Audiencias 1987 61

Septiembre de 1987

Miércoles 2 de septiembre de 1987

Jesucristo, Verbo eterno de Dios

1. En la catequesis anterior hemos dedicado un atención especial a las afirmaciones en las que Cristo habla de Sí utilizando la expresión 'YO SOY'. El contexto en el que aparecen tales afirmaciones, sobre todo en el Evangelio de Juan, nos permite pensar que al recurrir a dicha expresión Jesús hace referencia al Nombre con el que el Dios de la Antigua Alianza se califica a Sí mismo ante Moisés, en el momento de confiarle la misión a la que está llamado: “Yo soy el que soy... responderás a los hijos de Israel: YO SOY me manda a vosotros” (Ex 3,14).

De este modo Jesús habla de Sí, por ejemplo, en el marco de la discusión sobre Abraham: “Antes que Abraham naciese, YO SOY” (Jn 8,58). Ya esta expresión nos permite comprender que “el Hijo del Hombre” da testimonio de su divina preexistencia.Y tal afirmación no está aislada.

2. Más de una vez Cristo habla del misterio de su Persona, y la expresión más sintética parece ser ésta: “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16,28). Jesús dirige estas palabras a los Apóstoles en el discurso de despedida, la vigilia de los acontecimientos pascuales. Indican claramente que antes de “venir” al mundo Cristo “estaba” junto al Padre como Hijo. Indican, pues, su preexistencia en Dios. Jesús da a comprender claramente que su existencia terrena no puede separarse de dicha preexistencia en Dios. Sin ella su realidad personal no se puede entender correctamente.

3. Expresiones semejantes las hay numerosas. Cuando Jesús alude a la propia venida desde el Padre al mundo, sus palabras hacen referencia generalmente a su preexistencia divina. Esto está claro de modo especial en el Evangelio de Juan. Jesús dice ante Pilato: “Yo para esto he nacido y par esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37); y quizás no carece de importancia el hecho de que Pilato le pregunte más tarde: “¿De dónde eres tú?” (Jn 19,9). Y antes aún leemos: “Mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde vengo y adonde voy” (Jn 8,14). A propósito de ese “¿De dónde eres tú?”, en el coloquio nocturno con Nicodemo podemos escuchar una declaración significativa: “Nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo” (Jn 3,13). Esta “venida” del cielo, del Padre, indica la “preexistencia” divina de Cristo incluso en relación con su “marcha”: “¿Qué sería si vierais al Hijo del hombre subir allí donde estaba antes?”, pregunta Jesús en el contexto del “discurso eucarístico” en las cercanías de Cafarnaum (cf. Jn 6,62).

62 4. Toda la existencia terrena de Jesús como Mesías resulta de aquel “antes” y a él se vincula de nuevo como a una “dimensión” fundamental, según la cual el Hijo es “una sola cosa” con el Padre. ¡Cuán elocuentes son, desde este punto de vista, las palabras de la “oración sacerdotal” en el Cenáculo!: “Yo te he glorificado sobre la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora tú, Padre, glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo existiese” (Jn 17,4-5).

También los Evangelios sinópticos hablan en muchos pasajes sobre la “venida” del Hijo del hombre para la salvación del mundo (cf. por ejemplo Lc 19,10 Mc 10,45 Mt 20,28); sin embargo, los textos de Juan contienen una referencia especialmente clara a la preexistencia de Cristo.

5. La síntesis más plena de esta verdad está contenida en el Prólogo del cuarto Evangelio. Se puede decir que en dicho texto la verdad sobre la preexistencia divina del Hijo del hombre adquiere una ulterior explicitación, en cierto sentido definitiva: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. El estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él... En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron” (Jn 1,1-5).

En estas frases el Evangelista confirma lo que Jesús decía de Sí mismo, cuando declaraba: “Salí del Padre y vine al mundo” (Jn 16,28), cuando rogaba que el Padre lo glorificase con la gloria que Él tenía cerca de Él antes que el mundo existiese (cf. Jn 17,5). Al mismo tiempo la preexistencia del Hijo en el Padre se vincula estrechamente con la revelación del misterio trinitario de Dios: el Hijo es el Verbo eterno, es “Dios de Dios”, de la misma naturaleza que el Padre (como se expresará el Concilio de Nicea en el Símbolo de la fe). La fórmula conciliar refleja precisamente el Prólogo de Juan: “El Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”. Afirmar la preexistencia de Cristo en el Padre equivale a reconocer su divinidad. A su naturaleza, como a la naturaleza del Padre, pertenece la eternidad. Esto se indica con la referencia a la preexistencia eterna en el Padre.

6. El prólogo de Juan, mediante la revelación de la verdad sobre el Verbo contenida en él, constituye como el complemento definitivo de lo que ya el Antiguo Testamento había dicho de la Sabiduría. Véanse, por ejemplo, las siguientes afirmaciones: “Desde el principio y antes de los siglos me creó y hasta el fin no dejaré de ser” (Si 24,14); “El que me creó reposó en mi tienda. Y me dijo: Pon tu tienda en Jacob” (Si 24,12-13). La Sabiduría de que habla el Antiguo Testamento, es una criatura y al mismo tiempo tiene atributos que la colocan por encima de todo lo creado”: “Siendo una, todo lo puede, y permaneciendo la misma, todo lo renueva” (Sg 7,27).

La verdad sobre el Verbo contenida en el Prólogo de Juan, confirma en cierto sentido la revelación acerca de la sabiduría presente en el Antiguo Testamento, y al mismo tiempo la transciende de modo definitivo: el Verbo no sólo “está en Dios” sino que “es Dios”. Al venir a este mundo en la persona de Jesucristo, el Verbo “viene entre su gente”, puesto que “el mundo fue hecho por medio de él” (cf. Jn 1,10-11). Vino a “los suyos”, porque es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre” (cf. Jn 1,9). La autorrevelación de Dios en Jesucristo consiste en esta “venida” al mundo del Verbo, que es el Hijo eterno.

7. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Digámoslo una vez más: el Prólogo de Juan es el eco eterno de las palabras con las que Jesús dice: “salí del Padre y vine al mundo” (Jn 16,28), y de aquellas con las que ruega que el Padre lo glorifique con la gloria que El tenía cerca de El antes que el mundo existiese (cf .Jn 17,5). El Evangelio tiene ante los ojos la revelación veterotestamentaria acerca cerca de la Sabiduría y al mismo tiempo todo el acontecimiento pascual: la marcha mediante la cruz y la resurrección, en las que la verdad sobre Cristo, Hijo del hombre y verdadero Dios, se ha hecho completamente clara a cuantos han sido sus testigos oculares.

8. En estrecha relación con la revelación del Verbo, es decir, con la divina preexistencia de Cristo, halla también confirmación la verdad sobre el Emmanuel. Esta palabra —que en traducción literal significa “Dios con nosotros”— expresa una presencia particular y personal de Dios en el mundo. Ese “YO SOY” de Cristo manifiesta precisamente esta presencia ya preanunciada por Isaías (cf. Is 7,14), proclamada siguiendo las huellas del Profeta en el Evangelio de Mateo (cf. Mt 1,23), y confirmada en el Prólogo de Juan: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). El lenguaje de los Evangelistas es multiforme, pero la verdad que expresan es la misma. En los sinópticos Jesús pronuncia su “yo estoy con vosotros” especialmente en los momentos difíciles, como por ejemplo: Mt 14, 27; Mc 6, 50; Jn 6, 20, con ocasión de la tempestad que se calma, como también en la perspectiva de la misión apostólica de la Iglesia: “Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo” (Mt 28,20).

9. La expresión de Cristo: “Salí del Padre y vine al mundo” (Jn 16,28) contiene un significado salvífico, soteriológico. Todos los Evangelistas lo manifiestan. El Prólogo de Juan lo expresa en las palabras: “A cuantos lo recibieron (= al Verbo), dióles poder de venir a ser hijos de Dios”, la posibilidad de ser engendrados de Dios (cf. Jn 1,12-13).

Esta es la verdad central de toda la soteriología cristiana, vinculada orgánicamente con la realidad revelada de Dios-Hombre. Dios se hizo hombre a fin de que el hombre pudiera participar realmente de la vida de Dios, más aún, pudiese llegar a ser él mismo, en cierto sentido, Dios. Ya los antiguos Padres de la Iglesia tuvieron claro conocimiento de ello. Baste recordar a San Ireneo, el cual, exhortando a seguir a Cristo, único maestro verdadero y seguro, afirmaba: “Por su inmenso amor Él se ha hecho lo que nosotros somos, para darnos la posibilidad de ser lo que Él es” (cf. Adversus haereses, V, Praef.: PG 7,1 120).

Esta verdad nos abre horizontes ilimitados, en los cuales situar la expresión concreta de nuestra vida cristiana, a la luz de la fe en Cristo, Hijo de Dios, Verbo del Padre.

Saludos

63 Amadísimos hermanos y hermanas:

Con este mensaje, queridos peregrinos y visitantes de lengua española, deseo daros mi más cordial bienvenida a este encuentro. Pido a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María, en este Año Mariano, que vuestra venida a Roma, centro de la catolicidad, os confirme en vuestra fe en Jesús, nuestro Salvador, y os dé fuerzas para dar testimonio de ella en el mundo mediante la caridad, el amor, el servicio a los hermanos más necesitados.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de España y de los diversos países de América Latina, imparto con afecto la bendición apostólica.





Miércoles 9 de septiembre de 1987

"\IYo soy el camino, la verdad y la vida\i"

Jesucristo refiere a Sí mismo los atributos divinos

1. El ciclo de las catequesis sobre Jesucristo tiene como centro la realidad revelada del Dios-Hombre.Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Esta es la realidad expresada coherentemente en la verdad de la unidad inseparable de la persona de Cristo. Sobre esta verdad no podemos tratar de modo desarticulado y, mucho menos, separando un aspecto del otro. Sin embargo, por el carácter analítico y progresivo del conocimiento humano y, también en parte, por el modo de proponer esta verdad, que encontramos en la fuente misma de la Revelación —ante todo la Sagrada Escritura—, debemos intentar indicar aquí, en primer lugar, lo que demuestra la divinidad, y, por tanto, lo que demuestra la humanidad del único Cristo.

2. Jesucristo es verdadero Dios. Es Dios-Hijo, consubstancial al Padre (y al Espíritu Santo). En la expresión “YO SOY”, que Jesucristo utiliza al referirse a su propia persona, encontramos un eco del nombre con el cual Dios se ha manifestado a Sí mismo hablando a Moisés (cf. Ex 3,14). Ya que Cristo se aplica a Sí mismo aquel “YO SOY” (cf. Jn 13,19), hemos de recordar que este nombre define a Dios no solamente en cuanto Absoluto (Existencia en sí del Ser por Sí mismo), sino también como el que ha establecido la Alianza con Abraham y con su descendencia y que, en virtud de la Alianza, envía a Moisés a liberar a Israel (es decir, a los descendientes de Abraham) de la esclavitud de Egipto. Así, pues, aquel “YO SOY” contiene en sí también un significado sotereológico, habla del Dios de la Alianza que está con el hombre (con Israel) para salvarlo. Indirectamente habla del Emmanuel (cf. Is 7,14), el “Dios con nosotros”.

3. El “YO SOY” de Cristo (sobre todo en el Evangelio de Juan) debe entenderse del mismo modo. Sin duda indica la Preexistencia divina del Verbo-Hijo (hemos hablado de este tema en la catequesis precedente), pero, al mismo tiempo, reclama el cumplimiento de la profecía de Isaías sobre el Emmanuel, el “Dios con nosotros”. “YO SOY” significa pues —tanto en el Evangelio de Juan como en los Evangelios sinópticos—, también “Yo estoy con vosotros” (cf. Mt 28,20). “Salí del Padre y vine al mundo” (Jn 16,28), “...a buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10). La verdad sobre la salvación (la soteriología), ya presente en el Antiguo Testamento mediante la revelación del nombre de Dios, se reafirma y expresa hasta el fondo por la autorrevelación de Dios en Jesucristo. Justamente en este sentido el Hijo del hombre “es verdadero Dios: Hijo de la misma naturaleza del Padre, que ha querido estar “con nosotros” para salvarnos.

4. Hemos de tener constantemente presentes estas consideraciones preliminares cuando intentamos recabar del Evangelio todo lo que revela la Divinidad de Cristo. Algunos pasajes evangélicos importantes desde este punto de vista, son los siguientes: ante todo, el último coloquio del Maestro con los Apóstoles, en la vigilia de la pasión, cuando habla de “la casa del Padre”, en la cual Él va a prepararles un lugar (cf. Jn 14,1-3). Respondiendo a Tomás que le preguntaba sobre el camino, Jesús dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Jesús es el camino porque ninguno va al Padre sino por medio de Él (cf. Jn 14,6). Más aún: quien lo ve a Él, ve al Padre (cf. Jn 14,9). “¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?” (Jn 14,10). Es bastante fácil darse cuenta de que, en tal contexto, ese proclamarse “verdad” y “vida” equivale a referir a Sí mismo atributos propios del Ser divino: Ser-Verdad, Ser-Vida.

Al día siguiente Jesús dirá a Pilato: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). El testimonio de la verdad puede darlo el hombre, pero “ser la verdad” es un atributo exclusivamente divino. Cuando Jesús, en cuanto verdadero hombre, da testimonio de la verdad, tal testimonio tiene su fuente en el hecho de que Él mismo “es la verdad” en la subsistente verdad de Dios: “Yo soy... la verdad”. Por esto Él puede decir también que es “la luz del mundo”, y así, quien lo sigue, “no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida” (cf. Jn 8,12).

64 5. Análogamente, todo esto es válido también para la otra palabra de Jesús: “Yo soy... la vida” (Jn 14,6). El hombre, que es una criatura, puede “tener vida”, la puede incluso “dar”, de la misma manera que Cristo “da” su vida para la salvación del mundo (cf. Mc 10,45 y paralelos). Cuando Jesús habla de este “dar la vida” se expresa como verdadero hombre. Pero El “es la vida” porque es verdadero Dios. Lo afirma Él mismo antes de resucitar a Lázaro, cuando dice a la hermana del difunto, Marta: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). En la resurrección confirmará definitivamente que la vida que El tiene como Hijo del hombre no está sometida a la muerte. Porque Él es la Vida, y, por tanto, es Dios. Siendo la Vida, El puede hacer partícipes de ésta a los demás: “El que cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11,25). Cristo puede convertirse también —en la Eucaristía— en “el pan de la vida” (cf. Jn 6,35-48), “el pan vivo bajado del cielo” (Jn 6,51). También en este sentido Cristo se compara con la vid la cual vivifica los sarmientos que permanecen injertados en Él (cf. Jn 15,1), es decir, a todos los que forman parte de su Cuerpo místico.

6. A estas expresiones tan transparentes sobre el misterio de la Divinidad escondida en el “Hijo del hombre”, podemos añadir alguna otra, en la que el mismo concepto aparece revestido de imágenes que pertenecen ya al Antiguo Testamento y, especialmente, a los Profetas, y que Jesús atribuye a Sí mismo.

Este es el caso, por ejemplo de la imagen del Pastor. Es muy conocida la parábola del Buen Pastor en la que Jesús habla de Sí mismo y de su misión salvífica: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). En el libro de Ezequiel leemos: “Porque así dice el Señor Yavé: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada..., buscaré la oveja perdida, traeré a la extraviada, vendaré la perniquebrada y curaré la enferma... apacentaré con justicia” (Ez 34, 11, 15-16). “Rebaño mío, vosotros sois las ovejas de mi grey, y yo soy vuestro Dios” (Ez 34,31). Una imagen parecida la encontramos también en Jeremías (cf. 23, 3).

7. Hablando de Sí mismo como del Buen Pastor, Cristo indica su misión redentora (“Doy la vida por las ovejas”); al mismo tiempo, dirigiéndose a los oyentes que conocían las profecías de Ezequiel y de Jeremías, indica con bastante claridad su identidad con Aquél que en el Antiguo Testamento había hablado de Sí mismo como de un Pastor diligente, declarando: “Yo soy vuestro Dios” (Ez 34,31).

En la enseñanza de los Profetas, el Dios de la Antigua Alianza se ha presentado también como el Esposo de Israel, su pueblo. “Porque tu marido es tu Hacedor Yavé de los ejércitos es su nombre, y tu Redentor es el Santo de Israel” (Is 54,5 cf. también Os 2,21-22). Jesús hace referencia más de una vez a esta semejanza de sus enseñanzas (cf. Mc 2,19-20 y paralelos; Mt 25,1-12 Lc 12,36 también Jn 3,27-29). Estas serán sucesivamente desarrolladas por San Pablo, que en sus Cartas presenta a Cristo como el Esposo de su Iglesia (cf. Ep 5,25-29).

8. Todas estas expresiones, y otras similares, usadas por Jesús en sus enseñanzas, adquieren significado pleno si las releemos en el contexto de lo que Él hacía y decía.Estas expresiones constituyen las “unidades temáticas” que, en el ciclo de las presentes catequesis sobre Jesucristo, han de estar constantemente unidas al conjunto de las meditaciones sobre el Hombre-Dios.

Cristo: verdadero Dios y verdadero Hombre. “YO SOY” como nombre de Dios indica la Esencia divina, cuyas propiedades o atributos son: la Verdad, la Luz, la Vida, y lo que se expresa también mediante las imágenes del Buen Pastor o del Esposo. Aquel que dijo de Sí mismo: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14), se presentó también como el Dios de la Alianza, como el Creador y, a la vez, el Redentor, como el Emmanuel: Dios que salva. Todo esto se confirma y actúa en la Encarnación de Jesucristo.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Presento mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular saludo a las Religiosas de María Inmaculada, Misioneras Claretianas, que han celebrado en Roma su Capítulo General. Os aliento a un renovado esfuerzo misionero para que la luz del Evangelio ilumine a cuantos todavía no conocen a Jesús, nuestro Redentor.

65 Saludo igualmente a los sacerdotes y personas consagradas presentes en esta Audiencia, pidiendo al Señor para ellos la gracia de una entrega sin reservas a la causa del Reino.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.





Miércoles 23 de septiembre de 1987



1. Demos gracias al Señor nuestro Dios...

Hoy deseo, junto con el Episcopado y con la Iglesia que está en los Estados Unidos de América, dar gracias a Dios, nuestro Señor, por el servicio que he podido prestar durante mi segunda peregrinación a ese país. Doy gracias a Dios y doy gracias al mismo tiempo a los hombres que de diversos modos han contribuido a este especial acontecimiento. En primer lugar doy las gracias a mis hermanos en el Episcopado y a todos sus colaboradores eclesiásticos y laicos.

Una palabra especial de agradecimiento dirijo al Presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, a su esposa y a todos los representantes de las Autoridades Federales y de cada uno de los Estados, por la colaboración tan solícita y discreta. Doy las gracias a los organismos de las comunicaciones sociales y a los de la seguridad. Doy las gracias asimismo al Vicepresidente, George Bush, por sus palabras de despedida al marchar de Detroit.

2. El evento de una visita como ésta merece un análisis atento desde múltiples ángulos. En el marco de un breve discurso se pueden poner de relieve sólo los elementos principales de esta peregrinación papal por los vastos espacios de Estados Unidos. La visita anterior, realizada el año 1979, correspondió a la parte nordeste y central del país. Esta vez el camino se ha dirigido especialmente a través de las regiones del Sur y del Oeste americano. Las etapas han sido sucesivamente: Miami (Florida), Columbia (Carolina del Sur), Nueva Orleáns (Luisiana), San Antonio (Texas), Phoenix (Arizona), y luego a lo largo de la costa del Pacífico: Los Ángeles, Monterrey, San Francisco (California), para concluir finalmente en el Nordeste con la parada en Detroit (Michigan).

En todas partes el centro de la visita lo ha constituido la liturgia eucarística: la santa Misa era el encuentro principal con la Iglesia local (excepto en Columbia, donde el encuentro tuvo el carácter de oración ecuménica en común). Hay que subrayar la excelente preparación litúrgica, que se manifestó especialmente en la perfección de los cantos y en la madura participación de toda la asamblea.

3. Una mirada global al conjunto de la visita me lleva a dirigir la atención al multiforme pluralismo, que se ha hecho evidente durante este viaje. Ante todo al pluralismo étnico.La parte sudoccidental de Estados Unidos tiene vínculos especiales con el mundo hispánico. Efectivamente, de las tierras del continente latinoamericano partió la primera evangelización, que ha dejado huellas de sí hasta nuestros días en los nombres de las principales ciudades y de los centros eclesiásticos (por ejemplo, San Antonio, Los Ángeles, San Francisco, y tantos otros). Hoy dicha presencia étnica se pone de relieve con una fuerza nueva, manifestando al mismo tiempo en primer plano también elementos de la religiosidad y de la devoción características de América Latina.

La herencia francesa se manifiesta principalmente en Nueva Orleáns (y en todo el Estado de Luisana)

4. Cuando se habla de los elementos étnicos, no es posible olvidar a los habitantes originarios de América (los nativos americanos), los indios. No es tampoco posible olvidar a los negros, llevados allí en otro tiempo desde África como esclavos. Hoy constituyen un notable grupo étnico en el "mosaico" de la sociedad americana.

66 En el contexto de esta visita me ha sido dado reunirme separadamente con cada uno de los grupos mencionados. En la costa occidental se destacan especialmente los grupos de origen asiático.Su presencia en la Iglesia y en la liturgia es ya bien visible.

En cambio en la parte oriental dominan los descendientes de las emigraciones étnicas y entre ellos los hijos de la numerosa emigración polaca, con los cuales pude reunirme en Detroit.

5. Dentro del pluralismo étnico de Estados Unidos, se desarrolla desde hace generaciones el pluralismo confesional (religioso). La Iglesia católica constituye aproximadamente el 23 por ciento del conjunto de los americanos (más de cincuenta millones). junto a ella, el conjunto de la cristiandad en Estados Unidos está constituido por otras numerosas Iglesias y Comunidades cristianas.

El diálogo ecuménico y la colaboración son muy vivos (excepto con algunas comunidades extremistas y con las sectas). Una manifestación del Espíritu que vivifica esta colaboración fue el encuentro que tuvo lugar en Columbia y la oración en común durante la cual pronuncié una homilía dedicada a la familia cristiana.

6. Vivos son también los contactos con las religiones no cristianas que provienen de Asia (budismo e hinduismo), sobre todo en Los Ángeles y en San Francisco. Y allí tuvo lugar el encuentro con los representantes de estas religiones, así como con los del Islam y del judaísmo.

La comunidad israelita en Estados Unidos es muy numerosa y ejerce un gran influjo. Hay que recordar, como uno de los momentos más importantes de la visita, el encuentro que, de acuerdo con el programa, se desarrolló al comienzo de la peregrinación en la ciudad de Miami y que ha constituido un nuevo e importante paso en el camino del diálogo entre la Iglesia y el judaísmo, de acuerdo con el espíritu de la Declaración conciliar Nostra aetate.

7. Debo pronunciar palabras de especial reconocimiento por el modo con el que ha acogido esta visita la Iglesia que está en Estados Unidos y especialmente sus Pastores. Ella no se ha limitado sólo a un encuentro litúrgico durante la santa Misa (la cual sin embargo ha tenido siempre, como es obvio, un puesto central y solemne), sino que se ha articulado también en encuentros con carácter —se podría decir— "de trabajo", que han hecho ver cómo desarrolla su actividad la Iglesia en América en los diversos sectores de la misión que le es propia.

En primer lugar, es preciso citar aquí el encuentro con la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, que ha permitido tocar los problemas neurálgicos doctrinales y pastorales de la vida de la Iglesia en esa sociedad grande y diferenciada que es Estados Unidos.

8. Algo semejante hay que decir de los encuentros, programados y desarrollados según el mismo espíritu, con los sacerdotes y con los religiosos y las religiosas, así como con el laicado.Además, los encuentros "de trabajo" con los representantes de las estructuras educativas y de las escuelas —desde las escuelas elementales hasta las universidades—, con los representantes de las instituciones caritativas, entre las cuales se distingue la red —muy desarrollada en Estados Unidos— de los hospitales católicos: de todo el conjunto emerge una imagen de la tarea realizada y de los resultados conseguidos por el catolicismo americano en el arco de casi dos siglos de actividad de la Iglesia (dentro de cinco años,
EN 1992, tendrá lugar el 200 aniversario de la institución de la jerarquía católica en Estados Unidos).

Quisiera recordar además el encuentro con los jóvenes y el celebrado, en Hollywood, con el mundo de las comunicaciones sociales y del cine.

9. La visita ha tenido lugar en este año 1987, en el que Estados Unidos celebra el 200 aniversario de la proclamación de la Constitución. Esta tiene un significado fundamental no sólo para el desarrollo de la sociedad y de los Estados americanos, de la economía y de la cultura, sitio también para el desarrollo de la Iglesia en ese gran país. Uno de los principios afirmados en la Carta Constitucional es el de la libertad religiosa, gracias a la cual —en régimen de separación entre Iglesia y Estado— se ha realizado un creciente desarrollo en los diversos campos de la vida eclesiástica.

67 10. Este hecho ha encontrado su reflejo adecuado en el contexto de la reciente visita, la cual ha manifestado entre otras cosas un profundo vínculo del catolicismo estadounidense con la Iglesia universal, mediante la sincera comunión con su centro apostólico, constituido por la Iglesia de Roma.

El Obispo de Roma agradece a toda la sociedad americana, y en particular a la Iglesia que vive en ese continente, la cordial hospitalidad. Y al mismo tiempo le desea una fructuosa evangelización, adecuada a las necesidades de la sociedad contemporánea, que se caracteriza por elevadas conquistas en el campo de la cultura material, de la civilización, y especialmente en el campo de la organización, de la ciencia y de la técnica. Se puede decir que, en dicho contexto, la evangelización exige una "inculturación" cada vez más madura.

11. Al mismo tiempo no es posible olvidar la parábola evangélica que nos pone ante los ojos la figura del rico Epulón y de Lázaro. La Iglesia y el cristianismo en América deben tener una profunda conciencia del desafío que el mundo contemporáneo pone a través de la división en un Norte rico (los países en pleno desarrollo) y un Sur subdesarrollado (el así llamado Tercer Mundo). En el nombre del Evangelio, la Iglesia y el cristianismo han de hacerse eco constante de este desafío. Y juntas han de buscar las soluciones oportunas. La Iglesia universal, que une a los hombres y a los pueblos en la dimensión de todo el globo terrestre, desea emprender con renovado vigor este servicio.

12. Al concluir el viaje a América me ha sido dado completarlo con la visita a Fort Simpson, que a causa de las adversas condiciones atmosféricas no pude realizar hace tres años, durante mi permanencia en Canadá. He podido reunirme así con la comunidad de los indios, de los inuit y de los metis, residentes en el Norte de Canadá.

Encomiendo al Espíritu Santo esos habitantes más antiguos del continente norteamericano, los cuales han dado una importancia muy grande a esta visita. La Divina Providencia les conceda vivir conservando la plena dignidad de hijos de Dios y de ciudadanos de ese gran país con iguales derechos y deberes.

Saludos

Saludo ahora con afecto a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo especial dirijo mi saludo al grupo de sacerdotes de Ávila, que celebran el 25 aniversario de su ordenación, y al grupo de Legionarios de Cristo, que han venido a Roma para estudiar filosofía y teología. Que vuestra vida sea siempre un testimonio de entrega a Dios y de servicio a los hermanos.

Igualmente saludo a los peregrinos de la arquidiócesis de Salta (Argentina), en camino de Tierra Santa, y al grupo proveniente de Costa Rica, así como al párroco y feligreses de la parroquia Inmaculada Concepción y San Alberto Magno de Córdoba (España). A todos deseo que la visita a la tumba de San Pedro ayude a aumentar vuestro amor a la Iglesia universal.

También quiero saludar a los estudiantes de arquitectura, venidos del Paraguay, y a los universitarios de la diócesis colombiana de La Dorada-Guaduas. Que vuestra futura actividad humana y profesional esté siempre encaminada hacia el bien de vuestros semejantes.

Al agradecer a todos vuestra presencia aquí, os imparto con afecto mi bendición apostólica.





Miércoles 30 de septiembre de 1987

Jesucristo tiene el poder de juzgar

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1. Dios es el juez de vivos y muertos. El juez último. El juez de todos.

En la catequesis que precede a la venida del Espíritu Santo sobre los paganos, San Pedro proclama que Cristo “por Dios ha sido instituido juez de vivos y muertos” (
Ac 10,42). Este divino poder (exousia) está vinculado con el Hijo del hombre ya en la enseñanza de Cristo. El conocido texto sobre el juicio final, que se halla en el Evangelio de Mateo, comienza con las palabras: “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él, se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las gentes, y separará a unos de otros, como el Pastor separa a las ovejas de los cabritos” (Mt 25,31-32). El texto habla luego del desarrollo del proceso y anuncia la sentencia, la de aprobación: “Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo” (Mt 25,34); y la de condena: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles” (Mt 25,41).

2. Jesucristo, que es Hijo del hombre, es al mismo tiempo verdadero Dios porque tiene el poder divino de juzgar las obras y las conciencias humanas, y este poder es definitivo y universal. Él mismo explica por qué precisamente tiene este poder diciendo: “El Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo todo su poder de juzgar. Para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn 5,22-23).

Jesús vincula este poder a la facultad de dar la Vida. “Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo a los que quiere les da la vida” (Jn 5,21). “Así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo, y le dio poder de juzgar, por cuanto Él es el Hijo del hombre” (Jn 5,26-27). Por tanto, según esta afirmación de Jesús, el poder divino de juzgar ha sido vinculado a la misión de Cristo como Salvador, como Redentor del mundo. Y el mismo juzgar pertenece a la obra de la salvación, al orden de la salvación: es un acto salvífico definitivo. En efecto, el fin del juicio es la participación plena en la Vida divina como último don hecho al hombre: el cumplimiento definitivo de su vocación eterna. Al mismo tiempo el poder de juzgar se vincula con la revelación exterior de la gloria del Padre en su Hijo como Redentor del hombre. “Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre... y entonces dará a cada uno según sus obras” (Mt 16,27). El orden de la justicia ha sido inscrito, desde el principio, en el orden de la gracia. El juicio final debe ser la confirmación definitiva de esta vinculación: Jesús dice claramente que “los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre” (Mt 13,43), pero anuncia también no menos claramente el rechazo de los que han obrado la iniquidad (cf. Mt 7,23).

En efecto, como resulta de la parábola de los talentos (Mt 25,14-30), la medida del juicio será la colaboración con el don recibido de Dios, colaboración con la gracia o bien rechazo de ésta.

3. El poder divino de juzgar a todos y a cada uno pertenece al Hijo del hombre. El texto clásico en el Evangelio de Mateo (25, 31-46) pone de relieve en especial el hecho de que Cristo ejerce este poder no sólo como Dios-Hijo, sino también como Hombre. Lo ejerce —y pronuncia las sentencias— en nombre de la solidaridad con todo hombre, que recibe de los otros el bien o el mal: “Tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25,35), o bien: “Tuve hambre y no me disteis de comer” (Mt 25,42). Una “materia” fundamental del juicio son las obras de caridad con relación al hombre-prójimo. Cristo se identifica precisamente con este prójimo: “Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40); “Cuando dejasteis de hacer eso..., conmigo dejasteis de hacerlo” (Mt 25,45).

Según este texto de Mateo, cada uno será juzgado sobre todo por el amor. Pero no hay duda de que los hombres serán juzgados también por su fe: “A quien me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios” (Lc 12,8); “Quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre cuando venga en su gloria y en la del Padre” (Lc 9,26 cf. también Mc 8,38).

4. Así, pues, del Evangelio aprendemos esta verdad —que es una de las verdades fundamentales de fe—, es decir, que Dios es juez de todos los hombres de modo definitivo y universal y que este poder lo ha entregado el Padre al Hijo (cf. Jn 5,22) en estrecha relación con su misión de salvación. Lo atestiguan de modo muy elocuente las palabras que Jesús pronunció durante el coloquio nocturno con Nicodemo: “Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvado por Él” (Jn 3,17).

Si es verdad que Cristo, como nos resulta especialmente de los Sinópticos, es juez en el sentido escatológico, es igualmente verdad que el poder divino de juzgar está conectado con la voluntad salvífica de Dios que se manifiesta en la entera misión mesiánica de Cristo, como lo subraya especialmente Juan: “Yo he venido al mundo para un juicio, para que los que no ven vean y los que ven se vuelvan ciegos” (Jn 9,39). “Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo” (Jn 12,47).

5. Sin duda Cristo es y se presenta sobre todo como Salvador. No considera su misión juzgar a los hombres según principios solamente humanos (cf. Jn 8,15). Él es, ante todo, el que enseña el camino de la salvación y no el acusador de los culpables. “No penséis que vaya yo a acusaros ante mi Padre; hay otro que os acusará, Moisés..., pues de mí escribió él” (Jn 5,45-46). ¿En qué consiste, pues, el juicio? Jesús responde: “El juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3,19).

69 6. Por tanto, hay que decir que ante esta Luz que es Dios revelado en Cristo, ante tal Verdad, en cierto sentido, las mismas obras juzgan a cada uno. La voluntad de salvar al hombre por parte de Dios tiene su manifestación definitiva en la palabra y en la obra de Cristo, en todo el Evangelio hasta el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Se convierte, al mismo tiempo, en el fundamento más profundo, por así decir, en el criterio central del juicio sobre las obras y conciencias humanas. Sobre todo en este sentido “el Padre... ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar” (Jn 5,22), ofreciendo en Él a todo hombre la posibilidad de salvación.

7. Por desgracia, en este mismo sentido el hombre ha sido ya condenado, cuando rechaza la posibilidad que se le ofrece: “el que cree en Él no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado” (Jn 3,18). No creer quiere decir precisamente: rechazar la salvación ofrecida al hombre en Cristo (“no creyó en el nombre del Unigénito Hijo de Dios”: ib.). Es la misma verdad a la que se alude en la profecía del anciano Simeón, que aparece en el Evangelio de Lucas cuando anunciaba que Cristo “está para caída y levantamiento de muchos en Israel” (Lc 2,34). Lo mismo se puede decir de a alusión a la “piedra que reprobaron los edificadores” (cf. Lc Lc 20,17-18).

8. Pero es verdad de fe que “el Padre... ha entregado al Hijo todo el poder de juzgar” (Jn 5,22). Ahora bien, si el poder divino de juzgar pertenece a Cristo, es signo de que Él —el Hijo del hombre— es verdadero Dios, porque sólo a Dios pertenece el juicio y puesto que este poder de juicio está profundamente unido a la voluntad de salvación, como nos resulta del Evangelio, este poder es una nueva revelación del Dios de la Alianza, que viene a los hombres como Emmanuel, para librarlos de la esclavitud del mal. Es la revelación cristiana del Dios que es Amor.

Queda así corregido ese modo demasiado humano de concebir el juicio de Dios, visto sólo como fría justicia, o incluso como venganza. En realidad, dicha expresión, que tiene una clara derivación bíblica, aparece como el último anillo del amor de Dios. Dios juzga porque ama y en vistas al amor. El juicio que el Padre confía a Cristo es según la medida del amor del Padre y de nuestra libertad.

Saludos

Mi más cordial saludo se dirige a todos los peregrinos de América Latina y de España aquí presentes. Saludo en especial a los Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores, que prestan un benemérito servicio en la reeducación de la juventud, así como al grupo de Coromoto, de la ciudad de Caracas, y a los estudiantes de Arquitectura de la República del Paraguay.

Octubre, como sabéis todos, es un mes mariano y la Iglesia eleva su mirada con filial confianza a su Madre Santísima mediante el rezo del rosario. Os invito a que en vuestra plegaria del avemaría pidáis particularmente por el feliz resultado pastoral del Sínodo de los Obispos dedicado esta vez a un tema de gran trascendencia para las Comunidades cristianas: el de los seglares.

No puedo dejar de agradecer la presencia del Orfeón Donostiarra, de San Sebastián, en esta Audiencia. Con este gesto quieren manifestar los sentimientos de filial cercanía y devoción que un sector mayoritario del Pueblo Vasco siente por esta Sede Apostólica.

Sé que a través de vuestra clase y buen hacer musical procuráis llevar con legítima satisfacción el nombre de vuestra hermosa ciudad por los distintos escenarios del mundo. Vuestro pueblo sufre desde hace tiempo el cruel azote de la violencia, que ha sembrado muerte y destrucción. Os pido que testimoniéis en vuestras vidas el valor irrenunciable de la paz; solamente así la convivencia pacífica será de nuevo una constante realidad en vuestra atribulada ciudad y en el resto del Paz Vasco. Que la Virgen de la Paz os proteja “ orain eta beti ”: ahora y siempre.

A todos imparto mi bendición apostólica.






Audiencias 1987 61