Audiencias 1988 42

Julio de 1988

Miércoles 6 de julio de 1988



1. "Ja zum Glauben - Ja zum Leben": "Sí a la fe, sí a la vida".

En este eslogan los obispos austriacos, al invitar al Papa a su país del 23 al 27 de junio, han resumido el programa de la visita. Deseo hoy agradecer esta invitación a la Iglesia en Austria, dando al mismo tiempo las gracias al Presidente de la República y a todas las autoridades que han tenido una actitud de muy buena voluntad en los contactos durante esta nueva visita pastoral, colaborando para su preparación en los diversos niveles y en sus diferentes etapas. Aprovecho la audiencia general de hoy para poner de relieve este acontecimiento, tal como lo he hecho con motivo de los otros viajes realizados en cumplimiento de mi ministerio pastoral.

2. Se trataba ahora de completar la visita que tuvo lugar en el año 1983, durante el "Katholikentag" y que se limitó a Viena, la capital de Austria, y al santuario mariano de Mariazell.

Esta vez, en cambio, Viena ha sido únicamente el punto de partida del programa. Durante los días siguientes, he podido visitar, al menos indirectamente, todas las diócesis del país.

Si la palabra programática de 1983 se refería a la esperanza ("Hoffnung leben, Hoffnung geben": "Vivir la esperanza, dar esperanza"), esta vez los organizadores han concentrado la atención en la fe, en la vida de fe ("Ja zum Glauben - Ja zum Leben"). Efectivamente, no hay esperanza sin fe. En la línea de esta consigna, he podido encontrarme con la Iglesia que vive en tierra austríaca en las diferentes diócesis: Viena, Eisenstadt, San Polten, Linz, Graz-Seckau, Gurk-Klagenfurt, Salzburgo, Insbruck-Feldkirch.

3. "Ja zum Glauben". La fe católica tiene en tierra austríaca raíces profundas, que se remontan a los tiempos romanos. Hay que nombrar en primer lugar Lauriacum, actualmente Lorch, a la que está unida la historia del martirio de San Florián y la del apostolado de San Severino. Lauriacum era un campamento militar romano, en el cual los cristianos no sólo estuvieron presentes, sino que se mostraron también dispuestos a dar testimonio de su fe hasta la muerte.

A tiempos romanos remontan también Vindobona, hoy Viena, y otros centros de ese territorio donde, con el tiempo, se desarrolló el cristianismo. Este llegó hasta allí como fruto de una evangelización ya regularmente organizada y se estructuró primero en torno a la sede de Salzburgo (cuyo arzobispo se convirtió luego en "Primas Germaniae", el Primado de la Alemania de entonces) y posteriormente en torno a la de Gurk y Graz, situadas en la frontera del mundo romano, germánico y eslavo. Las otras sedes episcopales surgieron más tarde: Viena, en el siglo XV, y algunas en nuestros tiempos.

4. Esta visita pastoral se inició y cerró con la celebración de las Vísperas: en Viena, a la llegada, en honor de San Juan Bautista; y en Insbruck, antes de salir, en honor de la Santísima Virgen María. Grandes y solemnes celebraciones eucarísticas han tenido lugar con una gran participación de fieles en Trausdorf, cerca de Eisenstadt, en Gurk (junto con la diócesis de Feldkirch). Además del encuentro con las autoridades del Estado, me he reunido en Viena con los representantes de la Comunidad judía en Austria, reunión que ha tenido después su complemento temático-histórico, en la visita al campo de concentración de Mauthausen.

43 En el ámbito eclesial ha tenido especial importancia la liturgia de la Palabra con los hombres y mujeres del trabajo de las diócesis de Linz y San Polten, en Lorch; la reunión con el Episcopado austríaco, con una representación de jóvenes, con enfermos y ancianos en Salzburgo, y con muchachos de la juventud católica en Insbruck. De especial significado e intensidad espiritual ha sido además la manifestación celebrada en la "Festpielhaus" de Salzburgo, con representantes de la ciencia, del arte y de la cultura, y la celebración ecuménica en la misma ciudad.

5. Muy significativo, en el curso de la visita, ha sido el hecho de que, en algunos lugares, han participado en el encuentro peregrinos procedentes de los países limítrofes. Así confluyeron en Trausdorf (Eisenstadt) muchas decenas de millares de peregrinos de Hungría, con el Primado y numerosos obispos; vino también un grupo considerable de croatas con el cardenal Franjo Kuharic y algunos obispos; por último, un pequeño grupo de eslovacos con el obispo Sokol de Trnava, recientemente ordenado. Unos pocos peregrinos checos se encontraron en Lorch, junto con el vicario capitular de Cesské Budejovice.

Hay que recordar la celebración en tres idiomas en Gurk, en honor de Santa Emma, fundadora y patrona de aquella Iglesia, en el marco de la peregrinación de las tres naciones ("Dreilanderwallfahrt"): además del alemán para los austriacos, se empleó el esloveno para los peregrinos procedentes de la provincia eslovena de Yugoslavia, con el arzobispo de Liubliana y el obispo de Maribor, y el italiano (en el dialecto friulano) para los peregrinos de la región de Udine, con el arzobispo Alfredo Battisti.

El eslogan "Ja zum Glauben" nos conduce, según se ve, a través de la historia de los diferentes pueblos de aquella parte del continente europeo y expresa el enraizamiento de la fe en las diversas lenguas y culturas.

6. En lo que concierne a Austria, 1938 -por tanto hace medio siglo-, fue un año que trajo consigo, un acontecimiento traumático, que ha dejado una trágica impronta en la historia de ese país y, como sabemos, de otros países y naciones de Europa. Entonces, en 1938, Austria fue anexionada a Alemania ("Anschluss") y sometida al poder de Hitler y del régimen nacional-socialista.

La actual visita papal, cincuenta años después, no podía quedar sin una referencia a ese período. Expresión de esta participación han sido sobre todo la cruz conmemorativa, colocada en el campo de exterminio y de muerte de Mauthausen, y también, en ese lugar de muerte, la liturgia inspirada en las "Lamentaciones" de Jeremías. Junto a los representantes de las autoridades del Estado, han tomado parte en la conmemoración algunos supervivientes de aquel campo con sus familias.

Los tremendos años del terror nazi causaron millones de víctimas de muchas naciones. Sin embargo, desgraciadamente, una especial medida de exterminio se reservó a la nación judía: este hecho ha tenido su expresión en el encuentro con la Comunidad judía que vive en Austria.

7. "Ja zum Glauben - Ja zum Leben", como programa del servicio papal en Austria quiere ser sobre todo expresión de las tareas que la Iglesia se propone ante la situación social y cultural del país. Son tareas de la "segunda evangelización", lo mismo que en otros países de nuestro continente. El magisterio del Vaticano II ofrece un amplio y sólido fundamento para ellas.

Los diversos encuentros, tenidos durante la visita a las diócesis austriacas, han puesto de relieve la conciencia que ellas tienen de estas tareas y los serios esfuerzos que realizan para afrontarlas. Baste recordar, por ejemplo, el encuentro con el mundo de la ciencia y de la cultura, con los trabajadores del campo y de la industria, con los jóvenes y adolescentes, con los enfermos... El encuentro ecuménico y la oración común por la unidad de los cristianos merece un especial relieve.

Se han definido las prioridades en el discurso al Episcopado, en Salzburgo. Son, sobre todo, la familia y la juventud y, al propio tiempo, dentro de la Iglesia, las vocaciones sacerdotales y religiosas, junto con el apostolado de los laicos.

8. Que el Año Mariano logre que todo este programa del sí a la fe y a la vida de fe, el programa evangelizador de la Iglesia en Austria, dentro de la perspectiva del tercer milenio, se vincule a la Madre de Dios. También el ministerio papal, en el curso de los días de la visita, se ha dirigido a Ella, a su maternal mediación.

44 Han sido jornadas llenas de contenido, llenas de oración, que en todos los lugares han revestido carácter de una liturgia, sobre todo eucarística, extraordinariamente bella y madura. En el marco de la belleza de la naturaleza, que la divina Providencia ha otorgado generosamente a ese país, sobre el trasfondo de un espléndido patrimonio cultural y artístico, el hombre proclamaba en aquella oración, de modo especialmente profundo, la gloria del Creador y Redentor, en nombre de todas las creaturas.

"Benedicite omnia opera Domini Domino! "

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora dar mi cordial bienvenida a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

Saludo a la peregrinación de Puerto Rico, que acompaña el Señor Cardenal Luis Aponte Martínez, Arzobispo de San Juan. Igualmente a los miembros de la Asociación de Universitarias Españolas, y al grupo de peregrinos de la diócesis de Plasencia (España).

Un saludo particular a las Religiosas Misioneras de Acción Parroquial, que peregrinan a la tumba del Apóstol Pedro deseando con ello reforzar su sentido profundo de Iglesia y de comunión jerárquica.

A todos bendigo de corazón.


Miércoles 13 de julio de 1988

Jesús fundador de la estructura sacramental en la vida de la Iglesia

1. "He aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 18,20). Estas palabras, pronunciadas por Jesús resucitado cuando envió a los Apóstoles a todo el mundo, testifican que el Hijo de Dios, que, viniendo al mundo, dio comienzo al reino de Dios en la historia de la humanidad, lo transmitió a los Apóstoles en estrecha vinculación con la continuación de su misión mesiánica ("Yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mi", Lc 22,29). Para la realización de este reino y el cumplimiento de su misma misión, Él instituyó en la Iglesia una estructura visible "ministerial", que debía durar "hasta el fin del mundo", en los sucesores de los Apóstoles, según el principio de transmisión sugerido por las palabras mismas de Jesús resucitado. Es un "ministerium" ligado al "mysterium", por el cual los Apóstoles se consideran y quieren ser considerados "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1Co 4,1). La estructura ministerial de la Iglesia supone e incluye una estructura sacramental que es "de servicio" en sus dimensiones (ministerium = servicio).

45 2. Esta relación entre ministerium y mysterium recuerda una verdad teológica fundamental: Cristo ha prometido no sólo estar "con los Apóstoles, esto es "con" la Iglesia, hasta el fin del mundo, sino también estar Él mismo "en" la Iglesia como fuente y principio de vida divina: de la "vida eterna" que pertenece a Aquél que ha confirmado, por medio del misterio pascual, su poder victorioso sobre el pecado y la muerte. Mediante el servicio apostólico de la Iglesia, Cristo desea transmitir a los hombres esta vida divina, para que puedan "permanecer en Él y Él en ellos", según se expresa en la parábola de la vid y los sarmientos, que forma parte del discurso de despedida, recogido en el Evangelio de Juan (Jn 15,5 ss.). "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque, separados de mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5).

3. Así, pues, por institución de Cristo, la Iglesia posee no sólo una estructura ministerial visible y "externa", sino al mismo tiempo (y sobre todo) una capacidad "interior", que pertenece a una esfera invisible, pero real, donde se halla la fuente de toda donación de la vida divina, de la participación en la vida trinitaria de Dios: de esa vida que es Cristo y que de Cristo, por mediación del Espíritu Santo, se comunica a los hombres en cumplimento del plan salvífico de Dios. Los sacramentos, instituidos por Cristo, son los signos visibles de esta capacidad de transmitir la vida nueva, el nuevo don de sí que Dios mismo hace al hombre, esto es, la gracia. Los sacramentos la significan y al propio tiempo la comunican. También dedicaremos a los sacramentos de la Iglesia un ciclo de catequesis. Lo que ahora nos urge es hacer notar antes que nada la esencial unión de los sacramentos con la misión de Cristo, quien, al fundar la Iglesia la dotó de una estructura sacramental. Como signos, los sacramentos pertenecen al orden visible de la Iglesia. Simultáneamente, lo que ellos significan y comunican, la vida divina, pertenece al mysterium invisible, del cual deriva la vitalidad sobrenatural del Pueblo de Dios en la Iglesia. Esta es la dimensión invisible de la vida de la Iglesia que, al participar en el misterio de Cristo, de Él saca esa vida, como de una de una fuente que ni se seca ni se secará y que se identifica más y más con Él, única "vid" (cf. Jn 15,1).

4. En este punto debemos al menos reseñar la específica inserción de los sacramentos en la estructura ministerial de la Iglesia.

Sabemos que, durante su actividad pública, Jesús "realizaba signos" (cf. p.e., Jn 2,23 Jn 6,2 ss.). Cada uno de ellos constituía la manifestación del poder salvífico (omnipotencia) de Dios, liberando a los hombres del mal físico. Pero, a la vez, estos signos, es decir, los milagros, precisamente por ser signos, señalaban la superación del mal moral, la transformación y la renovación del hombre en el Espíritu Santo. Los signos sacramentales, con los que Cristo ha dotado a su Iglesia, deben servir al mismo objetivo. Esto está claro en el Evangelio.

5. Ante todo en lo que se refiere al bautismo. Este signo de purificación espiritual lo usaba ya Juan el Bautista, de quien Jesús recibió "el bautismo de penitencia" en el Jordán (cf. Mc 1,9 y par.). Pero el mismo Juan distinguía claramente el bautismo administrado por él y el que administraría Cristo: "Aquél que viene detrás de mi... os bautizará en Espíritu Santo" (Mt 3,11). Encontramos además en el cuarto Evangelio una alusión interesante al "bautismo" que administraba Jesús, y más concretamente sus discípulos en "la región de Judea", diferente del de Juan (cf. Jn 3,22 Jn 3,26 Jn 4,2).

A su vez, Jesús habla, del bautismo que Él mismo debe recibir, indicando con estas palabras su futura pasión y muerte en la cruz: "Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!" (Lc 12,50). Y a los dos hermanos, Juan y Santiago, pregunta: "¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" (Mc 10,38).

6. Si queremos referirnos propiamente al sacramento que se transmitirá a la Iglesia, encontramos la referencia especialmente en las palabras de Jesús a Nicodemo: "En verdad, en verdad te digo, el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios" (Jn 3,5).

Al enviar a los Apóstoles a predicar el Evangelio a todo el mundo, Jesús les mandó que administraran este bautismo: el bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19) y precisó: "el que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16,16). "Ser salvado", "entrar en el reino de Dios", quiere decir tener la vida divina que Cristo da, como "la vid a los sarmientos" (Jn 15,1), por obra de este "bautismo" con el cual Él mismo ha sido "bautizado" en el misterio pascual de su muerte y resurrección. San Pablo presentará magníficamente el bautismo cristiano como "inmersión en la muerte de Cristo" para permanecer unidos a Él en la resurrección y vivir una vida nueva (cf. Rom Rm 6,3-11). El bautismo es el comienzo sacramental de esta vida en el hombre.

La importancia fundamental del bautismo para la participación en la vida divina la ponen de relieve las palabras con las que Cristo envía a los Apóstoles a predicar el Evangelio por todo el mundo (cf. Mt 28,19).

7. Los mismos Apóstoles, en estrecha unión con la Pascua de Cristo, han sido provistos de la autoridad de perdonar los pecados. También Cristo naturalmente poseía esa autoridad: "...el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados" (Mt 9,6). El mismo poder lo transmitió a los Apóstoles después de la resurrección cuando sopló sobre ellos y dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (Jn 20,22-23). "Perdonar los pecados" significa en positivo restituir al hombre la participación en la vida divina que hay en Cristo. El sacramento de la penitencia (o de la reconciliación) está, pues, unido de modo esencial con el misterio de "la vid y de los sarmientos".

8. Sin embargo, la plena expresión de esta comunión de vida con Cristo es la Eucaristía. Jesús instituyó este sacramento el día antes de su muerte redentora en la cruz, durante la última Cena (la cena pascual) en el Cenáculo de Jerusalén (cf. Mc 14,22-24 Mt 26,26-30 Lc 22,19-20 y 1Co 11,23-26). El sacramento es el signo duradero de la presencia de su Cuerpo entregado a la muerte y de su Sangre derramada "para el perdón de los pecados" y, al mismo tiempo, cada vez que se celebra, se hace presente el sacrificio salvífico del Redentor del mundo. Todo esto acontece bajo el signo sacramental del pan y del vino y, por consiguiente, del banquete pascual, unido por Jesús al misterio mismo de la cruz, como nos recuerdan las palabras de la institución, repetidas en la fórmula sacramental: "Este es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros; éste es el cáliz de mi Sangre, que será derramada por vosotros y por todos para el perdón de los pecados".

46 9. El alimento y la bebida, que en el orden temporal sirven para el sustento de la vida humana, en su significación sacramental indican y producen la participación en la vida divina, que es Cristo, "la Vid". Él, con el precio de su sacrificio redentor, transmite esta vida a los "sarmientos", sus discípulos y seguidores. Lo ponen de relieve las palabras del anuncio eucarístico pronunciadas en la sinagoga de Cafarnaún: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre y el pan que Yo le voy a dar es mi Carne por la vida del mundo" (Jn 6,51). "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día" (Jn 6,54).

10. La Eucaristía, como signo del banquete fraterno, está estrechamente vinculada con la promulgación del mandamiento del amor mutuo (cf. Jn 13,34 Jn 15,12). Según la enseñanza paulina, este amor une íntimamente a todos los que integran la comunidad de la Iglesia: "un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1Co 10,17). En esta unión, fruto del amor fraterno, se refleja de alguna manera, la unidad trinitaria del Hijo con el Padre, según resulta de la oración de Jesús: "para que todos sean uno como Tú, Padre, en mí y Yo en ti..." (Jn 17,21). La Eucaristía es la que nos hace partíicipes de la unidad de la vida de Dios, según las palabras de Jesús: "Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57).

Precisamente por esto la Eucaristía es el sacramento que de modo particularísimo "edifica la Iglesia" como comunidad de los que participan en la vida de Dios por medio de Cristo única "Vid".

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Junto a estas reflexiones de la catequesis de hoy, deseo presentar mi más cordial saludo de bienvenida a todas las personas, familias y grupos de España y de los diversos países de América Latina.

Veo complacido que se halla presente una numerosísima peregrinación de la Familia Salesiana, procedente de España: Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, Cooperadores, Ex-alumnos, Voluntarios de Don Bosco. Con vuestra visita a Roma deseáis testimoniar vuestra condición católica, universal, en el seno de la Iglesia de Cristo. Agradezco vivamente vuestras expresiones de adhesión y cercanía al Sucesor de Pedro y aliento a todos a una renovada fidelidad y entusiasmo apostólico en vuestras respectivas Comunidades y Asociaciones. En este Año Mariano os encomiendo de manera particular a la protección de María Auxiliadora y os exhorto a seguir las enseñanzas y el ejemplo de entrega generosa a la Iglesia y a las almas que caracterizó a vuestro Fundador, San Juan Bosco, de quien conmemoramos el primer Centenario de su muerte.

Deseo también saludar a los miembros de la Hermandad de la Santísima Virgen de Gracia, de Carmona (Sevilla), así como a las peregrinaciones procedentes de Salamanca, Teruel, Granada y México.

A todos imparto una especial Bendición Apostólica.



Sábado 23 de julio de 1988

Jesucristo transmite a la Iglesia el patrimonio de la santidad

(Ep 5,25-27)

47 1. “Permaneced en mí, como yo en vosotros...” (Jn 15,4). Estas palabras de la parábola de la vid y los sarmientos configuran lo que, por voluntad de Cristo, debe ser la Iglesia en su estructura interna. El “permanecer” en Cristo significa un vínculo vital con Él, fuente de vida divina. Dado que Cristo llama a la Iglesia a la existencia, dado que le concede también una estructura ministerial “externa”, “edificada” sobre los Apóstoles, no hay duda de que el “ministerium” de los Apóstoles y de sus sucesores, al igual que el de toda la Iglesia, debe permanecer al servicio del “mysterium”: y este mysterium es el de la vida, la participación en la vida de Dios, que hace de la Iglesia una comunidad de hombres vivos Para esta finalidad la Iglesia recibe de Cristo la “estructura sacramental”, de la cual hemos hablado en la última catequesis. Los sacramentos son los “signos” de la acción salvífica de Cristo, que derrota los poderes del pecado y de la muerte injertando y fortificando en los hombres los poderes de la gracia y de la vida, cuya plenitud es Cristo.

2. Esta plenitud de gracia (cf. Jn 1,14) y esta vida sobreabundante (cf. Jn 10,10) se identifican con la santidad. La santidad está en Dios y sólo desde Dios puede llegar a la creatura, en concreto, al hombre. Es una verdad que recorre toda la Antigua Alianza: Dios es Santo y llama a la santidad. Son memorables estas exhortaciones de la ley mosaica: “Sed santos, porque yo, Yavé, vuestro Dios, soy santo (Lv 18,2) Guardad mis preceptos y cumplidlos. Yo soy Yavé el que os santifico” (Lv 20,8). Aunque estas citas proceden del Levítico, que era el código cultual de Israel: la santidad ordenada y recomendada por Dios no puede entenderse sólo en un sentido ritual, sino también en sentido moral: se trata de aquello que, de la forma más esencial, asemeja al hombre con Dios y lo hace digno de acercarse a Dios en el culto: la justicia y la pureza interior.

3. Jesucristo es la encarnación viva de esta santidad. El mismo se presenta como “aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo” (Jn 10,36). De Él, el mensajero de su nacimiento dice a María: “El que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Los Apóstoles son testigos de esta santidad, como proclama Pedro en nombre de todos: “Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,69). Es una santidad que se fue manifestando cada vez más a lo largo de su vida, comenzando por la infancia (cf. Lc 2,40 Lc 2,52), hasta alcanzar su cima en el sacrificio ofrecido “por los hermanos”, según las mismas palabras de Jesús: “Por ellos me santifico a mí mismo para que ellos también sean santificados en la verdad” (Jn 17,20), en conformidad con su otra declaración: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13).

4. La santidad de Cristo debe llegar a ser la herencia viva de la Iglesia. Esta es la finalidad de la obra salvífica de Jesús, anunciada por Él mismo: “Para que también ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17,19). Así lo comprendió Pablo, que, en la Carta a los Efesios, escribe que Cristo “amó a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella para santificarla” (Ep 5,25-26), para que fuera “santa e inmaculada” (Ep 5,27).

Jesús ha hecho suya la llamada a la santidad, que Dios dirigió ya a su Pueblo en la Antigua Alianza: “Sed santos, porque yo, Yavé, vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2). Con toda la fuerza ha repetido esa llamada de forma ininterrumpida con su palabra y con el ejemplo de su vida. Sobre todo, en el sermón de la montaña, ha dejado a su Iglesia el código de la santidad cristiana. Precisamente en esa página leemos que, después de haber dicho “que no he venido a abolir a ley ni los profetas, sino a dar cumplimiento” (cf. Mt 5,17), Jesús exhorta a sus seguidores a una perfección que tiene a Dios por modelo: “Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5,48). Puesto que el Hijo refleja del modo más pleno esta perfección del Padre, Jesús puede decir en otra ocasión: “ El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9).

5. A la luz de esta exhortación de Jesús podemos comprender mejor cómo el Concilio Vaticano II ha puesto de relieve la llamada universal a la santidad. Es una cuestión, sobre la que volveremos a su debido tiempo, en el ciclo de catequesis relativo a la Iglesia. Pero aquí hay que llamar ahora la atención sobre sus puntos esenciales, en los que se distingue mejor el vínculo que tiene la llamada a la santidad con la misión de Cristo y, sobre todo, con su ejemplo vivo.

“Todos en la Iglesia –dice el Concilio- ...son llamados a la santidad, según aquello del Apóstol: porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación (1Th 4,3 Ep 1,4)” (Lumen gentium LG 39). Las palabras del Apóstol son un eco fiel de la enseñanza de Cristo, el Maestro, quien, según el Concilio, «envió a todos el Espíritu Santo, que los moviera interiormente para que amen a Dios con todo el corazón con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mc 12,30) y para que se amen unos a otros como Cristo nos amó (cf. Jn 13,34 Jn 15,12)” (Lumen gentium LG 40).

6. La llamada a la santidad concierne, pues, a todos, «ya pertenezcan a la jerarquía, ya pertenezcan a la grey” (Lumen gentium LG 39): «Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Lumen gentium LG 40).

El Concilio hace notar que la santidad de los cristianos brota de la santidad de la Iglesia y es manifestación de ella. Dice ciertamente que la santidad “se expresa de múltiples modos en todos aquellos que, con edificación de los demás, se acercan en su propia vida a la cumbre de la caridad” (Lumen gentium LG 39). En esta diversidad se realiza una santidad que es única por parte de cuantos son movidos por el Espíritu de Dios y “siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria” (Lumen gentium LG 41).

7. Aquellos a quienes Jesús exhortaba “a seguirle”, comenzando por los Apóstoles, estaban dispuestos a dejarlo todo por Él, según atestiguó Pedro: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo por Él, según atestiguó Pedro: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19,27). “Todo” significa en este caso no solo “los bienes temporales”. “la casa... la tierra”, sino también las personas queridas: “hermanos, hermanas, padre, madre, hijos” (cf. Mt 19,29) y, por tanto, la familia. Jesús mismo era el perfecto modelo de esta renuncia. Por eso podía exhortar a sus discípulos a semejantes renuncias, incluido el “celibato por el reino de los cielos” (cf. Mt 19,12).

El programa de santidad de Cristo, dirigido a los hombres y mujeres que lo seguían (cf., por ejemplo, Lc 8,1-3), se expresa de una manera especial en los consejos evangélicos.Como recuerda el Concilio, “los consejos evangélicos, castidad ofrecida a Dios, pobreza y obediencia, como consejos fundados en las palabras y ejemplos del Señor..., son un don divino que la Iglesia recibió del Señor y que con su gracia se conserva perpetuamente” (Lumen gentium LG 43).

48 8. Pero debemos añadir inmediatamente que la vocación a la santidad en su universalidad incluye también a las personas que viven en el matrimonio, así como a los viudos y viudas, y a quienes conservan la posesión de sus bienes y los administran, se ocupan de los asuntos terrenos, desempeñan sus profesiones, tareas y oficios con total disposición de sí mismos, según su conciencia y su libertad. Jesús les ha indicado su propio camino de santidad, por el hecho de haber comenzado su actividad mesiánica con la participación en las bodas de Caná (cf Jn 2,1-11) y por haber recordado los principios eternos de la ley divina, válidos para los hombres y las mujeres de toda condición, y sobre todo los principios del amor, de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mc 10, 1-12, Mt 19,19) y de la castidad (cf. Mt 5,28-30). Por esto, también el Concilio, al hablar de la vocación universal a la santidad, consagra un lugar especial a las personas unidas por el sacramento del matrimonio: “...los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, se ayuden el uno al otro en la gracia con la fidelidad en su amor a lo largo de toda la vida, y eduquen en la doctrina cristiana y en las virtudes evangélicas a la prole que el Señor les haya dado. De esta manera ofrecen al mundo el ejemplo de un incansable y generoso amor...” (Lumen gentium LG 41).

9. En todos los mandamientos y exhortaciones de Jesús y de la Iglesia emerge el primado de la caridad. Realmente la caridad, según San Pablo, es “el vínculo de la perfección” (Col 3,14). La voluntad de Jesús es que “nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado” (Jn 15,12): por consiguiente, un amor que, como el suyo, llega “hasta el extremo” (Jn 13,1). Este es el patrimonio de santidad que Jesús dejó a su Iglesia. Todos estamos llamados a participar de él y alcanzar, de ese modo, la plenitud de gracia y de vida que hay en Cristo. La historia de la santidad cristiana es la comprobación de que, viviendo en el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas, proclamadas en el sermón de la montaña (cf. Mt 5,3-12), se cumple la exhortación de Cristo, que se halla en el centro de la parábola de la vid y los sarmientos: “Permaneced en mí como yo en vosotros... el que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto” (Jn 15,4 Jn 15,5). Estas palabras se realizan, revistiéndose de múltiples formas, en la vida de cada uno de los cristianos y muestran así, a lo largo de los siglos, la multiforme riqueza y belleza de la santidad de la Iglesia, la “hija del Rey”, vestida de perlas y brocado (cf. Sal 44/45, 14).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo ahora dar mi más cordial bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española, a quienes deseo que su estancia en Roma, centro de la catolicidad, sean días de provecho para su fe y de merecido descanso para el espíritu.

En particular, saludo a la peregrinación procedente de Colombia denominada “Europa Cultural”, así como a los grupos de México, Venezuela y otros países de América Latina.

Vaya igualmente mi saludo cordial a las demás peregrinaciones de las diversas regiones y ciudades españolas: de Asturias, Barcelona, Madrid, Bilbao, San Sebastián, Castellón y Zaragoza.

A todos bendigo de corazón.



Miércoles 27 de julio de 1988

Jesús liberador: libera al hombre de la esclavitud del pecado

1. "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15): Estas palabras que dice Marcos al comienzo de su Evangelio, resumen y esculpen lo que vamos explicando en este ciclo de catequesis cristológicas sobre la misión mesiánica de Jesucristo. Según esas palabras, Jesús de Nazaret es el que anuncia la "cercanía del reino de Dios" en la historia terrena del hombre. Es aquel con el cual ha entrado el reino de Dios de modo definitivo e irrevocable en la historia de la humanidad, y tiende, a través de esta "plenitud del tiempo", hacia el cumplimiento escatológico en la eternidad de Dios mismo.


Audiencias 1988 42