Audiencias 1988 21

Abril de 1988

Miércoles 6 de abril de 1988



Queridos hermanos y hermanas:

22 1. Me alegra saludar a todos los presentes en esta audiencia general, que hoy adquiere un significado especial tanto por el gozoso clima espiritual, propio de la fiesta que hemos celebrado el domingo pasado, como por el número de participantes. Me dirijo en especial a los peregrinos provenientes de diversos países, con los que he vivido la Pascua junto a la tumba de San Pedro y, deseo vivirla durante toda la Octava. Vuestra peregrinación a Roma está dominada por el motivo pascual que continúa situando nuestros espíritus ante el acontecimiento único, quicio para toda la historia humana y para el destino de cada uno de nosotros: este acontecimiento es la resurrección de Cristo. La alegría de los cristianos que explota en el canto del Aleluya se funda en el hecho de que Jesús, Aquel que fue cruelmente flagelado, que murió en la cruz y fue sepultado, ¡resucitó de la muerte el alba del tercer día!

"¡Este es el día en que actuó Cristo el Señor!", hemos cantado en la liturgia del Domingo de Pascua. Pero el día de Pascua continúa, más aún, no tiene fin. Es el día de la victoria de Cristo sobre el demonio, sobre el pecado y sobre la muerte: el día que abre todo el ciclo del tiempo la perspectiva sin fin de la vida eterna, donde el Cordero inmolado se ofreció y continúa ofreciéndose al Padre por nosotros, por nuestro amor.

Así la liturgia celebra durante toda la Octava el día de Pascua en el misterio de la ogdoade, de la Octava —tal como comentaron espléndidamente los Pastores y Maestros de la Iglesia antigua— se resume todo el misterio de la salvación; en él se sintetiza el flujo que transporta el tiempo a la eternidad, lo corruptible a la incorrupción, lo mortal a la inmortalidad. Todo es nuevo, todo es santo, porque Cristo, nuestra Pascua, se ha inmolado. En este hoy de la Pascua se anticipa el hoy eterno del Paraíso.

Estos conceptos los expresan espléndidamente en forma poética los antiguos Stichira de la liturgia bizantina, que en el siglo IX se interpretaban también en Roma ante el Papa, el día de la Pascua, y que este año se han cantado de nuevo en la Basílica Vaticana: "Una Pascua divina hoy se nos ha revelado / Pascua nueva y santa, Pascua misteriosa. / La Pascua solemnísima de Cristo Redentor. / Pascua inmaculada y grande. Pascua de los fieles. / Pascua que nos abre las puertas del Paraíso".

2. Durante el tiempo pascual la Iglesia vuelve a contemplar este inefable misterio con su pensamiento, con su reflexión, y sobre todo con su oración. Más aún, vuelve a ello cada domingo del año, porque cada domingo es una pequeña pascua, que recuerda y representa la muerte y resurrección de Jesús. En efecto, la Pascua no es un episodio aislado, sino que está unido a nuestro destino y a nuestra salvación. La Pascua es una fiesta muy nuestra que nos afecta interiormente, porque, como dice San Pablo: "Cristo fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación" (
Rm 4,25). Así la suerte de Cristo se convierte en la nuestra, su pasión se convierte en la nuestra y su resurrección en nuestra resurrección.

3. Esta realidad maravillosa la vivimos nosotros los creyentes mediante los sacramentos de la iniciación cristiana. Comienza con el bautismo que recordamos en la Vigilia pascual; el sacramento que nos hace volver a nacer desde lo alto (cf. Jn 3,3), el sacramento que reproduce místicamente en cada creyente la muerte y la resurrección del Señor, como escribe el mismo San Pablo: "Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6,4).

Por eso en la celebración de la noche de Pascua "renovamos" las promesas bautismales.

4. Luego, la confirmación, estrechando más el vínculo que nos une a Cristo, nuestro Redentor, nos hace testigos suyos: igual que los Apóstoles son los testigos de la resurrección, y de su testimonio vive la Iglesia, así los cristianos están llamados a vivir bajo la luz de la Pascua. Jesús, que exhala el Espíritu Santo sobre los Apóstoles la misma tarde del Domingo de Resurrección, continúa dándonos su Espíritu, que se ha efundido dentro de nosotros en plenitud con el don de la confirmación.

Por eso hemos de ser testigos de la realidad que nos viene de la Pascua. Jesús, al despedirse de sus discípulos y anunciar la venida del Espíritu Santo, les dijo: "Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y en Samaría y hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8). Y el primer testimonio que dieron los discípulos fue precisamente el que se refería al acontecimiento de la resurrección. En los primeros discursos de los Apóstoles, su parte central siempre está dedicada al testimonio de la muerte y resurrección de Cristo. Vosotros también lleváis a vuestras comunidades este testimonio y tenéis ante vuestros ojos la figura gloriosa de Cristo resucitado, cuando en las asambleas litúrgicas repetís el canto del Aleluya pascual.

5. Después, en la Eucaristía es también Jesús quien, como en la casa de Emaús, parte el pan con nosotros, nos alimenta con su Cuerpo y con su Sangre inmolada, se queda con nosotros, y transforma con su presencia sacramental nuestra pobre vida de cada día. La Eucaristía nos une a Cristo y a los hermanos, hace de nosotros una única familia, hace que nos olvidemos de nosotros mismos para darnos a los demás, hace que pensemos de modo concreto en el que sufre, en el que está enfermo, en el que le falta lo necesario; en los hermanos probados por la guerra, por el hambre, por el terrorismo, por la falta de las libertades esenciales, entre las que ocupa el primer lugar la de profesar la propia fe. Por eso la liturgia bizantina ha cantado también:

"Día de la resurrección. /Resplandezcamos el gozo de esta fiesta, / abracémonos, hermanos, mutuamente, / llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian, / perdonemos todo por la resurrección".

23 Así, pues, el tiempo pascual debe comprometernos también a nosotros, como en otro tiempo a los discípulos de Emaús, en un nuevo camino de fe al lado del Resucitado, por el camino que conduce allí donde el Señor se manifiesta al partir el pan: "Se les abrieron sus ojos y lo reconocieron" (24, 31) dice el Evangelista Lucas. Este tiempo está, pues, marcado de modo especial por un compromiso más exigente a vivir con mayor profundidad la vida de Cristo, la vida en la gracia; es el tiempo en que los cristianos están llamados a sentir más intensamente la novedad y la alegría, la serenidad y la seriedad de la vida cristiana; la exigencia de su autenticidad, de su fidelidad y de su coherencia. Vivir el misterio de Cristo resucitado exige también nuestra conformación con Él en el modo de pensar y obrar. Nos lo recuerda también San Pablo cuando escribe a los habitantes de Colosas: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra" (Col 3,1-2).

6. Amadísimos hermanos y hermanas: En esta Pascua del Año Mariano, la Virgen Santa, que vivió más intensamente el gozo del acontecimiento pascual, nos precede en la peregrinación de la fe en Cristo Resucitado. Ella se nos ha dado como Madre al pie de la cruz: "Ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La Madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca al hombre —a cada uno y a todos—, es entregada al hombre —a cada uno y a todos— como Madre" (Redemptoris Mater RMA 23).

Madre del Redentor, crucificado y resucitado, Madre que te has hecho nuestra en el momento en que Cristo, muriendo, cumplía el acto supremo de su amor por los hombres: ¡Ayúdanos! ¡Ruega por nosotros! Necesitamos vivir contigo como resucitados. Debemos y queremos dejar todo compromiso humillante con el pecado; debemos y queremos caminar contigo siguiendo a Cristo. "Succurre cadenti, surgere qui curat populo! ". La antigua antífona de Adviento se une hoy a la pascual: "Resurrexit sicut dixit, alleluia! Ora pro nobis Deum, alleluia!".

Tu Hijo ha resucitado; ruega por nosotros a tu Hijo. Nosotros también hemos resucitado con Él; nosotros también queremos vivir como resucitados. Ayúdanos en este "constante desafío a las conciencias humanas...: El desafío a seguir la vía del 'no caer' en los modos siempre antiguos y siempre nuevos, y del 'levantarse' " (Redemptoris Mater RMA 52).

Ora pro nobis Deum! Al aproximarse este tercer milenio cristiano, ¡ruega por nosotros a Dios! Líbranos del mal; de la guerra, del odio, de la hipocresía, de la mutua incomprensión, del hedonismo, de la impureza, del egoísmo, de la dureza de corazón. ¡Líbranos!

Ora pro nobis Deum! Alleluia.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Junto con este mensaje, deseo presentar mi más cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, saludo a los numerosos grupos de muchachos y muchachas procedentes de diversos centros y colegios y les aliento, en este Año Mariano, a un decidido empeño por dar una nueva vitalidad a su devoción a la Virgen, que vaya acompañado por una creciente formación cristiana y una más activa participación en la vida litúrgica de la Iglesia, que se traduzca en un ilusionado dinamismo apostólico.

Un saludo especial a la peregrinación del Colegio de Madres Teresianas de Calahorra, que celebran su primer Centenario de fundación.

24 A todas las personas, familias y grupos provenientes de España y de los diversos países de América Latina, imparto cordialmente la bendición apostólica.



Miércoles 13 de abril de 1988

Las definiciones cristológicas de los Concilios y la fe de la Iglesia de hoy

1. En las últimas catequesis, resumiendo la doctrina cristológica de los Concilios Ecuménicos y de los Padres, nos hemos podido dar cuenta del esfuerzo realizado por la mente humana para penetrar en el misterio del Hombre-Dios, y leer en Él las verdades de la naturaleza humana y de la naturaleza divina, de su dualidad y de su unión en la persona del Verbo, de las propiedades y facultades de la naturaleza humana y de su perfecta armonización y subordinación a la hegemonía del Yo divino. La traducción de esta lectura profunda se realizó en los Concilios con conceptos y términos tomados del lenguaje corriente, que era la expresión natural del modo común de conocer y razonar, anterior a la conceptualización de cualquier escuela filosófica o teológica. La búsqueda, la reflexión y el intento de perfeccionar la forma de expresión no faltaron en los Padres y no faltarán más tarde, en los siglos siguientes de la Iglesia, a lo largo de los cuales los conceptos y términos empleados en la cristología —especialmente el de "persona"— recibieron tratamientos más profundos y precisiones ulteriores de valor incalculable para el progreso del pensamiento humano. Pero su significado en la aplicación a la verdad revelada, que había que expresar, no estaba vinculado o condicionado por autores o escuelas particulares: era el que se podía captar en el lenguaje ordinario de los doctos y no doctos de cualquier tiempo, como se puede recabar del análisis de las definiciones formuladas en tales términos.

2. Es comprensible que en tiempos más recientes, queriendo traducir los datos revelados a un lenguaje que respondiera a concepciones filosóficas o científicas nuevas, algunos hayan encontrado cierta dificultad a la hora de emplear y aceptar aquella terminología antigua, de manera especial la que se refiere a la distinción entre naturaleza y persona, que es fundamental tanto en la cristología tradicional como en la teología de la Trinidad. Particularmente, quien quiera buscar su inspiración en las posiciones de las distintas escuelas modernas, que insisten en una filosofía del lenguaje y en una hermenéutica dependiente de los presupuestos del relativismo, subjetivismo, existencialismo, estructuralismo, etc., será llevado a minusvalorar o incluso a rechazar los antiguos conceptos y términos por considerarlos imbuidos de escolasticismo, formalismo, estaticismo, ahistoricidad, etc., y, por consiguiente, inadecuados para expresar y comunicar hoy el misterio del Cristo vivo.

3. Pero, ¿qué ha sucedido después? En primer lugar, que algunos se han hecho prisioneros de una forma nueva de escolasticismo, inducidos por nociones y terminologías vinculadas a las nuevas corrientes del pensamiento filosófico y científico, sin preocuparse de una confrontación auténtica con la forma de expresión del sentido común y, podemos decir, de la inteligencia universal, que sigue siendo indispensable, también hoy, para comunicarse los unos con los otros en el pensamiento y en la vida. En segundo lugar, como era previsible, se ha pasado de la crisis abierta sobre la cuestión del lenguaje a la relativización del dogma niceno y calcedodiano, considerado como un simple intento de lectura histórica, datado, superado y que no se puede proponer ya a la inteligencia moderna. Este paso ha sido y sigue siendo muy arriesgado y puede conducir a posturas difícilmente conciliables con los datos de la Revelación.

4. En efecto, este nuevo lenguaje ha llegado a hablar de la existencia de una "persona humana" en Jesucristo, basándose en la concepción fenomenológica de la personalidad, dada por un conjunto de momentos expresivos de la consciencia y de la libertad, sin consideración suficiente del sujeto ontológico que está en su origen. O bien se ha reducido la personalidad divina a la autoconciencia que Jesús tiene de lo "divino" que hay en Él, sin que se deba por esto entender la Encarnación como la asunción de la naturaleza humana por parte de un Yo divino trascendente y preexistente. Estas concepciones, que se reflejan también sobre el dogma mariano y, de manera particular, sobre la maternidad divina de María, tan unida en los Concilios al dogma cristológico, incluyen casi siempre la negación de la distinción entre naturaleza y persona, términos que, según hemos dicho, los Concilios habían tomado del lenguaje común y elaborado teológicamente como clave interpretativa del misterio de Cristo.

5. Estos hechos que, como es obvio, aquí podemos sólo referir brevemente, nos hacen comprender cuán delicado sea el problema del nuevo lenguaje tanto para la teología como para la catequesis, sobre todo, cuando, partiendo del rechazo —cargado de prejuicios— de categorías antiguas (por ejemplo, las presentadas como "helénicas"), se acaba por sufrir una dependencia tal de las nuevas categorías —o de las nuevas palabras— que, en su nombre, se puede llegar a manipular incluso la sustancia de la verdad revelada.

Esto no significa que no se pueda o no se deba seguir investigando sobre el misterio del Verbo Encarnado, o "buscando modos más apropiados de comunicar la doctrina cristiana", según las normas y el espíritu del Concilio Vaticano II, el cual, con Juan XXIII, subraya muy bien que "una cosa es el depósito mismo de la fe —o sea, sus verdades—, y otra cosa es el modo de formularlas, conservando el mismo sentido y el mismo significado" (Gaudium et spes GS 62 cf. Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio: 11 de octubre do 1962, AAS 54, 1962, pág. 792).

La mentalidad del hombre moderno formada según los criterios y los métodos del conocimiento científico, debe entenderse teniendo muy presente su tendencia a la investigación en los distintos campos del saber, pero sin olvidar su aspiración, todavía profunda, a un "más allá" que supera cualitativamente todas las fronteras de lo experimentable y calculable, así como sus frecuentes manifestaciones de la necesidad de una sabiduría mucho más satisfactoria y estimulante que la que ofrece la ciencia. De este modo, la mentalidad contemporánea no se presenta de ninguna manera impenetrable al razonamiento sobre las "razones supremas" de la vida y su fundamento en Dios. De aquí nace también la posibilidad de un discurso serio y leal sobre el Cristo de los Evangelios y de la historia, formulado aún a sabiendas del misterio y, por consiguiente, casi balbuciendo, pero sin renunciar a la claridad de los conceptos elaborados con la ayuda del Espíritu por los Concilios y los Padres y trasmitidos hasta nosotros por la Iglesia.

6. A este "depósito" revelado y trasmitido deberá permanecer fiel la catequesis cristológica, la cual, estudiando y presentando la figura, la palabra, la obra del Cristo de los Evangelios, podrá poner magníficamente de relieve, precisamente en este contenido de verdad y de vida, la afirmación de la preexistencia eterna del Verbo, el misterio de su kénosis (cf. Flp Ph 2,7), su predestinación y exaltación que es el fin verdadero de toda la economía de la salvación y que engloba con Cristo y en Cristo, Hombre-Dios, a toda la humanidad y, en cierto modo, a todo lo creado.

25 Esta catequesis deberá presentar la verdad integral de Cristo como Hijo y Verbo de Dios en la grandeza de la Trinidad (otro dogma fundamental cristiano), que se encarna por nuestra salvación y realiza así la máxima unión pensable y posible entre la creatura y el Creador, en el ser humano y en todo el universo. Dicha catequesis no podrá descuidar, además, la verdad de Cristo que tiene una propia realidad ontológica de humanidad perteneciente a la Persona divina, pero que tiene también una íntima conciencia de su divinidad, de la unidad entre su humanidad y su divinidad y de la misión salvífica que, como hombre, le fue confiada.

Aparecerá, así, la verdad por la cual en Jesús de Nazaret, en su experiencia y conocimiento interior, se da la realización más alta de la "personalidad" también en su valor de sensus sui, de autoconsciencia, como fundamento y centro vital de toda actividad interior y externa, pero realizada en la esfera infinitamente superior de la persona divina del Hijo.

Aparecerá igualmente la verdad del Cristo que pertenece a la historia como un personaje y un hecho particular ("factum ex muliere, natum sub lege":
Ga 4,4), pero que concretiza en Sí mismo el valor universal de la humanidad pensada y creada en el "consejo eterno" de Dios; la verdad de Cristo como realización total del proyecto eterno que se traduce en la "alianza" y en el "reino" —de Dios y del hombre— que conocemos por la profecía y la historia bíblica: la verdad del Cristo, Logos eterno, luz y razón de todas las cosas (cf. Jn 1,4 Jn 1,9), que se encarna y se hace presente en medio de los hombres y de las cosas, en el corazón de la historia, para ser —según el designio de Dios Padre— la cabeza ontológica del universo, el Redentor y Salvador de todos los hombres, el Restaurador que recapitula todas las cosas del cielo y de la tierra (cf. Ep 1,10).

7. Bien lejos de las tentaciones de cualquier forma de monismo materialista o panlógico, una nueva reflexión sobre este misterio de Dios que asume la humanidad para integrarla, salvarla y glorificarla en la comunión conclusiva de su gloria, no pierde nada de su fascinación y permite saborear su verdad y belleza profundas, si, desarrollada y explicada en el ámbito de la cristología de los Concilios y de la Iglesia, es llevada también a nuevas expresiones teológicas, filosóficas y artísticas (cf. Gaudium et spes GS 62), por las que el espíritu humano pueda adquirir cada vez más y mejor lo que brota del abismo infinito de la revelación divina.

Saludos

Me es grato saludar ahora con afecto a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de Latinoamérica. De modo particular saludo a las Religiosas Hijas de Jesús y a las Siervas de Jesús. También a la peregrinación de la parroquia de Puebla del Duc (Valencia), al grupo de la Tercera Edad de Manacor (Mallorca) y a los estudiantes del Colegio Mater Salvatoris de Aravaca (Madrid). Un saludo especial dirijo también a los jóvenes del Coro del Teatro Nacional de Costa Rica, así como a la peregrinación mariana de la diócesis de El Paso (Texas) con su Obispo.

En este Año Mariano pidamos de manera particular a la Virgen María que nos ayude a comprender y creer firmemente en el misterio de su Hijo Jesús, Dios y Hombre verdadero.

A todos imparto de corazón mi bendición apostólica.



Miércoles 20 de abril de 1988

La misión de Cristo: "Enviado a predicar la Buena Nueva a los pobres"

(Cf. Lc 4,18)

26 1. Comienza hoy la última fase de nuestras catequesis sobre Jesucristo (que venimos haciendo durante las audiencias generales de los miércoles). Hasta ahora hemos intentado demostrar quién es Jesucristo. Lo hemos hecho, en un primer momento, a la luz de la Sagrada Escritura, sobre todo a la luz de los Evangelios, y, después, en las últimas catequesis, hemos examinado e ilustrado la respuesta de fe que la Iglesia ha dado a la revelación de Jesús mismo y al testimonio y predicación de los Apóstoles, a lo largo de los primeros siglos, durante la elaboración de las definiciones cristológicas de los primeros Concilios (entre los siglos IV y VII).

Jesucristo —verdadero Dios y verdadero hombre—, consubstancial al Padre (y al Espíritu Santo) en cuanto a la divinidad; consubstancial a nosotros en cuanto a la humanidad: Hijo de Dios y nacido de María Virgen. Este es el dogma central de la fe cristiana en el que se expresa el misterio de Cristo.

2. También la misión de Cristo pertenece a este misterio. El símbolo de la fe relaciona esta misión con la verdad sobre el ser del Dios-Hombre (Theandrikos), Cristo, cuando dice, en modo conciso, que "por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo... y se hizo hombre". Por esto, en nuestras catequesis, intentaremos desarrollar el contenido de estas palabras del Credo, meditando, uno tras otro, sobre los diversos aspectos de la misión de Jesucristo.

3. Desde el comienzo de la actividad mesiánica, Jesús manifiesta, en primer lugar, su misión profética. Jesús anuncia el Evangelio. Él mismo dice que "ha venido" (del Padre) (cf.
Mc 1,38), que "ha sido enviado" para "anunciar la Buena Nueva del reino de Dios" (cf. Lc 4,43).

A diferencia de su precursor Juan el Bautista, que enseñaba a orillas del Jordán, en un lugar desierto, a quienes iban allí desde distintas partes, Jesús sale al encuentro de aquellos a quienes Él debe anunciar la Buena Nueva. Se puede ver en este movimiento hacia la gente un reflejo del dinamismo propio del misterio mismo de la Encarnación: el ir de Dios hacia los hombres. Así, los Evangelistas nos dicen que Jesús "recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas" (Mt 4,23), y que "iba por ciudades y pueblos" (Lc 8,1). De los textos evangélicos resulta que la predicación de Jesús se desarrolló casi exclusivamente en el territorio de la Palestina, es decir, entre Galilea y Judea, con visitas también a Samaría (cf. p. ej. ,Jn 4,3-4), paso obligado entre las dos regiones principales. Sin embargo, el Evangelio menciona además la "región de Tiro y Sidón", o sea, Fenicia (cf. Mc 7,31 Mt 15,21), y también la Decápolis, es decir, "la región de los gerasenos", a la otra orilla del lago de Galilea (cf. Mc 5,1 y Mc 7,31). Estas alusiones prueban que Jesús salía, a veces, fuera de los límites de Israel (en sentido étnico), a pesar de que Él subraya repetidamente que su misión se dirige principalmente "a la casa de Israel" (Mt 15,24). Asimismo, cuando envía a los discípulos a una primera prueba de apostolado misionero, les recomienda explícitamente: "No toméis caminos de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de Israel" (Mt 10,5-6). Sin embargo, al mismo tiempo, Él mantiene uno de los coloquios mesiánicos de mayor importancia en Samaría, junto al pozo de Siquem (cf. Jn 4,1-26).

Además, los mismos Evangelistas testimonian también que las multitudes que seguían a Jesús estaban formadas por gente proveniente no sólo de Galilea, Judea y Jerusalén, sino también "de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón" (Mc 3,7-8 cf. también Mt 4,12-15).

4. Aunque Jesús afirma claramente que su misión está ligada a la "casa de Israel", al mismo tiempo, da a entender, que la doctrina predicada por Él —la Buena Nueva— está destinada a todo el género humano. Así, por ejemplo, refiriéndose a la profesión de fe del centurión romano, Jesús preanuncia: "Y os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos..." (Mt 8,11). Pero, sólo después de la resurrección, ordena a los Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19).

5. ¿Cuál es el contenido esencial de la enseñanza de Jesús? Se puede responder con una palabra: el Evangelio, es decir, Buena Nueva. En efecto, Jesús comienza su predicación con estas palabras: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15).

El término mismo "Buena Nueva" indica el carácter fundamental del mensaje de Cristo. Dios desea responder al deseo de bien y felicidad, profundamente enraizado en el hombre. Se puede decir que el Evangelio, que es esta respuesta divina, posee un carácter "optimista". Sin embargo, no se trata de un optimismo puramente temporal, un eudemonismo superficial; no es un anuncio del "paraíso en la tierra". La "Buena Nueva" de Cristo plantea a quien la oye exigencias esenciales de naturaleza moral; indica la necesidad de renuncias y sacrificios; está relacionada, en definitiva, con el misterio redentor de la cruz. Efectivamente, en el centro de la "Buena Nueva" está el programa de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-11), que precisa de la manera más completa la clase de felicidad que Cristo ha venido a anunciar y revelar a la humanidad, peregrina todavía en la tierra hacia sus destinos definitivos y eternos. Él dice: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Cada una de las ocho bienaventuranzas tiene una estructura parecida a ésta. Con el mismo espíritu, Jesús llama "bienaventurado" al criado, cuyo amo "lo encuentre en vela —es decir, activo—, a su regreso" (cf. Lc 12,37). Aquí se puede vislumbrar también la perspectiva escatológica y eterna de la felicidad revelada y anunciada por el Evangelio.

6. La bienaventuranza de la pobreza nos remonta al comienzo de la actividad mesiánica de Jesús, cuando, hablando en la sinagoga de Nazaret, dice: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva" (Lc 4,18). Se trata aquí de los que son pobres no sólo, y no tanto, en sentido económico-social (de "clase"), sino de los que están espiritualmente abiertos a acoger la verdad y la gracia, que provienen del Padre, como don de su amor, don gratuito ("gratis" dato), porque, interiormente, se sienten libres del apego a los bienes de la tierra y dispuestos a usarlos y compartirlos según las exigencias de la justicia y de la caridad. Por esta condición de los pobres según Dios ('anawim), Jesús "da gracias al Padre", ya que "ha escondido estas cosas (= las grandes cosas de Dios) a los sabios y entendidos y se las ha revelado a la gente sencilla" (cf. Lc 10,21). Pero esto no significa que Jesús aleja de Sí a las personas que se encuentran en mejor situación económica, como el publicano Zaqueo que había subido a un árbol para verlo pasar (cf. Lc 19,2-9), o aquellos otros amigos de Jesús, cuyos nombres no nos transmiten los Evangelios. Según las palabras de Jesús son "bienaventurados" los "pobres de espíritu" (cf. Mt 5,3) y "quienes oyen la Palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28).

7. Otra característica de la predicación de Jesús es que Él intenta transmitir el mensaje a sus oyentes de manera adecuada a su mentalidad y cultura. Habiendo crecido y vivido entre ellos en los años de su vida oculta en Nazaret (cuando "progresaba en sabiduría": Lc 2,52), conocía la mentalidad, la cultura y la tradición de su pueblo, en la herencia del Antiguo Testamento.

27 8. Precisamente por esto, muy a menudo da a las verdades que anuncia la forma de parábolas, como nos resulta de los textos evangélicos, por ejemplo, de Mateo: "Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: 'Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo' (Ps 77,2/78, 2)" (Mt 13,34-35).

Ciertamente, el discurso en parábolas, al hacer referencia a los hechos y cuestiones de la vida diaria que estaban al alcance de todos, conseguía conectar más fácilmente con un auditorio generalmente poco instruido (cf. Summa Th., III 42,2). Y, sin embargo, "el misterio del reino de Dios", escondido en las parábolas, necesitaba de explicaciones particulares, requeridas, a veces, por los Apóstoles mismos (p. ej. cf. Mc 4,11-12). Una comprensión adecuada de éstas no se podía obtener sin la ayuda de la luz interior que proviene del Espíritu Santo. Y Jesús prometía y daba esta luz.

9. Debemos hacer notar todavía una tercera característica de la predicación de Jesús, puesta de relieve en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, publicada por Pablo VI después del Sínodo de 1974, con relación al tema de la evangelización. En esta Exhortación leemos: "Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final: hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena" (EN 7).

Si. Jesús no sólo anunciaba el Evangelio, sino que Él mismo era el Evangelio. Los que creyeron en Él siguieron la palabra de su predicación, pero mucho más a Aquel que la predicaba. Siguieron a Jesús porque Él ofrecía "palabras de vida", como confesó Pedro después del discurso que tuvo el Maestro en la sinagoga de Cafarnaún: "Señor, )donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68). Esta identificación de la palabra y la vida, del predicador y el Evangelio predicado, se realiza de manera perfecta sólo en Jesús. He aquí la razón por la que también nosotros creemos y lo seguimos, cuando se nos manifiesta como el "único Maestro" (cf. Mt 23,8 Mt 23,10).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Mi más afectuoso saludo se dirige ahora a los peregrinos de España y de América Latina presentes en esta Audiencia, a los que quiero agradecer su filial cercanía y adhesión a esta Sede Apostólica.

Asimismo deseo saludar, de modo especial, a les Religiosas Escolapias, a la peregrinación organizada por la Casa “Madre Admirable”, de Zaragoza, a les profesoras y alumnas del Colegio de les Religiosas Hijas de María Auxiliadora de Sevilla, así como al grupo del “Opus Dei” de la ciudad andaluza de Córdoba.

Me es particularmente grato en esta ocasión hacer llegar mi más cordial saludo al numeroso grupo de fieles burgaleses que con motivo del I Centenario de la implantación de la Adoración Nocturna en la querida ciudad de Burgos, han venido a la Ciudad Eterna para testimoniar su fe y unidad al Papa.

Queridísimos, deseo congratularme, ante todo, con vosotros y con cuantos forman parte de esa benemérita Adoración Nocturna Burgalesa por el hecho de que, noche tras noche a lo largo de un siglo, habéis sido capaces de postraros ante Cristo Eucaristía, el tesoro más precioso de la Iglesia. Que esta significativa efemérides sea no sólo un rito importante en la vida de la Iglesia local de Burgos, sino una ocasión para fortalecer, vivificar y purificar vuestra unión con el Hijo de Dios. Por mediación de la bienaventurada Virgen María, de la que Cristo Señor tomó aquella carne que está contenida en el sacramento de la Eucaristía bajo les especies del pan y del vino, ruego confiado al Todopoderoso que os acompañe siempre con su gracia.

A vosotros y a los demás peregrinos de América Latina y de España imparto complacido mi bendición apostólica.




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