Discursos 1987 102

102 3. “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32), leemos en el Evangelio de san Juan. Las tensiones y conflictos que puedan aparecer en el panorama social son una invitación urgente, a menudo dolorosa, a que asumáis vuestra responsabilidad de hombres de cultura. He aquí un desafío para vuestro talento: mostrar a la sociedad que los enfrentamientos y las incomprensiones van frecuentemente ligadas a la ignorancia y al desconocimiento mutuo entre las partes: poner de manifiesto que la verdad es aquella síntesis superadora, capaz de resolver los problemas reales y los conflictos, de tal manera que los sectores rivales puedan reconocer su propia parte en un proyecto más íntegro y armónico, que abrace e incluya a todos en un esfuerzo común de civilización.

Soy consciente –como vosotros– de que esta tarea es ardua. No se trata de llegar a entendimientos ocasionales, más o menos superficiales, sino que es necesario ir a las raíces de los conflictos para descubrir y rescatar las diversas partes de verdad y recomponerlas en su unidad indivisible para que puedan expresar toda su profundidad. Esta labor exige paciencia, dedicación, espíritu tolerante y pluralista. A veces se experimentará el dolor de ver que desfallecen los ánimos, pero nunca ha de faltar la esperanza de llegar a superar los problemas que hoy nos aquejan.

No podemos olvidar que, en vuestro país ha existido siempre, desde sus comienzos, un particular interés por la cultura. Fue una decisión clarividente, tomada por las autoridades, desde épocas tempranas, la de empeñarse por hacer llegar la educación a todos los sectores de la población. El camino por recorrer en este campo es aún largo y difícil; pero no por eso os debe faltar el tesón y el entusiasmo, conscientes de que vuestras aportaciones no caerán en el vacío, sino que serán piedras sillares en la construcción de ese gran edifico que es la cultura de un pueblo.

4. Consideremos ahora otro rasgo característico de la verdadera cultura: su universalidad.“Una urgencia particularmente importante hoy para la renovación cultural es la apertura a lo universal” (Discurso al mundo de la Universidad y de la cultura de España, n. 10, Madrid, 3 de noviembre de 1982). Es éste un aspecto de la cultura estrechamente vinculado con el anterior. La cultura, en efecto, al poner al hombre en contacto con inquietudes, ideas y valores que tienen su origen en otros lugares y tiempos, ayuda a superar la visión limitada, fruto de una dedicación exclusiva a un ámbito determinado. Por otro lado, aunque la cultura sea también un fenómeno localizado en un área concreta, permite estar siempre en conexión con aspectos universales, que afectan a todos los hombres. Una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura. Esos valores universales permiten que las culturas particulares comuniquen entre sí, y se enriquezcan recíprocamente.

Se comprende entonces que este nivel más amplio de participación y acercamiento entre los hombres no depende sólo de las técnicas y de los medios de difusión, sino que tiene lugar en un ámbito de expresión más elevado, es decir, en el de los valores superiores que inspiran todo movimiento cultural genuino.

5. Quien alienta ese afán irrenunciable de universalidad en su quehacer cultural ha de plantearse los interrogantes más profundos del hombre; esto es, el sentido último de la existencia y el modo de vida verdaderamente adecuado a ese fin. Sin embargo, esos interrogantes son también propios de vuestras mismas conciencias; y por eso el quehacer cultural afecta incluso a vuestra propia vida, exigiendo de vosotros que encarnéis los valores universales que queréis comunicar. Está en juego la misma credibilidad de vuestro mensaje y de vuestras propuestas: si falta ese compromiso moral, no se llegaría a ser un verdadero hombre de cultura, porque se quedaría en el formalismo, la neutralidad, el sincretismo; en una palabra, en la decadencia cultural.

Es verdad ciertamente que el ejercicio de una auténtica democracia y el respeto, por parte de todas las instancias responsables, de un sano pluralismo, no pueden no favorecer el desarrollo y la extensión de la cultura.

No olvidemos, sin embargo, que la verdad, la belleza y el bien, como la libertad, son valores absolutos y que, como tales, no dependen de la adhesión a ellos de un número más o menos grande de personas. No son el resultado de la decisión de una mayoría, sino que, por el contrario, las decisiones individuales y las que asume la colectividad deben estar inspiradas con estos valores supremos e inmutables, para que el compromiso cultural de las personas y de las sociedades respondan a las exigencias de la dignidad humana.

Sabéis además que el compromiso ético del hombre de cultura –la atención cotidiana por educar su conducta al bien y a la verdad– es el modo de ahondar vitalmente en el corazón del hombre, experimentando así su grandeza y su debilidad, sus conflictos y sus anhelos de paz y de armonía, y sobre todo su insaciable necesidad de amar y de ser amado. Percibiréis cuán profundamente la persona aspira a referir todo su ser a Dios, para poder llegar a ser él mismo. Vuestra misma identidad de hombres de cultura os inclina entonces a recorrer ese camino hacia la interioridad de todo hombre, alcanzándola con vuestra propia experiencia humana.

La responsabilidad social del hombre de cultura le mueve también a salir de sí mismo, apartándose de todo aislamiento egoísta, v actuando en su vida personal con seriedad y coherencia, sin ceder a las insidias que intentan desviarlo de sus ideales más valiosos. La alegría y el dolor que se experimentan en la superación de las dificultades, son también una puerta de entrada al tesoro que anida en el corazón del hombre. Cuando después eso mismo queda expresado en vuestras obras de cultura, adquiere la grandeza impresionante que acompaña a lo universal, cuando toma forma concreta en una determinada situación histórica.

Sois conscientes de que todo esto es difícil y arriesgado; pero vuestra conciencia os dicta que no podéis eludirlo, ni retraeros. Por otra parte, no es imposible, ya que el hecho mismo de intentarlo significa haberlo conseguido de algún modo, comenzar a moverse ya en el plano de los verdaderos ideales culturales, y vivir en sintonía de solidaridad con los grandes hombres del pasado y del presente, con la esperanza de poder transmitir algo valioso a la humanidad.

103 6. Esto último me lleva a considerar el tercer rasgo que debe caracterizar la cultura. Me refiero al sentido de humanidad. Es la propiedad más importante, porque la comunicación se hace posible cuando hay valores universales, y los valores universales adquieren vigencia cuando gracias a la cultura sirven al hombre completo. El fin de la cultura es dar al hombre una perfección, una expansión de sus potencialidades naturales. Es cultura aquello que impulsa al hombre a respetar más a sus semejantes, a ocupar mejor su tiempo libre, a trabajar con un sentido más humano, a gozar de la belleza y amar a su Creador. La cultura gana en calidad, en contenido humano, cuando se pone al servicio de la verdad, del bien, de la belleza, de la libertad, cuando contribuye a vivir armoniosamente, con sentido de orden y unidad, toda la constelación de los valores humanos.

El momento actual es de veras importante y sumamente delicado. Nos encontramos ante un progreso avasallador del conocimiento científico-tecnológico, no siempre compensado por una cultura humanística de análoga envergadura. La revolución científico-tecnológica –un fenómeno en sí eminentemente positivo– se ha desarrollado, en las últimas décadas, a la par que se ha dado, inversamente, un cierto empobrecimiento de lo que llamamos “ humanidades ”. Por esto mismo, en nuestros días se hace más necesario esmerarse con todos los medios al alcance por superar este desfase, y emprender con nuevo vigor el cultivo de un saber humanístico que sea capaz de situar al hombre como centro raíz y fin de toda cultura, como “hecho primordial y fundamental de la cultura” (Discurso a la UNESCO, n. 8, París, 2 de junio de 1980), y de orientar así el progreso científico-tecnológico de nuestros días hacia metas íntegramente humanas.

7. Al hacer presente a todos vosotros que la Iglesia se interesa por la cultura de un modo particular, quisiera ahora aludir a lo que el Episcopado latinoamericano, en el Documento de Puebla, ha llamado la “evangelización de las culturas” (Cf. Puebla, 385-443), y hacer un llamado a los católicos que se desempeñan en el mundo de la ciencia, de las artes y de las letras para que, con su vida y su actividad profesional, contribuyan a la difusión del mensaje evangélico en todos los ámbitos culturales del país, fortaleciendo así la colaboración recíproca entre fe y ciencia, que haga surgir una nueva fecundidad intelectual, artística, literaria. Todo ello será posible si también el mundo de la cultura abre sin miedo sus puertas a la plenitud de Cristo, el único que da sentido y consistencia a todo lo que existe.

Permitidme, en este sentido, unas breves palabras sobre el mundo universitario, del que muchos de vosotros formáis parte. La Universidad, en su específica fisonomía, significa cultura, cultura cualificada y original, cultura de orden superior, destinada a difundir la verdad y a lograr descubrimientos que marcan un real progreso en la esfera de los conocimientos humanos. Pero ese fin primario y esencial de la Universidad es inseparable de otra función, que igualmente le es connatural: ayudar a los hombres y mujeres que en ella conviven, a desarrollarse a sí mismos, a crecer propiamente como personas, según las exigencias del bien integral del hombre. Es necesario que la Universidad y cada uno de los universitarios fomenten ese desarrollo armónico y paralelo de ambas finalidades.

Así lo ha hecho la Iglesia, desde que bajo su amparo florecieron esos centros de cultura superior. “La historia misma de las universidades, tal como surgieron en el Medioevo y se desarrollaron en la Edad Moderna, es testigo de la estrecha urdimbre entre fe y cultura, que también hoy exige una nueva, clara y sólida configuración. En efecto, las dos matrices se inspiran, aunque con óptica diversa, en el estudio del hombre, de sus inmensas capacidades, que, si son justamente canalizadas, enriquecen al hombre mismo” (Discurso a los profesores y alumnos de la Universidad de Pavía, n. 4, Pavía, 3 de noviembre de 1984). Sabéis bien que la Iglesia ha mirado siempre con interés y amor al mundo universitario, consciente de la importancia que tiene para el presente y el futuro de la humanidad.

8. Este es mi mensaje a los hombres y mujeres de la cultura en este querido país, ya al final de mi viaje apostólico. Mensaje que siento que no es suficiente, pero con algunos elementos, con algunas propuestas esenciales. Con él he querido alentaros en esa tarea tan positiva y esperanzadora como es la de promover activamente la formación completa, en todas sus dimensiones, del hombre y de la mujer argentinos. No permitáis que se interpongan los problemas circunstanciales, los cuales quitan claridad a esta meta fundamental. Al contrario, toda la problemática relacionada con la ciencia y la cultura, si se mira bajo la perspectiva de servicio al hombre, hecho a imagen y semejanza del Creador, terminará hallando vías de solución, de modo justo y enriquecedor.

Sembrad, con la cultura, gérmenes de humanidad; gérmenes que crezcan, se desarrollen y hagan robustas a las nuevas generaciones. Trabajad con un sentido de trascendencia, porque Dios es la Suma Verdad, la Suma Belleza, el Sumo Bien y con la labor científica y artística, se puede dar gloria al Creador y preparar así el encuentro con Dios Salvador.

Mi bendición más afectuosa para vosotros, para vuestras familias y para el trabajo que realizáis. Invoco sobre todos la protección de la Santa Madre de Dios. ¡Virgen Santísima de Luján, protege a este pueblo, encamínalo por senderos de paz y de unidad!





VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II


AL PUEBLO ARGENTINO


Aeropuerto de Ezeiza - Buenos Aires

Domingo 12 de abril de 1987




Señor Presidente,
104 dignísimas autoridades de la nación,
amados hermanos en el Episcopado,
queridísimos argentinos todos:

En esta breve pero intensa peregrinación de acción de gracias, que me ha llevado a distintos lugares de este amado país, he podido comprobar los grandes recursos tanto de orden humano como material con que la Providencia de Dios ha dotado abundantemente a la Argentina.

He visto vuestras pampas sin fin, sus interminables sembradíos, sus caudalosos ríos, sus numerosos rebaños de ganado. He experimentado la variedad y dulzura de vuestro clima y he admirado el azul de vuestros mares. He contemplado el grandioso espectáculo de la cadena de los Andes con sus nieves perpetuas; y, con el corazón rebosante de emoción, he unido mi voz a la del salmista para alabar a Dios:

“¡Señor, Dios nuestro / qué admirable es tu nombre en toda la tierra! / Al ver el cielo, obra de tus manos, / la tierra y las estrellas que has creado”.

Sobre todo, he tenido la dicha de encontrarme con la realidad viviente de estas tierras, es decir, con vuestro pueblo, tan hospitalario y bondadoso, y con vuestra prometedora juventud. He gozado al encontrarme con el hombre del agro, con el que trabaja en su taller de artesano o en las grandes plantas industriales, con quienes viven en el campo o en la ciudad. En todos he podido apreciar una gran cordialidad y un afán de superación humana y espiritual que honran a vuestra patria.

Comprenderéis muy bien que mi mayor complacencia haya sido encontrarme, esta vez por toda la República, con un pueblo religioso que, en torno a sus Pastores y en unión con el Sucesor de Pedro, está dispuesto a manifestar su fe y a corroborar su compromiso cristiano en la tarea de reconciliación entre todos los argentinos.

De nuevo los imborrables encuentros con las distintas categorías del Pueblo de Dios en Argentina, quisiera mencionar, ante la cercanía del próximo Sínodo, los que he tenido con millares de laicos, hombres y mujeres, en toda la geografía del país. ¿Y cómo no recordar la Misa por la familia en Córdoba, para que Dios mantenga fuerte y unida esa célula básica de la Iglesia y de la sociedad? ¿Y los encuentros tenidos con los laicos en Salta y Tucumán, y con los trabajadores del agro y de la industria, y con los representantes de los empresarios y del mundo de la cultura? ¿Cómo no destacar la celebración de esta mañana, con motivo de la Jornada mundial de la Juventud? En esa juventud que se abre a la vida, descansa la esperanza de la Iglesia y de la entera sociedad.

Ante tantos momentos entrañables, de profunda comunión, vividos en la fe y en el amor cristiano, mi corazón no puede menos de elevarse en sincero agradecimiento al Señor quien, en su bondad ha querido bendecir con largueza vuestra patria. Uníos a mi acción de gracias hacia este Padre Dios que nos ha demostrado tanto cariño y correspondedle con un amor cada vez más intenso: que vuestro deber de gratitud a Dios por los bienes recibidos, se traduzca en fidelidad a sus mandamientos, que no son más que un modo de manifestar su amor por los hombres.

Al despedirme de vosotros, quiero dejar constancia de mi reconocimiento a cuantos han hecho posible esta inolvidable visita pastoral. En primer lugar, al Señor Presidente de la Argentina y a todas las autoridades, así como a mis amados hermanos obispos, a los queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, y a todas las entidades y personas que han colaborado eficazmente en la preparación y desarrollo de los diversos actos.

105 Podéis estar seguros de que os llevo a todos muy dentro de mi corazón. Os pido que, cada día, recéis por mí y Dios os lo recompensará sobreabundantemente. Ruego a la Virgen de Luián, que os alcance de su divino Hijo la gracia para corresponder fielmente a las exigencias de vuestra vocación cristiana.

Mientras hago fervientes votos por la prosperidad, paz y concordia entre los amadísimos hijos de esta noble nación, imparto a todos con afecto mi Bendición Apostólica.

¡Hasta siempre, Argentina!






AL COMITÉ ADMINISTRATIVO DE COORDINACIÓN


DE LAS NACIONES UNIDAS


Sala de los Papa, El Vaticano

Viernes 24 de abril de 1987



Queridos amigos:

Quiero daros las gracias por los amables sentimientos que el Secretario General, Señor Pérez de Cuéllar, ha expresado en nombre vuestro. Es un placer para mí el que esta reunión en Roma del Comité administrativo de Coordinación de las Naciones Unidas haya hecho posible vuestra presencia hoy aquí, y extiendo a cada uno de vosotros mi bienvenida y mi saludo cordial.

1. La Organización de las Naciones Unidas, a la cual servís, tiene un papel vital en el mundo de hoy. Todos somos conscientes de que la creciente interdependencia global y la intercomunicación crean una posibilidad cada vez mayor de paz y entendimiento, pero al mismo tiempo multiplican los riesgos de un conflicto más amplio. Vuestra organización es singularmente apta para favorecer las posibilidades de paz y para reducir los peligros creados por la injusticia y la agresión. Sirve como un foro útil para la discusión y como un instrumento eficaz para la acción, al promover el bien común de la familia humana. Debe su existencia misma al deseo que tienen los hombres de buena voluntad de paz, seguridad y libertad para buscar el legítimo desarrollo humano para ellos mismos, para sus familias y para sus comunidades. Cada una de las agencias y actividades que vosotros representáis se creó con la finalidad de asegurar un progreso auténticamente humano, es decir, un progreso basado en el respeto de los derechos fundamentales dados por Dios, en la cooperación mutua y en la promoción de la paz y la justicia.

La Organización de las Naciones Unidas merece elogios por su servicio a la humanidad a muchos niveles. Como parte de sus actividades regulares, ha despertado la atención internacional sobre problemas tales como la pobreza, la falta de vivienda, los derechos humanos, la difícil condición de los refugiados, las necesidades de los niños y de los minusválidos y la contribución de las mujeres a la sociedad. También ha despertado la atención sobre problemas relacionados con los campos de la cultura, de la economía, de la ciencia y de la salud pública. Entre sus muchos logros positivos, quisiera; mencionar las Convenciones firmadas el año pasado en Viena sobre la colaboración en caso de accidentes nucleares. Cada uno de los problemas que acabo de mencionar, así como muchos otros, sólo pueden ser solucionados con la cooperación que supera las fronteras e intereses nacionales y regionales. Las iniciativas de las Naciones Unidas son un signo de esperanza de que tal cooperación es ciertamente posible.

Como bien sabemos, la búsqueda de un consenso mundial y de una cooperación para establecer la paz y resolver los problemas, no es siempre fácil, dadas las múltiples diferencias sociales, políticas y económicas que marcan la familia humana, y dada la constante tentación que tienen las naciones particulares para buscar excesivamente su propio interés a expensas del mayor bien de todos. Por esta razón, el trabajo de las Naciones Unidas requiere paciencia y perseverancia para continuar en el camino de la cooperación.

Pero existe un desafío todavía más profundo que debe ser afrontado desde dentro. Todos aquellos que administran y llevan a cabo los programas de las Naciones Unidas deben seguir encontrando su inspiración en los ideales y en los valores morales sobre los que la Organización fue fundada. Sólo así la Organización proyectará un sentido del objetivo que es un servicio genuino a la comunidad mundial. Sólo así puede mantener una visión que inspire la confianza y la cooperación internacional.Se requieren los más altos niveles de integridad personal por parte de todos. Cualquier deficiencia en este sentido significaría sacrificar la credibilidad en la urgente tarea de promover soluciones éticas para los problemas del mundo.

106 El enfoque ético es crucial, porque sin él se pierden de vista la dignidad y los derechos que pertenecen a cada ser humano. Si no se reconoce esa dignidad y si esos derechos no son respetados, no puede haber un progreso auténtico ni tampoco soluciones duraderas para los problemas que nos acechan. Durante demasiado tiempo en este siglo la humanidad ha estado condicionada por el choque de intereses económicos y de ideologías rivales, un conflicto en el que el individuo ha sido ignorado o subordinado a preocupaciones lucrativas o ideológicas. Esto ha sido la causa de mucha división y de odio, de mucha violencia y de guerra, y sigue impidiendo los esfuerzos por la justicia y por la paz. La familia humana también ha estado profundamente afectada por los avances científicos y tecnológicos, y éstos plantean también cuestiones éticas sobre la naturaleza del progreso en cuanto se refiere a la persona humana.

Estoy convencido de que en este momento de su historia la Organización de las Naciones Unidas afronta un doble desafío: superar la competición ideológica y fomentar un enfoque ético para el progreso humano y para la solución de los problemas sociales. Cuando hablo de un enfoque ético, quiero decir que el hombre y la calidad de vida auténticamente humana que queremos que tenga, debe ser el centro del pensamiento y de la acción. El hombre y sus derechos: el derecho a la vida, el derecho a una existencia digna, el derecho a profesar sus creencias religiosas libremente, el derecho a trabajar, etc. No es sólo cuestión de observar ciertos niveles morales en la realización de los negocios y actividades de las Naciones Unidas, sino de adoptar también conscientemente un enfoque que sea reconocido como ético porque está verdaderamente al servicio del individuo, y respeta la dignidad humana y los derechos humanos. La reciente publicación, por parte de la Pontificia Comisión Iustitia et Pax, de unas reflexiones sobre la cuestión de la deuda internacional, es un esfuerzo para expresar claramente tal enfoque con respecto a un problema específico que preocupa con urgencia a todas las naciones.

La Iglesia católica, cuyos miembros provienen de muy diversas tierras y naciones, reconoce los esfuerzos mundiales de las Naciones Unidas, así como la magnitud de los problemas que exigen soluciones éticas. La Iglesia tiene un mensaje que supera las divisiones humanas y las fronteras nacionales. Ella cree profundamente en la paz. Trabaja por el desarrollo y por el progreso, al insistir que éstos son auténticamente humanos sólo cuando están enraizados en la verdad de la creación divina y de la redención del mundo. Por estas razones, la Iglesia está siempre dispuesta a cooperar con las Naciones Unidas en cualquier iniciativa digna que favorezca y proteja la dignidad de la persona humana y la paz, la justicia y el bienestar de todos.

Pido a Dios que os bendiga a vosotros y a vuestros colaboradores en vuestro servicio a la humanidad por medio de vuestro trabajo en la Organización de las Naciones Unidas. Que El bendiga también vuestras familias y vuestros seres queridos con su gracia y con su paz.






A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO GENERAL DE LA


PONTIFICIA COMISIÓN PARA LA AMÉRICA LATINA (CAL)


Martes 28 de abril de 1987



Señores Cardenales,
arzobispos, obispos,
sacerdotes, religiosos y laicos:

1. Me es grato tener este encuentro con los miembros del Consejo General de la Pontificia Comisión para la América Latina (CAL) que celebráis en Roma vuestra XI Sesión para estudiar dos temas de gran alcance e importancia para las Iglesias que peregrinan en el continente latinoamericano: La coordinación de proyectos internacionales en orden a las celebraciones de los 500 años del comienzo de la evangelización en el Nuevo Mundo, y el problema de la información, como fuente de comunicación v comunión.

Os agradezco a todos el haber querido venir a reuniros con el Papa y agradezco particularmente las amables palabras de saludo que me ha dirigido vuestro Presidente, el Señor Cardenal Bernardin Gantin.

2. Como ha hecho notar su Eminencia, son ya ocho los viajes apostólicos que he realizado al Continente de la Esperanza, visitando casi todas las Iglesias que se encuentran en aquellas latitudes.

107 He podido observar así, personal y directamente, la vitalidad de aquellas Iglesias, proyectadas con gran generosidad pastoral hacia el próximo futuro, que para ellas tiene dos fechas clave, y que constituyen como dos hitos radiantes de luz en su afanoso camino como portadoras del mensaje del Evangelio a todos los hombres: el año 1992, quinto centenario de la llegada de los primeros misioneros procedentes de España; y el año 2000, comienzo del tercer milenio del cristianismo.

Toda la Iglesia universal está en actitud de espera, en situación de adviento, para prepararse a pasar el umbral del nuevo milenio, celebrando a Cristo Redentor. Pero la Iglesia en América Latina vive una tensión espiritual v apostólica propia y ha entrado en un adviento especial, para disponerse a celebrar a Cristo Salvador, cuyo mensaje llegó a las tierras americanas va a hacer pronto 500 años.

Con motivo de esta efemérides, he convocado a las Iglesias que están en ese continente a una “nueva evangelización”: “nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”.

A esta nueva evangelización he tenido ocasión de referirme durante mi reciente viaje apostólico a Uruguay, Argentina y Chile, en particular en las alocuciones en Puerto Montt, Viedma y Salta, y deseo repetiros ahora a vosotros, a propósito del tema sometido al estudio de vuestra Sesión de trabajo, que todas las iniciativas o proyectos, que se organicen con motivo de los 500 años de la implantación de la Iglesia en los varios países latinoamericanos, han de ir orientados a hacer profunda, eficaz, fructífera esa nueva evangelización: tarea que se ha de realizar según los designios de Dios, las enseñanzas que nos dejó el Señor y las orientaciones que la Iglesia da para cumplir el mandato divino de predicar la Buena Nueva a todos los hombres y a todos los pueblos.

3. Vosotros sois bien conscientes de la importancia decisiva que tiene la información en la tarea evangelizadora.

Al examinar este problema, tened muy presente que la información, como habéis propuesto en la enunciación del tema, es fuente de comunicación y que la Iglesia lo que tiene que comunicar, clara e íntegramente, es la verdad de Cristo y de su Evangelio: ésta es la única verdad liberadora y salvadora, no la que proviene de ideologías ambiguas, extrañas al talante cristiano de América Latina o claramente rechazadas por la Iglesia.

Toda información eclesial –a este tipo de información me refiero ahora–, para que sea verdaderamente eclesial, ha de encerrar un mensaje evangelizador. Esto lo han de tener muy en cuenta, sobre todos, los sacerdotes y otros agentes de pastoral que se dedican al ministerio de la palabra escrita, así como los laicos católicos dedicados al apostolado de la pluma.

Además, unos y otros han de tener conciencia de que la tarea evangelizadora, realizada a través de la información, más que en el poder de las técnicas modernas se apoya en la fuerza divina que Cristo ha dado a su mensaje.

4. Por otra parte, la obra de la evangelización, para que sea eficaz y produzca el fruto deseado, necesita contar con una información que sea fuente de comunión.

Toda noticia inexacta; tendenciosa, injusta, contraria a la verdad c sometida a la manipulación de las ideologías, crea malestar en la comunidad, pone en peligro la paz, mina la comunión y a’esorienta; es, por decirlo así, antievangelizadora.

De ahí, la necesidad de que los Pastores vigilen los mecanismos de la información,: particularmente de la información religiosa, y cuando sea necesario denuncien proféticamente los casos de injusticia, de falta de objetividad o de carencia de honradez profesional en la transmisión de las noticias.

108 La información ha de contribuir siempre a crear lazos de unión, concordia y entendimiento en la Iglesia y en el mundo.

5. Deseo que estas breves reflexiones os ayuden en vuestro trabajo de estos días. Ellas quieren ser expresión de mi solicitud pastoral por la Iglesia en América Latina, cuyas intenciones encomiendo al Señor por mediación de María, Estrella de la Evangelización.

A todos imparto de corazón mi Bendición Apostólica.





                                                                                  Mayo de 1987




A LA V ASAMBLEA PLENARIA


DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA


28 de mayo de 1987



Señor cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado,
querido amigos:

1. Entre los miembros y colaboradores permanentes del Pontificio Consejo para la Familia, me siento feliz de saludar a todos los participantes en vuestra V asamblea plenaria. Ellos ponen al servicio de la familia los recursos de su espíritu y de su corazón, la experiencia de su vida y de su apostolado. Les agradezco vivamente su colaboración específica con este dicasterio romano, y les pido que continúen teniendo siempre presentes, en su misión, los objetivos prioritarios que han examinado, para el bien de la Iglesia de la entera sociedad.

El tema de vuestra asamblea, "la sacramentalidad del matrimonio y la espiritualidad conyugal y familiar", ilumina uno de los aspectos importantes que no dejará de tratar el próximo Sínodo sobre la vocación misión de los laicos en la Iglesia.

La vocación de cónyuges, de padre y madre de familia, es la característica propia de la eran mayoría de miembros del Pueblo de Dios. Su condición de bautizados queda especificada por el sacramento del Matrimonio, que les hace participar en el misterio de la unión de Cristo con su Iglesia. Tomar conciencia de la llamada universal a la santidad como el Concilio Vaticano II ha recordado a los fieles, comporta descubrir, en su propia existencia, la concreta voluntad de Dios, y el deseo de secundarla generosamente. La vida ordinaria de los esposos y de todos los fieles adquiere así, a la luz de la fe y con la ayuda del Espíritu Santo, la dimensión de un diálogo de la criatura con el Creador. del hombre con Diosa del Hijo con su Padre

109 2. Una de las manifestaciones consoladoras de la acción del Espíritu Santo en estos años posteriores al último Concilio es precisamente le floración de grupos de espiritualidad, de los que, un buen numero tienen como finalidad promover la espiritualidad conyugal.. Tales movimientos, insertados en la pastoral de la Iglesia, constituyen un instrumento válido y eficaz para despertar en gran número de fieles una mida de santidad y ayudarles a descubrir In gracia y la misión propia que, coito esposos cristianos, reciben en la Iglesia. Muchos de vosotros. queridos miembros del Pontificio Consejo para la Familia, conocéis por experiencia los valores de tales movimientos. En el origen de tales iniciativas pastorales se encuentran hombres mujeres, sacerdotes y laicos que, impulsados por el amor de Cristo, intuyeron que su servicio a Dios y a la sociedad debía realizarse en favor de la familia. En su visión, los elementos que son parte integrante de la vocación humana de los esposos. como el amor conyugal, la paternidad, la educación de los hijos, tenían que adquirir una dimensión sobrenatural e trascendente.

3. Estos promotores de la espiritualidad conyugal y familiar. se han mostrado ciertamente llenos de iniciativa. peto conviene además subrayar su afán de fidelidad a la Iglesia. Precisamente cuando las actividades pastorales nacen en dependencia del magisterio. la rectitud doctrinal y la rectitud de vida han de continuar siendo siempre una conquista en el Espíritu. a medida que pasan los años. Cuestiones que afectan a la santidad de vida de los esposos y de los padres cristianos, sin una renovación constante del sentido cristiano de la vida conyugal, perderían su referencia esencial a la fe, a nivel doctrinal o en la vida práctica. De otro modo. se llega a una desorientación y aun en ciertos casos a una deformación de la conciencia de los fieles. El magisterio de la Iglesia. que, estos últimos años, ha clarificado cuestiones fundamentales, debe ser fielmente seguido cuando se trata de la formación cristiana de los es-posos o de la preparación al matrimonio.

Cierto, en contraste con esta enseñanza. en nuestras sociedades. existen bastantes miserias que no se puede desconocer, especialmente las que afectan a los esposos tentados de separarse o ya separados, a los hijos de padres separados, a los jóvenes tentados de entregarse a experiencias sin preocuparse del compromiso del matrimonio qua es el único que justificaría su unión íntima. A todos estos —y son desgraciadamente muchos— hay que ayudarles y prepararles para descubrir el designio maravilloso de Dios sobre sus vidas como un camino, sembrado de pruebas y dificultades. pero nunca privado de la gracia divina y de la esperanza.

Pero se puede decir que, en todos los hogares. surgen dificultades cuando se quiere corresponder plenamente a la vocación de esposos y padres; sería ilusorio ignorarlas, o pretender resolverlas negando las exigencias morales que la conciencia cristiana impone.

Si se ayuda a los esposos a lograr una mejor calidad de vida humana y una mayor perfección cristiana, el hecho de descubrir las bases de una mejor capacidad de entrega entre los esposos y para con los hijos, de dar a sus vidas motivaciones válidas de orden natural y cristiano, puede transformar un horizonte sombrío de dificultades en un panorama de esperanza, que se apoya sobre la ascesis, la conquista y el dominio de sí, con la ayuda de Dios. Muchos hombres y mujeres, numerosos hogares, han podido así profundizar su propia incorporación a Cristo mediante los sacramentos. Efectivamente toda la espiritualidad cristiana hunde sus raíces en el sacramento del Bautismo.

4. Al hacernos partícipes de la filiación divina, Dios nos ha configurado con Cristo y nos ha incorporado a su ley de santidad. Así lo expresa el Concilio Vaticano II en la Constitución sobre la Iglesia: «Los seguidores de Cristo, llamados y justificados en Cristo nuestro Señor, no por sus propios méritos, sino por designio y gracia de El, en la fa del Bautismo han sido hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza y por lo mismo santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida con la ayuda de Dios» (Lumen gentium
LG 40).

Esta vida divina que todo cristiano ha recibido con el Bautismo, se alimenta y crece mediante la oración y los sacramentos, sobre todo mediante el sacramento que hace presente la pasión redentora de Cristo, su muerte y su resurrección. La Eucaristía es ciertamente el centro y la raíz de la vida cristiana. Los esposos cristianos participan en ella por un título especial. Efectivamente, el sacramento del Matrimonio es el signo del misterio de amor con el que Cristo se entregó por su Iglesia y un medio de participar en él (cf. Gaudium et spes GS 48), la Eucaristía es precisamente sacramento y memorial de este misterio. La vida eucarística es pues un elemento específico de toda espiritualidad conyugal: ella comporta las mismas leyes de entrega a la gloria de Dios y por la salvación de la humanidad, y elle aporta el alimento necesario para seguir este camino

5. Por su parle, la «:fuente y medio original de santificación propia para los cónyuges y para la familia cristiana es el sacramento del Matrimonio, que presupone y especifica la gracia santificadora del bautismo» (Familiaris consortio FC 56). El ser del marido y la mujer —y su relación— ha sido configurado al misterio de la unión de Cristo y de la Iglesia en la celebración de este sacramento. La espiritualidad conyugal brota de la misma docilidad al Espíritu Santo que ha conformado a los esposos en su ser. El Espíritu Santo «hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó» (ib., 13) y de manifestar «a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor de los esposos, la generosa fecundidad, unidad y fidelidad, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros» (Gaudium et spes GS 48).

6. Pero si la inserción en Cristo que obran el bautismo y la participación del misterio pascual son los elementos constitutivos de la espiritualidad conyugal, no hay que olvidar los contenidos específicos que deben ser santificados con esta fidelidad al Espíritu. El matrimonio, que corresponde al designio de Dios, se enraíza en la naturaleza humana. La misma estructura de su ser humano comporta una exigencia de verdad en el obrar. Promover una espiritualidad conyugal cristiana ignorando en todo o en parte las auténticas exigencias naturales, sería deformar el valor natural del matrimonio y su aspecto de sacramento cristiano.

La espiritualidad conyugal cristiana no es en realidad otra cosa que el desarrollo normal de la vida según el espíritu de Cristo, del don y de las exigencias del ser matrimonial. «El cometido, que la familia por vocación está llamada a desempeñar en la historia, brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial» (Familiaris consortio FC 17). Estos mismos cometidos del matrimonio, percibidos con mayor claridad a la luz de la Revelación y vividos según el espíritu de Cristo, hacen del matrimonio cristiano un camino específico de santidad para tantos y tantos laicos cristianos

7. Hoy día, quienes han tomado conciencia de este sentido espiritual y trascendente de la unión conyugal y familiar habrán de manifestar en la sociedad los frutos de un amor generoso y fecundo. Resulta especialmente oportuno un apostolado entre las familias, de hogar a hogar, entre los esposos y padres cristianos. El mismo bienestar humano y cristiano de las personas y de las familias, y aun la paz y prosperidad de la sociedad, dependen en gran parte de esa luz, de este fermento que los hogares cristianos están llamados a ser en medio del mundo. Cuando éstos dan el testimonio de la concordia entre sus componentes, de la unidad y de la fidelidad en las relaciones entre los esposos, de su amor inquebrantable en medio de las pruebas y contrariedades, cuando muestran comprensión y apertura hacia los demás, permaneciendo ellos mismos humildes y vigilantes, son como antorchas encendidas que en momentos de oscuridad y desconcierto, iluminan y fortalecen a otros esposos y a otros hogares tentados de abatimiento y de abandono, por el egoísmo y por la infidelidad, e incluso por el divorcio y hasta por el aborto.

110 Los esposos y hogares cristianos que realizan su misión construyen la Iglesia, en el interior de la propia familia y afuera, en la sociedad. La construyen hacia dentro de la propia familia, cuando, fieles a la dinámica de la propia comunión conyugal consolidan y fortifican su unión humana y espiritual conformándola a la promesa de ser una sola carne, que se hicieron por la alianza conyugal. La construyen además cuando esta comunión íntima de cuerpos y espíritu fructifica de modo responsable en hijos a quienes se trasmite una auténtica formación humana y cristiana; cuando el amor al cónyuge y a los hijos sigue manteniéndose fiel no obstante la tentación de infidelidad o abandono; y en fin cuando no existiendo quizá razones humanas para amar, se sigue amando con la fuerza de Cristo. Entonces, la sociedad misma se enriquece con todas estas virtudes de las familias cristianas, en la medida que potencian y defienden la honradez y la fidelidad, el perdón y la reconciliación, el don de sí y el espíritu de sacrificio, la convivencia y la paz, el respeto y el espíritu de concordia.

8. Debéis, pues, queridos miembros del Pontificio Consejo para la Familia, promover una pastoral que haga descubrir todas las riquezas que comporta la espiritualidad conyugal. «La familia cristiana edifica... el reino de Dios en la historia mediante esas mismas realidades cotidianas que tocan y distinguen su condición de vida. Así, pues, es en el amor conyugal y familiar —vivido en su extraordinaria riqueza de valores y exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad (cf. Humanae vitae
HV 9)— donde se expresa y realiza la participación de la familia cristiana en la misión profética, sacerdotal y real de Jesucristo y de su Iglesia» (Familiaris consortio FC 50).

Deseo. pues, que las reflexiones de esta asamblea plenaria estimulen al Pontificio Consejo para la Familia, a las comisiones para la Familia de las Conferencias Episcopales y a todos los grupos de espiritualidad, así como a otros movimientos cristianos que ayudan a la familia, a promover un intenso apostolado del matrimonio y la familia. En la multiplicidad de las iniciativas apostólicas que el Espíritu Santo promueve en su Iglesia y fieles a la unidad de la doctrina, el Señor bendecirá con abundantísimos frutos estas actividades.

Como prueba de estas gracias, os bendigo cordialmente y bendigo a vuestros hijos y a vuestros seres queridos.





                                                                                  Junio de 1987

Discursos 1987 102