Audiencias 1988 10688

Miércoles 1 de junio de 1988: La misión de Cristo - El Hijo unigénito que revela al Padre

10688 1. "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo..." (He 1,1 ss.). Con estas palabras, bien conocidas por los fieles, gracias a la liturgia navideña, el autor de la Carta a los Hebreos habla de la misión de Jesucristo, presentándola sobre el fondo de la historia de la Antigua Alianza. Hay, por un lado, una continuidad entre la misión de los Profetas y la misión de Cristo; por otro lado, sin embargo, salta enseguida a la vista una clara diferencia. Jesús no es sólo el último o el más grande entre los Profetas: el Profeta escatológico como era llamado y esperado por algunos. Se distingue de modo esencial de todos los antiguos Profetas y supera infinitamente el nivel de su personalidad y de su misión. Él es el Hijo del Padre, el Verbo-Hijo, consubstancial al Padre.

2. Esta es la verdad clave para comprender la misión de Cristo. Si Él ha sido enviado para anunciar la Buena Nueva (el Evangelio) a los pobres, si junto con Él "ha llegado a nosotros" el reino de Dios, entrando de modo definitivo en la historia del hombre, si Cristo es el que da testimonio de la verdad contenida en la misma fuente divina, como hemos visto en las catequesis anteriores, podemos ahora extraer del texto de la Carta a los Hebreos que acabamos de mencionar, la verdad que unifica todos los aspectos de la misión de Cristo: Jesús revela a Dios del modo más auténtico, porque está fundado en la única fuente absolutamente segura e indudable: la esencia misma de Dios. El testimonio de Cristo tiene, así, el valor de la verdad absoluta.

3. En el Evangelio de Juan encontramos la misma afirmación de la Carta a los Hebreos, expresada de modo más conciso. Leemos al final del prólogo: "A Dios nadie le ha visto jamás. El Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18).

En esto consiste la diferencia esencial entre la revelación de Dios que se encuentra en los Profetas y en todo el Antiguo Testamento y la que trae Cristo, que dice de Sí mismo: "Aquí hay algo más que Jonás" (Mt 12,41). Para hablar de Dios está aquí Dios mismo, hecho hombre: "El Verbo se hizo carne" (cf. Jn 1,14). Aquel Verbo que "está en el seno del Padre" (Jn 1,18) se convierte en "la luz verdadera" (Jn 1,9), "la luz del mundo" (Jn 8,12). El mismo dice de Sí: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

4. Cristo conoce a Dios como el Hijo que conoce al Padre y al mismo tiempo, es conocido por Él: "Como me conoce el Padre (ginoskei) y yo conozco a mi Padre...", leemos en el Evangelio de Juan (Jn 10,15), y casi idénticamente en los Sinópticos: "Nadie conoce bien al Hijo (epiginoskei)sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27 cf. Lc 10,22).

Por tanto, Cristo, el Hijo, que conoce al Padre, revela al Padre. Y, al mismo tiempo, el Hijo es revelado por el Padre. Jesús mismo, después de la confesión de Cesarea de Filipo, lo hace notar a Pedro, quien lo reconoce como "el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). "No te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17).

5. Si la misión esencial de Cristo es revelar al Padre, que es "nuestro Dios" (cf. Jn 20,17) al propio tiempo Él mismo es revelado por el Padre como Hijo. Este Hijo "siendo una sola cosa con el Padre" (cf. Jn 10,30), puede decir: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9). En Cristo, Dios se ha hecho "visible": en Cristo se hace realidad la "visibilidad" de Dios. Lo ha dicho concisamente San Ireneo: "La realidad invisible del Hijo era el Padre y la realidad visible del Padre era el Hijo" (Adv. haer., IV, 6, 6).

Así, pues, en Jesucristo, se realiza la autorrevelación de Dios en toda su plenitud. En el momento oportuno se revelará luego el Espíritu que procede del Padre (cf. Jn 15,26), y que el Padre enviará en el nombre del Hijo (cf. Jn 14,26).

36 6. A la luz de estos misterios de la Trinidad y de la Encarnación, alcanza su justo significado la bienaventuranza proclamada por Jesús a sus discípulos: "¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron" (Lc 10,23-24).

Casi un vivo eco de estas palabras del Maestro parece resonar en la primera Carta de Juan: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna...-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros" (1Jn 1,1-3). En el prólogo de su Evangelio, el mismo Apóstol escribe: "... y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

7. Con referencia a esta verdad fundamental de nuestra fe, el Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Divina Revelación, dice: "La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre, que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda revelación" (Dei Verbum DV 2). Aquí tenemos toda la dimensión de Cristo-Revelación de Dios, porque esta revelación de Dios es al propio tiempo la revelación de la economía salvífica de Dios con respecto al hombre y al mundo. En ella, como dice San Pablo a propósito de la predicación de los Apóstoles, se trata de "esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido desde siglos en Dios, creador de todas las cosas" (Ep 3,9). Es el misterio del plan de la salvación que Dios ha concebido desde la eternidad en la intimidad de la vida trinitaria, en la cual ha contemplado, querido, creado y "re-creado" las cosas del cielo y de la tierra, vinculándolas a la Encarnación y, por eso, a Cristo.

8. Recurramos una vez más al Concilio Vaticano II, donde leemos: "Jesucristo, Palabra hecha carne, 'hombre enviado a los hombres', 'habla las palabras de Dios' (Jn 3,34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (cf .Jn 5,36 Jn 17,4)...". Él, "con su presencia y manifestaciones, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino, a saber: que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna.

"La economía cristiana, por ser a alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo, nuestro Señor (cf 1Tm 6,14 y Tt 2,13)" (Dei Verbum DV 4).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato saludar a los numerosos peregrinos de América Latina y España, presentes en esta Audiencia.

De modo especial quiero saludar al grupo de sacerdotes claretianos llegados de diversas partes del mundo para un curso de renovación, a las peregrinaciones de la Arquidiócesis de Hermosillo (México), a las formadas por la familia salesiana de Santo Domingo; Uruguay y Costa Rica, así como a las representaciones del Colegio Médico de Sevilla y del Centro Tahanan –de inmigrantes filipinos–, con sede en Madrid. Os invito, como fruto de vuestra presencia en Roma, a caminar según el Espíritu, guía de la Iglesia, para que podáis comprender el significado de las palabras de Cristo que son “camino, verdad y vida”.

En esta circunstancia me complace también bendecir la puerta realizada para la Basílica de Nuestra Señora de Altagracia en Higüey (República Dominicana).

Amadísimos hijos, esta puerta que sea para todos vosotros, a través de un fiel seguimiento de Cristo, la verdadera “Janua caeli”: puerta del cielo, por mediación de la Virgen María a la que tanto queréis y veneráis.

37 A todos imparto con afecto mi bendición apostólica.



Miércoles 8 de junio de 1988

La misión de Cristo.

Jesús,"el testigo fiel"

(Ap 1,5)

1. Leemos en la Constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II respecto a la misión terrena de Jesucristo: "Vino, por tanto, el Hijo enviado por el Padre, quien nos eligió en El antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos, porque se complació en restaurar en El todas las cosas (cf. Ep 1,4-5 y 10). Así, pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención" (Lumen gentium LG 3).

Este texto nos permite considerar de modo sintético todo lo que hemos hablado en las últimas catequesis. En ellas, hemos tratado de poner de relieve los aspectos esenciales de la misión mesiánica de Cristo. Ahora el texto conciliar nos propone de nuevo la verdad sobre la estrecha y profunda conexión que existe entre esta misión y el mismo Enviado: Cristo que, en su cumplimiento, manifiesta sus disposiciones y dotes personales. Se pueden subrayar ciertamente en toda la conducta de Jesús algunas características fundamentales, que tienen también expresión en su predicación y sirven para dar una plena credibilidad a su misión mesiánica.

2. Jesús en su predicación y en su conducta muestra ante todo su profunda unión con el Padre en el pensamiento y en las palabras. Lo que quiere transmitir a sus oyentes (y a toda la humanidad) proviene del Padre, que lo ha "enviado al mundo" (Jn 10,36). "Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí" (Jn 12,49-50). "Lo que el Padre me ha enseñado eso es lo que hablo" (Jn 8,28). Así leemos en el Evangelio de Juan. Pero también en los Sinópticos se transmite una expresión análoga pronunciada por Jesús: "Todo me ha sido entregado por mi Padre" (Mt 11,27). Y con este "todo" Jesús se refiere expresamente al contenido de la Revelación traída por El a los hombres (cf. Mt 11,25-27 análogamente Lc 10,21-22). En estas palabras de Jesús encontramos la manifestación del Espíritu con el cual realiza su predicación. Él es y permanece como "el testigo fiel" (Ap 1,5). En este testimonio se incluye y resalta esa especial "obediencia" del Hijo al Padre que en el momento culminante se demostrará como "obediencia hasta la muerte" (cf. Flp Ph 2,8).

3. En la predicación, Jesús demuestra que su fidelidad absoluta al Padre, como fuente primera y última de "todo" lo que debe revelarse, es el fundamento esencial de su veracidad y credibilidad. "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado", dice Jesús, y añade: "El que habla por su cuenta busca su propia gloria, pero el que busca la gloria del que le ha enviado ése es veraz y no hay impostura en él" (Jn 7,16 Jn 7,18).

En la boca del Hijo de Dios pueden sorprender estas palabras. Las pronuncia el que es "de la misma naturaleza que el Padre". Pero no podemos olvidar que El habla también como hombre.Tiene que lograr que sus oyentes no tengan duda alguna sobre un punto fundamental, esto es: que la verdad que El transmite es divina y procede de Dios. Tiene que lograr que los hombres, al escucharle, encuentren en su palabra el acceso a la misma fuente divina de la verdad revelada. Que no se detengan en quien la enseña sino que se dejen fascinar por la "originalidad" y por el "carácter extraordinario" de lo que en esta doctrina procede del mismo Maestro. El Maestro "no busca su propia gloria". Busca sólo y exclusivamente "la gloria del que le ha enviado". No habla "en nombre propio", sino en nombre del Padre.

También es éste un aspecto del "despojo" (kénosis), que según San Pablo (cf. Flp Ph 2,7), alcanzará su culminación en el misterio de la cruz.

4. Cristo es el "testigo fiel". Esta fidelidad —en la búsqueda exclusiva de la gloria del Padre, no de la propia— brota del amor que pretende probar: "Ha de saber el mundo que amo al Padre" (Jn 14,31). Pero su revelación del amor al Padre incluye también su amor a los hombres. Él "pasa haciendo el bien" (cf. Ac 10,38). Toda su misión terrena está colmada de actos de amor hacia los hombres, especialmente hacia los más pequeños y necesitados. "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso" (Mt 11,28). "Venid": es una invitación que supera el circulo de los coetáneos que Jesús podía encontrar en los días de su vida y de su sufrimiento sobre la tierra; es una llamada para los pobres de todos los tiempos, siempre actual, también hoy, siempre volviendo a brotar en los labios y en el corazón de la Iglesia.

38 5. Paralela a esta exhortación hay otra: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,29). La mansedumbre y humildad de Jesús llegan a ser atractivas para quien es llamado a acceder a su escuela: "Aprended de mí". Jesús es "el testigo fiel" del amor que Dios nutre para con el hombre. En su testimonio están asociados la verdad divina y el amor divino. Por eso entre la palabra y la acción, entre lo que Él hace y lo que Él enseña hay una profunda cohesión, se diría que casi una homogeneidad. Jesús no sólo enseña el amor como el mandamiento supremo, sino que Él mismo lo cumple del modo más perfecto. No sólo proclama las bienaventuranzas en el sermón de la montaña, sino que ofrece en Sí mismo la encarnación de este sermón durante toda su vida. No sólo plantea la exigencia de amar a los enemigos, sino que Él mismo la cumple, sobre todo en el momento de la crucifixión: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).

6. Pero esta "mansedumbre y humildad de corazón" en modo alguno significa debilidad. Al contrario, Jesús es exigente. Su Evangelio es exigente. ¿No ha sido Él quien ha advertido: "El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí?. Y poco después: "El que encuentre su vida la perderá y el que pierda su vida por mí la encontrará" (Mt 10,38-39). Es una especie de radicalismo no sólo en el lenguaje evangélico, sino en las exigencias reales del seguimiento de Cristo, de las que no duda en reafirmar con frecuencia toda su amplitud: "No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada" (Mt 10,34). Es un modo fuerte de decir que el Evangelio es también una fuente de "inquietud" para el hombre. Jesús quiere hacernos comprender que el Evangelio es exigente y que exigir quiere decir también agitar las conciencias, no permitir que se recuesten en una falsa "paz", en la cual se hacen cada vez más insensibles y obtusas, en la medida en que en ellas se vacían de valor las realidades espirituales, perdiendo toda resonancia. Jesús dirá ante Pilato: "Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,37). Estas palabras conciernen también a la luz que El proyecta sobre el campo entero de las acciones humanas, borrando la oscuridad de los pensamientos y especialmente de las conciencias para hacer triunfar la verdad en todo hombre. Se trata, pues, de ponerse del lado de la verdad. "Todo el que es de la verdad escucha mi voz" dirá Jesús (Jn 18,37). Por ello, Jesús es exigente. No duro o inexorablemente severo: pero fuerte y sin equívocos cuando llama a alguien a vivir en la verdad.

7. De este modo las exigencias del Evangelio de Cristo penetran en el campo de la ley y de la moral. Aquel que es el "testigo fiel" (Ap 1,5) de la verdad divina, de la verdad del Padre, dice desde el comienzo del sermón de la montaña: "Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el reino de los cielos" (Mt 5,19). Al exhortar a la conversión, no duda en reprobar a las mismas ciudades donde la gente rechaza creerle: "¡Ay de ti, Corozain! ¡Ay de ti, Betsaida!" (Lc 10,13). Mientras amonesta a todos y cada uno: "...si no os convertís, todos pereceréis" (Lc 13,3).

8. Así, el Evangelio de la mansedumbre y de la humildad va al mismo paso que el Evangelio de las exigencias morales y hasta de las severas amenazas a quienes no quieren convertirse. No hay contradicción entre el uno y el otro. Jesús vive de la verdad que anuncia y del amor que revela y es éste un amor exigente como la verdad de la que deriva. Por lo demás, el amor ha planteado las mayores exigencias a Jesús mismo en la hora de Getsemaní, en la hora del Calvario, en la hora de la cruz. Jesús ha aceptado y secundado estas exigencias hasta el fondo, porque, como nos advierte el Evangelista, Él "amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Se trata de un amor fiel, por lo cual, el día antes de su muerte, podía decir al Padre: "Las palabras que tú me diste se las he dado a ellos" (Jn 17,8).

9. Como "testigo fiel" Jesús ha cumplido la misión recibida del Padre en la profundidad del misterio trinitario. Era una misión eterna, incluida en el pensamiento del Padre que lo engendraba y predestinaba a cumplirla "en la plenitud de los tiempos" para la salvación del hombre —de todo hombre— y para el bien perfecto de toda la creación. Jesús tenía conciencia de esta misión suya en el centro del plan creador y redentor del Padre; y, por ello, con todo el realismo de la verdad y del amor traídos al mundo, podía decir: "Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora dirigir mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, saludo al grupo de Hermanos de las Escuelas Cristianas, que están haciendo en Roma un curso de renovación espiritual. Asimismo, a los estudiantes del Concurso “Mi tierra”, de Ávila, a la peregrinación de la diócesis de Badajoz y a la Asociación de Viudas de la diócesis de Jaén.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España, imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 15 de junio de 1988

Jesús fundador de la Iglesia. "...edificaré mi Iglesia"

(Mt 16,18)
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1. "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (
Mc 1,15). En el comienzo del Evangelio de Marcos, se dicen estas palabras casi para resumir brevemente la misión de Jesús de Nazaret, Aquel que ha "venido para anunciar la Buena Nueva". En el centro de su anuncio se encuentra la revelación del reino de Dios, que se acerca y, más aún, ha entrado en la historia del hombre ("El tiempo se ha cumplido").

2. Proclamando la verdad sobre el reino de Dios, Jesús anuncia al mismo tiempo el cumplimiento de las promesas contenidas en el Antiguo Testamento. Del reino de Dios hablan ciertamente con frecuencia los versículos de los Salmos (cf. Sal 102/103, 19; Sal 92/93, 1). El Salmo 144/145 canta la gloria y la majestad de este reino y señala simultáneamente su eterna duración: "Tu reino, un reino por los siglos todos, tu dominio, por todas las edades" (Sal 144/145, 13). Los posteriores libros del Antiguo Testamento vuelven a tratar este tema. Concretamente, puede recordarse el anuncio profético, especialmente elocuente del libro de Daniel: "...el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido y este reino no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos reinos y subsistirá eternamente" (Da 2,44).

3. Refiriéndose a estos anuncios y promesas del Antiguo Testamento, el Concilio Vaticano II constata y afirma: "Este reino brilla ante los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo" (Lumen gentium LG 5)... "Cristo, en cumplimiento de la voluntad de Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos" (Lumen gentium LG 3). Al mismo tiempo, el Concilio subraya que "nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la Buena Nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura..." (Lumen gentium LG 5). El inicio de la Iglesia, su fundación por Cristo, se inscribe en el Evangelio del reino de Dios, en el anuncio de su venida y de su presencia entre los hombres. Si el reino de Dios se ha hecho presente entre los hombres gracias a la venida de Cristo, a sus palabras y a sus obras, es también verdad que, por expresa voluntad suya, "está presente en la Iglesia, actualmente en misterio, y por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo" (Lumen gentium LG 3).

4. Jesús dio a conocer de varias formas a sus oyentes la venida del reino de Dios. Son sintomáticas las palabras que pronunció a propósito de la "expulsión del demonio" fuera de los hombres y del mundo: "...si por el dedo de Dios expulso yo a los demonios..., es que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Lc 11,20). El reino de Dios significa, realmente, la victoria sobre el poder del mal que hay en el mundo y sobre aquel que es su principal agente escondido. Se trata del espíritu de las tinieblas, dueño de este mundo; se trata de todo pecado que nace en el hombre por efecto de su mala voluntad y bajo el influjo de aquella arcana y maléfica presencia. Jesús, que ha venido para perdonar los pecados, incluso cuando cura de las enfermedades, advierte que la liberación del mal físico es señal de la liberación del mal más grave que arruina el alma del hombre. Hemos explicado esto con mayor amplitud en las catequesis anteriores.

5. Los diversos signos del poder salvífico de Dios ofrecidos por Jesús con sus milagros, conectados con su Palabra, abren el camino para la comprensión de la verdad del reino de Dios en medio de los hombres. El explica esta verdad, sirviéndose especialmente de las parábolas, entre las cuales se encuentran la del sembrador y la de la semilla. La semilla es la Palabra de Dios, que puede ser acogida de modo que crezca en el terreno del alma humana o, por diversos motivos, no ser acogida o serlo de un modo que no pueda madurar y dar fruto en el tiempo oportuno (cf. Mc 4,14-20). Pero he aquí otra parábola que nos pone frente al misterio del desarrollo de la semilla por obra de Dios: " El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma, primero, hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga" (Mc 4,26-28). Es el poder de Dios el que "hace crecer", dirá San Pablo (1Co 3,6 ss.) y, como escribe el Apóstol, es Él quien da "el querer y el obrar" (Ph 2,13).

6. El reino de Dios, o "reino de los cielos", como dice Mateo (cf. 3, 2, etc.), ha entrado en la historia del hombre sobre la tierra por medio de Cristo que también, durante su pasión y en la inminencia de su muerte en la cruz, habla de Sí mismo como de un Rey y, a la vez, explica el carácter del reino que ha venido a inaugurar sobre la tierra. Sus respuestas a Pilato, recogidas en el cuarto Evangelio, (Jn 18,33 ss.), sirven como texto clave para la comprensión de este punto. Jesús se encuentra frente al Gobernador romano, a quien ha sido entregado por el Sanedrín bajo la acusación de haberse querido hacer "Rey de los judíos". Cuando Pilato le presente este hecho, Jesús responde: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos" (Jn 18,36). Pese a que Cristo no es un rey en sentido terreno de la palabra, ese hecho no cancela el otro sentido de su reino, que Él explica en la respuesta a una nueva pregunta de su juez. Luego, "¿Tú eres rey?", pregunta Pilato. Jesús responde con firmeza: "Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18,37). Es la más neta e inequívoca proclamación de la propia realeza, pero también de su carácter trascendente, que confirma el valor más profundo del espíritu humano y la base principal de las relaciones humanas: "la verdad".

7. El reino que Jesús, como Hijo de Dios encarnado, ha inaugurado en la historia del hombre, siendo de Dios, se establece y crece en el espíritu del hombre con la fuerza de la verdad y de la gracia, que proceden de Dios, como nos han hecho comprender las parábolas del sembrador y de la semilla, que hemos resumido. Cristo es el sembrador de esta verdad. Pero, en definitiva será por medio de la cruz como realizará su realeza y llevará a cabo la obra de la salvación en la historia de la humanidad: "Yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32).

8. Todo esto se trasluce también de la enseñanza de Jesús sobre el Buen Pastor, que "da su vida por las ovejas" (Jn 10,11). Esta imagen del pastor está estrechamente ligada con la del rebaño y de las ovejas que escuchan la voz del pastor. Jesús dice que es el Buen Pastor que "conoce a sus ovejas y ellas le conocen" (Jn 10,14). Como Buen Pastor, busca a la oveja perdida (cf. Mt 18,12 Lc 15,4) e incluso piensa en las "otras ovejas que no son de este redil"; también a ésas las "tiene que conducir" para que "escuchen su voz y haya un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16). Se trata, pues, de una realeza universal, ejercida con ánimo y estilo de pastor, para llevar a todos a vivir en la verdad de Dios.

9. Como se ve, toda la predicación de Cristo, toda su misión mesiánica se orienta a "reunir" el rebaño. No se trata solamente de cada uno de sus oyentes, seguidores, imitadores. Se trata de una "asamblea", que en arameo se dice "kehala" y, en hebreo, "qahal", que corresponde al griego "ekklesia". La palabra griega deriva de un verbo que significa "llamar" ("llamada" en griego se dice "klesis") y esta derivación etimológica sirve para hacernos comprender que, lo mismo que en la Antigua Alianza Dios había "llamado" a su pueblo Israel, así Cristo llama al nuevo Pueblo de Dios escogiendo y buscando sus miembros entre todos los hombres. Él los atrae a Sí y los reúne en torno a su persona por medio de la palabra del Evangelio y con el poder redentor del misterio pascual. Este poder divino, manifestado de forma definitiva en la resurrección de Cristo, confirmará el sentido de las palabras que una vez se dijeron a Pedro: "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18), es decir: la nueva asamblea del reino de Dios.

10. La Iglesia-Ecclesia-Asamblea recibe de Cristo el mandamiento nuevo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado... en esto conocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13,34-35 cf. Jn 15,12). Es cierto que la "asamblea-Iglesia" recibe de Cristo también su estructura externa (de lo que trataremos próximamente), pero su valor esencial es la comunión con el mismo Cristo: es Él quien "reúne" la Iglesia, es El quien la "edifica" constantemente como su Cuerpo (cf. Ep 4,12), como reino de Dios con dimensión universal. "Vendrán de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur y se pondrán a la mesa (con Abraham, Isaac y Jacob) en el reino de Dios" (cf. Lc 13,28-29).

Saludos

40 Amadísimos hermanos:

Junto con estas reflexiones, deseo dirigir mi cordial saludo de bienvenida a los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, saludo a los miembros del Movimiento de Apostolado “Regnum Christi”, a quienes aliento a una generosa entrega a Dios en el servicio a los hermanos. Igualmente saludo a la peregrinación procedente de Bogotá (Colombia), así como al grupo de oficiales venezolanos que participan en un curso en la Escuela Militar de Civitavecchia.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 22 de junio de 1988

Jesús fundador de la estructura ministerial de la Iglesia

"... yo dispongo un reino para vosotros"

(Lc 22,29)

1. Hemos dicho en la catequesis anterior que toda la misión de Jesús de Nazaret, su enseñanza, los signos que hacía, hasta el supremo de todos, la resurrección ("el signo del Profeta Jonás") estaban destinados a "reunir" a los hombres. Esta "asamblea" del nuevo Pueblo de Dios es el primer esbozo de la Iglesia, en la cual, por voluntad de institución de Cristo, debe verificarse y perdurar, en la historia del hombre, el reino de Dios iniciado con la venida y con la misión mesiánica de Cristo. Jesús de Nazaret anunciaba el Evangelio a todos los que le seguían para escucharlo, pero, al mismo tiempo, llamó a algunos, de modo especial, a seguirlo a fin de prepararlos Él mismo para una misión futura. Se trata por ejemplo de la vocación de Felipe (Jn 1,43), de Simón (Lc 5,10) y de Leví, el publicano: también a él se dirige Cristo con su "sígueme" (cf. Lc 5,27-28).

2. De especial relieve es para nosotros el hecho de que entre sus discípulos Jesús haya elegido a los Doce: una elección que tenía también el carácter de una "institución". El Evangelio de Marcos (3, 14) emplea a este respecto la expresión: "instituyó" (en griego ?p???se?) palabra que en el texto griego de los Setenta se aplica también a la obra de la creación; por eso, el texto original hebreo usa la palabra bara, que no tiene en griego un término que le corresponda con precisión: bara expresa aquello que sólo Dios mismo "hace", creando de la nada. En todo caso, también la expresión griega «?p???se?» es lo suficientemente elocuente en relación con los Doce. Habla de su institución como de una acción decisiva de Cristo que ha producido una nueva realidad. Las funciones —las tareas— que los Doce reciben son consecuencia de aquello en que se han convertido en virtud de la institución por parte de Cristo (instituyó = hizo).

3. Es sintomático también el modo cómo Jesús ha realizado la elección de los Doce. "...Jesús se fue al monte a orar y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos a los que llamó también apóstoles" (Lc 6,12-13). Siguen los nombres de los elegidos, Simón, a quien Jesús da el nombre de Pedro, Santiago y Juan (Marcos precisa que eran hijos de Zebedeo y que Jesús les dio el sobrenombre de Boanerges, que significa "hijos del trueno"), Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas de Santiago y Judas Iscariote, "que llegó a ser un traidor" (Lc 6,16). Hay concordancia entre las listas de los Doce que se encuentran en los tres Evangelios sinópticos y en los Hechos de los Apóstoles, aparte de alguna pequeña diferencia.

4. Jesús mismo hablará un día de esta elección de los Doce subrayando el motivo por el que la hizo: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros..." (Jn 15,16); y añadirá: "Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero, como no sois del mundo, porque yo, al elegiros, os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo" (Jn 15,19).

41 Jesús había instituido a los Doce "para que estuvieran con Él", para poderlos "enviar a predicar con poder de expulsar a los demonios" (Mc 3,14-15). Han sido, pues, elegidos e "instruidos" para una misión precisa.Son unos enviados (="apostoloi"). En el texto de Juan leemos también: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16). Este "fruto" viene designado en otro apartado con la imagen de la "pesca", cuando Jesús, después de la pesca milagrosa en el lago de Genesaret, dice a Pedro, todo emocionado por aquel hecho prodigioso: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5,10).

5. Jesús pone la misión de los Apóstoles en relación de continuidad con la propia misión cuando en la oración (sacerdotal) de la última Cena dice al Padre: "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18). En este contexto se hacen también comprensibles otras palabras de Jesús "Yo por mi parte dispongo un reino para vosotros como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22,29). Jesús no dice a los Apóstoles simplemente "A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios" (Mc 4,11), como si les fuese "dado" de una forma solo cognoscitiva, sino que "transmite" a los Apóstoles el reino que Él mismo ha iniciado con su misión mesiánica sobre la tierra. Este reino "dispuesto" para el Hijo por el Padre es el cumplimiento de las promesas hechas ya en la Antigua Alianza. El número mismo de los "doce" apóstoles corresponde, en las palabras de Cristo, a las "doce tribus de Israel": "...vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mt 19,28 y también Lc 22,30). Los Apóstoles —"los Doce"— como inicio del nuevo Israel son al mismo tiempo "situados" en la perspectiva escatológica de la vocación de todo el Pueblo de Dios.

6. Después de la resurrección, Cristo, antes de enviar definitivamente a los Apóstoles a todo el mundo, vincula a su servicio la administración de los sacramentos del bautismo (cf. Mt 28,18-20), de la Eucaristía (cf. Mc 14,22-24 y paralelos) y la penitencia y reconciliación (cf. Jn 20,22-23), instituidos por Él como signos salvíficos de la gracia. Los Apóstoles son dotados, por tanto, de autoridad sacerdotal y pastoral en la Iglesia.

De la institución de la estructura sacramental de la Iglesia hablaremos en la próxima catequesis. Aquí queremos hacer notar la institución de la estructura ministerial, ligada a los Apóstoles y, en consecuencia, a la sucesión apostólica en la Iglesia. A este respecto debemos también recordar las palabras con las cuales Jesús describió y luego instituyó el especial ministerium de Pedro: "Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,18-19). Todas las semejanzas que observamos, nos hacen percibir la idea de la Iglesia-reino de Dios, dotada de una estructura ministerial, tal como estaba en el pensamiento de Jesús.

7. Las cuestiones del ministerium y al mismo tiempo del sistema jerárquico de la Iglesia se profundizarán de una manera más detallada en el siguiente ciclo de catequesis eclesiológicas. Aquí es oportuno hacer notar solamente el especial significado que concierne a la dolorosa experiencia de la pasión y de la muerte de Cristo en la cruz. Al prever la negación de Pedro, Jesús dice al Apóstol: "...pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Más tarde, después de la resurrección, obtenida la triple confesión de amor por parte de Pedro ("Señor, Tú sabes que te quiero"), Jesús le confirma definitivamente su misión pastoral universal: "Apacienta mis ovejas..." (cf. Jn 21,15-17).

8. Podemos decir, por consiguiente, que los diferentes pasajes del Evangelio indican claramente que Jesucristo transmite a los Apóstoles "el reino" y "la misión" que Él mismo recibió del Padre y, a la vez, instituye la estructura fundamental de su Iglesia, donde este reino de Dios, mediante la continuidad de la misión mesiánica de Cristo, debe realizarse en todas las naciones de la tierra, como cumplimiento mesiánico y escatológico de las eternas promesas de Dios. Las últimas palabras dirigidas por Jesús a los Apóstoles, antes de su regreso al Padre, expresan de manera definitiva la realidad y las dimensiones de esta institución: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20 y también Mc 16,15-18 y Lc 24,47-48).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora presentar mi más cordial saludo a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

En particular, saludo a la peregrinación de la Asociación “Mensajeros de la Paz”, que celebran el veinticinco aniversario de su fundación. Aliento a los responsables y benefactores de este grupo apostólico a un renovado esfuerzo en su benemérita labor en favor de los niños y niñas privados de ambiente familiar o abandonados.

Saludo igualmente al grupo de oración procedente de México, a la peregrinación de Guatemala, así como a los hermanos de la Archicofradía de Nuestra Señora Virgen de la Sierra, de Villanubla de los Ojos (Ciudad Real) y a los feligreses de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, de Fuengirola (Málaga).

42 A todos encomiendo a la protección de la Santísima Virgen, en este Año Mariano, mientras les imparto la bendición spostólica.




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