Discursos 1987 110


VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA


AL MUNDO DE LA CULTURA


EN LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE LUBLÍN


Martes 9 de junio de 1987



1. Saludo de todo corazón a cuantos se han reunido hoy en el aula magna de la Universidad Católica de Lublín. La visita de un ex-profesor de este Ateneo ha proporcionado a los organizadores la ocasión de invitar a los representantes del mundo de la cultura de toda Polonia, e incluso del exterior. Me siento verdaderamente honrado, ilustres señoras y señores, por esta invitación y por vuestra presencia aquí hoy.

Sé que además de los representantes de los ateneos del país, de la Academia Polaca de las Ciencias, están también presentes los representantes de universidades extranjeras, ligadas a la Universidad Católica de Lublín por una estrecha colaboración: desde Lovaina y Lovaina-la-Nueva hasta Milán, París, Washington, Eichstätt, Nimega y Tilburg.

En vosotros encuentro y saludo a todas las universidades y facultades que se hallan en la tierra patria, comenzando por el ateneo más antiguo: el Jagellónico, en Cracovia, al cual debo mis estudios y primeras experiencias académicas. Estas experiencias han impreso en mi conciencia y en mi entera personalidad profundas huellas para toda la vida. Y esto tal vez porque están ligadas, en primer lugar, al período que precedió a la segunda guerra mundial, después —sobre todo— al período de la ocupación extranjera y, por último, a los primeros años del período postbélico. El recuerdo de lo que es la Universidad — Alma Mater — lo llevo siempre vivo en mí. No sólo el recuerdo, sino la conciencia de la deuda contraída para toda la vida.

2. De aquí nace en mí la necesidad de iniciar el discurso haciendo referencia a la Universidad como a un ambiente particular, a una comunidad en la que se encuentran maestros y discípulos, docentes y estudiantes, representantes de diversas generaciones, unidos por una finalidad y una tarea comunes. Se trata de un cometido de importancia primaria en la vida del hombre y en la de una sociedad, una nación y un Estado.

Mientras os hablo, ilustres señores, tengo ante los ojos del alma todos estos ambientes, estas comunidades, en las que el servicio al conocimiento —es decir, el servicio a la verdad— deviene fundamento de la formación del hombre. Sabemos que Alguien ha dicho: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32). En el curso del Congreso Eucarístico en Polonia, del cual soy invitado y en el cual participo, estas palabras de Cristo resuenan con una fuerza especial precisamente aquí, en el aula universitaria, en el contexto del encuentro con el mundo polaco de la cultura y de la ciencia.

111 Estas palabras resuenan y al mismo tiempo se completan con aquellas de San Pablo: "Obrad la verdad en la caridad" (cf. Ef Ep 4,15). Sirviendo a la verdad por amor a la verdad y a aquellos a quienes la transmitimos, edificamos una comunidad de hombres libres en la verdad, formamos una comunidad de hombres unidos por el amor a la verdad y por el recíproco amor en la verdad, una comunidad de hombres para los que el amor a la verdad constituye el principio del vínculo que les une.

3. A veces tengo la ocasión de acercarme a los problemas de fondo de vuestro ambiente. En diversas relaciones de hombres de ciencia, que me ha sido posible leer en los últimos años, he encontrado expresiones de profundo compromiso por la verdad conocida y transmitida, del que se deducen justas exigencias para sí mismos y para los estudiantes, en un clima penetrado por una "nota" de profunda solicitud. ¡Tenemos tantos jóvenes bien dotados; en la generación de los estudiantes de hoy y de los jóvenes hombres de ciencia que pueblan nuestros ateneos no faltan los talentos!

¿Disponen ellos de todas las facilidades necesarias para que sus estudios produzcan un fruto pleno? ¿Aquí, en la tierra patria?

Este interrogante atañe al presente, al equipo de los ambientes del trabajo universitario, al contacto con los centros de vanguardia de la ciencia mundial. Este interrogante atañe también al futuro.¿Cuáles son las perspectivas de esta generación? ¡Las perspectivas de trabajo! Este problema existe también en muchos países del Occidente Europeo. Perspectivas de vida, ante todo: ¡la de la vivienda! ¡La necesidad de un techo para las parejas de jóvenes esposos y para las familias!

Es necesario que nos planteemos tales interrogantes. Ellos son pura y exclusivamente una expresión de solicitud por el hombre. La universidad ha sido siempre el lugar de esta solidaria solicitud. En otro tiempo recibía el nombre de "ayuda fraterna".

Con el espíritu propio de esta solicitud solidaria, me permito repetir la pregunta ante vosotros, queridos señores, ya que la universidad, por su naturaleza, presta un servicio al futuro del hombre y de la nación. Su tarea es la de despertar constantemente en la conciencia social el problema de este futuro. Y debe hacerlo de modo incansable e intransigente. Tenemos tantos jóvenes que prometen. No podemos permitir que no vean futuro para sí en la propia patria.

Por tanto, también yo, como hijo de esta patria, me atrevo a expresar la opinión de que debemos reflexionar sobre los muchos problemas de la vida social, de las estructuras, de la organización del trabajo, hasta llegar a los presupuestos mismos del actual organismo del Estado, desde el punto de vista del futuro de la generación juvenil en tierra polaca.

Las universidades, los ateneos, no pueden echarse atrás ante la necesidad de dar testimonio en este sector esencial y fundamental a la existencia misma de Polonia.

4. Si he empezado por el ambiente —es decir, por la universidad entendida como comunidad especial—, lo he hecho en consideración a la cuestión de la subjetividad: un problema muy esencial para toda la nación. Esta subjetividad se forma por todas partes, en los diversos lugares de trabajo de nuestra tierra patria. Son llamados a esto los ambientes de trabajo de la industria y de la agricultura. Son llamados a esto todas las familias y todo hombre. La subjetividad nace de la misma naturaleza del ser personal: corresponde ante todo a la dignidad de la persona humana. Es la confirmación, la verificación y al mismo tiempo la exigencia de esta dignidad, tanto en la vida personal como en la de los ateneos, fraguas de trabajo cultural, que operan según una variada metodología, son llamados especialmente a esto.Y lo son "desde el interior", en razón de la propia constitución, que es indispensable para el servicio de la verdad. Son llamados también y en cierto sentido "desde el exterior": en consideración de la sociedad en la que viven y por la que trabajan. La sociedad espera de sus universidades la consolidación de la propia subjetividad, espera la demostración de las razones que la fundan, y de los motivos e iniciativas que la sirven. A ello está estrechamente ligada la exigencia de la libertad académica, o bien de una justa autonomía de las universidades y de los ateneos. Esta autonomía al servicio de la verdad conocida y transmitida es, en cierto sentido, condición basilar de la subjetividad de toda la sociedad, en cuyo seno las universidades realizan la propia misión.

¿No era ésta la meta que brillaba ante los ojos de nuestros gobernantes, antes incluso de la dinastía de los Piast y, más tarde, de los Jagellones, en la fundación y renovación de la primera universidad de Polonia? Me atrevería a decir que sí.

5. Esta cuestión se asocia al problema —quizá, aún más fundamental— que atañe propiamente a la "constitución" del hombre: el puesto del hombre en el mundo. En el cosmos. Para tratarlo, es indispensable volver "al comienzo", al "arché".

112 Se trata de un problema de enorme importancia para las diversas disciplinas que tienen por objeto al hombre y al mundo, por ejemplo, para la paleontología, la historia, la etnología. Ciencias de este tipo se desarrollan desde la base de los propios métodos empíricos. Buscan los indicios y las pruebas que se pueden extraer del examen de los restos que evidencian las más antiguas huellas del hombre en el corazón de la tierra. Permitid que, en este punto, aporte un texto bíblico. Ciertamente, no tiene valor desde el punto de vista de los principios y métodos de la ciencia empírica. Posee, sin embargo, una importancia simbólica. Sabemos que "símbolo" quiere decir signo de convergencia, de encuentro y de recíproca adhesión de datos elementales. Pienso que el texto del libro del Génesis, que referiré —sin pretensiones de exactitud desde el punto de vista de las ciencias empíricas—, posea también un significado propio y específico para el intelecto mismo que busca la verdad acerca del hombre.

He aquí el pasaje: "Entonces, el Señor Dios plasmó del suelo toda especie de bestias salvajes y todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre, para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. Así, el hombre puso nombres a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo, pero el hombre no encontró una ayuda que le fuese semejante" (
Gn 2,19-20).

He aquí que, independientemente de lo que aprehendemos con el método empírico (o más bien, con muchos métodos) sobre el tema del "comienzo", el texto apenas citado parece poseer una formidable importancia "simbólica". Más aún, en cierto modo alcanza las raíces mismas del problema: "el puesto del hombre en el cosmos". Se podría decir también que constituye una cierta expresión de la convergencia de todo lo que contienen en sí las investigaciones llevadas a cabo con los métodos de las ciencias empíricas. Todas, en efecto, en la búsqueda de las huellas originarias del hombre, se dejan entretanto guiar por un determinado concepto fundamental del hombre. Poseen una respuesta, al menos elemental, al interrogante: ¿En qué se distingue el hombre de los demás seres del cosmos visible?

El hombre, "desde el comienzo", se distingue a sí mismo de todo el cosmos visible, particularmente del mundo de los seres, en alguna medida, más cercanos a sí. Todos ellos son para él un objeto. Sólo él se mantiene como el sujeto en medio de ellos. El mismo libro del Génesis habla del hombre como de un ser creado a imagen de Dios y a su semejanza. Más aún, a la luz del pasaje citado es claro, al mismo tiempo, que la subjetividad del hombre se asocia esencialmente al conocimiento. El hombre es sujeto en medio del mundo de los objetos, porque está capacitado para objetivar de modo cognoscitivo todo lo que le rodea. En efecto, mediante la propia inteligencia está "por naturaleza" orientado a la verdad. En la verdad está contenida la fuente de la trascendencia del hombre respecto del cosmos en el que vive.

Precisamente, a través de la reflexión sobre el propio conocimiento, el hombre se revela a sí mismo como el único ser del mundo que ve "desde el interior", ligado a la verdad conocida: ligado y, por tanto, también "obligado" a reconocerla, si es necesario, incluso a través de la libre elección, con actos de testimonio en favor de la verdad. Esta es la capacidad de superarse a sí mismo en la verdad. Por medio de la reflexión sobre el propio conocimiento, el hombre descubre que el modo de su existir en el mundo es no sólo totalmente diverso de cualquier otro, sino incluso distinto —y superior— a cualquier otro en el propio ámbito. El hombre, simplemente, es consciente de ser un sujeto personal, una persona. Se coloca cara a cara con la propia dignidad.

El texto bíblico habla, en cierto modo, de las primeras y elementales verdades (imponía "nombres"), mediante las cuales el hombre ha constatado y afirmado la propia subjetividad en medio del mundo. Se puede decir, al mismo tiempo, que en esta descripción se anuncia, de alguna manera "anticipadamente", todo el proceso cognoscitivo que decide de la historia de la cultura humana. No dudaría en decir que el primer libro de la Biblia abre la perspectiva de cada ciencia y de todas las ciencias. La realidad —toda la realidad, todos sus aspectos y elementos— constituirán desde entonces un incesante desafío para el hombre, para su intelecto. Todo el moderno y contemporáneo, el gigantesco desarrollo de la ciencia se anuncia ya y se inicia en esta descripción. Y ninguna nueva época del conocimiento científico va sustancialmente "más allá" de lo que en esa descripción se ha delineado, en modo figurativo y elemental.

6. El paradigma bíblico "del hombre en medio del mundo" contiene, como se ve, un grupo de elementos que no cesan de determinar nuestro pensamiento acerca del hombre. No cesan siquiera de tocar las bases mismas de su subjetividad, y también —al menos en perspectiva— esa relación que se establece, por una parte, entre el "poner nombre" a los objetos y el proceso cognoscitivo que se desarrolla gradualmente, incluso en la forma de la multiplicidad de las ciencias, y, por otra, la consolidación del puesto del hombre en el cosmos como sujeto. Cuanto más lejos llega el esfuerzo por conocer, esto es, el descubrimiento de la verdad acerca de la realidad objetiva, más se profundiza la razón de la subjetividad humana. Esta razón concierne no sólo y no tanto, al hombre en medio del mundo, cuanto al hombre entre los hombres, el hombre en la sociedad.

Se puede decir paradójicamente que, en la medida en que crece el progreso del saber sobre el mundo (en las dimensiones macro y microscópica), el hombre debe defender cada vez más, en el terreno del progreso de la civilización científico-técnica, la verdad sobre sí mismo.

El hombre debe también, en nombre de la verdad sobre sí mismo, oponerse a una doble tentación, a saber, la de subordinar la verdad sobre sí mismo a la propia libertad y la de someterse al mundo de las cosas. Debe resistir tanto a la tentación de la autodeificación, como a la tentación del automenosprecio. Según la expresión de un autor del Medioevo: "Positus est in medio homo: nec bestia, nec deus"! Algo que, por otra parte, pertenece al paradigma bíblico del libro del Génesis. Ya "desde el comienzo" el hombre es seducido por la tentación de someter la verdad sobre sí mismo al arbitrio de su voluntad, y de situarse así "más allá del bien y del mal". Es tentado por la ilusión de conocer la verdad acerca del bien y del mal sólo cuando él mismo decide sobre ella. "...se abrirían vuestros ojos y seríais como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gn 3,5).

Al mismo tiempo, el hombre es llamado "desde el comienzo" a "someter la tierra" (cf. Gén Gn 1,28), lo que naturalmente constituye el fruto "natural" y, juntamente, la "prolongación" práctica del conocimiento, es decir, del "dominio" mediante la verdad sobre el resto de las creaturas.

Aquí deseo tocar al menos el problema, tan actual hoy en todo el mundo, de la protección del ambiente natural. Este es —por lo que yo conozco— un problema enormemente importante también en Polonia. Dominar la tierra significa también respetar sus leyes, las leyes de la naturaleza. En este campo —como ustedes saben bien— la ciencia, mediante el esfuerzo de un sabio dominio sobre las fuerzas de la naturaleza y de una cautelosa gestión de sus recursos, tiene ante sí una gran tarea.

113 Sin embargo, "someter la tierra" significa también: ¡no subordinarse a la tierra! No permitir que, ni cognoscitiva y prácticamente, el hombre sea "reducido" al orden de los objetos. Conservar la subjetividad de la persona en el ámbito de toda la "praxis" humana. Asegurar esta subjetividad también en la colectividad humana: en la sociedad, en el Estado, en los diversos ambientes de trabajo e, incluso, en la recreación colectiva.

Pienso que ésta sea la última razón y el sentido de lo que hoy se llaman: derechos del hombre. Sobre la base del conocimiento metódico, por tanto, de la ciencia, se coloca aquí el punto de encuentro con la filosofía y, en particular, con la ética y, en cierto sentido, también con la teología.

7.>El período del iluminismo, y todavía más el siglo XIX, desarrolló la tesis de la antinomia entre ciencia y religión. Esta antinomia ha generado también la opinión (especialmente en el marxismo) del carácter alienante de toda religión. La reducción "del hombre al mundo", a las dimensiones de la absoluta inmanencia, del hombre "en los límites del mundo", contenida en esta concepción, lleva consigo no sólo la problemática de Nietzsche sobre la "muerte de Dios", sino también —como se ha hecho notar progresivamente— la perspectiva de la "muerte" del "hombre", el cual, en una visión como ésta, esencialmente "materialista" de la realidad, no dispone de una orientación definitiva, escatológica, ni de otras posibilidades trascendentes, y se equipara así al resto de los objetos del cosmos visible.

La citada posición era proclamada con decisión y dada por supuesto e, incluso, "postulada" en diversos ambientes como sinónimo de único método científico, más aún, del "concepto científico" del mundo.

Actualmente, se puede apreciar en este campo una decisión menos absoluta. El paradigma del "hombre-sujeto" (que, como se ha dicho, tiene sus raíces en el libro del Génesis) parece asomarse de nuevo —a través de algún camino, no siempre por la entrada principal— a la conciencia de los hombres y de las sociedades, incluido el mundo de la ciencia. Ni se ve ya en la religión al adversario del intelecto y de sus posibilidades cognoscitivas. Más bien, se redescubre en ella otro género de expresión de la verdad acerca del hombre en el mundo. No hay duda de que esto corre parejo con un nuevo modo de percibir la dimensión de la trascendencia, exclusivamente propia del hombre como sujeto. Se trata —en cierto modo, según la primera impresión— de la trascendencia mediante la verdad.

Parece también que el hombre de hoy sea cada vez más consciente del hecho de que Dios (y, por tanto, también la religión), y especialmente el Dios-Persona de la Biblia y del Evangelio, el Dios de Jesucristo, queda como último (y definitivo) garante de la subjetividad humana, de la libertad del espíritu humano, sobre todo en las condiciones en que esta libertad y subjetividad son amenazadas no sólo teórica, sino también prácticamente, mediante un sistema y una escala de valores. Mediante el "ethos" (o mejor, el antiethos) unilateralmente tecnocrático, mediante la difusión del modelo de la civilización consumista, mediante diversas formas de totalitarismo del sistema.

De este modo, retornamos al antiquísimo paradigma de la Biblia: Dios-Creador, pero también Aliado del hombre. ¡Dios de la Alianza! ¡Padre!

8.Para terminar, deseo también transmitiros mi gozo especial por el hecho de que un encuentro tan elocuente con el mundo de la ciencia polaca haya tenido lugar en Lublín. Esta ciudad posee una elocuencia histórica. No me refiero sólo a la elocuencia de la "Unión de Lublín", sino de todo lo que constituye el contexto histórico, cultural, ético y religioso de esta "unión". Todo el gran proceso histórico del encuentro entre el Occidente y el Oriente. La recíproca atracción y repulsión. La repulsión, pero también la atracción. Este proceso pertenece a toda nuestra historia. Tal vez "ayer" más que "hoy"; sin embargo, no es posible separar el "hoy" del "ayer". La nación vive constantemente toda su historia. Y la Iglesia de la nación, también. Y este proceso no ha terminado.

Ninguno privará a la gente que vive aquí, especialmente a los hombres de ciencia, de la responsabilidad en orden al éxito definitivo de tal proceso histórico en este lugar de Europa! ¡Y del mundo! En el lugar de un "difícil desafío".

Así, pues, la cuestión significada simbólicamente por esta ciudad —Lublín— (y tal vez también por esta Universidad: la Universidad Católica de Lublín), tiene una dimensión no sólo polaca, sino europea e, incluso universal. Tenía presente tal dimensión cuando, siguiendo el ejemplo de Pablo VI, que proclamó a San Benito Patrono de Europa, he visto la necesidad de extender este "Patrocinio" a otras dos figuras: los apóstoles de los eslavos, los Santos hermanos de Salónica Cirilo y Metodio.

Los tres han anticipado la historia de Polonia, nuestra patria. Pero también han preparado —en cierto modo— en común este tiempo y nuestro milenio pasado.

114 ¡Quiera el cielo que nosotros podamos continuar fielmente, auténtica y creativamente, esta gran heredad!

"Al Rey incorruptible de los siglos, honor y gloria por los siglos de los siglos" (
1Tm 1,17). "Soli Deo": termino con estas palabras que constituían el emblema episcopal del cardenal Stefan Wyszynski, gran primado del milenio, que aquí, en Lublín, inició su servicio episcopal a la Iglesia en Polonia.





VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA


A LAS OBRERAS DE LA FÁBRICA TEXTIL "UNIONTEXT" DE LODZ


Sábado 13 de mayo de 1987


Queridas hermanas y hermanos compatriotas:

1. “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que hemos recibido de tu generosidad” (Missale Romanum, Ordinarium Missae, 19).

Conocemos bien estas palabras. Se recitan en el ofertorio de la Santa Misa. Ellas me acompañan, desde el primer momento, a lo largo de mi entero peregrinaje por la tierra patria. Pues están particularmente ligadas a la Eucaristía, y mi estancia en Polonia guarda esta vez estrecha relación con el Congreso Eucarístico nacional.

La Eucaristía está orgánicamente unida al trabajo de las manos humanas, como lo evidencien las palabras del ofertorio. Llevamos al altar el pan, y este pan —fruto de la tierra— es al mismo tiempo fruto del trabajo de las manos del hombre. El hombre trabaja “por el pan”. El pan, por tanto, expresa y simboliza, al mismo tiempo, todo trabajo humano, en cualquier lugar y modo en que se realice.

2. El pan, como expresión y símbolo del trabajo humano, adquiere especial elocuencia aquí, en la Lodz polaca que, en un breve arco de tiempo, de pequeña aldea que era, se ha transformado en una gran ciudad con casi un millón de habitantes. Es el centro polaco de la industria textil.

La vida de este centro industrial y de sus habitantes ha estado marcada desde el principio por numerosos conflictos y tensiones económicas y sociales. Estas tensiones y conflictos fueron muy dolorosos, como ha recordado en su discurso, en el Castillo de Varsovia, el Presidente del Consejo de Estado. No obstante los esfuerzos e iniciativas de diversa naturaleza, tomados por la población de Lodz en el arco de casi doscientos años, continúan sintiéndose vivamente. todavía hoy, los problemas referentes a la industria —hoy ya no textil—, así como al ambiente natural e urbanístico (la ecología, las condiciones de alojamiento y las sanitarias, la ocupación y las cuestiones sociales), lo mismo que al desarrollo de las necesidades espirituales y materiales en esta grande y multiforme aglomeración de trabajo físico y mental, marcado por tantos difíciles procesos de transformaciones sociales.

Os manifiesto mi alegría con motivo de poder encontrarme hoy, aquí, en vuestra ciudad, con el mundo del trabajo representado —precisamente aquí, en Lodz— prevalentemente por las mujeres. Añado que se trata de un acontecimiento sin precedentes. Durante mis visitas en Italia o en otros países, aunque muchas veces haya tenido encuentros con el mundo del trabajo, sin embargo nunca me había sucedido hallarme en una fábrica donde trabajan sobre todo mujeres. Cordialmente, y con el profundo respeto que la mujer merece, saludo a todas las trabajadoras textiles de Lodz, aquí reunidas, y, en vosotras, a todas las mujeres de la tierra polaca que trabajan profesionalmente y que se encuentran en situaciones diversas de vida. Lo hago al inicio del Año Mariano, mientras la Iglesia en todo el mundo mira con particular esperanza a la Mujer elegido por Dios para ser la Madre del Redentor del mundo.

3. Las fuentes de la fe y de la cultura cristiana —y en especial la Sagrada Escritura— anuncian la Buena Noticia sobre la vocación del hombre, que Dios desde el principio “creó hombre y mujer” (cf. Gén Gn 1,27), poniendo en sus manos el futuro del género humano. A ambos ha confiado esta tierra como patria temporal, a ambos ha encomendado dominarla. Y estas palabras del libro del Génesis tratan juntamente del origen y de la dignidad propias del trabajo humano. Trabajo, tanto del hombre como de la mujer.

115 Además, ya en el Antiguo Testamento, encontramos la descripción, más aún, la alabanza del trabajo de la mujer, de una “mujer perfecta”, como se expresa el autor del libro de los Proverbios (cf. Prov Pr 31,10). Se trata del trabajo ante todo en el ámbito de la casa, un trabajo que, en las condiciones materiales de entonces, estaba estrechamente ligado a una empresa de tipo familiar y era la principal forma de trabajo de la mujer.

La civilización moderna ha traído consigo la ruptura de esta antigua unión entre la casa y la empresa laboral. Los grandes talleres de trabajo industrial obligan, inicialmente a los hombres y, en consecuencia, también a las mujeres, a dejar la casa para buscar los medios del sustento familiar fuera de ella. A veces cerca de la vivienda, a voces lejos, a decenas de kilómetros, en las fábricas u otros establecimientos.

A esto hay que añadir las fatigas del trabajo mismo, causadas por molestas condiciones de alojamiento o por las difíciles condiciones, que bien conocemos, en que las mujeres desempeñan su profesión, cosa que no deja de repercutir negativamente en su estado de salud, y en el de la prole. En esta ciudad —por lo que conozco—, no todos los establecimientos industriales pertenecen a la categoría de los “establecimientos del trabajo protegido”. Y no todas las mujeres trabajadoras se encuentran bajo la tutela del “servicio sanitario industrial”. Es de desearos, pues, a vosotras, mujeres, y a todos los responsables de la organización del trabajo profesional, que estas iniciativas válidas puedan extenderse pronto al entero mundo del trabajo.

Al hablar de todos estos problemas, no quiero dar a entender que no aprecio todo lo que se ha hecho en Polonia y lo que se hace continuamente en este campo, pero las necesidades del hombre crecen sin cesar y es necesario salir a su encuentro. Si hablo, pues, de cuestiones difíciles, lo hago sólo porque siento el verdadero bien de mis compatriotas y de la patria. Deseo que la vida humana en todas partes, en el mundo entero y aquí, entre nosotros, sea cada vez más digna del hombre.

4. La separación entre casa y ambiente de trabajo constituye problema para un hombre, pero mucho más para una mujer.

No se puede juzgar a priori si la situación de lejanía de la casa o de la familia durante muchas horas al día lleve consigo más daño que provecho desde el punto de vista del bien de la comunidad familiar, y especialmente de la educación de los hijos, sin embargo, es un problema que, tanto en los casos singulares como a nivel social, debe ser analizado y resuelto con gran sentido de responsabilidad. Efectivamente, entra en juego esa jerarquía fundamental de valores y de tareas que va indisolublemente unida al bien del hombre. Por tanto, si es justo el principio “ante todo, no el hombre para el trabajo, sino el trabajo para el hombre”, este axioma humanista debe tener validez en especial cuando se trata del trabajo profesional de las mujeres.

La mujer, como enseña la experiencia, es sobre todo el corazón de la comunidad familiar. Ella es la que da la vida, y la primera educadora, obviamente sostenida por el marido, y compartiendo sistemáticamente con él el entero ámbito de los deberes educativos de los padres. Se sabe, sin embargo, que el organismo humano deja de vivir cuando deja de funcionar el corazón. La analogía es bastante transparente. No puede faltar en la familia la que hace las veces de corazón.

5.¿Quiere decir esto que la mujer no deberla trabajar profesionalmente? La enseñanza social de la Iglesia pide, en primer lugar, que sea plenamente apreciado como trabajo todo lo que la mujer hace en casa, toda su actividad de madre y de educadora. Este es un trabajo importante. Tan importante trabajo no puede ser socialmente despreciado, debe ser constantemente revalorizado, si la sociedad no quiere actuar en daño propio.

Y a su vez, el trabajo profesional de las mujeres debe ser tratado, siempre y en todas partes, con referencia explícita a cuanto brota de la vocación de la mujer como esposa y madre de familia.

6. Esta vocación —esencialmente unida al don divino de la maternidad— se expresa también en la misión de esposa y de madre mediante la transmisión de la verdad de la fe y de los valores éticos. Se dice justamente que la mujer vela por el hogar doméstico, que es su protectora. Ella es, en primer lugar, la que engendra. Dando la vida al niño, la mujer-madre participa en el misterio de la vida. Dios es Dador de toda vida y cuanto vive está sometido al cuidado paterno de Dios. Por eso, el niño que vive en el seno de su madre, vive al mismo tiempo en Dios. Junto a Dios, la madre encuentra la gracia del amor y la fuerza espiritual para la protección materna de la vida concebida y en vías de desarrollo.

Estas son verdades perennes y fundamentales y, al mismo tiempo, siempre nuevas y continuamente expuestas a la dureza de la prueba. Consideradas desde la visión de la fe y de la ética católica, se convierten en tarea y deber, impuesto a los padres cristianos por el sacramento del bautismo. Una mujer-madre, a la par que un hombre-padre, que piden el bautismo para su hijo, asumen conscientemente la tarea de educarlo en la fe. Con todo el amor y la responsabilidad que requiere un nuevo ser humano, velan con premura sobre él para que el mal no corrompa su mente y su corazón. Se aplican con todas sus fuerzas para que el niño pueda alcanzar el completo desarrollo físico y espiritual, y, sobre todo con el ejemplo de la propia vida, guían a su hijo a la madurez de la vida cristiana, a la plenitud de la humanidad.

116 7. Esta misión natural de la mujer-madre es con frecuencia puesta en duda por posiciones que acentúan sobre todo los derechos sociales de la mujer. A veces, se contempla su trabajo profesional como promoción social, y la dedicación total a los problemas de la familia y de la educación de los hijos se considera una renuncia al desarrollo de la propia personalidad, un retroceso.

Es verdad que la igual dignidad del hombre y de la mujer justifican plenamente el acceso de la mujer a los cargos públicos. Sin embargo, una verdadera promoción de la mujer exige de la sociedad el particular reconocimiento de las tareas maternas y familiares, puesto que constituyen un valor superior en relación con las demás tareas y profesiones públicas. Estas tareas y profesiones, por lo demás, deberían integrarse recíprocamente si queremos que el desarrollo de la sociedad sea auténtica y plenamente humano. Habría que respetar, sobre todo, el vínculo fundamental que existe entre el trabajo y la familia, y el “significado original e insustituible del trabajo en casa y de la educación de los hijos” (Familiaris consortio
FC 23). El derecho de acceso a los diversos cargos públicos —propios tanto de la mujer como del hombre —impone contemporáneamente a la sociedad el deber de intervenir con el fin de promover un desarrollo tal de las estructuras laborales y de las condiciones de vida que las esposas y las madres no se vean obligadas a trabajar fuera de casa y el trabajo en casa asegure a la familia su completo desarrollo (cf. Familiaris consortio FC 23).

Los hijos tienen especial necesidad de la dedicación materna para poder crecer como personas responsables, religiosa y moralmente maduras, y síquicamente equilibradas. El bien de la familia es tan grande que requiere con urgencia de la sociedad de hoy, en todas las partes del mundo, una revalorización de las tareas maternas en el campo de la promoción social de la mujer y entre los que sostienen la necesidad de que ella realice un trabajo remunerado fuera de casa. He afrontado este tema sobre todo en la Encíclica Laborem exercens, a la que se ha referido también el Presidente del Consejo de Estado en su discurso en el Castillo de Varsovia.

Mi empeño por recordar, en este encuentro de hoy con las trabajadoras textiles, los principios de la ética cristiana, está motivado por un fenómeno que preocupa, presente en vuestro trabajo profesional. Efectivamente, muchas mujeres siguen trabajando en tres turnos: por tanto también en horas nocturnas, lo que contribuye a la difusión de algunas enfermedades profesionales. Este hecho puede provocar también un aumento de conflictos en el seno de las parejas conyugales. Por consecuencia, muchas mujeres se ven obligadas a educar solas a sus propios hijos y a proveer por su subsistencia material.

8. En estos últimos años, ha atravesado toda Polonia un grito fuerte y solidario -al cual han aportado también una importante contribución las trabajadoras textiles de Lodz—por el respeto de la dignidad del hombre del trabajo, a fin de que cada uno pueda elegir con autonomía su ideal moral, vivir según sus propias convicciones, proclamar y anunciar públicamente la propia fe religiosa y vivirla de modo adecuado en la propia comunidad. En este grito no han faltado las referencias a los valores absolutos indicados por el Evangelio; pues, como he afirmado en la misma Encíclica social Laborem exercens, existe un Evangelio del trabajo inscrito en la totalidad del mensaje evangélico. Un Evangelio del trabajo que Cristo escribió, ante todo, con la propia vida, y después, con toda su enseñanza.

Maduraba la convicción de que no se trata solamente de una vida material más cómoda y de tener más. Se trata, por el contrario, de la exigencia de un mayor respeto social por el hombre, para que cada uno pueda desarrollar los propios valores personales y realizar mejor la vocación recibida de Dios. Es muy importante que la conciencia de una mujer que trabaja se forme siempre así Entonces verá en toda su plenitud el valor de la propia vocación de madre y de esposa; y comprenderá, plenamente el sentido de la fatiga en el trabajo profesional.

9. En el curso de mi peregrinación por el Congreso Eucarístico, las palabras del ofertorio de la Santa Misa adquieren una elocuencia particular en los grandes ámbitos del trabajo polaco, y sobre todo hoy, aquí, en la ciudad industrial de Lodz, donde me es posible hablar a las trabajadoras de la industria textil en el mismo territorio del establecimiento en que trabajan.

Al presentar la ofrenda del pan, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, pedimos que “sea para nosotros pan de vida eterna”.

Estas palabras se refieren al Cuerpo de Cristo. En efecto, El es para nosotros “comida de vida eterna” mediante el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre: mediante la Eucaristía.

El trabajo humano sirve para fines temporales. El hombre trabaja por el pan de cada día. Cristo —Redentor del mundo— ha hecho al mismo tiempo de este pan signo visible y eficaz, es decir, sacramento de vida eterna.

Y mediante este sacramento, Cristo se nos manifiesta particularmente como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Trabajemos, pues, por el pan de cada día. Y al mismo tiempo, no perdamos de vista lo que es el destino definitivo de todo ser humano, hombre y mujer.

117 “Pues, ¿de qué le sirve al hombre —dice Cristo— ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mc 8,36).

10. Queridas connacionales y hermanas:

¡No perdáis de vista esta advertencia del Señor! La mujer polaca posee realmente méritos incalculables en nuestra historia y especialmente en los períodos más difíciles. Y son incalculables —en el espacio de esta historia —las deudas de toda la nación hacia la mujer polaca: madre, educadora, trabajadora...., heroína.

En el “cáliz de la vida y de la renovación de la nación”, ofrecido por las mujeres polacas como exvoto en el 600 aniversario de la presencia de la imagen milagrosa de la Madre de Dios en Jasna Góra, se ven algunos bajorrelieves de Santos y de heroicas mujeres polacas. Entre ellas se encuentra el retrato de Stanislawa Leszczynska de Lodz, nacida en el barrio de Baluty. Entre sus brazos estrecha a un recién nacido. Ha sido una feliz idea por parte de vuestros Pastores la de haber presentado, hace un año, a toda la diócesis este modelo de esposa y de madre, y este elocuente ejemplo de heroísmo cristiano.

“Stanislawa Leszczynska —escribían vuestros obispos— vivía una profunda vida religiosa estrechamente vinculada a la Santa Misa y a los santos sacramentos, y al mismo tiempo que ejercitaba su profesión de partera, lenta un cuidado exquisito de las parturientas y un amor admirable a los niños. Sus virtudes morales se manifestaron con un esplendor excepcional cuando, durante la guerra y la ocupación extranjera, fue deportada al campo de concentración de Oswiecim-Brzezinka. Allí se opuso a la orden criminal de matar a los recién nacidos en el campo y se dedicó a ellos con ilimitado espíritu de sacrificio” (Discurso de los obispos de la diócesis de Lodz al clero y a los fieles sobre Wanda Malczewska y Stanislawa Leszczynska, 28 de mayo de 1985). De tres mil recién nacidos, venidos al mundo gracias a su ayuda, treinta sobrevivieron al campo de exterminio.

Para Lodz, para esta ciudad, para esta Iglesia y para toda Polonia, Stanislawa Leszczynska ha dejado este gran mensaje en defensa de la vida humana. He aquí sus palabras: “Si en mi patria —no obstante la triste experiencia del período de la guerra— madurasen tendencias orientadas contra la vida, yo confío en la voz de todas las parteras, de todas las madres y padres honestos, de todos los ciudadanos honestos, en defensa de la vida y de los derechos del niño” (“Macierzynska milosc zycia”. Texto sobre Stanislawa Leszczynska, Varsovia, 1984, pág. 24).

Con esta voz de la conciencia se hace solidaria toda la Iglesia, que no deja de contar con la fidelidad de la madre polaca a su vocación, con el espíritu de sacrificio y la dedicación de las mujeres, con su adhesión a las tradiciones cristianas, con su coraje y perseverancia en la defensa de los valores religiosos de la familia y de la nación.

11. Recordad, queridas hermanas, que a través de la historia de los hombres y de las naciones Dios escribe contemporáneamente la historia de la salvación del hombre. Y en su designio salvífico ha llamado desde el principio, sobre la tierra, a “la Mujer”. Esta Mujer, como Madre del Redentor resplandece sobre todo el Pueblo de Dios, peregrinante en la fe, la esperanza y la caridad hacia los destinos definitivos del hombre en Dios.

¡Contemplad a esta “Mujer”! Aprended de Ella, de María, la verdad sobre vuestra dignidad y vocación. Mucho depende de cada una de vosotras la vida del hombre, de la familia y de la nación.

En el camino del Congreso Eucarístico polaco, pido hoy ardientemente por cada una de vosotras. Y, al mismo tiempo, suplico a la Madre de Dios que no falte en la vida polaca lo que con justicia se ha llamado el “genio femenino”, lo que cada una de vosotras, mujeres, gracias a la generosidad del Creador y Redentor, puede y debe aportar al bien y al patrimonio común de todos los polacos.





                                                                                  Julio de 1987




Discursos 1987 110