yavé (Is 42,1-7 cf. también Is 61,1-2).

10. Si miramos también la vida y el ministerio de Jesús. El se nos manifiesta como el Siervo de Dios, que trae la salvación a los hombres, que los sana, que los libra de su iniquidad, que los quiere ganar para Sí no con la fuerza, sino con la bondad.El Evangelio, especialmente el de San Mateo, hace referencia muchas veces al libro de Isaías, cuyo anuncio profético se realiza en Cristo: así cuando narra que “ya atardecido, le presentaron muchos endemoniados, y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el Profeta Isaías, que dice: El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias” (Mt 8,16-17 cf. Is 53,4). Y en otro lugar: “Muchos le siguieron, y los curaba a todos... para que se cumpliera el anuncio del Profeta Isaías: He aquí a mi siervo...” (Mt 12,15-21), y aquí el Evangelista narra un largo fragmento del primer Canto sobre el Siervo de Yahvéh.

11. Como los Evangelios, también los Hechos de los Apóstoles demuestran que la primera generación de los discípulos de Cristo, comenzando por los Apóstoles, está profundamente convencida de que en Jesús se cumplió todo lo que el Profeta Isaías había anunciado en sus Cantos inspirados: que Jesús es el elegido Siervo de Dios (cf. por ejemplo, Ac 3,13 Ac 3,26 Ac 4,27 Ac 4,30 1P 2,22-25), que cumple la misión del Siervo de Yahvéh y trae la nueva ley, es la luz y alianza para todas las naciones (cf. Ac 13,46-47). Esta misma convicción la volvemos a encontrar también en la “didajé”, en el “Martirio de San Policarpo”, y en la primera Carta de San Clemente Romano.

12. Hay que añadir un dato de gran importancia: Jesús mismo habla de Sí como de un siervo, aludiendo claramente a Is 53, cuando dice: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45 Mt 20,28) y expresa el mismo concepto cuando lava los pies a los Apóstoles (Jn 13,3-4 Jn 12-15).

En el conjunto del Nuevo Testamento, junto a los textos y a las alusiones a al primer Canto del Siervo de Yahvéh (Is 42,1-7), que subrayan la elección del Siervo y su misión profética de liberación, de curación y de alianza para todos los hombres, el mayor número de textos hace referencia al Canto tercero y cuarto (Is 50,4-11 Is 52, 13-53, Is 12) sobre el Siervo Sufriente. Es la misma idea expresada de modo sintético por San Pablo en la Carta a los Filipenses, cuando hace un himno a Cristo: “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de Sí mismo tomando la condición de siervo y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a Sí mismo, obedeciendo hasta la muerte” (Ph 2,6-8).

Saludos

17 Me es grato saludar ahora a los peregrinos de América Latina y de España presentes en este Encuentro.

De modo particular mi cordial saludo se dirige al grupo “ Aulas de la Tercera Edad ”. A vosotros que habéis tenido la dicha de alcanzar esta fase de la vida —época de merecido descanso y sosiego— os animo a dar testimonio de vuestra fe en Cristo, tan necesaria para el hombre de hoy y la sociedad actual.

A los numerosos jóvenes estudiantes, llegados de Madrid, Málaga y Palma de Mallorca, deseo agradeceros vuestra presencia. Queridos amigos, en esta etapa tan importante de la existencia humana estad seguros de que contáis con el apoyo y la plegaria del Papa. Confiad en Jesús que os ama de manera especial, sólo así seréis capaces de romper las fronteras del egoísmo y de la inhibición, y la plena dimensión del amor fraterno será una realidad en vuestros corazones.

A todos os imparto mi bendición apostólica.



                                                                         

Marzo de 1987

Miércoles 4 de marzo de 1987

Jesucristo, cumplimiento de las profecías sobre el Mesías

1. En las catequesis precedentes hemos intentado mostrar los aspectos más relevantes de la verdad sobre el Mesías tal como fue preanunciada en la Antigua alianza y tal como fue heredada por la generación de los contemporáneos de Jesús de Nazaret, que entraron en la nueva etapa de la Revelación divina. De esta generación, los que siguieron a Jesús lo hicieron porque estaban convencidos de que en Él se había cumplido la verdad sobre el Mesías: que Él es el Mesías, el Cristo. Son muy significativas las palabra con que Andrés, el primero de los Apóstoles llamados por Jesús anuncia a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo)” (Jn 1,41).

Sin embargo, hay que reconocer que constataciones tan explícitas como ésta son más bien raras en los Evangelios. Ello se debe también al hecho de que en la sociedad israelita de entonces se hallaba difundida una imagen de Mesías al que Jesús no quiso adaptar su figura y su obra, a pesar del asombro y a admiración suscitados por todo lo que “hizo y enseñó” (Ac 1,1).

2. Es más, sabemos incluso que el mismo Juan Bautista, que había señalado a Jesús junto al Jordán como “El que tenía que venir” (cf. Jn 1,15-30), pues, con espíritu profético, había visto en Él al “Cordero de Dios” que venía para quitar los pecados del mundo; Juan, que había anunciado el “nuevo bautismo” que administraría Jesús con la fuerza del Espíritu, cuando se hallaba ya en la cárcel, mandó a sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres Tú que ha de venir o esperamos a otro?” (Mt 11,3).

18 3. Jesús no deja sin respuesta a Juan y a sus mensajeros: “Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Lc 7,22). Con esta respuesta Jesús pretende confirmar su misión mesiánica y recurre en concreto a las palabras de Isaías (cf. Is 35,4-5 Is 6,1). Y concluye: “Bienaventurado quien no se escandaliza de mí” (Lc 7,23). Estas palabras finales resuenan como una llamada dirigida directamente a Juan, su heroico precursor, que tenía una idea distinta del Mesías.

Efectivamente, en su predicación, Juan había delineado la figura del Mesías como la de un juez severo. En este sentido había hablado “de la ira inminente”, del “hacha puesta ya a la raíz del árbol” (cf. Lc 3,7 Lc 3,9), para cortar todas las plantas “que no de buen fruto” (Lc 3,9). Es cierto que Jesús no dudaría en tratar con firmeza e incluso con aspereza, cuando fuese necesario, la obstinación y la rebelión contra la Palabra de Dios; pero Él iba a ser, sobre todo, el anunciador de la “buena nueva a los pobres” y con sus obras y prodigios revelaría la voluntad salvífica de Dios, Padre misericordioso.

4. La respuesta que Jesús da a Juan presenta también otro el momento que es interesante subrayar: Jesús evita proclamarse Mesías abiertamente. De hecho, en el contexto social de la época es título resultaba muy ambiguo: la gente lo interpretaba por lo general en sentido político. Por ello Jesús prefiere referirse al testimonio ofrecido por sus obras, deseoso sobre todo de persuadir y de suscitar la fe.

5. Ahora bien, en los Evangelios no faltan casos especiales, como el diálogo con la samaritana, narrado en el Evangelio de Juan. A la mujer que le dice: “Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir y que cuando venga nos hará saber todas las cosas”, Jesús le responde: “Yo soy, el que habla contigo” (Jn 4,25-26).

Según el contexto del diálogo, Jesús convenció a la samaritana, cuya disponibilidad para la escucha había intuido; de hecho, cuando esta mujer volvió a su ciudad, se apresuró a decir a la gente: “Venid a ver un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será el Mesías?” (Jn 4,28-29). Animados por su palabra, muchos samaritanos salieron al encuentro de Jesús, lo escucharon, y concluyeron a su vez: “Este es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4,22).

6. Entre los habitantes de Jerusalén, por el contrario, las palabras y los milagros de Jesús suscitaron cuestiones en torno a su condición mesiánica. Algunos excluían que pudiera ser el Mesías. “De éste sabemos de dónde viene, mas del Mesías, cuando venga, nadie sabrá de dónde viene” (Jn 7,27). Pero otros decían: “El Mesías, cuando venga, ¿podrá hacer signos más grandes de los que ha hecho éste?” (Jn 7,31). “¿No será éste el Hijo de David?”. (Mt 12,23). Incluso llegó a intervenir el Sanedrín, decretando que “si alguno lo confesaba Mesías fuera expulsado de la sinagoga” (Jn 9,22).

7. Con estos elementos podemos llegar a comprender el significado clave de la conversación de Jesús con los Apóstoles cerca de Cesarea de Filipo. “Jesús... les preguntó: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Ellos le respondieron, diciendo: Unos, que Juan Bautista; otros, que Elías y otros, que uno de los Profetas. Pero El les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo” (Mc 8,27-29 cf. además Mt 16,13-16 y Lc 9,18-21), es decir, el Mesías.

8. Según el Evangelio de Mateo esta respuesta ofrece a Jesús la ocasión para anunciar el primado de Pedro en la futura Iglesia (cf. Mt 16,18). Según Marcos, tras la respuesta de Pedro, Jesús ordenó severamente a los Apóstoles “que no dijeran nada a nadie” (Mc 8,30). De lo cual se puede deducir que Jesús no sólo no proclamaba que Él era el Mesías, sino que tampoco quería que los Apóstoles difundieran por el momento la verdad sobre su identidad. Quería, en efecto, que sus contemporáneos llegaran a tal convencimiento contemplando sus obras y escuchando su enseñanza. Por otra parte, el mismo hecho de que los Apóstoles estuvieran convencidos de lo que Pedro había dicho en nombre de todos al proclamar: “Tú eres el Cristo”, demuestra que las obras y palabras de Jesús constituían una base suficiente sobre la que podía fundarse y desarrollarse la fe en que Él era el Mesías.

9. Pero la continuación de ese diálogo tal y como aparece en los dos textos paralelos de Marcos y Mateo es aún más significativa en relación con la idea que tenía Jesús sobre su condición de Mesías (cf. Mc 8,31-33 Mt 16,21-23). Efectivamente, casi en conexión estrecha con la profesión de fe de los Apóstoles, Jesús “comenzó a enseñarles como era preciso que el Hijo del Hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas y que fuese muerto y resucitado al tercer día” (Mc 8,31). El Evangelista Marcos hace notar: “Les hablaba de esto abiertamente” (Mc 8,32). Marcos dice que “Pedro, tomándole aparte, se puso a reprenderle” (Mc 8,32). Según Mateo, los términos de la reprensión fueron éstos: “No quiera Dios, Señor, que esto suceda” (Mt 16,22). Y esta fue la reacción del Maestro: Jesús “reprendió a Pedro diciéndole: Quítate allá, Satán, pues tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mc 8,33 Mt 16,23).

10. En esta reprensión del Maestro se puede percibir algo así como un eco lejano de la tentación de que fue objeto Jesús en el desierto en los comienzos de su actividad mesiánica (cf. Lc 4,1-13), cuando Satanás quería apartarlo del cumplimiento de la voluntad del Padre hasta el final. Los Apóstoles, y de un modo especial Pedro, a pesar que habían profesado su fe en la misión mesiánica de Jesús afirmando “Tú eres el Mesías”, no lograban librarse completamente de aquella concepción demasiado humana y terrena del Mesías, y admitir la perspectiva de un Mesías que iba a padecer y a sufrir la muerte. Incluso en el momento de la ascensión, preguntarían a Jesús: “¿...vas a reconstruir el reino de Israel?” (cf. Ac 1,6).

11. Precisamente ante esta actitud Jesús reacciona con tanta decisión y severidad. En El, la conciencia de la misión mesiánica correspondía a los Cantos sobre el Siervo de Yahvé de Isaías y, de un modo especial, a lo que había dicho el Profeta sobre el Siervo Sufriente: “Sube ante él como un retoño, como raíz en tierra árida. No hay en él parecer, no hay hermosura... Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores, y familiarizado con el sufrimiento, y como uno ante el cual se oculta el rostro, menospreciado sin que le tengamos en cuenta... Pero fue Él ciertamente quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores... Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados” (Is 53,2-5).

19 Jesús defiende con firmeza esta verdad sobre el Mesías, pretendiendo realizarla en Él hasta las últimas consecuencias, ya que en ella se expresa la voluntad salvífica del Padre: “El Justo, mi siervo, justificará a muchos” (Is 53,11). Así se prepara personalmente y prepara a los suyos para el acontecimiento en que el “misterio mesiánico” encontrará su realización plena: la Pascua de su muerte y de su resurrección.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Con afecto saludo a los peregrinos que, llegados individualmente o en grupo desde América Latina o España, están presentes en este Encuentro.

Me es grato saludar asimismo a los profesores y alumnos de los Institutos “ Príncipe de Viana ”, de Pamplona, y “San Isidoro de Sevilla”, de Madrid. En este tiempo de Cuaresma, donde se ve con más claridad la importancia de saber tomar la propia cruz diaria, a ejemplo de Cristo, os animo a vivir en toda circunstancia la certeza de que Dios es fiel a sus promesas de salvación y. a la vez, rico en misericordia. Así vuestra vida estará orientada al cumplimiento de la voluntad divina. De corazón os imparto mi Bendición Apostólica, que extiendo a vuestros seres queridos.

Deseo dirigir un saludo particular a los periodistas y reporteros gráficos del Canal Nacional de Televisión de Chile, que se encuentran presentes en esta Audiencia. En vosotros saludo cordialmente a todos los hombres y mujeres del mundo de los medios de comunicación social que desarrollarán su valiosa labor durante el próximo viaje apostólico a Uruguay, Chile y Argentina. A todos aliento en vuestras tareas informativas, sirviendo a la verdad e inspirados en los valores superiores éticos y profesionales. Mi saludo y mi Bendición se extiende a la gran familia chilena y a todas las personas que encontraré durante mi ya cercana visita pastoral a América Latina.





Miércoles 18 de marzo de 1987

Jesucristo, inauguración y cumplimiento del Reino de Dios

1. “Se ha cumplido el tiempo, está cerca el reino de Dios” (Mc 1,15). Con estas palabras Jesús de Nazaret comienza su predicación mesiánica. El reino de Dios, que en Jesús irrumpe en la vida y en la historia del hombre, constituye el cumplimiento de las promesas de salvación que Israel había recibido del Señor.

Jesús se revela Mesías, no porque busque un dominio temporal y político según la concepción de sus contemporáneos, sino porque con sumisión se culmina en la pasión-muerte-resurrección, “todas las promesas de Dios son ‘sí’” (2Co 1,20).

2. Para comprender plenamente la misión de Jesús es necesario recordar el mensaje del Antiguo Testamento que proclama la realeza salvífica del Señor. En el cántico de Moisés (Ex 15,1-18), el Señor es aclamado “rey” porque ha liberado maravillosamente a su pueblo y lo ha guiado, con potencia y amor, a la comunión con Él y con los hermanos en el gozo de la libertad. También el antiquísimo Salmo 28/29 da testimonio de la misma fe: el Señor es contemplado en la potencia de su realeza, que domina todo lo creado y comunica a su pueblo fuerza, bendición y paz (Sal 28/29, 10). Pero la fe en el Señor “rey” se presenta completamente penetrada por el tema de la salvación, sobre todo en la vocación de Isaías. El “Rey” contemplado por el Profeta con los ojos de la fe “sobre un trono alto y sublime” (Is 6,1) es Dios en el misterio de su santidad transcendente y de su bondad misericordiosa, con la que se hace presente a su pueblo como fuente de amor que purifica, perdona, salva: “Santo, Santo, Santo, Yahvé de los ejércitos. Está la tierra llena de tu gloria” (Is 6,3).

20 Esta fe en la realeza salvífica del Señor impidió que, en el pueblo de la alianza, la monarquía se desarrollase de forma autónoma, como ocurría en el resto de las naciones: El rey es el elegido, el ungido del Señor y, como tal, es el instrumento mediante el cual Dios mismo ejerce su soberanía sobre Israel (cf. 1S 12,12-15). “El Señor reina”, proclaman continuamente los Salmos (cf. 5, 3; 9, 6; 28/29, 10; 92/93, 1; 96/97, 1-4; 145/146, 10).

3. Frente a la experiencia dolorosa de los límites humanos y del pecado, los Profetas anuncian una nueva Alianza, en la que el Señor mismo será el guía salvífico y real de su pueblo renovado (cf . Jer Jr 31,31-34 Ez 34,7-16 Ez 36,24-28).

En este contexto surge la expectación de un nuevo David, que el Señor suscitará para que sea el instrumento del éxodo, de la liberación, de la salvación (Ez 34,23-25 cf. Jer Jr 23,5-6). Desde ese momento la figura del Mesías aparece en relación íntima con la manifestación de la realeza plena de Dios.

Tras el exilio, aún cuando la institución de la monarquía decayera en Israel, se continuó profundizando la fe en la realeza que Dios ejerce sobre su pueblo y que se extenderá hasta “los confines de la tierra”. Los Salmos que cantan al Señor rey constituyen el testimonio más significativo de esta esperanza (cf. Sal 95/96 - 98/99).

Esta esperanza alcanza su grado máximo de intensidad cuando la mirada de la fe, dirigiéndose más allá del tiempo de la historia humana, llegará a comprender que sólo en la eternidad futura se establecerá el reino de Dios en todo su poder: entonces, mediante la resurrección, los redimidos se encontrarán en la plena comunión de vida y de amor con el Señor (cf. Dan Da 7,9-10 Da 12,2-3).

4. Jesús alude a esta esperanza del Antiguo Testamento y proclama su cumplimiento. El reino de Dios constituye el tema central de su predicación, como lo demuestran sobre todo las parábolas.

La parábola del sembrador (Mt 13,3-8) proclama que el reino de Dios está ya actuando en la predicación de Jesús; al mismo tiempo invita a contemplar a abundancia de frutos que constituirán la riqueza sobreabundante del reino al final de los tiempos. La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29) subraya que el reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de Dios que actúa en el corazón de los creyentes y guía la historia humana hacia su realización definitiva en la comunión eterna con el Señor. La parábola de la cizaña en medio del trigo (Mt 13,24-30) y la de la red para pescar (Mt 13,47-52) se refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de Dios. Pero, junto a los “hijos del reino”, se hallan también los “hijos del maligno”, los que realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán destruidas las potencias del mal, y quien hay cogido el reino estará para siempre con el Señor. Finalmente, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mt 13,44-46), expresan el valor supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.

5. De la enseñanza de Jesús nace una riqueza muy iluminadora. El reino de Dios, en su plena y total realización, es ciertamente futuro, “debe venir” (cf. Mc 9,1 Lc 22,18); la oración del Padrenuestro enseña a pedir su venida: “Venga a nosotros tu reino” (Mt 6,10).

Pero al mismo tiempo, Jesús afirma que el reino de Dios “ya ha venido” (Mt 12,28), “está dentro de vosotros” (Lc 17,21) mediante la predicación y las obras, de Jesús. Por otra parte, de todo el Nuevo Testamento se deduce que la Iglesia, fundada por Jesús, es el lugar donde la realeza de Dios se hace presente, en Cristo, como don de salvación en la fe, de vida nueva en el Espíritu, de comunión en la caridad.

Se ve así la relación íntima entre el reino y Jesús, una relación tan estrecha que el reino de Dios puede llamarse también “reino de Jesús” (Ep 5,5 2P 1,11), como afirma, por lo demás, el mismo Jesús ante Pilato al decir que “su” reino no es de este mundo (cf. 18, 36).

6. Desde esta perspectiva podemos comprender las condiciones indicadas por Jesús para entrar en el reino se pueden resumir en la palabra “conversión”. Mediante la conversión el hombre se abre al don de Dios (cf. Lc 12,32), que llama “a su reino y a su gloria” (1Th 2,12); acoge como un niño el reino (Mc 10,15) y está dispuesto a todo tipo de renuncias para poder entrar en él (cf .Lc 18,29 Mt 19,29 Mc 10,29)

21 El reino de Dios exige una “justicia” profunda o nueva (Mt 5,20); requiere empeño en el cumplimiento de la “voluntad de Dios” (Mt 7,21), implica sencillez interior “como los niños” (Mt 18,3 Mc 10,15); comporta la superación del obstáculo constituido por las riquezas (cf. Mc 10,23-24).

7. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (cf. Mt 5,3-12) se presentan como la “Carta magna” del reino de los cielos, dado a los pobres de espíritu, a los afligidos, a los humildes, a quien tiene hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los artífices de paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Las bienaventuranzas no muestran sólo las exigencias del reino; manifiestan ante todo la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos semejantes a su Hijo (Rm 8,29) y capaces de tener sus sentimientos (Ph 2,5 ss.) de amor y de perdón (cf. Jn 13,34-35 Col 3,13).

8. La enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios es testimoniada por la Iglesia del Nuevo Testamento, que vivió esta enseñanza con a alegría de su fe pascual. La Iglesia es la comunidad de los “pequeños” que el Padre “ha liberado del poder de las tinieblas y ha trasladado al reino del Hijo de su amor” (Col 1,13); es la comunidad de los que viven “en Cristo”, dejándose guiar por el Espíritu en el camino de la paz (Lc 1,79), y que luchan para no “caer en la tentación” y evitar la obras de la “carne”, sabiendo muy bien que “quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios” (Ga 5,21). La Iglesia es la comunidad de quienes anuncian, con su vida y con sus palabras, el mismo mensaje de Jesús: “El reino de Dios está cerca de vosotros” (Lc 10,9).

9. La Iglesia, que “camina a través de los siglos incesantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que se cumpla en ella las palabras de Dios” (Dei Verbum DV 8), pide al Padre en cada una de las celebraciones de la Eucaristía que “venga su reino”. Vive esperando ardientemente la venida gloriosa del Señor y Salvador Jesús, que ofrecerá a la Majestad Divina “un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor la paz” (Prefacio de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo).

Esta espera del Señor es fuente incesante de confianza de energía. Estimula a los bautizados, hechos partícipes de la dignidad real de Cristo, a vivir día tras día “en el reino del Hijo de su amor”, a testimoniar y anunciar la presencia del reino con las mismas obras de Jesús (cf. Jn 14,12). En virtud de este testimonio de fe y de amor, enseña el Concilio, el mundo se impregnará del Espíritu de Cristo y alcanzará con mayor eficacia su fin en la justicia, en la caridad y en la paz (Lumen gentium LG 36).

Saludos

Saludo ahora cordialmente a los visitantes y peregrinos venidos de España y de diferentes países de América Latina.

De modo especial me dirijo a la Comunidad sacerdotal del Pontificio Colegio Mexicano de Roma, a los grupos de Religiosas Dominicas de la Anunciata, así como de Maestras de Novicias de las Religiosas Escolapias que, respectivamente, participan en Roma en un curso de formación permanente. A todos exhorto –cada uno desde su propia tarea de apostolado– a ser siempre testigos de la fe y del amor, para que el Reino de Dios sea una realidad cada vez más plena en vuestros ambientes.

Saludo igualmente a los feligreses de la Parroquia de la Encarnación de Almuñécar, Granada (España), y a un grupo de Oficiales de Bolivia presentes en esta Audiencia. Que vuestra visita a la tumba del apóstol Pedro os ayude a ser cada día ejemplo de vida cristiana en vuestra sociedad.





Miércoles 25 de marzo de 1987

La nueva Encíclica "Redemptoris Mater"

22 1. La solemnidad de la Anunciación del Señor, que celebramos hoy, dirige nuestro pensamiento a la casa de Nazaret y nos sumerge en el silencioso estupor que solemos sentir cuando contemplamos idealmente el rayo de la luz del Espíritu Santo que inundó con su poder a la Virgen "llena de gracia".

Es éste el acontecimiento misterioso que esperaba toda la historia y hacia el cual ha seguido y seguirá convergiendo desde entonces, con renovada admiración, la historia posterior.

Con aquella unión extraordinaria entre cielo y tierra, que tuvo como protagonistas -del mundo creado- al Ángel y a la humilde Jovencita del pueblo de Israel, el curso de los siglos desembocó en la "plenitud de los tiempos", sancionó el momento arcano en que el Hijo de Dios vino a habitar entre nosotros (
Jn 1,14). Este admirable acontecimiento fue posible gracias a María, Madre del Redentor. Sin su "Sí" a la iniciativa de Dios, Cristo no habría nacido.

2. En el clima espiritual del misterio de la Anunciación y en la misma fecha de su celebración litúrgica he situado la Encíclica dedicada a la Virgen María, que había anunciado el primero de enero y que se publica hoy en la perspectiva del Año Mariano.

La he pensado desde hace tiempo. La he cultivado largamente en el corazón. Ahora agradezco al Señor que me haya concedido ofrecer este servicio a los hijos e hijas de la Iglesia, correspondiendo a expectativas, de las que me habían llegado ciertos signos.

3. Esta Encíclica es básicamente una "meditación" sobre la revelación del misterio de salvación, que fue comunicado a María en los albores de la redención y en el cual fue llamada a participar y a colaborar de modo excepcional y extraordinario.

Es una meditación que evoca y, en algunos aspectos, profundiza el magisterio conciliar y, en concreto el capítulo octavo de la Constitución dogmática Lumen gentium sobre la "Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia".

Sabéis, queridos hermanos y hermanas, que se trata del capítulo que corona el documento fundamental del Vaticano II; un texto especialmente significativo, pues ningún Concilio Ecuménico anterior había presentado una síntesis tan amplia de la doctrina católica sobre el lugar que ocupa María Santísima en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Las reflexiones que nacen del mismo se alargan a todo el horizonte bíblico, desde sus comienzos hasta las simbólicas visiones del Apocalipsis, cargadas de misterio, sobre el mundo futuro. En ese horizonte aparece repetidamente, en las etapas y en el mensaje de la salvación, la figura de una "mujer", que asume contornos precisos en María de Nazaret cuando suena la hora de la redención. La Encíclica se llama, en efecto Redemptoris Mater, titulo emblemático que indica ya de por sí su orientación doctrinal y pastoral hacia Cristo.

4. La índole cristológica del discurso desarrollado en la Encíclica se funde con la dimensión eclesial y con la mariológica. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo que se extiende místicamente a través de los siglos (cf. 1Co 12,27). Y María de Nazaret es la Madre de ese Cuerpo. Madre de la Iglesia.

Por esta razón, la Iglesia "mira" a María a través de Jesús, lo mismo que "mira" a Jesús a través de María (cf. Redemptoris Mater RMA 26). Esta reciprocidad nos permite profundizar incesantemente, junto con el patrimonio de las verdades creídas, en la órbita de la "obediencia de la fe", que marca los pasos de esa criatura excelsa desde la casa de Nazaret a Ain-Karim, en el templo, en Caná, en el Calvario; y posteriormente, entre los muros del Cenáculo, en la espera orante del Espíritu Santo. María "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium LG 58).

23 Sierva del Señor, Madre, discípula, María es modelo, guía y sostén en el camino del Pueblo de Dios sobre todo en las etapas más relevantes.

Ante nosotros aparece ahora la conmemoración bimilenaria del nacimiento de Cristo, que se acerca a pasos agigantados. Se trata de un acontecimiento que, más allá del aspecto conmemorativo, debe ser vivido en su realidad permanente de "plenitud de los tiempos". Por ello es necesario disponer nuestras mentes y nuestros corazones. Y la peregrinación de fe, síntesis de la experiencia vivida por la Virgen María, abre un camino que, en el transcurso del Año Mariano, la Iglesia recorrerá a la luz del "Magníficat": el himno profético, que hacen propio todos los hombres y mujeres que se sienten auténticamente Iglesia, y por ello perciben en toda su amplitud los imperativos de los "tiempos nuevos".

5. La Encíclica expresa el aliento que emana de la universalidad de la redención realizada por Cristo y de la universalidad de la maternidad de la Virgen María.

Dirigida a los fieles de la Iglesia católica, convocados para celebrar el Año Mariano, la Encíclica presta su voz a la profunda aspiración de la unidad de todos los cristianos, codificada por el Concilio Vaticano II y expresada mediante el diálogo ecuménico. Se hace además eco de la alegría y el consuelo manifestados por el Concilio al constatar que "también entre los hermanos desunidos no faltan quienes tributan el debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que concurren con impulso ferviente y ánimo devoto al culto de la siempre Virgen Madre de Dios" (Lumen gentium
LG 69).

En este orden de ideas he deseado recordar también el milenario del bautismo de San Vladimiro de Kiev, ocurrido el año 988, con el cual comenzó la expansión del cristianismo entre los pueblos de la antigua Rusia, extendiéndose luego a otros territorios de la Europa Oriental hasta el Norte de Asia. Toda la Iglesia es invitada a unirse por la oración a todos los ortodoxos y católicos que celebran esta efemérides.

6. El horizonte de la Redemptoris Mater, al tocar la dimensión cósmica del misterio de la redención, se abre a todo el género humano, por la solidaridad con que la Iglesia se halla vinculada a los hombres, con quienes comparte el camino terreno, consciente de los formidables problemas que agitan las raíces de la civilización en la frontera entre los dos milenios, con esa perenne tensión entre el "caer" y el "resurgir" del hombre. La Encíclica asume los grandes anhelos que atraviesan actualmente la conciencia del mundo: individuos, familias y naciones.

A la Santa Madre del Redentor encomiendo con afecto esta Encíclica, mientras deseo que las celebraciones promovidas por las Iglesias particulares durante el Año Mariano encuentren en ella inspiración para un fuerte incremento de la vida cristiana, sobre todo mediante la participación en los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Son éstas las fuentes de las que se debe sacar la energía necesaria para realizar la propia misión en la Iglesia y en el mundo, según el imperativo que la Virgen repite también en esta fase de la historia: "Haced lo que Él (Cristo) os diga" (Jn 2,5).

Saludos


Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato dirigir mi más cordial saludo a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a los peregrinos que, venidos de diversos lugares de España y América Latina, están presentes en esta Audiencia.

En vísperas ya del comienzo de mi próxima visita pastoral a Uruguay, Chile y Argentina, os ruego, en este día consagrado especialmente a la Virgen Madre de Nazaret, tan querida por todos vosotros, que pidáis por las Iglesias hermanas que me dispongo visitar para que sean siempre fieles testigos del mensaje de amor y perdón recíproco, que Cristo dejó como legado a la humanidad.

24 Con esta ferviente esperanza, os imparto mi bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestros seres queridos.




Audiencias 1987 15