Audiencias 1988 63

63 2. Al agradecer a las Iglesias y a sus Pastores la invitación e intensa preparación quiero también expresar mi reconocimiento a los Representantes de los Estados por la invitación que me hicieron y a los diversos sectores de las Administraciones civiles por las facilidades ofrecidas al servicio papal en los países visitados. Dios bendiga todas las iniciativas que miran al bien común de las naciones y sociedades y a su justo desarrollo en un clima de paz y justicia.

3. En el curso de este viaje he podido realizar el acto de beatificación del p. Joseph Gérard, misionero de la congregación de los Oblatos de María Inmaculada, el cual dedicó la mayor parte de la vida y de la actividad sacerdotal a la evangelización de los habitantes de Lesoto y en este país reposa tras las fatigas del servicio misionero. Allí ha alcanzado también la meta de la elevación a la gloria de los Beatos, en medio del pueblo al que amó y sirvió en el espíritu de Cristo.

Esta beatificación se ha convertido en signo particular de la misión evangélica, que la Iglesia ha realizado y continúa realizando entre los pueblos de África y de las diversas partes del mundo. La "plantatio Ecclesiae" ha dado sus frutos. Actualmente, en número cada vez mayor, asumen el servicio episcopal y sacerdotal los hijos de los pueblos de África y se registra una creciente presencia de hijas del continente negro en los institutos religiosos femeninos. En todo caso, la gran causa de las misiones es siempre un desafío para la Iglesia en medio de las sociedades y las naciones que ya han acogido el Evangelio y recibido el bautismo. De hecho se verifican continuamente las palabras de Cristo: "La mies es mucha y los obreros pocos" y el llamamiento: "Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (
Mt 9,37-38).

4. Es motivo de alegría el hecho de que las Iglesias implantadas en los pueblos de la parte de África que he podido visitar, se van haciendo autónomas y maduras. La liturgia y, particularmente, la participación en la Eucaristía indican cuán armoniosamente se realiza en la vida de tales comunidades jóvenes la obra de la "inculturación" de la fe. Es testimonio de ello la lengua. Lo testimonian los cantos que son, se puede decir muy bien, vivaces y muy bellos. También lo testimonian otros elementos locales como, por ejemplo, los movimientos de danza que manifiestan, particularmente en el momento del ofertorio, una verdad "antropológica" fundamental: el hombre desea acercarse al altar en su totalidad, con el alma y con el cuerpo, e inserirse él mismo en esa ofrenda que se realiza en la Eucaristía.

5. Las comunidades eclesiásticas del continente africano tienen numerosas tareas que realizar en el campo de la evangelización, de la catequesis, e indirectamente, también en el desarrollo de la cultura local y del servicio al hombre. Estas tareas han de afrontarse también en el campo de la colaboración ecuménica, del que se ha tenido una confirmación en los encuentros acaecidos durante el reciente viaje. En algunos casos otras comunidades cristianas han iniciado antes que los católicos su actividad misionera. El ecumenismo es indispensable para superar los efectos de las divisiones y acercarse al común testimonio de Cristo, según las palabras de su oración sacerdotal: Padre, haz "que todos sean uno... para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). Mientras una parte notable de la población africana permanece fiel a las tradiciones de la religión originaria (el animismo), son muchos los que se abren a la verdad del Evangelio y reciben el bautismo.

Un problema aparte lo constituye la actividad de las sectas, provenientes del exterior o surgidas en África que, aun inspirándose de algún modo en el cristianismo, no poseen los elementos que lo cualifican y, por ello, no están en condición de entrar constructivamente en el diálogo ecuménico.

6. Los países situados a lo largo del camino de la reciente visita gozan desde un tiempo relativamente breve de la independencia política. Tres de ellos tienen un régimen republicano: Zimbabue, Botsuana y Mozambique, los otros dos, Lesoto y Suazilandia, han conservado el régimen monárquico ligado a la tradición de las dinastías locales. El período de adquisición de la independencia, la lucha de liberación del anterior poder colonial, la construcción de la propia existencia como Estado, son todos sucesos importantes también desde el punto de vista de la ética de la vida internacional. Los ambientes eclesiásticos y los mismos Episcopados han tenido en estos procesos un papel específico y deben afrontar continuamente las tareas que se presentan en el caso de sociedades y Estados nuevos. Una de estas tareas es, por ejemplo la "reconciliación" de los diversos grupos opuestos, que forman parte de las nuevas sociedades. Otras tareas posteriores se ligan al proceso del desarrollo integral (tema al que está dedicada la Encíclica de Pablo VI Populorum progressio y recientemente la Sollicitudo rei socialis). La Iglesia está activa constantemente mediante sus instituciones en el campo de la enseñanza, de la asistencia social, sanitaria, etc. Estos son sectores que pertenecen en gran medida a los laicos y a su apostolado. He constado con alegría que su compromiso se está desarrollando siempre más en el ámbito de cada una de las comunidades eclesiales.

7. En este contexto el ministerio de la Iglesia se manifiesta mediante la promoción y defensa de los derechos fundamentales del hombre. En el territorio del África Austral existe un problema particular: el problema de la segregación racial (apartheid), que está en claro contraste con la dignidad de la persona humana tanto desde el punto de vista de la común conciencia moral, como del de la fe cristiana. Todos los seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios y redimidos por la Sangre de Cristo gozan de la misma dignidad que no puede ser mortificada por pertenecer a una raza. La superación de la discriminación en este campo es parte integrante del programa de liberación y de autodeterminación de los pueblos africanos.

8. Una atención aparte merece la situación de guerra interna que dura desde hace años en el territorio de Mozambique. Tal situación causa numerosas víctimas humanas, que en la mayor parte de los casos son personas ajenas a las acciones bélicas: entre ellas son numerosos los niños, las mujeres y las personas ancianas. La guerra interna está destruyendo el país y provocando la fuga de muchos ciudadanos de las zonas rurales más amenazadas hacia las ciudades o hacia el exterior.

Es necesario unir verdaderamente todos los esfuerzos para poner fin a estas plagas que afligen y destruyen a nuestros hermanos y hermanas de Mozambique; de forma que esta nación, que adquirió la independencia el año 1975, pueda vivir en paz y desarrollarse en conformidad con los propios recursos naturales, posibilidades humanas.

No puedo, por último, dejar de manifestar aquí mi esperanza, acompañada por la oración, en la paz de Angola y en la rápida conclusión de las negociaciones que deberían llevar a Namibia a la independencia tan deseada.

64 9. "El hombre es el camino de la Iglesia" (Encíclica Redemptor hominis RH 14). El hombre en cualquier lugar de la tierra: el hombre en el continente africano, el hombre en Zimbabue, Botsuana, Lesoto, Suazilandia, Mozambique. Realizada con este espíritu la reciente visita, rindo homenaje a Cristo, al que es "el Camino, la Verdad y la vida" (Jn 14,6) por cada uno y por todos. El Padre Eterno ha dado todo al Hijo, para que guíe a los hombres, al precio de su sangre redentora, hacia su destino salvífico.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo dar mi más cordial bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, al grupo de sacerdotes de la archidiócesis de Valencia, que celebran el veinticinco aniversario de ordenación. Os aliento a una renovada entrega sin reservas a la causa del Evangelio.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de diversos países de América Latina y de España, imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 28 de septiembre de 1988

La muerte de Cristo, como acontecimiento histórico

1. Confesamos nuestra fe en la verdad central de la misión mesiánica de Jesucristo: El es el Redentor del mundo mediante su muerte en cruz. La confesamos con las palabras del Símbolo Niceno-Constantinopolitano según el cual Jesús "por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado". Al profesar esta fe, conmemoramos la muerte de Cristo, también como un evento histórico, que, como su vida, conocemos por fuentes históricas seguras y autorizadas. Basándonos en esas mismas fuentes podemos y queremos conocer y comprender también las circunstancias históricas de esa muerte, que creemos fue "el precio" de la redención del hombre de todos los tiempos.

2. Antes de nada, ¿cómo se llegó a la muerte de Jesús de Nazaret? ¿Cómo se explica el hecho de que haya sido dado a la muerte por los representantes de su nación, que lo entregaron al "procurador" romano, cuyo nombre, transmitido por los Evangelios, figura también en los Símbolos de la fe? De momento, tratemos de recoger las circunstancias, que "humanamente" explican la muerte de Jesús. El Evangelista Marcos, describiendo el proceso de Jesús ante Poncio Pilato, anota que fue "entregado por envidia" y que Pilato era consciente de este hecho. "Se daba cuenta... de que los Sumos Sacerdotes se lo habían entregado por envidia" (Mc 15,10). Preguntémonos: ¿por qué esta envidia? Podemos encontrar sus raíces en el resentimiento, no sólo hacia lo que Jesús enseñaba, sino por el modo en que lo hacía. Sí, según dice Marcos, enseñaba "como quien tiene autoridad y no como los escribas" (Mc 1,22), esta circunstancia era, a los ojos de estos últimos, como una "amenaza" para su prestigio.

3. De hecho, sabemos que ya el comienzo de la enseñanza de Jesús en su ciudad natal lleva a un conflicto. El Nazareno de treinta años, tomando la palabra en la Sinagoga, se señala a Sí mismo como Aquél sobre el que se cumple el anuncio del Mesías, pronunciado por Isaías. Ello provoca en los oyentes estupor y a continuación indignación, de forma que quieren arrojarlo del monte "sobre el que estaba situada su ciudad...". "Pero Él, pasando por en medio de ellos, se marchó" (Lc 4,29-30).

4. Este incidente es sólo el inicio: es la primera señal de las sucesivas hostilidades. Recordemos las principales. Cuando Jesús hace entender que tiene el poder de perdonar los pecados, los escribas ven en esto una blasfemia porque tan sólo Dios tiene ese poder (cf. Mc 2,6). Cuando obra milagros en sábado, afirmando que "el Hijo del hombre es Señor del sábado" (Mt 12,8), la reacción es análoga a la precedente. Ya desde entonces se deja traslucir la intención de dar muerte a Jesús (cf. Mc 3,6): "Trataban... de matarle porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a Sí mismo igual a Dios" (Jn 5,18). )Qué otra cosa podían significar las palabras: En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera Yo soy? (Jn 8,58). Los oyentes sabían qué significaba aquella denominación "Yo soy". Por ello Jesús corre de nuevo el riesgo de la lapidación. Esta vez, por el contrario, "se ocultó y subió al templo" (Jn 8,59).

65 5. El hecho que en definitiva precipitó la situación y llevó a la decisión de dar muerte a Jesús fue la resurrección de Lázaro en Betania. El Evangelio de Juan nos hace saber que en la siguiente reunión del sanedrín se constató: "Este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación". Ante estas previsiones y temores Caifás, Sumo Sacerdote, se pronunció con esta sentencia: "Conviene que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación. (Jn 1,47-50). El Evangelista añade: "Esto no lo dijo de su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación sino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos". Y concluye: "Desde este día, decidieron darle muerte" (Jn 11,51-53).

Juan, de este modo, nos hace conocer un doble aspecto de aquella toma de posición de Caifás. Desde el punto de vista humano, que se podría más precisamente llamar oportunista, era un intento de justificar la decisión de eliminar un hombre al que se consideraba políticamente peligroso, sin preocuparse de su inocencia. Desde un punto de vista superior, hecho suyo y anotado por el Evangelista, las palabras de Caifás, independientemente de sus intenciones, tenían un contenido auténticamente profético referente al misterio de la muerte de Cristo según el designio salvífico de Dios.

6. Aquí consideramos el desarrollo humano de los acontecimientos. En aquella reunión del sanedrín se tomó la decisión de matar a Jesús de Nazaret. Se aprovechó su presencia en Jerusalén durante las fiestas pascuales. Judas, uno de los Doce, entregó a Jesús por treinta monedas de plata, indicando el lugar donde se le podía arrestar. Una vez preso, Jesús fue conducido ante el sanedrín. A la pregunta capital del Sumo Sacerdote: "Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Jesús dio una gran respuesta: "Tú lo has dicho" (Mt 26,63-64 cf. Mc 14,62 Lc 22,70). En esta declaración el sanedrín vio una blasfemia evidente y sentenció que Jesús era "reo de muerte" (Mc 14,64).

7. El sanedrín no podía, sin embargo, exigir la condena sin el consenso del procurador romano. Pilato está convencido de que Jesús es inocente, y lo hace entender más de una vez. Tras haber opuesto una dudosa resistencia a las presiones del sanedrín, cede por fin por temor al riesgo de desaprobación del César, tanto más cuanto que la multitud, azuzada por los fautores de la eliminación de Jesús, pretende ahora la crucifixión. "¡Crucifige eum!". Y así Jesús es condenado a muerte mediante la crucifixión.

8. Los hombres indicados nominalmente por los Evangelios, al menos en parte, son históricamente los responsables de esta muerte. Lo declara Jesús mismo cuando dice a Pilato durante el proceso: "El que me ha entregado a ti tiene mayor pecado" (Jn 19,11). Y en otro lugar: "El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero, (ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado! (Más le valdría a ese hombre no haber nacido!" (Mc 14,21 Mt 26,24 Lc 22,22). Jesús alude a las diversas personas que, de distintos modos, serán los artífices de su muerte: a Judas, a los representantes del sanedrín, a Pilato, a los demás... También Simón Pedro, en el discurso que tuvo después de Pentecostés imputará a los jefes del sanedrín la muerte de Jesús: "Vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos" (Ac 2,23).

9. Sin embargo no se puede extender esta imputación más allá del círculo de personas verdaderamente responsables. En un documento del Concilio Vaticano II leemos: "Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni (mucho menos) a los judíos de hoy" (Declaración Nostra aetate NAE 4).

Luego si se trata de valorar la responsabilidad de las conciencias no se pueden olvidar las palabras de Cristo en la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).

El eco de aquellas palabras lo encontramos en otro discurso pronunciado por Pedro después de Pentecostés: "Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes" (Ac 3,17). (Qué sentido de discreción ante el misterio de la conciencia humana, incluso en el caso del delito más grande cometido en la historia, la muerte de Cristo!

10. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de Pedro, aunque sea difícil negar la responsabilidad de aquellos hombres que provocaron voluntariamente la muerte de Cristo, también nosotros veremos las cosas a la luz del designio eterno de Dios, que pedía la ofrenda propia de su Hijo predilecto como víctima por los pecados de todos los hombres. En esta perspectiva superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que hayamos contribuido mediante el pecado a hacer que Cristo muriera por nosotros como víctima de expiación. También en este sentido se pueden entender las palabras de Jesús: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará" (Mt 17,22).

11. La cruz de Cristo es, pues, para todos una llamada real al hecho expresado por el Apóstol Juan con las palabras "La sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: 'no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1Jn 1,7-8). La Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta llamada misericordiosa y, al mismo tiempo severa a reconocer y confesar la propia culpa. Es una llamada a vivir en la verdad.

Saludos

66 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En particular, a los Religiosos Terciarios Capuchinos; al numeroso grupo de seminaristas Legionarios de Cristo; y a las Religiosas Mercedarias del Santísimo Sacramento. A todos aliento a una entrega sin reservas a su vocación y ministerio eclesial.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto la bendición apostólica.



Octubre de 1988

Miércoles 5 de octubre de 1988

La conciencia que Cristo tenía de su vocación al sacrificio redentor

1. "Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado". En la última catequesis, haciendo referencia a estas palabras del Símbolo de la fe, hemos considerado la muerte de Cristo como un acontecimiento que tiene su dimensión histórica y que se explica también a la luz de las circunstancias históricas en las que se produjo. El Símbolo nos da igualmente indicaciones, a este respecto, haciéndose eco de los Evangelios, en los que se encuentran datos mas abundantes. Pero el Símbolo también pone de relieve el hecho de que la muerte de Cristo en la cruz ha ocurrido como sacrificio por los pecados y se ha convertido, por ello, en "precio" de la redención del hombre: "Por nuestra causa fue crucificado", "por nosotros los hombres y por nuestra salvación".

Resulta espontáneo preguntarse qué conciencia tuvo Jesús de esta finalidad de su misión: cuándo y cómo percibió la vocación a ofrecerse en sacrificio por los pecados del mundo.

A este respecto, es necesario decir de antemano que no es fácil penetrar en la evolución histórica de la conciencia de Jesús: el Evangelio hace alusión a ella (cf. Lc 2,52), pero sin ofrecer datos precisos para determinar las etapas.

Muchos textos evangélicos, citados en las catequesis precedentes, documentan esta conciencia, ya clara, de Jesús, sobre su misión: una conciencia en tal forma viva, que reacciona con vigor y hasta con dureza a quien intentaba, incluso por afecto hacia Él, apartarle de ese camino: como ocurrió con Pedro al que Jesús no dudó en oponerle su "¡Vade retro Satanás!" (Mc 8,33).

2. Jesús sabe que será bautizado con un "bautismo" de sangre (cf. Lc 12,50), aún antes de ver que su predicación y comportamiento encuentran la oposición y suscitan la hostilidad de los círculos de su pueblo que tienen el poder de decidir su suerte. Es consciente de que sobre su cabeza pende un "oportet" correspondiente al eterno designio del Padre (cf. Mc 8,31), mucho antes de que las circunstancias históricas lleven a la realización de lo que está previsto, Jesús, sin duda. se abstiene por algún tiempo de anunciar esa muerte suya, aún siendo consciente de su mesianidad, desde el principio, como lo testifica su autopresentación en la sinagoga de Nazaret (cf. Lc Lc 4,16-21); sabe que la razón de ser de la Encarnación, la finalidad de su vida es la contemplada en el eterno designio de Dios sobre la salvación. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45).

67 3. En los Evangelios podemos encontrar otras abundantes pruebas de la conciencia que Jesús tenía sobre su suerte futura en dependencia del plano divino de la salvación. Ya la respuesta de Jesús a los doce años, cuando fue encontrado en el templo, es de alguna forma, la primera expresión de esta conciencia suya. El Niño, de hecho, explicando a María y a José su deber debe "ocuparse de las cosas de su Padre" (cf .Lc 2,49) da a entender que está interiormente orientado hacia los futuros acontecimientos, al tiempo que, teniendo apenas doce años, parece querer preparar a sus seres más queridos para el porvenir, especialmente a su Madre.

Cuando llega el tiempo de dar comienzo a actividad mesiánica Jesús se encuentra en la fila de los que reciben el bautismo de penitencia de manos de Juan en el Jordán. Intenta hacer entender, a pesar de la protesta del Bautista, que se siente mandado para hacerse "solidario" con los pecadores, para acoger sobre sí el yugo de los pecados de la humanidad, corno indica, por lo demás, la presentación que Juan hace de Él: "He aquí el Cordero de Dios... que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). En estas palabras se encuentra el eco y, en cierto sentido, la síntesis de lo que Isaías había anunciado sobre el Siervo del Señor: "herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas... Yahvé descargó sobre Él la culpa de todos nosotros... como un cordero al degüello era llevado... Justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él soportará" (Is 53,5-7 Is 53,11). Había sintonía, sin duda, entre la conciencia mesiánica de Jesús y aquellas palabras del Bautista que expresaban la profecía y la espera del Antiguo Testamento.

4. A continuación, los Evangelios nos presentan otros momentos y palabras, de los que resulta la orientación de la conciencia de Jesús hacia la muerte sacrificial. Piénsese en aquella imagen de los amigos del esposo, sus discípulos, que no debían "ayunar" mientras el Esposo está con ellos: "Días vendrán en que les será arrebatado el Esposo ?prosigue Jesús? y en aquel día ayunarán" (Mc 2,20). Es una alusión significativa que deja traslucir el estado de conciencia de Cristo.

Resulta. además, de los Evangelios que Jesús nunca aceptó ningún pensamiento o discurso que pudiera dejar vislumbrar la esperanza del éxito terreno de su obra. Los "signos" divinos que ofrecía, los milagros que obraba, podían crear un terreno propicio para tal expectativa. Pero Jesús no dudó en desmentir toda intención, disipar toda ilusión al respecto, porque sabía que su misión mesiánica no podía realizarse de otra forma que mediante el sacrificio.

5. Jesús seguía con sus discípulos el método de una oportuna "pedagogía". Esto se ve, de modo particularmente claro, en el momento en que los Apóstoles parecían haber llegado a la convicción de que Jesús era el verdadero Mesías (el "Cristo"), convicción expresada por aquella exclamación de Simón Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16), que podía considerarse como el punto culminante del camino de maduración de los Doce en la ya notable experiencia adquirida en el seguimiento de Jesús. Y he aquí que, precisamente tras esta profesión (ocurrida en las cercanías de Cesarea de Filipos), Cristo habla por primera vez de su pasión y muerte: "Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días" (Mc 8,31 cf. también Mt 16,21 Lc 9,22).

6. También las palabras de severa reprensión dirigidas a Pedro, que no quería aceptar aquello que oía ("Señor, de ningún modo te sucederá eso": Mt 16,22), prueban lo identificada que estaba la conciencia de Jesús con la certeza del futuro sacrificio.Ser Mesías quería decir para Él "dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45). Desde el inicio sabia Jesús que éste era el sentido definitivo de su misión y de su vida. Por ello rechazaba todo lo que habría podido ser o aparecer como la negación de esa finalidad salvífica. Esto se vislumbra ya en la hora de la tentación, cuando Jesús rechaza resueltamente al halagador que trata de desviarle hacia la búsqueda de éxitos terrenos (cf. Mt 4,5-10 Lc 4,5-12).

7. Debemos notar, sin embargo, que en los textos citados, cuando Jesús anuncia su pasión y muerte, procura hablar también de la resurrección que sucederá "el tercer día". Es un añadido que no cambia en absoluto el significado esencial del sacrificio mesiánico mediante la muerte en cruz, sino que pone de relieve su significado salvífico y vivificante. Digamos, desde ahora, que esto pertenece a la más profunda esencia de la misión de Cristo: el Redentor del mundo es aquel en quien se debe llevar a cabo la "pascua", es decir, el paso del hombre a una nueva vida en Dios.

8. En este mismo espíritu Jesús forma a sus Apóstoles y traza la prospectiva en que deberá moverse su futura Iglesia. Los Apóstoles, sus sucesores y todos los seguidores de Cristo, tras las huellas del Maestro crucificado, deberán recorrer el camino de la cruz: "Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa para que deis testimonio ante ellos" (Mc 13,9). "Os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre" (Mt 24,9). Pero ya sea a los Apóstoles o a los futuros seguidores, que participarán en la pasión y muerte redentora de su Señor, Jesús también preanuncia: "En verdad, en verdad os digo: ...Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16,20). Tanto los Apóstoles como la Iglesia están llamados, en todas las épocas, a tomar parte en el misterio pascual de Cristo en su totalidad. Es un misterio, en el que, del sufrimiento y la "tristeza" del que participa en el sacrificio de la cruz, nace el "gozo" de la nueva vida de Dios.

Saludos

Tras estas palabras de esperanza en el Señor que nos salva, quiero presentar mi cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos provenientes de los diversos países de América Latina y de España. En particular, al grupo de sacerdotes Hijos del Amor Misericordioso, a quienes aliento a continua ilusionadamente en su servicio al clero diocesano para fomentar la fraternidad sacerdotal, y en favor de la juventud más necesitada.

Igualmente saludo a los miembros de la Asociación “Damas Salesianas” de Venezuela, así como a la peregrinación de Palos de la Frontera (Huelva) a quienes invito a un generoso empeño para conmemorar dignamente el V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo, partiendo de las costas onubenses.

68 A todos los peregrinos y visitantes de lengua española imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 12 de octubre de 1988



1. Al final de mi viaje apostólico a la región francesa de Alsacia-Lorena que terminó ayer tarde, deseo, en esta audiencia general, recorrer con vosotros las etapas principales de esta cuarta visita a Francia, dedicada a las Instituciones Europeas que tienen su sede en la capital alsaciana, y a las diócesis de Estrasburgo, Metz y Nancy.

Mi gratitud se eleva, antes que nada, al Señor, que en su Providencia amorosa me ha concedido volver a la querida nación francesa, visitando en mi peregrinación pastoral a las comunidades eclesiales de Alsacia-Lorena, que ?en cuanto regiones de frontera, teatro de tantas vicisitudes históricas? tienen una vocación especial en orden al encuentro de los pueblos europeos, así como a la unidad política y espiritual del continente.

Doy las gracias también, de todo corazón, a todos aquellos que han organizado y han hecho posible la realización de esta visita: en primer lugar, al Presidente de la República, señor Francois Mitterrand, que me ha acogido en Estrasburgo y con quien he tenido un largo encuentro privado; doy las gracias también, profundamente, al Primer Ministro, señor Rocard, al Presidente del Consejo de Europa, Louis Jung, y al Secretario General, Marcelino Oreja, al Presidente Lord Plumb y a cada uno de los miembros del Parlamento Europeo: por todas partes la acogida ha sido cordial y gentil, testimonio de la nobleza de sentimientos de cuantos he encontrado.

Pero la expresión de mi reconocimiento se dirige de un modo especial a los obispos de las diócesis visitadas y a todas las autoridades religiosas y civiles, que se han empeñado con gran diligencia para el logro feliz de la peregrinación. Finalmente doy las gracias con profunda emoción a todos los franceses que han rezado conmigo y me han escuchado con gran cordialidad.

2. El motivo particular que ha sugerido la visita ha sido la conmemoración del segundo milenio de la fundación de Estrasburgo, ciudad verdaderamente rica de historia, que iniciaron los romanos, antes de la era cristiana, con una serie de campamentos militares junto al Rin, entre los que se encontraba el de Argentoratum, lugar de la ciudad actual. En los inicios del siglo IV, los asentamientos germánicos sucedieron al período de ocupación romana; los alemanes se establecieron en Alsacia; a este período de ocupación alemana se remontan los primeros vestigios del cristianismo. Estrasburgo es famosa por su espléndida catedral gótica, comenzada en el siglo XII, y por las grandes figuras de Alberto Magno y de los "místicos renanienses": Maestro Eckart, Tauler. Dramáticas y dolorosas vicisitudes se desarrollaron en Estrasburgo durante la Reforma. Grandes fueron también los sufrimientos de la población durante la guerra de 1870, así como durante la primera y segunda guerra mundial. Cuando terminó el último y terrible conflicto, Estrasburgo recuperó su antigua fisonomía: precisamente en esta histórica ciudad, sede del Consejo de Europa, una de las sedes también de la Comunidad Económica Europea, y elevada ahora por mí a la dignidad de archidiócesis, se han concentrado los principales actos de mi visita.

3. El sábado pasado, 8 de octubre, tuvo lugar el encuentro con los miembros de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, que actualmente comprende 21 naciones, y después con la Corte y Comisión de los Derechos Humanos. Ayer, martes 11 de octubre, tuvo lugar el encuentro con los miembros del Parlamento Europeo. Numerosos han sido también los encuentros con los fieles de la ciudad: recuerdo las celebraciones eucarísticas en la catedral de Notre-Dame y en el estadio; la reunión con los jóvenes, el sábado por la tarde, en el estadio "Meinau", con tres representaciones alegóricas sobre los temas: "crear-amar-soñar" y la reflexión sobre la "Carta a los jóvenes": la visita al centro "Louis Braille" donde se cuida a los invidentes y a los sordos; el sugestivo recorrido fluvial a través del Rin y el encuentro con portuarios y bateleros, que llegaron también de Alemania y de los Países Bajos, y a los que he hablado de los problemas sociales, y también del respeto que, desde el punto de vista ecológico, hay que tener al río. Muy importantes han sido los encuentros con los hermanos protestantes en la iglesia de Santo Tomás y con los representantes de la Comunidad judía: en estos encuentros se ha indicado la necesidad de profundizar en la fe, con toda su riqueza revelada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, y se ha hablado también de los compromisos de caridad fraterna y de colaboración para el bien social y espiritual de los pueblos. Finalmente en la plaza de la catedral, se ha conmemorado oficialmente el "bimilenario" de la fundación de la ciudad: con este motivo he invitado ardientemente a las autoridades civiles y a toda la población a permanecer fieles a la vocación de Estrasburgo, encrucijada de Europa, y símbolo de reconciliación.

4. La visita pastoral ha continuado en Metz, la antigua ciudad de Lorena, con una ferviente cita eucarística en la grandiosa catedral gótica; luego, en la catedral de Nancy, he hablado a los miembros del Sínodo diocesano y, después, a los fieles en una "celebración de la Palabra" desarrollada en la plaza Carnot. Con ocasión de este encuentro he entregado a un capellán de cárceles un mensaje dirigido a todos los presos del país. He tenido la alegría de encontrarme con los religiosos y religiosas en el santuario de Mont Sainte Odile, y, por último en el estadio de Ill, en Mulhouse, se realizó la última celebración eucarística.

La característica fundamental de estos encuentros ha sido la proclamación de la Palabra de Dios aplicada a los varios aspectos de la vida cristiana. Ha sido reafirmada la urgencia de la fidelidad al patrimonio cristiano, tan profundamente impreso en la cultura europea, para no ceder ante la invasión de la descristianización y para testimoniar siempre con coraje y con caridad la propia fe. He tratado de sembrar con abundancia la Palabra de Dios, ayudando así al ministerio de los obispos y de los sacerdotes; junto con ellos he rezado a la Virgen Santísima, confiándole la esperanza de que gracias a su intercesión, la semilla echada pueda dar buenos frutos.

5. Como ya he dicho, la finalidad especial de la visita a Estrasburgo, ha sido el encuentro con las Instituciones Europeas, en respuesta a la invitación que, hace tiempo, se me había hecho. Ya el día 15 de mayo de 1985 visité tales Instituciones que tienen su sede en Luxemburgo; más tarde, el 20 de mayo, hice una visita a la Comunidad Económica Europea en Bruselas, subrayando la necesidad que Europa tiene de lograr no solamente una cohesión económica y política, sino también, y sobre todo, una cohesión espiritual y moral en la perspectiva de su plena dimensión geográfica, que va desde el Atlántico a los Urales, desde el Mar del Norte hasta el Mediterráneo.


Audiencias 1988 63