Discursos 1988 65


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY


A LOS LAICOS, A LOS CATEQUISTAS


Y A LOS MOVIMIENTOS DE APOSTOLADO


Catedral de Santa Cruz (Bolivia)

Viernes 13 de mayo de 1988



¡Alabado sea Jesucristo!

1. Con gran alegría me encuentro hoy reunido con vosotros, en la catedral de esta ciudad de los tajibos en flor, signada desde su fundación con el nombre de Santa Cruz de la Sierra.

66 Saludo, en primer lugar, al arzobispo Monseñor Luis Aníbal Rodríguez Pardo, a sus obispos auxiliares a los demás obispos presentes, al presidente de la comisión episcopal de Laicos y, en especial, a los laicos aquí congregados y a todos los que nos acompañan a través de la radio o la televisión. Sois “linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1P 2,9).

El nombre de vuestra ciudad nos recuerda la obra de la Redención. Jesucristo, muerto en cruz y resucitado, quiso permanecer cuarenta días en la tierra instruyendo a los Apóstoles y completando la fundación de su Iglesia. El tiempo pascual, que celebramos a través de la liturgia, nos hace revivir aquellos acontecimientos y la misión que la Iglesia recibió de su Fundador: extender sobre la tierra el reino de Dios.

2. “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos” (1Co 12,4-6).

La Iglesia es comunión: hay un único depósito de la fe, unos mismos sacramentos, un idéntico vínculo de caridad porque “es el mismo el Dios que obra”, “el Señor es el mismo”, y “un mismo y único Espíritu” (Ibíd., 12, 11) obra en todos. Y, en esa comunión, todos participamos en la única misión sacerdotal, profética y real de Cristo. Pero siendo diversas las necesidades eclesiales y los desafíos que la historia plantea, el Espíritu distribuye sus dones “a cada uno en particular según su voluntad” (Ibíd.). En efecto, Cristo ha llamado algunos hombres para que, configurados con El sirvan a sus hermanos en el ministerio sacerdotal. Ha querido a la vez que otros, para dar testimonio del valor de la vida eterna, abracen el estado religioso. En cambio, a la gran mayoría de los cristianos, nuestro Señor las ha pedido que cumplan la misión eclesial inmersos en el mundo. Hacen así presente y operante a la Iglesia, en todas las circunstancias de la vida, de modo que su acción salvífica llegue a todos los hombres e impregne la obra de la creación. Ejercen de esta manera el sacerdocio común que poseen por ser bautizados, convirtiendo todas sus obras en sacrificio espiritual, aceptable a Dios por Jesucristo, por su unión con El en la comunión eclesial, en la participación de la vida sacramental y en la unión con los Pastores y con la comunidad.

3. “Todos los fieles” –os recuerdo con palabras del Concilio Vaticano II–, “cualquiera que sea su estado y condición..., están llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad” (Lumen gentium LG 11). Los laicos, pues, estáis llamados por Dios, tenéis una vocación propia que no se agota en el cumplimiento de las obligaciones mínimas necesarias para evitar la condenación eterna. Vosotros, todos vosotros, sois cristianos a pleno título, con una llamada divina a la santidad, que os compromete totalmente, abarcando todos los aspectos y fases de vuestra vida. El mundo del trabajo, la vida familiar y social, los momentos de esparcimiento y descanso, la escuela y la universidad y, en fin, todas las actividades honradas de los hombres son vuestro lugar de encuentro con Cristo, donde os santificáis y contribuís “a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento” (Ibíd., 31).

4. “A cada cual –dice el Apóstol a los de Corinto– se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1Co 12,7). Vuestra vocación incluye también, como parte fundamental, una colaboración activa en la misión salvífica de la Iglesia. “La vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado” (Apostolicam actuositatem AA 2).

Cumpliréis vuestra misión, en primer lugar, con vuestro ejemplo, con el testimonio de vuestras vidas. La coherencia entre lo que creéis y lo que hacéis os convertirá en testigos de Jesucristo, haciendo brillar “vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

Pero el Espíritu concede también “diversidad de lenguas” (1Co 12,10). Al apostolado del ejemplo, debe acompañar el apostolado de la palabra. Cada uno de vosotros tiene la capacidad de dirigirse a los que están a su alrededor con conocimiento de sus modos de ser y entender, llevándoles la Palabra de Dios de forma adecuada a las distintas situaciones de la vida concreta, colaborando de modo insustituible en realizar la única misión de la Iglesia. Con lengua maternal, la madre enseña a sus hijos las primeras oraciones de la infancia. Con el lenguaje de la amistad el amigo explica al amigo la necesidad de fomentar su vida cristiana. Con la lengua del compañerismo, los que trabajan juntos se animan mutuamente a santificar su tarea. El apostolado individual, que realiza cada uno haciendo fructificar los propios carismas, se convierte así en “el principio y la condición de todo apostolado seglar” (Apostolicam actuositatem AA 16). Las formas asociadas de este apostolado facilitarán la presencia y testimonio de vida cristiana en los diversos ambientes de la sociedad (cf. Ibíd., 18-20).

5. A los laicos os compete de manera específica estructurar la sociedad según el querer de Dios (cf. Lumen gentium LG 31), procurando que haya leyes justas, instituciones adecuadas, y que a nadie le falten los medios necesarios para llevar una vida digna y plena, abierta a la dimensión sobrenatural.

Vosotros mismos conocéis y manifestáis la presencia de dolorosas desigualdades de índole diversa. Vuestros obispos, cumpliendo la tarea que las compete, os han señalado criterios de juicio, principios de reflexión y directrices prácticas (cf. Populorum progressio, 81; Congr. pro Doctr. Fidei, Libertatis Conscientia, 72). Os corresponde acoger esas enseñanzas, y llevarlas a cabo con libertad y responsabilidad, con respeto al legítimo pluralismo, y ejercitando las virtudes cristianas, lo que significa excluir el odio y la violencia. Trabajaréis efectivamente por la paz y la justicia en acción conjunta con vuestros hermanos, día a día, tanto a nivel de las grandes decisiones como a nivel de barrios, municipios, sindicatos, cooperativas, pequeñas comunidades agrícolas, desarrollando en común todo tipo de iniciativas –educativas, de fomento, de defensa y gestión de vuestros derechos–, que manifiesten el inmenso potencial de la solidaridad cristiana (cf. Congr. pro Doctr. Fidei, Libertatis Conscientia, 89). Os compete también el deber cristiano de cuidar con esmero la moralidad pública, rechazando con la energía de vuestra unión con Dios, cualquier tentación de lucro inmoral –los sobornos, el contrabando, las gratificaciones ilegítimas, el narcotráfico–. Este sentido de servicio cristiano a los demás os llevará a vivir una vida personal virtuosa y sobria que, como recordaba a las familias en La Paz y a los jóvenes en Cochabamba, es la única base de una efectiva preocupación por el prójimo.

Esto no es algo exclusivo de quienes desempeñan funciones públicas. Todos, como parte importante de vuestro testimonio y santificación, debéis asumir la parte de responsabilidad que os corresponde en esas tareas. Por el esfuerzo cotidiano y solidario, podréis comenzar a dar solución a muchos de los problemas que agobian a vuestra comunidad, evitando que, en alguna ocasión, el anhelo de soluciones absolutas y definitivas oculte una huida del sacrificio inmediato. La realidad de los condicionamientos geográficos, políticos y económicos a que está sometido vuestro país debe llevaros a vivir aún más esta solidaridad. Debéis evitar cualquier tipo de discriminación por motivos de ubicación social –tentación de la que no están exentos aun los más pobres– y procurar compartir con diligencia y generosidad aquellos bienes materiales y espirituales que Dios os ha dado. De esta forma colaboraréis con más eficacia con vuestros hermanos a los que toca gobernar.

67 Además, cualquier trabajo u ocupación que sean honestos, cumplen una función social y, cuando están hechos con perfección, con espíritu de servicio y en presencia de Dios, contribuyen eficazmente al bien de todos los hombres y a consagrar el mundo a su Creador y Salvador.

6. A algunos el Espíritu da palabra de sabiduría, palabra de ciencia (
1Co 12,8) para enseñar con más profundidad las verdades cristianas. Me dirijo ahora especialmente a vosotros, catequistas, para agradeceros vuestra actividad, esencial en la vida de la Iglesia, oculta con frecuencia, pero ofrecida siempre con celo ardiente y generoso. La catequesis “constituye un campo en el que el laico expresa de forma peculiar la propia vocación, ejerciendo el sacerdocio común y dando testimonio de la propia participación en la misión profética de Cristo” (Discurso a la hora del Regina Caeli, 10 de mayo de 1987, n. 2).

El trabajo de los que os precedieron en esta tarea ha sido decisivo para la evangelización de América. A vosotros os corresponde continuar esa labor –en especial la catequesis con niños y jóvenes– para impregnar cada vez más del espíritu de Cristo a vuestras comunidades y a vuestro gran país.

Muchos niños son bautizados sin que nadie las enseñe después las insondables riquezas de nuestra fe. Por diversos motivos, muchos no llegan nunca a frecuentar las parroquias. Debéis, pues, proponeros siempre bajo la guía de vuestros Pastores, la realización de una extensa tarea catequética que alcance los rincones más apartados. Dentro de vuestra solicitud por todos los hermanos, prestaréis una particular atención a la familia, iglesia doméstica, que, como os recordaba en La Paz, es el lugar donde los niños deben recibir la primera formación cristiana (Catechesi Tradendae CTR 36). La parroquia es el sitio privilegiado y la gran animadora de la catequesis, pero, “sin monopolizar y sin uniformar” (Ibíd., 67), es preciso tener en cuenta los distintos canales catequéticos que convergen en la confesión de una misma fe. Es necesario fomentar la participación del mayor número de fieles en esta tarea.

El Credo, los Mandamientos, los Sacramentos y la vida de oración son capítulos insustituibles en la formación de las nuevas generaciones de cristianos, que necesitan de todo ello para poder vivir su fe con plenitud. “A ningún verdadero catequista le es lícito hacer por cuenta propia una selección en el depósito de la fe, entre lo que estima importante y lo que estima menos importante, o para enseñar lo uno y rechazar lo otro” (Ibíd., 30).

También será conveniente aprovechar los elementos de pedagogía cristiana contenidos en vuestras tradiciones y costumbres populares: villancicos, cofradías, procesiones, pinturas, manifestaciones folklóricas y tantas otras expresiones artísticas. Contribuiréis así además a la revalorización de vuestra rica cultura.

7. La catequesis conduce necesariamente a los sacramentos.

La preparación para recibir la primera comunión debe incluir una profunda catequesis sobre el sacramento de la reconciliación. Explicad y inculcad, desde el primer momento, en la mente de los niños que, para recibir la Eucaristía, hace falta estar en gracia de Dios. La presencia verdadera y real de Jesucristo en las especies eucarísticas debe enseñarse con claridad, de modo que distingan bien la diferencia entre el pan común y el Pan eucarístico. Más necesaria es aún la preparación para recibir el sacramento de la confirmación, el cual, capacita al cristiano para dar con fortaleza un claro testimonio de Cristo. La preparación para el matrimonio o para el bautismo de los hijos será la oportunidad de que muchos vuelvan o intensifiquen su vida cristiana.

Desde los comienzos de la catequesis cristiana se ha recurrido muy ampliamente a la memorización. Sin dejar de utilizar este método, conseguid al mismo tiempo que “esos textos memorizados sean interiorizados y entendidos progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de vida cristiana personal y comunitaria” (Catechesi Tradendae CTR 55). Junto con la doctrina de la fe, es necesario ayudar a niños y mayores a que practiquen en su vida diaria aquellas cosas que escuchan –en el caso de los niños, la recitación de las oraciones sencillas y tradicionales, la obediencia a los padres, la caridad con el prójimo, la veracidad y las demás virtudes– de modo que la coherencia entre palabras y obras comience a desarrollarse desde la infancia y continúe a lo largo de toda la vida. Por eso será también parte de la catequesis la formación en las obligaciones y los derechos que a todos las competen como ciudadanos.

8. “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo... Todas estas cosas las obra el mismo y único Espíritu” (1Co 12,4 1Co 12,11).

Quiero dirigirme ahora a vosotros, miembros de los diversos movimientos, organizaciones y agrupaciones de apostolado laical que estáis presentes en esta celebración. Hoy como ayer, el Espíritu Santo suscita en el seno de la Iglesia movimientos apostólicos adecuados a las necesidades de los tiempos.

68 Cada movimiento de apostolado tiene su don peculiar, recibido de Dios, y debe permanecer fiel a sí mismo, sabiendo que la fecundidad de su trabajo dependerá de la fidelidad a su propio carisma. Al mismo tiempo, la unidad con los Pastores y la fidelidad al Magisterio son condiciones necesarias para que el fruto de su labor contribuya a una auténtica edificación de la Iglesia de Dios.

Corresponde a los Pastores juzgar la autenticidad de los carismas, sin sofocar el Espíritu, sino probándolo todo y reteniendo lo que es bueno (cf. 1Ts
1Th 5,19-21 Lumen gentium LG 12). Pues, “para promover el espíritu de unidad, son necesarios el mutuo aprecio de todas las formas de apostolado de la Iglesia y una coordinación adecuada que respete el carácter propio de cada una” (Apostolicam actuositatem AA 23). Y a vosotros, a todos los que de alguna forma estáis vinculados a esos grupos, os corresponde mantener la comunión eclesial que se realiza por la unión con Cristo, con la jerarquía y con todos los fieles.

Manteneos unidos a Cristo por la oración y los sacramentos. Recordad que “el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid” (Jn 15,4). Nuestra vida es Cristo y, sin El, no podemos hacer nada (cf. Ibíd., 15, 5).

9. Manteneos unidos con la jerarquía de la Iglesia, fieles a sus enseñanzas, mandatos y exhortaciones, teniendo presente que el “criterio siempre válido de vuestra autenticidad será vuestra integración armónica en la Iglesia local para contribuir a edificarla en la caridad con sus Pastores” (Sinodo de los Obispos1987, Nuntius ad Populum Dei, 5). La unión con Cristo en la Iglesia y por la Iglesia es la señal que permite discernir la autenticidad de vuestros dones y carismas.

Manteneos unidos entre vosotros, con la clara conciencia de que todos, cada uno a su modo, participáis en la misma misión: la de Cristo y su Iglesia. La caridad de Cristo, que procuráis difundir, debe empapar vuestras recíprocas relaciones, de manera que sean signo y testimonio de la unidad de su Cuerpo, que es la Iglesia.

Cuanto acabamos de decir sobre los distintos movimientos apostólicos se aplica también, con sus peculiaridades propias, a las llamadas comunidades eclesiales de base, que los obispos latinoamericanos en la Conferencia General de Puebla de los Ángeles describen como “expresión del amor preferente de la Iglesia por el pueblo sencillo; en ellas se expresa, valora y purifica su religiosidad y se le da la posibilidad concreta de participación en la tarea eclesial y el compromiso de transformar el mundo” (Puebla, 642). Como enseñó mi Predecesor el Papa Pablo VI, ellas “deben ser destinatarias especiales de la evangelización y al mismo tiempo evangelizadoras” (Evangelli nuntiandi, 58).

Aliento, por tanto, a todos los fieles que se integran en estas comunidades eclesiales de base, a una mayor profundización en la vida sacramental y de oración, a un conocimiento más hondo de la fe católica, a una participación intensa en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, que se refleje en un estilo de vida marcado por la fraternidad y la solidaridad entre todos. En una palabra, que sean auténticamente eclesiales y que se proyecten evangélicamente en actividades apostólicas.

10. En este día en que celebramos la fiesta de la Virgen de Fátima, quiero finalizar este encuentro dirigiéndome a Ella en acción de gracias por su continua intercesión maternal, que yo experimenté de una manera muy especial hace siete años. “En los albores de la Iglesia, al comienzo del largo camino... que comenzaba con Pentecostés en Jerusalén, María estaba con todos los que constituían el germen del Nuevo Israel... Y la Iglesia perseveraba constante en la oración junto a Ella” (Redemptoris Mater RMA 27). También ahora, si perseveramos en un continuo clamor de oración y de acción de gracias, la Virgen nos acompañará en el camino del cumplimiento de la misión de la Iglesia. Que así sea.









VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

EN EL HOGAR DE LAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS


Santa Cruz, Bolivia

Viernes, 13 de mayo de 1988



Mis queridos ancianos y ancianas:

69 1. Después de haber celebrado la Santa Misa con la comunidad eclesial de Santa Cruz en el Trompillo, vengo muy gustoso a este hogar, fundado para vosotros hace ya algo más de veinte años. Deseaba tener un encuentro especial con vosotros, hermanos y hermanas, que representáis a todas las personas de la tercera edad de Bolivia.

Pertenecéis a una categoría social que, con frecuencia, no recibe la atención que merece. Por eso he querido venir hasta aquí para mostraros mi afecto y la preferente solicitud pastoral de la Iglesia.

Vengo, pues, con los ojos de mi corazón abiertos a los “rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso, que prescinde de las personas que no producen” (Puebla, 39), como señalaron los obispos latinoamericanos en Puebla.

2. Si pudiéramos examinar el comportamiento de muchas personas hacia sus mayores, encontraríamos desafortunadamente muestras del egoísmo que anida no pocas veces en el corazón del hombre. O acaso descubriríamos también esa desatención de la vida moderna, que hace perder la sensibilidad incluso hacia los ancianos.

Es cierto que nuestra sociedad ofrece cada día más “servicios técnicos” para ayudar a las personas en dificultad. Pero todos sabemos que, aunque se lograra una organización perfecta de la asistencia, eso no es suficiente. Porque por encima de todo, la persona humana, particularmente la anciana, necesita cercanía y ayuda ofrecida con amor y comprensión.

Por ello el cristiano no puede dejar de hacer frente a su responsabilidad por falta de interés ante una edad en la que el propio desvalimiento reclama con fuerza la solidariedad ajena; y en la que el tiempo, de la mano de Dios, va acercando a las personas a la cumbre de la vida y al misterio de la resurrección.

Es un problema de sensibilidad humana, de espíritu cristiano y hasta de justa gratitud, como nos lo recuerda la Biblia: “Con todo tu corazón honra a tu padre y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido. ¿Cómo les pagarás lo que contigo han hecho?” (
Si 7,27 s.).

3. Por otra parte, en vosotros, ancianos, toda persona abierta a la luz de la fe puede descubrir la dimensión divina de la salvación. En el interior de vuestra semblanza silenciosa hay muchas veces tesoros de oración e incluso una fuerza espiritual que acompaña y sostiene la labor evangelizadora de la Iglesia. Además, a través del servicio que recibís se agranda y refuerza la virtud de la caridad, que enaltece la dignidad humana querida por Dios.

Esa tarea específica del amor es la que cura las heridas provocadas por la insensibilidad o las negligencias de la civilización técnica; es la que alivia la soledad creada por la desintegración familiar, por la alienación y desesperanza, por la pobreza espiritual y el olvido de Dios. En efecto, no podemos dejar de recordar que el incumplimiento de precisas normas morales tiene repercusiones negativas sobre nuestra misma vida social.

4. Conociendo bien vuestras dificultades y angustias, queridos ancianos y ancianas, os animo a vivir vuestra existencia con la proyección positiva que da la esperanza cristiana. Dad a vuestros semejantes la ayuda, la comprensión y el aliento que necesitan; orad por ellos y por la Iglesia; ofreced vuestra disponibilidad y compartid el sabio consejo que debe anidar en vuestro corazón, como leemos en la Biblia: “¡Qué bien sienta el juicio a las canas, a los ancianos tener consejo! ¡Qué bien parece la sabiduría en los viejos, la reflexión y el consejo en los ilustres! Corona de los viejos es la mucha experiencia, su orgullo es el temor del Señor” (Si 25,4-6).

Así pues, no deis lugar en vosotros a la desesperanza: comprended que un físico o una salud frágil puede ser fortalecida, en cambio, por la energía de Cristo, que os hará sentir útiles a la sociedad y a la Iglesia.

70 Desde esa visión esperanzada, compartid con la familia humana lo mucho que de Dios habéis recibido a lo largo de vuestra vida. Y proyectad sobre ello una visión de fe, que abre a nuevas dimensiones toda nuestra existencia: “Los justos viven eternamente, en el Señor está su recompensa. Recibirán por eso de mano del Señor la corona real del honor y la diadema de la hermosura” (Sg 5,15-16). Es la proyección temporal y eterna de nuestro existir, que nunca debemos olvidar.

5. Conozco la meritoria labor de la Iglesia en Bolivia en lo que se refiere al cuidado de los ancianos. Es una noble misión, llevada adelante con abnegada entrega por diversas congregaciones religiosas; entre ellas la de las Hermanitas de los Ancianos, en cuya casa nos encontramos, las Siervas de María, las Misioneras de la Caridad de la madre Teresa de Calcuta, las religiosas del Perpetuo Socorro y otras beneméritas comunidades. Todas ellas muestran cómo se practica la caridad de Cristo en medio de los hermanos, proclaman el valor sagrado de la vida y anuncian la salvación en el misterio de la cruz.

Vosotras, queridas religiosas, que de tan variadas formas atendéis a los ancianos, habéis hecho del amor de Dios el centro de vuestras vidas y encarnáis a Cristo, vuestro Esposo y Maestro. Sois como hitos señeros de la presencia divina y testimonio vivo de los valores del reino. Por todo ello, en nombre de la Iglesia, quiero deciros gracias por vuestra sacrificada entrega. Vividla en la esperanza, sin dejaros vencer por el desaliento, por el cansancio o la critica, por la falta de estímulo o de medios. Vuestra consagración religiosa y la fidelidad a Cristo son luz que ilumina a otros, para caminar por senderos de solidariedad, de sencillez, de virtudes cristianas y humanas. Seguid, pues, sirviendo con fe y desde la fe a ese mundo con frecuencia olvidado que son los ancianos, y que sin vuestro amor eclesial estarían entre los más desvalidos.

Gracias también y que Dios recompense igualmente a los profesionales, personal sanitario, benefactores y tantas otras personas, hijos de la Iglesia, que con su ayuda multiforme a la tercera edad son un ejemplo vivo de la ansiada civilización del amor.

Con estos sentimientos imparto a todos los ancianos y ancianas de Bolivia, a las religiosas y a cuantas personas cuidan de ellos, mi afectuosa Bendición Apostólica.









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CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto Internacional Viru Viru de Santa Cruz, Bolivia

Sábado 14 de mayo de 1988





Señor Vicepresidente de la República,
señores Ministros de Estado,
dignísimas autoridades,
señoras,
71 amados hermanos en el Episcopado,
queridísimos bolivianos todos:

1. Llega la hora de despedirme de vosotros. En estos momentos vienen a mi mente las diversas etapas del itinerario evangelizador que he llevado a cabo en estos cinco días: La Paz, Cochabamba, Oruro, Sucre, Tarija, Trinidad y Santa Cruz.

Agradezco vivamente las sinceras manifestaciones de fe, de cordialidad, de entusiasmo y de afecto que en todas partes me habéis dispensado.

Doy las gracias al Señor Presidente Constitucional y a todas las autoridades nacionales, departamentales y locales, que tanto han cooperado para el buen resultado de mi visita, dándome en todo momento muestras de la exquisita cortesía boliviana.

Gracias también a mis hermanos, los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, así como a tantos laicos que, con no poco esfuerzo y sacrificio, han contribuido eficaz y ilusionadamente a la preparación y desarrollo de esta visita pastoral. A todos va mi más profunda gratitud y la promesa de mi ferviente recuerdo en la oración.

2. No ha sido posible, en estas cinco jornadas, llegar a todos los lugares de la sierra o del llano, adonde me hubiera gustado acudir, porque también allí late la vida social y religiosa de este inmenso y noble país. Pero mi espíritu ha estado muy cercano a todos y cada uno de los bolivianos y bolivianas: familias, jóvenes y niños, campesinos, mineros y obreros, intelectuales y dirigentes, minorías étnicas, pobres y enfermos...

A todos os llevo en mi corazón y de todos guardaré un imborrable recuerdo.

3. He visto una Iglesia viva, en la que obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y movimientos apostólicos, se han entregado generosamente a la tarea de evangelizar, compartiendo las esperanzas y preocupaciones de la gente, y cooperando a la promoción de la justicia y de la convivencia nacional en la paz y en el progreso.

Seguid por esta senda, proclamando la fe en Jesucristo liberador del pecado y de toda opresión.

No os abandonéis al desánimo cuando vuestras tareas os exijan, quizá, redoblar sacrificios para que la luz del Evangelio sobrepase las montañas, ilumine las conciencias y se difunda cada vez más en todos los sectores de la sociedad.

72 4. He comprobado como el pueblo de Bolivia va consiguiendo positivos logros en el desarrollo cívico e institucional. Buscad sin descanso la armonía en la paz, en la justicia y en la libertad, actuando todos dentro del orden constitucional. Aseguráis así un porvenir mejor no sólo para vosotros, sino también para las futuras generaciones.

He podido comprobar también el gran sacrificio de muchos para superar las dificultades económicas por las que atraviesa el país. Este sacrificio ha de ser compartido por todos con equidad, con espíritu de solidaridad y con entrega al trabajo, evitando presiones y desórdenes que fácilmente desencadenan el peor de todos los males: la violencia. Poned en juego vuestro sentido de fraternidad y seguid siempre el camino del diálogo, de la comprensión, de la colaboración, pensando en el bien de todos. Por mi parte, además de animaros, pido al Señor que vuestros esfuerzos, vuestra actitud constructiva y vuestra capacidad creadora os deparen una pronta solución de la crisis que os aflige y tratáis de superar.

5. Quisiera finalmente deciros una palabra de esperanza.

Dios, Señor de la historia y dueño de todas las cosas, no abandona, sino que ayuda a quienes trabajan con honradez y legítima ambición de progreso espiritual y material. Dios ama a los hombres como a hijos suyos y vela por sus días y sus noches, por sus afanes y sus aspiraciones.

Así, pues, mantened viva vuestra fe, tened confianza, sed generosos y no olvidéis vuestros compromisos sociales, que os han de llevar a la construcción de esa Bolivia nueva que justamente deseáis: una Bolivia más fraterna, más justa, más honrada y más cristiana.

Que cada uno de vosotros se haga por doquier sembrador de estos ideales.

La Virgen, Madre del Redentor y Madre de todos los hombres, os precede llenando de luz vuestro camino.

¡Dios bendiga siempre a Bolivia! ¡Dios bendiga a cada uno de sus hijos e hijas! ¡Dios bendiga el presente y el futuro de esta querida nación!

¡Alabado sea Jesucristo!







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RADIOMENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

AL PUEBLO BOLIVIANO DESDE EL AVIÓN


QUE SOBREVUELA EL SANTUARIO DE COPACABANA


Sábado 14 de mayo de1988



Queridos hermanos y hermanas de Bolivia:

73 Llevo en mi corazón el gozo del encuentro con vosotros y el recuerdo consolador de vuestra fe y de vuestra vida cristiana. Al sobrevolar ahora el santuario mariano nacional de Copacabana, os dirijo gozoso y confiado este mensaje por radio, antes de dejar vuestro país.

Son las últimas palabras de mi viaje pastoral, mientras me siento todavía entre vosotros. Con ellas quisiera hacerme peregrino de amor al santuario de la Madre y Patrona de Bolivia, junto al pueblo católico boliviano.

A este lugar de gracia, Copacabana, donde la fe sembrada por religiosos dominicos, agustinos, franciscanos y sacerdotes diocesanos floreció en la presencia solícita y maternal de la Virgen de Candelaria, acudo yo también como peregrino entre los peregrinos. Quiero acompañar en su recorrido a los miles de devotos bolivianos, que como los antiguos romeros del Cusco, Juli, Potosí, Salta y tantos otros lugares, con todo medio de transporte o a pie, vienen a postrarse ante la Virgen Morena, la Virgen del Lago; de ese lago majestuoso que guarda tantas y tan antiguas tradiciones de vuestros pueblos.

En la meta del santuario, a los pies de la imagen bendita de María, Madre de Jesús y nuestra, no habiendo podido hacerlo físicamente, me postro espiritualmente, en este Año Mariano. Y quisiera que mi plegaria se uniese, hoy y siempre, a la de cada hermano y hermana de Bolivia:

Madre de Copacabana, Tú que en éste y en otros santuarios dedicados a ti recibes las súplicas y tantos testimonios de amor de tus hijos, los alientas en sus amarguras, inspiras sus deseos de conversión y les muestras a tu Hijo en brazos, haz que cada uno de nosotros encontremos el camino hacia Cristo; que recobremos el aliento para ayudar al hermano pobre, al que sufre, al que necesita paz y gracia. Tú, Madre de Candelaria, guíanos por el camino que conduce a Jesús, tu Hijo y Hermano nuestro, “luz para iluminar a todas las gentes”, Palabra del Padre y presencia del Espíritu.

Que el peregrinar a tu santuario no sea sólo para suplicarte dones de la tierra, sino también los dones del Espíritu que robustezcan la fe, acrecienten la esperanza, muevan a obras de caridad.

Enseña a tus hijos de Bolivia caminos de convivencia fraterna, de vida honesta, de moral renovada, de respeto a cada hermano, de compromiso con su patria.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María. Así sea.







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CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


Aeropuerto Jorge Chávez de Callao-Lima

Sábado 14 de mayo de 1988

: Señor Presidente,
74 queridos hermanos en el Episcopado,
dignísimas autoridades,
amadísimos hermanos y hermanas de Lima y de todo el Perú:

1. De nuevo llego a esta hermosa y generosa tierra peruana de la que tengo tan gratos recuerdos guardados en mi corazón: sus acendradas raíces cristianas, la fe y piedad de sus gentes, su sentido de acogida, su hospitalidad, su espontáneo cariño al Sucesor de Pedro, su constante deseo de bendición.

Mi gratitud más viva y sincera a todos par haber hecho posible el estar nuevamente entre vosotros, en este país cuyos orígenes, que se pierden en un pasado ancestral, ponen de manifiesto cómo el largo peregrinar histórico del hombre de estas tierras ha estado marcado por una inquietud religiosa que encontró su camino de realización con la llegada de la Buena Nueva, hace ahora casi cinco siglos.

Reciba Señor Presidente, mi deferente saludo, junto con mi agradecimiento por sus cordiales palabras de bienvenida; un saludo y un agradecimiento que me complazco en hacer extensivo a las autoridades y personalidades que nos acompañan.

Mis expresiones de gratitud se hacen abrazo de paz y de afecto a mis hermanos los obispos del Perú, con al frente el señor cardenal de Lima, y en presencia del señor arzobispo-obispo del Callao, en cuya jurisdicción se halla este aeropuerto. Saludo igualmente a los sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes de pastoral, que con su trabajo apostólico y testimonio cristiano edifican en el Perú la Iglesia de Cristo.

2. La evocación de aquellos días inolvidables de mi primera visita pastoral al Perú, me trae a la memoria muchas cosas hermosas, que conservo en mi mente y en mi corazón: un recuerdo particular es el de la devoción que los peruanos tienen por la cruz, la cruz de Cristo. Las celebraciones populares, particularmente en los pueblos andinos, con ocasión de la fiesta de la Cruz, su imagen en las iglesias y capillas, en los hogares, a la vera de los caminos, coronando los cerros, en las alturas más insospechadas, habla muy claro del hondo enraizamiento de la fe, expresado por la adhesión a ese signo de nuestra salvación. La devoción a lo ancho y largo de vuestra geografía, al crucificado Señor de los Milagros, es prueba elocuente del amor del pueblo peruano por el símbolo de la cruz.

En la cruz se consumó el sacrificio de nuestra redención. En el Gólgota y en el Cenáculo el Señor nos dejó el memorial de su amor por nosotros: la Sagrada Eucaristía.

Conociendo pues la acendrada devoción de los peruanos a la cruz y su fervorosa adoración al Santísimo Sacramento, sacrificio y banquete, he acogido con gran gozo la amable invitación a estar presente en la solemne ceremonia de clausura del V Congreso Eucarístico y Mariano de los países bolivarianos. Saludo con afecto al señor cardenal Angel Suquía, arzobispo de Madrid, mi Enviado Especial para este Congreso.

Vengo para unirme a vosotros, amados hijos del Perú y, espiritualmente, de los demás países bolivarianos –Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela– en estos actos solemnes de profesión de fe eucarística, expresando así el misterio de comunión de la Iglesia, que vive del Cuerpo y Sangre de su Señor, inmolado en la cruz para salvarnos.

75 3. Vengo a celebrar con vosotros el misterio pascual de Jesucristo para insertarlo más profundamente en la vida y en la historia de este pueblo, que muestra un hambre insaciable de Dios, hambre de pan, hambre de paz y de justicia.

¡Cómo siguen vivos en mi recuerdo los emotivos encuentros de mi precedente visita en Ayacucho y en Villa El Salvador! Ante mis ojos se presentan inmensas multitudes que han experimentado el dolor, la violencia, el abandono, el hambre.

Hambre de Dios de un pueblo que ha visto florecer su fe en venerados Santos que son orgullo y modelo para toda América Latina. Hambre de Dios que nos expresa la nostalgia del encuentro con Jesús en la oración, en la celebración de los sacramentos, particularmente en la Eucaristía, centro de toda la vida cristiana.

Del hambre de pan de este pueblo nos habla su grito reclamando la solidaridad de todos; su voluntad de construir una sociedad más justa y fraterna, su deseo de vivir en paz y libertad.

4. El lema de vuestro Congreso Eucarístico es elocuente: “Te reconocemos, Señor, al partir el Pan”. Que, junto a nuestra profesión de fe en el Sacramento del Altar, sea esto un llamado a compartir con los hermanos el pan de los bienes espirituales y materiales.

Mi presencia entre vosotros en esta ocasión será breve en el tiempo, pero intensa en el afecto y en la comunión. Mi deseo es que me sientan cercano todas las personas, particularmente los pobres, los enfermos, los más abandonados, pues mi corazón, como Pastor de la Iglesia universal, está abierto a todos siguiendo al Apóstol Pablo “Me hago todo para todos, para salvarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio” (
1Co 9,22-23).

Aunque mi visita se circunscriba a la capital, mi palabra se dirige a todos los peruanos sin distinción: de la ciudad y del campo, de la costa, de la sierra y de la selva. A todos envío ya desde ahora mi bendición como prenda de la proximidad de Dios que efunde su infinita bondad en todos los corazones.

5. Al iniciar esta segunda visita a tierra peruana, mi mirada se dirige confiada a la Santísima Virgen, recordando que el Congreso que mañana vamos a clausurar solemnemente habéis querido que fuera Eucarístico y Mariano, en este año dedicado en modo especial a la Madre del Redentor. Que la poderosa intercesión de la Virgen María os guíe siempre en vuestro camino por las sendas del bien.

Amados peruanos todos: ¡Dios bendiga al Perú! ¡Dios bendiga a este pueblo con sus dones de paz, justicia y progreso!

¡Alabado sea Jesucristo!







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