Discursos 1987 6


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL SEÑOR EFRAÍN REYES DULUC

NUEVO EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 2 de febrero de 1987



Señor Embajador:

Al recibir las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Dominicana ante la Santa Sede, quiero dar a Vuestra Excelencia mi cordial bienvenida, a la vez que formulo los mejores votos por el feliz desempeño de la misión que hoy inicia.

Deseo también agradecerle los nobles sentimientos manifestados, así corno el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República, que representa la sincera adhesión de los amadísimos hijos de su Nación.

Viene Vuestra Excelencia corno representante de un país al que esta Sede Apostólica ha tenido siempre en gran estima y consideración, en consonancia con los sentimientos de un pueblo que, siendo católico en su amplia mayoría, mira con filial devoción hacia la Cátedra de Pedro. A ella se siente unido por vínculos de particular cercanía que toca lo mas íntimo de sus convicciones y vivencias.

Será por ello una satisfacción para el pueblo dominicano saber que usted, sensible a las esencias y aspiraciones del mismo, querrá dedicar los mejores esfuerzos a acrecentar aún más las buenas y armoniosas relaciones que hay entre esa Nación y la Santa Sede, en beneficio ciertamente humano y espiritual de sus conciudadanos.

7 Vuestra Excelencia ha hecho referencia a la conmemoración, que se está preparando, del V Centenario de la Evangelización del Continente americano, cuya novena de años tuve el gozo de inaugurar precisamente en la ciudad de Santo Domingo.

La Evangelización es ciertamente una tarea constante y una exigencia básica de la dinámica eclesial, como lo ha proclamado ampliamente el Concilio Vaticano II. Así lo recogió el Episcopado latinoamericano en el Documento de Puebla: “La Iglesia ha ido adquiriendo una conciencia cada vez más clara y profunda de que la Evangelización es su misión fundamental y de que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de aceptación dinámica, atractiva y convincente del Mensaje a los hombres de hoy ” (Puebla, 85).

La reciente Jornada de oración por la paz en Asís, cuyo recuerdo y enseñanza están muy presentes en todos, una vez más ha puesto de manifiesto a la Iglesia católica en el desarrollo del ministerio que el Señor le ha confiado (
Mt 28,19-20). Este ministerio esencial lo va ejerciendo de varios modos: “ Mediante la evangelización, la administración de los Sacramentos y la guía pastoral por parte del Sucesor de Pedro y de los diáconos, de los religiosos y de las religiosas, mediante el esfuerzo y el testimonio de los misioneros y de los catequistas, mediante la oración silenciosa de los contemplativos y el sufrimiento de los enfermos, de los pobres y de los oprimidos, y mediante tantas formas de diálogo y de colaboración de los cristianos para realizar los ideales de las Bienaventuranzas y promover los valores del reino de Dios ” (Discurso a la Curia romana con motivo de las felicitaciones navideñas, 22 de diciembre de 1986).

Para que la ineludible tarea de la Evangelización siga siendo una realidad cada día más efectiva en su país, puedo asegurarle que los Pastores de esa Iglesia local en comunión intima con esta Sede Apostólica, seguirán ofreciendo su colaboración, sus servicios, así como energías espirituales y morales.

Al renovarle mis votos por el cumplimiento de su misión, invoco sobre Vuestra Excelencia y su familia, sobre las autoridades que le han designado y sobre todos los amadísimos hijos de la República Dominicana la constante protección del Todopoderoso.






AL SEÑOR CARLOS ALFREDO ESCOBAR ARMAS


NUEVO EMBAJADOR DE GUATEMALA ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 7 de febrero de 1987



Señor Embajador:

Es un motivo de satisfacción para mi recibir hoy a Vuestra Excelencia que, con la presentación de las cartas credenciales, da comienzo a su misión corno Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Guatemala ante la Santa Sede.

Le agradezco vivamente las delicadas expresiones que ha tenido para con esta Sede Apostólica, así corno la manifestación de los nobles sentimientos del pueblo guatemalteco al que llevo en el corazón especialmente desde que, en mi visita pastoral de 1983, tuve ocasión de compartir con los Pastores y fieles de esa Iglesia local las vivencias de su fe y sus anhelos de esperanza cristiana.

Al comienzo de mi viaje apostólico a Centroamérica, quise aludir al clamor que, brotando del corazón de aquellas gentes, invocaba la paz, el final de las muertes violentas; que imploraba reconciliación desterrando las divisiones y el odio; que anhelaba una justicia larga y hasta hoy inútilmente esperada; que quería ser llamada a una mayor dignidad, sin renunciar a sus esencias religiosas cristianas (Discurso durante la ceremonia de bienvenida en el aeropuerto de San José de Costa Rica, 2 de marzo de 1983).

Sé que se han llevado a cabo y continúan aún los esfuerzos para conseguir la paz y fortalecer los lazos de amistad y cooperación entre los pueblos del área centroamericana. El reciente encuentro de los Presidentes de aquellos países en Esquipulas, uno de los lugares de peregrinación de mayor arraigo en la piedad cristiana de la región, ha querido ser una iniciativa en este sentido.

8 A tal propósito, son dignos de encomio los diálogos encaminados a construir fundamentos sólidos para una pacífica convivencia como fruto de la justicia. Por otra parte, no hay que ahorrar esfuerzos en defender y potenciar los factores de cohesión que hacen de los pueblos centroamericanos una gran familia. La identidad de origen histórico, la unidad en la lengua y en la fe cristiana, son valores básicos de aquellos pueblos. Por ello, se ha de prestar particular atención a todo lo que pueda atentar contra los elementos favorecedores de unidad y armonía.

A este respecto, y en el campo que le es propio, la Jerarquía eclesiástica de Guatemala no ha dejado de señalar el peligro que, en este sentido, representa la actividad proselitista de sectas de tipo fundamentalista, que siembran confusión y división en el pueblo y diluyen la coherencia y la integridad del mensaje evangélico.

La Iglesia, por tanto, fiel a su misión, seguirá apoyando aquellas iniciativas que ayuden a superar confrontaciones, poniendo todo su empeño en potenciar cuanto signifique defensa de la vida y de la dignidad de la persona humana, promoción del individuo, de la familia y de la sociedad. En la consecución de estos objetivos, como tuve ocasión de señalar en el magno encuentro del Campo de Marte, en la capital guatemalteca, la doctrina social de la Iglesia podrá ser una vía concreta hacia la solución de tantos problemas que afectan a vuestra sociedad. Mediante la aplicación de sus principios “ se prestará así un gran servicio al hombre de hoy, porque en ella encontrará el estímulo para despertar las conciencias, promover una mayor justicia, fomentar una mejor comunicación de bienes, favorecer un más generalizado acceso a los beneficios de la cultura y cimentar de este modo una más pacifica convivencia ” (Homilia en el Campo de Marte de la Ciudad de Guatemala, 7 de marzo de 1983).

Para que estos deseos se conviertan en una confortadora realidad en su país, imploro sobre el querido pueblo guatemalteco, sobre sus gobernantes, y de modo particular sobre Vuestra Excelencia y su distinguida familia, la abundancia de las bendiciones del Todopoderoso, al mismo tiempo que hago votos por el buen desempeño de la misión que le ha sido encomendada.






A LOS DIRIGENTES Y JUGADORES DEL «FÚTBOL CLUB BARCELONA»


Jueves 19 de febrero de 1987



Queridos hermanos y hermanas:

1. Deseo expresar mi agradecimiento al Señor Presidente por sus amables palabras, a las que correspondo cordialmente con un afectuoso saludo, a los miembros de su familia, así como a los demás dirigentes, técnicos, jugadores, socios y amigos de este gran Club Deportivo que, con sus once secciones, componen la gran familia del Barça.

Me alegro mucho de tener este encuentro. Ello me ofrece una buena ocasión para reiterar mi gratitud a la Dirección de este Club ya casi centenario, que haciendo honor a su tradicional generosidad, puso a disposición del hermoso “ Nou Camp ” para la celebración eucarística, en aquella memorable jornada de mi estancia en tierras catalanas, durante mi visita apostólica.

2. Por otra parte, no quiero ocultaros mi admiración por la gran trayectoria deportiva que atesora vuestro Club, habiendo dado continuas pruebas de alto nivel en las más variadas disciplinas del deporte activo. A celebrar y a extender en la común estima la afición por vuestros colores contribuye sin duda ese convencimiento íntimo de que el Fútbol Club Barcelona no es una institución anquilosada en el pasado, sino que vibra y se rejuvenece continuamente en sintonía con el entusiasmo de las nuevas generaciones.

E1 Barça –lo decís con sano y legítimo orgullo– es algo “ más que un Club ”. Y en esta especie de lema que quiere condensar vuestras mejores ilusiones, se descubre también la voluntad no sólo de conseguir nuevos triunfos deportivos, sino también de mejorar la calidad humana de vuestro entorno, de orientación genuinamente cristiana, que os alienta a ennoblecer en todo momento vuestra existencia, cultivando en ella los valores del espíritu. Bien sabéis que éstos no están reñidos en ningún modo con el ejercicio del deporte, al contrario exigen también continua ascesis y dominio de las propias inclinaciones. Ojalá la fama, el éxito o el fracaso no sean nunca motivo de retroceso en el crecimiento de la formación personal, en el campo de la virtud, o en las exigencias de la propia fe. A este respecto es digno de encomio la importancia que concede el Club a la formación integral de sus miembros, en particular de los más jóvenes, procurándoles asistencia religiosa y atención espiritual, en cuidadosa armonía con las orientaciones de la Iglesia y del Pastor diocesano.

3. Que vuestro comportamiento, sobre todo si corresponde a hombres de fe cristiana, trasluzca siempre un estilo de vida que os convierta en embajadores de Cristo, mensajeros suyos de paz y de fraternidad. A ello os impulse también el hecho de que representáis a Barcelona designada Ciudad Olímpica para 1992. Que la preparación del magno acontecimiento y su feliz celebración, sean, de verdad, un gran momento de comunicación y de hermandad entre los pueblos, sin olvidar que el supremo valor de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, es el motivo inspirador de todos los trabajos y competiciones.

9 Que la Mare de Deu de la Mercè, Patrona de Barcelona i Santa María de Montserrat, a qui teniu per costum oferir els vostres trofeus, os animi a no defallir i a progressar en el cami de la noblesa i de la virtut.

Os ruego que seáis portadores de mi recuerdo cordial a vuestras familias y amigos, a los jugadores y personal auxiliar que no ha podido venir, a toda la ciudad de Barcelona y en especial a la comunidad cristiana tan diligentemente regida por nuestro venerable hermano en el Episcopado, el Emmo. Señor Cardenal Narciso Jubany.

Os aliente la Bendición Apostólica que de corazón imparto a vosotros, a vuestros seres queridos y a todos los deportistas de España.





                                                                                              Marzo de 1987




AL SEÑOR JULIO CÉSAR TURBAY AYALA


NUEVO EMBAJADOR DE COLOMBIA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 2 de marzo de 1987



Señor Embajador:

Me es grato dar mi más cordial bienvenida a Vuestra Excelencia, en este acto de presentación de las cartas credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Colombia ante la Santa Sede.

Ante todo, deseo manifestarle mi reconocimiento por las sentidas palabras que ha tenido a bien dirigirme, pues me han permitido comprobar una vez más el vivo afecto y devoción que los hijos de esa noble nación tienen al Sucesor de Pedro, sobre todo a raíz de mi visita pastoral, efectuada en julio del año pasado. Deseo agradecerle, igualmente, el deferente saludo que me ha transmitido de parte del Señor Presidente de la República.

Vuestra Excelencia se ha referido a la necesidad de aunar todos los esfuerzos posibles con el fin de conseguir unas condiciones básicas, humanas y espirituales, que permitan al ciudadano colombiano ir construyendo una sociedad donde la reconciliación y convivencia fraterna, así como la justicia sean una constante y creciente realidad. Estos objetivos han encontrado siempre el pleno apoyo y defensa de la Iglesia en Colombia, la cual, siguiendo el mandato de Cristo (Mt 28,19-20), quiere estar también presente en esta hora crucial de la humanidad y de esa comunidad católica en particular.

La realidad colombiana, que he tenido ocasión de conocer de cerca a través de mi contacto con sus gentes, en mi reciente viaje a esas tierras, me impulsa a dirigirme de nuevo a las autoridades y demás instancias del país, alentándoles a salvaguardar el rico patrimonio espiritual y cultural de los antepasados que se compendia en una serie de valores tan arraigados que es preciso tutelar siempre. Entre ellos sobresalen el respeto a la vida y al hombre, la capacidad de diálogo y la búsqueda del bien común.

Para llevar a cabo esta tarea habrá que contar con la participación de todos los estamentos sociales en la búsqueda y consolidación de estos objetivos prioritarios. Mi predecesor Pablo VI en su viaje a Colombia en 1968, lanzó ya un llamado en esos términos a los responsables de aquella sociedad: “Percibid y emprended con valentía las innovaciones necesarias para el mundo que os rodea... Y no olvidéis que ciertas crisis de la historia habrían podido tener otras orientaciones si las reformas necesarias hubiesen prevenido tempestivamente, con sacrificios valientes, las revoluciones explosivas de la desesperación” (Homilía de la misa para la "Jornada del desarrollo" 23 de agosto de 1968: Insegnamenti di Paolo VI, VI, (1968) 383 ss.).

10 Colombia puede considerarse un país potencialmente rico merced a sus variados recursos naturales y posibilidades de diversa índole. Pero para que esa riqueza pueda llegar a colmar las mínimas necesidades vitales de la gente indigente y hacer de ella ciudadanos de pleno derecho, es necesario dejar de lado cualquier forma de egoísmo y posible injusticia estructural, y superar todo tipo de antagonismo de clase, actitudes estas que impiden la consecución solidaria del bien común.

Es un motivo de consuelo para mí conocer, por parte de Vuestra Excelencia, el denodado empeño del Gobierno por afrontar equitativamente los complejos problemas que en este instante afectan al país. En mi encuentro con los Dirigentes en Bogotá tuve ocasión de invitarles a ser artífices de una sociedad más justa «en donde la laboriosidad, la honestidad, el espíritu de participación en todos los órdenes y niveles, la actuación de la justicia y la caridad, sean una realidad. Una sociedad que lleve el sello de los valores cristianos como el más fuerte factor de cohesión social y la mejor garantía de su futuro. Una convivencia armoniosa que elimine las barreras opuestas a la integración nacional y constituya el marco del desarrollo del país y del progreso del hombre» (ADiscurso durante el encuentro con el presdiente de la República, 1 de julio de 1986, n. 3).

Solamente así será posible la integración de los sectores marginados y su reinserción social. En este ámbito la Comunidad eclesial colombiana está intensificando su ministerio y atención a la causa de los más pobres y abandonados, en perfecta sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia. En este cometido estrictamente pastoral espera seguir contando con el apoyo y necesaria colaboración de los diversos estamentos políticos y económicos.

Señor Embajador, al pedir al Altísimo, dador de todo bien, que haga fructificar estos anhelos, para que sean fuente de concordia y bienestar social, invoco también la intercesión de Nuestra Señora de Chiquinquirá sobre el querido pueblo colombiano, sobre sus gobernantes y. de manera especial, sobre Vuestra Excelencia, deseándole al mismo tiempo feliz acierto en el cumplimiento de la alta y noble misión que le ha sido encomendada.






A LOS FUTBOLISTAS DE LA SELECCIÓN ARGENTINA


Y DEL EQUIPO ROMA


Miércoles 18 de marzo de 1987



Me es grato daros mi cordial bienvenida, dirigentes y jugadores del Equipo nacional de fútbol argentino, que habéis venido a esta ciudad para disputar un encuentro amistoso con el equipo “Roma”, que actualmente está celebrando el sexagésimo aniversario de su fundación.

En esta circunstancia deseo expresar mi felicitación al equipo argentino que ha alcanzado las más altas metas en el ámbito del deporte futbolístico mundial. Por ello, esta Audiencia me ofrece la ocasión para manifestaros el interés de la Iglesia por los aspectos sociales y morales que las competiciones deportivas suponen para las relaciones interpersonales y los encuentros internacionales, destinados a promover y acrecentar lazos de amistad y de convivencia pacífica entre los pueblos. Como bien enseña el Concilio Vaticano II: “Los ejercicios y manifestaciones deportivas . . . ayudan a conservar el equilibrio espiritual, incluso de la comunidad, y a establecer relaciones fraternas entre hombres de todas clases, naciones y razas” (Gaudium et Spes GS 61).

Para que estos deseos se vayan convirtiendo en feliz realidad, y como prenda de abundantes dones divinos os imparto mi Bendición Apostólica, que extiendo con afecto a vuestras familias y a vuestros conciudadanos, con quienes tendré el gusto de encontrarme en mi próxima visita pastoral a vuestra Patria.

Ed ora rivolgo il mio saluto anche ai Dirigenti ed ai giocatori della Associazione Sportiva Roma, che celebrano il sessantesimo anniversario della fondazione della società “giallorossa”.

Mi compiaccio con voi e vi esorto a perseverare nella prospettiva, mai venuta meno nella vostra compagine, di dare ampio spazio a significative e valenti espressioni di fratellanza e da amicizia. Insieme con l’efficienza ed il successo, siano sempre esaltati da voi, in ogni competizione, i valori morali che accompagnano l’autentico sportivo, è cioè il comportamento maturo e saggio, l’autocontrollo, l’equilibrio interiore.

Vi chiedo altresì di mettere in luce, in ogni occorrenza, quello spirito cristiano che anima la vostra coscienza di credenti e che sa esaltare i sentimenti di lealtà, di concordia, di fraterna solidarietà che sono indispensabili affinché ogni esibizione sportiva sia veramente umana e costruttiva.

11 Con questo spirito, ne sono certo, voi affronterete l’incontro amichevole di domani, festa di san Giuseppe, ed auspico che con la protezione di questo grande santo nel mondo dello sport sia possibile garantire sempre quella viva cordialità e quello spirito pacifico ed amichevole che uniscono tutti i veri sportivi in una unica, grande e serena famiglia.

Con tali auspici vi benedico di cuore.






AL CONSEJO FEDERAL DEL MOVIMIENTO INTERNACIONAL EUROPEO


Sábado 28 de marzo de 1987



Señor Presidente,
señoras, señores:

1. Con ocasión del trigésimo aniversario de los Tratados de Roma, me siento feliz al recibiros aquí a vosotros, que representáis el Movimiento Internacional Europeo, sea a nivel de Consejo Federal, de Comité director o de Comité ejecutivo internacional, sea a nivel de los dieciséis consejos nacionales, o incluso de los clubs europeos de regiones o de ciudades. Agrupáis organizaciones políticas de numerosas tendencias, asociaciones federales, profesionales, económicas, representantes de ayuntamientos o de casas de Europa. Todos vosotros buscáis los medios para preparar la unidad política, económica y cultural del mayor número posible de Estados europeos, según una vía democrática.

Sé que mis predecesores recibieron ya a vuestros delegados con gran simpatía. Pío XII aseguraba a vuestros congresistas su apoyo el 13 de junio de 1957, cuando acababan de firmarse en Roma el II y III Tratados que instituían la Comunidad Económica Europea y el Euratom. Estas iniciativas, tras la relativa al carbón y el acero, constituían pasos importantes en el camino de la “Comunidad Europea”, definida por el Tratado de Bruselas en 1965. Concernían, entonces, a seis Estados del Oeste de Europa y la realización más característica fue el Mercado Común agrícola. Pablo VI animaba igualmente a vuestra Conferencia el 9 de noviembre de 1963. Desde entonces, la Comunidad se ha extendido a nueve países, después a diez y, muy recientemente, a doce. La Asamblea parlamentaria ha adquirido una importancia creciente. Yo he tenido la satisfacción de visitar la sede de las Instituciones Comunitarias en Luxemburgo y, más tarde, en Bruselas, en mayo de 1985. Allí pude desarrollar mi pensamiento sobre la obra emprendida.

2. Si evoco estas etapas es para haceros ver la atención con la que la Santa Sede ha seguido la evolución de la Comunidad Europea. Esta progresión de lazos entre los países referidos, que conocía obstáculos, frenos y a veces incluso paros, es fruto de debates entre responsables políticos, de libres ratificaciones a nivel de Estados, pero también de la toma de conciencia, a nivel de ciudadanos, de una solidaridad necesaria. Y, en este ámbito, vuestro Movimiento Europeo ha aportado una amplia contribución. ¿Cómo no ser sensible a vuestra tenaz voluntad de hacer progresar la fraternidad entre los pueblos, ayer replegados sobre sí mismos, más aún, hostiles los unos a los otros; a vuestra preocupación por tener presentes los intereses comunes, los valores a promover y a defender juntos; a vuestro compromiso por crear una cooperación efectiva y estable en el respeto de los derechos y de las libertades? Esta solidaridad es un ideal que la Iglesia aprecia vivamente; la Iglesia impulsa su realización en las diferentes regiones del orbe y se interesa en particular por el caso presente, puesto que afecta a poblaciones próximas a la Santa Sede, naciones cuyo pasado cristiano, esplendor cultural y actuales posibilidades de influencia, son notables.

3. El ámbito económico se prestaba en primer lugar a un proyecto comunitario y representaba ya —representa siempre— una tarea difícil, si tenemos en cuenta los diferentes niveles de vida y los intereses inmediatos, con frecuencia opuestos. La concertación de instancias políticas y económicas para hacer frente a problemas sociales como el del paro, representa también una tarea importante y urgente. Uno piensa, igualmente, en los intercambios culturales y artísticos, científicos y tecnológicos, que se intensifican cada vez más. Se registra al mismo tiempo un progreso en la búsqueda de instrumentos jurídicos comunes: en ello trabaja el parlamento Europeo. Por su parte, paralelamente a la Comunidad, el Consejo de Europa representa otra forma de colaboración.

Pero vuestra perspectiva se alarga hasta en el plano propiamente político.Tenéis en proyecto una Federación Europea que forme en cierto modo los Estados-Unidos de Europa, con un determinado Gobierno que sea responsable ante el Parlamento, mucho más allá del actual Consejo de Ministros y de la Comisión. Como ya os decía Pablo VI, no corresponde a la Santa Sede determinar las deseables modalidades políticas de la cooperación europea que es necesaria. Corresponde a los hombres políticos, a los expertos, encontrar, proponer democráticamente a sus conciudadanos y hacer ratificar por medio de los responsables, las soluciones concretas y graduales de este enorme y complejo problema. El movimiento parece irreversible y puede resultar benéfico. Pero, en cada etapa, debe tener en cuenta las mentalidades y posibilidades reales. Europa está compuesta de naciones con un pasado prestigioso, y de culturas que tienen cada una su originalidad y su valor. Se debe intentar siempre salvaguardarlas, sin un nivelamiento empobrecedor. Asimismo, deben garantizarse los niveles de responsabilidad, los derechos de las personas y de las sociedades, incluidas las minorías, que habrán de armonizarse con el bien común del conjunto de los países de la región, superando los intereses particulares y las rivalidades locales. Este bien común es ciertamente una condición de progreso y de fuerza y, en cierto modo, de supervivencia; el progreso debe ser un desarrollo plenamente humano desde todos los puntos de vista. Ello reclama sabiduría, prudencia y maduración, pero también tenacidad y espíritu de apertura.

4. La unión debe poner de manifiesto una apertura, no solamente entre los actuales asociados, sino también hacia horizontes que les sobrepasan: hacia el conjunto de los países europeos, cuyas riquezas culturales e intereses humanos profundos son complementarios, por encima de las hendiduras actuales, y hacia los demás continentes. Vuestro Movimiento mismo parece contemplar la participación de todos los países europeos que aceptasen entrar de manera democrática en una Federación.

12 Como dije en Bruselas a las Comunidades Europeas, “las fronteras de los Tratados no deberían poner límites a la apertura de los hombres y de los pueblos; los europeos no pueden resignarse a la división. de su continente”. Los países que, por diferentes motivos, no participan en sus Instituciones, no pueden ser separados de un deseo fundamental de unidad; no puede ser ignorada su contribución específica al patrimonio europeo” (20 de mayo de 1985, n. 5: L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 30 de junio de 1985, pág. 8).

Las reuniones que siguen celebrándose en la línea del Acta Final de la Conferencia de Helsinki sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa representan, entre otras cosas, un intento de diálogo, de intercambios y de solidaridad por encima de las fronteras, que no deberían permanecer herméticamente cerradas. Se trata de un jalón apreciable que queda por profundizar y hacer más eficaz.

Por otra parte, los europeos tienen el deber de interesarse por las demás regiones del mundo, no solamente por aquellas que compiten con ellos en el plano de las riquezas materiales y del progreso técnico, sino también por todas las que luchan laboriosamente por asegurar su desarrollo, más aún, su supervivencia. Constituye un honor para la Comunidad Europea establecer con los países llamados del Sur, lazos de solidaridad auténtica y respetuosa de sus responsabilidades, tradiciones y valores. ¿Cómo no insistir sobre esta llamada en el vigésimo aniversario de la Encíclica Populorum progressio?

5. Finalmente, y sobre todo, la Santa Sede no puede dejar de impulsar la concertación de los países europeos en el plano cultural y moral.

¡Cuán saludable es fomentar la escucha mutua, la comprensión, la estima recíproca entre las culturas ricas y diversas que marcan vuestros países, trabajar por un reencuentro de las culturas nacionales de todo el continente, que formarla el “humus” indispensable para una unión más profunda de Europa! Pero hay una urgencia no menos grande: la de favorecer un consenso constructivo sobre los valores éticos que orienten la sociedad. ¿Quién no ve que el hombre sufre una sacudida moral y espiritual en esta Europa que ha marcado a los demás continentes con sus conquistas y sus concepciones de la civilización? Ahora bien, Europa no puede renegar de sus raíces cristianas; está invitada a redescubrirlas, a vivirlas y a dar testimonio de ellas. Es el mejor servicio que puede prestar a la humanidad. Ella encontrará allí lo que ha forjado su identidad, lo que ha marcado la mayor parte de su historia, lo que caracteriza aún su cultura por encima de las contestaciones. Porque importa mucho fundar y promover en los comportamientos y en las instituciones el sentido de la vida humana, el respeto de la vida en todas las etapas de la existencia, la importancia de las relaciones familiares en una unión estable y generosa, el respeto de los derechos fundamentales de la persona, el sentido de las libertades fundamentales, incluida la libertad de conciencia y de práctica religiosa, la acogida a los trabajadores y a los inmigrados, la posibilidad de superar los repliegues egoístas, el espíritu de conciliación y de colaboración, la búsqueda de una justicia auténtica, inseparable de la caridad, las bases de una civilización del amor, la aceptación de un fin trascendente que dé sentido a la vida y a la muerte.

Testigo, tras el Apóstol Pedro y con todos mis hermanos cristianos, de estos valores humanos y evangélicos, deseo que ellos inspiren a las nuevas generaciones para su mayor bien. Yo os animo vivamente, en este espíritu, a preparar una Europa más unida, más fraternal y más humana. Es una obra apasionante y de larga duración. Pido a Dios que haga fructíferos vuestros serios y loables esfuerzos, y que bendiga vuestras personas, familias y naciones.





MENSAJE RADIO-TELEVISIVO DEL PAPA JUAN PABLO II


AL PUEBLO CHILENO EN VÍSPERAS


DEL VIAJE APOSTÓLICO A CHILE


Lunes 30 de marzo de 1987



Amadísimos hermanos y hermanas:

Lleno de gozo y esperanza, en vísperas ya de mi viaje pastoral a vuestra nación, os envío desde la Sede del Apóstol Pedro, centro de la catolicidad, un saludo entrañable y afectuoso: “Que la gracia y la paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 1,3).

Mi pensamiento va desde ahora a los obispos, sacerdotes y diáconos, a los religiosos, a las personas y ciudades que tendré la alegría de visitar, y a todos los chilenos sin distinción, hombres y mujeres, por los que rezo cada día y a los que bendigo con todo el afecto en el Señor.

Desde lo más profundo le mi corazón, doy gracias a la Divina Providencia porque me ofrece esta oportunidad de ir a vuestro país como Peregrino de Evangelización.

13 Voy a Chile, gozoso de saber que desde los albores del descubrimiento, en el lejano noviembre de 1520, el Señor quiso hacer su entrada en esa tierra privilegiada por la majestuosa e imponente puerta del estrecho de Magallanes. Allí, no lejos del extremo austral, según la tradición, se celebró por primera vez la Santa Misa en Chile. Allí, pues, Cristo, abriendo un nuevo y fecundo capítulo en la historia de la salvación, entregó esas tierras a Dios Padre y desde entonces, en tan hermoso escenario de campos y montañas, de bahías y de mares, de desiertos y canales el mismo Dios puso su morada y vive para siempre en el corazón de los chilenos, formando con todos ellos una sola familia de hermanos en torno a la cruz del Redentor, enarbolada por los primeros misioneros.

Con la celebración de la Eucaristía y con la predicación de la doctrina cristiana, se echaron en el país esas hondas e indelebles raíces de fe que, a lo largo de la historia, han sido para Chile, como para todo el continente latinoamericano, la sólida base para un profundo humanismo cristiano, fuente inagotable de preciosos valores históricos, culturales y sociales. Desde el comienzo, los misioneros no temieron arriesgar sus vidas por sembrar la Palabra divina, ofreciendo así una leal y generosa aportación a la unidad nacional y promoviendo el amor y la convivencia pacífica; sin descuidar el deber de decir por amor una palabra enérgica, cuando se menospreciaban los deberes de caridad y justicia.

Con la gracia de Dios espero llegar a vuestro querido país el primero de abril, como mensajero de la vida, del amor, de la reconciliación y de la paz que nacen de Cristo Redentor. Esta es la tarea pastoral que deseo desarrollar entre vosotros cumpliendo así el mandato que Jesús confió a Pedro y a sus Sucesores: Confirma a tus hermanos en la fe (
Lc 22,32).

He aceptado con alegría y gratitud la invitación que en su oportunidad me hicieran la Conferencia Episcopal de Chile y el Gobierno de la nación. Recorreré vuestro país desde su capital, Santiago, hacia el Sur, pasando por Valparaíso, Punta Arenas, Puerto Montt, Concepción y Temuco; y hacia el Norte, visitando La Serena y Antofagasta. Me hubiera gustado que mi itinerario apostólico incluyese otras ciudades y lugares; pero sabéis que voy a visitaros a todos, sin distinción de origen ni posición social; sabéis que acepto encantado la invitación que habéis querido hacer presente en centenares de millares de emblemas con la frase “ Santo Padre, ¡yo lo invito! ”; sabéis también que quiero entrar en todos los hogares al menos con el saludo o con la bendición y que, desde cualquier sitio donde me encuentre, a todos os abrazaré y a todos irá dirigida mi palabra de aliento y esperanza.

Mi visita tiene una dimensión religiosa y pastoral, al servicio de la causa del reino de Dios, que es “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (cf. Praefatio Missae D.N.I.C. Universorum Regis).

Es para mí motivo de viva complacencia saber que, bajo la guía de vuestros Pastores, os estáis preparando con intenso espíritu de oración para que esta visita del Sucesor de Pedro produzca abundantes frutos que renueven vuestra caridad e impulsen la nueva evangelización, fortaleciendo la pastoral ordinaria y permanente de cada diócesis, guiada por su obispo. Ya desde ahora deseo manifestar mi reconocimiento a las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, y a todos los queridos fieles por la generosa colaboración que están prestando para que las jornadas que, Dios mediante, viviré entre vosotros, refuercen los lazos de fraternidad y la voluntad de convivencia pacífica de todos los chilenos desde la perspectiva de la fe y en camino hacia la vida eterna.

Os pido que me acompañéis con vuestras plegarias y sacrificios. A la Santísima Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile, encomiendo mi peregrinación apostólica, mientras en señal de benevolencia os bendigo a todos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.






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