Discursos 1988 90


VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CON EL MUNDO DE LA CULTURA Y DE LA EMPRESA


EN EL SEMINARIO «SANTO TORIBIO»


Lima, domingo 15 de mayo de 1988



Distinguidos participantes en este encuentro:

1. Sean mis primeras palabras de esta tarde expresión de mi viva satisfacción par encontrarme con vosotros, hombres y mujeres del mundo de la cultura y de la empresa. En mi anterior visita al Perú, estuvisteis muy presentes en mi pensamiento. En verdad, cuando desde estas tierras agradecía a Dios la evangelización del Nuevo Mundo, no me refería en modo exclusivo a la abnegada labor de los misioneros, sino también a los hombres de cultura que contribuyeron a modelar la identidad de estos pueblos a la luz de la fe. Así como al hablar sobre el trabajo, no aludía únicamente al papel fundamental de campesinos y obreros, sino también a los afanes de los hombres de empresa que con dedicación y empeño ejemplares conducen las labores de producción y fomentan el desarrollo.

Ambos mundos son verdaderamente expresiones de una misma realidad que puede ser comprendida en sentido amplio bajo la denominación de desarrollo cultural.

La reflexión sobre la cultura tiene una larga historia en la vida y en el pensamiento de la Iglesia. En efecto, ha sido una preocupación constante, que se acentuó de manera singular en momentos cruciales de la historia de la humanidad. Estamos, pues, ante un tema central en la vida del hombre y de la Iglesia.

La labor empresarial, por su parte, es un aspecto muy importante del extenso horizonte de la cultura. Tanto más en los países en vías de desarrollo como el vuestro, donde los desniveles económicos son grandes y donde, en consecuencia, se hace necesario un gran esfuerzo comunitario para alcanzar un desarrollo económico suficiente que permita construir una cultura verdaderamente humana, esto es, realmente orientada hacia Dios.

91 2. Las raíces de la cultura de vuestro país están impregnadas del mensaje cristiano. La historia del Perú se ha ido forjando al calor de la fe, que ha inspirado y a la vez ha impreso una marca propia a su vida y sus costumbres. A la luz de ella se modeló una nueva síntesis cultural mestiza que une en sí el legado autóctono americano y el aporte europeo.

Sin embargo, la permanencia de estructuras que originan graves desequilibrios en el cuerpo social puede suscitar una cierta desconfianza a la hora de evaluar el sustrato de fe de la primera evangelización, dando por supuesto que, o no ha impregnado con suficiente fuerza los criterios y las decisiones de los responsables del liderazgo cultural y social (cf. Puebla, 437), o se ha debilitado frente a la agresión de ideologías extrañas.

Se trata de ideologías de corte individualista que no reparan en la injusta repartición de las riquezas y que conciben al hombre como individuo autosuficiente, inclinado a la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales, sin consideración alguna para con los derechos de los demás; o son, por otra parte, ideologías de inspiración colectivista, que niegan la vocación trascendente de la persona humana y le señalan una finalidad puramente terrena (cf. Congr. pro Doctr. Fidei, Libertatis Conscientia, 13).

Frente a estas concepciones incoherentes con vuestra tradicional cultura cristiana, quiero repetiros ahora a vosotros la invitación que formulé en Santo Domingo a todos los pueblos de América Latina: Permaneciendo siempre fieles a los valores de dignidad personal y de hermandad solidaria que el pueblo peruano lleva en su corazón, como imperativos recibidos del Evangelio, resistid a la tentación de quienes quieren que olvidéis vuestra innegable vocación cristiana (Celebración de la Palabra en el Estadio Olímpico de Santo Domingo , III,
III 2,12 , III, 2, 12 de octubre de 1984).

3. El interés por la cultura es, en primer lugar, un interés por el hombre y por el sentido de su existencia. Así lo afirmé en mi discurso a la UNESCO hace algunos años: “Para crear la cultura hay que considerar íntegramente, y hasta sus últimas consecuencias, al hombre como valor particular y autónomo, sujeto portador de la trascendencia de la persona. Hay que afirmar al hombre por él mismo, y no por ningún otro motivo o razón: ¡Únicamente por él mismo! Más aún, hay que amar al hombre porque es hombre, hay que reivindicar el amor por el hombre en razón de la particular dignidad que posee” (Discurso en la sede de la UNESCO, n. 10, 2 de junio de 1980). La cultura debe ser el espacio y el vehículo para que la vida humana sea cada vez más humana (cf. Redemptor Hominis RH 14 Gaudium et ) y pueda el hombre vivir una vida digna, conforme al designio divino. Una cultura que no está al servicio de la persona no es verdadera cultura.

La Iglesia hace, pues, una opción radical por el hombre al plantearse la evangelización de la cultura. Su opción, en consecuencia, es la de un verdadero humanismo integral que eleva la dignidad del hombre a su verdadera y irrenunciable dimensión de hijo de Dios. Cristo revela el hombre al hombre mismo (Gaudium et spes GS 22), le devuelve su propia grandeza y dignidad, permitiéndole redescubrir el valor de su humanidad que por efecto del pecado se había oscurecido. ¡Qué inmenso valor debe tener para Dios el hombre, que ha merecido tan grande Redentor!

Por consiguiente, la acción de la Iglesia no puede conjugarse con la de aquellos “humanismos” que se limitan a una visión exclusivamente económica, biológica o síquica. La concepción cristiana de la vida está siempre abierta al amor de Dios. Fiel a esta vocación quiere mantenerse por encima de las distintas ideologías para optar sólo por el hombre desde el mensaje liberador cristiano. “La Iglesia –como he indicado en mi reciente Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”– no propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos u otros, con tal que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida, y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo” (Sollicitudo Rei Socialis SRS 41).

4. Esta opción humanista desde la óptica cristiana supone, como toda opción, la vivencia clara de una escala de valores, pues éstos son el sustento de toda sociedad. Sin valores no hay posibilidad real de construir una sociedad verdaderamente humana, pues ellos determinan no sólo el sentido de la vida personal, sino también las políticas y estrategias de la vida pública. Una cultura que ha perdido su fundamento en los valores supremos se vuelve necesariamente contra el hombre.

Los grandes problemas que afectan a la cultura contemporánea tienen su origen en ese querer marginar la vida personal y pública de una recta escala de valores. Ningún modelo económico o político servirá plenamente al bien común si no se apoya en valores fundamentales que respondan a la verdad sobre el ser humano, “verdad que nos es revelada por Cristo, en toda su plenitud y profundidad” (Dives in Misericordia DM 1 DM 2), Los sistemas que elevan lo económico a la condición de factor único y determinante de tejido social están condenados por su propio dinamismo interno a volverse contra el hombre.

Lo cierto es que solamente acudiendo a las capacidades morales y espirituales de la persona, se obtienen cambios culturales, económicos y sociales que estén verdaderamente al servicio del hombre, pues, el pecado, que se encuentra en la raíz de las situaciones injustas, es, en sentido propio y primordial, un acto voluntario que tiene su origen en la libertad de cada persona. Por eso, la rectitud de las costumbres es condición para la salud de toda la sociedad. ((cf. Congr. pro Doctr. Fidei, Libertatis Conscientia, 75).

5. Dentro de la inmensa tarea de evangelización a la que estamos llamados como Iglesia, la evangelización de la cultura ocupa un lugar preferencial (cf. Puebla, 365 ss.). Ella debe alcanzar a todo el hombre y a todas las manifestaciones del hombre, llegando hasta la raíz misma de su ser, costumbres y tradiciones. (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi EN 20)

92 La evangelización de la cultura supone un esfuerzo por salir al encuentro del hombre contemporáneo, buscando con él caminos de acercamiento y diálogo para promocionar su condición. Es un esfuerzo por comprender las mentalidades y las actitudes del mundo actual y iluminarlas desde el Evangelio. Es la voluntad de llegar a todos los niveles de la vida humana para hacerla más digna. De esta manera dignifica los modelos de comportamiento, los criterios de juicio, los valores dominantes, los intereses mayores, los hábitos y costumbres que sellan el trabajo, la vida familiar, social, económica y política.

Evangelizar la cultura es promover al hombre en su dimensión más profunda. Por ello, se hace a veces necesario poner en evidencia todo aquello que a la luz del Evangelio atenta contra la dignidad de la persona. Por otra parte, la fe es fermento para una auténtica cultura, porque su dinamismo promueve la realización de una síntesis cultural en una visión equilibrada, que sólo se puede conseguir a la luz superior de que ella es portadora. La fe ofrece la respuesta de aquella sabiduría “siempre antigua y siempre nueva” que puede ayudar al hombre a adecuar, con criterios de verdad, los medios a los fines, los proyectos a los ideales, las acciones a los patrones morales que permitan restablecer en nuestro hoy el alterado equilibrio de valores. En una palabra, la fe, lejos de ser un obstáculo, es fuerza fecunda para la creación de la cultura.

La acción evangelizadora de la cultura en el Perú de hoy y del futuro debe partir de un hecho consignado por la historia: la primera evangelización –cuyo inicio pronto cumplirá 500 años– modeló la identidad histórico-cultural de vuestro pueblo (cf. Puebla, 412. 445-446; Celebración de la Palabra en el Estadio Olímpico de Santo Domingo , III,
III 2,12 , III, 2, 12 de octubre de 1984); y el substrato cultural católico, sellado particularmente por el corazón y su intuición, se expresa en la plasmación artística, de la que vuestros templos, vuestras pinturas tradicionales, vuestro arte popular, constituyen una muestra tan valiosa. Se expresa también, con caracteres no pocas veces conmovedores, la piedad hecha vida de las manifestaciones populares de devoción.

6. Si bien es cierto que la fe trasciende toda cultura, dado que pone de manifiesto un acontecimiento que tiene su origen en Dios y no en el hombre, ello no quiere decir que esté al margen de la cultura. Hay una íntima vinculación entre el Evangelio y las realizaciones del hombre. Este vínculo es creador de cultura.

De la misma manera que la cultura necesita una visión integral y superior del ser humano, la fe necesita hacerse cultura, necesita inculturarse. “Una fe que no se hace cultura es una fe que no ha sido plenamente recibida, no enteramente pensada, no fielmente vivida” (Carta al cardenal Agostino Casaroli con motivo de la fundación del Consejo Pontificio para la Cultura, 20 de mayo de 1982).

Por ello, es misión de todo cristiano empeñarse por inculturar cada vez más profundamente el mensaje del Evangelio en la variedad de expresiones culturales profundamente arraigadas en vuestro país, en las que la fe ha desplegado una función felizmente integradora. De esta manera, contribuiréis también vosotros a esta elevada tarea, reforzando la cohesión y la necesaria unidad en vuestra patria.

No está fuera de lugar llamar aquí la atención ante un peligro que puede presentarse en el proceso de integrar la fe en la cultura, esto es, el peligro del temporalismo como criterio reduccionista del mensaje cristiano. En pueblos que están buscando con indecible tesón una mayor vivencia de la justicia, donde las desigualdades socio-económicas son muy grandes y las condiciones de vida para muchos son a veces infrahumanas, aparece con frecuencia la tentación de reducir la misión de la Iglesia a la búsqueda de un proyecto meramente temporal o incluso a la acción política. De esta manera, el punto de llegada a todos es evidente: se vacía el mensaje cristiano de sus contenidos esenciales, se adultera la fe, se traiciona el Evangelio.

7. De modo particular quiero dirigirme esta tarde a todos los que os ocupáis por la creación y fomento de la cultura. Sobre vosotros recae una no leve responsabilidad, ya que de las opciones que sepáis llevar a cabo dependerá a su vez el que vuestra cultura esté al servicio del hombre o se vuelva contra él.

Sois vosotros, pensadores, los que con sentido cristiano de la vida habéis de mostrar que la fe y la ciencia no se oponen. En efecto, la inteligencia humana, con el correr de los siglos, ha ido descubriendo no pocos de los misterios naturales que intrigan al hombre, y desvelando la lógica correlación entre la teología y los saberes temporales. La grandeza del trabajo intelectual, lo sabéis bien, lo constituye, en definitiva, la búsqueda de la verdad. Así lo señalaba en mi Encíclica “Redemptor Hominis”: “En esta inquietud creadora late y pulsa lo que es profundamente humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable necesidad del bien, el hambre de libertad, la nostalgia de lo bello, la voz de la conciencia” (Redemptor Hominis RH 18).

La labor que Dios os pide es un servicio a la verdad. Verdad que debe ser buscada sin cesar en las instituciones de investigación y enseñada a cada momento en los centros educativos; que debe presidir las tareas de los medios de comunicación social, de la política, la economía, el arte en sus diversas y ricas manifestaciones, y que debe resistir a la tentación de manipular y de dejarse manipular.

A este propósito deseo alentar a los profesionales de la información a ser auténticos promotores del bien común, como le corresponde a su noble y alta actividad, que casi me atrevería a definir como misión de servicio a la comunidad. Esa misma sociedad a la que han de servir pide y espera que no se dejen llevar por intereses o conveniencias de parte que, desfigurando los hechos, pueden perjudicar la pacífica convivencia ciudadana o debilitar los valores esenciales de la estabilidad democrática y del orden constitucional.

93 8. Quiero también detenerme en el papel del empresario en el mundo actual. Para vosotros, queridos empresarios cristianos, la gran tarea está en impregnar las realidades de la vida laboral y económica, y en general toda la economía, con el ideal evangélico tal como es propuesto por la enseñanza social de la Iglesia. En el cumplimiento de esa ardua tarea habéis de tener presente que, a pesar de la importancia fundamental de los medios, son primordialmente vuestras actitudes las que debéis examinar a la luz de la fe, para cambiar en consecuencia lo que haya que cambiar, según las exigencias de la misma fe.

En ocasiones se ha interpretado mal o no se ha comprendido vuestro papel, presentándolo como necesariamente contrario a los trabajadores o atado a los grandes intereses foráneos. Se olvida que todos juntos, empresarios y trabajadores, cooperáis para la consecución de un objetivo común. Se olvida con frecuencia que sois hombres de iniciativa, que afrontáis riesgos, que sois creadores de nuevos métodos, que contribuís al avance tecnológico y que enriquecéis a la comunidad con los frutos de vuestras actividades. El empresario cristiano no puede concebir a la empresa sino como integrada por personas a cuyo desarrollo y perfección debe contribuir el trabajo que desempeña. El ideal de comunidad humana y humanizadora ha de iluminar la realidad concreta de las empresas en medio de una sociedad abierta y pluralista, propiciando un esfuerzo creativo, más participado y responsable, por el que se consiga una producción eficaz y razonable de bienes y servicios.

Sin embargo, hay que lamentar, por otra parte, que no pocas veces hay empresarios –en los diversos tipos de empresa– que no responden a los dones recibidos y que parecen ignorar su responsabilidad frente a quienes trabajan en la empresa y ante la sociedad. Algunos parecen olvidar que deben ser, sí, promotores de riqueza; pero teniendo siempre como fin el bien común, esto es, sin dejarse arrastrar por apetencias de exclusiva utilidad personal.

Tened siempre presente que los valores de la solidaridad y la subsidiaridad son guía segura para la edificación cristiana de la empresa y de la sociedad toda (Sollicitudo Rei socialis
SRS 32). La empresa no sólo es una actividad productiva, sino que debe ser además un medio para la práctica del trabajo realizador de la persona humana (Laborem exercens LE 14). No olvidéis que el trabajador es para si mismo todo su capital y que, por ello, en la conceptualización de la empresa ordenada al bien común, el trabajo tiene prioridad (cf. Ibíd., 2).

9. Dirigiéndome a empresarios no puedo por menos de pensar en uno de los problemas más graves que, en el orden de la vida económica, angustian a tantas naciones de América Latina, y en particular al Perú.

Como he dicho recientemente en mi Encíclica “Sollicitudo Rei Socialis”: “El medio destinado al desarrollo de los pueblos se ha convertido en un freno, por no hablar, en ciertos casos, hasta de una acentuación del subdesarrollo” (Sollicitudo Rei Socialis SRS 19).

En efecto, el movimiento de capitales de un país a otro, o de instituciones públicas o privadas de crédito hacia regiones o naciones que lo necesitan para dotarse de infraestructuras o para hacer frente a necesidades básicas de las poblaciones, puede ser un gran signo de solidaridad mundial. El criterio para que esto sea una realidad, es, precisamente, el sentido de solidaridad con que se haga. Por parte del país que pide el crédito, se requiere a su vez que haya examinado detenidamente cuáles son sus verdaderas prioridades, cuál es el costo financiero y humano del préstamo, así como las consecuencias directas y indirectas de una dilación o cesación de pagos. De lo contrario, el mecanismo de créditos y préstamos se puede convertir en una rémora y en una carga insoportable.

Tal como ha sido expuesto en el documento de la Pontificia Comisión Iustitia et Pax sobre esta materia, el problema de la deuda internacional no es solamente una cuestión financiera o económica, ni tampoco meramente política, sino ante todo ética y moral. Ella debe ser considerada y encaminada a solución, a la luz del principio de la solidaridad entre pueblos y naciones, ricos y pobres, desarrollados y subdesarrollados, con el fin de no naufragar en los escollos del egoísmo, de la ganancia a cualquier precio o de una concepción estrecha y puramente material del desarrollo.

10. Todos vosotros, representantes de la cultura y de los sectores dirigentes del país, tenéis en vuestras manos una gran responsabilidad: la de hacer del Perú un lugar donde no solamente se sobreviva, sino que todos los ciudadanos vivan conforme a su dignidad de personas en lo material y en lo espiritual.

Que vuestra patria siga siendo en el futuro un lugar acogedor en el que los derechos fundamentales de toda persona sean tutelados, donde los egoísmos y los antagonismos políticos sean superados, donde la explotación, la violencia, el terrorismo no dejen sentir sus trágicas secuelas de opresión y de muerte, donde las libertades civiles y la fuerza creadora de todos los peruanos den una mayor cohesión social al país como garantía de un futuro mejor, donde la niñez y la juventud no sean víctimas inocentes de intereses inconfesables, enemistades partidistas, estrategias desestabilizadoras. En suma, una sociedad en la que los valores cristianos imperen y donde el noble ideal de solidaridad prevalezca ante el caduco ideal de dominio. (cf. Sollicitudo Rei Socialis SRS 46)

11. Para llevar a cabo esta ardua tarea, vuestro país cuenta con un potencial de recursos naturales suficientes; pero, cuenta sobre todo con el gran tesoro de un pueblo de profundas raíces cristianas, cuyos valores han de ser reavivados y potenciados para enfrentar el desafío del presente.

94 En esa economía solidaria ciframos todos grandes esperanzas con miras a movilizar las fuerzas vivas de la nación. Vosotros y yo estamos convencidos de que mediante la convergencia de tantas voluntades solidarias, será posible una política económica articulada en la que la autoridad publica, sin abdicar de sus funciones de dirección superior, cree los espacios suficientes para que la iniciativa privada pueda desplegar un decidido impulso al desarrollo económico de toda la región.

Como empresarios cristianos, vuestra patria espera mucho de vosotros, particularmente en la difícil situación por la que atraviesa la economía, y que, aunque afecta a todos, sus efectos negativos recaen con mayor fuerza sobre los más pobres. Con generosa dedicación y empeño colaborad en la construcción de una economía fundada en la recta jerarquía de los valores, estad siempre atentos a las exigencias de la justicia, la misericordia y la solidaridad.

No quiero terminar sin dirigir mi palabra de aliento a todas las instituciones católicas de educación superior y centros universitarios del país; en particular a los miembros del Consejo Católico para la Cultura del Perú.

Al despedirme de vosotros, dignos representantes del mundo cultural y de la empresa, deseo invitaros a que contribuyáis activamente en la construcción y defensa de una cultura más humana. Os exhorto a convertiros en verdaderos promotores y mensajeros de una cultura de vida que exprese la vigencia de la solidaridad y el desarrollo, que reconcilie los diversos elementos que aparecen divididos, que encuentre su fundamento en la verdad y el amor, y que manifieste en su vida cotidiana la centralidad del bien y la belleza.















VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS JÓVENES DESDE EL BALCÓN


DE LA NUNCIATURA APOSTÓLICA


Lima, domingo 15 de mayo de 1988



¡Queridos jóvenes del Perú!

1. Gracias por vuestra presencia numerosa y entusiasta en este encuentro significativo que he querido reservaros en mi breve visita a Lima. ¡Sois la esperanza de la Iglesia! ¡Seréis la alborada del mañana, si sois portadores de la vida que es Cristo! Ese es vuestro reto y esa vuestra felicidad: Acoger la vida que nos trajo el Señor y comunicarla a los demás, con la vitalidad y energía de vuestra juventud, con la transparencia y dinamismo propios de vuestra edad. ¡Sed constructores de un mundo mejor, desde hoy!

Recuerdo muy bien aún el encuentro que tuvimos en Monterrico, en mi anterior visita, cuando os propuse el ideal de las bienaventuranzas. Hoy también quiero dirigirme a cada uno de vosotros, y a través de vosotros a todos los jóvenes de este hermoso país, porque a todos y a cada uno ama intensamente el Señor y de cada uno espera la respuesta personal y irrepetible que brota del corazón generoso. Todos habéis sido convocados personalmente a vivir en el amor de Jesús y a ser sus apóstoles. “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn 15,16), nos dice Cristo; así lo experimentó el Apóstol San Juan quien conoció al Señor siendo joven como vosotros.

2. El mundo en que os ha tocado vivir, junto con grandes logros, está lleno de profundas contradicciones. Es grande y dolorosa la secuela del pecado. Muchos hombres se alejan más de Dios cada vez, desviándose así del sendero de la felicidad a la que están invitados. Rompiendo su vínculo con el Padre entran en conflicto con los demás, consigo mismos y con la naturaleza. Ahí está la raíz del pecado personal y de sus terribles consecuencias sociales.

Hoy queda poco sin cuestionar. Todo se pone en duda. Las relaciones humanas –pretenden algunos– están apoyadas en meros convencionalismos. Se experimenta el vértigo de un cambio que se arroga el derecho de arrinconar los valores perennes. Se exalta la violencia. Se huye de los compromisos personales y de una auténtica construcción del mundo, para refugiarse en cambio en el alcohol y la droga. El desprecio de la vida humana se ha generalizado. Los principios morales no son respetados. El hombre parece como si hubiera perdido su camino.

3. Ante un panorama que podría sembrar desaliento y desesperanza incluso en espíritus fuertes, yo os digo: Jóvenes peruanos ¡Cristo, su mensaje de amor es la respuesta a los males de nuestro tiempo! El es quien libera al hombre de las cadenas del pecado para reconciliarlo con el Padre. Sólo El es capaz de saciar esa nostalgia de infinito que anida en lo profundo de vuestro corazón. Sólo El puede colmar la sed de felicidad que lleváis dentro. Porque El es el camino, la verdad y la vida (cf. Ibíd., 14, 6). En El están las respuestas a los interrogantes más profundos y angustiosos de todo hombre y de la historia misma.

95 Con el entusiasmo propio de vuestra juventud buscad al Señor Jesús. El colmará vuestras inquietudes. ¡Convertíos de corazón para alcanzar la vida¡ Sólo desde una conversión personal y profunda se puede aspirar a un cambio real, que luego se proyecte hacia los demás en relaciones solidarias.

No busquéis en otros lugares lo que sólo Cristo puede dar. Vuestra sed de Dios no puede ser saciada por sucedáneos, como las ideologías que conducen a exacerbar los conflictos y el odio. No debéis evadir la fascinante aventura de vivir la vida según el Evangelio. No sucumbáis a la tentación de la violencia que todo lo destruye y conduce a la desesperación. ¡Optad por una cultura de vida y de amor fraterno!

4. ¡ Jóvenes del Perú! En vosotros pongo mi confianza. ¿Sabréis acoger y vivir el don de la vida que nos trajo Jesucristo el Señor? ¿Seréis capaces de escuchar y acoger la vocación de ser discípulos y apóstoles? ¿Tendréis la valentía de hacer de vuestra vida un testimonio elocuente de que Cristo es la respuesta que anhela el corazón del hombre actual?

Queridos muchachos y muchachas: Debéis tener un deseo ardiente y una gran valentía para proclamar a Cristo, para anunciarlo en vuestros ambientes, en la sociedad. Sed apóstoles entre vuestros amigos y compañeros. Para ello debéis de formaros sólidamente en la fe, alimentaros de la Eucaristía, cimentaros en la oración, y así poder proyectaros hacia los demás con la seguridad que da el Señor. A cada uno de vosotros le espera la noble tarea de ser mensajero de Cristo entre los que están a su alrededor. Cultivad en vuestro corazón joven el deseo de ser verdaderos apóstoles, testigos audaces del Evangelio, artesanos de la civilización del amor.

Pongo en manos de nuestra Madre María, Nuestra Señora de la Evangelización, como la conocéis en estas tierras limeñas, esta esperanza de la que sois portadores. Acogeos a Ella, Madre de los jóvenes, para que os guíe al encuentro de su Hijo y os muestre el camino de la reconciliación. Ella, que es ejemplo de amor generoso, os sostenga en la fe y os enseñe a vivir en el servicio a los hermanos, particularmente a los más necesitados.

A vosotros, los discípulos de Jesús en el tercer milenio del cristianismo, os encomiendo la tarea de la evangelización de los jóvenes, la construcción de la civilización del amor.







VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto internacional Jorge Chávez de Callao, Perú

Lunes 16 de mayo de 1988



Señor Presidente,
señores cardenales y obispos,
autoridades civiles y militares,
96 hermanos y hermanas todos muy queridos:

1. Mi estancia entre vosotros aunque breve, ha sido intensa en celebraciones ricas de fe y religiosidad que juntos hemos compartido. Doy gracias a la divina Providencia porque me ha permitido pasar en Lima un domingo lleno de luz, un día memorable para la historia del Perú y de los demás países bolivarianos: Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela; un día de gracia que hasta puede inscribirse como el comienzo de una nueva etapa en la historia de la evangelización de toda América Latina, aquí representada durante el V Congreso Eucarístico y Mariano que el Papa ha venido a clausurar.

Como Pastor de la Iglesia universal, he convocado a las Iglesias locales que están en estas latitudes a emprender con nuevo empeño las tareas de la evangelización, para que todos los hombres y todos los pueblos de este continente, joven y lleno de esperanza, que se prepara a celebrar el V centenario de la llegada de la Buena Nueva, haga de Jesucristo el centro propulsor de sus vidas, reconociendo en El a su único Salvador, Señor y Liberador.

Este ha de ser el fruto principal del Congreso, tal como lo indica el lema mismo que ha presidido vuestras jornadas de estudio, reflexión y plegaria: “Reconocer al Señor al partir el pan”; es decir, reconocerlo ante todo en la Eucaristía, en la cual Cristo se hace realmente presente entre nosotros para ser nuestro alimento, nuestra vida; y reconocerlo también en los hermanos, particularmente en los más necesitados: en los hermanos que sufren, en los hermanos pobres, para compartir con ellos el pan de la Palabra y el pan material, para saciar su hambre de Dios y su hambre de justicia.

2. Permitidme que os diga una vez más: No hay liberación auténtica si no es en Jesucristo. Sólo el Evangelio y la doctrina social, que de él emana, pueden ser fuente de salvación para América Latina. Todas las ideologías extrañas o adversas al cristianismo o simplemente incompatibles con las enseñanzas de la Iglesia carecen de ese dinamismo interior capaz de dar paz y justicia a esta querida América. Sólo la luz que viene del Divino Redentor puede asegurar a vuestras naciones un porvenir mejor en el que, superada toda clase de violencia y de intereses contrapuestos, reine la civilización de la verdad y del amor.

Estos son los caminos que deja abiertos el Congreso Eucarístico: caminos de renovación cristiana, caminos de renovación social. Y como ha sido también un Congreso Mariano, en nuestro caminar hemos de acudir con confianza a la Virgen y reconocer su presencia de Madre para que Ella nos guíe, como Estrella de la Evangelización, sabiendo que María nos precede siempre en la peregrinación de la fe.

En sus manos maternales dejo depositadas las intenciones pastorales del Congreso que hemos clausurado, y a su protección confío las Iglesias de los países bolivarianos junto con sus Pastores, sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes de pastoral y fieles todos en este Año Mariano y en este mes de mayo, particularmente dedicado a Nuestra Señora.

3. Mi segundo viaje apostólico al Perú toca a su fin. De nuevo he sentido el gozo intenso de encontrarme con un pueblo de hondas raíces cristianas que tan estrechos lazos de comunión y sintonía estableciera con el Sucesor del Apóstol Pedro durante la visita pastoral que hace algo más de tres años me permitió recorrer gran parte de la geografía del país como peregrino de evangelización.

4. Me llevo muy dentro del alma el recuerdo de todos vosotros, de las muestras de afecto que me habéis dispensado; de las manifestaciones de entusiasmo con las que habéis rodeado mi visita; del dinamismo y vitalidad de esta Iglesia que está en el Perú, comprometiéndose con el pueblo.

Pero, al mismo tiempo, no puedo silenciar la tristeza que invade mi corazón de Pastor al comprobar que este noble pueblo peruano continúa sufriendo el flagelo de la violencia. En efecto, atentados y crímenes siguen sembrando dolor y muerte en tantos hogares de este país. A este respecto, la experiencia enseña que la violencia, venga de donde venga, engendra mayor violencia y no es el camino adecuado para la verdadera justicia.

Durante mi breve estadía entre vosotros he podido percibir nuevamente el clamor de paz que brota de las gargantas de tantos peruanos de buena voluntad. Los largos y crueles años de lucha entre hermanos, que tantas heridas han producido en la vida de las personas y de la sociedad, no han de imposibilitar el que pueda lograrse una paz justa y duradera.

97 Por ello, antes de dejar este amado suelo del Perú, renuevo a los responsables de tanto dolor y muerte el llamado que hice en Ayacucho el 3 de febrero de 1985: “Os pido en nombre de Dios: ¡Cambiad de camino! ¡Convertíos a la causa de la reconciliación y de la paz! ¡Aún estáis a tiempo! Muchas lágrimas de víctimas inocentes esperan vuestra respuesta”.

Que todos, especialmente quienes han empuñado las armas, escuchen el clamor de paz que brota de tantos corazones que han sufrido y sufren los efectos de la violencia, y emprendan el camino cristiano de la reconciliación y del perdón.

Esta es la gran tarea que debe comprometer a todos los peruanos de buena voluntad: construir un Perú más justo y reconciliado. Por ello, me dirijo a todos: a los líderes políticos y sindicales, a los empresarios y trabajadores, a los hombres de la cultura y de la ciencia, a todos los que influís en la marcha de la sociedad, aunque sólo sea con vuestra voz o vuestro voto...; a todos me dirijo y a todos hago un llamado para que contribuyáis generosamente, con honradez absoluta, con conciencia limpia, con claridad de ideas, con espíritu solidario, con obras eficaces, a construir ese Perú nuevo que todos deseáis.

5. Agradezco al Señor Presidente de la República del Perú sus finas atenciones. Hago extensivo este agradecimiento a los miembros del Gobierno y a las demás autoridades civiles y militares, por la colaboración en orden al buen desarrollo de las actividades programadas durante mi visita pastoral.

Mi gratitud, profundamente sentida, va al señor cardenal primado y a todos los amados hermanos en el Episcopado, que con vivo espíritu de comunión han alentado a los fieles en la preparación espiritual del Congreso con miras a un renovado impulso evangelizador que fortalezca la acción pastoral y la vida cristiana en cada comunidad eclesial.

En el momento de la despedida, doy mi abrazo de paz en el Señor a los representantes de los Episcopados de los demás países bolivarianos: Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela; así como a los de las otras naciones hermanas aquí presentes. Junto con mi gratitud por vuestra presencia y por vuestra dedicación pastoral para acrecentar en vuestras Iglesias locales la piedad eucarística, os ruego que transmitáis a todos los amados hijos de vuestros respectivos países el recuerdo y el saludo entrañable del Papa, que ruega fervientemente a Dios para que inspire en todos un renovado compromiso de vida cristiana, de fidelidad a Cristo, de voluntad de servicio y ayuda a los hermanos, particularmente a los más necesitados.

Peruanos y peruanas todos, de las ciudades y de los pueblos, de la costa, de la sierra y de la selva: En esta hora de vuestra historia os exhorto a permanecer fieles a vuestra fe católica y a dar testimonio de ella en vuestra vida individual, familiar y social.

Confío al Señor de los Milagros y a la Santísima Virgen, tan venerada en toda la geografía de América Latina, que este llamamiento mío como padre y Pastor haga que las virtudes cristianas que profesáis contribuyan a la superación de las dificultades presentes y refuercen la fraternidad y la voluntad de pacífica convivencia entre todos los peruanos.

Queridos amigos del Perú: Sabed que el Papa os ama, que comparte vuestras angustias y esperanzas, que reza por vosotros y os bendice con esa bendición que tanto imploráis y tanto pedís, y que yo, antes de marchar os imparto de corazón.









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