Audiencias 1987 24

Abril de 1987

Miércoles 15 de abril de 1987



1. Hoy, miércoles de la Semana Santa, nos reunimos tras el regreso de mi viaje pastoral a dos países limítrofes de América Latina: Chile y Argentina.

Como es sabido, al comenzar mi ministerio en la Sede de Pedro, estas dos naciones se encontraban, en diciembre de 1978, al borde de una guerra, que hubiera podido extenderse luego a otros países de América del Sur. Considero un signo de la Providencia de Dios el que se pudieran parar los pasos de la guerra y que Chile y Argentina propusieran a la Sede Apostólica su Mediación en la controversia sobre la zona austral. Deseo expresar una vez más mi profundo agradecimiento al señor cardenal Antonio Samoré, que en diciembre de 1978 dio los primeros pasos para impedir la guerra y guió luego, hasta su muerte ocurrida en febrero de 1983, los trabajos de los expertos de ambas partes. Estos trabajos se vieron coronados al fin —gracias también a quien continuó la obra del cardenal Samoré— por un Tratado de Paz y Amistad entre Chile y Argentina, firmado en el Vaticano el 29 de noviembre de 1984.

2. La finalidad de mi visita ha sido sobre todo dar gracias. Junto con estos dos pueblos, quería dar gracias a Dios por la solución pacifica de la controversia, solución que ahorró a Argentina y a Chile pérdidas incalculables, sobre todo de jóvenes vidas humanas, que se habrían producido como consecuencia dolorosa de las actividades bélicas.

En este contexto deseo agradecer la invitación a realizar este viaje que me fue dirigida por las autoridades estatales de Argentina y Chile y por los Episcopados de estos dos países. Al mismo tiempo doy las gracias a cuantos han contribuido a la preparación de esta visita y han facilitado su desarrollo.

Puesto que la decisión bilateral de la suspensión del recurso a las armas y del inicio del proceso de Mediación fue tomada en Montevideo, capital de Uruguay, pareció oportuno comenzar desde esa ciudad el viaje de acción de gracias. Expreso vivo agradecimiento a las autoridades civiles de Uruguay, al arzobispo de Montevideo, a los demás obispos del país, así como a los sacerdotes, religiosos, religiosas y a todos los fieles, por la acogida que se me dispensó en esa capital y por la numerosa participación en la Eucaristía de acción de gracias en la gran explanada "Tres Cruces".

3. La visita a Chile y Argentina ha tenido al mismo tiempo un carácter pastoral análogo al de otros muchos viajes que he podido hacer anteriormente a diversos países de los cinco continentes, realizando así el ministerio de Sucesor de Pedro. La visita a Chile duró del 1 al 6 de abril: habla sido configurada de acuerdo con la geografía de ese país que se extiende por más de 4 mil kilómetros como una franja estrecha entre las cadenas de los Andes y la costa del Océano Pacífico.

La parte más notable de la visita se concentró en la capital, Santiago de Chile (en la que vive más de un tercio de la población total del país) y, tras un gran encuentro en Valparaíso, se desarrolló a través de las siguientes ciudades, de Sur a Norte: Punta Arenas, Puerto Montt, Concepción, Temuco, La Serena y Antofagasta.

Paralelo a este programa "geográfico", se desarrolló también el programa "temático" sobre los aspectos fundamentales de la misión de la Iglesia en Chile.

25 En el encuentro con el Episcopado de Chile, exhorté a los amados hermanos, obispos a contribuir con todo empeño a la afirmación de la concordia y de la paz, dentro del respeto de los derechos fundamentales del hombre.

A los sacerdotes les recordé que Cristo ha puesto en sus manos el inmenso tesoro de la redención y los exhorté a impulsar la acción pastoral, que conduce a la conversión y a una auténtica vida cristiana.

A la multitud innumerable de las "poblaciones", en la periferia de Santiago así como a los "campesinos" y a los indígenas "mapuches" en la ciudad de Temuco, les manifesté la solicitud plena y cordial de la Iglesia, subrayando los derechos de los más pobres y de las minorías, e invitando al diálogo constructivo y a la solidaridad.

En el santuario de Maipú consagré Chile a María, Virgen del Carmen. Patrona de la nación y Madre de la esperanza.

En la Universidad Católica de Santiago tuve un encuentro con el mundo de la cultura y con los intelectuales chilenos. Recibí además, a petición suya, a un grupo de dirigentes políticos de diversos partidos, a los cuales recordé los principios éticos cristianos que deben constituir la base de toda convivencia social.

Sobre la paz nacional e internacional hablé en Punta Arenas; sobre la familia y el matrimonio, en Valparaíso, sobre la evangelización de los pueblos, en Puerto Montt; sobre el trabajo y el desempleo, en Concepción; sobre el valor de las culturas locales, en el mensaje radiotelevisado a las poblaciones de la Isla de Pascua. Por último, en Antofagasta, llevé el consuelo de la fe y de la amistad cristiana a los presos, reafirmando la importancia del camino de la evangelización en el V centenario del primer anuncio del Evangelio en América Latina

4. El punto culminante de la visita a Chile fue la beatificación de sor Teresa de los Andes, carmelita. Es la primera hija de la Iglesia en Chile que es elevada a la gloria de los altares.

Esta ceremonia de beatificación, durante la cual hablé en la homilía de la reconciliación, resultó especialmente elocuente en el trasfondo de la difícil situación interna de la nación.

Hay que expresar una gratitud particular a la comunidad eclesial de Santiago que no se dejó provocar en ningún momento, manteniendo una actitud verdaderamente digna de una gran manifestación religiosa.

¡Ciertamente el amor es mas fuerte! Confío en que la visita haya reforzado la solidaridad cristiana de toda la Iglesia con nuestros hermanos y hermanas en Chile, país con una gran herencia cultural, marcado por siglos de intensa vitalidad cristiana y plenamente consciente de su identidad también en el campo social y político.

5. La visita a Argentina duró del 6 al 12 de abril. Comenzando en la capital, Buenos Aires, el viaje se desarrolló a través de las siguientes ciudades: Bahía Blanca, Viedma, Mendoza, Córdoba, Tucumán, Salta, Corrientes, Paraná y Rosario.

26 Por lo que se refiere a los temas el programa se desarrolló según el carácter específico de las distintas regiones. Dicho programa contempló de forma predominante la temática catequética y pastoral, de acuerdo con las necesidades de toda la Iglesia en Argentina y del progreso social de esa nación dentro del respeto a los derechos de toda persona humana.

En el encuentro con el mundo rural en Bahía Blanca, exhorté a lograr que el trabajo, elevándose en Cristo a la categoría de redención, contribuya a consolidar las bases de un auténtico humanismo cristiano; en Viedma se conmemoró el V centenario de la Evangelización de América Latina y la obra heroica de los primeros misioneros en Patagonia; en Mendoza, la maravillosa ciudad rodeada por las vetas nevadas del Aconcagua y de las otras montañas de la Cordillera, se desarrolló el tema: "La paz, don de Dios, que se conquista cada día"; en Córdoba, el tema fue el matrimonio en la doctrina católica, que lo presenta como indisoluble, fundado en el amor de los cónyuges, y ordenado a la familia; en Tucumán, la ciudad cuna de la Independencia, traté el tema de la libertad y de la piedad, entendida también como amor a la patria; en Salta hablé de los valores de las culturas locales, exhortando a la esperanza que nace de la realidad del bautismo; en Corrientes el tema central fue la devoción a María Santísima en el marco de la religiosidad popular; en Paraná desarrollé el tema de la emigración y de los problemas sociales y religiosos que lleva consigo; finalmente en Rosario traté de la vocación y de la misión de los laicos en la Iglesia.

Los problemas del trabajo y la orientación para su gradual solución fueron tratados en los encuentros con los trabajadores, en el "Mercado Central" de Buenos Aires, y con los empresarios, mientras que en el "Teatro Colón" tuvo lugar una reunión significativa con el mundo de la cultura.

No faltó un encuentro con la comunidad ucraniana, en cuya catedral de Buenos Aires oré recordando el próximo milenio del bautismo de sus antepasados. Hubo además encuentros de carácter interreligioso y ecuménico.

6. El acontecimiento final —y al mismo tiempo culminante— del programa de la visita a Argentina fue la Jornada mundial de la Juventud, que se celebró el Domingo de Ramos.

Los años anteriores esta fiesta había tenido su epicentro en la basílica de San Pedro en Roma. Esta vez se eligió la ciudad de Buenos Aires, donde en una gran explanada se reunió una multitud innumerable de jóvenes: jóvenes procedentes, ante todo, de Argentina y además de toda América Latina, e incluso de otros continentes. Se hallaba presente asimismo una nutrida delegación italiana, cerca de 500 jóvenes, sobre todo de Roma. Tema de la Jornada fueron las palabras de San Juan: "Nosotros hemos reconocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (
Jn 4,16).

La solemne ceremonia terminó con el acto de consagración de Argentina a la Virgen de Luján.

Tanto la vigilia nocturna del sábado anterior y la liturgia del mismo Domingo de Ramos, como el programa en su totalidad, fueron muy bien preparados por los organizadores, y los participantes vivieron intensamente los distintos momentos del mismo.

7. Queridísimos hermanos y hermanas:

Con el Domingo de Ramos hemos entrado en el período de la Semana Santa. Que sea fuente de renovación pascual para toda la Iglesia en el mundo entero y, de forma especial, en Chile, Argentina y Montevideo, como tuve ocasión de subrayar sobre todo en los distintos encuentros con los enfermos.

A todos, y en particular a cuantos han venido a Roma para la Semana Santa, les deseo la gracia de la unión con Cristo crucificado y resucitado: la muerte redentora que Él sufrió por amor a todos y a cada uno produzca siempre en nosotros frutos de nueva vida: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3,16).

Saludos

27 Deseo ahora presentar mi cordial saludo a todos los peregrinos llegados de América Latina y de España. De modo especial mi saludo se dirige a las Religiosas “Hijas de María, Madre de la Iglesia”, a las “Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús”, al grupo de padres y alumnos del colegio “San José ” de Madrid, a la peregrinación proveniente de Guatemala y a los grupos universitarios de Venezuela y Colombia.

A todos imparto con afecto mi bendición apostólica.





Miércoles 22 de abril de 1987

Jesucristo, Mesías, y la Sabiduría divina

1. En el Antiguo Testamento se desarrolló y floreció una rica tradición de doctrina sapiencial. En el plano humano, dicha tradición manifiesta la sed del hombre de coordinar los datos de sus experiencias y de sus conocimientos para orientar su vida del modo más provechoso y sabio. Desde este punto de vista, Israel no se aparta de las formas sapienciales presentes en otras culturas de la antigüedad, y elabora una propia sabiduría de vida, que abarca los diversos sectores de la existencia: individual, familiar, social, político.

Ahora bien, esta misma búsqueda sapiencial no se desvinculó nunca de la fe en el Señor, Dios del éxodo; y ello se debió a la convicción que se mantuvo siempre presente en la historia del pueblo elegido, de que sólo en Dios residía la Sabiduría perfecta. Por ello, el “temor del Señor”, es decir, la orientación religiosa y vital hacia Él, fue considerado el “principio”, el “fundamento”, la “escuela” de la verdadera sabiduría (Pr 1,7 Pr 9,10 Pr 15,33).

2. Bajo el influjo de la tradición litúrgica y profética, el tema de la sabiduría se enriquece con una profundización singular, llegando a empapar toda la Revelación. De hecho, tras el exilio se comprende con mayor claridad que la sabiduría humana es un reflejo de la Sabiduría divina, que Dios “derramó sobre todas sus obras, y sobre toda carne, según su liberalidad” (Si 1,9-10). El momento más alto de la donación de la Sabiduría tiene lugar con la revelación al pueblo elegido, al que el Señor hace conocer su palabra (Dt 30,14). Es más, la Sabiduría divina, conocida en la forma más plena de que el hombre es capaz, es la Revelación misma, la “Tora”, “el libro de la alianza de Dios altísimo” (Si 24,32).

3. La Sabiduría divina aparece en este contexto como el designio misterioso de Dios que está en el origen de la creación y de la salvación. Es la luz que lo ilumina todo, la palabra que revela, la fuerza del amor que une a Dios con su creación y con su pueblo. La Sabiduría divina no se considera una doctrina abstracta, sino una persona que procede de Dios: está cerca de Él “desde el principio” (Pr 8,23), es su delicia en el momento de la creación del mundo y del hombre, durante la cual se deleita ante él (Pr 8,22-31).

El texto de Ben Sira recoge este motivo y lo desarrolla, describiendo la Sabiduría divina que encuentra su lugar de “descanso” en Israel y se establece en Sión (Si 24,3-12), indicando de ese modo que la fe del pueblo elegido constituye la vía más sublime para entrar en comunión con el pensamiento y el designio de Dios. El último fruto de esta profundización en el Antiguo Testamento es el libro de la Sabiduría, redactado poco antes del nacimiento de Jesús. En él se define a la Sabiduría divina como “hálito del poder de Dios, resplandor de la luz eterna, espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad”, fuente de a amistad divina y de la misma profecía” (Sg 7,25-27).

4. A este nivel de símbolo personalizado del designio divino, la Sabiduría es una figura con la que se presenta la intimidad de la comunión con Dios y la exigencia de una respuesta personal de amor. La Sabiduría aparece por ello como la esposa (Pr 4,6-9), la compañera de la vida (Pr 6,22 Pr 7,4). Con las motivaciones profundas del amor, la Sabiduría invita al hombre a la comunión con ella y, en consecuencia, a la comunión con el Dios vivo. Esta comunión se describe con la imagen litúrgica del banquete: “Venid y comed mi pan y bebed mi vino que he mezclado” (Pr 9,5): una imagen que la apocalíptica volverá a tomar para expresar la comunión eterna con Dios, cuando Él mismo elimine la muerte para siempre (Is 25,6-7).

5. A la luz de esta tradición sapiencial podemos comprender mejor el misterio de Jesús Mesías. Ya un texto profético del libro de Isaías habla del espíritu del Señor que se posará sobre el Rey-Mesías y caracteriza ese Espíritu ante todo como “Espíritu de sabiduría y de inteligencia” y luego como “Espíritu de entendimiento y de temor de Yahvé” (Is 11,2).

28 En el Nuevo Testamento son varios los textos que presentan a Jesús lleno de la Sabiduría divina. El Evangelio de la infancia según San Lucas insinúa el rico significado de la presencia de Jesús entre los doctores del templo, donde “cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia” (Lc 2,47), y resume la vida oculta en Nazaret con las conocidas palabras: “Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52).

Durante los años del ministerio de Jesús, su doctrina suscitaba sorpresa y admiración: “Y la muchedumbre que le oía se maravillaba diciendo: “¿De dónde le viene a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?” (Mc 6,2).

Esta Sabiduría, que procedía de Dios, confería a Jesús un prestigio especial: “Porque les enseñaba como quien tiene poder, y no como sus doctores” (Mt 7,29); por ello se presenta como quien es “más que Salomón” (Mt 12,42). Puesto que Salomón es la figura ideal de quien ha recibido la Sabiduría divina, se concluye que en esas palabras Jesús aparece explícitamente como la verdadera Sabiduría revelada a los hombres.

6. Esta identificación de Jesús con la Sabiduría a afirma el Apóstol Pablo con profundidad singular. Cristo, escribe Pablo, “ha venido a ser para nosotros, de parte de Dios, sabiduría, justicia, santificación y redención” (1Co 1,30). Es más, Jesús es la “sabiduría que no es de este siglo... predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria” (1Co 2,6-7). La “Sabiduría de Dios” es identificada con el Señor de la gloria que ha sido crucificado. En la cruz y en la resurrección de Jesús se revela, pues, en todo su esplendor, el designio misericordioso de Dios, que ama y perdona al hombre hasta el punto de convertirlo en criatura nueva. La Sagrada Escritura haba además de otra sabiduría que no viene de Dios, la “sabiduría de este siglo”, la orientación del hombre que se niega a abrirse al misterio de Dios, que pretende ser el artífice de su propia salvación. A sus ojos la cruz aparece como una locura o una debilidad; pero quien tiene fe en Jesús, Mesías y Señor, percibe con el Apóstol que “la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la flaqueza de Dios, más poderosa que los hombres” (1Co 1,25).

7. A Cristo se le contempla cada vez con mayor profundidad como la verdadera “Sabiduría de Dios”. Así, refiriéndose claramente al lenguaje de los libros sapienciales, se le proclama “imagen del Dios invisible”, “primogénito de toda criatura”, Aquel por medio del cual fueron creadas todas las cosas y en el cual subsisten todas las cosas (cf. Col Col 1,15-17); Él, en cuanto Hijo de Dios, es “irradiación de su gloria e impronta de su sustancia y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas” (He 1,3).

La fe en Jesús, Sabiduría de Dios, conduce a un “conocimiento pleno” de la voluntad divina, “con toda sabiduría e inteligencia espiritual”, y hace posible comportarse “de una manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena y creciendo en el comportamiento de Dios” (Col 1,9-10).

8. Por su parte, el Evangelista Juan, evocando la Sabiduría descrita en su intimidad con Dios, habla del Verbo que estaba en el principio, junto a Dios, y confiesa que “el Verbo era Dios” (Jn 1,1). La Sabiduría, que el Antiguo Testamento había llegado a equiparar a la Palabra de Dios, es identificada ahora con Jesús, el Verbo que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Como la Sabiduría, también Jesús, Verbo de Dios, invita al banquete de su palabra y de su cuerpo, porque Él es “el pan de vida” (Jn 6,48), da el agua viva del Espíritu (Jn 4,10 Jn 7,37-39), tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6,68). En todo esto, Jesús es verdaderamente “más que Salomón”, porque no sólo realiza de forma plena la misión de la Sabiduría, es decir, manifestar y comunicar el camino, la verdad y la vida, sino que Él mismo es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), es la revelación suprema de Dios en el misterio de su paternidad (Jn 1,18 Jn 17,6).

9. Esta fe en Jesús, revelador del Padre, constituye el aspecto más sublime y consolador de la Buena Nueva. Este es precisamente el testimonio que nos llega de las primeras comunidades cristianas, en las cuales continuaba resonando el himno de alabanza que Jesús había elevado al Padre, bendiciéndolo porque en su beneplácito había revelado “estas cosas” a los pequeños.

La Iglesia ha crecido a través de los siglos con esta fe: “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27). En definitiva, revelándonos al Hijo mediante el Espíritu, Dios nos manifiesta su designio, su sabiduría, la riqueza de su gracia “que derramó superabundantemente sobre nosotros con toda sabiduría e inteligencia” (Ep 1,8).

Saludos

Deseo ahora dar mi más cordial bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

29 En particular, a los alumnos y profesores del Seminario de Barbastro; a las peregrinaciones parroquiales provenientes del Levante español, y a los numerosos grupos de estudiantes junto con sus familiares y maestros.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto, en la alegría del Señor Resucitado, mi bendición apostólica.





Miércoles 29 de abril de 1987

Jesucristo, El Hijo del hombre

1. Jesucristo, Hijo del hombre e Hijo de Dios: éste es el tema culminante de nuestras catequesis sobre la identidad del Mesías. Es la verdad fundamental de la revelación cristiana y de la fe: la humanidad y la divinidad de Cristo, sobre la cual reflexionaremos más adelante con mayor amplitud. Por ahora nos urge completar el análisis de los títulos mesiánicos presentes ya de algún modo en el Antiguo Testamento y ver en qué sentido se los atribuye Jesús a Sí mismo.

En relación con el título “Hijo del hombre”, resulta significativo que Jesús lo usara frecuentemente hablando de Sí, mientras que los demás lo llaman Hijo de Dios, como veremos en la próxima catequesis. Él se autodefine “Hijo del hombre”, mientras que nadie le daba este título si exceptuamos al diácono Esteban antes de la lapidación (Ac 7,56) y al autor del Apocalipsis en dos textos (Ap 1,13 Ap 14,14).

2. El título “Hijo del hombre” procede del Antiguo Testamento, en concreto del libro del Profeta Daniel, de la visión que tuvo de noche el Profeta: “Seguía yo mirando en la visión nocturna, y vi venir sobre las nubes del cielo a uno como hijo de hombre, que se llegó al anciano de muchos días y fue presentado ante éste. Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no acabará, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá” (Da 7,13-14).

Cuando el Profeta pide la explicación de esta visión, obtiene la siguiente respuesta: “Después recibirán el reino los santos del Altísimo y lo poseerán por siglos, por los siglos de los siglos... Entonces le darán el reino, el dominio y la majestad de todos los reinos de debajo del cielo al pueblo de los santos del Altísimo” (Da 7,18 Da 7,27). El texto de Daniel contempla a una persona individual y al pueblo. Señalemos ya ahora que lo que se refiere a la persona del Hijo del hombre se vuelve a encontrar en las palabras del Ángel en la anunciación a María: “Reinará... por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,33).

3. Cuando Jesús utiliza el título “Hijo del hombre” para hablar de Sí mismo, recurre a una expresión proveniente de la tradición canónica del Antiguo Testamento presente también en los libros apócrifos del judaísmo. Pero conviene notar, sin embargo, que la expresión “hijo de hombre” (ben-adam) se había convertido en el arameo de la época de Jesús en una expresión que indicaba simplemente “hombre” (bar enas). Por eso, al referirse a Sí mismo como “Hijo del hombre”, Jesús logró casi esconder tras el velo del significado común el significado mesiánico que tenía la palabra en la enseñanza profética. Sin embargo, no resulta casual, si bien las afirmaciones sobre el “Hijo del hombre” aparecen especialmente en el contexto de la vida terrena y de la pasión de Cristo, no faltan en relación con su elevación escatológica.

4. En el contexto de la vida terrena de Jesús de Nazaret encontramos textos como el siguiente: “Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8,20); o este otro: “Vino el Hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: es un comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,19). Otras veces la palabra de Jesús asume un valor que indica con mayor profundidad su poder. Así cuando afirma: “Y dueño del sábado es el Hijo del hombre” (Mc 2,28). Con ocasión de la curación del paralítico, a quien introdujeron en la casa donde estaba Jesús haciendo un agujero en el techo, El afirma en tono casi desafiante: “Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —se dirige al paralítico—, yo te digo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2,10-11). En otro texto afirma Jesús: “Porque como fue Jonás señal para los ninivitas, así también lo será el Hijo del hombre para esta generación” (Lc 11,30). En otra ocasión se trata de una predicción rodeada de misterio: “Llegará tiempo en que desearéis ver un solo día al Hijo del hombre, y no lo veréis” (Lc 17,22).

5. Algunos teólogos señalan un paralelismo interesante entre la profecía de Ezequiel y las afirmaciones de Jesús. El Profeta escribe: “(Dios) me dijo: Hijo de hombre, yo te mando a los hijos de Israel... que se han rebelado contra mí... Diles: Así dice el Señor, Yahvé” (Ez 2,3-4) “Hijo de hombre, habitas medio de gente rebelde, que tiene ojos para ver, y no ven; oídos para oír, y no oyen...” (Ez 12,2) “Tú, hijo de hombre... dirigirás tus miradas contra el muro de Jerusalén... profetizando contra ella” (Ez 4,1-7). “Hijo de hombre, propón un enigma y compón una parábola sobre la casa de Israel (Ez 17,2).

30 Haciéndose eco de las palabras del Profeta, Jesús enseña: “Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10). “Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45 cf. además Mt 20,29). El “Hijo del hombre” ... “cuando venga en la gloria del Padre, se avergonzará de quien se avergüence de Él y de sus palabras ante los hombres” (cf. Mc 8,38).

6. La identidad del Hijo del hombre se presenta en el doble aspecto de representante de Dios, anunciador del reino de Dios, Profeta que llama a la conversión. Por otra parte, es “representantede los hombres, compartiendo con ellos su condición terrena y sus sufrimientos para redimirlos y salvarlos según el designio del Padre. Como dice Él mismo en el diálogo con Nicodemo: “A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en Él tenga la vida eterna” (Jn 3,14-15).

Se trata de un anuncio claro de la pasión, que Jesús vuelve a repetir: “Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitara después de tres días” (Mc 8,31). En el Evangelio de Marcos encontramos esta predicción repetida en tres ocasiones (cf. Mc 9,31 Mc 10,33-34) y en todas ellas Jesús habla de Sí mismo como “Hijo del hombre”.

7. Con este mismo apelativo se autodefine Jesús ante el tribunal de Caifás, cuando a la pregunta: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?”, responde: “Yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (Mc 14,62). En estas palabras resuena el eco de la profecía de Daniel sobre el “Hijo del hombre que viene sobre las nubes del cielo” (Da 7,13) y del Salmo 110, que contempla al Señor sentado a la derecha de Dios (cf. Sal 109/110, 1)

8. Jesús habla repetidas veces de la elevación del “Hijo del hombre”, pero no oculta a sus oyentes que ésta incluye la humillación de la cruz. Frente a las objeciones y a la incredulidad de la gente y de los discípulos, que comprendían muy bien el carácter trágico de sus alusiones y que, sin embargo, le preguntaban: “¿Cómo, pues, dices tú que el Hijo del hombre ha de ser levantado? ¿Quién es este Hijo del hombre?” (Jn 12,34), afirma Jesús claramente: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy, y no hago nada por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo” (Jn 8,28). Jesús afirma que su “elevación” mediante la cruz constituirá su glorificación. Poco después añadirá: “Es llegada la hora en que el Hijo del hombre será glorificado” (Jn 12,23). Resulta significativo que cuando Judas abandonó el Cenáculo, Jesús afirme: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre, y Dios ha sido glorificado en él” (Jn 13,31).

9. Este es el contenido de vida, pasión, muerte y gloria, del que el Profeta Daniel había ofrecido sólo un simple esbozo. Jesús no duda en aplicarse incluso el carácter de reino eterno e imperecedero que Daniel había atribuido a la obra del Hijo del hombre, cuando en la profecía sobre el fin del mundo proclama: “Entonces verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes con gran poder y majestad” (Mc 13,26 cf. Mt 24,30). En esta perspectiva escatológica debe llevarse a cabo la obra evangelizadora de la Iglesia. Jesús hace la siguiente advertencia: “No acabaréis las ciudades de Israel, antes de que venga el Hijo del hombre” (Mt 10,23). Y se pregunta: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 1 Lc 8,8).

10. Si en su condición de “Hijo del hombre” Jesús realizó con su vida, pasión, muerte y resurrección el plan mesiánico delineado en el Antiguo Testamento, al mismo tiempo asume con ese mismo nombre el lugar que le corresponde entre los hombres como hombre verdadero, como hijo de una mujer, María de Nazaret. Mediante esta mujer, su Madre, Él, el “Hijo de Dios”, es al mismo tiempo “Hijo del hombre”, hombre verdadero, como testimonia la Carta a los Hebreos: “Se hizo realmente uno de nosotros, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado” (Const. Gaudium et spes GS 22 cf. He 4,15).

Saludos

Deseo ahora presentar mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, saludo al grupo de Religiosos Franciscanos, misioneros en diversos países de América Latina; os aliento en vuestra labor evangelizadora en favor de los amados hijos del llamado Continente de la Esperanza.

Igualmente saludo a las Religiosas Carmelitas misioneras aquí presentes, así como a las peregrinaciones parroquiales procedentes de España; a los grupos de estudiantes con sus profesores y a la peregrinación de la Diócesis de Jujuy (Argentina).

31 A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto mi bendición apostólica.



Mayo de 1987

Miércoles 6 de mayo de 1987



1. "Seréis mis testigos" (Ac 1,8).

Estas palabras de Cristo han constituido el hilo conductor del viaje apostólico, que en los primeros días de mayo he realizado a la República Federal de Alemania, invitado por los obispos alemanes y por las autoridades del Estado.

Con ocasión de la audiencia de hoy deseo expresar mi cordial agradecimiento por la invitación y también por la cuidada organización de la visita.

Expreso además mi gratitud a todos los que de diversas maneras han participado en las diferentes celebraciones.

2. "Seréis mis testigos": Las palabras de Cristo, dirigidas a los Apóstoles antes de la Ascensión, deben aplicarse de forma especial, esta vez, a sor Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, a quien el pasado 1 de mayo he tenido el gozo de proclamar Beata durante la solemne liturgia que se celebró en Colonia.

Edith Stein perdió la vida en el campo de exterminio, compartiendo la suerte de otros millones de hijos e hijas de su nación. Perdió la vida por ser judía y al mismo tiempo por ser carmelita. La heroicidad de sus virtudes de fe y confianza en Dios, de caridad, de paciencia, de amor, de perdón, de ofrenda de la propia vida por la salvación de su pueblo y de su nación, han hecho que la Iglesia pudiera proponerla como ejemplo a todos los fieles, invocando también su intercesión ante Dios. Repito aquí lo que dije como conclusión de la homilía: Nos inclinamos hoy, junto con toda la Iglesia, ante esta mujer a quien de ahora en adelante podremos llamar bienaventurada en la majestad del Señor; nos inclinamos ante esta gran hija de Israel, que, en Cristo Redentor, ha descubierto la plenitud de su fe y de la misión hacia el Pueblo de Dios.

3. Las mismas palabras de Cristo "Seréis mis testigos" deben aplicarse, en el contexto del servicio papal realizado en Alemania, al jesuita padre Rupert Mayer, cuya beatificación tuvo lugar en Munich (Baviera) el 3 de mayo. También el padre Rupert Mayer fue un testigo admirable, tanto en el ejercicio constante de la caridad, como en la intrépida defensa de la verdad. Él aceptó generosamente compartir la cruz de Cristo y no tuvo miedo a afrontar la prisión y el campo de concentración para proclamar y defender los derechos de Dios y los derechos del hombre. Su ejemplo y su mensaje son siempre válidos: "También hoy se trata de dar a Dios lo que es de Dios. Sólo entonces se le dará al hombre lo que es del hombre".

4. Estas dos beatificaciones están en relación con el período durante el cual Alemania y otras naciones de Europa tuvieron un radical reto a la fe y a la moral cristiana: el período marcado por la inhumana acción del sistema nacional-socialista, que ha pesado trágicamente en la historia de nuestro siglo. Durante mi visita pastoral a Alemania he podido también recordar la noble figura de quien en aquellos tiempos terribles se convirtió para la Iglesia y para el pueblo Alemán en un punto de referencia como defensor de los derechos de Dios y del hombre, el cardenal Clemens August von Galen obispo de Münster, exaltando su indómita personalidad y su imperturbable enseñanza.


Audiencias 1987 24