Audiencias 1987 88

Miércoles 16 de diciembre de 1987

El milagro como llamada a la fe

1. Los “milagros y los signos” que Jesús realizaba para confirmar su misión mesiánica y la venida del reino de Dios, están ordenados y estrechamente ligados a la llamada a la fe.Esta llamada con relación al milagro tiene dos formas: la fe precede al milagro, más aún, es condición para que se realice; la fe constituye un efecto del milagro, bien porque el milagro mismo la provoca en el alma de quienes lo han recibido, bien porque han sido testigos de él.

Es sabido que la fe es una respuesta del hombre a la palabra de la revelación divina. El milagro acontece en unión orgánica con esta Palabra de Dios que se revela. Es una “señal” de su presencia y de su obra, un signo, se puede decir, particularmente intenso. Todo esto explica de modo suficiente el vínculo particular que existe entre los “milagros-signos” de Cristo y la fe: vínculo tan claramente delineado en los Evangelios.

2. Efectivamente, encontramos en los Evangelios una larga serie de textos en los que la llamada a la fe aparece como un coeficiente indispensable y sistemático de los milagros de Cristo.

Al comienzo de esta serie es necesario nombrar las páginas concernientes a la Madre de Cristo con su comportamiento en Caná de Galilea, y aún antes y sobre todo en el momento de la Anunciación. Se podría decir que precisamente aquí se encuentra el punto culminante de su adhesión a la fe, que hallará su confirmación en las palabras de Isabel durante la Visitación: “Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor” (Lc 1,45). Sí, María ha creído como ninguna otra persona, porque estaba convencida de que “para Dios nada hay imposible” (cf. Lc 1,37).

Y en Caná de Galilea su fe anticipó, en cierto sentido, la hora de la revelación de Cristo. Por su intercesión, se cumplió aquel primer milagro-signo, gracias al cual los discípulos de Jesús “creyeron en él” (Jn 2,11). Si el Concilio Vaticano II enseña que María precede constantemente al Pueblo de Dios por los caminos de la fe (cf. Lumen gentium LG 58 y 63; Redemptoris Mater RMA 5-6), podemos decir que el fundamento primero de dicha afirmación se encuentra en el Evangelio que refiere los “milagros-signos” en María y por María en orden a la llamada a la fe.

3. Esta llamada se repite muchas veces. Al jefe de la sinagoga, Jairo, que había venido a suplicar que su hija volviese a la vida, Jesús le dice: “No temas, ten sólo fe”.(Dice “no temas”, porque algunos desaconsejaban a Jairo ir a Jesús) (Mc 5,36).

Cuando el padre del epiléptico pide la curación de su hijo, diciendo: “Pero si algo puedes, ayúdanos...”, Jesús le responde: “Si puedes! Todo es posible al que cree”. Tiene lugar entonces el hermoso acto de fe en Cristo de aquel hombre probado: “¡Creo! Ayuda a mi incredulidad” (cf. Mc 9,22-24).

Recordemos, finalmente, el coloquio bien conocido de Jesús con Marta antes de la resurrección de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida... ¿Crees esto? “Sí, Señor, creo...” (cf. Jn 11,25-27).

4. El mismo vínculo entre el “milagro-signo” y la fe se confirma por oposición con otros hechos de signo negativo. Recordemos algunos de ellos. En el Evangelio de Marcos leemos que Jesús de Nazaret “no pudo hacer...ningún milagro, fuera de que a algunos pocos dolientes les impuso las manos y los curó. Él se admiraba de su incredulidad” (Mc 6,5-6).

89 Conocemos las delicadas palabras con que Jesús reprendió una vez a Pedro: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Esto sucedió cuando Pedro, que al principio caminaba valientemente sobre las olas hacia Jesús, al ser zarandeado por la violencia del viento, se asustó y comenzó a hundirse (cf Mt 14,29-31).

5. Jesús subraya más de una vez que los milagros que Él realiza están vinculados a la fe. “Tu fe te ha curado”, dice a la mujer que padecía hemorragias desde hacia doce años y que, acercándose por detrás, le había tocado el borde del manto, quedando sana (cf .Mt 9,20-22 y también Lc 8,48 Mc 5,34).

Palabras semejantes pronuncia Jesús mientras cura al ciego Bartimeo, que, a la salida de Jericó, pedía con insistencia su ayuda gritando: “(Hijo de David, Jesús, ten piedad de mi!” (cf. Mc 10,46-52). Según Marcos: “Anda, tu fe te ha salvado” le responde Jesús. Y Lucas precisa la respuesta: “Ve, tu fe te ha hecho salvo” (Lc 18,42).

Una declaración idéntica hace al Samaritano curado de la lepra (Lc 17,19). Mientras a los otros dos ciegos que invocan volver a ver, Jesús les pregunta: “¿Creéis que puedo yo hacer esto?”. “Sí, Señor”... “Hágase en vosotros, según vuestra fe” (Mt 9,28-29).

6. Impresiona de manera particular el episodio de la mujer cananea que no cesaba de pedir la ayuda de Jesús para su hija “atormentada cruelmente por un demonio”. Cuando la cananea se postró delante de Jesús para implorar su ayuda, Él le respondió: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos” (Era una referencia a la diversidad étnica entre israelitas y cananeos que Jesús, Hijo de David, no podía ignorar en su comportamiento práctico, pero a la que alude con finalidad metodológica para provocar la fe). Y he aquí que la mujer llega intuitivamente a un acto insólito de fe y de humildad. Y dice: “Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores”. Ante esta respuesta tan humilde, elegante y confiada, Jesús replica: “¡Mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres” (cf. Mt 15,21-28).

¡Es un suceso difícil de olvidar, sobre todo si se piensa en los innumerables “cananeos” de todo tiempo, país, color y condición social que tienden su mano para pedir comprensión y ayuda en sus necesidades!

7. Nótese cómo en la narración evangélica se pone continuamente de relieve el hecho de que Jesús, cuando “ve la fe”, realiza el milagro. Esto se dice expresamente en el caso del paralítico que pusieron a sus pies desde un agujero abierto en el techo (cf .Mc 2,5 Mt 9,2 Lc 5,20). Pero la observación se puede hacer en tantos otros casos que los evangelistas nos presentan. El factor fe es indispensable; pero, apenas se verifica, el corazón de Jesús se proyecta a satisfacer las demandas de los necesitados que se dirigen a Él para que los socorra con su poder divino.

8. Una vez más constatamos que, como hemos dicho al principio, el milagro es un “signo” del poder y del amor de Dios que salvan al hombre en Cristo. Pero, precisamente por esto es al mismo tiempo una llamada del hombre a la fe. Debe llevar a creer sea al destinatario del milagro sea a los testigos del mismo.

Esto vale para los mismos Apóstoles, desde el primer “signo” realizado por Jesús en Caná de Galilea; fue entonces cuando “creyeron en Él” (Jn 2,11). Cuando, más tarde, tiene lugar la multiplicación milagrosa de los panes cerca de Cafarnaum, con la que está unido el preanuncio de la Eucaristía, el evangelista hace notar que “desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”, porque no estaban en condiciones de acoger un lenguaje que les parecía demasiado “duro”. Entonces Jesús preguntó a los Doce: “¿Queréis iros vosotros también?”. Respondió Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Cfr. Jn 6,66-69). Así, pues, el principio de la fe es fundamental en la relación con Cristo, ya como condición para obtener el milagro, ya como fin por el que el milagro se ha realizado. Esto queda bien claro al final del Evangelio de Juan donde leemos: “Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Jn 20,30-31).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

90 Me es grato ahora presentar mi más cordial saludo de bienvenida a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos Países de América Latina y de España.

En particular, a los representantes del movimiento “ Acción Social Empresarial ” a quienes aliento, en su condición de profesionales y laicos cristianos, a ser testimonios vivos de los valores del Evangelio en el mundo económico-social, difundiendo y aplicando con coherencia las enseñanzas sociales de la Iglesia, en comunión con los Pastores.

Saludo igualmente al grupo de jóvenes estudiantes de Colombia.

A todos imparto con afecto la Bendición Apostólica.





Miércoles 23 de diciembre de 1987



Queridos hermanos y hermanas:

1. El Adviento, que comenzamos con la invitación apremiante de la Iglesia a vivir en la vigilancia y en la espera, está a punto de concluirse con el día de la fiesta tan deseado, porque es portador de alegría y de paz.

La liturgia nos ha preparado, creciendo poco a poco en intensidad, a la celebración inminente de la Santa Navidad, al mismo tiempo que ofrecía a nuestra reflexión y a nuestra oración los acontecimientos, los dichos y las personas, que han preparado el nacimiento en el tiempo del Verbo Encarnado.

La Palabra de Dios se ha hecho carne y no puede ser superada ni por palabras humanas ni por el ruido del mundo. Es Palabra omnipotente a la que nada puede ofuscar. Sin embargo, para que sea acogida debe encontrar corazones humildes puros, como el de la Virgen María. María reconoció su propia pequeñez ante Dios, a quien se había entregado totalmente, poniendo sólo en Él su confianza porque lo amaba sobre todas las cosas.

Fue precisamente éste el motivo por el que a Ella, la "llena de gracia", se le concedió la riqueza más preciosa, el Hijo de Dios, y en Ella se realizó en modo altísimo la bienaventuranza que Jesús mismo proclamara: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (Mt 5,3).

Pidamos, por tanto, a la Madre del Redentor y Madre nuestra que haga partícipes también a nuestras almas de los mismos sentimientos que habitaban en Ella, los días anteriores a la Navidad de Cristo. Asombrados y confundidos por la humildad de Dios, por su generosidad para con nosotros, podremos así reconocer en el Niño, que yace en el pesebre, la amplitud, la altura y la profundidad del Amor divino. (cf. Ep 3,18).

91 2. El clima inconfundible de serena espera, característico de estos días tan próximos a la fiesta que celebra la venida de Dios entre los hombres, enriquece con un significado particular la audiencia de hoy.

En esta circunstancia me es grato, queridísimos hermanos y hermanas, exhortaros a mantener despierto el sentido de la majestad de Dios. Esto no quiere decir tener miedo de Él, como si fuera un extraño o un rival, a la manera que lo presentan ciertas corrientes filosóficas de nuestra época. Simplemente, Dios exige que reconozcamos su amor sin límites y, llenos de su grandeza y bondad, vayamos a Él para adorarlo.

Acerquémonos, pues al Niño Jesús con fe grande y aprenderemos cada vez mejor de qué modo la humanidad entera es reconciliada en Él, vivificada y hecha grata al Padre. En Cristo, el Omnipotente nos concede un corazón capaz de conocerlo y de volver a Él (cf. Jer
Jr 24,7), por el camino que indicó la "alegre noticia" de un Dios que se ha hecho Hombre para que el hombre pudiese llegar a Dios.

Peregrinos de fe y de amor, pongámonos en camino hacia Cristo. Él es la realización plena de las promesas del Padre.

3. Con este pensamiento me dirijo especialmente a vosotros, jóvenes presentes en este encuentro, especialmente a los que habéis venido de la parroquia de Santa María Asunta de Montevecchio, Nocera Umbra. Propongo a vuestra reflexión e imitación el comportamiento de los pastores, que fueron los primeros en recibir de los Ángeles el anuncio del nacimiento del Salvador y acudieron presurosos a la gruta.

Para encontrar a Jesús, a María a José hay que ponerse en camino, dejando atrás compromisos, dobleces y egoísmos; hay que hacerse disponibles interiormente a las sugerencias que Él no dejará de provocar en todo corazón que sabe ponerse a la escucha. Es lo que os deseo en las próximas fiestas navideñas. Que paséis junto con el Niño Jesús y con su Madre Santísima, en serena alegría. estos días benditos.

Un saludo y una felicitación particular deseo dirigiros también a vosotros, queridísimos enfermos. Tengo ante los ojos, en este momento, todas las situaciones trágicas dolorosas de la tierra, a todos los enfermos y a todos los que sufren en sus casas o en los hospitales. Quisiera repetir con fuerza a todos y a cada uno las palabras de Jesús: "Ánimo, soy yo, no temáis" (Mc 6,50).

El dolor no es necesariamente un castigo o una fatalidad; puede ser la ocasión providencial, aunque misteriosa, para que se manifiesten las obras de Dios (cf. Jn 9,1-3). ¡Que el Niño Jesús os haga oír a todos vosotros, los que sufrís, su anuncio de paz!

Finalmente, os saludo con afecto también a vosotros, queridos nuevos esposos. Vuestra presencia me hace pensar en el año nuevo, que dentro de poco comenzará. También la humanidad se renueva cada día y la Providencia alimenta con nuevas vidas su Iglesia y el mundo.

Mirad a la gruta de Belén: las personas que veis en ella (cf. Lc 2,16) pueden ser vuestro modelo y vuestro ejemplo. Como Jesús que ha venido no para ser servido, sino para servir, como María y José que lo han ofrecido a los hombres, así también vosotros aprended a daros, comunicando la felicidad y la alegría de las que Dios os ha colmado.

Con la ayuda materna de María, vuestra nueva familia sea una pequeña Iglesia en la que Jesús venga a nacer.

92 A vosotros y a todos los presentes deseo una feliz Navidad y de corazón os imparto mi bendición.

Saludos

La proximidad de la fiesta grande del Señor que viene, amadísimos hermanos y hermanas, es ocasión propicia para desear a todas las personas de lengua española una feliz Navidad.

La espera de toda la Iglesia durante estas semanas de Adviento acrecienta en nuestras almas el deseo de recibir al Niño Jesús, como lo deseó María, la joven virgen de Nazaret.

Que estos días tan entrañables de las fiestas navideñas sean motivo de encuentro fraterno y familiar. Que el Niño que nos va a nacer nos traiga esperanza, alegría, paz. “ La paz –en palabras de San León Magno– es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad; es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad ”.

Dispongámonos, pues, a acoger la Palabra que se hace carne para habitar entre nosotros, y respondamos a su venida haciendo vida en cada uno, en la familia y en la sociedad su mensaje de amor, que es el único que puede salvar al mundo.

Mientras a todos bendigo de corazón repito: ¡Feliz Navidad!



Miércoles 30 de diciembre de 1987



Queridos hermanos y hermanas:

1. Cuando todavía estamos inundados por la luz del misterio navideño y cuando aún oímos el mensaje de Belén —mensaje de salvación, de paz y de fraternidad entre todos los hombres de buena voluntad— un motivo particular nos acompaña en esta audiencia y nos sugiere algunas reflexiones, inspiradas siempre en el clima espiritual de la Navidad. El motivo es la terminación del año civil. Estamos, efectivamente, en las vísperas del último día del año 1987. La meditación sobre el final de estos doce meses, que mañana concluirán, nos lleva, en primer lugar, a dar gracias al Señor por los innumerables beneficios recibidos; pero nos invita también a revisar nuestra vida para verificar si ésta se ha anclado verdaderamente en los valores esenciales, por lo que vale la pena gastar la existencia, y a hacer un balance final y preventivo para el Año Nuevo. Nos lleva, en una palabra, a mirar nuestra vida no como entidad autónoma y autosuficiente, sino puesta bajo el influjo misterioso y benéfico de la Providencia divina, que lo dirige todo para el bien de sus criaturas. De hecho, el tiempo en que ahora estamos y actuamos es de un valor incalculable: en él se edifica la ciudad eterna y en él se anuncia y se inicia el reino de Dios que alcanzará su plenitud más allá del tiempo.

2. Esta consideración nos lleva a ver a la Iglesia como peregrina en la tierra, y a los cristianos como caminantes hacia la patria celeste. En esta realidad eclesial resplandece con luz clarísima la Virgen Santa. Ella, que "avanzó... en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo" (Lumen gentium LG 58), nos enseña a caminar en esta tierra mirando a Jesús, fruto de su vientre, como punto de referencia. Este es precisamente el significado de la Navidad, de la fiesta de la Madre y del Hijo. Pero es también éste el significado del Año Mariano, que seguirá, también con el Año Nuevo, inspirando la devoción de los fieles durante gran parte de 1988.

93 A este propósito, deseo de corazón que la continuación de este Año Mariano ofrezca aún más la oportunidad de conocer mejor a la Virgen Santísima en el plan providencial de la Encarnación y de la Redención. En su belleza humana y espiritual deben reflejarse nuestros ojos, a menudo ofendidos y cegados por las imágenes profanas del ambiente que nos rodea y que casi nos agrede. Si ponemos nuestra mirada fija en María, bendita entre las mujeres, podremos recomponer en nosotros la línea y la estructura de la creatura nueva redimida por el Hijo.

En medio de este mundo marcado por episodios de guerras, de odios y conflictos del más variado género, la Virgen Santísima, si sabemos invocarla, no dejará de socorrernos y de interceder por nosotros para que podamos hacer frente a tantas situaciones dolorosas. Ella nos enseñará a amar y a usar misericordia en las relaciones recíprocas. Nos revelará la bondad y la misericordia que Dios tiene para con todas sus criaturas. "Tal revelación —como escribía en la Encíclica Dives in misericordia— es especialmente fructuosa porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre. Es éste uno de los misterios más grandes y vivificantes del cristianismo, tan íntimamente vinculado con el misterio de la Encarnación" (
DM 9).

3. Vivido así, el Año Mariano seguirá siendo un tiempo muy importante y decidirá nuestra suerte personal y eterna, en cuanto que nos ayudará a encontrar la orientación en la dispersión del mundo moderno; a promover una armonía grande a nuestro alrededor; a regenerar nuestra manera de pensar y de vivir, y a reconstruir en nosotros una verdadera conciencia cristiana.

Me dirijo sobre todo a los jóvenes, exhortándoles a saber interiorizar el mensaje de este Año Mariano, destinado a preparar los espíritus para el gran jubileo de la Redención, al cumplirse los dos mil años del nacimiento de Jesús. Que ellos, los protagonistas del tercer milenio, sepan escuchar el cántico del Magníficat y hacerlo resonar en todos los ambientes, pero sobre todo entre los marginados, los oprimidos y los despreciados, para que todos conozcan que Dios, como la Virgen proclamó, "enaltece a los humildes / a los hambrientos los colma de bienes" (Lc 1,52-53). Me dirijo también a todos los enfermos —y hoy, particularmente, al grupo de ciegos-sordomudos del Voluntariado Caritas de Avezzano— para invitarlos a que ofrezcan la aportación sobremanera preciosa, de su sufrimiento a este plan de salvación y consolación. Que, del mismo modo, las familias recientemente formadas, los nuevos esposos, llamados a edificar la Iglesia con imitación de la familia de Nazaret, conducta sinceramente cristiana, se sientan comprometidos en este cuadro general de renovación de la sociedad y de la vida de la Iglesia: tanto mayor será su aportación específica, cuanto mayor sea su imitación de la familia de Nazaret, que en estos días está representada en el portal de Belén.

A todos os deseo un santo y feliz Año Nuevo y os bendigo de corazón.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me complace saludar cordialmente a todos los peregrinos de lengua española, procedentes de España y de América Latina. En particular al numeroso grupo de Legionarios de Cristo, que estudian en Roma, junto con sus familiares y amigos; saludo igualmente al grupo de alumnos del “ Saint John’s College ” de la Ciudad de Concepción (Chile).

Os invito a todos a dar gracias al Señor por los dones recibidos a lo largo de este año que finaliza y a pedirle que nuestra vida, siendo fieles a la propia vocación cristiana, sea cada vez más conforme a su voluntad. Para ello acudimos a la intercesión de la Virgen María, especialmente en este Año Mariano que continuará celebrándose aún en toda la Iglesia. Con la ayuda de nuestra Madre podremos llegar a ser la “ nueva criatura ” redimida por su hijo Jesús.

Al desearos a todos un feliz Año Nuevo, os imparto con afecto mi bendición apostólica.







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