Discursos 1988 57


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PUEBLO PERUANO


Jueves 12 de mayo de 1988



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. A tres años de distancia de mi primera visita pastoral a la noble nación peruana, tomo de nuevo el cayado de peregrino, y esta vez para presidir en Lima la solemne ceremonia de clausura del V Congreso Eucarístico y Mariano de los países bolivarianos.

Dentro de unos días tendré el gozo de encontrarme en esa ciudad, convertida ahora en altar de naciones hermanas, desde donde se ofrece al Señor el fruto personal de vuestra fe y vuestro amor común a Jesús Sacramentado. Desde lo más profundo de mi corazón, doy gracias a la Divina Providencia por esta oportunidad que me ofrece de unirme a los Pastores y fieles de pueblos tan queridos, como son Perú, Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela, en la profesión de fe eucarística que tendrá lugar en el Campo de San Miguel de Lima.

58 2. Desde la sede del Apóstol Pedro, centro de la catolicidad, envío a todos un entrañable y afectuoso saludo con las palabras de San Pablo: “Que la gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 1,3).

Junto con mi deferente saludo y agradecimiento a las autoridades peruanas por su amable invitación, deseo manifestar mi profunda gratitud a los Episcopados de los seis países bolivarianos, quienes en un gesto fraterno de comunión, han querido que las intensas jornadas de estudio y reflexión de este Congreso fueran clausuradas con una Eucaristía presidida por el Sucesor de Pedro, Cabeza del Colegio Apostólico.

3. Mi visita, si bien va a ser muy breve, me permitirá, no obstante, encontrarme con los amadísimos hijos de Lima y de otras muchas partes del Perú que acudirán a la cita con el Papa. Vaya desde ahora a todos mi palabra de aliento a redoblar la preparación espiritual que, bajo la guía de los Pastores, han venido desarrollando en las parroquias, en las comunidades, en los grupos de oración y de apostolado. Me complace saber que la gran Misión realizada en Lima y en otras ciudades, ha convocado, con gran empeño y entusiasmo, a las fuerzas vivas de la Iglesia: sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, seminaristas y, de modo especial, a los laicos. Todos ellos, con dedicación y entrega, están contribuyendo a que el Congreso que vamos a clausurar sea realmente una nueva llamada a intensificar el impulso evangelizador, que fortalezca la acción pastoral y la vida cristiana de cada comunidad eclesial.

4. Queridos hermanos y hermanas de los países bolivarianos: Elevo mi ferviente plegaria al Altísimo para que el Congreso Eucarístico y Mariano que vamos a clausurar redunde en abundantes frutos para vuestras almas y que ese fruto permanezca vivo por la asidua práctica de la adoración al Santísimo Sacramento y la participación frecuente en la Eucaristía, “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (Lumen gentium LG 11).

Encomiendo a la Virgen de la Evangelización las intenciones pastorales de este viaje, mientras pido al Señor de los Milagros que derrame sus gracias sobre los amadísimos hijos del Perú y de todos lo países bolivarianos, a quienes imparto de corazón mi Bendición Apostólica: en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.









VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY


A LOS ENFERMOS Y A LOS ANCIANOS


Catedral de Sucre, Bolivia

Jueves 12 de mayo de 1988

: Muy queridos hermanos y hermanas:

1. Mi visita a la catedral de esta acogedora ciudad de Sucre, tiene un aliciente para mí emocionante, ya que permite encontrarme con vosotros los enfermos, los que sufrís en el cuerpo y en el alma por la pérdida de la salud.

Es un encuentro deseado por mí particularmente, para deciros, queridos enfermos aquí presentes, así como a cuantos –a lo largo y ancho de Bolivia padecen enfermedad– que me siento muy cercano a todos los que sufrís, que desearía ofreceros con mi presencia un momento de consuelo y que pido a Dios para que El os dé fortaleza y serenidad en vuestro dolor.

2. El misterio del dolor estremece nuestra existencia. No es fácil aceptar el dolor y la muerte, porque ello supone aceptar nuestra fragilidad en sus múltiples dimensiones. El misterio se vuelve aún más denso cuando nos adentramos en el sufrimiento de Cristo, Hijo de Dios, en quien por una parte todo dolor humano halla su explicación y significado trascendente. También Jesús sufrió el dolor y la muerte y exclamó: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39).

59 Así lo recordaban los obispos de todo el mundo, en su mensaje a los enfermos, al concluir el Concilio Vaticano II: “Tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros, la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento y de daros un alivio sin engaño: la fe y la unión al Varón de dolores, a Cristo, Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y nuestra salvación” (Mensaje de los Padres conciliares a los enfermos).

Además, si sabemos afrontar debidamente la enfermedad, podemos aprender a la vez a descubrir a Dios, a comprender el dolor de nuestros semejantes y unirnos a Cristo que sufre por los hombres. Esto es cumplir lo que ya indicaba San Pablo: “Completar en nosotros lo que falta a la pasión de Cristo en beneficio de su Iglesia” (
Col 1,24).

3. Pero hay otra dimensión no menos importante capaz de humanizar el sufrimiento y es la acción que podemos realizar, aliviando los dolores de nuestros hermanos y expresando así nuestro amor fraterno. Ante el dolor, crecen la solidaridad y el amor.

Por ello, siguiendo las huellas y la enseñanza del Maestro, la Iglesia, como el buen samaritano del Evangelio, desde sus mismos orígenes se interesó especialmente por los enfermos, por los pobres y olvidados. Los Apóstoles, además de preocuparse por los enfermos, encargaron a los diáconos atender a las viudas y a los menesterosos. Desde tiempos antiguos, en los monasterios e iglesias de la cristiandad eran especialmente acogidos cuantos sufrían por enfermedad o miseria. Y mucho antes que los Estados se ocuparan de estos ciudadanos, la Iglesia estableció hospitales para enfermos, hospicios para abandonados y otras instituciones para atender a los que padecían necesidad.

Para todo cristiano, visitar y atender a los enfermos es una obra de misericordia; porque Jesús está presente en ellos: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36).

4. También hoy la Iglesia sigue prestando estos servicios, aun cuando la sociedad moderna se va haciendo cargo cada vez más de su organización general. También hoy la presencia de los cristianos en los lugares donde el hombre sufre enfermedad, soledad y abandono, es siempre notoria. Es una labor cristiana y humanitaria.

Para seguir esa vocación de testimonio evangélico, han ido surgiendo dentro de la Iglesia beneméritos institutos religiosos, cuyos miembros se consagran íntegra y ejemplarmente a la atención de enfermos. No es menos apreciable esa presencia en Bolivia, donde la mortalidad infantil es muy elevada, donde la expectativa media de vida está aún en niveles bajos, donde el alcoholismo y el nuevo azote de la drogadicción amenazan a todos los estratos sociales. Ahí hallan un amplio campo de acción y apostolado las religiosas y religiosos en Bolivia, para poner amor donde hay dolor. A todas estas personas consagradas que dedican su vida a los enfermos, les expreso mi profunda gratitud por la encomiable labor que realizan con tanta entrega y abnegación. Cristo Jesús será su recompensa.

5. A los médicos, enfermeras, enfermeros y auxiliares sanitarios deseo manifestarles asimismo mi profundo aprecio y respeto por su ejemplar desvelo en el ejercicio de su profesión. Esta es una verdadera vocación destinada al alivio de hermanos que sufren. Pocas profesiones son tan dignas y de tanta estima como la del médico cuando actúa con entrega y sentido ético y humanitario. Esto le acerca a una especie de sacerdocio, en el que su misión es sanar el cuerpo, y a la vez, aliviar el espíritu.

Por ello aliento a estos profesionales a ser conscientes de su dignísimo cometido, a servir siempre a la vida y nunca a la muerte, a una total probidad en la elección de los tratamientos e intervenciones quirúrgicas, a no ceder a la tentación del dinero, a no abandonar la propia patria –que necesita de ellos– por solas ganancias materiales, a ver en sus pacientes –aunque sean los más pobres, que acaso ni pueden pagar sus servicios–, a personas humanas y hijos de Dios.

6. Queridos hermanos y hermanas enfermos: vosotros que vivís la pasión del Señor, si la vivís con El, estáis fortaleciendo a la Iglesia con el testimonio de vuestra fe y el valor de vuestro sacrificio. Con vuestra paciencia, fortaleza y alegría estáis proclamando el misterio del poder redentor de Cristo y encontraréis al Señor crucificado en medio de vuestra enfermedad y de vuestro sufrimiento.

Encomiendo al Señor a cuantos trabajan por los enfermos en hospitales, residencias, sanatorios, centros de asistencia a moribundos y en el hospital psiquiátrico de esta ciudad. Quiero reiterar a todos, doctores, enfermeras, capellanes y demás personal hospitalario: la vuestra es una noble vocación. Recordar que es a Cristo a quien servís en los sufrimientos de vuestros hermanos y hermanas.

60 A vosotros los enfermos presentes y a todos los que siguen este encuentro a través de la radio y la televisión, con amor de hermano doy un afectuoso abrazo, os pido que ofrezcáis vuestras penas por la Iglesia y sus Pastores, por la unidad de los bolivianos y la prosperidad de vuestra patria, mientras a todos imparto una especial Bendición Apostólica.







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A LOS REPRESENTANTES DEL MUNDO INTELECTUAL


Y DE LA CLASE DIRIGENTE


Colegio «La Salle» de Santa Cruz, Bolivia

Jueves 12 de mayo de 1988



1. Es para mí motivo de gran gozo y satisfacción compartir estos momentos de mi visita a la querida tierra boliviana con vosotros, hombres y mujeres que representáis de una manera especial la cultura y la animación de importantes actividades que inciden directamente en el desarrollo del país. Son éstos, dos campos íntimamente relacionados y, diría, complementarios, pues la misma actividad productiva, que constituye ya de por sí una expresión cultural –y que para un cristiano ha de inspirarse en el hombre y a partir de él– debe crear todo cuanto sea necesario para satisfacer las necesidades vitales y fomentar las condiciones favorables que permitan el desarrollo integral de todos los miembros de la sociedad.

En mis viajes, he querido siempre dar especial relieve a estos encuentros, pues soy consciente de las importantes responsabilidades que tenéis en la sociedad. Sin embargo, mi estancia entre vosotros no tiene como finalidad someter a examen materias que son de vuestra competencia. He venido como Pastor y como hermano, deseoso de compartir el patrimonio común de la fe, de valorar a vuestro lado las inmensas virtualidades del mensaje cristiano que ha de inspirar vuestra vida y toda vuestra actividad y que se concreta en la llamada doctrina social católica, que no es otra cosa que una reflexión sobre el hombre y sus formas de relación con sus hermanos y con el mundo, a la luz de la Revelación. Esta doctrina intenta guiar a los hombres para que ellos mismos, con la ayuda de la razón y de las ciencias humanas, den una respuesta a su vocación de constructores responsables de la sociedad terrena (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 1).

2. ¡Constructores responsables! Nadie pone en duda que estamos ante una incumbencia y una tarea de todos; por eso, como ya sabemos por experiencia, es menester que en la sociedad se distribuya racionalmente la actividad y se repartan las tareas según las habilidades de cada uno, colaborando todos sin excepción en la búsqueda del bien para toda la colectividad. Se trata pues de una división funcional que no puede dar origen a fracciones ni a discriminaciones de ningún tipo, y que comporta el que algunos desempeñen los cargos de dirección, no como un privilegio egoísta, sino con la plena conciencia de la grave responsabilidad que supone el deber de coordinar la actividad común, planificar inteligentemente las etapas del progreso social, los programas de inversión, la adecuada asignación de recursos y, en fin, toda la complejísima red de actividades que denotan la presencia de una sociedad sabia y eficiente organizada en todos sus componentes.

La sociedad justa a la que todos aspiramos se construye día a día mediante la colaboración de todos sus miembros, cumpliendo en ello la amorosa vocación que Dios ha confiado al hombre salido de sus manos. Construir la ciudad es, podríamos decir, construir al hombre: esto es, tomar al hombre completo y cabal como medida y meta de toda actividad social, creando las condiciones necesarias para que todos y cada uno de los miembros de la comunidad humana puedan alcanzar su plena formación y desarrollo.

Podríamos ahora preguntarnos: ¿Quién edifica en realidad la morada de los hombres? Vienen a mi mente y a mi corazón las bellas palabras del Salmo: “Si el Señor no construye la casa, en vano se fatigan los constructores” (Ps 127 [126], 1). Sí, queridos participantes en este encuentro: la auténtica preocupación por el hombre, por sus derechos, por el respeto a su dignidad fundamental y inalienable, no será nunca tomada en toda su profundidad si no abrimos el corazón a esta verdad. Solos no podremos superar jamás las estructuras injustas, efecto del pecado, que constituyen un obstáculo real al crecimiento y a la realización de los pueblos. Vosotros, como guías responsables del progreso cultural y técnico, con los ojos y el corazón puestos en Jesucristo, encontraréis en El la inspiración necesaria para cumplir la delicadísima tarea de orientar los destinos de vuestra patria.

3. La reciente Encíclica, en la que una vez más he querido explicitar la continua preocupación social de la Iglesia, es un llamado a la solidaridad en todos los niveles. Ser dirigente político, cultural, o de cualquier orden, no solamente no excluye, sino que exige esta virtud de la solidaridad. El concepto moderno de la administración se apoya en la participación activa, a la vez que excluye toda forma que pueda suponer coacción o atropello a la dignidad de la persona humana. Supone conocer las necesidades reales a lo que se suma el afán por buscar los caminos más idóneos para solucionar ante todo los problemas más elementales y establecer una jerarquía en la programación de la actividad siempre ordenada al bien común, sin concesiones a privilegios personales o corporativos o a ventajas egoístas. Solidaridad supone la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. A ella se opone radicalmente la desmedida sed de ganancia y de poder, perenne tentación que hay que saber discernir atentamente, pues en no pocas ocasiones se esconde tras finas apariencias de bien (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 38).

El pueblo de Bolivia tiene derecho a mirar al futuro con una visión llena de esperanza, porque es depositario de ricos valores que integran tradiciones autóctonas y valores nuevos que han ido perfilando, a través de la historia, vuestra identidad como nación. El carácter profundamente humano de los bolivianos, su conocida hospitalidad, su tesón para hacer frente a una naturaleza bravía y a veces hostil, su gran espíritu solidario, la capacidad de resistencia al infortunio, la conservación de valores de honda raigambre local, enriquecidos por los valores cristianos aportados por la gran obra evangelizadora cuyo V centenario nos disponemos a conmemorar, cimientan una prometedora base para la construcción de una nueva sociedad; de una Bolivia más estable en la que todos puedan vivir con mayor seguridad y con el aliento de una esperanza más sólida para las presentes y futuras generaciones.

4. La evangelización ciertamente no se identifica con un proceso cultural. Sin embargo, el reino que el Evangelio anuncia es vivido por hombres profundamente vinculados a una cultura, y la construcción del reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas (cf. Evangelii nuntiandi EN 20). He ahí por qué toda evangelización tiene que partir del hombre mismo llamado a realizar en sí la imagen de su Creador; no imponiendo sino despertando dentro de él la conciencia de la necesidad absoluta de la salvación en Jesucristo. En los valores propios de cada cultura hay verdaderas semillas de la Palabra que, gracias al proceso evangelizador, tienden a fructificar en criterios de juicio, modelos de comportamiento y en fuentes de inspiración de toda la vida de una sociedad, en perfecta coherencia con los valores del mismo Evangelio.

61 Bolivia puede presentar una fecunda tradición que ha logrado expresiones muy concretas a lo largo de las diversas épocas de la historia, no solo a partir de la Conquista, sino también desde remota antigüedad, como revelan los testimonios arqueológicos, que con razón conserváis como parte importantísima de vuestra tradición cultural. A partir de la Colonia se fueron forjando poco a poco nuevas instituciones que, como la Universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca, ejercieron una función decisiva en la formación de los ciudadanos y en la construcción de la nueva sociedad, una vez conseguida la independencia. Es necesario reconocer en esa brillante multitud de hombres y mujeres de diversas profesiones –clérigos, religiosos, seglares– y en la obra realizada por ellos, una clara manifestación de la inspiración cristiana que, lejos de retrasar, contribuyó eficazmente al progreso cultural pluralista de vuestro país.

5. Los que ahora compartís el ejercicio de esas responsabilidades, tanto en el campo de la política, como en el de la economía, las artes y las ciencias, en esta amada Bolivia, habréis de esforzaros por integrar los valores propios de vuestro saber o de vuestro cometido con las verdades de la fe que os legaron vuestros mayores, dispuestos siempre, sin rémoras ni subterfugios, al diálogo y al trabajo, a la participación en todas aquellas iniciativas que puedan ennoblecer a vuestro pueblo: en la cultura, en el desarrollo de las potencialidades de esta tierra, en la edificación de una sociedad laboriosa, participativa y solidaria donde todos los que pongan su esfuerzo en mejorarla reciban también la condigna recompensa.

Vuestro desafío ha de tener como objetivo común servir al hombre boliviano en sus apremiantes necesidades concretas de hoy, y prevenir las de mañana; luchar contra la pobreza y el hambre, el desempleo y la ignorancia; transformar los recursos potenciales de la naturaleza con inteligencia, laboriosidad, responsabilidad, constancia y honesta gestión, en bienes y servicios útiles para los bolivianos; para todos los bolivianos, sin injustas diferencias que ofenden a la condición de hermanos, de hijos de un mismo Padre y copartícipes de los dones que el Creador puso en manos de todos los hombres.

Habéis de ver en este servicio una exigencia que viene de la fe y una demanda que os dirigen vuestros conciudadanos, especialmente aquellos que sufren todavía situaciones de injusta marginación y olvido, en los campos y en las ciudades; los habitantes de los suburbios; los incapacitados para trabajos remunerativos; los enfermos mal atendidos; los que carecen de trabajo; los que no están amparados por una adecuada protección social y legal. Y estos hermanos, –aunque sea doloroso hay que decirlo– constituyen aún la gran mayoría de vuestro pueblo.

6. La promoción integral de un pueblo requiere una infraestructura que la haga posible; pero depende sobre todo de la calidad humanística de sus educadores y dirigentes, en sentido amplio. Sólo así, viviendo y transmitiendo en plenitud los valores morales y humanos, daréis a Bolivia el elemento aglutinante de su cohesión social y de su progreso liberador de unas condiciones socio-económicas difíciles, en comunión con toda la gran familia latinoamericana.

Con un pensamiento, y sobre todo con una experiencia al servicio de la fe, la justicia y la solidaridad orientaréis las conquistas de la inteligencia humana, particularmente en lo que se refiere a la investigación científica y tecnológica, para servir a las necesidades concretas del hombre boliviano. Deseo mencionar aquí con particular aprecio y encarecimiento a la Universidad Católica Boliviana, en la que la Sede Apostólica tiene depositadas vivas esperanzas desde su fundación en 1966, y que fue vista con verdadera predilección por el Papa Pablo VI. Pueda ella proseguir sus esfuerzos para lograr una síntesis de fe y de cultura, formando una intelectualidad cristiana, insertada vivamente en la realidad nacional. El humanismo auténtico fundamentado en la dignidad del hombre, que Cristo con su muerte elevó al plano de hijo de Dios, supone la síntesis de los elementos culturales de todos los tiempos y su integración en función de los valores supremos e inmutables.

Una síntesis cultural que esté en perfecta simbiosis con la vida, que invite a la participación y al diálogo entre personas y comunidades, y que ponga todos los medios para armonizar las riquezas de las culturas tradicionales propias con la sensibilidad por las necesidades modernas. Una cultura que, partiendo de las profundas raíces de la misma tierra y de su historia, busque un objetivo patriótico común que se abra hacia nuevos horizontes, uniendo en un abrazo fraternal a todos los pueblos.

7. Así estaremos construyendo la civilización del amor, la cual exige la virtud de la solidaridad que “nos ayuda a ver al “otro” –persona, pueblo o nación– no como un instrumento cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo y resistencia física abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un “semejante” nuestro, una “ayuda” (cf. Gn
Gn 2,18-20) para hacerlo partícipe como nosotros del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios” (Sollicitudo rei socialis SRS 39).

Viviendo la solidaridad entraremos por el camino de una auténtica liberación socio-económica y evitaremos la explotación, la opresión y la anulación de los demás, dolorosas manifestaciones de las estructuras de pecado que, por desgracia, hacen cada vez más difícil la consolidación de una convivencia pacífica. Se podrá evitar así la tentación de considerar toda la actividad económica como una realidad únicamente técnica, ignorando su carácter moral. “La verdadera elevación del hombre, conforme a la vocación natural y histórica de cada uno, no se alcanza explotando solamente la abundancia de bienes y servicios, o disponiendo de infraestructuras perfectas” (Ibíd., 33). En una palabra: hay que apostar por el ideal de la solidaridad frente al caduco ideal del dominio.

Es necesario, pues, considerar seriamente la dimensión humanista de la economía y tomar el “parámetro interior” del hombre, su propia naturaleza, su relación con los demás seres creados y con su Creador, para lograr el equilibrio necesario de desarrollo en beneficio de todos. Solamente a partir del hombre podréis llegar a conseguir que la empresa aparezca como agente de este desarrollo, asumiendo riesgos y llevando a un nivel óptimo su potencial creativo en la producción de riqueza y en la generación de puestos de trabajo siempre al servicio de todos; una empresa que con el progresivo aumento de la participación, salarios dignos, corresponsabilidad y sentido comunitario, sea una auténtica comunidad de personas, antes que una simple unidad de producción.

8. Motivo de seria preocupación para todos debe ser la actitud insolidaria de lo que ha venido a llamarse “fuga de cerebros y capitales” que, en lugar de contribuir al desarrollo progresivo de la comunidad nacional, prefieren desvincularse de su propia tierra para buscar otros medios más prósperos donde podrán establecerse supuestamente en condiciones más favorables. Con esto, no queremos negar el legítimo derecho, consagrado por la doctrina social de la Iglesia, a emigrar a otros países y fijar allí su domicilio, cuando así lo aconsejen justos motivos (Pacem in terris PT 25), ni tampoco el hecho de que a veces esas migraciones estén provocadas por situaciones de inseguridad reinantes en el propio ambiente.

62 Será preciso, por tanto, que os empeñéis con toda generosidad en hacer de Bolivia una nación estable y pacífica, donde reine la justicia, donde se respete el derecho de toda persona al trabajo honesto y bien remunerado y donde se abra un amplio campo a la iniciativa económica, derecho éste también inalienable que, en la práctica, se ve tantas veces negado por la irresponsabilidad o el egoísmo de las clases dominantes.

Dentro de la concepción cristiana de toda la actividad laboral es necesario que la legislación admita y respete el derecho a la huelga, evitando posibles abusos de una y otra parte. “Este es un método reconocido por la doctrina social católica como legítimo en las debidas condiciones y en los justos límites” (Laborem exercens
LE 20). Con todo, sigue siendo un recurso extremo, aunque tenemos que admitir que a veces es el único con el que cuentan los trabajadores para defender sus legítimos derechos.

Pertenecer a la llamada “clase dirigente” más que un honor, es una gravísima responsabilidad que debe ser asumida seriamente. Quiero hacer un llamado urgente a todos y cada uno de vosotros, a comprometeros con valentía, cada uno en su propio campo, a hacer de Bolivia una patria común donde no haya ni opresores ni oprimidos, ni señores ni esclavos, sino hermanos que se reconocen como tales y como tales se aman.

9. La labor de los dirigentes políticos habrá de ser, en este contexto, fruto de un ambiente de desvelo y de honestidad en el servicio, esforzándose por dar espacios de participación democrática a quienes están todavía al margen, y potenciando adecuadas vías de protagonismo a los cuerpos intermedios de la sociedad. Será competencia de las clases políticas la búsqueda de estos espacios de diálogo y comprensión, la promoción de los valores humanos y la defensa de sus derechos –aun en los casos de máxima conflictividad– comenzando por una activa educación a la convivencia y una decidida actuación que fomente la moralidad pública y los valores superiores, que dan cohesión y sentido pleno a la vida nacional.

El esfuerzo por una Bolivia renovada, que supere las causas de un pasado marcado por la permanente inestabilidad es tarea de todos en un pluralismo legítimo y solidario. La paz, fundada en la justicia y el amor entre los hermanos sin distinción de raza, sexo o credo, será la base de nuevos hitos culturales y humanísticos para un pueblo que busca la realización de su destino espiritual.

Sin perder de vista estos nobles objetivos, extended la mirada más allá de las propias fronteras y pensad en la necesidad urgente de crear la solidaridad latinoamericana, comenzando quizás, a nivel regional, por superar los egoísmos nacionalistas y crear un frente común capacitado para dialogar a nivel de igualdad con los países industrializados en la búsqueda de condiciones de intercambio que respeten la iniciativa económica y la propia identidad de cada pueblo. Esta igualdad tiene que ser el fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 33). Con esto, no se trata de proyectar desafíos de bloques de poder a nivel latinoamericano, sino de reivindicar legítimos derechos que solamente en modo colectivo podrán ser defendidos con eficacia.

Finalmente, quiero haceros un llamado a vincularos, como laicos cristianos, a los esfuerzos de los obispos bolivianos, que con tanto sacrificio y entrega difunden el Evangelio del amor y de la concordia, contribuyendo así eficazmente al desarrollo integral de la persona humana y a la paz social. Como laicos cristianos, os exhorto a asumir vuestra vocación eclesial salvaguardando la dimensión trascendente de la vida humana y difundiendo los valores evangélicos, que han de ser vividos, compartidos y desarrollados. Unos valores que no podrán ser silenciados nunca y que hemos de colocar bien alto para que iluminen a toda la humanidad.

Hoy más que nunca el papel de los laicos es de primer orden en la construcción de nuestra Iglesia. El Señor nos dice a todos, también a los seglares: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte, ni se enciende una lámpara y se la pone debajo, sino sobre el candelero, para que alumbre a cuantos hay en la casa” (Mt 5,14-15).

Mirad hacia adelante con ilusión y confianza. No hay penurias humanas que no puedan ser superadas con laboriosidad, constancia y honradez. Y sobre todo, con el recurso al Todopoderoso que os ayudará, especialmente, a vencer el mal, ese mal que rebaja al ser humano y daña a la sociedad.







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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS NIÑOS EN EL AEROPUERTO DE TARIJA


Tarija (Bolivia)

Viernes 13 de mayo de 1988



63 “Yo te bendigo, Padre Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt 11,25).

1. Al llegar a Tarija mi corazón se desborda en alabanzas al Padre celestial por esta tierra que El os ha dado, y que está como oculta por las montañas a los ojos del mundo; quiero alabar al Creador por vuestras selvas que bajan desde los valles al Chaco, por las flores, los viñedos y árboles frutales, que son un don del Padre para sus hijos en este rincón del sur de Bolivia. Vuestro alegre folklore “chapaco”, los rostros de los aquí presentes y sobre todo vuestras tradiciones cristianas llenan mi alma de gozo, al comprobar como Sucesor del Apóstol Pedro, la fecundidad del mensaje de Cristo en estas tierras, regadas por el río Guadalquivir.

Con ese gozo y alegría saludo a Monseñor Abel Costas, obispo de esta diócesis, y a los otros obispos aquí presentes, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a las autoridades, a cuantos han venido del sur de Potosí, de Chuquisaca, y de otros lugares, y a todo el Pueblo de Dios aquí reunido. Mi saludo y mi bendición va hoy, a los niños en especial y a todos los que tienen relación con el mundo de la infancia: a los padres y a los maestros, a los catequistas y a los agentes de salud. A todos vosotros os dirá el Señor, cuando lo veáis cara a cara: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

2. El Papa, desde que llegó a tierra boliviana, ha tenido siempre presente en sus mensajes de un modo particular a los niños, los más afectados en realidad por tantos problemas y, a la vez, porque son el futuro del continente de la esperanza.En efecto, la infancia y la juventud son siempre el auténtico tesoro de un país. Cuantos esfuerzos se realicen para mejorar sus condiciones físicas y espirituales repercutirán, en un plazo muy breve, en todos los campos de la vida. Vosotros, los educadores en el sentido más amplio y genuino, tenéis en vuestras manos la grandiosa tarea de cuidar este tesoro, en el que debéis poner vuestro corazón (cf. Ibíd., 6, 21). Sois como ese “siervo fiel y prudente, a quien el Señor puso al frente de su servidumbre para darle la comida a su tiempo” (Ibíd., 24, 25). Sois en verdad ese siervo que se quedará al frente de toda la hacienda –esto es, que llegará al reino de los cielos–, si, “cuando vuelva el Señor, lo encuentra haciendo así” (Ibíd., 24, 46-47).

Los niños son los predilectos de Dios, hasta tal punto que –como leemos en el Evangelio– es a ellos a quienes reserva de manera primordial el reino (cf. Mc Mc 10,14). “Si no cambiáis y os hacéis como los niños –dice Jesús– no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18,3). Los niños son a su vez el tesoro y la esperanza de la Iglesia, que hace suyas las palabras de Cristo: “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre” (Ibíd., 18, 10).

3. Sin embargo esos niños, los predilectos de Dios, son muchas veces las primeras víctimas de la pobreza material, con todas sus consecuencias. “Si hay niños que mueren antes de nacer, hay otros que tienen sólo una breve y dolorosa existencia, truncada por enfermedades que, muchas veces, podrían evitarse con facilidad” (Mensaje para la Cuaresma 1988). En muchos países, “precisamente entre los niños se encuentra el número más elevado de muertes debido a infecciones parasitarias, al agua contaminada, al hambre, a la falta de vacunación contra las epidemias e, incluso, a la falta de afecto” (Ibíd.).

Frente a este panorama debéis reaccionar con una atención especial hacia la salud de la infancia. Las vacunaciones oportunas, las medidas de higiene y todos los demás cuidados médicos y sanitarios son parte de vuestras obligaciones para con los niños.

Junto con la promoción de la salud, se debe poner un esmero particular en la adecuada educación sanitaria de las familias, para facilitar más y mejor la protección de la infancia.

4. El empeño por mejorar la salud va íntimamente unido al compromiso por la educación. La enseñanza del lenguaje, escritura y lectura, así como el desarrollo de la inteligencia son derechos inalienables de la persona humana que no podemos negar a los niños. En algunos casos, proporcionar esa formación no será fácil, pero recordad siempre que “todo lo que favorece la alfabetización y la educación de base, que la profundice y complete, es una contribución directa al verdadero desarrollo” (Sollicitudo rei socialis SRS 44). Para ello es necesario crear un ambiente de solidaridad humana y cristiana frente al desafío de la escolarización –especialmente de los niños– porque, como ha recordado el último Concilio: “Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, por poseer la dignidad de persona, tienen derecho a una educación que responda al propio fin” (Gravissimum Educationis GE 1),

Igual que para resolver los problemas de salud, también cuando se trata de solucionar los de la educación hay que promover el concurso y la ayuda de todos: habitantes de las ciudades y del campo, educadores privados y estatales, instituciones privadas, Iglesia y Gobierno (cf. Ibíd.). Corresponderá a éste –en el ejercicio de su función esto es en su calidad de promotor del bien común– asegurar indefectiblemente en casos de necesidad una asignación privilegiada de recursos, incluso dentro de la escasez. Procurar las debidas remuneraciones a los docentes y agentes de salud, y proveerles de los medios necesarios para poder cumplir su tarea será para los gobernantes, en muchas ocasiones, una estricta obligación de justicia.

5. “La educación de los jóvenes, sea cual sea su origen social, debe ser orientada de modo que forme hombres o mujeres que no sólo sean personas cultas, sino de fuerte personalidad, tal como nuestro tiempo los reclama cada vez más” (Gaudium et spes GS 31). Se trata, pues, de llevar a cabo una auténtica labor de formación que desarrolle armónicamente sus condiciones físicas, morales y intelectuales.

64 En concreto, “se ha de instruir de una manera oportuna y a tiempo a los jóvenes, y preferentemente en el seno de la misma familia, sobre la dignidad, valor y cometido del amor conyugal, para que, formados en la guarda de la castidad, cuando lleguen a edad conveniente, puedan pasar de un honrado noviazgo al matrimonio” (Ibíd., 49). Esta formación, que ha de ser personal, corresponderá primariamente a los padres (Congregación para la educación católica, Orientaciones educativas sobre el amor humano, nn 48 y 84).

Por eso es necesaria la formación integral, no sólo para poder desenvolverse dignamente en la sociedad, sino también para servir a Dios con mayor facilidad. “Dejad que los niños vengan a mí”, (
Mc 10,14) nos dice el Señor. Ayudadles a acercarse. Poned los medios para que lo conozcan. Proporcionadles, desde su más tierna infancia, un conocimiento oportuno de ese Jesús que ha querido hacerse niño como ellos. Dios quiere encomendaros a los niños para que, a través de vuestro cariño, descubran el amor de Dios. No lo defraudéis.

“Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de Dios” (Ibíd.), Son ellos, los más pequeños, quienes han recibido la revelación de secretos escondidos a los sabios y prudentes (cf. Mt Mt 11,25).

6. Educaréis a los niños a través de vuestra palabra, por los cauces más diversos –ante todo, en el hogar familiar, y también en la escuela, en la catequesis–, pero, especialmente lo haréis con vuestro ejemplo.

Los niños aprenden a obrar imitando lo que ven hacer a sus semejantes. Por eso, aprenderán de vosotros a ser fuertes, trabajadores, sobrios, alegres y piadosos; ciudadanos rectos y cristianos ejemplares. Imitaréis también de esa forma al Señor que “obró y enseñó” (Ac 1,1), es decir, que no se limitó a transmitirnos un mensaje, sino que vivió entre nosotros dándonos el ejemplo máximo de todas las virtudes.

No olvidéis la grave advertencia del Maestro: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mi, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino..., y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18,6), El ejemplo de padres y educadores debe ir acompañado por el esfuerzo de los gobernantes y de toda la colectividad en defensa de la moralidad pública, especialmente en los medios de comunicación. Lo contrario es conculcar derechos de quienes están más indefensos, y exponerles al peligro de una lamentable manipulación.

7. Quiero ahora dirigirme a los niños de Tarija y de toda Bolivia, llamándolos como cariñosamente se les llama en estas tierras: “changuitos”. A los niños que desde muy corta edad deben ayudar a sus padres, como pastores en la puna y en los valles, como peones en los establecimientos agrícolas del Oriente, o cumpliendo duras tareas en las ciudades, y a los que no tienen necesidad de hacerlo. A los enfermos y a los sanos.

Queridos “changuitos”: El Señor quiso hacerse niño como vosotros, y crecía “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). Quiso que su venida fuese anunciada en primer lugar a unos pastores que estaban cuidando sus rebaños de noche (cf. Ibíd., 2, 8-20), y ser conocido como el carpintero (cf. Mc Mc 6,3) o “el hijo del carpintero” (Mt 13,55). Recorrió, caminando, las largas distancias de Palestina (cf. Jn Jn 4,6) y, muchas veces, “no tenía ni siquiera dónde reclinar su cabeza” (Mt 8,20).

Jesús espera que vosotros crezcáis como El. “En sabiduría”, no abandonando la escuela, estudiando y cumpliendo los deberes escolares. El Papa sabe que os cuesta sacrificio, porque muchas veces debéis hacerlo bajo la lluvia o la nieve, cubriendo grandes distancias a pie por páramos helados y afrontando el cansancio de jornadas de trabajo. Proseguid en este esfuerzo y no os desaniméis, sabiendo que el Señor os mira con alegría.

Aprended bien el catecismo. Así conoceréis cada vez mejor al Niño Jesús, que ha de ser vuestro mejor amigo, y amaréis a Dios sobre todas las cosas.

Jesús quiere que, como El, crezcáis también en “gracia”. Cumplid, para ello, el precepto dominical, siempre que las circunstancias no lo impidan, y creced en la gracia recibiendo los sacramentos. Preparaos bien para la primera confesión y para la primera comunión, y seguid recibiendo a Jesús con frecuencia. Luego, cuando seáis un poco mayores, preparaos para recibir el sacramento de la confirmación que os ayudará a ser testigos de Cristo.

65 Como El, que crecía “en estatura”, debéis desarrollaros en el cuerpo y en el alma como hombres y mujeres cabales. Obedeced a vuestros padres, amándolos y ayudándolos como es tradicional en vuestros pueblos. Compartid juegos y trabajos con vuestros hermanos y amigos. Decid siempre la verdad. No os apoderéis de lo ajeno. Sed fuertes en vuestras tareas, en el estudio y en el deporte.

Niños de Bolivia, el Papa reza por vosotros, pero también necesita apoyarse en vosotros. Por eso, os pido que me acompañéis con vuestras oraciones, y con esa parte del yugo del Señor que El ha permitido que toméis sobre vuestros hombros. Manteneos en este camino de amor, y Jesús os llenará siempre de alegría (cf. Mt
Mt 11,28-30). Antes de terminar, deseo dirigir unas palabras de merecido aprecio a la mujer boliviana: a las madres y esposas, a las amas de casa, del campo y de la ciudad. Vuestra dedicación silenciosa y abnegada, cuidando a los hijos, trabajando no pocas veces junto al marido, os hacen acreedoras al respeto y admiración de toda la sociedad. Continuad cultivando ese papel insustituible que la mujer latinoamericana ha desempeñado a través de los tiempos: la custodia del alma cristiana de América Latina.

8. A todos los aquí presentes os agradezco las manifestaciones de cariño que me habéis dispensado. El Papa está feliz de haberos visitado.

Seguid por la senda de todos los que han contribuido al bien de esta Patria durante su historia. Haced un esfuerzo por promover el bien de la infancia, buscando un desarrollo integral de los niños que llegue hasta el último rincón de Bolivia.

El Señor, que “abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos”, (Mc 10,16) que es dador de la salud y la sabiduría, fortifique vuestra voluntad para esta noble y ardua tarea.

Termino invocando a la Santísima Virgen: que Ella os proteja siempre y cuide con especial amor de la infancia, de la niñez, y de la juventud bolivianas.

De todo corazón imparto mi Bendición Apostólica a todos los presentes, en especial a los niños y niñas de Bolivia, a sus familias y a sus catequistas.









Discursos 1988 57