Discursos 1988 83


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

MENSAJE RADIO-TELEVISIVO DE JUAN PABLO II

A LOS INTERNADOS EN LOS CENTROS PENITENCIARIOS


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Lima, domingo 15 de mayo de 1988

: Amadísimos hermanos y hermanas, que por diversos motivos y circunstancias de la vida habéis sido internados en los centros penitenciarios:

1. Quiero que mi palabra llegue a cada uno de vosotros, en los ciento once penales donde, en la costa, la sierra o la selva sufrís la limitación de la libertad y la separación de vuestros seres queridos, como el mensaje de un amigo, con la esperanza de que llene vuestro espíritu de consuelo y de paz.

En mi anterior visita al Perú, en febrero de 1985, os envié con sumo afecto mi bendición; de esta manera quise corresponder y agradecer vivamente vuestro sincero testimonio de adhesión, así como el delicado y artístico regalo que me presentasteis, fruto del trabajo de vuestras manos.

Al volver ahora, aceptando complacido la invitación del Episcopado para presidir la clausura de este Congreso Eucarístico y Mariano de los países bolivarianos, quiero deciros que espiritualmente os tengo muy presentes en mi mente, en mi corazón y en mi plegaria. Aunque no podéis reuniros físicamente con nosotros en estas grandes solemnidades, sin embargo sí podéis adorar al Señor en el misterio de la Eucaristía ante el Sagrario, donde El ha querido quedarse con nosotros para siempre. La presencia de Cristo en la Eucaristía os acompaña con su cercanía en vuestra soledad y os invita a la oración y a la esperanza.

2. A cuantos creemos en El, y de modo particular a vosotros, dice Jesús en el Evangelio: “Venid a mí todos los que estáis cansados y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,26-28).

Comparto vuestras penas, la dureza de vuestra situación, la impaciencia, a veces, de la larga espera del dictamen judicial que sancione vuestra condición. Pienso con dolor en vuestras esposas, esposos, padres o hijos que necesitan también, además del consuelo de vuestra compañía, el apoyo y los frutos de vuestro honesto trabajo. Conozco las dolorosas tensiones que han costado lamentables cuotas de sangre y sé de vuestras penurias y necesidades que, a pesar de nobles y generosos esfuerzos por parte de las autoridades, no se logran superar.

Llevado de mi afecto hacia vosotros, bendigo y agradezco de corazón su abnegada labor pastoral, a todos los que se preocupan por vosotros, a cuantos se interesan por vuestro bien: a los sacerdotes, religiosos, agentes pastorales que procuran con celo alentar en vuestro corazón la fe en Dios, la esperanza cristiana que debemos mantener encendida aun en medio de la noche más oscura; a cuantos con caridad alivian vuestros dolores y necesidades haciéndoos descubrir también el valor salvífico del sufrimiento cuando se acepta por amor a Cristo.

Expreso mi reconocimiento a los que desde las más diversas responsabilidades, con humanidad y con espíritu cristiano, cumplen los difíciles deberes de la custodia o la dirección y gobierno de los centros penitenciarios.

Que todos recuerden la palabra del Señor refiriéndose expresamente a cuantos viven en circunstancias como las vuestras: “Lo que a ellos hicisteis, a mí lo hicisteis; lo que a ellos dejasteis de hacer, a mi dejasteis de hacerlo. Fui yo quien estuve en la cárcel, y me visitasteis” (cf. Mt Mt 25,40).

3. A vosotros os pido que seáis “pacientes en la tribulación”, solidarios en desear y hacer el bien a quienes con vosotros comparten el dolor de la prisión y la lejanía de los seres queridos; este tiempo de privación de libertad no debilite los afectos familiares ni el amor hacia vuestro país, en la esperanza del ansiado retorno al hogar y la normal reinserción en la vida social peruana.

85 Que el Señor de los Milagros, a quien tanto amáis y honráis, aun dentro de vuestras cárceles, os acompañe y os haga sentir su amor. Que vuestra Patrona, la Virgen del Carmen, con la ternura y el poder de Madre y Reina de Misericordia, interceda ante Dios por la solución de vuestros problemas y llene de nobles deseos vuestros corazones.

Os bendigo con profundo afecto, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.







VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA CONFERENCIA EPISCOPAL PERUANA


Lima, domingo 15 de mayo de 1988



“Congregavit nos in unum Christi amor”.

Amadísimos hermanos en el Episcopado:

1. Estas palabras, siempre actuales en la Iglesia, se cumplen, hoy de una manera especial. Nos ha congregado aquí el amor de Cristo y el amor de su Madre, en la gozosa ocasión de la clausura del V Congreso Eucarístico y Mariano de los países bolivarianos.

Agradezco vivamente vuestra invitación a esta solemne ceremonia, mientras elevo mi corazón en acción de gracias al Padre, de quien procede “toda dádiva buena y todo don perfecto” (Jc 1,17), por la devoción que ha manifestado el pueblo peruano hacia la Eucaristía y hacia la Madre de Dios. Ese fervor, obra de la gracia y fruto a la vez de vuestro abnegado ministerio, es una señal luminosa de la dedicación y entrega con que ejercéis vuestra labor pastoral. Doy gracias también a Dios porque me concede estar nuevamente con vosotros y poder saludaros fraternalmente como verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y Pastores (Christus Dominus CD 2).

2. Próximos ya al tercer milenio del cristianismo y, más cerca aún, en la vigilia del V centenario del comienzo de la evangelización de América deseo recordaros la necesidad de un renovado empeño en lo que, ya otras veces, he llamado una “nueva evangelización” (Encuentro con los obispos del Perú, 2 de febrero de 1985, n. 1).

Ciertamente, la simiente del mensaje de Cristo ha calado hondamente en tierras peruanas, ha germinado con persistente vigor y ha producido abundantes frutos de santidad, como lo muestran vuestros Santos del pasado, a los que se ha unido recientemente sor Ana de los Ángeles Monteagudo. Pero el Señor nos llama a impulsar esta evangelización que, como recordé en 1983 en Puerto Príncipe, ha de ser “nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión” (Discurso a la Asamblea del Celam, III, Puerto Príncipe, 9 de marzo de 1983), permaneciendo siempre fieles a esa Buena Nueva que es el Evangelio en cualquier momento de la historia. Esta evangelización nueva o renovada, a la vez que anuncia a Jesucristo allí donde aún no lo conocen, planteará mayores exigencias a quienes ya pertenecen a su grey. No podemos, hermanos míos, conformarnos con las metas ya alcanzadas. Vosotros soís, como yo, conscientes de ello. Ciertamente lo ya realizado es mucho, pero, al mismo tiempo, es poco, si tenemos en cuenta los dilatados horizontes de posible expansión y profundización cristiana que se abren ante nuestros ojos.

3. Cuando se emprendió la primera evangelización de estas tierras, vuestros predecesores encontraron ante sí una geografía dura, de difíciles comunicaciones a través de las imponentes alturas de los Andes o de selvas impenetrables. Pero el amor y la conciencia del mandato divino de hacer discípulos en todos los pueblos prevalecieron sobre las dificultades.Hoy, como entonces, al igual que en los albores del cristianismo, pudiera parecer que los obstáculos son insuperables y los medios insuficientes. Es cierto que a las dificultades ya experimentadas en el pasado, se unen en nuestros días otras de características diferentes y desafiantes. La sociedad peruana actual, que justamente aspira a conseguir objetivos de progreso capaces de elevar el horizonte material y espiritual de todo ciudadano, se siente a veces como minada desde dentro por un inexcusable eclipse del respeto debido a la dignidad humana, por ideologías materialistas que niegan la trascendencia, por una violencia ciega y insensible a las reiteradas llamadas a la reconciliación. A todo esto se añade la pobreza creciente y aun extrema en que llegan a vivir tantas familias, los vicios sociales acarreados o generados por el narcotráfico, la profusión de las sectas y la persistencia obstinada de planteamientos doctrinales y metodológicos que siembran la confusión entre los fieles y atentan a la unidad de la Iglesia.

Pero también hoy, como hace cinco siglos, el Espíritu de Dios nos lleva a acometer el trabajo con un encendido ardor y renovada esperanza: realizando con fidelidad las tareas pastorales que demanda el crecimiento de la Iglesia; sobrellevando con fortaleza las angustias y dolores, que nunca faltan; prosiguiendo generosamente el camino de la cruz (cf. Col Col 1,24) fuente de nuestra salvación.

86 4. La necesidad de una evangelización renovada trae consigo, en primer lugar, una exigencia mayor de unidad. La Iglesia, como misterio de comunión, es, en palabras del Concilio Vaticano II, “signo y instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen gentium LG 1). En el núcleo de este misterio se encuentra la comunión de los obispos entre sí. Sois, hermanos amadísimos, legítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio Episcopal: por consiguiente, debéis sentiros estrechamente unidos a él y entre vosotros como partes de un solo cuerpo (cf. Christus Dominus CD 6). La caridad mutua que os une debe ser el símbolo que, reluciendo ante la faz de los hombres, les impulse a acercarse a Jesucristo: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,35).

5. “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

El primer paso de esa nueva evangelización es la ilusionada y tenaz proclamación del mensaje cristiano, en lo cual tenéis una especial responsabilidad. Sois, en efecto, “los pregoneros de la fe..., los maestros auténticos, es decir, los que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada a la vida” (Lumen gentium LG 25).

“El misterio integro de Cristo” (Christus Dominus CD 6) debe ser en todo momento el punto central de esta evangelización renovada. Las grandes verdades de la fe, que cíclicamente nos recuerda la liturgia, deben ser propuestas al pueblo cristiano, con adecuados métodos pastorales, para que sean profesadas con una adhesión cada vez mayor. Esto en modo alguno excluye que también el orientar sobre el recto ordenamiento de las realidades terrenas sea parte integrante de vuestro ministerio; pero es importante dejar bien asentado que la respuesta definitiva a los interrogantes que más apremian a la humanidad viene precisamente de la fe en la gracia divina, que se difunde en la Iglesia a través de los sacramentos y demás medios de santificación.

Vuestro oficio de Pastores y de maestros de la fe incluye ineludiblemente la obligación de discernir, clarificar y proponer remedios a las desviaciones que se presenten, cuando ello sea preciso. No habréis de dudar en ejercer solícitamente ese deber, si el legítimo pluralismo derivase, a causa del error o por la debilidad humana, hacia posiciones que contradicen la fe y las enseñanzas de la Iglesia. A la prudencia y la caridad sin límites, propias del Buen Pastor, ha de acompañar también la fortaleza, que os ha de llevar, como a San Pablo (cf. 2Tm 2Tm 2,14-20 Tt 1,10-11) a denunciar abiertamente desviaciones y errores, aunque os cause dolor, cuando así lo requieran el bien de las almas y la fidelidad a la Iglesia.

Santo Toribio de Mogrovejo, eximio predecesor vuestro, nos ofrece un claro ejemplo de cómo se ejerce esta virtud de la fortaleza, ya que “fue un insigne maestro en la verdad, que amaba siempre a quien erraba, pero nunca dejó de combatir el error” (Encuentro con los obispos del Perú, 2 de febrero de 1985, n. 3). Dentro de este contexto –conjunción de prudencia, caridad y fortaleza–, debe articularse sólidamente vuestro magisterio, claro y valiente, para aplicar las directrices contenidas en las dos Instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe y sobre la teología de la liberación.

Vuestro amor hacia el rebaño de Cristo y, en especial, hacia aquellos que han sido constituidos por El sacerdotes del Dios Altísimo, os ha de hacer conscientes de que, a veces, el error persistente conlleva una ofuscación tal de la razón que incluso hace sordos los oídos para las llamadas y advertencias, como si éstas fueran dirigidas a otros. Siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, que sale amorosamente en busca de la oveja descarriada (cf. Mt Mt 18,12), vuestra solicitud pastoral hará todo lo que esté en vuestras manos por reintegrarlos en plenitud a la unidad sin fisuras, cuidando a la vez que el desvío de algunos no aparte a otros de la comunión en torno a Cristo.

6. La predicación de la Buena Nueva incluye enseñar, según la doctrina de la Iglesia, el valor de la persona humana y de sus derechos inalienables; el valor de la familia, de su unidad y estabilidad; el valor de la sociedad civil con sus leyes y legítimas instituciones; el valor del trabajo, del descanso, de las artes y las ciencias. Estos y otros son cometidos que el documento conciliar “Christus Dominus” señala a los obispos sin olvidar, finalmente, el exponer “los modos cómo hayan de resolverse los gravísimos problemas acerca de la posesión, incremento y recta distribución de los bienes materiales, sobre la guerra y la paz y sobre la fraterna convivencia de todos los pueblos” (Christus Dominus CD 12).

La vida ciudadana del Perú, azotada desde hace años por la violencia y el terrorismo, la pobreza, el narcotráfico, el deterioro de la moralidad pública y otros males, no puede quedar en ningún modo al margen de vuestra palabra orientadora. Tarea de los obispos, como creadores de concordia y unidad, es la obra de comunión en el propio país, obra de reconciliación y de solidaridad. El Espíritu que os ha llamado a seguir edificando la Iglesia, os pide exhortar a los hombres a unirse en la verdad y en la búsqueda del auténtico bien común. El cristiano debe asumir en conciencia sus deberes cívicos con un espíritu de servicio desinteresado que lo llevará a renunciar a la búsqueda de la ganancia personal, del poder o del prestigio, si ello va en detrimento de otras personas. Sabrá respetar los derechos de los demás, buscando por encima de todo el bien superior de la paz y la justicia. Fieles a sus tradiciones más nobles y a sus raíces cristianas, se decidirán a caminar con renovada confianza por la vía de la reconciliación y de la fraternidad, en un esfuerzo común por lograr, mediante el diálogo y los medios pacíficos, la superación de existentes desequilibrios y de intereses contrapuestos. El cristiano ha de tener bien claro que la sociedad se construye sólida y en paz si se inspira en el programa de las bienaventuranzas.

Distintas son, en cambio, las soluciones que presentan las ideologías materialistas. El afán desordenado de ganancia económica sin ninguna barrera ética (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 37), y la concepción de la sociedad enfrentada en una permanente lucha de clases, son contrarios al mensaje de Cristo; terminan siempre acrecentando el egoísmo y el odio, alejando de Dios y traicionando al hombre.

7. Mas la llamada a la fe que propone la Buena Nueva ha de ir siempre acompañada por los adecuados medios de salvación. En efecto, el Señor, al enviar por el mundo a los Apóstoles, les dice: “El que crea y sea bautizado se salvará” (Mc 16,16). La nueva evangelización incluye como algo esencial y prioritario la celebración de los sacramentos, que forman parte intrínseca de la llamada al seguimiento de Cristo. En él misterio pascual –renovado en la Eucaristía– se consuma la redención y se nos manifiesta cuál ha de ser el sentido de la acción del cristiano en el mundo. En él Cristo comunica su gracia, y nos hace idóneos para proclamar sus maravillas entre los hombres.

87 La liberación del pecado exige una constante y amplia catequesis sobre la penitencia sacramental, “haciendo resaltar... que, sin la conversión a Cristo, en espíritu de humildad y arrepentimiento, el hombre es incapaz de resolver los grandes problemas de su existencia, de superar los obstáculos que impiden la manifestación de la vida reconciliada” (Reconciliatio et Paenitentia RP 41). A la catequesis habrá de unirse el desvelo para que los fieles puedan recibir con frecuencia este sacramento. Por eso, animaréis a los sacerdotes a que –a imitación del padre, en la parábola del hijo pródigo (cf. Lc Lc 15,20)– esperen con paciencia a los que vuelvan arrepentidos y incluso salgan a su encuentro, para hacer partícipes a cada uno del inmenso amor de Dios.

Esta participación culmina en el banquete eucarístico. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1): con estas palabras inicia San Juan el relato de la última Cena. Este amor “hasta el extremo” encontrará la respuesta cumplida en la frecuente comunión eucarística, sacramento del altar que hemos adorado junto con todo el Pueblo de Dios en el Congreso apenas clausurado, que ha reunido a los fieles de los países bolivarianos.

8. Pero, “¿cómo oirán sin que nadie les predique?, y, cómo predicarán si no son enviados?” (Rm 10,14-15).

Hermanos míos: Para que esta evangelización nueva y renovada se extienda hasta el último confín de este país, habréis de fomentar “con mayor empeño las vocaciones sacerdotales y religiosas, prestando especial atención a las vocaciones misioneras” (Christus Dominus CD 15).

Una de mis mayores alegrías ha sido contemplar el espléndido florecimiento de vocaciones en Perú. Los seminarios habrán de ser como “la pupila de vuestros ojos”, en frase de mi venerado predecesor el Papa Pío XII; ellos han de ser objeto primordial de vuestra atención, cuidando tanto el número de los seminaristas, como la calidad adecuada de su formación humana, espiritual, doctrinal y pastoral.

9. Los obispos han de ser “en medio de los suyos como los que sirven, pastores buenos, que conocen a sus ovejas y a quienes ellas también conocen; verdaderos padres, que se distinguen por el espíritu de amor y solicitud para con todos” (Christus Dominus CD 16). Tenéis que abrazar “siempre con particular caridad a los sacerdotes” (Ibíd.). A vosotros, hermanos, os corresponde la noble tarea de mantener la unidad del claro y de los demás agentes pastorales, y exhortarles a no dejarse llevar por situaciones en las que se ponga en peligro su identidad de sacerdotes del Señor. Para esto, conviene fomentar entre ellos la genuina fraternidad sacerdotal que, haciendo más llevadero el quehacer de cada día, ayude al sacerdote a cumplir fielmente sus compromisos con Dios y con la Iglesia.

Esta fraternidad sacerdotal debe llevar también a acoger con sincero afecto a los sacerdotes y religiosos venidos del extranjero, tan abundantes en el Perú, haciendo que se sientan como en casa, animados por el claro y los religiosos locales. Su servicio, ejercido lejos de su patria de origen, es acreedor a toda clase de facilidades para que puedan integrarse plenamente en la vida y en la acción pastoral de la diócesis.

Las comunidades de vida consagrada y apostólica desempeñan también una función de primer orden en la Iglesia local. Alentadlas a que acrecienten su fidelidad al propio carisma, a que estén fraternalmente unidas entre sí, a que permanezcan en la caridad y sirvan a sus hermanos en la fe con el espíritu de Cristo, obrando como la levadura en la masa, sin perder la propia identidad.

10. El Sínodo de los Obispos del año pasado insistió sobre la plena pertenencia de los laicos a la misión de la Iglesia, como exigencia de su bautismo. La conciencia de ser Iglesia debe llevarlos a sentirse plenamente responsables de aquella misión, que consiste en llamar a todos los hombres a la unidad en Cristo y santificar todas las realidades del mundo. Los laicos necesitan y esperan de sus Pastores las orientaciones que les ayuden a desarrollar cristianamente su actividad en el mundo como parte de esa misión universal. Recordadles, por tanto, las enseñanzas sociales de la Iglesia, no como un marco teórico que no incide en la vida, sino como perspectivas que aspiran a ser concretadas con sus actuaciones.

Las asociaciones de apostolado y los movimientos eclesiales (cf. Apostolicam Actuositatem AA 18) merecen ser alentados, como manifestaciones de la fuerza del Espíritu que lleva a la comunión en la fe y en la caridad fraterna, y que impulsa a la participación activa en la misión de la Iglesia.

La santidad de vida que siempre debéis fomentar, a partir de los hogares, exige en primer término a los esposos cristianos la santificación de sus deberes familiares. Los que siguen el camino del matrimonio deben saber que Nuestro Señor quiso dignificar la unión conyugal convirtiéndola en el sacramento de su propio amor por la Iglesia. La auténtica felicidad del hogar está basada en el amor que se da y se sacrifica con sencillez y perseverancia. Un amor así es el que debe inspirar las relaciones entre los esposos, entre padres y hijos, entre los hermanos. Este amor sólo puede sustentarse con el alimento de la fe, y ésta es un don de Dios que se nutre en la oración y los sacramentos. Descartar de las relaciones conyugales la apertura a la vida, buscando por medios ilícitos un placer que excluye la fecundidad, significa no conocer este amor.

88 11. Queridos hermanos obispos: No estamos solos en la tarea de la nueva evangelización. El Señor, al tiempo que enviaba a los Apóstoles a predicar la Buena Nueva, les decía: “Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

Dios está con nosotros. Jesús, a la vez que se ha ido, se ha quedado con nosotros en la Eucaristía. Y, “si Dios está por nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?” (Rm 8,31).

La Eucaristía es signo y fuente de unidad. En ella brilla eminentemente la verdad del amor: del amor de Dios a los hombres, que entregó a su Hijo único para que nosotros, muertos por el pecado, tuviéramos vida, y del amor que debe unirnos a todos los que nos alimentamos del Cuerpo y la Sangre del Señor y estamos vivificados por el mismo Espíritu. Que este sacramento os conforte en vuestro caminar y haga de vosotros, en el Perú de hoy, signos vivientes y eficaces del amor y de la paz del Señor.

Encomiendo también vuestras intenciones pastorales a la Madre de Dios, a la que con gran acierto habéis querido honrar, asociándola con su Divino Hijo, en este Congreso; a Ella pido que sea la guía de vuestros pensamientos y de vuestras obras al servicio de la edificación de la Iglesia. Que así sea.







VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II

CON LAS RELIGIOSAS PERUANAS


Lima, domingo 15 de mayo de 1988



Amadísimas en Cristo:

1. En esta mi segunda visita al Perú, es para mi gran gozo tener la posibilidad de encontrarme con vosotras, que pertenecéis a diversas congregaciones e institutos de vida consagrada, a quienes Dios ama con predilección. El os ha pedido la total entrega de vuestro ser, alma, cuerpo y corazón; El os ha invitado a hacer de vuestras vidas un signo inequívoco de la consagración a Dios; El os convoca para que seáis testigos de que las realidades terrenas no pueden ser transfiguradas y presentadas al Padre si no es en el espíritu de las bienaventuranzas. Dios os ha llamado a su servicio para que cooperéis con vuestra activa solicitud en la extensión del reino de Dios, cuyo inicio se encuentra ya en la Iglesia (Lumen gentium LG 5).

Vuestra presencia aquí esta tarde, queridas religiosas, quiere ser testimonio de vuestra consagración exclusiva y irrevocable a Jesucristo, en la Iglesia, por medio de vuestra profesión de obediencia, castidad y pobreza. De esta manera, vuestro espíritu adquiere libertad para lanzaros a esa maravillosa aventura que es la entrega total a los ideales del Evangelio, a la persona de Cristo, vuestro esposo, en la Iglesia, en la dedicación abnegada de servicio al prójimo. El vuestro no es un compromiso pasajero; es una opción de por vida al haber aceptado ser signos luminosos de las realidades del reino de Dios (cf. Perfectae Caritatis PC 1).

En efecto, ¡estáis llamadas a ser signos vivientes del reino! Sed, por tanto, luz que ilumine, sal que no pierda el sabor. Cuanto más grande sea vuestra tarea apostólica, tanto más grande es la necesitad de distinguirse claramente en un mundo que anda confundido por falta de ideales superiores. Cuanto más intensa sea vuestra inserción en las realidades temporales, tanto más claramente debéis aparecer en vuestras acciones como lo que sois: anuncio de la novedad de vida en Cristo. ¡Estáis llamadas a ser signos y, por ello, a responder a exigencias claras y concretas en las realidades en que vivís! Si un signo se difumina, pierde su razón de ser, desorienta y confunde. Sólo en la medida en que, como la Virgen de Nazaret, renovéis vuestro sí en todos los momentos de vuestra vida, corroborando en toda su extensión el compromiso adquirido por vuestros votos, seréis consecuentes con la identidad que habéis adquirido y ratificado personalmente en la Iglesia. Vuestro “sí” se une al “sí” de María. “Ese fiat de María –“hágase en mí”– ha decidido, desde el punto de vista humano, la realización del misterio divino” (Redemptoris Mater RMA 13).

2. Con cuánta claridad se puede ver en esta tierra peruana la huella de la respuesta generosa de tantas religiosas y almas consagradas que han trabajado con abnegación y sacrificio por extender el reino de Dios. El testimonio de Rosa de Lima, de Ana de los Ángeles Monteagudo y de tantas otras almas escogidas, señala con rasgos inconfundibles el horizonte de santidad al que estáis llamadas. Entregadas a Dios en el Señor Jesús, ocupáis un puesto particular en la asamblea del Pueblo de Dios. Vuestra identidad está cimentada en el nuevo vínculo espiritual de vuestra profesión religiosa, el cual es un desarrollo del vínculo bautismal, que vuestra vida consagrada expresa y pone de manifiesto con gran intensidad (cf. Perfectae Caritatis PC 5). Mediante vuestra donación libre y total al Señor os hacéis disponibles a las tareas de la Iglesia, en plena fidelidad a sus enseñanzas y orientaciones. La fidelidad a la Iglesia sin fisuras es una de las condiciones de vuestra donación personal, por lo que faltar a ella sería desviaros de la misión a la que habéis sido llamadas. En efecto, como enseña el Concilio Vaticano II, “la norma última de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio” (Ibíd., 2).

En vuestras obras apostólicas de educación y asistencia con los niños y jóvenes, con los ancianos y minusválidos, llevando la Palabra de Dios por los amplios parajes de vuestra geografía, ayudando a las jóvenes a madurar humana y cristianamente, expresando vuestra solidaridad afectiva y efectiva con los pobres y con los que sufren, habéis de cuidar siempre de permanecer totalmente fieles a lo que sois, poniendo a disposición de aquellos a quienes servís un horizonte que sobrepase las metas de la sola realización humana, para iluminar la propia vida con la luz de la fe, que nos invita a participar en las riquezas de Dios.

89 3. Dicho testimonio de llamada a la trascendencia en medio de los hermanos, lo dan también aquellas religiosas que no desempeñan tareas directas en la sociedad (cf. Lumen gentium LG 46 Gaudium et spes GS 43). El Papa desea decirles a las consagradas de vida contemplativa que su misión eclesial continúa teniendo plena vigencia en un mundo lleno de actividad, y que la Iglesia mira con particular predilección a quienes han optado por una entrega sin reservas en la vida claustral. (cf. Perfectae Caritatis PC 7 Ad gentes AGD 18 Ad gentes AGD 40)

Vosotras, religiosas de vida contemplativa, habéis realizado una opción fundamental por el Señor Jesús dejándolo todo por El, siguiéndole, oyendo sus palabras y dedicándoos con solicitud a laborar incansablemente por el cumplimiento de su proyecto divino (cf. Perfectae Caritatis PC 5). Os habéis puesto con toda generosidad al servicio de la Iglesia. Por ello sois un verdadero tesoro de vida eclesial a la vez que un eficaz instrumento de apostolado. Cuidad siempre de hacer evidente vuestro sentir con la Iglesia. Sed entre vosotras y en medio de la comunidad eclesial signo de unión, fomentando con vuestro ejemplo, la unidad del Pueblo de Dios reconciliado en Cristo. Que vuestro servicio eclesial sea siempre de comunión con la Iglesia local y sus Pastores.

4. La emoción dominante hoy en los espíritus viene marcada por la vivencia de las intensas jornadas del Congreso Eucarístico y Mariano que acaba de clausurarse. Han sido días impregnados y vivificados por la fe, por el gran misterio de nuestra fe, que luciendo ardiente en las mentes, ha iluminado y esclarecido el infinito y inefable amor del Dios-Hombre hacia nosotros, que se hace alimento de nuestra peregrinación terrena y compañero de nuestro caminar hacia la casa del Padre. Las palabras litúrgicas dichas por el sacerdote después de la consagración eucarística, “este es el sacramento de nuestra fe”, cobrarán en adelante mayor fuerza al oírlas diariamente en vuestra Eucaristía; y vuestra respuesta será también más entusiasta aun proclamando su victoria por la cruz y la resurrección y anunciando siempre y en todo lugar su mensaje de salvación, hasta que vuelva.

La fe es guía y camino para la comunión con Dios (cf. San la Cruz, Subida, II, 3, 6, ibíd. II, 1,1) es el medio que hace posible el encuentro personal con el Señor Jesús, el soplo del Espíritu que anima y ilumina el sentido de nuestra vida, la puerta que se abre para estar en comunicación filial con el Padre, porque “sin fe es imposible agradar a Dios” como nos dice la Escritura (He 11,6). La palabra revelada nos repite que “el justo vive por la fe” (Ibíd., 2, 4; Rm 1,13 Ga 3,11); por tanto, ¡cuánto más se habrá de decir esto de la religiosa, que ha consagrado su vida entera a Jesucristo!

Estáis llamadas a dar un testimonio eclesial que no se desentiende de las realidades del mundo, sino que las ilumina. Recordad siempre que, cuando el sentido de lo sagrado parece desvanecerse y cuando la misma dimensión de la fe viene cuestionada por ideologías y modos de vida materialista, vuestra vida consagrada ha de ser lo que os califica y os distingue. Como escribió mi venerado predecesor Pablo VI “paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi EN 76).

5. Vosotras, por vuestra cercanía a los más necesitados, sois particularmente conscientes de las lacras que afectan a nuestra sociedad y que dejan sentir sus nefastos efectos de pobreza y injusticia. Vosotras sois ciertamente testigos de la indigencia que se extiende a multitudes, lacerándolas en su dignidad de hijos de Dios, así como de la decadencia moral que se difunde como un corrosivo por el cuerpo social. Son éstas señales claras de que se hace necesario intensificar la acción evangelizadora mediante renovadas obras de apostolado.

En la planificación del apostolado hay que partir de una visión de fe que no excluya temas como los de la salvación y configuración en Cristo, la gracia, la Iglesia como misterio, comunión y misión, los sacramentos, el pecado como raíz de todos los males personales y sociales, los compromisos en la vida personal y comunitaria, la vida eterna del “más allá”, el camino de perfección, la aceptación de la revelación divina tal como se predica y vive en la Iglesia, la fidelidad a la acción del Espíritu Santo. En una palabra: la auténtica dimensión religiosa del mensaje cristiano.

No han faltado casos de agentes de pastoral que, al sentirle profundamente impactados por el triste y injusto estado de postergación, de incultura, de miseria corporal y humana de tantos hermanos nuestros, se han dejado obnubilar cayendo en un inaceptable divorcio entre la fe creída y la praxis actuada.

Desde los orígenes mismos de la Iglesia, la caridad ha ocupado un lugar de preeminencia como signo y anuncio de la Buena Nueva liberadora. De aquí que los cristianos no puedan dejarse arrebatar por ninguna ideología ni sistema la bandera de la justicia, que es exigencia misma de la caridad. El amor por los pobres es una realidad que nace desde la fe, como lo demuestra la pléyade de cristianos que a través de los siglos han seguido al Señor Jesús en su amor preferencial –que no es excluyente– por los más pobres, por los marginados, por los enfermos, por los ancianos, por los niños. Como he indicado en mi reciente Encíclica sobre la cuestión social, “La opción preferencial por los pobres... es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales” (Sollicitudo rei socialis SRS 42).

6. Todo cristiano, y más aún toda alma consagrada, debe ser sensible ante el descubrimiento del hermano concreto en su miseria humana. Mas, no por ello se deben oponer los esfuerzos por ayudar a resolver el “hambre de pan” y los destinados a saciar el “hambre de Dios”. Por el contrario, particularmente vosotras, religiosas, debéis hacer explícito con vuestros actos la íntima y profunda vinculación que existe entre la exclusión de Dios y de su plan salvífico, y el incremento de los males que angustian al ser humano al alejarse de Dios. ¡Sería una grave injusticia, peor que la primera, olvidar el anuncio del reino y descuidar la proclamación del pan de la Palabra a todos!

Como hemos escuchado al comienzo de nuestro encuentro en la lectura del Evangelio, vosotras sois luz y sal; vuestra misión es demostrar al mundo que podéis comprometeros, como tantas lo hacéis, con el enfermo, con el oprimido, con la niñez y la juventud, desde una vida nutrida en el Evangelio, sin recurrir a fuentes ajenas que deforman la recta enseñanza y diluyen la vida cristiana. Sintiéndoos amadas por el Señor, recorreréis los caminos del mundo anunciando su amor a todos, y en particular a los pobres, a los débiles, a los necesitados.

90 Seréis signo de las bienaventuranzas evangélicas en la medida en que os adentréis en la contemplación de la Palabra, en la intimidad con Cristo y en la vida comunitaria como servicio y donación. El trato íntimo con el Señor es para todo cristiano y, particularmente para vosotras religiosas, como el aire que respiráis para manteneros vivas. Negarse al aire es morir. Olvidar la oración, dejarse arrastrar por la rutina que enfría el afecto de la cercanía de Dios, es también morir. Existe un íntimo ligamen entre la vida de oración y la profundización vivificante de los contenidos de la fe. Si falla la oración, se va debilitando la fe, y a ello sigue la progresiva pérdida de identidad que da sentido a los consejos evangélicos. Dejaos amar por Dios como Padre, y así os será más fácil “tratar de amistad con quien sabemos que nos ama”, como enseñaba Santa Teresa de Jesús.

En el ámbito de las prioridades por la vida religiosa en Perú hoy, quiero también llamar vuestra atención a la importancia que en nuestros días reviste una recta y adecuada formación teológica, espiritual y humana. Del estudio y meditación de la Revelación divina, en fidelidad a las enseñanzas del Magisterio, brotarán las aguas vivas que inunden de sentido cristiano vuestras labores asistenciales en los hospitales, escuelas y de promoción humana en el campo social.

A través de vosotras, especialmente a través de quienes realizan labores educativas, quiero transmitir una exhortación a los padres de familia para que respalden a sus hijos y hijas cuando escuchan el llamado del Señor. Os quiero pedir que, desde vuestra propia vocación, ayudéis a los demás a ver la plena realización humana que se obtiene en el seguimiento de Cristo en la vida consagrada. La Iglesia, lo sabéis bien, necesita artesanos dedicados a la evangelización. Es, pues, necesario que todas seáis solidarias en la promoción vocacional, pues el Señor sigue llamando a quienes El quiere hacer partícipes de su intimidad.

7. Queridas religiosas y personas particularmente consagradas a Dios: He querido compartir este tiempo con vosotras para reflexionar juntos sobre la hermosa vocación a la que, por la bondad de Dios, habéis sido llamadas, sobre las tareas que se os proponen en vuestra vida apostólica y también sobre los obstáculos que pueden presentarse en vuestro camino. Ante vosotras se alza, según la especificidad de vuestra vocación, el reto de continuar la evangelización de las gentes del Perú. Ciertamente que se trata de una tarea común a toda la Iglesia, pero vosotras, por vuestra misma condición femenina y por la libertad que os da vuestra virginidad, estáis particularmente dotadas para dar una contribución de primer orden. El corazón de la mujer, con su ternura y delicadeza, es más apto para captar y transmitir gozosamente los valores trascendentales (Redemptoris Mater
RMA 46) con firme fe y “esperando contra toda esperanza” (Rm 4,18); y vuestra vida consagrada os capacita para dar testimonio en la Iglesia del premio prometido en la sexta bienaventuranza: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8).

Que María Santísima sea vuestro modelo, de modo que se pueda decir de cada una de vosotras, como de Ella: “Feliz la que ha creído” (Lc 1,45) y que vuestra fe y virginidad –de modo semejante a Nuestra Señora– sean “una apertura total a la persona de Cristo, a toda su obra y misión” (Redemptoris Mater RMA 39) para que el mundo crea y acoja la salvación que viene de Dios.










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