Audiencias 1988 49

49 Jesucristo "transmite" el reino de Dios a los Apóstoles. En ellos se apoya el edificio de su Iglesia la cual, después de su partida, ha de continuar la propia misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío... Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,21 Jn 20,22).

2. En este contexto se debe considerar lo que hay de esencial en la misión mesiánica de Jesús. El Símbolo de la fe lo expresa con estas palabras: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo" (Símbolo niceno-constantinopolitano). Lo esencial en toda la misión de Cristo es la obra de la salvación, que está indicada "en el mismo nombre de Jesús" (Yeshûa' = Dios salva), que se le puso en la anunciación del nacimiento del Hijo de Dios, cuando el Ángel dijo a José: "(María) dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Con estas palabras, que José oyó en sueños, se repite lo que María había oído en la Anunciación: "Le pondrás por nombre Jesús" (Lc 1,31). Muy pronto los ángeles anunciaron a los pastores, en los alrededores de Belén, la llegada al mundo del Mesías (= Cristo) como Salvador: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo el Señor" (Lc 2,11): "...porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21).

3. "Salvar" quiere decir: liberar del mal. Jesucristo es el Salvador del mundo porque ha venido a liberar al hombre de ese mal fundamental, que ha invadido la intimidad del hombre a lo largo de toda su historia, después de la primera ruptura de la alianza con el Creador. El mal del pecado es precisamente este mal fundamental que aleja de la humanidad la realización del reino de Dios. Jesús de Nazaret, que desde el principio de su misión anuncia la "cercanía del reino de Dios", viene como Salvador. Él no sólo anuncia el reino de Dios, sino que elimina el obstáculo esencial a su realización, que es el pecado enraizado en el hombre según la herencia original, y que fomenta en él los pecados personales ( formes peccati). Jesucristo es el Salvador en este sentido fundamental de la palabra: llega a la raíz del mal que hay en el hombre, la raíz que consiste en volver las espaldas a Dios, aceptando el dominio del "padre de la mentira" (cf. Jn 8,44) que, como "príncipe de las tinieblas" (cf. Col Col 1,13) se ha hecho, por medio del pecado (y siempre se hace de nuevo), el "príncipe de este mundo" (Jn 12,31 Jn 14,30 Jn 16,11).

4. El significado más inmediato de la obra de la salvación, que ya se ha revelado con el nacimiento de Jesús, lo expresará Juan el Bautista en el Jordán. Pues, al señalar en Jesús de Nazaret al que "tenía que venir", dirá: "He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). En estas palabras se contiene una clara referencia a la imagen de Isaías del Siervo sufriente del Señor. El Profeta habla de Él como del "cordero" que es llevado al matadero, y Él, en silencio ("oveja muda": Is 53,7), acepta la muerte, por medio de la cual "justificará a muchos, y las culpas de ellos él soportará" (Is 53,11). Así la definición "cordero de Dios que quita el pecado del mundo", enraizada en el Antiguo Testamento, indica que la obra de la salvación -es decir, la liberación de los pecados-se llevará a cabo a costa de la pasión y de la muerte de Cristo. El Salvador es al mismo tiempo el Redentor del hombre (Redemptor hominis ). Realiza la salvación a costa del sacrificio salvífico de Sí mismo.

5. Todo ello, incluso antes de realizarse en los acontecimientos de la Pascua de Jerusalén, encuentra expresión, paso a paso, en toda la predicación de Jesús de Nazaret, como leemos en los Evangelios: "El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). "El Hijo del hombre... no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45, Mt 20,28). Aquí se descubre fácilmente la referencia a la imagen de Isaías referente al Siervo de Yavé. Y si el Hijo del hombre, en toda su forma de actuar, se da a conocer como "amigo de los publicanos y de los pecadores" (Mt 11,19), con ello no hace más que poner de relieve la característica "Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve con El" (Jn 3,17).

6. Estas palabras del Evangelio de Juan, el último que se escribió, reflejan lo que aparece en todo el desarrollo de la misión de Jesús, la cual encuentra confirmación al final en su pasión, muerte y resurrección. Los autores del Nuevo Testamento ven agudamente, a través del prisma de este acontecimiento definitivo -el misterio pascual-, la verdad de Cristo, que ha realizado la liberación del hombre del mal principal, el pecado, mediante la redención. El que ha venido a "salvar a su pueblo" (cf. Mt 1,21), "Cristo Jesús, hombre... se entregó como rescate por todos" (1Tm 2,5-6). "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo... para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva" (cf. Gál Ga 4,4-5). En Él "tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos" (Ep 1,7).

Este testimonio de Pablo se completa con las palabras de la Carta a los Hebreos: " Cristo penetró en el santuario una vez para siempre... consiguiendo una redención eterna... quien por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios" (He 9,12 He 9,14).

7. Las Cartas de Pedro son también unívocas como el corpus paulinum: "Habéis sido rescatados, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla" (1P 1,18-19). "El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados" (1P 2,24-25).

El "rescate por todos" -el infinito "coste" de la Sangre del Cordero-, la redención "eterna": este conjunto de conceptos, contenidos en los escritos del Nuevo Testamento, nos hace descubrir en sus mismas raíces la verdad sobre Jesús (= Dios salva), el cual, como Cristo (= Mesías, Ungido) libera a la humanidad del mal del pecado, enraizado por herencia en el hombre y cometido siempre de nuevo. Cristo-liberador: El que libera ante Dios. Y la obra de la redención es también la "justificación" obrada por el Hijo del hombre, como "mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2,5) con el sacrificio de Sí mismo, en nombre de todos los hombres.

8. El testimonio del Nuevo Testamento es particularmente fuerte. Contiene no sólo una limpia imagen de la verdad revelada sobre la "liberación redentora", sino que se remonta a su altísima fuente, que se encuentra en el mismo Dios. Su nombre es Amor.

Esto es lo que dice Juan: "En esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10). Pues "la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado" (1Jn 1,7). "Él es víctima de propiciación por nuestros pecados; no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1Jn 2,2). "...Él se manifestó para quitar los pecados y en Él no hay pecado" (1Jn 3,5). En esto precisamente se contiene la revelación más completa del amor con que Dios amó al hombre: esta revelación se ha realizado en Cristo y por medio de Él. "En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros..." (1Jn 3,16).

50 9. En todo esto encontramos una coherencia sorprendente, casi una profunda "lógica" de la Revelación, que une los dos Testamentos entre sí -desde Isaías a la predicación de Juan en el Jordán- y nos llega a través de los Evangelios y los testimonios de las Cartas apostólicas. El Apóstol Pablo expresa a su modo lo mismo que está contenido en las Cartas de Juan. Después de haber observado que "apenas hay quien muera por un justo", declara: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros" (Rm 5,7-8).

Por lo tanto, la redención es el regalo de amor por parte de Dios en Cristo. El Apóstol es consciente de que su "vida en la carne" es la vida "en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,20). En el mismo sentido, el autor del Apocalipsis ve las falanges de la futura Jerusalén como aquellos que al venir de la "gran tribulación han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del cordero" (Ap 7,14).

10. La "sangre del Cordero": Con este don del amor de Dios en Cristo, totalmente gratuito, comienza la obra de la salvación, es decir, la liberación del mal del pecado, en la que el reino de Dios "se ha acercado" definitivamente, ha encontrado una nueva base, ha comenzado su realización en la historia del hombre.

Así la Encarnación del Hijo de Dios tiene su fruto en la redención. En la noche de Belén "nació" realmente el "Salvador" del mundo (Lc 2,11).

Saludos

Presento ahora mi más cordial saludo a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos Países de América Latina y de España.

En particular, a la numerosa peregrinación salesiana procedente de México, a los miembros de la “Orden de María” y del movimiento “Regnum Christi”; así como a los componentes del grupo folklórico “Los Pucareños”, de Argentina, y a las peregrinaciones españolas de Barcelona, Zaragoza y Palma de Mallorca.

A todos bendigo de corazón.


Agosto de 1988

Miércoles 3 de agosto de 1988

Cristo libera al hombre de la esclavitud del pecado para la libertad en la verdad

51 1. Cristo es el Salvador, en efecto ha venido al mundo para liberar, por el precio de su sacrificio pascual, al hombre de la esclavitud del pecado. Lo hemos visto en la catequesis precedente. Si el concepto de "liberación" se refiere, por un lado, al mal, y liberados de él encontramos "la salvación"; por el otro, se refiere al bien, y para conseguir dicho bien hemos sido liberados por Cristo, Redentor del hombre, y del mundo con el hombre y en el hombre. "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,32). Estas palabras de Jesús precisan de manera muy concisa el bien, para el que el hombre ha sido liberado por obra del Evangelio en el ámbito de la redención de Cristo. Es la libertad en la verdad. Ella constituye el bien esencial de la salvación, realizada por Cristo. A través de este bien el reino de Dios realmente "está cerca" del hombre y de su historia terrena.

2. La liberación salvífica que Cristo realiza respecto al hombre contiene en sí misma, de cierta manera, las dos dimensiones: liberación "del" (mal) y liberación "para el" (bien), que están íntimamente unidas, se condicionan y se integran recíprocamente.

Volviendo de nuevo al mal del que Cristo libera al hombre ?es decir, al mal del pecado?, es necesario añadir que, mediante los "signos" extraordinarios de su potencia salvífica (esto es: los milagros), realizados por Él curando a los enfermos de diversas dolencias, Él indicaba siempre, al menos indirectamente, esta esencial liberación, que es la liberación del pecado, su remisión. Esto se ve claramente en la curación del paralítico, al que Jesús primero dice: "Tus pecados te son perdonados", y sólo después: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" (Mc 2,5 Mc 2,11). Realizando este milagro, Jesús se dirige a los que le rodeaban (especialmente a los que le acusaban de blasfemia, puesto que solamente Dios puede perdonar los pecados): "Para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados" (Mc 2,10).

3. En los Hechos de los Apóstoles leemos que Jesús "pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Ac 10,38). En efecto, se ve por los Evangelios que Jesús sanaba a los enfermos de muchas enfermedades (como por ejemplo, la mujer encorvada, que "no podía en modo alguno enderezarse" (cf. Lc 13,10-16). Cuando se le presentaba la ocasión de "expulsar a los espíritus malos", si le acusaban de hacer esto con la ayuda del mal, Él respondía demostrando lo absurdo de tal insinuación y decía: "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Mt 12,28 cf. Lc 11,20). Al liberar a los hombres del mal del pecado, Jesús desenmascara a aquél que es el "padre del pecado". Justamente en él, en el espíritu maligno, comienza "la esclavitud del pecado" en la que se encuentran los hombres. "En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre; si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8,34-36).

4. Frente a la oposición de sus oyentes, Jesús añadía: "...he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado. ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi Palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,42-44). Es difícil encontrar otro texto en el que el mal del pecado se presente de manera tan fuerte en su raíz de falsedad diabólica.

5. Escuchamos una vez más la Palabra de Jesús: "Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8,36). Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn 8,31-32). Jesucristo vino para liberar al hombre del mal del pecado. Este mal fundamental tiene su comienzo en el "padre de la mentira" (como ya se ve en el libro del Génesis, cf. Gn 3,4). Por esto la liberación del mal del pecado, llevada hasta sus últimas raíces, debe ser la liberación para la verdad, y por medio de la verdad.Jesucristo revela esta verdad. Él mismo es "la Verdad" (Jn 14,6). Esta Verdad lleva consigo la verdadera libertad. Es la libertad del pecado y de la mentira. Los que eran "esclavos del pecado", porque se encontraban bajo el influjo del "padre de la mentira", son liberados mediante la participación en la Verdad, que es Cristo, y en la libertad del Hijo de Dios ellos mismos alcanzan "la libertad de los hijos de Dios" (cf. Rm 8,21). San Pablo puede asegurar: "La ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte" (Rm 8,2).

6. En la misma Carta a los Romanos, el Apóstol presenta de modo elocuente la decadencia humana, que el pecado lleva consigo. Viendo el mal moral de su tiempo, escribe que los hombres, habiéndose olvidado de Dios, "se ofuscaron en sus razonamientos, y su insensato corazón se entenebreció" (Rm 1,21). "Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador" (Rm 1,25). "Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, entrególos Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene" (Rm 1,28).

7. En otros párrafos de su Carta, el Apóstol pasa de la descripción exterior, al análisis del interior del hombre, donde luchan entre sí el bien y el mal. "Mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí" (Rm 7,15-17). "Advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado...". "¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo Nuestro Señor!" (Rm 7,23-25). De este análisis paulino resulta que el pecado constituye una profunda alienación, en cierto sentido "hace que se sienta extraño" el hombre en sí mismo, en su íntimo "yo". La liberación viene con la "gracia y la verdad" (cf. Jn 1,17), traída por Cristo.

8. Se ve claro en qué consiste la liberación realizada por Cristo: para qué libertad El nos ha liberado. La liberación realizada por Cristo se distingue de la que esperaban sus coetáneos en Israel. Efectivamente, todavía antes de ir de forma definitiva al Padre, Cristo era interrogado por aquellos que eran sus más íntimos: "Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel?" (Ac 1,6). Y así todavía entonces ?después de la experiencia de los acontecimientos pascuales? ellos seguían pensando en la liberación en sentido político: bajo este aspecto se esperaba el mesías, descendiente de David.

9. Pero la liberación realizada por Cristo al precio de su pasión y muerte en la cruz, tiene un significado esencialmente diverso: es la liberación de lo que en lo más profundo del hombre obstaculiza su relación con Dios. A ese nivel, el pecado significa esclavitud; y Cristo ha vencido el pecado para injertar nuevamente en el hombre la gracia de la filiación divina, la gracia liberadora. "Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!" (Rm 8,15).

Esta liberación espiritual, esto es, "la libertad en el Espíritu Santo", es pues el fruto de la misión salvífica de Cristo: "Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2Co 3,17). En este sentido hemos "sido llamados a la libertad" (Ga 5,13) en Cristo y por medio de Cristo. "La fe que actúa por la caridad" (Ga 5,6), es la expresión de esta libertad.

52 10. Se trata de la liberación interior del hombre, de la "libertad del corazón". La liberación en sentido social y político no es la verdadera obra mesiánica de Cristo. Por otra parte, es necesario constatar que sin la liberación realizada por Él, sin liberar al hombre del pecado, y por tanto de toda especie de egoísmo, no puede haber una liberación real en sentido socio-político. Ningún cambio puramente exterior de las estructuras lleva a una verdadera liberación de la sociedad, mientras el hombre esté sometido al pecado y a la mentira, hasta que dominen las pasiones, y con ellas la explotación y las varias formas de opresión.

11. Incluso la que se podría llamar liberación en sentido psicológico, no se puede realizar plenamente, si no con las fuerzas liberadoras que provienen de Cristo. Ello forma parte de su obra de redención. Solamente Cristo es "nuestra paz" (
Ep 2,14). Su gracia y su amor liberan al hombre del miedo existencial ante la falta de sentido de la vida, y de ese tormento de la conciencia que es la herencia del hombre caído en la esclavitud del pecado.

12. La liberación realizada por Cristo con la verdad de su Evangelio, y definitivamente con el Evangelio de su cruz y resurrección, conservando su carácter sobre todo espiritual e "interior", puede extenderse en un radio de acción universal, y está destinada a todos los hombres. Las palabras "por gracia habéis sido salvados" (Ep 2,5), conciernen a todos. Pero al mismo tiempo, esta liberación, que es "una gracia", es decir, un don, no se puede realizar sin la participación del hombre. El hombre la debe acoger con fe, esperanza y caridad. Debe "esperar su salvación con temor y temblor" (cf. Flp Ph 2,12). "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Ph 2,13). Conscientes de este don sobrenatural, nosotros mismos debemos colaborar con la potencia liberadora de Dios, que con el sacrificio redentor de Cristo, ha encontrado en el mundo como fuente eterna de salvación.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Doy ahora mi más cordial bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular al grupo de Religiosas Adoratrices, que hacen en Roma un curso de espiritualidad. Asimismo a la peregrinación “Fraternidad Cristiana de Enfermos de la Diócesis de Gerona”; queridos enfermos, que el Señor os haga descubrir la dimensión redentora del dolor con el que os asociáis a la cruz de Cristo.

Finalmente, mi saludo se dirige al grupo del Movimiento Schönstatt, de Puerto Rico, y de las parroquias de “Santa Luisa de Marillac” (Madrid) y de Nuestra Señora de Belén (Orihuela Alicante).

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.


Miércoles 10 de agosto de 1988

Cristo libera al hombre y a la humanidad para una "nueva vida"

53 1. Es oportuno que hagamos hincapié en lo que hemos dicho en las ultimas catequesis considerando la misión salvífica de Cristo como liberación, y a Jesús como Liberador. Se trata de la liberación del pecado como mal fundamental, que "aprisiona" al hombre en su interior, sometiéndolo a la esclavitud de aquel que por Cristo es llamado el "padre de la mentira" (Jn 8,44). Se trata, al mismo tiempo, de la liberación para la Verdad, que nos permite participar en la "libertad de los hijos de Dios" (cf. Rm 8,21). Jesús dice: "Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres" (Jn 8,36). La "libertad de los hijos de Dios" proviene del don de Cristo, que posibilita al hombre la participación en la filiación divina, esto es, la participación en la vida de Dios.

Así, pues, el hombre liberado por Cristo, no sólo recibe la remisión de los pecados, sino que además es elevado a "una nueva vida". Cristo, como autor de la liberación del hombre, es el creador de la "nueva humanidad". En Él nos convertimos en "una nueva creación" (cf. 2Co 5,17).

2. En esta catequesis vamos a aclarar ulteriormente este aspecto de la liberación salvífica, que es obra de Cristo. Ella pertenece a la esencia misma de su misión mesiánica. Jesús hablaba de ello, por ejemplo, en la parábola del Buen Pastor, cuando decía: "Yo he venido para que (las ovejas) tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Se trata de esa abundancia de vida nueva, que es la participación en la vida misma de Dios. También de esta manera se realiza en el hombre "la novedad" de la humanidad de Cristo: el ser "una nueva creación".

3. Es lo que, hablando de manera figurada y muy sugestiva, Jesús dice en su diálogo con la samaritana junto al pozo de Sicar: "Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: 'Dame de beber', tú le habrías pedido a él, y el te habría dado agua viva. Le dice la mujer: 'Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo: ¿De dónde, pues, tienes esa agua viva?'... Jesús respondió: 'Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna'" (Jn 4,10-14).

4. También a la multitud Jesús repitió esta verdad con palabras muy parecidas, enseñando durante la fiesta de las tiendas: "'Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí', como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7,37-38). Los "ríos de agua viva" son la imagen de la nueva vida en la que participan los hombres en virtud de la muerte en cruz de Cristo. Bajo esta óptica, la tradición patrística y la liturgia interpretan también el texto de Juan, según el cual, del costado (del Corazón) de Cristo, después de su muerte en la cruz, "salió sangre y agua", cuando un soldado romano "le atravesó el costado" (Jn 19,34).

5. Pero, según una interpretación preferida por gran parte de los padres orientales y todavía seguida por varios exegetas, ríos de agua viva surgirán también "del seno" del hombre que bebe el "agua" de la verdad y de la gracia de Cristo. "Del seno" significa: del corazón. Efectivamente, se ha creado "un corazón nuevo" en el hombre, como anunciaban ?de manera muy clara? los Profetas, y en particular Jeremías y Ezequiel.

Leemos en Jeremías: "Esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días ?oráculo de Yahvé?:pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (Jr 31,33). En Ezequiel, todavía más explícitamente: "Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas" (Ez 36,26-27).

Se trata, pues, de una profunda transformación espiritual, que Dios mismo realiza dentro del hombre mediante "la inspiración de su Espíritu" (cf. Ez 36,26). Los "ríos de agua viva" de los que habla Jesús significan la fuente de una vida nueva que es la vida "en espíritu y en verdad", vida digna de los "verdaderos adoradores del Padre" (cf .Jn 4,23-24).

6. Los escritos de los Apóstoles, y en particular las Cartas de San Pablo, están llenos de textos sobre este tema: "El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" (2Co 5,17). El fruto de la redención realizada por Cristo es precisamente esta "novedad de vida": Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto (de Dios), según la imagen de su Creador" (Col 3,9-10). "El hombre viejo" es "el hombre del pecado". "El hombre nuevo" es el que gracias a Cristo encuentra de nuevo en sí la original "imagen y semejanza" de su Creador. De aquí también la enérgica exhortación del Apóstol para superar todo lo que en cada uno de nosotros es pecado y resquicio del pecado: "Desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros..." (Col 3,8-9).

7. Una exhortación así se encuentra en la Carta a los Efesios: "Despojaos, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (Ep 4,22-24). "En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a la buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos" (Ep 2,10).

8. La redención es, pues, la nueva creación en Cristo. Ella es el don de Dios ?la gracia?, y al mismo tiempo lleva en sí una llamada dirigida al hombre. El hombre debe cooperar en la obra de liberación espiritual, que Dios ha realizado en él por medio de Cristo. Es verdad que "habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios" (Ep 2,8). En efecto, el hombre no puede atribuir a sí mismo la salvación, la liberación salvífica, que es don de Dios en Cristo. Pero al mismo tiempo tiene que ver en este don también la fuente de una incesante exhortación a realizar obras dignas de tal don. El marco completo de la liberación salvífica del hombre comporta un profundo conocimiento del don de Dios en la cruz de Cristo y en la resurrección redentora, así como también la conciencia de la propia responsabilidad por este don: conciencia de los compromisos de naturaleza moral y espiritual, que ese don y esa llamada imponen. Tocamos aquí las raíces de lo que podemos llamar el "ethos de la redención".

54 9. La redención realizada por Cristo, que obra con la potencia de su Espíritu de verdad (Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu de verdad), tiene una dimensión personal, que concierne a cada hombre, y al mismo tiempo una dimensión inter-humana y social, comunitaria y universal.

Es un tema que vemos desarrollado en la Carta a los Efesios, donde se describe la reconciliación de las dos "partes" de la humanidad en Cristo: esto es, de Israel, pueblo elegido de la Antigua Alianza, y de todos los demás pueblos de la tierra: "Porque Él (Cristo) es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos tipos de hombres, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad" (
Ep 2,14-16).

10. Esta es la definitiva dimensión de la "nueva creación" y de la "novedad de vida" en Cristo: la liberación de la división, la "demolición del muro" que separa a Israel de los demás. En Cristo todos son el "pueblo elegido", porque en Cristo el hombre es elegido. Cada hombre, sin excepción y diferencia, es reconciliado con Dios y ?por lo tanto? está llamado a participar en la eterna promesa de salvación y de vida. La humanidad entera es creada nuevamente como el "Hombre Nuevo... según Dios, en la justicia y santidad de la verdad" (Ep 4,24). La reconciliación de todos con Dios por medio de Cristo tiene que ser la reconciliación de todos entre sí; una dimensión comunitaria y universal de la redención, plena expresión del "ethos de la redención".

Saludos

Tras la reflexión sobre los contenidos de nuestra fe, deseo ahora saludar cordialmente a los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

En particular, saludo a los neosacerdotes de la diócesis de Cartagena-Murcia y a las Religiosas de la Sagrada Familia de Urgel. A todos aliento a una entrega generosa e ilusionada a los ideales de vocación.

Igualmente a las peregrinaciones procedentes de Argentina, Barcelona, Gerona, Bilbao, Madrid y Córdoba.

A todos bendigo de corazón.



Miércoles 17 de agosto de 1988

Jesús, modelo de la transformación salvífica del hombre

1. En el desarrollo gradual de las catequesis sobre el tema de la misión de Jesucristo, hemos visto que Él es quien realiza la liberación del hombre a través de la verdad de su Evangelio, cuya palabra última y definitiva es la cruz y la resurrección. Cristo libera al hombre de la esclavitud del pecado y le da nueva vida mediante su sacrificio pascual. La redención se ha convertido así en una nueva creación. En el sacrificio redentor y en la resurrección del Redentor se inicia una "humanidad nueva". Aceptando el sacrificio de Cristo, Dios "crea" el hombre nuevo "en la justicia y en la santidad verdadera" (Ep 4,24): el hombre que se hace adorador de Dios "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).

55 Jesucristo, con su figura histórica, tiene para este "hombre nuevo" el valor de un modelo perfecto, es decir, del modelo ideal.Él, que en su humanidad era la perfecta "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), se convierte, a través de su vida terrena -a través de todo lo que "hizo y enseñó" (Ac 1,1), y, sobre todo, mediante el sacrificio-, en modelo visible para los hombres. El modelo más perfecto.

2. Entramos aquí en el terreno del tema de la "imitación de Cristo", que se halla claramente presente en los textos evangélicos y en otros escritos apostólicos, aunque la palabra "imitación" no aparezca en los Evangelios. Jesús exhorta a sus discípulos a "seguirlo" (en griego ??????de?? cf .Mt 16,24, "Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame"; cf. además, Jn 12,26).

La palabra en cuestión la encontramos sólo en Pablo, cuando escribe: "Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo (en griego :µ?µ?ta?) (1Co 11,1). Y en otro lugar dice: "Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones" (1Th 1,6).

3. Pero conviene observar que lo más importante aquí no es la palabra "imitación". Importantísimo es el hecho que subyace en esa palabra: es decir, que toda la vida y la obra de Cristo, coronada con el sacrificio de la cruz, realizado por amor, "por los hermanos", sigue siendo modelo e ideal perennes. Así, pues, anima y exhorta no sólo a conocer, sino además y sobre todo a imitar. Por otra parte, Jesús mismo, tras haber lavado los pies a los Apóstoles, dice en el Cenáculo: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15).

Estas palabras de Jesús no contemplan sólo el gesto de lavar los pies, sino que, a través de ese gesto, se refieren a toda su vida, considerada como humilde servicio. Cada uno de los discípulos es invitado a seguir las huellas del "Hijo del hombre", el cual "no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20,28). Precisamente a la luz de esta vida, de este amor, de esta pobreza, y en definitiva de este sacrificio, la "imitación de Cristo" se convierte en exigencia para todos sus discípulos y seguidores. Se convierte, en cierto sentido, en "la estructura sobre la que se cimenta" el "ethos" evangélico, cristiano.

4. En esto precisamente consiste esa "liberación" para la vida nueva de que hemos hablado en las catequesis anteriores. Cristo no ha transmitido a la humanidad una magnífica "teoría", sino que ha revelado en qué sentido y en qué dirección debe realizarse la transformación salvífica del hombre "viejo" (el hombre del pecado) en el hombre "nuevo". Esta transformación existencial, y, en consecuencia, moral, debe llegar a configurar el hombre a ese "modelo" originalísimo, según el cual ha sido creado. Sólo a un ser creado "a imagen y semejanza de Dios" pueden dirigirse las palabras que leemos en la Carta a los Efesios: "Sed, pues, imitadores de Dios como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma" (Ep 5,1-2).

5. Así, pues, Cristo es el modelo en el camino de esta "imitación de Dios". Al mismo tiempo, Él solo es el que crea la posibilidad de esta imitación, cuando, mediante la redención nos ofrece la participación en la vida de Dios. En este sentido, Cristo se convierte no sólo en el modelo perfecto, sino además en el modelo eficaz.El don, es decir, la gracia de la vida divina, se convierte, en virtud del misterio pascual de la redención, en la raíz misma de la nueva semejanza con Dios en Cristo y, en consecuencia, es también la raíz de la imitación de Cristo como modelo perfecto.

6. De este hecho sacan su fuerza y eficacia exhortaciones como la de San Pablo (a los Filipenses): "Así, pues, os conjuro en virtud de toda exhortación en Cristo, de toda persuasión de amor, de toda comunión en el Espíritu, de toda entrañable compasión, que colméis mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, Sino el de los demás" (Ph 2,1-4).

¿Cuál es el punto de referencia de esta "parénesis"? ¿Cuál es el punto de referencia de esas exhortaciones y exigencias planteadas a los Filipenses? Toda la respuesta está contenida en los versículos sucesivos de la Carta: "Tales sentimientos... estaban en Cristo Jesús... Tened en vosotros los mismos sentimientos" (cf. Flp Ph 2,5). Cristo, en efecto, "tomando la condición de siervo, se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Ph 2,7-8).

El Apóstol toca aquí lo que constituye el elemento central y neurálgico de toda la obra de la redención realizada por Cristo. Aquí se halla también la plenitud del modelo salvífico para cada uno de los redimidos. El mismo principio de imitación lo encontramos enunciado también en la Carta de San Pedro: "Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas" (1P 2,20-21).

8. En la vida humana, el sufrimiento tiene el valor de una prueba moral. Significa sobre todo una prueba de las fuerzas del espíritu humano. Esta prueba tiene un significado "liberador": libera las fuerzas ocultas del espíritu, les permite manifestarse y, al mismo tiempo, se convierte en ocasión para purificarse interiormente. Aquí se aplican a las palabras de la parábola de la vid y los sarmientos propuesta por Jesús, cuando presenta al Padre como el que cultiva la viña: "Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta para que dé más fruto" (Jn 15,2). Efectivamente, ese fruto depende de que permanezcamos (como los sarmientos) en Cristo, la vid, en su sacrificio redentor, porque "sin Él no podemos hacer nada" (cf. Jn 15,5). Por el contrario, como afirma el Apóstol Pablo, "todo lo puedo en Aquel que conforta" (Ph 4,13). Y Jesús mismo dice: "El que cree en mí, hará él también las obras que yo hago" (Jn 14,12).

56 9. La fe en esta potencia transformadora de Cristo frente al hombre, tiene sus raíces más profundas en el designio eterno de Dios sobre la salvación humana: "Pues a los que de antemano conoció (Dios), también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29). En esta línea, el Padre "poda" cada uno de los sarmientos, como leemos en la parábola (Jn 15,2). Y por este camino se realiza la transformación gradual del cristiano según el modelo de Cristo, hasta el punto de que en Él, "reflejamos como en un espejo la gloria del Señor y nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa: así es como actúa el Señor que es Espíritu". Son las palabras del Apóstol en la segunda Carta a los Corintios (3, 18).

10. Se trata de un proceso espiritual, del que surge la vida: y, en ese proceso, la muerte generosa de Cristo es la que da fruto, introduciendo en la dimensión pascual de su resurrección. Este proceso se inicia en cada uno de nosotros por el bautismo, sacramento de la muerte y resurrección de Cristo, como leemos en la Carta a los Romanos: "Fuimos, pues, sepultados con él en la muerte por el bautismo, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6,4). Desde ese momento, el proceso de esta transformación salvífica en Cristo se desarrolla en nosotros "hasta que lleguemos todos... al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo" (Ep 4,13).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Me complace saludar ahora a los numerosos peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina.

De modo particular, saludo al grupo de Hermanas Franciscanas Misioneras de María, a los feligreses de la parroquia Santa María de Onteniente de Valencia (España), y a un grupo de fieles mexicanos.

Entre los grupos juveniles, saludo cordialmente a los miembros del Centro Juvenil de la Trinidad de Sevilla y al grupo de jóvenes de la archidiócesis de Toledo (España). Saludo igualmente a los dirigentes y jugadores del Club de Fútbol “Newell’s Old Boys” de Rosario (Argentina). Muchos de vosotros habéis asistido a la conclusión del Ano Mariano. Este magno acontecimiento eclesial debe significar para todos y cada uno una llamada más profunda a sentirnos verdaderos hijos de María Santísima y a manifestarlo cada día con el ejemplo de nuestra vida cristiana.

En prueba de mi afecto, os imparto a todos mi bendición apostólica.




Audiencias 1988 49