Audiencias 1988 56

Miércoles 24 de agosto de 1988

Cristo, modelo de oración y de vida filialmente unida al Padre

1. Jesucristo es el Redentor. Esto constituye el centro y el culmen de su misión; es decir, la obra de la redención incluye también este aspecto: Él se ha convertido en modelo perfecto de la transformación salvífica del hombre. En realidad, todas las catequesis precedentes de este ciclo se han desarrollado en la perspectiva de la redención. Hemos visto que Jesús anuncia el Evangelio del reino de Dios; pero también hemos aprendido de Él que el reino entra definitivamente en la historia del hombre sólo en la redención por medio de la cruz y la resurrección. Entonces Él "entregará" este reino a los Apóstoles, para que permanezca y se desarrolle en la historia del mundo mediante la Iglesia. De hecho, la redención lleva en sí la "liberación" mesiánica del hombre, que de la esclavitud del pecado pasa a la vida en la libertad de los hijos de Dios.

57 2. Jesucristo es el modelo más perfecto de esa vida, como hemos visto en los escritos apostólicos citados en la catequesis precedente. Aquel que es el Hijo consubstancial al Padre, unido a El en la divinidad ("Yo y el Padre somos uno", Jn 10,30), mediante todo lo que "hace y enseña" (cf. Ac 1,1) constituye el único modelo en su género de vida filial orientada y unida al Padre. En referencia a este modelo, reflejándolo en nuestra conciencia y en nuestro comportamiento, podemos desarrollar en nosotros un modo y una orientación de vida "que se asemeje a Cristo" y en la que se exprese y realice la verdadera "libertad de los hijos de Dios" (cf. Rm 8,21).

3. De hecho, como hemos indicado en diversas ocasiones, toda la vida de Jesús estuvo orientada hacia el Padre. Esto se manifiesta ya en la respuesta que dio a sus padres cuando tenía doce años y lo encontraron en el templo: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2,49). Hacia el final de su vida, el día antes de la pasión, "sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1), ese mismo Jesús dirá a los Apóstoles: "Voy a prepararos un lugar; y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo, estéis también vosotros... En la casa de mi Padre hay muchas mansiones" (Jn 14,2-3).

4. Desde el principio hasta el fin, esta orientación teocéntrica de la vida y de la acción de Jesús es clara y unívoca. Lleva a los suyos "hacia el Padre", creando un claro modelo de vida orientada hacia el Padre. "Yo he cumplido el mandamiento de mi Padre y permanezco en su amor". Y Jesús considera su "alimento" este "permanecer en su amor, es decir, el cumplimiento de su voluntad: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34). Es lo que dice a sus discípulos junto al pozo de Jacob en Sicar. Ya antes, en el transcurso del diálogo con la samaritana, había indicado que ese mismo "alimento" deberá ser la herencia espiritual de sus discípulos y seguidores: "Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque así quiere el Padre que sean los que lo adoran" (Jn 4,23).

5. Los "verdaderos adoradores" son, ante todo, los que imitan a Cristo en lo que hace". Y Él lo hace todo imitando al Padre: "Las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado" (Jn 5,36). Más aún: "El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo" (Jn 5,19).

Encontramos así un fundamento perfecto a las palabras del Apóstol, según las cuales somos llamados a imitar a Cristo (cf. 1Co 11,1 1Th 1,6), y, en consecuencia, a Dios mismo: "Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos" (Ep 5,1). La vida "que se asemeja a Cristo" es al mismo tiempo una vida semejante a la de Dios, en el sentido más pleno de la palabra.

6. El concepto de "alimento" de Cristo, que durante su vida fue el cumplimiento de la voluntad del Padre, se inserta en el misterio de su obediencia, que llegó hasta la muerte de cruz. Entonces fue un alimento amargo, como se manifiesta sobre todo en la oración de Getsemaní y luego durante toda la pasión y la agonía de la cruz: "Abbá, Padre; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú" (Mc 14,36). Para entender esta obediencia, para entender incluso por qué este "alimento" resultó tan amargo, es necesario mirar toda la historia del hombre sobre la tierra, marcada por el pecado, es decir, por la desobediencia a Dios, Creador y Padre. "El Hijo que libera" (cf. Jn 8,36), libera por consiguiente mediante su obediencia hasta la muerte.Y lo hace revelando hasta el fin su plena entrega de amor: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23,46). En esta entrega, en este "abandonarse" al Padre, se afirma sobre toda la historia de la desobediencia humana, la unión divina contemporánea del Hijo con el Padre: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). Y aquí se expresa lo que podemos definir como aspecto central de la imitación a la que el hombre es llamado en Cristo: "Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50 y además Mc 3,35).

7. Con su vida orientada completamente "hacia el Padre" y unida profundamente a El, Jesucristo es también modelo de nuestra oración, de nuestra vida de oración mental y vocal. Él no solamente nos enseñó a orar, sobre todo en el Padrenuestro (cf. Mt 6,9 ss.), sino que el ejemplo de su oración se ofrece como momento esencial de la revelación de su vinculación y de su unión con el Padre. Se puede afirmar que en su oración se confirma de un modo especialísimo el hecho de que "sólo el Padre conoce al Hijo", "y sólo el Hijo conoce al Padre" (cf. Mt 11,27 Lc 10,22).

Recordemos los momentos más significativos de su vida de oración. Jesús pasa mucho tiempo en oración (por ejemplo, Lc 6,12 Lc 11,1), especialmente en las horas nocturnas, buscando además los lugares más adecuados para ello (por ejemplo, Mc 1,35 Mt 14,23 Lc 6,12). Con la oración se prepara para el bautismo en el Jordán (Lc 3,21) y para la institución de los Doce Apóstoles (cf. Lc 6,12-13). Mediante la oración en Getsemaní se dispone para hacer frente a la pasión y muerte en la cruz (cf. Lc 22,42). La agonía en el Calvario está impregnada toda ella de oración: desde el Salmo 22, 1: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", a las palabras: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34), y al abandono final: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23,46). Sí, en su vida y en su muerte, Jesús es modelo de oración.

8. Sobre la oración de Cristo leemos en la Carta a los Hebreos que "Él, habiendo ofrecido, en los días de su vida mortal, ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aún siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia" (He 5,7-8). Esta afirmación significa que Jesucristo ha cumplido perfectamente la voluntad del Padre, el designio eterno de Dios acerca de la redención del mundo, a costa del sacrificio supremo por amor. Según el Evangelio de Juan, este sacrificio era no sólo una glorificación del Padre por parte del Hijo, sino también una glorificación del Hijo, de acuerdo con las palabras de la oración "sacerdotal" en el Cenáculo: "Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos lo que tú le has dado" (Jn 17,1-2). Fue esto lo que se cumplió en la cruz. La resurrección a los tres días fue la confirmación y casi la manifestación de la gloria con la que "el Padre glorificó al Hijo" (cf. Jn 17,1). Toda la vida de obediencia y de "piedad" filial de Cristo se fundía con su oración, que le obtuvo finalmente la glorificación definitiva.

9. Este espíritu de filiación amorosa, obediente y piadosa, se refleja incluso en el episodio ya recordado, en el que sus discípulos pidieron a Jesús que les "enseñara a orar" (cf. Lc 11,1-2). A ellos y a todas las generaciones de sus seguidores, Jesucristo les transmitió una oración que comienza con esa síntesis verbal y conceptual tan expresiva: "Padre nuestro". En esas palabras está la manifestación del Espíritu de Cristo, orientado filialmente al Padre y poseído completamente por las "cosas del Padre" (cf. Lc 2,49). Al entregarnos aquella oración a todos los tiempos, Jesús nos ha transmitido en ella y con ella un modelo de vida filialmente unida al Padre. Si queremos hacer nuestro para nuestra vida este modelo, si debemos, sobre todo, participar en el misterio de la redención imitando a Cristo, es preciso que no cesemos de repetir el "Padrenuestro" como Él nos ha enseñado.

Saludos

58 Amadísimos hermanos y hermanas:

Dirijo ahora mi más cordial saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a los numerosos peregrinos de América Latina y España, presentes en esta Audiencia. Asimismo me es particularmente grato saludar a las Religiosas “Siervas del Sagrado Corazón”, a las cuales invito a seguir siempre, al igual que la Bienaventurada Virgen María, la luz diáfana y constante del Señor en su silencioso y meritorio servicio a la Iglesia.

No puede faltar en esta circunstancia mi saludo afectuoso a los diversos grupos llegados de Venezuela, Colombia y Argentina. Como colofón espiritual de este encuentro, os exhorto a vosotros y a las demás personas de habla castellana a mantener firme vuestra fe y amor a Dios, que nos ha dado a su único Hijo, y a permanecer en todo momento fieles a las promesas del bautismo.

A todos imparto mi bendición apostólica.



Miércoles 31 de agosto de 1988

Cristo, modelo del amor perfecto, que alcanza su culmen en el sacrificio de la cruz

1. La unión filial de Jesús con el Padre se expresa en el amor, que Él ha constituido además en mandamiento principal del Evangelio: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento" (Mt 22,37 s.). Como sabéis, a este mandamiento Jesús une un segundo "semejante al primero": el del amor al prójimo (cf. Mt 22,39). Y Él se propone como ejemplo de este amor: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis vosotros los unos a los otros" (Jn 13,34). Jesús enseña y entrega a sus seguidores un amor ejemplarizado en el modelo de su amor.

A este amor se pueden aplicar ciertamente las cualidades de la caridad, enumeradas por San Pablo: "La caridad es paciente..., benigna..., no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe..., no busca su interés..., no toma en cuenta el mal..., se alegra con la verdad... Todo lo excusa..., todo lo soporta" (1Co 13,4-7). Cuando, en su Carta, el Apóstol presentaba a los destinatarios de Corinto esta imagen de la caridad evangélica, su mente y su corazón estaban impregnados por el pensamiento del amor de Cristo, hacia el cual deseaba orientar la vida de las comunidades cristianas, de tal modo que su himno de la caridad puede considerarse un comentario al precepto de amarse según el modelo de Cristo Amor (como dirá, muchos siglos más tarde, Santa Catalina de Siena): "(como) yo os he amado" (Jn 13,34).

San Pablo subraya en otros textos que el culmen de este amor es el sacrificio de la cruz: "Cristo os ha amado y se ha ofrecido por vosotros, ofreciéndose a Dios como sacrificio"... "Haceos, pues, imitadores de Dios..., caminad en la caridad" (Ep 5,1-2).

Para nosotros resulta ahora instructivo, constructivo y consolador considerar estas cualidades del amor de Cristo.

2. El amor con que Jesús nos ha amado, es humilde y tiene carácter de servicio. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45). La víspera de la pasión, antes de instituir la Eucaristía, Jesús lava los pies a los Apóstoles y les dice: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15). Y en otra circunstancia, los amonesta así: "El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será el esclavo de todos" (Mc 10,43-44).

59 3. A la luz de este modelo de humilde disponibilidad que llega hasta el "servicio" definitivo de la cruz, Jesús puede dirigir a los discípulos la siguiente invitación: "Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). El amor enseñado por Cristo se expresa en el servicio recíproco, que lleva a sacrificarse los unos por los otros y cuya verificación definitiva es el ofrecimiento de la propia vida "por los hermanos" (1Jn 3,16). Esto es lo que subraya San Pablo cuando escribe que "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ep 5,25).

4. Otra cualidad exaltada en el himno paulino a la caridad es que el verdadero amor "no busca su interés" (1Co 13,5). Y nosotros sabemos que Jesús nos ha dejado el modelo más perfecto de esta forma de amor desinteresado. San Pablo lo dice claramente en otro texto: "Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación. Pues tampoco Cristo buscó su propio agrado..." (Rm 15,2-3). En el amor de Jesús se concreta y alcanza su culmen el "radicalismo" evangélico de las ocho bienaventuranzas proclamadas por Él: el heroísmo de Cristo será siempre el modelo de las virtudes heroicas de los Santos.

5. Sabemos, efectivamente, que el Evangelista Juan, cuando nos presenta a Jesús en el umbral de la pasión, escribe de Él: "...habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Ese "hasta el extremo" parece testimoniar en este caso el carácter definitivo e insuperable del amor de Cristo: "Nadie tiene mayor amor, que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13), dice Jesús mismo en el discurso transmitido por su discípulo predilecto.

El mismo Evangelista escribirá en su Carta: "En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1Jn 3,16). El amor de Cristo, que se manifestó definitivamente en el sacrificio de la cruz ?es decir, en el "entregar la vida por los hermanos"?, es el modelo definitivo para cualquier amor humano auténtico. Si en no pocos discípulos del Crucificado alcanza ese amor la forma del sacrificio heroico, como vemos muchas veces en la historia de la santidad cristiana, este módulo de la "imitación" del Maestro se explica por el poder del Espíritu Santo, obtenido por Él y "mandado" desde el Padre también para los discípulos (cf. Jn 15,26).

6. El sacrificio de Cristo se ha hecho "precio" y "compensación" por la liberación del hombre: la liberación de la "esclavitud del pecado" (cf. Rom Rm 6,5 Rom Rm 6,17), el paso a la "libertad de los hijos de Dios" (cf. Rm 8,21). Con este sacrificio, consecuencia de su amor por nosotros, Jesucristo ha completado su misión salvífica. El anuncio de todo el Nuevo Testamento halla su expresión más concisa en aquel pasaje del Evangelio de Marcos: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10,45).

La palabra "rescate" ha favorecido la formación del concepto y de la expresión "redención" (en griego: ??t??? = rescate; ??t??s?? = redención). Esta verdad central de la Nueva Alianza es al mismo tiempo el cumplimiento del anuncio profético de Isaías sobre el Siervo del Señor: "Él ha sido herido por nuestras rebeldías..., y con sus cardenales hemos sido curados" (Is 53,5). "Él llevó los pecados de muchos" (Is 53,12). Se puede afirmar que la redención constituía la expectativa de toda la Antigua Alianza.

7. Así, pues, "habiendo amado hasta el extremo" (cf. Jn 13,1) a aquellos que el Padre le "ha dado" (Jn 17,6), Cristo ofreció su vida en la cruz como "sacrificio por los pecados" (según las palabras de Isaías). La conciencia de esta tarea, de esta misión suprema, estuvo siempre presente en la mente y en la voluntad de Jesús. Nos lo dicen sus palabras sobre el "buen pastor" que "da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11). Y también su misteriosa, aunque transparente, aspiración: "Con un bautismo tengo que ser bautizado, "y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!" (Lc 12,50). Y la suprema declaración sobre el cáliz del vino durante la última Cena: "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados" (Mt 26,28).

8. La predicación apostólica inculca desde el principio la verdad de que "Cristo murió ?según las Escrituras? por nuestros pecados" (1Co 15,3). Pablo lo decía claramente a los Corintios: "Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (1Co 15,11). Lo mismo les predicaba a los ancianos de Éfeso: "...el Espíritu Santo os ha puesto como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la sangre de su propio hijo" (Ac 20,28). Y la predicación de Pablo se halla en perfecta consonancia con la voz de Pedro: "Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos" (1P 3,18). Pablo subraya la misma idea, es decir, que en Cristo "tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de su gracia" (Ep 1,7).

Para sistematizar esta enseñanza y por razones de continuidad en la misma, el Apóstol proclama con resolución: "Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1Co 1,23). "Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 1,25). El Apóstol es consciente de la "contradicción" revelada en la cruz de Cristo. ¿Por qué es, pues, esta cruz, la suprema potencia y sabiduría de Dios? La sola respuesta es ésta: porque en la cruz se ha manifestado el amor: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5,8). "Cristo os amó y se entregó por vosotros" (Ep 5,2). Las palabras de Pablo son un eco de las del mismo Cristo: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida" (Jn 15,13) por los pecados del mundo.

9. La verdad sobre el sacrificio redentor de Cristo Amor forma parte de la doctrina contenida en la Carta a los Hebreos. Cristo es presentado en ella como "Sumo Sacerdote de los bienes futuros", que "penetró de una vez para siempre en el santuario... con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna" (He 9,11-12). De hecho, Él no presentó sólo el sacrificio ritual de la sangre de los animales que en la Antigua Alianza se ofrecía en el santuario "hecho por manos humanas": se ofreció a Sí mismo, transformando su propia muerte violenta en un medio de comunión con Dios. De este modo, mediante "lo que padeció" (He 5,8), Cristo se convirtió en "causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen" (He 5,9). Este solo sacrificio tiene el poder de "purificar nuestra conciencia de las obras muertas" (cf. He 9,14). Sólo Él "hace perfectos para siempre a aquellos que son santificados" (cf. He 10,14).

En este sacrificio, en el que Cristo, "con un Espíritu eterno se ofreció a sí mismo... a Dios" (He 9,14), halló expresión definitiva su amor: el amor con el que "amó hasta el extremo" (Jn 13,1); el amor que le condujo a hacerse obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.

Saludos

60 Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato saludar ahora a los peregrinos de lengua española, procedentes de España y de América Latina, especialmente a los grupos parroquiales y asociaciones, así como a los diversos grupos de jóvenes. De modo particular saludo al grupo de ciudadanos de Benifayó, ciudad valenciana que se ha hermanado con la localidad italiana de Valmonte. Que vuestro noble gesto de fraternidad sea un ejemplo para fomentar los valores de amistad y convivencia entre las personas y los pueblos.

También quiero saludar con afecto a los miembros representantes de la Escuela Familiar Agraria “Quintanes” de Vic (España). Os animo a seguir manteniendo los valores de vuestra vida rural, enriquecidos siempre por los valores evangélicos.

Al desearos a todos que vuestra vida sea modelo de amor desinteresado por los demás, os imparto de corazón mi bendición apostólica.



Septiembre de 1988

Miércoles 7 de septiembre de 1988

El sacrificio de Cristo, cumplimiento del designio de amor de Dios mismo

1. En la misión mesiánica de Jesús hay un punto culminante y central al que nos hemos ido acercado poco a poco en las catequesis precedentes: Cristo fue enviado por Dios al mundo para llevar a cabo la redención del hombre mediante el sacrificio de su propia vida. Este sacrificio debía tomar la forma de un "despojarse" de sí en la obediencia hasta la muerte en la cruz: una muerte que, en opinión de sus contemporáneos, presentaba una dimensión especial de ignominia.

En toda su predicación, en todo su comportamiento, Jesús es guiado por la conciencia profunda que tiene de los designios de Dios sobre su vida y su muerte en la economía de la misión mesiánica, con la certeza de que esos designios nacen del amor eterno del Padre al mundo, y en especial al hombre.

2. Si consideramos los años de la adolescencia de Jesús, dan mucho que pensar aquellas palabras del Niño dirigidas a María y a José cuando lo "encontraron" en el templo de Jerusalén: "¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?". ¿Qué tenía en su mente y en su corazón? Podemos deducirlo de otras muchas expresiones de su pensamiento durante toda su vida pública. Desde los comienzos de su actividad mesiánica, Jesús insiste en inculcar a sus discípulos la idea de que "el Hijo del Hombre... debe sufrir mucho" (Lc 9,22), es decir, debe ser "reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días" (Mc 8,31). Pero todo esto no es sólo cosa de los hombres, no procede sólo de su hostilidad frente a la persona y a la enseñanza de Jesús, sino que constituye el cumplimiento de los designios eternos de Dios, como lo anunciaban las Escrituras que contenían la revelación divina. "¿Cómo está escrito del Hijo del Hombre que sufrirá mucho y que será despreciado?" (Mc 9,12).

3. Cuando Pedro intenta negar esta eventualidad ("...de ningún modo te sucederá esto": Mt 16,22), Jesús le reprocha con palabras muy severas: "¡Quítate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mc 8,33). Impresiona la elocuencia de estas palabras, con las que Jesús quiere dar a entender a Pedro que oponerse al camino de la cruz significa rechazar los designios del mismo Dios. "Satanás" es precisamente el que "desde el principio" se enfrenta con "lo que es de Dios".

61 4. Así, pues, Jesús es consciente de la responsabilidad de los hombres frente a su muerte en la cruz, que Él deberá afrontar debido a una condena pronunciada por tribunales terrenos; pero también lo es de que por medio de esta condena humana se cumplirá el designio eterno de Dios: "lo que es de Dios", es decir, el sacrificio ofrecido en la cruz por la redención del mundo. Y aunque Jesús (como el mismo Dios) no quiere el mal del "deicidio" cometido por los hombres, acepta este mal para sacar de él el bien de la salvación del mundo.

5. Tras la resurrección, caminando hacia Emaús con dos de sus discípulos sin que éstos lo reconocieran, les explica las "Escrituras" del Antiguo Testamento en los siguientes términos: "¿No era necesario que el Cristo padeciera esto y entrara así en su gloria?" (
Lc 24,26). Y con motivo de su último encuentro con los Apóstoles declara: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí" (Lc 24,44).

6. A la luz de los acontecimientos pascuales, los Apóstoles comprenden lo que Jesús les había dicho anteriormente. Pedro, que por amor a su Maestro, pero también por no haber entendido las cosas, parecía oponerse de un modo especial a su destino cruel, hablando de Cristo dirá a sus oyentes de Jerusalén el día de Pentecostés: "El hombre... que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios; a ése vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de impíos" (Ac 2,22-23). Y volverá a decir: "Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los Profetas: que su Cristo padecería" (Ac 3,18).

7. La pasión y la muerte de Cristo habían sido anunciadas en el Antiguo Testamento, no como final de su misión, sino como el "paso" indispensable requerido para ser exaltado por Dios. Lo dice de un modo especial el canto de Isaías, hablando del Siervo de Yavé, como Varón de dolores: "He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera" (Is 53,13). Y el mismo Jesús, cuando advierte que "el Hijo del Hombre... será matado", añade que "resucitará al tercer día" (cf. Mc 8,31).

8. Nos encontramos, pues, ante un designio de Dios que, aunque parezca tan evidente, considerado en el curso de los acontecimientos descritos por los Evangelios, sigue siendo un misterio que la razón humana no puede explicar de manera exhaustiva. En este espíritu, el Apóstol Pablo se expresar con aquella paradoja extraordinaria: "Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 1,25). Estas palabras de Pablo sobre la cruz de Cristo son reveladoras. Con todo, aunque es verdad que al hombre le resulta difícil encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta "¿por qué la cruz de Cristo?", la respuesta a este interrogante nos la ofrece una vez más la Palabra de Dios.

9. Jesús mismo formula la respuesta: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3 Jn 16). Cuando Jesús pronunciaba estas palabras en el diálogo nocturno con Nicodemo, su interlocutor no podía suponer aún probablemente que la frase "dar a su Hijo" significaba "entregarlo a la muerte en la cruz". Pero Juan, que introduce esa frase en su Evangelio, conocía muy bien su significado. El desarrollo de los acontecimientos había demostrado que ése era exactamente el sentido de la respuesta a Nicodemo: Dios "ha dado" a su Hijo unigénito para la salvación del mundo, entregándolo a la muerte de cruz por los pecados del mundo, entregándolo por amor: ¡"Tanto amó Dios al mundo", a la creación, al hombre! El amor sigue siendo la explicación definitiva de la redención mediante la cruz. Es la única respuesta a la pregunta "¿por qué?" a propósito de la muerte de Cristo incluida en el designio eterno de Dios.

El autor del cuarto Evangelio, donde encontramos el texto de la respuesta de Cristo a Nicodemo, volverá sobre la misma idea en una de sus Cartas: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10).

10. Se trata de un amor que supera incluso la justicia. La justicia puede afectar y alcanzar a quien haya cometido una falta. Si el que sufre es un inocente, no se habla ya de justicia. Si un inocente que es santo, como Cristo, se entrega libremente al sufrimiento y a la muerte de cruz para realizar el designio eterno del Padre, ello significa que, en el sacrificio de su Hijo, Dios pasa en cierto sentido más allá del orden de la justicia, para revelarse en este Hijo y por medio de Él, con toda la riqueza de su misericordia ?"Dives in misericordia" (Ep 2,4)?, como para introducir, junto a este Hijo crucificado y resucitado, su misericordia, su amor misericordioso, en la historia de las relaciones entre el hombre y Dios.

Precisamente a través de este amor misericordioso, el hombre es llamado a vencer el mal y el pecado en sí mismo y en relación con los otros: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros", escribía San Pablo (Rm 5,8).

11. El Apóstol vuelve sobre este tema en diversos puntos de sus Cartas, en las que reaparece con frecuencia el trinomio: redención, justicia, amor.

"Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús... en su sangre" (Rm 3,23-25). Dios demuestra así que no desea contentarse con el rigor de la justicia, que, viendo el mal, lo castiga, sino que ha querido triunfar sobre el pecado de otro modo, es decir, ofreciendo la posibilidad de salir de él. Dios ha querido mostrarse justo de forma positiva, ofreciendo a los pecadores la posibilidad de llegar a ser justos por medio de su adhesión de fe a Cristo Redentor. De este modo, Dios "es justo y hace justos" (Rm 3,26). Lo cual se realiza de forma desconcertante, pues "a quien no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5,21).

62 12. El que "no había conocido pecado", el Hijo consubstancial al Padre, cargó sobre sus hombros el yugo terrible del pecado de toda la humanidad, para obtener nuestra justificación y santificación. Este es el amor de Dios revelado en el Hijo. Por medio del Hijo se ha manifestado el amor del Padre "que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rm 8,32). A entender el alcance de las palabras "no perdonó", puede ayudarnos el recuerdo del sacrificio de Abraham, que se mostró dispuesto a no "perdonar a su hijo amado" (Gn 22,16); pero Dios lo había perdonado (22, 12). Mientras que, a su propio Hijo "no lo perdonó, sino que lo entregó" a la muerte por nuestra salvación.

13. De aquí nace la seguridad del Apóstol en que nadie ni nada, "ni muerte ni vida, ni ángeles... ni ninguna otra creatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8,38-39). Con Pablo, la Iglesia entera está segura de este amor de Dios "que lo supera todo", última palabra de la autorrevelación de Dios en la historia del hombre y del mundo, suprema autocomunicación que acontece mediante la cruz, en el centro del misterio pascual de Jesucristo.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Con afecto dirijo ahora mi saludo a los peregrinos de América Latina y de España presentes en este encuentro.

De modo especial, mi más cordial saludo deseo dirigirlo al grupo de Sacerdotes y hermanos Claretianos misioneros, que participan en Roma en un curso de renovación espiritual. Que este período de estudio y oración sea un estímulo más para que vosotros, que anunciáis generosamente en los diversos continentes la Buena Nueva del Reino de Dios, estéis siempre en íntimo contacto con la persona de Cristo: camino, verdad y vida.

Asimismo me es grato saludar a los peregrinos de la población navarra de Tafalla, a los de la parroquia “San Pedro” de Caracas, al grupo de matrimonios de Colombia, así como a la peregrinación uruguaya, organizada por el Instituto “María Auxiliadora” de Montevideo. Que la Palabra de Dios renueve y santifique siempre vuestras vidas y vuestros hogares. Y que la Virgen María sea vuestra Madre y Señora.

A todos imparto complacido mi bendición apostólica.



Miércoles 21 de septiembre de 1988



1. Tras concluir la peregrinación que he realizado por las comunidades de la iglesia del continente africano, quiero expresar mi gratitud a la divina Providencia y a Cristo Buen Pastor. La ocasión de esta visita ha sido el segundo encuentro de obispos del África Meridional reunidos en la IMBISA: Inter-Regional, Meeting of Bishops of Southern Africa (Reunión Interregional de los Obispos del Sur de Africa). Además, con esta visita he podido responder a las invitaciones de los obispos de los siguientes países: Zimbabue, Botsuana, Lesoto, Suazilandia y Mozambique.

A la IMBISA pertenecen también los episcopados de Angola, Namibia, República Sudafricana y Santo Tomé y Príncipe. Confío en Dios que se encuentre la ocasión y creen las condiciones para realizar una visita también a las comunidades de tales países.


Audiencias 1988 56