Audiencias 1988 27488

Miércoles 27 de abril de 1988: La misión de Cristo.

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"Ha llegado a vosotros el reino de Dios"
(cf.
Lc 11,20)

1. "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). Jesucristo fue enviado por el Padre "para anunciar a los pobres la Buena Nueva" (Lc 4,18). Fue —y sigue siendo— el primer Mensajero del Padre, el primer Evangelizador, como decíamos ya en la catequesis anterior con las mismas palabras que Pablo VI emplea en la Evangelii nuntiandi. Es más, Jesús no es sólo el anunciador del Evangelio, de la Buena Nueva, sino que Él mismo es el Evangelio (cf. Evangelii nuntiandi EN 7).

Efectivamente, en todo el conjunto de su misión, por medio de todo lo que hace y enseña, y, finalmente, mediante la cruz y resurrección, "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre" (cf. Gaudium et spes GS 22), y le descubre las perspectivas de aquella felicidad a la que Dios lo ha llamado y destinado desde el principio. El mensaje de las bienaventuranzas resume el programa de vida propuesto a quien quiere seguir la llamada divina, es la síntesis de todo el "éthos" evangélico vinculado al misterio de la redención.

2. La misión de Cristo consiste, ante todo, en la revelación de la Buena Nueva (Evangelio) dirigida al hombre. Tiene como objeto, por tanto, el hombre, y, en este sentido, se puede decir que es "antropocéntrica": pero, al mismo tiempo, está profundamente enraizada en la verdad del reino de Dios, en el anuncio de su venida y de su cercanía: "El reino de Dios está cerca... creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15).

Este es, pues, "el Evangelio del reino", cuya referencia al hombre, visible en toda la misión de Cristo, está enraizada en una dimensión "teocéntrica", que se llama precisamente reino de Dios. Jesús anuncia el Evangelio de este reino, y, al mismo tiempo, realiza el reino de Dios a lo largo de todo el desarrollo de su misión, por medio de la cual el reino nace y se desarrolla ya en el tiempo, como germen inserto en la historia del hombre y del mundo. Esta realización del reino tiene lugar mediante la palabra del Evangelio y mediante toda la vida terrena del Hijo del hombre, coronada en el misterio pascual con la cruz y la resurrección. Efectivamente, con su "obediencia hasta la muerte" (cf. Flp Ph 2,8), Jesús dio comienzo a una nueva fase de la economía de la salvación, cuyo proceso se concluirá cuando Dios sea "todo en todos" (1Co 15,28), de manera que el reino de Dios ha comenzado verdaderamente a realizarse en la historia del hombre y del mundo, aunque en el curso terreno de la vida humana nos encontremos y choquemos continuamente con aquel otro término fundamental de la dialéctica histórica: la "desobediencia del primer Adán", que sometió su espíritu al "príncipe de este mundo" (cf. Rm 5,19 Jn 14,30).

3. Tocamos aquí el punto central —y casi el punto crítico— de la realización de la misión de Cristo, Hijo de Dios, en la historia: cuestión ésta sobre la que será necesario volver en una etapa sucesiva de nuestra catequesis. Si en Cristo el Reino de Dios "está cerca" —es más, está presente— de manera definitiva en la historia del hombre y del mundo, al mismo tiempo, su cumplimiento sigue perteneciendo al futuro. Por ello, Jesús nos manda que, en nuestra oración, digamos al Padre "venga tu reino" (Mt 6,10).

4. Esta cuestión hay que tenerla bien presente a la hora de ocuparnos del Evangelio de Cristo como "Buena Nueva" del reino de Dios. Este era el tema "guía" del anuncio de Jesús cuando hablaba del reino de Dios, sobre todo, en sus numerosas parábolas. Particularmente significativa es la que nos presenta el reino de Dios parecido a la semilla que siembra el sembrador de la tierra... (cf. Mt 13,3-9). La semilla está destinada "a dar fruto", por su propia virtualidad interior, sin duda alguna, pero el fruto depende también de la tierra en la que cae (cf. Mt 13,19-23).

5. En otra ocasión Jesús compara el reino de Dios (el "reino de los cielos", según Mateo) con un grano de mostaza, que "es la más pequeña de todas las semillas", pero que, una vez crecida, se convierte en un árbol tan frondoso que los pájaros pueden anidar en las ramas (cf. Mt 13,31-32). Y compara también el crecimiento del reino de Dios con la "levadura", que hace fermentar la masa para que se transforme en pan que sirva de alimento a los hombres (Mt 13,33). Sin embargo, Jesús dedica todavía una parábola al problema del crecimiento del reino de Dios en el terreno que es este mundo. Se trata de la parábola del trigo y la cizaña, que el "enemigo" esparce en el campo sembrado de semilla buena (Mt 13,24-30): así, en el campo del mundo, el bien y el mal, simbolizados en el trigo y la cizaña, crecen juntos "hasta la hora de la siega" —es decir, hasta el día del juicio divino—; otra alusión significativa a la perspectiva escatológica de la historia humana. En cualquier caso, Jesús nos hace saber que el crecimiento de la semilla, que es la "Palabra de Dios", está condicionada por el modo en que es acogida en el campo de los corazones humanos: de esto depende que produzca fruto dando "uno ciento, otro sesenta, otro treinta" (Mt 13,23), según las disposiciones y respuestas de aquellos que la reciben.

6. En su anuncio del reino de Dios, Jesús nos hace saber también que este reino no está destinado a una sola nación, o únicamente al "pueblo elegido", porque vendrán "de Oriente y Occidente" para "sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob" (cf. Mt 8,11). Esto significa, en efecto, que no se trata de un reino en sentido temporal y político. No es un reino "de este mundo" (cf. Jn 18,36), aunque aparezca insertado, y en él deba desarrollarse y crecer. Por esta razón se aleja Jesús de la muchedumbre que quería hacerlo rey ("Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerlo rey, huyó de nuevo al monte Él solo": Jn 6,15). Y, poco antes de su pasión, estando en el Cenáculo, Jesús pide al Padre que conceda a los discípulos vivir según esa misma concepción del reino de Dios :"No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo" (Jn 17,15-16). Y más aún: según la enseñanza y la oración de Jesús, el reino de Dios debe crecer en los corazones de los discípulos "en este mundo"; sin embargo, llegará a su cumplimiento en el mundo futuro: "cuando el Hijo del hombre venga en su gloria... Serán congregadas delante de Él todas las naciones" (Mt 25,31-32). ¡Siempre en una perspectiva escatológica!

7. Podemos completar la noción del reino de Dios anunciado por Jesús, subrayando que es el reino del Padre, a quien Jesús nos enseña a dirigirnos con la oración para obtener su llegada: "Venga tu reino" (Mt 6,10 Lc 11,2). A su vez, el Padre celestial ofrece a los hombres, mediante Cristo y en Cristo, el perdón de sus pecados y la salvación, y, lleno de amor, espera su regreso, como el padre de la parábola esperaba el regreso del hijo pródigo (cf. Lc 15,20-32), porque Dios es verdaderamente "rico en misericordia" (Ep 2,4).

Bajo esta luz se coloca todo el Evangelio de la conversión que, desde el comienzo, anunció Jesús: "convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). La conversión al Padre, al Dios que "es amor" (1Jn 4,16), va unida a la aceptación del amor como mandamiento "nuevo": amor a Dios, "el mayor y el primer mandamiento" (Mt 22,38) y amor al prójimo, "semejante al primero" (Mt 22,39). Jesús dice: "os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros". "Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13,34). Y nos encontramos aquí con la esencia del "reino de Dios" en el hombre y en la historia. Así, la ley entera —es decir, el patrimonio ético de la Antigua Alianza— debe cumplirse, debe alcanzar su plenitud divino-humana. El mismo Jesús lo declara en sermón de la montaña: "No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,17).

En todo caso, El libra al hombre de la "letra de la ley", para hacerle penetrar en su espíritu, puesto que, como dice San Pablo, "la letra (sola) mata", mientras que "el Espíritu da la vida" (cf. 2Co 3,6). El amor fraterno, como reflejo y participación del amor de Dios, es, pues, el principio animador de la Nueva Ley, que es como la base constitucional del reino de Dios (cf. Summa Theol., I-II 106,1 I-II 107,1-2).

8. Entre las parábolas, con las que Jesús reviste de comparaciones y alegorías su predicación sobre el reino de Dios, se encuentra también la de un rey "que celebró el banquete de bodas de su hijo" (Mt 22,2). La parábola narra que muchos de los que fueron invitados primero no acudieron al banquete, buscando distintas excusas y pretextos para ello, y que, entonces, el rey mandó llamar a otra gente, de los "cruces de los caminos", para que se sentaran a su mesa. Pero, entre los que llegaron, no todos se mostraron dignos de aquella invitación, por no llevar el "vestido nupcial" requerido.

Esta parábola del banquete, comparada con la del sembrador y la semilla, nos hace llegar a la misma conclusión: si no todos los invitados se sentarán a la mesa del banquete, ni todas las semillas producirán la mies, ello depende de las disposiciones con las que se responde a la invitación o se recibe en el corazón la semilla de la Palabra de Dios. Depende del modo con que se acoge a Cristo, que es el sembrador, y también el hijo del rey y el esposo, como El mismo se presenta en distintas ocasiones: "¿Pueden ayunar los invitados a las bodas cuando el esposo está todavía con ellos?" (Mc 2,19), preguntó una vez a quien lo interrogaba, aludiendo a la severidad de Juan el Bautista. Y Él mismo dio la respuesta: "Mientras el esposo está con ellos no pueden ayunar" (Mc 2,19).

Así, pues, el reino de Dios es como una fiesta de bodas a la que el Padre del cielo invita a los hombres en comunión de amor y de alegría con su Hijo. Todos están llamados e invitados: pero cada uno es responsable de la propia adhesión o del propio rechazo, de la propia conformidad o disconformidad con la ley que reglamenta el banquete.

9. Esta es la ley del amor: se deriva de la gracia divina en el hombre que la acoge y la conserva, participando vitalmente en el misterio pascual de Cristo. Es un amor que se realiza en la historia, no obstante cualquier rechazo por parte de los invitados, sin importar su indignidad. Al cristiano le sonríe la esperanza de que el amor se realice también en todos los "invitados": precisamente porque la "medida" pascual de ese amor esponsal es la cruz, su perspectiva escatológica ha quedado abierta en la historia con la resurrección de Cristo. Por Él el Padre "nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha llevado al reino de su Hijo querido" (cf. Col Col 1,13). Si acogemos la llamada y secundamos la atracción del Padre, en Cristo "tenemos todos la redención" y la vida eterna.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me complace saludar ahora a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina.

De modo especial saludo al grupo internacional de Hermanos Maristas y a los Religiosos de la Obra de Don Guanella, así como a la numerosa peregrinación española organizada por los Hijos de la Sagrada Familia. También saludo al coro “Camerata Alter” de Buenos Aires, junto con otro grupo argentino. Asimismo, saludo a los grupos provenientes de Madrid, Badajoz, Cartagena y Granada. Igualmente a los estudiantes venidos de Madrid y Málaga. El Reino de Dios está cerca, pero aún no se ha realizado plenamente; por eso, unidos a Cristo pidamos todos al Padre: “Venga a nosotros tu reino”(Mt 6,10).

A todos os imparto con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 4 de mayo de 1988: La misión de Cristo.

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"Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad"
(
Jn 18,37)

1. "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). Cuando Pilato, durante el proceso, preguntó a Jesús si Él era rey, la primera respuesta que oyó fue: "Mi reino no es de este mundo..." Y cuando el gobernador insiste y le pregunta de nuevo: "¿Luego tú eres Rey?", recibe esta respuesta: "Sí, como dices, soy Rey" (cf. Jn 18,33-37). Este diálogo judicial, que refiere el Evangelio de Juan, nos permite empalmar con la catequesis precedente, cuyo tema era el mensaje de Cristo sobre el reino de Dios. Abre, al mismo tiempo, a nuestro espíritu una nueva dimensión o un nuevo aspecto de la misión de Cristo, indicado por estas palabras: "Dar testimonio de la verdad". Cristo es Rey y "ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad". El mismo lo afirma; y añade: "Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37).

Esta respuesta desvela ante nuestros ojos horizontes nuevos, tanto sobre la misión de Cristo, como sobre la vocación del hombre. Particularmente, sobre el enraizamiento de la vocación del hombre en Cristo.

2. A través de las palabras que dirige a Pilato, Jesús pone de relieve lo que es esencial en toda su predicación. Al mismo tiempo, anticipa, en cierto modo, lo que constituirá siempre el elocuente mensaje incluido en el acontecimiento pascual, es decir, en su cruz y resurrección.

Hablando de la predicación de Jesús, incluso sus opositores expresaban, a su modo, su significado fundamental, cuando le decían: "Maestro, sabemos que eres veraz.... que enseñas con franqueza el camino de Dios" (Mc 12,14). Jesús era, pues, el Maestro en el "camino de Dios": expresión de hondas raíces bíblicas y extra-bíblicas para designar una doctrina religiosa y salvífica. En lo que se refiere a los oyentes de Jesús, sabemos, por el testimonio de los Evangelistas, que éstos estaban impresionados por otro aspecto de su predicación: "Quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mc 1,22). "...Hablaba con autoridad" (Lc 4,32).

Esta competencia y autoridad estaban constituidas, sobre todo, por la fuerza de la verdad contenida en la predicación de Cristo. Los oyentes, los discípulos, lo llamaban "Maestro", no tanto en el sentido de que conociese la Ley y los Profetas y los comentase con agudeza, como hacían los escribas. El motivo era mucho más profundo: Él "hablaba con autoridad", y ésta era la autoridad de la verdad, cuya fuente es el mismo Dios. El propio Jesús decía: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16).

3. En este sentido —que incluye la referencia a Dios—, Jesús era Maestro. "Vosotros me llamáis 'el Maestro' y 'el Señor', y decís bien, porque lo soy" (Jn 13,13). Era Maestro de la verdad que es Dios. De esta verdad dio Él testimonio hasta el final, con la autoridad que provenía de lo alto: podemos decir, con la autoridad de uno que es "rey" en la esfera de la verdad.

En las catequesis anteriores hemos llamado ya la atención sobre el sermón de la montaña, en el cual Jesús se revela a Sí mismo como Aquel que ha venido no "para abolir la Ley y los Profetas", sino "para darles cumplimiento". Este "cumplimiento" de la Ley era obra de realeza y "autoridad": la realeza y la autoridad de la Verdad, que decide sobre la ley, sobre su fuente divina, sobre su manifestación progresiva en el mundo.

4. El sermón de la montaña deja traslucir esta autoridad, con la cual Jesús trata de cumplir su misión. He aquí algunos pasajes significativos: "Habéis oído que se dijo a los antepasados: no matarás... pues yo os digo". "Habéis oído que se dijo: 'no cometerás adulterio'. Pues yo os digo". "...Se dijo... 'no perjurarás'... Pues yo os digo". Y después de cada "yo os digo", hay una exposición, hecha con autoridad, de la verdad sobre la conducta humana, contenida en cada uno de los mandamientos de Dios. Jesús no comenta de manera humana, como los escribas, los textos bíblicos del Antiguo Testamento, sino que habla con la autoridad propia del Legislador: la autoridad de instituir la Ley, la realeza. Es, al mismo tiempo, la autoridad de la verdad, gracias a la cual la nueva Ley llega a ser para el hombre principio vinculante de su conducta.

5. Cuando Jesús en el sermón de la montaña pronuncia varias veces aquellas palabras: "Pues yo os digo", en su lenguaje se encuentra el eco, el reflejo de los textos de la tradición bíblica, que, con frecuencia, repiten: "Así dice el Señor, Dios de Israel" (2S 12,7). "Jacob... Así dice el Señor que te ha hecho" (Is 44,1-2). "Así dice el Señor que os ha rescatado, el Santo de Israel..." (Is 43,14). Y, aún más directamente, Jesús hace suya la referencia a Dios, que se encuentra siempre en los labios de Moisés cuando da la Ley —la Ley "antigua"— a Israel. Mucho más fuerte que la de Moisés es la autoridad que se atribuye Jesús al dar "cumplimiento a la Ley y a los Profetas", en virtud de la misión recibida de lo alto: no en el Sinaí, sino en el misterio excelso de su relación con el Padre.

6. Jesús tiene una conciencia clara de esta misión, sostenida por el poder de la verdad que brota de su misma fuente divina. Hay una estrecha relación entre la respuesta a Pilato: "He venido al mundo para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37), y su declaración delante de sus oyentes: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16). El hilo conductor y unificador de ésta y otras afirmaciones de Jesús sobre la "autoridad de la verdad" con que Él enseña, está en la conciencia que tiene de la misión recibida de lo alto.

7. Jesús tiene conciencia de que, en su doctrina, se manifiesta a los hombres la Sabiduría eterna. Por esto reprende a los que la rechazan, no dudando en evocar a la "reina del Sur" (reina de Sabá), que vino... "para oír la sabiduría de Salomón", y afirmando inmediatamente: "Y aquí hay algo más que Salomón" (Mt 12,42).

Sabe también, y lo proclama abiertamente, que las palabras que proceden de esa Sabiduría divina "no pasarán": "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mc 13,31). En efecto, éstas contienen la fuerza de la verdad, que es indestructible y eterna. Son, pues, "palabras de vida eterna", como confesó el Apóstol Pedro en un momento crítico, cuando muchos de los que se habían reunido para oír a Jesús empezaron a marcharse, porque no lograban entender y no querían aceptar aquellas palabras que preanunciaban el misterio de la Eucaristía (cf. Jn 6,66).

8. Se toca aquí el problema de la libertad del hombre, que puede aceptar o rechazar la verdad eterna contenida en la doctrina de Cristo, válida ciertamente para dar a los hombres de todos los tiempos —y, por tanto, también a los hombres de nuestro tiempo— una respuesta adecuada a su vocación, que es una vocación con apertura eterna. Frente a este problema, que tiene una dimensión teológica, pero también antropológica (el modo como el hombre reacciona y se comporta ante una propuesta de verdad), será suficiente, por ahora, recurrir a lo que dice el Concilio Vaticano II especialmente con relación a la sensibilidad particular de los hombres de hoy. El Concilio afirma, en primer lugar, que "todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia"; pero dice también que "la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas" (Dignitatis humanae DH 1). El Concilio recuerda, además, el deber que tienen los hombres de "adherirse a la verdad conocida y ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad". Después añade: "Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan de libertad sicológica, al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa" (Dignitatis humanae DH 2).

9. He aquí la misión de Cristo como maestro de verdad eterna.

El Concilio, después de recordar que "Dios llama ciertamente a los hombres a servirle en espíritu y en verdad.. Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la persona humana, que Él mismo ha creado", añade que "esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús, en quien Dios se manifestó perfectamente a Sí mismo y descubrió sus caminos. En efecto, Cristo, que es Maestro y Señor nuestro, manso y humilde de corazón, atrajo e invitó pacientemente a los discípulos. Cierto que apoyó y confirmó su predicación con milagros para excitar y robustecer la fe de los oyentes, pero no para ejercer coacción sobre ellos".

Y, por último, relaciona esta dimensión de la doctrina de Cristo con el misterio pascual: "Finalmente, al completar en la cruz la obra de la redención, con la que adquiría para los hombres la salvación y la verdadera libertad, concluyó su revelación. Dio, en efecto, testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Porque su reino no se defiende a golpes, sino que se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae a los hombres a sí mismo" (Dignitatis humanae DH 11).

Podemos, pues, concluir ya desde ahora que quien busca sinceramente la verdad encontrará bastante fácilmente en el magisterio de Cristo crucificado la solución, incluso, del problema de la libertad.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo cordialmente a los peregrinos y personas, venidas de América Latina y España, presentes en esta Audiencia.

En especial, mi saludo se dirige a los alumnos y profesores del Liceo Español “Cervantes”, de Roma, así como a las peregrinaciones de la “Escuela Familiar Agraria La Grajera”, de Logroño, y al grupo de sacerdotes, seminaristas y catequistas de México.

En vísperas de mi visita pastoral a la Iglesia de Dios en el Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay, tan vinculada a vosotros por lazos entrañables de una misma fe y cultura, os ruego encarecidamente que en vuestra plegaria al Todopoderoso, por mediación de la Virgen María, que ocupa un lugar privilegiado en los corazones de los hijos e hijas de América Latina y España, encomendéis las intenciones del Papa, para que este viaje apostólico suponga un afianzamiento en la fe en Jesucristo para aquellas comunidades eclesiales. Que Nuestra Señora, modelo incomparable de fe y entrega a la causa de Dios, de la que Cristo tomó la humanidad, sea en todo momento constante valedora ante el Altísimo, con el fin de que Latinoamérica, donde la semilla sembrada hace ya casi cinco siglos ha dado abundantes frutos de vida cristiana, sea capaz, siguiendo el ejemplo de sus primeros misioneros, de llevar la Buena Nueva a otros lugares de la tierra.

Con mis mejores deseos para todos de una grata permanencia en Roma, os imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 25 de mayo de 1988

25588 1. En 1992 se celebrará el gran jubileo histórico del descubrimiento de América y, al mismo tiempo, del comienzo de la evangelización en todo el continente. La Iglesia en América Latina se está preparando para este acontecimiento con una novena de años, comenzada en Santo Domingo el otoño de 1984. La visita pastoral, que he realizado los días del 7 al 18 del presente mes de mayo, se inserta en este importante contexto. Esta vez en el recorrido de la peregrinación papal ha habido tres naciones: Uruguay, Bolivia, Paraguay, y la capital de Perú, Lima, que visité el domingo 15 de mayo, para la clausura del Congreso Eucarístico Mariano de los países bolivarianos.

Deseo, ante todo, dar gracias a la Providencia divina por este ministerio que he tenido la alegría de realizar en el Año Mariano. Deseo, al mismo tiempo, dar las gracias a todos: a quienes me han invitado, a cuantos han colaborado en los preparativos de la visita, a todos aquellos con los que he tenido ocasión de encontrarme durante el viaje. Hago extensivo, igualmente, mi agradecimiento a los representantes de las autoridades civiles de cada uno de los países visitados y a todas las instituciones administrativas, civiles y militares, especialmente a los responsables de los numerosos servicios de orden público y de comunicación social.

Naturalmente, mi agradecimiento va también, de manera especial, a los obispos, es decir, a mis hermanos en el ministerio episcopal, y a sus sacerdotes, así como a todos los religiosos y religiosas. Mi agradecimiento, finalmente, a los distintos sectores de la sociedad y del Pueblo de Dios. En cada etapa del viaje me he sentido invitado y mi presencia ha sido deseada por todas aquellas poblaciones: me he encontrado en medio de ellos no sólo como huésped, sino como uno que va a casa de los suyos. En todas partes he podido sentirme realmente "en mi casa".

2. En esta narración deseo delinear antes que nada la geografía de esta peregrinación apostólica, comenzando por Uruguay. La visita a este país ha sido, en cierto sentido, el complemento del encuentro que tuvo lugar el año pasado en Montevideo, su capital, la cual, como es sabido, desempeñó un importante papel en la resolución de la tensión que se había creado entre Argentina y Chile al final de 1978. El año pasado, visitando estos dos países, para dar gracias a Dios por la feliz solución del problema con la mediación de la Sede Apostólica, fue oportuno hacer etapa en Montevideo, ciudad en la que había comenzado la reconciliación entre Chile y Argentina, gracias a los esfuerzos del llorado cardenal Antonio Samore.

La visita de este año tenía que completar, en el sentido pastoral, el encuentro del año pasado. Por eso, mi estancia en Montevideo se ha extendido a otros tres lugares importantes para la historia de la evangelización y de la organización eclesiástica en Uruguay. En primer lugar, a las dos sedes episcopales más antiguas, Melo y Salto, y, después, a la ciudad de Florida, con el santuario nacional mariano "Virgen de los Treinta y Tres", donde han tenido lugar las ordenaciones sacerdotales. El nombre del santuario recuerda a aquellos treinta y tres héroes nacionales que, precisamente allí, el 25 de agosto de 1825, juraron la primera Constitución de Uruguay y decidieron la independencia de la nación.

3. He visitado después, por vez primera, Bolivia. He podido familiarizarme con la rica y diferenciada "geografía" de este extenso país (más de un millón de kilómetros cuadrados), donde la altiplanicie central, con cerca de 4.000 metros de altura, a los pies de las cadenas montañosas de los Andes bolivianos, se transforma gradualmente en vastas llanuras que abarcan la mayor parte del territorio de Bolivia.

El programa de la visita, de cinco días de duración, se ha adaptado a las características geográficas del país. Comenzando por La Paz, actual capital de la nación, en dirección a Cochabamba y, después, nuevamente hacia la altiplanicie, para ir a visitar a los mineros y agricultores de Oruro. De Cochabamba, a la primera capital, Sucre, la sede episcopal más antigua del extensísimo territorio del Sur americano, más extenso entonces que la actual Bolivia. De Sucre, donde reside el anciano cardenal Maurer, a Santa Cruz, la segunda ciudad boliviana por número de habitantes, y de aquí a Tarija, situada al Sur, cerca de la frontera con Argentina, donde he tenido un encuentro inolvidable con los niños. Finalmente, hacia el Norte, la parte más "verde" y menos poblada, a Trinidad, sede de uno de los seis vicariatos apostólicos.

El programa pastoral era rico y variado: ha permitido la celebración de encuentros con todos los componentes de la sociedad y de la Iglesia bolivianas. Sería difícil entrar ahora en detalles: sin embargo, es conveniente llamar la atención por lo menos sobre uno de ellos. Bolivia es un país en el cual la mayoría de la población (el 65 por ciento) está formada por descendientes de los primeros habitantes, los indios. Su presencia en esta tierra, en las condiciones difíciles de la montaña y de la llanura, se remonta a miles de años atrás. Igualmente antigua es su tradición cultural, que ellos han conservado, al acoger el Evangelio hace 450 años. Como seguidores de Cristo, las poblaciones indias han encontrado un apoyo también para su moralidad tradicional, a la que han permanecido fieles en la vida personal, familiar y social. Parece que se puede referir a ellos, de manera particular, el tema evangélico de los "pobres", no sólo en su significado material, sino también espiritual: "pobres de espíritu". Mi encuentro con ellos queda grabado profundamente en mi memoria. Una parte especial de esta "impresión" —impresión que la sociedad boliviana entera me ha dejado, en todas las etapas de mi visita— la constituyen los aymara, los quechua, los uru, los cipaya, poblaciones que defienden su identidad étnica y antropológica.

4. El Congreso Eucarístico de los países bolivarianos, celebrado en Lima, capital del Perú, ciudad que cuenta hoy con más de seis millones de habitantes, ha sido la etapa siguiente de mi peregrinación-visita al continente sudamericano. Han participado en este Congreso Eucarístico, del 7 al 15 de mayo, los representantes de las Iglesias de los siguientes países: Colombia, Venezuela, Panamá, Ecuador, Bolivia y Perú. Estas naciones están unidas por un vínculo histórico particular, ligado al nombre de Bolívar, el Libertador, que dio comienzo a su independencia, después del período de la colonización. El V Congreso Eucarístico de Lima ha tenido también un carácter mariano y mariológico.

Respondiendo a la invitación particular del arzobispo de Lima, cardenal Landázuri Ricketts, participé, el pasado domingo 15 de mayo, en la clausura del Congreso, celebrando la Santa Misa solemne ante una gran multitud de participantes. Además de esto, han tenido lugar también algunos encuentros especiales: con los jóvenes, con las religiosas, y, en particular, con los representantes del mundo de la ciencia y de la cultura, así como con personas que realizan tareas importantes en el campo de la economía y de la vida política. Los encuentros con la Conferencia Episcopal Peruana, con todos los obispos que han participado en el Congreso y, después, con el Presidente de la República, han puesto en evidencia el carácter peculiar de esta visita. Es importante subrayar, finalmente, la numerosa y cordial presencia de los habitantes de Lima durante toda la visita, que duró apenas un día.

5. La última etapa del viaje era Paraguay, país e Iglesia que he visitado ahora por primera vez. Su momento culminante ha sido la canonización del Beato Roque González de Santa Cruz, jesuita, y de los otros dos misioneros, Alfonso Rodriguez y Juan del Castillo. Ellos pagaron con la muerte de los mártires su actividad apostólica, que está en los orígenes de la evangelización de este país, entre los siglos XVI y XVII. Son los primeros Santos del Paraguay.

El punto central de la visita fue la capital del país, Asunción. Desde aquí me dirigí sucesivamente a otros lugares: Villarrica, donde celebré la Santa Misa y tuve un encuentro con los agricultores; la localidad de Mariscal Estigarribia, situada en la extensa región del Chaco, donde tuve un encuentro con los indígenas, primeros habitantes de aquella tierra; después, el último día, visité Encarnación, cerca de la frontera argentina; luego fui al principal santuario mariano del país, Caacupé. Hay que poner de relieve que los nombres de estas tres ciudades, Concepción, Encarnación y Asunción, confieren a este país una particular fisonomía mariana.

El programa —necesariamente conciso e intenso al mismo tiempo—, además de los encuentros ya mencionados, incluía también otras citas: con los representantes de las autoridades, con los así llamados "Constructores de la sociedad", con los sacerdotes diocesanos, con los religiosos y, finalmente, con los jóvenes.

Es necesario recordar también que sobre todo al territorio paraguayo está vinculada la experiencia histórica de las "reducciones" jesuíticas, en las cuales la evangelización de los indígenas dio vida a una particular organización social y económica del país.

6. El jubileo del 500° aniversario del comienzo de la evangelización de América Latina, que ya se acerca, pone de relieve —al final del siglo XX y después del Concilio Vaticano II— la tarea principal de la Nueva evangelización. La reciente visita se ha desarrollado en la perspectiva de esta tarea: su programa y el carácter de los encuentros litúrgicos y paralitúrgicos dan testimonio de cómo la Iglesia la ha comenzado ya felizmente. Con estas finalidades, el primer puesto se le ha dado a la comunidad familiar, a los jóvenes y a los niños, a los ancianos, a los enfermos y a los minusválidos. Junto a todos estos contactos, el programa ha hecho también posible otros encuentros con personas que desempeñan en ambientes diversos por trabajo, profesión y vocación.



En los distintos países he querido reafirmar la preocupación de la Iglesia por el mundo del trabajo, especialmente por los agricultores, mineros y obreros; he hablado al mundo de la cultura, de la investigación universitaria y a cuantos se dedican a la tarea de educar y formar a las nuevas generaciones; he tenido un encuentro con miembros del Cuerpo Diplomático, de las clases dirigentes y empresariales, y asimismo con los que comparten responsabilidades políticas y económicas para el futuro de sus países.

He tenido también ocasión de alentar diversas presencias vocacionales en las Iglesias locales: me he reunido con los obispos, con los sacerdotes, con los religiosos y las religiosas, y además con los misioneros y seminaristas, catequistas y otras personas comprometidas con el apostolado laical.

Con gran esperanza y emoción he confiado a María, Madre de la Iglesia, todos los esfuerzos que se están llevando ya a cabo para la realización responsable de esta nueva tarea evangelizadora: todas las iniciativas pastorales que —a nivel nacional, diocesano y parroquial— han ido naciendo con motivo del jubileo de la evangelización y del Año Mariano, del Congreso Eucarístico y de la visita del Papa. Con la fuerza del Espíritu, este camino podrá inspirar y reavivar un nuevo celo apostólico para el anuncio y testimonio del Evangelio.

7. Estos comentarios confirman que en la mente de los organizadores han estado presentes de manera explícita las directrices principales del Vaticano II acerca de la relación de la Iglesia con el mundo y, especialmente, sobre la vocación de los laicos en la Iglesia. Se une a todo esto la importante función de la doctrina social de la Iglesia, desde sus primeros documentos hasta la última Encíclica Sollicitudo rei socialis, que en este contexto resulta de particular actualidad. En efecto, ésta contiene un mensaje apropiado también por lo que se refiere a la justa actitud que hay que tener para con los indígenas americanos.

Entre las necesidades de esta Iglesia hay que poner en primer lugar la falta de sacerdotes. Es necesario subrayar, también, la necesidad de un mayor número de personas consagradas en la vida religiosa. Por ello, es urgente el problema de las vocaciones y de la formación de los jóvenes candidatos a los ministerios bajo la guía de maestros y educadores competentes. Problema tanto más urgente dado que la escasez de sacerdotes facilita indirectamente la penetración de las distintas sectas de origen prevalentemente norteamericano. Existe en la sociedad latinoamericana un notable capital de religiosidad tradicional, un gran amor a Cristo y a su Madre, una viva adhesión a la Iglesia apostólica. Hay que hacer todo lo posible para que este capital no se derroche, sino que, por el contrario, pueda ulteriormente madurar y fructificar. Es indispensable igualmente instaurar una relación adecuada entre evangelización y progreso social, según el espíritu de la Evangelii nuntiandi.

8. En estos días en los que la Iglesia entera vive el aniversario de su nacimiento en el Cenáculo de Pentecostés —junto a María, Madre de Cristo—, oremos al Espíritu Santo-Paráclito para que, en esta nueva etapa de la historia, conceda un vigor renovado a nuestros hermanos y hermanas de Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay, en todas aquellas tareas vinculadas a la obra del Evangelio entre las diversas comunidades de América Latina.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a los peregrinos de lengua española, venidos de Latinoamérica y de España.

De modo particular saludo a los Hermanos Maristas y al grupo de Religiosas de María Reparadora, así como a los estudiantes procedentes del Paraguay. Vuestros rostros me recuerdan los de tantos hermanos vuestros con quienes he compartido momentos de plegaria, de alegría y de fiesta. Con la Virgen María pidamos al Espíritu Santo que dé nuevo vigor apostólico a nuestros hermanos y hermanas del Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay, en su acción evangelizadora entre las diversas Comunidades de América Latina.

A todos imparto con afecto mi bendición apostólica.





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